martes, 30 de junio de 2015
domingo, 28 de junio de 2015
sábado, 27 de junio de 2015
El error Randazzo
Por Daniel Link para Perfil
A veces se equivoca tanto la Sra.
Fernández... Pienso en la última Cumbre de las Américas, cuando un
presidente norteamericano dijo “Que el presidente Raúl Castro y yo
estemos sentados aquí es un momento histórico para el continente",
mientras la Sra. Fernández se dedicaba al recuento de ocurrencias
pretéritas: “Perón decía que se vuelve de cualquier lugar, menos
del ridículo. Y es ridículo considerarnos una amenaza". El
Ministerio de Relaciones Exteriores le había dictado esas líneas de
compromiso con un régimen que tiene compromisos con otros regímenes,
pero ese desvío de la atención de lo que estaba sucediendo fue un
error conceptual tan penoso como el que fundamentó, durante una
década que recordaremos con cierta confusión, una política
económica organizada alrededor de la figura del hombre endeudado.
La
adhesion de la pequena burguesía al capitalismo, su carácter
fundamental del actual sistema “democratico” se sustenta en la
creencia de que es posible una vida de holgura a credito (por qué
no se aplica el mismo concepto a los países, no se sabe). Pero el
sistema capitalista, en su trance actual, ya no estáen condiciones
de proponer esa vida a credito de manera sostenida y duradera. El
problema es que somos incapaces de imaginar un modelo de intercambio
que se diferencie de ese sistema dominante, y en esa incapacidad se
funda la actual crisis mundial.
Durante
la celebración del día de la bandera, la Sra. Fernández se dejó
llevar hacia otros lugares oscuros de pensamiento, reivindicando
“política y Estado para hacer pueblo y Nación” (confusión
típica del peronismo, que no casualmente se identifica con los
peores momentos de Hegel, que son muchos). La tarea del Estado es
formar ciudadanía para que ésta, por su cuenta, se organice
políticamente y haga lo imposible: pueblo (o Pueblo). “Ser Uno
Solo”, como quiere la Sra. Fernández, es, sino una fantasía
concentracionaria, una vez más el delirio del Espíritu buscando su
emancipación. Pero no seamos injustos: este último enunciado, como
la mitad de los que públicamente pronuncia por cadena, están
dirigidos a los peronistas de la interna, particularmente a aquellos
enojados por el asunto Florencio.
Vivo
como un error grave haber obligado al Sr. Randazzo a un
renunciamiento que es, al mismo tiempo, la negación de la
institucionalidad tan cacareada y que, además, me priva del único
regocijo político compartido con mi madre: los dos queríamos a
Randazzo (aunque tal vez por diferentes motivos). Yo por su cabello
crespo y su nombre, ambas características tan de principios del XX.
Y por la amorosa ingenuidad de creer que, en el movimiento peronista,
la eficacia de gestión tiene algún valor. Que en paz descanse.
Hegeliana
(pero nunca de izquierda), fanática de los deudores (pero no del crédito), desconfiada (pero nunca sobre sus propias razones),
pragmática: no sé cuál vicio de pensamiento es peor. Tal vez ya no
importe.
viernes, 26 de junio de 2015
lunes, 22 de junio de 2015
domingo, 21 de junio de 2015
sábado, 20 de junio de 2015
Un libro, todos los libros
Por Daniel Link para Perfil
Habitualmente no presento libros (propios o ajenos). Pero es tanto el amor y la admiración que me unen a la Obra Reunida de Arturo Carrera que no pude reprimir el deseo de interrogarla en público: ¿Por qué se llama Vigilámbulo? ¿Por qué los libros están dispuestos en un orden invertido, desde el más nuevo, Vigilámbulo, hasta el más antiguo, Escrito con un nictógrafo?
El gesto de hacer retroceder el tiempo nos impulsa hacia el ritornello, esa figura de pensamiento que tanto tiene que ver con el ciclo artúrico de la poesía, que es como decir la poesía a secas, puesta bajo el emblema de una casa poética (la casa de Arturo). Vigilámbulo escribe el nombre de Deleuze en la portadilla del libro que no duerme ni dormirá nunca, y con él nos dice que no hay repetición de cualidades o de sensaciones porque la repetición es la diferencia sin concepto, es decir, repetición para si misma. Cada uno de los libros de Arturo, separadamente, decía eso a gritos y ahora, en la espléndida edición en tres tomos de Adriana Hidalgo, llegamos el meollo del asunto.
