La revista El amante ha dedicado dos páginas a una de las películas argentinas más notables de los últimos tiempos, Ronda Nocturna de Edgardo Cozarinsky. Una de ellas es un comentario elogioso firmado por Diego Trerotola, con el cual se puede estar de acuerdo o no. Yo, personalmente, no podría leer un "electroshock sexual de virilidad" en una escena más bien fría y en la que se nota sobre todo la falta de entrega de los actores a sus personajes. Sí diría que la escena de las duchas es una de las más alegres secuencias de sexualidad infantil de las que yo tenga memoria. Pero dejemos esto de lado porque sé que con Diego podríamos discutir hasta el hartazgo sobre estas menudencias sin llegar a ponernos de acuerdo salvo en un punto: la película de Cozarinsky es una experiencia notable porque es capaz, como he escrito, de sacar sus mejores virtudes de aparentes defectos, cosa que sólo puede decirse del cine de los grandes. Daré sólo un ejemplo: la historia, por necesidades de guión, debe transcurrir un 2 de noviembre. Por razones que escaparon a la voluntad de su director, no pudo filmarse sino durante un mes de junio particularmente frío. Yo, que estuve en ese rodaje (y que me creo vivillo, cada tanto), tenía una curiosidad enorme por ver cómo iba a verse esa incongruencia climatológica en el film. Pensé que tal vez no se notara tanto. Lo cierto es que se nota: es un 2 de noviembre y hace frío. Ahora bien, como Edgardo Cozarinsky, contra lo que creen esos critizuelos con nombres parecidos a los seudónimos que se usan en las páginas de contactos gays, nunca quiso hacer una película "realista", la incongruencia de la fecha y el frío no hace sino crear una atmósfera de irrealidad que, por razones que no conviene divulgar antes del estreno de la película, sólo pueden favorecerla, porque de eso habla (de la irrealidad, de lo imaginario), entre otras cosas. Yo (que me creo vivillo, cada tanto) recibí el sentido de lo que estaba percibiendo mucho después de haber naufragado en mi propio llanto. De situaciones semejantes, el film de Cozarinsky (que antes que ninguna otra cosa, antes que uno de los mejores escritores argentinos, es, sobre todo, una persona inteligente y sensible) está lleno. Así que partamos de esa base para ver si lo que la película nos dice tiene algún sentido para nosotros o no. Pero no pataleemos como niños analfabetos cuando no entendimos los que nos dicen los maestros.
A la par del rápido elogio de Diego Trerotola, El amante publica una deyección ("análisis" sólo podría funcionar en el sentido más hospitalario del término; "comentario" supondría un sujeto pensante: y éste no parece ser el caso) firmada por Manuel Trancón, quien señala que "Cozarinsky es un gran documentalista", "pero en esta ocasión se le perdió la brújula". No sabíamos que la brújula fuera una herramienta esencial a las labores del documentalismo, ni tampoco que Cozarinsky tuviera predilección por las marinerías. En todo caso, no naufraguemos en esta desdichada metáfora, que no puede augurar nada bueno, porque lo más inconcebible está todavía por llegar. "El primer problema son las actuaciones", enumera Trancón, quien seguramente cree que el Oscar a la mejor actriz protagónica puede estar mejor o peor dado en función de méritos actorales que cualquier persona culta sabe, desde la década del treinta, que en el cine, la verdad, no están, sino en el teatro (basta pensar en los señalamientos de Benjamin, Walter; o, si se prefiere un contexto menos acádemico, Borges, Jorge). No hace falta haber cursado "Crítica I", "Crítica II" y "Teoría y análisis" para saber que los reinos de la actuación (buena o mala) son los escenarios y no los sets. Dicho esto, admitamos que, de acuerdo con las opiniones corrientes, hay actores que "trabajan" bien (como se dice) y actores que no "trabajan" bien. Supongamos, incluso, que admitimos que los actores que Cozarinsky eligió "no trabajan" bien (yo no creo que así sea, pero ni siquiera hace falta detenerse en ese punto). ¿Y con eso qué? ¿Desde cuándo el mérito de una película (se trate de La guerra de las galaxias o de Saló de Pasolini) depende de "las actuaciones"? Cozarinsky sabe que el cine es una experiencia de pensamiento encarnado (lo sabe también respecto de la literatura) y ha reflexionado sobre cómo es esa encarnación del pensamiento que llamamos cine. ¿Es que las personas que miran películas han dejado por completo de leer libros? ¿Ya no se estila más leer los guiones, cuando sus autores (es el caso de Cozarinsky) han tenido la generosidad de hacer públicos esos documentos de trabajo?
Repitiendo palabras del mismísmo Trancón, habría que decir "Pero lo peor no es eso". Ya se sabe que puesto a rebuznar, el burro no se detiene por más zanahoria que le pongan delante. "Ronda nocturna parece filmada por alguien que conoce Argentina sólo por las notas que en los últimos años publicó sobre el país algún diario francés, qué sé yo, digamos Le Monde". Y sí: ¡Él qué sabrá! Yo habría dicho que Cozarnisky, en todo caso, debe de leer Le Figaro, el diario de la aristocracia, o Libé, según el chiste que tenga ganas de hacerle. Porque Edgardo Cozarinsky, basta con hojear diarios y revistas para comprobarlo, tiene casa en Buenos Aires, donde nació y donde pasó la mayor parte de su vida, y conoce Buenos Aires ("sus calles y sus gentes", me veo obligado a decir en el oído del asno para ver si consigo hacerme oir entre rebuzno y rebuzno) mejor que ninguna otra persona de su generación. Alan Pauls, con un humor que no comparto, declaró que Cozarinsky había hecho por Santa Fe y Pueyrredón lo que Borges con Palermo Viejo. Se puede estar de acuerdo o no con un pronunciamiento semejante (que adolece de una simetría tal vez irreparable), pero en todo caso Alan Pauls pudo ver que Cozarinsky estaba haciendo algo con Buenos Aires que había que entender como una operación desusada.
