Práctica impura

Malba Cine
Programador invitado de diciembre: Edgardo Cozarinsky

Presentación

Programar el cine del Malba durante un mes es un placer y un desafío.
Me importa menos reiterar algunos títulos que hacerlos dialogar con otros poco vistos. ¿Qué pasa con Cabeza de palo de Baca si va al lado de La secta del trébol de Soffici? ¿Qué pasa con
Hombres de mar de Ford si roza Agua de Chen?
Lo único que le pedí a Peña cuando me hizo el regalo de esta invitación es que hubiese un film argentino cada día. Creo, más que en cualquier otra cosa, en el diálogo, en la contaminación de
lo que es distinto y no renuncia a su diferencia; siempre detesté lo puro: el arte puro, la naturaleza pura, la raza pura. Así como la gente más hermosa es la mestiza en algún punto de su historia genética, el arte más vivo, más generoso y seminal es el impuro.
Y el cine sigue siendo la práctica artística impura por excelencia.

Edgardo Cozarinsky

Jueves 2

14:00 Pampa bárbara, de Lucas Demare y Hugo Fregonese

16:00 Dios y el Diablo en la tierra del sol, de Glauber Rocha

18:10 Lady Macbeth en Siberia, de Andrzej Wajda

20:10 Gilda, de Charles Vidor

Viernes 3

14:00 El sheik, de Federico Fellini

16:00 Cuatro Corazones, de Enrique S. Discépolo y Carlos Schlieper.

Sábado 4

14:00 La regla del juego, de Jean Renoir

16:10 El eclipse, de Michelangelo Antonioni

18:20 The Players vs. Ángeles Caídos, de Alberto Fischerman

Domingo 5

14:00 Vampyr, de Carl T. Dreyer

15:15 Monobloc, de Luis Ortega

17:00 Viaje sentimental, de Verónica Chen

18:15 Apuntes para una biografía imaginaria, de Edgardo Cozarinsky

Jueves 9

14:00 Apenas un delincuente, de Hugo Fregonese

16:00 Noches sin lunas ni soles, de José Martínez Suárez

18:00 Tres rostros para el miedo, de Michael Powell

20:00 Freaks, de Tod Browning

22:00 El extraviado, de Peter Lorre

Viernes 10

14:00 Canciones para después de una guerra, de Basilio M. Patino

16:00 La infancia de Iván, de Andrei Tarkovski

18:00 El sur, de Víctor Erice

20:00 Afrodita, de Luis Moglia Barth + MV

21:30 La caja de Pandora, de G. W. Pabst + MV

Sábado 11

14:00 Lola, de Jacques Demy

16:00 Fatalidad, de Josef von Sternberg

18:00 La marquesa de O., de Eric Rohmer

20:00 Más allá del olvido, de Hugo del Carril

22:00 Los amantes del Círculo Polar, de Julio Medem

Domingo 12

14:00 El fantasma del convento, de Fernando de Fuentes

15:20 Ugetsu, de Kenji Mizoguchi

17:00 Viaje sentimental, de Verónica Chen

18:15 Apuntes para una biografía imaginaria, de Edgardo Cozarinsky

20:00 Codicia, de Erich von Stroheim + MV

Jueves 16

14:00 Noche de circo, de Ingmar Bergman

16:00 Cuatro Corazones, de Enrique S. Discépolo y Carlos Schlieper.

18:00 Ciudad dorada, de John Huston

Viernes 17

14:00 El extraviado, de Peter Lorre

16:00 Tierra en trance, de Glauber Rocha

18:10 La quimera de los héroes, de Daniel Rosenfeld

Sábado 18

14:00 El secuestrador, de Leopoldo Torre Nilsson

16:00 Fata Morgana, de Werner Herzog

17:30 Japón, de Carlos Reygadas

20:00 Madre e hijo, de Alexander Sokurov

22:00 Días de ira, de Carl T. Dreyer

Domingo 19

14:00 Los venerables todos, de Manuel Antin

15:30 El secuestrador, de Leopoldo Torre Nilsson

17:00 Viaje sentimental, de Verónica Chen

18:15 Apuntes para una biografía imaginaria, de Edgardo Cozarinsky

19:30 Cabeza de palo, de Ernesto Baca

21:00 La secta del trébol, de Mario Soffici

Jueves 23

14:00 Fatalidad, de Josef von Sternberg

16:00 La gran ilusión, de Jean Renoir

18:00 La secta del trébol, de Mario Soffici

20:00 Los muelles de Nueva York, de Josef von Sternberg + MV

22:00 El pan nuestro de cada día, de F. W. Murnau + MV

Domingo 26

13:00 Hombres de mar, de John Ford

15:00 Agua, de Verónica Chen

17:00 Viaje sentimental, de Verónica Chen

18:15 Apuntes para una biografía imaginaria, de Edgardo Cozarinsky

19:30 Al morir la noche, de C. Crichton, R. Hamer, B. Dearden y A. Cavalcanti

21:30 Vampyr, de Carl T. Dreyer

Jueves 30

16:00 Pampa bárbara, de Lucas Demare y Hugo Fregonese

18:00 Dios y el Diablo en la tierra del sol, de Glauber Rocha

20:00 Japón, de Carlos Reygadas

22:30 Fata Morgana, de Werner Herzog

lunes, 29 de noviembre de 2010

Punto de juntura

por Daniel Link


"Lo viviente, si es que existe, se sustrae a nuestro conocimiento"
Thure von Uexküll (Mendoza, 1949)


Hace unos días, comentaba con una amiga directora de teatro el conjunto de reglas que, mucho más allá de mi deseo, me impiden ver ciertas películas y me obligan a ver otras: según una regla, tengo que ver todas las películas en las que actúa Cate Blanchet; según otra, no puedo ver ninguna película en la que actúe Leonardo Di Caprio. La lista es larguísima e incluye, además de nombres propios, categorías (“monjas”, “asesinos seriales”, “mafiosos”) y lenguajes (“francés”, “coreano”).

Estupefacta, mi amiga consideró que mi repertorio de reglas (totalmente asistemáticas, como corresponde, y muchas veces imposibles de ser cumplidas: El aviador) suponían una “actitud religiosa”. Me negué a aceptar su desencaminada hipótesis, porque sé que, en todo caso, se trataría de una “actitud ética” (las reglas sólo son válidas para mí y carecen de todo afán imperialista o universalizante). Y lo que está en juego en mi repertorio de reglas nada tiene que ver con ninguna categoría trascendental sino con la inmanencia absoluta, eso que reconocemos como “una vida” (la mía propia). Algo parecido le sucede a Chus Lampreave en Mujeres al borde de un ataque de nervios, cuando dice: “ya me gustaría a mí mentir, pero eso es lo malo de las Testigas, que no podemos, si no...aquí iba a estar yo”.