¿Qué es el vigilambulismo? Ese estado de automatismo ambulatorio con desdoblamiento de la conciencia que se parece y no se parece al sonambulismo. Un nombre traído de la psicología experimental del siglo XIX para designar la experiencia poética de Artaud, la experiencia cinematográfica de Resnais, la experiencia pictórica de Bacon y la experiencia de pensamiento en Beckett, algo del orden de la fisura, de la hendidura, eso que otros han llamado síndrome de Elpénor, ese marinero niño y tonto que se rompe la cabeza al caerse de las altas camas de Circe, el primero que Odiseo encuentra cuando baja a los infiernos y el primero que Ezra Pound hace hablar al comienzo de sus Cantos.
Brutalmente despierto, el vigilámbulo, que nunca duerme, entra con los ojos abiertos en el mundo de los sueños y, como el poeta, somete el sueño a un tratamiento diurno. Eso es lo que caracteriza el tratado de las sensaciones que Arturo fue escribiendo a lo largo de veinte libros cada uno más hermoso que el otro y que ahora Teresa Arijón ha dispuesto para nuestro banquete y nuestro regocijo en función de retroceso.
Leo en Vigilámbulo, este extraordinario regalo que nos hacen Arturo, Teresa y Adriana Hidalgo, una danza como de polillas que se acercan peligrosamente al fuego: In girum imus nocte et consumimur igni (Giramos en la noche y nos consume el fuego).
Habitualmente no presento libros (propios o ajenos). Pero es tanto el amor y la admiración que me unen a la Obra Reunida de Arturo Carrera que no pude reprimir el deseo de interrogarla en público: ¿Por qué se llama Vigilámbulo? ¿Por qué los libros están dispuestos en un orden invertido, desde el más nuevo, Vigilámbulo, hasta el más antiguo, Escrito con un nictógrafo?
El gesto de hacer retroceder el tiempo nos impulsa hacia el ritornello, esa figura de pensamiento que tanto tiene que ver con el ciclo artúrico de la poesía, que es como decir la poesía a secas, puesta bajo el emblema de una casa poética (la casa de Arturo). Vigilámbulo escribe el nombre de Deleuze en la portadilla del libro que no duerme ni dormirá nunca, y con él nos dice que no hay repetición de cualidades o de sensaciones porque la repetición es la diferencia sin concepto, es decir, repetición para si misma. Cada uno de los libros de Arturo, separadamente, decía eso a gritos y ahora, en la espléndida edición en tres tomos de Adriana Hidalgo, llegamos el meollo del asunto.
¿Qué es el vigilambulismo? Ese estado de automatismo ambulatorio con desdoblamiento de la conciencia que se parece y no se parece al sonambulismo. Un nombre traído de la psicología experimental del siglo XIX para designar la experiencia poética de Artaud, la experiencia cinematográfica de Resnais, la experiencia pictórica de Bacon y la experiencia de pensamiento en Beckett, algo del orden de la fisura, de la hendidura, eso que otros han llamado síndrome de Elpénor, ese marinero niño y tonto que se rompe la cabeza al caerse de las altas camas de Circe, el primero que Odiseo encuentra cuando baja a los infiernos y el primero que Ezra Pound hace hablar al comienzo de sus Cantos.
Brutalmente despierto, el vigilámbulo, que nunca duerme, entra con los ojos abiertos en el mundo de los sueños y, como el poeta, somete el sueño a un tratamiento diurno. Eso es lo que caracteriza el tratado de las sensaciones que Arturo fue escribiendo a lo largo de veinte libros cada uno más hermoso que el otro y que ahora Teresa Arijón ha dispuesto para nuestro banquete y nuestro regocijo en función de retroceso.
Leo en Vigilámbulo, este extraordinario regalo que nos hacen Arturo, Teresa y Adriana Hidalgo, una danza como de polillas que se acercan peligrosamente al fuego: In girum imus nocte et consumimur igni (Giramos en la noche y nos consume el fuego).
viernes, 19 de junio de 2015
jueves, 18 de junio de 2015
miércoles, 17 de junio de 2015
¿Curva de histéresis magnética?
por Daniel Link para Arturo Carrera
Animula, vagula, blandula
Hospes comesque corporis
Quae nunc abibis in loca
Pallidula, rigida, nudula,
Nec, ut soles, dabis iocos...
¿Por
dónde entrar en Vigilámbulo?
¿Es un rizoma, es una madriguera? ¿Nos convendrá entrar por sus
últimas páginas, para reinstalar la idea, un poco tonta, de
progreso-de-obra en relación con el progreso-de-tiempo o, como han
querido Arturo y Teresa Arijón, por el comienzo, que es el último
libro, el que da nombre a la Obra
reunida
de Arturo Carrera, entrar por Vigilámbulo?
