¡Amenazas, por todas partes amenazas! Me amenaza el fundamentalismo catamarqueño (incomprensiblemente, porque tengo sobre esa provincia y sus habitantes el más alto concepto), nos amenazan los monopolios de música chatarra, nos amenaza el Estado desde las ventanillas de los trenes y, ahora, recibí en mi celular un mensaje de texto (que aquí llaman SMS) que dice "con Düsseldorf no se jode", enviado desde un teléfono que no reconozco y al que no me animo a llamar para pedir explicaciones en mi media lengua (aunque el vocabulario no parezca ser el de un usuario fluido de Hochdeutsch).
No conseguirán callarme. Tengo derecho a expresar lo que pienso y lo que sé en esta sociedad porque soy (sino un refugiado político, aunque mi incurable romanticismo así lo preferiría) un migrante.
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