Parafraseo: Si lo que yo soy, o más bien “mi vida”, no respondiera a un repertorio de reglas, “aquí iba a estar yo”, interrogando la vida en la literatura o la literatura en la vida, de acuerdo con la amable sugerencia de los organizadores de esta mesa*.


*

He dicho “vida”, he dicho “lenguajes” y he dicho “reglas”. Podría haber dicho también “juegos de lenguaje”, para poner precisamente de relieve que hablar un lenguaje forma parte de una actividad o de una forma de vida. Como el lenguaje es pura falta (falta en su lugar) y, por eso mismo, una pura potencia de desidentificación, será siempre difícil establecer correlaciones entre juegos de lenguaje y formas de vida sino es, precisamente, en relación con un proyecto ético según el cual la vida y la literatura, entendidas en su inmanencia absoluta, son un continuo de materia viviente, una “forma-de-vida” portadora última de la soberanía.

No tanto un arte que transgreda las reglas de la enunciación, sino un arte que las identifique allí donde se emplazan, donde trazan el arco mágico de lo decible y lo indecible, del murmullo y del silencio. La regla no delimita tanto una manera de vivir sino una vida inseparable de su forma. Tomar a la vida desnuda separada de su forma, en su abyección, por un principio superior (la soberanía o lo sagrado) es el límite del pensamiento de la transgresión, lo que lo vuelve inservible para nosotros: una vida desprovista de su forma se vuelve objeto de recodificaciones cada vez más abstractas en identidades jurídico-sociales (el elector, el trabajador por cuenta propia, el periodista, el estudiante, el seropositivo, el travestido, la estrella del porno, el padre, la mujer).

¿Me permitirán que relea en alta voz un poema de Juanele que plantea el alcance de una ética semejante?


Fui al río...

Fui al río, y lo sentía
cerca de mí, enfrente de mí.
Las ramas tenían voces
que no llegaban hasta mí.
La corriente decía
cosas que no entendía.
Me angustiaba casi.
Quería comprenderlo,
sentir qué decía el cielo vago y pálido en él
con sus primeras sílabas alargadas,
pero no podía.

Regresaba
-¿Era yo el que regresaba?-
en la angustia vaga
de sentirme solo entre las cosas últimas y secretas.
De pronto sentí el río en mí,
corría en mí
con sus orillas trémulas de señas,
con sus hondos reflejos apenas estrellados.
Corría el río en mí con sus ramajes.
Era yo un río en el anochecer,
y suspiraban en mí los árboles,
y el sendero y las hierbas se apagaban en mí.
Me atravesaba un río, me atravesaba un río!


¿Qué le costaba entender al poeta, Juanele? ¿No dice que no hay distancia entre el río y él, entre la materia de la tierra y su propio cuerpo? ¿No es esa epoché de la distancia, esa inmersión en la potencia de la autoctonía (no “mi tierra, sino “La Tierra”) el satori que ilumina el regreso? ¿No hay en la repetición final “me atravesaba un río, me atravesaba un río” como un éxtasis de lo que fluye (el propio cuerpo) hacia la nada? ¿Y no es ese ritornello el mejor homenaje a la materia viviente indivisible, a la forma de vida: esa renuncia al ser, ese abandono de la angustia humana en favor de las orillas trémulas de señas a la hora en que las brujas salen a barrer el cielo con sus escobas espolvoreadas con carbones molidos, con materia estelar?

¿Tendremos que recurrir a la palabra de los sabios para comprender lo que los poetas han sabido desde siempre y para siempre, que “No sólo el arte no espera al hombre para comenzar, sino que podemos preguntarnos si el arte aparece alguna vez en el hombre, salvo en condiciones tardías y artificiales”.[1]?

¿ No se deja leer, en ese misticismo juaneliano, una solución al enigma (Esfinge, Sibila) del fin de la historia y la supervivencia (cierta supervivencia) de lo viviente más allá de ese umbral de transformación de las cosas y desaparición de los sujetos? ¿No era Silvio Mattoni quien decía que


[l]a respuesta a esas preguntas que no tienen principio, la única pregunta sin origen porque genera al mismo tiempo la palabra y su muerte, el animal y su silencio, los sonidos impronunciables del agua o el aire, esa respuesta, decíamos, no puede ser una cosa ni un nombre[2]?


En otro poema (“Colinas, colinas...”), Juanele augura un mañana:

(…)
Otro será el paisaje mañana en las mismas líneas puras.
Cantará con un múltiple canto entre las casas próximas con mesas,
ah, seguras y con libros y músicas.
Como de la noche de su alma del sueño de los campos el hombre
extraerá toda la maravilla.
No más dividido, no, con el hermano, ni consigo mismo, ni con la
tierra, el hombre.
Uno consigo mismo y con el mundo para crearse sin fin en la gracia
más alta de la criatura,
y sonreír al rostro cejante de la sombra.


El poema (la “obra”) establece un nudo borromeo con la canción de la tierra y lo viviente entendido como una materia contínua. Y ahí, en esas incrustaciones, el imperativo ético del “no más dividido, no, con el hermano, ni consigo mismo, ni con la tierra, el hombre”. Esa proclama de indivisibilidad y hermanamiento es lo que Juanele escucha que la tierra canta y dice, aquí, allí, por todas partes, desde siempre. No un “mínimo de eticidad”[3], sino una ética total que sólo puede sobrevivir bajo la forma de una sensibilidad delirante (al mismo tiempo la tentación más terrible y la amiga más amorosa del poeta) en un más allá de los límites, en una exterioridad radical, un afuera donde la Tierra y la literatura hacen pliegue con la propia vida (y con la propia muerte).

¿No aludía a eso mismo Carlos Astrada en una fascinante lectura de Rilke, donde argumenta que


para Rilke, la única manera de existir auténticamente, o sea, de un modo personal, intransferible, es ahondar en la muerte propia, a la que se pliega la vida propia como el vestido al cuerpo, adoptando su forma. El cuerpo lleva el vestido, y este delata en cada pliegue la recóndita dinámica de lo que cubre y vela. Vivimos y existimos desde nuestra muerte propia, y ésta late y crece en nosotros. Ella nos pide que le seamos fieles, que con la pulpa y la sangre de nuestra vida (…) le demos plena realidad en cada uno de los instantes de vigilia telúrica de nuestra existencia”[4]?


Esa “vigilia telúrica de nuestra existencia” constituye el meollo mismo de la mística rilkeana y juaneliana. Sabemos ya de sobra que la “forma-de-vida define una vida en la cual sus procesos, actos y modos jamás son simplemente hechos sino siempre y antes que nada, posibilidades de vida, siempre y antes que nada, potencias y es precisamente ese punto de juntura entre naturaleza y cultura donde comienza y termina, nace y muere, lo literario.



*"La literatura y la vida", en el marco del IV Congreso Internacional de Letras organizado por la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA.