¿No
es acaso ese gesto de hacer retroceder el tiempo, lo que nos impulsa
hacia el ritornello,
hacia ese procedimiento y esa figura de pensamiento que tanto tiene
que ver con los textos de Arturo, con el ciclo artúrico de la
poesía, que es como decir la poesía a secas de
nuestro tiempo, puesta bajo el emblema enceguecedor de una casa
poética (la casa de Arturo) y unas familias poéticas nómadas (la
familia de Arturo: Chiquita, Fermín, Anita, Olivia, Lucía, las
tías, los tíos, el Padre, la Madre, Rocco)?
¿Es
lo que vuelve, la
repetición, el ritornello
(porque vuelven también el aire, el rumor de las olas en el mar, el
paso de las nubes en el cielo, con sus infinitas variaciones) lo que
sostiene el misterio en la poesía de Arturo, que venimos leyendo
desde hace veinte libros, desde hace cuarenta años y que ahora se
nos presenta en un orden que nos arrastra a una revisión
retrospectiva? ¿Y si arte y vida son sólo una misma masa (o mejor:
si el arte está atravesado por moléculas de vida), ejerce en ambos
la potencia de repetición el mismo influjo? ¿Al abrazar la
repetición, el ritornello de las horas y el cri-cri de los grillos
celebrando la noche, no establecen los textos de Arturo la misma
distancia que respecto de la Vermittlung1
quiso sostener Kierkegaard
cuando nos dijo que “La repetición es la realidad y la seriedad
de la existencia”)? ¿O nos convendría sostener, para darle el
gusto a Vigilámbulo,
que ha puesto el nombre terrible de Deleuze en la portadilla del
libro que no duerme nunca, que no
hay repetición de cualidades o de sensaciones porque la repetición
es “la diferencia sin concepto”, es decir, repetición para si
misma (inmanencia absoluta) que "expresa
al mismo tiempo una singularidad contra lo general, una universalidad
contra lo particular, un elemento notable contra lo ordinario, una
instantaneidad contra la variación, una eternidad contra la
permanencia”?
¿Acaso
puedo yo saberlo? ¿Acaso hay yo que pueda saberlo? ¿Acaso, por
acaso, hay yo? ¿Por
dónde entrar en Vigilámbulo?
¿Es un rizoma, es una madriguera? ¿Dónde está su momento de
catástrofe, su abismo ordenado, su caos-germen? ¿Al comienzo, en el
nombre Vigilámbulo,
o al final, en el nombre “nictógrafo”? ¿No nos dice Arturo que
el caos-germen está en el acto mismo de la expropiación “de la
fuerza significante del nombre, forzando, al ser usado, esa exención
del sentido, fin y principio del lenguaje, que es la práctica de la
escritura”2?
¿Qué
es el vigilambulismo? ¿Llevamos la palabra en la horrorosa dirección
del niño vigilante que muere por la patria que nos señala Edmundo
de Amicis o, más bien, así se nos indica, pensamos en ese
estado de automatismo ambulatorio con desdoblamiento de la conciencia
que se parece y no se parece al sonambulismo? ¿No es el
vigilambulismo lo contrario del sonambulismo, porque brutalmente
despierto, el vigilámbulo, que nunca duerme, entra con los ojos
abiertos en el mundo de los sueños? ¿No señala ese nombre que
Deleuze retoma de la psicología experimental del siglo XIX para
designar la experiencia poética de Artaud, la experiencia
cinematográfica de Resnais, la experiencia pictórica de Bacon y la
experiencia de pensamiento en Beckett, algo del orden de la fisura,
de la hendidura, eso que otros han llamado síndrome de Elpénor, ese
marinero niño y tonto que se
rompe la cabeza al caerse de las altas camas de Circe, el primero que
Odiseo encuentra cuando baja a los infiernos y el primero que Ezra
Pound hace hablar al comienzo de sus Cantos?
¿No
es el vigilámbulo, como el poeta, el que somete el sueño a un
tratamiento diurno? ¿Y no es eso lo que caracteriza el tratado de
las sensaciones que Arturo fue escribiendo a lo largo de veinte
libros cada uno más hermoso que el otro? ¿Y no es, a su manera, el
vigilámbulo un practicante de la histéresis magnética (el retardo
propio del poema y de la filología) que subraya la conservación de
las propiedades de la materia más allá de todo estímulo exterior?
¿No
se trata, en el vigilambulismo y su desdoblamiento del ser, de la
autoscopía, del cuerpo sin órganos y de los órganos transitorios,
de la diferencia de nivel (de orden, de dominio) propio de la
sensación, que pasa de un nivel a otro y nos arrastra con
ella?
¿Como qué sino como el pequeño paseo del vigilámbulo, automáta
inconsciente, podríamos comprender los esfuerzos poéticos (más
monstruosos que heroicos) de los textos de Arturo, reunidos ahora
para nosotros en una línea de tiempo que salta del siglo XVIII, el
mesmerismo y el vigilambulismo hasta el qì
del Tao y, por esa vía, al satori del deseo y la escritura?
