Por Daniel Link para Perfil
En un seminario sobre telenovelas latinoamericanas (que aquí llamamos teleteatros) se analizaron los rasgos del género, se historizaron sus manifestaciones, se postularon sus relaciones con las clases sociales, los gustos de época, las coloraturas de piel, los regímenes de visibilidad, se desmenuzaron sus relaciones con los discursos políticos.
Liliana Viola propuso pensar el ciclo en su agonía. Subrayó el hecho de que hay discursos e ideologías que han obturado la posibilidad de identificación con la matriz melodramática de la que los teleteatros provienen, agobiada por nuevos motivos (por ejemplo, el de la corrección política), que ella sintetizó en la publicidad de una tarjeta de crédito cuyo lema es “tarjeta salva galán”.
Acordé con ella, y propuse como figura gemela de ese lema los versos de Bizarrap-Shakira: “las mujeres ya no lloran, las mujeres facturan”.
De esa escena transaccional han desaparecido los amores excesivos y los deseos socialmente condenables, que en los teleteatros funcionaban al mismo tiempo como señuelo y como utopía: deseá, soñá, que todo te será concedido después del embrollo de pruebas y el vértigo de los estereotipos. El deseo, en la versión melodramática, es más fuerte que todo veredicto social, y también más trágico en sus efectos.
Ahora, en cambio, todo se ha vuelto más contractual y, paradójicamente, más codificado. Ni el drama de Piel naranja o de Rosa de lejos pueden entenderse más allá de los marcos ficcionales que le dieron su fuerza.
Aquellos teleteatros, que sostenían un amor fuera de todo registro, un deseo al infinito, ya no son posibles: fueron el canto de cisne o el grito de batalla para una forma de entender el deseo que hoy nos ha sido arrebatada.
No en vano se nos informa que las tasas de natalidad han descendido brutalmente en los últimos diez años y, sobre todo, que la cantidad de relaciones sexuales ha disminuido drásticamente en las poblaciones jóvenes, que parecen entregarse a la indulgencia de la autosatisfacción cuando no a la transacción económica con una persona que vende ya no su cuerpo o su tiempo, sino su vida (su deseo) en las redes.
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