[1] Deleuze, Gilles y Guattari, Felix. Mille plateaux. Paris, Les Editions de Minuit, 1980, pág. 394.

[2] Mattoni, Silvio. “Preguntas a la alegría”, La voz del interior on line (Córdoba, Argentina: 3 de

setiembre de 2003). www.lavoz.com.ar/2003/0903/suplementos/cultura/nota187219_1.htm

[3] “Aproximación a la Obra de Juan L. Ortiz” , Cero, 3-4 (Buenos Aires: 1965), p. 12. Citado por Muschietti, Delfina. “Juan L. Ortiz, barroco de la levedad”, Hispanic Poetry Review, 5: 2 (Texas A&M University, USA: diciembre 2003)

[4] Astrada, Carlos. “La muerte propia”, La Nación (Buenos Aires: 14 de abril de 1940). Agradezco a Raúl Antelo esta referencia preciosa.

La decadencia del imperio americano

El gobierno de EE.UU. pidió informes sobre la salud mental de Cristina

WikiLeaks reveló 250.000 documentos secretos del Departamento de Estado, entre ellos la "inquietud" de Washington sobre CFK. Detalles de un escándalo global

domingo, 28 de noviembre de 2010

Dicen que...

Reflejos de un ojo enamorado

por Daniel Molina para Perfil Cultura

“Formas de vida” es el título de la nueva muestra de retratos fotográficos del argentino Sebastián Freire (1973) que se presenta en el Centro Cultural Ricardo Rojas. Todos los personajes fotografiados son conocidos del mundo cultural argentino. A pesar del amplio abanico de profesiones, estilos y edades, el artista consiguió que cada una de las personas muestre, casi descarnadamente, su propio mundo, haciendo que veamos más allá de lo evidente.
Desde que existe documentación histórica se habla de relaciones sexuales entre varones, pero la idea de que esas prácticas producen una identidad determinada (“homosexual”) recién surge en 1869. A partir de entonces, el homosexual va a ser el objeto mudo del escarnio y la violencia social. Antes incluso de saber qué es ser homosexual, el niño injuriado descubre que su grupo social lo rechaza. Como dice Didier Eribon: “El insulto me hace saber que soy una persona distinta de las demás, que no soy normal” (Reflexiones sobre la cuestión gay). En ese contexto, dar la cara –ofrecerse a la mirada del otro– nunca fue sencillo. Ni siquiera ahora, que el contexto cultural argentino (con ley de matrimonio igualitario) permite una vida más relajada que la que era habitual para un homosexual hasta hace apenas unos años. Signo de esa exposición pública son las fotos que Sebastián Freire presenta en la muestra titulada Formas de vida.
En esta muestra, Freire presenta retratos de heterosexuales (los menos), de gays, lesbianas, travestis, trans e intersex. Son fotografías que fueron publicadas en distintas producciones del suplemento Soy, del diario Página/12. Influenciado por las corrientes queer de hace veinte años, este suplemento (que, desde afuera, muchos denominan “gay”) no se autodefine como homosexual sino que trata de poner en cuestión –de manera contradictoria y poco clara, a veces– la idea de identidad sexual. Esa pluralidad editorial se refleja en la diversidad de rostros que ven en esta muestra.
Como estas imágenes acompañaron reportajes y notas, todos los retratados son personajes conocidos en el mundo cultural. Hay escritores: Leopoldo Brizuela, Daniel Link, Raúl Escari, Sylvia Molloy, Juan José Sebreli, Fernando Noy. Gente de la TV, el teatro o el cine, como Albertina Carri, Pepito Cibrián Campoy, Klaudia con K, Oggi Junco, José María Muscari, Lía Crucet, Alejandro Tantanián, Cristián Trincado, Mosquito Sancineto. Militantes y teóricos Glttbi, como Lohana Berkins, Judith Buttler, Ilse Fukova o Marlene Wayar. También gente del mundo de la moda o de la pornografía: Bruno Bordas, Martín Churba, Pablo Ramírez y varios otros, hasta completar una lista de cuarenta.
Se pueden tomar mil fotografías y no conseguir una sola que muestre algo que valga la pena mirar. No hay un mundo “objetivo” allí afuera: es la mirada del fotógrafo la que construye lo que se observa en la foto. Freire ha logrado expresar eso de manera contundente: sus imágenes dan cuenta, de un solo golpe de ojo, de la singularidad de cada modelo. A pesar del amplio abanico de profesiones, estilos y edades, el artista consiguió que cada una de las personas retratadas muestre, casi descarnadamente, su mundo propio.
Silvia Molloy nació para abrazar a ese gato. Leopoldo Brizuela vive debajo de ese paraguas. Fernando Noy surge, cual Venus cimarrona, de un cortinado. Raúl Escari es así: ese cruce de piernas, ese gesto, esa luz, esa mano. Bruno Bordas parece rezar un rosario antes de una fellatio. Naty Menstrual y Maiamar toman el té todas las tardes en Las Violetas. Hay una empatía en la imagen que hace de cada personaje el protagonista perfecto de la historia que nos cuenta.
En estas fotos, Sebastián Freire no muestra un estilo. Carecer de estilo es un lujo que pocos (y en pocas ocasiones) se pueden permitir. Es uno de los límites del arte. En esta muestra (la más madura de todas las que ha realizado), Freire se permitió ese desborde. Es ese exceso el que le permite mirar a cada retratado hasta más allá de lo visible y develar lo que de otra manera no podríamos ver. Bajo esa mirada enamorada, cada uno de los retratados se ve único y especial, como si el mundo se hubiera hecho para que cada uno de ellos fuera feliz.

Formas de vida
Centro Cultural Rector Ricardo Rojas, Corrientes 2038.
De lunes a sábados, de 9 a 20 hs.
Hasta el 30 de noviembre.
Entrada gratuita.