¿De
qué conjunto de tensiones participa la poesía de Arturo (ese
verdadero programa de la filosofía futura)? ¿Puede
haber alguna poesía (algún arte) que se declare sordo a ese clamor
no de mi
tierra
(territorialización paranoica), que lleva a la muerte a ese otro
vigilámbulo, el pequeño vigía lombardo, sino de La Tierra? ¿No se
deja leer toda la historia de
la poesía de Arturo como un combate con (y por) la determinación
del terruño y la Tierra desasignada, la de Mahler, la de Rilke? ¿No
es lo que podríamos reconocer como artúrico ese compuesto
indiscernible entre autoctonía y poiesis, infancia, naturaleza,
música y pintura?
¿Insistió
Arturo, como quien dice persistió
en un proyecto, o
sencillamente se dejó llevar encantado por una voz que le marcaba la
dirección, la única posible, para sus poemas? ¿No marcha Arturo
desde el comienzo (“espero mi desincrustación”3),
al mismo tiempo que insiste con los faunos y los monstruitos y las
divinidades tutelares, y las parcas y los rumores, marcando el ritmo
que le dictaba la canción de la tierra? ¿Es la poesía otra cosa
que una etiqueta (la última) para esa pregunta radical sostenida en
el murmullo de los pájaros (¿lo Real es Uno o Múltiple?)? ¿Temía
Arturo que lo confundieran con un monstruo, uno de esos monstruos
ctónicos como las sirenas, los minotauros, con un faunito
mefistofélico, y por eso postuló al Padre como Pared y por eso
interrogó como Dreams a sus Madres4
y por eso llamó Monstruos
a su propia antolorgia
de la poesía argentina5?
¿No sostienen los monstruos, como la familia poética nómada, el
enigma de lo Múltiple en lo Uno: no una ética del desvío, sino una
ética del abandono y la disidencia, una política de la
proliferación, una polinización?
¿Podré
convencerlos hoy, a ustedes, que toleran que me formule en público
estas preguntas que me acosan desde hace veinte libros, de que no hay
poesía que pueda pensarse como algo diferente de un acompañamiento
del paisaje y que los poetas que más amamos (Federico, Juanele,
Arturo) son quienes han llevado más lejos esa escucha atronadora,
quienes se han expuesto más radicalmente a esa «pesadilla
de la luz» que desemboca en la pérdida de si en el fluido fantasmal
de la materia?6
¿No
implica el poema como vigilámbulo una
materia-movimiento hecha de
singularidades, cualidades, y la funcion no
formal del diagrama como una expresividad-movimiento que siempre
implica una lengua extranjera en la lengua, categorías no
lingüísticas en el lenguaje (familias poéticas nómadas)? ¿No
es eso lo que se dejaba leer en las bandas de pájaros de “Laguna
Bonfiglio”, ordenados matemáticamente según el oro numérico, la
divina proporción, el número irracional φ:
las
bandas
de
3 y 5 patos,
5
y 3 cuervos,
8
y cinco pájaros de espuma negra
en
lo alto, contra la apariencia azul
de
un cielo infinito, 13 y ocho, 21 y 13,
tenuemente
aspirados por el movimiento
de
nuestra respiración,
ella
misma cielo tenuemente coloreado. ?
¿”Y
ahora qué”? “¿Vuelvo a decirlas como si/ fueran parte de un
habla que ocupo y amo? ¿No eran luz?/ ¿No eran tan solo un cuerpo
desvestido en la luz?7”
¿Por
dónde entrar en Vigilámbulo?
¿Es un rizoma, es una madriguera? ¿Hubiera bastado con que les
leyera un poema, una interrogación radical, como esta “Canción
del vigilámbulo”?:
I
el “soné que…”
el soñé que…”
y no se trata de un simple eco,
ni de repetir las últimas palabras
que de una frase suenan
sino del eco sin palabras, sin cosas del lenguaje;
el eco
que golpea sin ondas: ínfimo,
cotidiano, prodigioso.
II
en este círculo me encierra,
en este otro me libera,
en este círculo me encierra,
no quiere que la muerte cercana se apodere
de estas bandas de tiza,
y aquí en el sueño están sus palabras
aunque no las reconozca;
aquí aunque no sepa qué dicen,
aquí aunque se posen sobre la función
de un sinsentido equivocado;
pero eso tampoco existe
aquí aunque ya no sea la infancia sino
su límite impreciso
en la lluvia, ahora, en esa borradura lejana,
el arco iris, en esa banda gris plomo
contra el amarillo vibrante del campo.