Es muy curioso que todas las palabras de Troncón se le vuelvan en contra. ¡Es la rebelión del lenguaje contra las bestias! No nos queda más remedio que señalar que en su deposición "están todos los lugares comunes posibles de alguien que trata de resumir algo muy complejo en una serie de comentarios superficiales y transformarlos en una nota". ¡Es así, Troncoso, es así! No puede hablarse de la complejidad de la película de Cozarinsky a partir de comentarios superficiales. "El comisario no sólo es malo, además tiene un Mercedes Benz". Trombón debe de pensar que los comisarios argentinos usan regularmente automóviles alemanes de primera marca para sus asuntos y que Cozarinsky, como es un buen documentalista, quiso documentar el hecho. Allá él. ¿No escuchó el diálogo en el cual el amigo de Victor le dice que tiene que escapar del comisario porque está enamorado de él? ¿No fue capaz de darse cuenta de que el comisario es un comisario enamorado y que más allá de la catadura moral del sujeto de lo que se trata en ese momento de la historia es de la violencia de un amor sin retorno posible? "El problema no es que el comisario sea un hijo de puta, sino que sea un hijo de puta tan cuadrado". Yo podría aceptar, para no enredarme en discusiones banales, que todos los comisarios son "hijos de puta". Lo que me parece inaceptable es que una persona que entienda el idioma castellano haya visto que Cozarnisky presentaba al comisario como un "hijo de puta". Es físicamente repulsivo, de acuerdo. Es desagradable y seguramente corrupto, porque usa un Mercedes Benz y una cadenita dorada en la muñeca, pero precisamente el esquematismo de su caracterización alcanzan para comprender, una vez más, que no es "denunciar" la corrupción policial lo que a Cozarinsky le interesa (¿es que Trifecta vio la película, o acaso se la contaron?).
Uno no debería esperar que los críticos cinematográficos hayan leído a Proust. Pero sí debería exigir que si un crítico sabe que el director de una película ha leído a Proust (y muy bien, para más datos), por lo menos se informe. Internet está para eso. Y no para protestar porque "los cartoneros son honestos y campechanos". ¿Es que esperaba, Trombeta, que Cozarinsky los mostrara viles y traidores? ¿En qué mundo extraño y desanimado ha vivido el asno amantísimo todos estos años? Tal vez él se fue unas semanas a Eurodisney, mientras Cozarinsky estaba acá, a la vuelta. "Eso por no hablar de la fiesta de los embajadores", rebuzna Troncote. "No puedo dejar de pensar que Ronda nocturna seria una película mucho más satisfactoria si hubiese sido filmada desde el punto de vista de los embajadores que contratan a los taxi boys". ¡Que deje de pensarlo! ¡Que abandone ya ese único pensamiento, porque siendo como es, un pensamiento, tal vez le haga mal, qué se yo: un accidente cerebro-vascular! ¿Por qué el crítico no puede dejar de pensar eso*? La verdad es que nunca lo sabremos (¡ni nos interesa!). Lo único que podría decirse es que, como todo el mundo sabe, el cambio en el punto de vista modifica el objeto. No sería una película más satisfactoria (¿está bien aplicar las categorías culinarias [Brecht] de satisfacción, digestión, eructo, al universo del Arte?), sería otra película. Y si admitiéramos que el punto de vista de Cozarinsky "no encuentra nada interesante más allá de imponer a priori como víctimas a todos los que no tienen poder", ¿qué podría decirse de alguien, un asno mecánico, para quien ese determinado punto de vista resulta censurable? Tramposo: te molesta que el comisario aparezca como un hijo de puta, te molesta que los cartoneros sean nobles, te molesta que los desposeídos aparezcan victimizados: ¿sos consciente de lo que estás diciendo? ¿No tenés un editor como la gente que te aclare los tantos? ¿Hace cuánto que no te hacés ver? "Se nota que Cozarinsky no se siente nada cómodo con ese mundo". ¿Acaso vos te sentís cómodo con ese mundo, con el mundo? ¿Y acaso Cozarinsky hizo esta película por encargo y con mandato de comodidad?
Cozarinsky fue a buscar algo al mundo. Si lo encontró o no es algo que sólo él podrá decir, pero lo cierto es que nosotros somos testigos de esa busca. Y le agradecemos que nos haya dejado participar del rumbo de sus pensamientos. La película de Cozarinsky no es testimonial, sino fantástica. Habla del amor, y de la muerte. Se llama Ronda nocturna, como un cuadro de Rembrandt, y aspira a esa misma grandeza. Y sus personajes, casi todos ellos, dicen una sola cosa: "Nadar sabe mi llama la agua fría,/ y perder el respeto a ley severa". Vos, Tranquito, te ahogaste.
*[salvo por un insostenible prejuicio homofóbico]
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