sábado, 19 de abril de 2014

Humanissima trinitas


por Daniel Link



Coloquio internacional “Espacios de memoria en el cono sur: nuevos afectos, nuevas audiencias. Diálogos transculturales en el duelo” organizado por Universidad de Tres de Febrero y University of East London en el marco del Programa de Cooperación Internacional de la British Academy (Buenos Aires: 27 y 28 de marzo de 2014). Texto leído como comentario de la Intervención-Instalación de Albertina Carri “Aquí estoy, todavía, disparando 24 cuadros por segundo”.


Hace diez años Albertina lanzó al presente Los rubios, que lo atravesó como una flecha de amor envenenado y quedó allí, en el corazón abierto del mundo, no tanto como un hecho de cultura sino como una palpitación exterior que garantiza que lo que vive todavía no muera nunca.
No hace falta referirse a esa película que aniquila nuestra tolerancia para con todas las demás. Ni tampoco al libro que forma parte del mismo acontecimiento. Hoy Albertina nos entrega una tercera pieza de pensamiento de esa compleja meditación (“parte de un plan”, declara ella) llamada Los rubios de la que, con coquetería, dice no entender por qué la idea que la desencadenó sigue suscitando curiosidad y sus respuestas, adhesiones o enconos.  
El plan de consistencia del que la película Los rubios, el libro y esta instalación forman parte nos han modificado tan profundamente que nos obligan a analizar el modelo antropológico que le habíamos supuesto pero que ahora aparece con una claridad que nos deja sin aliento.
¿Qué subraya ahora Albertina en “Aquí estoy todavía disparando 24 cuadros por segundo”?
Subraya el fantasma y “el punto de luz que recuerda la falta”. El recuerdo y la falta (la falta del recuerdo, el recuerdo de la falta) son los estribillos que puntúan esta canción escrita a a partir del emborronamiento de unas imágenes y su pase al registro sonoro: contra la tiranía de las imágenes, Albertina se vuelca hacia “el poder de la música”. En ese pase aparecerán, se nos dice, “recuerdos de felicidad compartida” y “una complicidad entre nosotras que yo desconocía”, “la escucha primitiva” (en el vientre materno) que la Historia, con su crueldad infinita y estúpida, transformó en una “distancia que ella sabía que sería irreparable”. Albertina también subraya las cartas de su madre, “el libro que Ana María no pudo escribir”, los libros que la madre le recomendó que leyera (“apenas veinte libros”), las cartas escritas como el fantasma del libro que no pudo ser (“porque era la mujer de un prometedor intelectual”) o que es, recién ahora, cuando la hija criptógrafa revela el sonido de la letra.
Lo que subraya Albertina, sobre todo, es una semiología antropológica que prescinde del Nombre-del-Padre (o lo descalifica como significante princeps) y pone en su lugar “el nombre de la madre desaparecida”, la falta: una semiología de lo líquido, de lo materno, de lo subalternizado. 

El texto completo, acá
 

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