Y ella sentadita sigue dibujando rayas, rayas, círculos,
como si marcara el tiempo de su alegría en mí,
de su abandono en mí, de su presencia en
cada movimiento de su mano
pequeñísima en mí,
para alzar con su grafía la letra que alza hoy
esta ínfima edad para su vocecita milenaria,
los anillos de un destino del “ya no sé quién soy”,
“en breve ya no sabré
sino apenas lo que miro”,
(…)
¿Hubiera
bastado con que pusiera esa interrogación en serie con la pregunta
de Juanele:
Qué?...:
que la hebra de los llamados, desde los milenios, continúa
sin recogerse jamás,
jamás, frente a los precipicios...
y que si, a veces, no se oyen, no dejan, por eso,
que la hebra de los llamados, desde los milenios, continúa
sin recogerse jamás,
jamás, frente a los precipicios...
y que si, a veces, no se oyen, no dejan, por eso,
nunca,
nunca,
de
tocar los oídos
que los esperan sobre la noche...?
que los esperan sobre la noche...?
(…)
¿«Se
mezclan en la cabeza hasta que dan espuma.» o Se mezclan en la
cabeza hasta que son espuma8?
¿Es
eso (esto, aquello) un poema o una entrada al poema, un universo o un
intervalo de universo? ¿”Algo
entreabierto en la conciencia de nuestra naturaleza, en nuestro
inconsciente y en nuestro destino”9?,
¿Tienen estos universos o intervalos de universo (como las 4
estaciones del año y como las estaciones de pronto perdidas,
alejadas, soñadas, del ferrocarril) una regularidad, nos cuentan un
cuento extraño, nos mecen “con su pretendido anómalo ritornello”?
¿Llegan a un lugar una vez que han partido de la memoria, de lo
viviente, de una humanidad por el momento perdida, como bien sabían
Michaux, el venerado Michaux y Alejandra, la veneranda Alejandra?
¿“O
acaso retroceden en los tic-tac de la memoria como
ese borde de gata o juntura o junción que no es lo natural: esa
cicatriz de umbra y penumbra que no es la naturaleza ni su constante
drama ocular”10?
¿No
es
Vigilámbulo, este
extraordinario regalo que nos hacen Arturo, Teresa y Adriana Hidalgo,
una danza
como
de polillas que se acercan peligrosamente al fuego: In
girum imus nocte et consumimur igni11?
La versión en pdf puede bajarse de acá.
Daniel Link
Buenos Aires, junio de 2015
1Mediación.
2Arturo
Carrera. Escrito con un nictógrafo.
3Arturo
Carrera. Escrito con un nictógrafo.
4Arturo
Carrera. La partera canta.
5Arturo
Carrera. Monstruos. Antología de la joven poesía argentina.
6
Muschietti, Delfina. “Poesía y paisaje: exceso e infinito”
(mimeo)
7Arturo
Carrera. La inocencia.
8Arturo
Carrera. “Laguna Bonfiglio”.
9Arturo
Carrera. Haikus de las cuatro estaciones.
10Arturo
Carrera. “Laguna Bonfiglio”.
martes, 16 de junio de 2015
Rebeliones lingüísticas: sacarle la lengua al poder
por Jose del Valle para horizontal
Voces renovadas reivindican su derecho a participar en las disputas por la denominación, en las pugnas por la determinación de los horizontes de lo posible a través de la palabra. Son, por ejemplo, quienes procuraban consignas de denuncia y liberación –narrativas originales, en definitiva– que imaginaran la atrocidad de Ayotzinapa como catalizador de una ruptura radical. O quienes en la Puerta del Sol madrileña se resistían a dejarse bautizar con el nombre de antisistema por secuaces lingüísticos del Estado, asumiendo ellos mismos el derecho a nombrarse y a nombrar a la vez el agotamiento de un modelo de país al servicio de unos pocos. Son también quienes incordian nuestros oídos acomodados a la morfología y sintaxis patriarcal con reiteradas coordinaciones y yuxtaposiciones que sacan al género del refugio gramatical y lo exponen al fuego cruzado de la política (“compañeras y compañeros”). Son quienes alteran el devenir de nuestra lectura con intrusas arrobas y equis (“compañer@s y compañexs”) alegando su inconformidad con nuestros lenguajes y las exclusiones que perpetran, abriendo en canal letras y grafemas en aras de nuevas posibilidades de decir y hacer. En efecto, en todos estos casos y en muchos otros asistimos a enérgicos gestos liberadores del lenguaje, de las formas de decir que domestican –o, más literalmente, encierran– la sustancia de lo dicho.
No ignoremos el extraordinario poder y, sobre todo, mérito de estas pulsiones renovadoras hechas desde el interior de un sistema ideológico –la lengua española– sometido a un severo régimen de normatividad (el de las academias de la lengua) que impone, bajo la protección de retóricas de hermandad, modos mezquinos de pensar el idioma y una institucionalidad que, aunque disfrazada de benevolencia, lo administra con soberbia.