sábado, 27 de noviembre de 2010

Rutas argentinas

Por Daniel Link para Perfil

Participo de los ideales de una generación formada en la “religión de la obra pública”: mis excursiones escolares me llevaron a visitar acerías, plantas nucleares, centrales hidroeléctricas y todo aquello que contribuyera, siquiera imaginariamente, a sostener la grandeza de una nación.
De modo que mi percepción de la realidad está flitrada por esos aprendizajes infantiles: me emocionan las vías de comunicación, los diques, los centros de producción y distribución energética. Soy como un Fausto criollo y, aunque soy consciente de las limitaciones de una perspectiva semejante, no dejo de notar los “progresos” con los que me cruzo.
Me gusta viajar por Argentina en auto. Me permite hacerme una idea más cabal del “interior”, sus anhelos y sus imposibilidades. He estado, en las últimas semanas, en General Villegas, Santa Fe, Paraná, Coronel Pringles.
No debería generalizar, pero lo hago: da la impresión de que la “obra pública”, ese motor de las economías, no se distribuye regularmente entre las provincias. En Rosario, debimos sufrir la pesadilla (amortiguada porque uno es capaz de imaginar un futuro mejor cuando la obra esté terminada) de atravesar una ampliación de la autopista de circunvalación de la ciudad. En Santa Fe, estaban duplicando los carriles que conectan con el túnel subfluvial.
En cambio, la conexión de la autovía de la ruta 3 (San Miguel del Monte-Cañuelas) con la autopista Ezeiza-Cañuelas es un desastre incomprensible: son sólo 7 kilómetros y medio que deberían, a esta altura del partido, estar integrados al sistema de autopistas de altísima circulación de la zona, que la desidia de los gobernantes ha transformado en un campo de batalla. Y el tramo de ruta 226 que une la capital del cemento con Coronel Pringles está, desde hace cuatro años, abandonada a la erosión natural (eso sí, peaje incluido). La imprescindible autopista Presidente Perón (continuación de la autopista del Buen Ayre), que esperamos desde hace diez años, todavía espera fecha de realización.
No sé quiénes son los responsables de inequidades semejantes, pero es raro que lo que en un lado puede hacerse, en otro no.

viernes, 26 de noviembre de 2010

Invitación





Beatriz Viterbo Editora
invita a la presentación del libro

El efecto Libertella

Compilador Marcelo Damiani
Escriben Marcelo Damiani, César Aira, Ricardo Strafacce, Damián Tabarovsky, Laura Estrin, Ariadna Castellarnau, Jeremy
Munday, Martín Kohan, Maximiliano Crespi, Martín Arias, Raúl Antelo, Ariel Idez, Alan Pauls, Tamara Kamenszain.

+info

Palabras a cargo de Rafael Cippolini

La cita es el sábado 27 de noviembre a las 19 horas en el bar Varela Varelita.
Scalabrini Ortiz y Paraguay · Ciudad Autónoma de Buenos Aires

Beatriz Viterbo Editora
tel
(+54+341) 425 6909 · mail info@beatrizviterbo.com.ar · web www.beatrizviterbo.com.ar
Rosario · Argentina

Prensa Guadalupe Salomón · (+54+11) 4952 1740 / 153 258 8501 · lupes99@hotmail.com
Buenos Aires · Argentina

Doble de mega

Hace unas semanas, en Brasil, una reclame televisiva nos sumió en la angustia más profunda: ofrecían servicio de conexión de banda ancha no de 5 megas (el mínimo), ni 10, ni 20, sino de ¡100 megas!
Por supuesto, sabemos que en Argentina existe una oferta de 20 megas, pero no es para consumo domiciliario, de modo que volvimos de las velocidades del capitalismo del norte como quien vuelve a los ejes de su carreta (además, nos habían dicho que nuestro proveedor de Internet tenía los días contados).
Pocos días después de nuestro regreso, nuestro servicio de televisión por cable nos anotició de que no sólo no habría de desaparecer la empresa que nos provee de conexión fibrosa sino que, para mejor contenernos, podíamos acceder a 6 megas (¡el doble de lo que teníamos!). Ni cortos ni perezosos contratamos de inmediato el servicio. ¿Para qué? Muy bien no sabemos, todavía, pero por lo pronto ahora podemos bajar lo que nos plazca mientras (¡multitasking!) seguimos enviando correos electrónicos y mirando videos en youtube sin que colapsen las computadoras que usamos.
Ya veremos qué saldrá de bueno de todo esto, pero queríamos velocidad brasileira. Y la tenemos. ¡Qué se creen esos patasucias!

jueves, 25 de noviembre de 2010

Gratitud

por Oliverio Girondo

Gracias aroma
azul,
fogata
encelo.
Gracias pelo
caballo
mandarino.
Gracias pudor
turquesa
embrujo
vela,
llamarada
quietud
azar
delirio.
Gracias a los racimos
a la tarde,
a la sed
al fervor
a las arrugas,
al silencio
a los senos
a la noche,
a la danza
a la lumbre
a la espesura.
Muchas gracias al humo
a los microbios,
al despertar
al cuerno
a la belleza,
a la esponja
a la duda
a la semilla
a la sangre
a los toros
a la siesta.
Gracias por la ebriedad,
por la vagancia,
por el aire
la piel
las alamedas,
por el absurdo de hoy
y de mañana,
desazón
avidez
calma
alegría,
nostalgia
desamor
ceniza
llanto.
Gracias a lo que nace,
a lo que muere,
a las uñas
las alas
las hormigas,
los reflejos
el viento
la rompiente,
el olvido
los granos
la locura.
Muchas gracias gusano.
Gracias huevo.
Gracias fango,
sonido.
Gracias piedra.
Muchas gracias por todo.
Muchas gracias.
Oliverio Girondo,
agradecido.


lunes, 22 de noviembre de 2010

Big Brother

Como todas las grandes ciudades del mundo, Coronel Pringles tiene cámaras de seguridad en la via pública. A diferencia de la mayoría de ellas, Pringles emite en directo y en loop las capturas de esas cámaras por un canal de cable, que puede verse por el sistema de televisión local. Dos cámaras están en la plaza del Centro Cívico, una cámara da sobre la fachada de la Asociación Española, otra sobre el Banco Nación, otra sobre la vereda del Hotel Pringles. Y cualquiera puede ver desde su casa lo que pasa y quienes pasan frente a esas cámaras.
Una noche, por ejemplo, vueltos de la cena, sintonizamos ese canal, ya adictos a su buchonería. Y vimos que regresaban a su casa de la calle Stegmann, con paso perezoso, Arturo Carrera, Chiquita Gramajo y dos amigos franceses que los visitaban.
Como se daba la circunstancia de que varios artistas de distintas disciplinas y escuelas teatrales estuvieran de visita en la localidad, ideamos una intervención urbana: ante cada cámara sucedería un episodio de sociabilidad urbana: enfrente del Banco Nación, a una anciana le robarían la cartera; en un recoveco de la Asociación Española se entrevería a un hombre mayor practicándole sexo oral a un joven poeta; frente al Hotel Pringles, un hombre tirado en el suelo (¿mendigo, herido, enfermo?) pediría ayuda a los indiferentes paseantes que con él se cruzaran; una joven pareja se pelearía ferozmente frente a la cámara del Palacio Municipal...
La sincronización era un aspecto importante, porque las imágenes no duraban más que diez segundos y entre una y otra emisión en tiempo real había treinta segundos durante los cuales no tenía mayor sentido que nada sucediera, si es que queríamos aprovechar el dispositivo ánóptico que se nos presentaba de regalo, pero con los teléfonos celulares que cada uno tenía consigo alcanzaba para eso.
Además de una filmación y el registro fotográfico de la experiencia, se grabaría la emisión del canal 22 de cable.

