Al término de mi exposición, Gonzalo Aguilar me recriminó, escucha perspicaz, una cierta simetría que bien podía interpretarse como ventana abierta al binarismo trascendental contra el que precisamente había tratado de argumentar. Habré de corregir el trabajo antes de hacerlo público, porque ahora me resulta evidente que, en aras de sintetizar, no fui lo suficientemente claro o lo suficientemente riguroso.
El coloquio se desenvolvió amablemente, más allá de las diferentes posiciones que, fue evidente, sostenían las presentaciones de los participantes. Justo es decir que no todos se atuvieron a la consigna del encuentro lo que, lejos de empalidecer su resultado, abrió la posibilidad de multiplicar los debates.
En la misma mesa de la que yo participaba, Paola Cortés-Rocca habló sobre las fotografías de Gabriela Liffschitz que despertó un acalorado debate y Alejandra Laera opuso trabajo y parición (que ella llamaba "creación") en dos novelas argentinas recientes.
Gabriel Giorgi, uno de los organizadores, presentó un trabajo muy sólido sobre lo raro y lo común que me gustaría releer y usar en mi propio provecho, y Jens Andermann dijo las partes principales de un brillante trabajo sobre las apariciones de la Virgen en el cine y la televisión de los últimos años.
El día del cierre, Martín Kohan leyó un trabajo muy agudo y muy preciso, presentado con su habitual brillantez, sobre la guerra en la literatura argentina, a partir de tres o cuatro novelas (Marechal, Fogwill, Bioy). Durante la discusión de su presentación (yo le pregunté qué lugar ocuparía El eternauta en su esquema y él me contestó no haberlo considerado porque trabajaba sólo con textos literarios), dijo algo que me dejó pensando los días subsiguientes (en LA, en San Francisco, en México, donde volvimos a encontrarnos): “Para mí la autonomía literaria es la única garantía para poder proponer mundos alternativos”.
Entendí, en esa frase, que los abismos que separaban mi presentación y la suya no eran sino producto de un equívoco terminológico, porque para mí no es la autonomía literaria, y ni siquiera la literatura, la garantía de la negación (no importa qué forma ésta adopte) sino el acto mismo de imaginar. En ese punto, me parecen decisivas las contribuciones de Sartre en Lo imaginario y de Roland Barthes en La cámara clara y Fragmentos de un discurso amoroso.
Porque es capaz de imaginar, la conciencia es capaz de negar el mundo y lo imaginario está siempre habitado por una nada: es la negación libre e indeterminada del mundo, de acuerdo con un punto de vista que implica un compromiso con lo existente. El arte no hace sino actualizar el acto imaginante (la experiencia), proponiéndose como un análogon material (no la representación) de ese acto o experiencia.
Barthes va mucho más allá y se impone la construcción de un discurso riguroso de lo imaginario en lo imaginario: llega, entonces, al punto de renunciar a la teoría y la verdad para poder proponer la verdad de lo imaginario, entendido como acto.
A mi juicio, el dilema de la autonomía literaria se disuelve si uno acepta hipótesis como esas (que ahora expongo sin ningún rigor, en un cuarto de hotel de la zona rosa de México a punto de ser abandonado, mientras por mi ventana entran ráfagas de música latina) y, con él, la pesadilla de los intelectuales y los escritores como sujetos privilegiados en relación con algún tipo de verdad, que es precisamente lo más penoso en las posiciones autonomizantes.
No es, como me dijo Fermín Rodríguez, que yo acepte la hipótesis de que no hay valor, sino que me repugna la idea del “valor universal”. Hay valores, claro, y los míos no necesariamente deben coincidir con los de mi vecino (y viceversa). Pretender que el punto de vista de la literatura contiene un plus de lucidez respecto de otras prácticas culturales (basándose en su presunta y regia autonomía) me parece una posición no sólo ingenua sino, incluso, peligrosa.
Tuve ocasión de volver sobre el asunto en México, donde Martín Kohan y yo asistimos a dos acontecimientos estéticos asombrosos por diferentes razones, o por la misma razón, pero en sentido opuesto.
Daniel, tu pregunta sobre El Eternauta me parece increíblemente lúcida. El sólo hecho de haber logrado la respuesta que logró, basta para revelar las (peligrosas)limitaciones en la perspectiva autonomista. Como lector de historietas te lo agradezco. Hoy me he sentido un poco reinvindicado, aunque no sea más que la ilusión de no sentirme tan errado.
ResponderBorrarLe hago una pregunta.
ResponderBorrarEntendí, en esa frase, que los abismos que separaban mi presentación y la suya no eran sino producto de un equívoco terminológico, porque para mí no es la autonomía literaria, y ni siquiera la literatura, la garantía de la negación (no importa qué forma ésta adopte) sino el acto mismo de imaginar.
"Que forma esta adopte...", entonces, la musica seria una garantia de negacion tambien? Me interesaria conocer su opinion. (mas alla de que no sea su ambito, por lo visto). Usted menciona a Sartre, quien refiere una "ausencia perpetua" (si mal no recuerdo).
Concuerda con esa referencia?
qué bien leer esta conceptuosa distancia crítica del "intelectual crítico" (su preciosa conciencia), de todos modos contiene -también el comentario de moebius- todavía, una palabra que va en sentido contrario al que se pretende ir: "peligrosa/s", abandonar ese adjetivo, ¡ya!
ResponderBorrarSanta Teresa de Bernini
Santa Teresa, hay algo cierto en tu comentario, y vale la pena aclarar lo de peligroso. No me parece que la intención sea ir contra la posiblidad subversiva, sino justamente contra la elitización, la cerrazón que implica la eterna tentación de encerrarse en una cáscara de nuez y declararse rey del universo. A mi entender, ese es el peligro, y no otro.
ResponderBorrarEs extraño como la imaginación, todavía, de una manera o de otra, no alcanza a ser reconocida en los discursos como el gran motor del cambio. Si estamos en A y no somos capaces de imaginarnos un B que todavía no existe, que asoma primero como un monstruo en el horizonte hecho con pedazos de lo conocido, ¿cómo habremos de movernos en esa dirección?
ResponderBorrarHace poco discutía como la ciencia ficción había perdido un lugar importante en la creación de mundos inmersivos por dedicarse a ilustrar teorías de vanguardia.
Sacar patente exclusiva de creador de mundos alternativos es como querer apropiarse de la matemática o de la filosofía o por qué no (imaginemos) de la física.
Hola Linkillo, atrapada en la red de lectura, encuentro un artículo en una revista de cultura: "Los dilemas del estrellato pop"de Cecilia Pavón. En este artículo (en el que se articulan las diferencias entre el arte de la alta cultura y el arte pop, como arte popular) se menciona como Internet, en todos sus formatos legales e "ilegales", se ha convertido en un laboratorio de intercambio, apropiación, robo e "imaginación" de todas las disciplinas del arte. En relación con tus especulaciones y el artículo, yo creo, y también sin ningún rigor, que es aquí, en la web, donde se está creando un "mundo alternativo" con características inusitadas que erosionan los modos convencionales de producción, circulación y recepción y hasta la tan controvertida noción de la autonomía del arte.
ResponderBorrarEs la negación lo único que hace al arte autónomo o la disposición de los materiales de otro modo, en otro orden?
(Digresión: cuál será la distinción entre autonomía del arte y "autonomía literaria"(sic Kohan)?)