La española está entre las lenguas más regimentadas del mundo, entre aquellas cuya reglamentación se encuentra no solo altamente institucionalizada sino también meticulosamente enhebrada en el tejido de una constelación geopolítica. El complejo entramado de academias de la lengua española –agente principalísimo de la gestión del idioma, de sus formas y de sus resonancias políticas– exhibe una historia y un presente cuyo análisis revela los intereses que sirve.
La Asociación de Academias de la Lengua Española (ASALE) tiene su origen en España, donde, hacia 1870, se propone (con el estímulo y colaboración de gramáticos colombianos) el desarrollo de un conjunto de agencias análogas a la madrileña (fundada en 1713) dispuestas de acuerdo a un modelo organizativo neocolonial que situaba en la cima a la peninsular (autorizada por su condición “Real”) y en la base, con su “digna” condición de correspondientes, a las americanas. Esta red, que se tejió a trompicones pero siempre avanzando, se consolidó en México, afirmando además la misma estructura piramidal, tras un congreso celebrado en 1951 durante la presidencia de Miguel Alemán. Este encuentro fue un notable episodio al que, por cierto, los académicos españoles no pudieron acudir (intimidados por la amenaza franquista que presionaba al país anfitrión para que reconociera su legitimidad frente a la del gobierno republicano español en el exilio). En aquel contexto y aprovechando aquellas circunstancias, Martín Luis Guzmán propuso la cancelación del sistema de academias heredado y su reorganización sobre una base igualitaria. No un cisma ni la exclusión de la española sino la creación de una estructura en la que todos los países concurrieran en términos de igualdad. Pues cayó derrotado. Rotundamente derrotado, tanto por sus compañeros mexicanos como por el resto de académicos latinoamericanos que prefirieron seguir reconociendo la preeminencia de España sobre el idioma (solo las delegaciones de Guatemala, Panamá, Paraguay y Uruguay votaron a favor de considerar la propuesta de Guzmán). Se consolidó así el sistema de academias que llega hasta nuestros días como principal agente codificador del español a través de sus bien conocidos diccionarios, ortografías y gramáticas. La histórica estructura neocolonial del arreglo no cambió ni cuando se sintió la necesidad de refrescar su imagen tras el llamado despegue económico de España a finales del siglo XX y bajo el auspicio de empresas transnacionales que pactaban las condiciones de su aterrizaje en América Latina con élites políticas locales y procuraban la construcción de la ideología de la hermandad hispánica a ambos lados del océano.
Reparemos con brevedad en este pasado reciente; no hay que hurgar mucho en los archivos para hallar signos evidentes del valor geopolítico de la ASALE, de la comunidad panhispánica que dice representar gracias a un elaborado consenso interacadémico y del clientelismo base de la transatlántica entente académico-empresarial. En el Diccionario de americanismos de 2010 (no solo la obra más emblemática de la asociación sino también un excelso monumento a la dócil subalternidad), se lee en la “Tábula gratulatoria”: “En primer lugar, la empresa Repsol, mecenas principal, siempre generosa con la labor académica y, en este caso, especialmente interesada en enaltecer los valores propios de España al otro lado del Atlántico”. Difícil imaginar una expresión más literal del sentido del proyecto que encarnan estas instituciones. Puede que la Gramática sea buena (o no); puede también que la Ortografía y el tratado que la precede sean notables (o no); puede incluso que el Diccionario sea todo lo inclusivo que puede ser dada su planta actual (o no). Pero el hecho es que, más allá de su valía gramatical, ortográfica y lexicográfica, estos textos operan, en tándem con agentes económicos y políticos, como fetiches culturales al servicio de la consolidación de un mercado.
Este es, en definitiva, un sistema de academias de la lengua que con ahínco y determinación se ha propuesto fijar el estatus simbólico del idioma como materialización de una comunidad panhispánica armónica y consensuada. Es el agente lingüístico que, con autorización de gobiernos (si bien su complicidad con las academias cambia de país en país), reglamenta el español codificando las formas de lo correcto, fijando la lengua legítima. Es este el régimen de gestión y control del idioma que fija el significado de “espanglish”, “gitano” o “sudaca”, el que, desde su plataforma gramatical y lexicográfica, pugnará por determinar qué es la “soberanía”, el “mercado” o la “democracia”.
Y este es el régimen que ha entrado en crisis. Porque, más allá de las múltiples manifestaciones de creatividad y transgresión lingüística a que aludía arriba, nuevas institucionalizaciones de la gestión del idioma están emergiendo desde espacios que imaginan su labor gramatical y lexicográfica en relación con modelos de comunidad otros que el armónico y consensuado mundo panhispánico.