sábado, 20 de noviembre de 2010

Conducta en los velorios (3)



Y buah... esta gente no da puntada sin hilo... y hasta de un velorio hacen un casting...
(Gracias, Diego)

Yo fui un muerto vivo

Por Daniel Link para Perfil

Me pasa una vez al año, por lo general en primavera o verano: me dominan una fiebres locas, sin razón aparente, que me hacen castañetear los dientes, temblar, gruñir, transpirar hasta la deshidratación cuando la fiebre baja y devorar todo cuanto me ponen sobre la bandeja: paquetes enteros de galletitas, fuentes ahítas de fideos con manteca, kilos de arroz con huevo frito y bidones de sopa (la dieta de mi enfermedad).
Ya no voy al médico porque nunca sé muy bien qué responder cuando me interrogan sobre las posibles causas y, como me dejan “en observación”, abandonado a mi suerte en una camilla de una guardia, la “investigación científica” es peor que la enfermedad.
Yo, de todos modos, ya sé lo que pasa: durante esos dos o tres días de fiebre me he transformado en un muerto vivo (quiero decir, me comporto como tal: gruño y devoro, tiemblo y ataco, huelo mal y apenas si puedo caminar para ir al baño. De abrir puertas, ni hablar).
En el fondo, todos los estados de enfermedad se relacionan con situaciones de pérdida radical de humanidad. La tuberculosis (la palidez, la transformación nocturna, la hiperestesia, el sabor metálico de la sangre en la boca), lo sabemos, es como un devenir vampiro. ¿Y no es la indisposición mensual del hombre ligada a los ciclos de la luna (sobre la cual la ciencia ha escrito poco y nada) como un devenir lobo o lobizón?
Como el ser humano no puede tolerar la muerte, inventó las religiones (es decir, los mitos). Como, además, vive mal su enfermedad (que nunca es propiamente “suya”, sino del mundo, que por la vía de la enfermedad lo captura y lo aniquila), pone a la literatura en ese lugar de malestar donde los átomos de vida se conectan con formas nuevas, con una potencia que transforma el malestar en un pueblo nuevo o en una raza de mestizos.
El mundo es el conjunto de síntomas que atan la enfermedad al hombre. Y la escritura es eso que transforma la enfermedad en salud, es una iniciativa de salud, una posibilidad de vida.
¿Deliro de fiebre? No: vengo a advertirles que nosotros, los muertos vivos (Dead Set, TheWalking Dead ), dominaremos el mundo.

miércoles, 17 de noviembre de 2010

martes, 16 de noviembre de 2010

Carta de un lector a otro

Querido Daniel:

Un día dijeron tu nombre. Creo que fue Ana, ya me olvidé qué dijo de vos (ya nos podemos imaginar), pero fue lo justo y necesario para que saliera de esa clase y fotocopiara tu apunte: un capitulo de Cómo se lee. Hablabas de Rayuela, la novela que no leí. Y que a modo de capricho, siempre me doy el lujo de dejarlo claro “me hablaron tanto de Rayuela que siento como que la hubiera leído. El problema es que no la leí, y eso es lo que me impide leerla”. Vos hablaste de la ciudad, algo que suele desvelarme, de su derecho, del lugar de una ciudad para un cuerpo con cierta lógica (o texto) como el de Trépat. Y ahí todo ocurrió: una destrucción, una fuga de lo que se “es”. No sé, te hice archivo, te inscribí. Y sos el único argumento por el cuál la leería.
No faltó tiempo para que otro profe, Germán, dijera: “Se dieron los permisos para buscar los restos de Lorca, y Link ya se metió en eso, ¿lo conocen chicos? – yo asentí- es el tipo, que para mí, mejor leyó a Barthes en Argentina”, dijo Germán. Abrí los ojos, escanee el suceso y otra marca.
Así, en secreto, empecé a leerte en tu blog. Hablando de Cristina, de la herida de los discursos, de Antelo, de ciertas películas hollywoodenses que exploran otros vínculos sexuales y escapan del dispositivo clasificatorio. Siempre lo mismo, ese cierre ambiguo, con estilo, que uno lee y lee, y es pura trampa, puro eufemismo, pura risa y compromiso. Me río tanto cuando te leo y logro entender a tus troles. Todo este romance textual terminó de cerrarse (o abrirse fatalmente) cuando te vi (o mejor, te escuché, tu voz) en las jornadas de literaturas comparadas. Y vos, hablaste de las sirenas, esos monstruos. El fantasma.. la mujer gallina que devino en mujer pescado, de las plumas a las escamas. Todo un corpus que abrías desde propuestas tan claras, a lo Link.
No quedó otra; ante el acontecimiento de Fantasmas tuve que entregar mi economía sin parpadear: “me lo llevo” le dije a un librero.
Lo leí, lo leo, Daniel. Y no puedo dejar de pensar que tu escritura es una fantasmagoría. Algunos dicen que es sólo cosa mía, pero no puedo evitar encontrarme con la destrucción de mi ser, con ese canto “terrible” o esa pura promesa, cuando te leo y digo ¡pero este tipo llegó a hasta acá y no dice nada! Tanta promesa, ¿para qué? Y de repente como un cataplum, un satori decís vos, aparece esa mínima diferencia, lo impensable: lo veo, lo escucho…
Encuentro alivio, cierto consuelo. Porque termino en des-astre de mí. Yo (astrum), estela también, en disgregación y envío constante, de constelación a constelación. Me tranquilizo cuando me venís con el ego-cum, mecum o nobiscum, hablandome del “yo”, esa fantasmagoría para vos. Dejémoslo todo en la imaginación, como centro en que la memoria se organiza, como desplazamiento epistemológico, en fin, la política del fantasma: cuyo principio constitutivo es la calificación, y la desclasificación. Lo indeterminado decís en relación con el principito. Fuerza desintegradora, voz, no lenguaje: voz, no lenguaje. Dice link: las sirenas no cantan nada, o mejor cantan justamente la nada:

Lo que se deja leer en la literatura actual, en los textos que amamos, es un anuncio de esa amistad estelar en la cual “yo” nunca es “yo” pero nosotros somos todos y ninguno. Con gran ligereza, nos hemos acostumbrado a asociar el “yo” al testimonio y hemos asimilado la vivencia y la experiencia, como si se tratara de lo mismo. Tal vez ha llegado la hora de decir no una vez más que “yo es otro” sino que “otro es yo”.


