sábado, 26 de abril de 2008

De Xochimilco a Celeste

A la mañana temprano habíamos ido a Xochimilco, a recorrer un poco los últimos canales que quedan en la laguna en la que México se asentó hace tanto tiempo que ya nadie quiere acordarse: excursión fascinante y al mismo tiempo depresiva, porque nos arrojó en las garras del turismo más burdo y previsible. Usamos el sistema de transporte público para llegar hasta allí y para volver lo más rápido posible a las mesas del congreso que aquí nos había traído, lo que nos puso en contacto con un México alucinante, donde la sinrrazón compite con el bullicio, resultado de la manía multiplicativa de este país adorable.
A la tarde, las mesas de exposiciones se sucedieron con la monotonía previsible en un encuentro de este tipo, y el día concluyó con la presentación del grupo Circo Raus, que presentaba una extraña performance titulada "Tiro a blanco", con música encantatoria y una puesta que daban ganas de salir corriendo, lo que efectivamente hicimos cuando vimos que la cosa iba para largo porque el "Tiro a blanco" se refería al proceso de manchado con unas velas negras de unos caminitos de tela blanca dispuestos a tal efecto a lo largo y a lo ancho de uno de los patios del Claustro del ex convento de San Jerónimo.
Teníamos entradas vipérrimas para ir a escuchar a... Dani Umpi, performer uruguayo que había sido convocado por la revista Celeste para la fiesta anual que realiza, y que esta vez sería en un local ubicado en pleno centro histórico, Pasaje América, y que era, tal vez por eso mismo, desconocido para casi todo el mundo.
Una vez localizada la entrada y el urso que la controlaba (por suerte no sabía contar, porque teníamos seis pases y eramos siete personas, y además era rubio, lo que nos permitió desarrollar nuestro desprecio sin miedo de que se nos acusara de racistas), nos fuimos a comer algo en las inmediaciones, porque sabíamos que habría canilla libre de tequila y mejor iba a ser estar preparados para los estragos del alcohol.
Cuando volvimos, a eso de las 23.30 (la convocatoria era a las 22), el lugar no estaba ni remotamente lleno, por lo que estar en el vip no representaba ventaja alguna. Además, los chicos más lindos de la fiesta estaban fumando en la vereda, lo que nos obligó a los fumadores a continuas peregrinaciones hasta la calle, mostrando el sello que en la muñeca nos habían estampado.
Dani Umpi tocó poco y nos pareció que no fue bien comprendido. Pero tal vez el alcohol y los trozos de mango y piña teñidos de chile rojo que servían como bocadillos ya nos habían obnubilado. Entrábamos y salíamos, chismorreábamos, saludábamos gente que nos presentaban. Ahítos de música, de risas y de tequila reposado, estábamos sentados en un sillón, al medio yo, a mi derecha S. y a mi izquierda Jorge (Coque), uno de nuestros más queridos amigos en esta ciudad, cada uno de mis brazos alrededor de sus hombros, cuando fui interpelado por un gigante argentino, muy parecido a Martiniano Molina cuando tenía pelo, totalmente ebrio, desarreglado (la camisa fuera del pantalón, la corbata dada vuelta, el pantalón manchado, la lengua empastada y titubeante) que me preguntó desde su estatura si ésa era la "gay area" (eiria). "Puede ser", le contesté, parándome, para que viera que no me amilanaba su estatura, no superior a la mía, "¿te interesa?". Por supuesto, le interesaba cualquier cosa, y tan borracho estaba que no se daba cuenta de que yo también, como él, participaba de la misma comunidad vergonzante.
Pablo, se llamaba. Le dije nuestros nombres. No sé qué dijo ni cómo llegó a eso ("los únicos que se salvan en el infierno..."), pero de pronto hizo señas con sus manos, agitándolas en sentido paralelo, cada una a aproximadamente veinticinco centímetros de la otra. "¿Querés ver?", le dije, ya indignado por su vulgaridad y el papelón que nos obligaba a hacer ante nuestro amigo. "Sí", me dijo. Intervino S., asegurando con la piedad que lo caracteriza que mis afirmaciones eran totalmente certeras, lo que evitó que nos zambulléramos en no se qué carrera patriótica de comparaciones.
Al rato Pablo se fue, y le pedí perdón a Coque, que se divertía a mares con nuestros intercambios. Pero volvió para preguntarme si yo creía que ese chico de allá, y señaló a un flaquito, era gay. "Seguramente", le dije. Me contestó: "Me encantan los putitos pendejos". Y coronó su gracia preguntándome dónde se podía terminar "bien" la noche. "¿Vos decís para garchar?", simplifiqué. "Sí, para garchar". "Bueno, en la habitación de nuestro hotel, seguramente", dije yo. Pero él quería ir a un sauna célebre. "Es que fue ayer, la fiesta, en ese sauna", le dije (no porque lo supiera, sino para arruinarle el plan: así es la loca mala).
Después lo perdimos de vista (antes intentó manosearme la entrepierna, sin éxito alguno, porque yo seguía sentado) y decidimos irnos, porque temíamos terminar como él, y mucha gracia no nos hacía.
Bajamos con Dani Umpi, quien arrastraba una valija que por poco lo doblaba en tamaño. Intercambiábamos saludos en la puerta cuando llegó otro miembro de la comunidad inconfesable, que venía a ver a Dani "para llevarlo a Costa Rica". Lamentó que su performance hubiera terminado. Intercambiaron mails y entonces me tocó a mí. "A vos te conozco", me dijo. "Puede ser", le contesté, "vivimos en un pueblo". "¿A qué pintores conocés?", me preguntó. Suministré una lista impactante. "¡Ah claro! Yo hice no se qué (es mi memoria) cuando salió Animaciones suspendidas". "Yo presenté en ArteBa el libro de Arturito y Prior". Y bla, bla, bla.
En eso llegó una persona de sexo indefinido que hablaba en inglés: "¿The party is over?" (porque había tanta gente en la vereda, entre ellos dos morochazos mexicanos que yo había mirado fijamente toda la noche, que habían bajado a comerse un paty). Suelto de lengua, yo dije: "Not really, just the best of the party: Dany and us".
Mentía un poco, porque la fiesta de Celeste seguía a todo trapo (¡gracias Vanesa!), pero tenía que irme de ahí con una frase digna de la argentinidad que tanta pena, a veces, nos causa. Tenía en la mano unas calcomanías de Adidas que levanté de un mostrador para regalarle a Martín Kohan, el paladín de la autonomia literaria. Pero eso es tema aparte.

1 comentario:

girlontape dijo...

bhtqfwchongo! veo que la testosterona te lleva por el mal camino, suerte q tenes un hombre evolucionado al lado tuyo.
dani umpi: una vez lo vi en una perfo, me encantó toda su estetica, su onda, genial y adorable
y ahora dejen de joder con el país de la tequila q acá se fue el humo, se fue lousteau y me llamó clive owen, si te portas bien te lo dejo entrever, de muy lejos