Dentro de la propia España, por ejemplo, aparecen desde hace algunos años guías y manuales sobre usos no sexistas del lenguaje. Veamos algunos títulos: Guía para un uso del lenguaje no sexista en las relaciones laborales y en el ámbito sindical. Guía para delegadas y delegados (publicado por la Secretaría Confederal de la Mujer de Comisiones Obreras y por el Ministerio de Igualdad en 2010); Guía de uso no sexista del lenguaje de la Universidad de Murcia (publicado por la Unidad para la Igualdad entre Mujeres y Hombres de la Universidad de Murcia en 2011); Guía sindical del lenguaje no sexista (publicado por la Secretaría de Igualdad de la Unión General de Trabajadores en 2008); Igualdad, lenguaje y Administración: propuestas para un uso sexista del lenguaje (publicado por la Conselleria de Bienestar Social de la Generalitat Valenciana en 2009). Estas guías y manuales son acciones lingüísticas normativas asociadas a la reivindicación de igualdad por parte de un colectivo históricamente discriminado. Revelan, de hecho, la emergencia de un complejo agente normativo conformado (repárese en las instituciones que auspician su publicación) por movimientos feministas, sindicatos de izquierdas, universidades e instituciones que operan a nivel sub-nacional. Un agente normativo lo suficientemente inquietante como para que la Real Academia Española sintiera la necesidad de atacarlo públicamente a través de un informe gramatical publicado en el diario madrileño El País en una confrontación abierta que visibilizó los límites de la estrategia del consenso y de la representatividad de las academias.
Otro punto de fuga lo vemos surgir en el mismo país que en 1951 se plegó al modelo neocolonial. En el Colegio de México, bajo la dirección de Luis Fernando Lara, se viene desarrollando desde hace décadas un diccionario integral de la lengua española (Diccionario del Español de México) que toma como referencia un corpus de textos representativo del modo en que se habla y se escribe en este país. Se trata, conviene insistir, de un diccionario integral, es decir, que no pretende recoger palabras que solo se usan en México sino elaborar un léxico de referencia armado desde el cierre nacional. De esta manera, el equipo del Colmex exhibe la capacidad de una institución mexicana para gestionar el idioma de manera autónoma de acuerdo con una lógica que es irreconciliable con los proyectos lexicográficos de la ASALE. De hecho, no es casual ni mera cuestión de rivalidades personales el que, tras la publicación por parte de la Academia Mexicana de la Lengua del Diccionario de Mexicanismos (2010) que había coordinado Concepción Company, se desatara una agria polémica entre esta y Luis Fernando Lara en la que el director del DEM denunció el servilismo y la lógica neocolonial que legitiman sus compatriotas. Como en el caso español, salió a la luz, a través de la confrontación, el límite representativo de las academias y la necesidad permanente de defender su poder en relaciones antagónicas.
El tercer y último desafío que mencionaré en esta oportunidad surge en Argentina y se proyecta desde la Universidad Nacional de Tres de Febrero (UNTREF). Se trata del reciente lanzamiento del Diccionario Latinoamericano de la Lengua Española. Es un emprendimiento joven aún pero que desde su nacimiento construye un lugar de enunciación original. En primer lugar, aunque ninguna variedad del español está excluida, América Latina se sitúa (desde el título) en el centro de la acción lexicográfica. En segundo lugar, si bien el proyecto responde a unos principios generales y se administra desde un espacio institucional, a los usuarios se les entrega el protagonismo en el desarrollo del proyecto, en la inclusión de nuevas palabras y sus definiciones. Se propone, por tanto, un modelo atrevido y arriesgado que contrasta con los diccionarios tradicionales al proponer una lexicografía participativa y al situar los imaginarios latinoamericanos como referente ideológico del proyecto.
En suma, se vislumbra tras estas iniciativas la emergencia de regímenes de normatividad e institucionalidades de la lengua completamente ajenas al entramado de las academias y a su ideología panhispánica. Imposible es predecir el devenir de estos proyectos. Sin embargo, es evidente su función presente como formas de relación antagónicas con el régimen dominante de gestión de la lengua española, como iniciativas institucionales que se suman (acaso en incómoda compañía) a las múltiples rebeliones lingüísticas emprendidas por ciudadanías que afirman su derecho a construir su propia voz.
(José del Valle, gallego afincado en Nueva York, es profesor en The Graduate Center, CUNY. En 2013 editó el volumen A Political History of Spanish: The Making of a Language [Cambridge University Press].)
El régimen de gestión y control de la lengua española ha entrado en crisis. Una crisis abierta tanto por actores lingüísticos institucionales, que activan nuevas iniciativas en torno al idioma, como por multitudes ciudadanas que exhiben su deseo y capacidad de imaginar nuevos significados; una crisis propiciada por la emergencia de nuevas condiciones materiales para la producción y difusión de lenguajes; una crisis estimulada por las obscenidades del neoliberalismo y la desfachatez con que los beneficiarios del mercado total ignoran sus brutales efectos.