De un amigo estelar, para un fantasmita desclasado te com-sento, como mi ego-cum, que a fuerza de imaginación me habilita a significar algo tan imaginado. Muchas gracias, Daniel

Carlos Leonel Cherri

lunes, 15 de noviembre de 2010

Gore

Siempre son mejores (salvo excepciones: Lost) los guiones de las series británicas que los de las yanquis. La sentencia se aplica tanto a las versiones de The Office como a las de Queer as folk, cuyas versiones made in usa no llegaron ni a los talones de los originales británicos.
Últimamente, incluso, los escenarios londinenses rinden mucho mejor que los escenarios neoyorkinos (esa ciudad ya tan irremediablemente decadente que es incapaz de ofrecer imágenes de ensueño): Doctor Who aprovechó bien esa circunstancia que hizo de Londres un set encantador y luego siguieron en la misma línea Holmes y Whitechapel (ya volveremos sobre ellas).
Comparemos dos ejemplos recientes, en la especie "muertos vivos" (que, de todas las posibilidades, es la más monótona y la más vulgar, sólo sostenida en el gusto plebeyo o infantil por las evisceraciones, la sangre derramada y asquerosidades semejantes): Dead Set y The Walking Dead.
En Dead Set sucede lo de siempre: hay una epidemia que transforma a las personas en máquinas de devorar (entrañas). Lo interesante de la producción británica es que pone a los sobrevivientes, a los que ignoran que está sucediendo algo fatal para la especie, en un set de televisión y, más específicamente, en el set de Gran Hermano, poblado al mismo tiempo por las personas más estúpidas que puedan soñarse en un canal de televisión y los productores más desagradables. Los episodios son de media hora y cada uno de ellos desarrolla, además de los pormenores de la trama principal, algún aspecto de la miserabilidad televisiva.
The Walking Dead, por su parte, elije a un actor inglés para que desempeñe al protagonista de la serie (como si no sólo las películas o las series fueran posibles en usa, sino directamente el sistema de estrellas) y, además, recae en el tópico más transitado del género: el policía Rick Grimes se despierta de un coma en el hospital y descubre que la catástrofe ya ha sucedido. Toda la apuesta de The Walking Dead (aburridos episodios de una hora) pasa por el maquillaje y los efectos, impresionantes de verdad y que, a fuerza de repetición, consiguen incluso algún momento conmovedor. Esa muerta viva sin piernas que se arrastra por el parque, hambrienta y sin poder alimentarse, en piel y huesos y apenas capaz de emitir sonido, a quien Rick le dice, antes de volarle los sesos de un escopetazo, "lamento que te haya pasado esto a vos", tal vez sea uno de los personajes mejor logrados (quiero decir: con más economía de recursos) de una serie que, por otro lado, es bastante burocráctica narrativamente, ha decidido no introducir ninguna variable nueva en ese universo de total monotonía (en Dead Set, al menos, los muertos vivos no saben abrir puertas, lo que es bastante lógico) y focaliza su atención en, ay, ay, ay, las relaciones humanas entre los supervivientes (el mejor amigo del comatoso recuperado se revuelca con su esposa, etc.).
Pero el problema nunca será (nunca es) la complejidad de la peripecia sino cómo ésta es resuelta (los diálogos, la escena, etc...), y en eso, The Walking Dead o se equivoca o es siniestra. Hay un sobreviviente blanco, desagradable hasta el tuétano, que hostiga a un negro diciéndole: "a ver si yo voy a tener que venir a recibir órdenes de un negro". Lo caga a golpes. El policía, el protagonista, interviene y lo esposa a un caño en una terraza, diciéndole: "ya basta con ese discurso de la supremacía blanca". Como luego tendrá que ir a someterse a no sé qué riesgo, le deja la llave de las esposas al negro, para que libere al white trash si no regresa.

Fatalmente, el negro se va a tropezar y la llave va a caer en el único caño de kilómetros a la redonda. O sea: algo de razón tenía el blanco y ya volverá (supongo) en capítulos siguientes, a señalar el hecho.


domingo, 14 de noviembre de 2010

Facebook y yo

No participo de Facebook, nunca tuve una cuenta en Facebook y nunca la tendré. Cada tanto, la curiosidad me lleva a pedirle a alguna persona de mi círculo íntimo (mis hijos, mi madre, mi marido) que me deje ver tal o cual cosa. ¿Hago trampa? Como no está en juego ninguna declaración de pureza, o promesa de abstención, creo que no. Pero además, las pocas veces que me he asomado a ese universo he sentido antes aburrimiento y miedo que otra cosa.
Aburrimiento, porque me importa más bien poco lo que sucede en ese alucinado mundito. Miedo porque si participara de las deliberaciones de facebook terminaría perdiendo el poco tiempo libre que me queda.
Facebook me hace pensar en mi propia vulnerabilidad.
Por supuesto, vi La red social, esa película (basada en un libro) sobre el "inventor" de Facebook. La película es mediocre y la historia carece de todo interés salvo en un punto: todos, absolutamente todos los personajes involucrados en los sucesivos juicios a propósito de la propiedad (intelectual, empresarial) de Facebook son tan desagradables que se entiende a la perfección que de mentes tan siniestras haya salido un producto tan amedrentador, o tan estúpido. Los mellizos (remeros y conchetos) que tienen la idea original no hacen uno entre los dos. Mark Zuckerberg, el desarrollador del proyecto (desempeñado por un malogrado Jesse Eisenberg, que no podrá recuperarse por haberle prestado su antipatía al personaje), es una rara mezcla de sociópatía, misoginia, misantropía y cara de culo. Su mejor amigo y primer financista sólo quiere pertenecer a uno de esos clubes o fraternidades exclusivas de las universidades norteamericanas. Sean Parker (desempeñado por Justin Timberlake), el inventor de Napster y "villano" del grupete, es el gran manipulador de todo el asunto y el que saca a Facebook de su alcance propiamente universitario (donde funciona en un comienzo).
Y basta. La película desarrolla, como puede, dos juicios paralelos a propósito de los cuales presenta unos desabridos flashbacks que pretenden convencer a la audiencia de que hay algo interesante alrededor de esta historia y en la vida de un nerd.
Pero desde la primera secuencia queda claro, cuando la chica le dice a Zuckerberg: es probable que triunfes en el mundo de la computación, pero siempre vas a pensar que las chicas te rechazan porque sos un nerd. Pero la verdad es que te van a rechazar porque sos un pelotudo. Dicho y hecho: Facebook, un invento pelotudo, no es sino la excrecencia de una mente idéntica a su deyección.

Escupiendo milagros

Detector USB de enfermedades venéreas

Por: Ariel Palazzesi para NeoTeo

¿Crees que puedes estar padeciendo alguna enfermedad de transmisión sexual (ETS)? Confirmar tus sospechas requiere de una vergonzosa visita al médico. Pero dentro de poco, bastará depositar una gota de saliva u orina sobre un dispositivo USB conectado a un teléfono móvil u ordenador -en la intimidad de tu hogar- para saber instantáneamente si realmente necesitas ir a buscar un tratamiento adecuado.

(gracias, F.C.)

sábado, 13 de noviembre de 2010

Orgullo y prejuicio

Por Daniel Link para Perfil

Unas locas australianas me contactan a través de los canales habituales en Internet: han venido especialmente para la 19ª Marcha del Orgullo Gay a Buenos Aires y, antes y después de ese acontecimiento famoso más allá de las fronteras (lo sin frontera), piensan entregarse al desafuero sexual en Kadú, el cogedero de moda. Aunque ya sabemos que Buenos Aires es “la San Francisco del hemisferio sur”, nunca dejará de sorprenderme la celebridad de nuestras carnes y nuestro movimiento (nuestras carnestolendas).



Les aseguré que estaría en la Marcha, porque si bien no puedo jactarme de asistencia perfecta (he faltado a varias, porque estaba de viaje), me gusta perderme en esa mescolanza de formas de vida, cada vez más abstractamente recodificadas en identidades jurídico-sociales (el elector, el trabajador por cuenta propia, el periodista, el estudiante, el seropositivo, el travestido, la estrella del porno, el padre, la mujer).



La Marcha fue (es), en principio eso: la coincidencia en el tiempo y el espacio de la negrada (suburbana) y los turistas (angloparlantes).



Se dio el caso de un chico (hermoso como una onza de cereal azucarado) que vino a disculparse por haber faltado al encuentro que Mario Bellatin había organizado ¡en Nueva York! para nosotros ¡hace más de un año!




Y por encima de esa colisión de multitudes excesivas, mucho más que otros años, las aves rapaces de la política (quiero decir: partidos, representantes, legisladores, funcionarios, el careteo vil) tratando de raspar el fondo de la olla para encontrar la moneda de reconocimiento que exigían a cambio de haber graciosamente apoyado la Ley de Matrimonio Universal que, de todas formas, iba a llegar por la más angosta vía, la judicial, y cuya sanción, en última instancia, se debe al movimiento. ¿Y qué desliz de la corrección política o de la culpa hizo encallar las buenas intenciones en ese pantano de misoginia, discriminación y reaccionarismo al agradecer la Ley no a la presidente en ejercicio durante su promulgación, sino al patriota muerto?
Lo que siempre fue una fiesta longitudinal con sus distintas pistas, una algarabía pura, un magma de tejido orgánico no diferenciado, se transformó en una caravana asquerosa de educación cívica.



¿A cuento de qué obligar a personas que se están besando mientras bailan a recordar a Cobos? ¿Es que las militontas carecen de otro goce que no sea el consignismo hueco y se acoplan al lorerío ramplón que ya ha sido denunciado desde el poder regente?

Qué nos importan la economía, el civismo, la legislación y la partidocracia si, desde la primera vez, vamos ahí para confundirnos en un solo beso, en un continuo de materia viviente, una vida desnuda portadora última de la soberanía.



Tomar a esa vida desnuda separada de su forma, en su abyección, por un principio superior (la soberanía o lo sagrado) es el límite del pensamiento militante, que lo hace inservible para nosotros, que queremos descansar un día, ese único día de fiesta, de los siniestros sistemas de categorización que nos tiran encima.


Fotos: Sebastián Freire

¿El secreto es el cuerpo?

por Ariel Schettini para Confesionario

¿Sólo hay secreto del cuerpo? Leo estas letras escritas en cuerpo Arial (cuerpo) y trato de pensar una confesión (es decir un secreto) que en mi caso es público. El cuerpo, el mío, debate público: ¿debería casarme o no? ¿Estoy obligado a casarme? ¿Para coincidir con la letra Arial y el cuerpo de mi secreto?
La confesión, entonces, no puede ser pública: necesita de un perverso que escuche. Quién podría entender el secreto de mi cuerpo sino un perverso que comprenda el via crucis de mi cuerpo, de todos los cuerpos y su secreto.

La confesión en la cabeza del confesado es su cuerpo, pero en la del confesor (cecilia y su cuerpo) ustedes, esta noche que hacen de un escucha moral es imposible. Sólo voy a decir en Arial y en su cuerpo una sola cosa esta noche. Mi cuerpo es imposible. O en una forma agramatical: mi cuerpo está enloquecida. Dije malas palabras (es decir contrarié la gramática y su uso) y tuve pensamientos impuros (tampoco eran mios; eran de los que me los metieron en el cuerpo en mi cabeza, en el pensamiento). Por ejemplo: Daniel.

Lo conocí del peor modo: Yo organizaba una revuelta en su contra (con otros delegados) y él me invitó a tomar un café. En la misma semana me di vuelta (actos impuros, contaminados) me enamoré de él y deshice la revuelta. Me enseñó griego, de ahí mi erudición sobre Jenofonte y la expedición de los diez mil, y Catulo.

Leímos juntos a Joyce, a Cristina Peri Rosi, a Dante, a Bioy. Era amigo de Bioy Casares. Más que amigo. Cada vez que comía con Bioy y su esposa volvía fascinado. Ayer comí con Adolfito. Hablamos de caballos, del campo, de Borges… Anoche Adolfito me felicitó por mi traducción de Catulo… De acuerdo con sus ideas, Adolfito lo amaba y el amor era recíproco. En su voz Adolfito celebraba sus logros, sus ideas, su modo peculiar de hablar (Adolfito, según él adoraba su modo viril de presentarse). Hablaban del horror de la gente que discrimina, hablaba con Adolfito y Silvina de la belleza de caminar por lo barrios de Buenos Aires. Comentaban lo hermoso que era, por ejemplo, un día pasear por el barrio de Pompeya…

Pocos meses después de conocerlo viajó a Francia a hacerse un chequeo con su médico. Volvió bastante flaco y demacrado.

Me enseñó griego (aún puedo conjugar cualquier verbo y declinar cualquier palabra de la lengua) y el juego de las lágrimas. Me enseñó la maravilla de vivir en un mundo sin ley ni estado ni las instituciones que regulan los vínculos: lo que se llamaba ser gay.

Era el año 1986. Rock Hudson. Terapias en Francia. No tuve que leer mucho, apenas una nota en la revista Gente (así de mundana era mi erudición) que explicaba: la peste rosa, y lo confronté.

¡Vos tenés la peste rosa Hijo de Puta!, le dije, en el tono indolente con el que un amante reprocha una infidelidad. Y le pedí explicaciones de sus viajes a Francia. A Daniel casi le da un ataque de la risa. Él era viejísimo, tenía 27 años, y yo 19.

Me dio explicaciones. Efectivamente tenía un cáncer en la sangre, que no tenía vínculo alguno con ninguna peste rosa. Pero era severo, crónico y tratable al mismo tiempo.

Lo obligué a abandonar a todos sus novios a todos sus vínculos y a tener una relación de exclusividad conmigo. La peste nos monogamizó. Pero, por suerte, estábamos salvados por nuestro amor. Él tenía una enfermedad crónica, y yo creo que lo amé un rato. Poco tiempo después lo abandoné por aburrimiento y porque un solo novio me parecía poquísimo. Él lentamente volvió a sus comidas semanales con Silvina y Adolfito, yo a mis otros amigos. En incontables llamadas telefónicas, comenzó a hacer el papel del amante despechado, que sentí profundamente antierótico, y lo dejé de ver. No terminé mi aprendizaje de griego, pero sí mi aprendizaje de loca. Él me había venido con la noticia de que ser gay era ser libre y, finalmente me liberé de él también.
En octubre de ese año me llamó un amigo en común para avisarme que había muerto. La enfermedad que lo acosaba (esa especie de diabetes) lo había dejado ciego y aún así salió de su casa para que un auto lo cruzara en la calle Cabildo y lo revoleara por el aire. Así nombro su cuerpo, en letra Arial hoy, su cuerpo ciego ante la muerte, volando por el aire, enfrentando la posibilidad de ser todo pasado en mi vida, su marca en la página apenas en blanco de mi cuerpo. Y que, como todos los cuerpos a cuyo secreto nos asomamos deja en nosotros una marca indeleble, una marca crónica: su secreto.

Once años después se murió Bioy Casares. Recuerdo que ese día, yo ya era mayor que Daniel. Ahora él era un niño y yo un hombre de más de treinta. Pensé en ambos con ternura distante, con la vaga memoria de un relato de cenas y reuniones mentadas entre sábanas, con el desprecio miedoso que dos hombres enamorados tienen por el resto del mundo. Hace poco, un amigo, Daniel Molina, me lo definió a Bioy completamente: La única persona de las letras argentinas que pudo ser malo, siniestro, misógino y no ser inteligente. Pero el Daniel anterior lo adoraba, lo reverenciaba, le profesaba un afecto inconmensurable , le prodigaba una devoción ilimitada…

Hace un tiempo tenía que hacer tiempo en la calle. Como estaba aburrido decidí entrar a una librería y comprar un libro cualquiera. Compré Descanso de caminantes
de Bioy Casares. El subtítulo es Diarios íntimos. Seguramente está, como se dice en inglés, boulderizado (es decir, recortado para que la lectura no manche la memoria pública), seguramente, el recato y el pudor le impidieron a él mismo decir cosas que sabía que tarde o temprano serías públicas. ¿Para que se tiene un diario sino para nombrar lo que es posible? ¿y para que se lo mantiene, sino para decirse a uno mismo: tengo un secreto en el cuerpo? Seguramente, por efecto de sus editores se borraron los pasajes que podrían dañar la memoria de sus allegados, parientes, amigos, hijos, novias, esposas, colegas, compañeros de equipo en el tenis o en el polo, secretarios obedientes, amantes sumisas.
Seguramente se moderaron palabras soeces, o dañinas, se limaron los epítetos ásperos, se dejó apenas en sus 500 páginas aquellas palabras que alimentan el mito o la verdad de lo que sabemos sobre Bioy y su cuerpo (sobre Bioy y su secreto): Dandy mujeriego, amante incólume, amigo de sus amigos, honesto y poco pretencioso, Millonario y culto, levemente frívolo para confirmar la hondura de su reflexión, narrador de tramas secretas, hombre abierto para el elogio, adorador de las masas consumidoras de cultura, gorila, empaquetado, nochalante y divertido.

Póstumamente, el libro lo confirma todo y, además, entre sus páginas de celebración de la imagen del escritor argentino, en la página número 449, escucho que el fantasma muerto de Bioy Casares me manda un mensaje.

Repentinamente veo en ese cúmulo de maledicencia y pavada cotidiana una carta que me manda desde la ultratumba Bioy Casares, a quien jamás en mi vida conocí, pero que me ve desde las páginas de un libro y me dice:

Hoy murió Daniel Bengoa, amigo de Silvina. Homosexual, bastante culto, muy amanerado, que pedía aclaraciones sobre afirmaciones como “Lindo día” (“¿A usted le parece?” –preguntaba- “¿por qué?”). Era joven. Eligió (muy bien) los textos para páginas de ABC elegidas por el autor (yo, por descreer de todo proyecto, no me daba el trabajo de elegirlas). En una ocasión viajó en taxi, con Jorge Cruz, a Pompeya (en la ciudad de Buenos Aires). “A medida que nos alejábamos del Barrio Norte”, explicaba, “la gente se volvía más chica y más fea”. Enfermo de Sida, murió atropellado por un automóvil. Silvina fue una de las personas que invitó al entierro en el aviso publicado en La Nación. El pobre Bengoa fue la primera persona enferma de SIDA que he conocido; quiero decir, conocido mío, de cuya enfermedad tuve noticia."

Trato de salir de mi espanto y casi no puedo pensar, casi no puedo seguir las letras que se me desdibujan en la página, no puedo volver a leer ese nombre y el modo despectivo, distanciado, con el que es adjetivado. Vuelvo a leerlo ahora por segunda vez y me da tristeza pensar que el afecto de Daniel no era correspondido y se lo consideraba con la misma ligereza con la que se escucha hablar a cualquier loca. Todo lo que diga o no diga, haga o no haga, no importa: es inconsistente porque es llevado y pronunciado desde el inconsistente cuerpo de una loca. Eso era Daniel: una loca. Sus tonos y sus inflexiones amaneradas llegaban antes que cualquier traducción de Jenofonte. Y la repugnancia que generaba su voz (engolada, femenina y temerosa de su secreto) era anterior a cualquier sentido de sus palabras.
Pero lo que él nunca supo (¿o sí lo supo?) es que era más que una loca: una loca perdida. Ni siquiera las personas que amaba (Bioy, yo mismo) lo soportamos finalmente. Y entonces, ciego y perdido se enfrenta una tarde divina de octubre de 1987 a la Avenida Cabildo para que su cuerpo de un salto final en el aire. Ahora, enceguecido por la enfermedad, enmudecido por la sociedad y enloquecida por el secreto, finalmente, Daniel puede hablar. En una lengua indeleble y muerta, como el griego, nos dice a Bioy que es la primera persona que el conoció con Sida y, a mí, que es el primero en una larguísima lista que se escribió en los años de hospitales, cementerios, de gritos desesperados de las que se aferraban a la vida, de marcas indelebles en el cuerpo, de secretos y de confesiones, de agonías y de resucitaciones, de positivos y negativos, de análisis y de teorías, que vuelven la estupidez de una loca perdida y sus preguntas banales un problema metafísico:
Efectivamente, a veces recuerdo el episodio y, como la loca que me enseñó aquellas cosas cuando alguien dice “lindo día”, le respondería como quien reza una cantidad de avemarías y otra cantidad de padrenuestros, como quien salda la culpa de un salto al vacío, yo mismo, enceguecido o deslumbrado ante la luz del día: “¿A usted le parece??? ¿Por qué?”