Voces renovadas reivindican su derecho a participar en las disputas por la denominación, en las pugnas por la determinación de los horizontes de lo posible a través de la palabra. Son, por ejemplo, quienes procuraban consignas de denuncia y liberación –narrativas originales, en definitiva– que imaginaran la atrocidad de Ayotzinapa como catalizador de una ruptura radical. O quienes en la Puerta del Sol madrileña se resistían a dejarse bautizar con el nombre de antisistema por secuaces lingüísticos del Estado, asumiendo ellos mismos el derecho a nombrarse y a nombrar a la vez el agotamiento de un modelo de país al servicio de unos pocos. Son también quienes incordian nuestros oídos acomodados a la morfología y sintaxis patriarcal con reiteradas coordinaciones y yuxtaposiciones que sacan al género del refugio gramatical y lo exponen al fuego cruzado de la política (“compañeras y compañeros”). Son quienes alteran el devenir de nuestra lectura con intrusas arrobas y equis (“compañer@s y compañexs”) alegando su inconformidad con nuestros lenguajes y las exclusiones que perpetran, abriendo en canal letras y grafemas en aras de nuevas posibilidades de decir y hacer. En efecto, en todos estos casos y en muchos otros asistimos a enérgicos gestos liberadores del lenguaje, de las formas de decir que domestican –o, más literalmente, encierran– la sustancia de lo dicho.
No ignoremos el extraordinario poder y, sobre todo, mérito de estas pulsiones renovadoras hechas desde el interior de un sistema ideológico –la lengua española– sometido a un severo régimen de normatividad (el de las academias de la lengua) que impone, bajo la protección de retóricas de hermandad, modos mezquinos de pensar el idioma y una institucionalidad que, aunque disfrazada de benevolencia, lo administra con soberbia.
La española está entre las lenguas más regimentadas del mundo, entre aquellas cuya reglamentación se encuentra no solo altamente institucionalizada sino también meticulosamente enhebrada en el tejido de una constelación geopolítica. El complejo entramado de academias de la lengua española –agente principalísimo de la gestión del idioma, de sus formas y de sus resonancias políticas– exhibe una historia y un presente cuyo análisis revela los intereses que sirve.
La Asociación de Academias de la Lengua Española (ASALE) tiene su origen en España, donde, hacia 1870, se propone (con el estímulo y colaboración de gramáticos colombianos) el desarrollo de un conjunto de agencias análogas a la madrileña (fundada en 1713) dispuestas de acuerdo a un modelo organizativo neocolonial que situaba en la cima a la peninsular (autorizada por su condición “Real”) y en la base, con su “digna” condición de correspondientes, a las americanas. Esta red, que se tejió a trompicones pero siempre avanzando, se consolidó en México, afirmando además la misma estructura piramidal, tras un congreso celebrado en 1951 durante la presidencia de Miguel Alemán. Este encuentro fue un notable episodio al que, por cierto, los académicos españoles no pudieron acudir (intimidados por la amenaza franquista que presionaba al país anfitrión para que reconociera su legitimidad frente a la del gobierno republicano español en el exilio). En aquel contexto y aprovechando aquellas circunstancias, Martín Luis Guzmán propuso la cancelación del sistema de academias heredado y su reorganización sobre una base igualitaria. No un cisma ni la exclusión de la española sino la creación de una estructura en la que todos los países concurrieran en términos de igualdad. Pues cayó derrotado. Rotundamente derrotado, tanto por sus compañeros mexicanos como por el resto de académicos latinoamericanos que prefirieron seguir reconociendo la preeminencia de España sobre el idioma (solo las delegaciones de Guatemala, Panamá, Paraguay y Uruguay votaron a favor de considerar la propuesta de Guzmán). Se consolidó así el sistema de academias que llega hasta nuestros días como principal agente codificador del español a través de sus bien conocidos diccionarios, ortografías y gramáticas. La histórica estructura neocolonial del arreglo no cambió ni cuando se sintió la necesidad de refrescar su imagen tras el llamado despegue económico de España a finales del siglo XX y bajo el auspicio de empresas transnacionales que pactaban las condiciones de su aterrizaje en América Latina con élites políticas locales y procuraban la construcción de la ideología de la hermandad hispánica a ambos lados del océano.
Reparemos con brevedad en este pasado reciente; no hay que hurgar mucho en los archivos para hallar signos evidentes del valor geopolítico de la ASALE, de la comunidad panhispánica que dice representar gracias a un elaborado consenso interacadémico y del clientelismo base de la transatlántica entente académico-empresarial. En el Diccionario de americanismos de 2010 (no solo la obra más emblemática de la asociación sino también un excelso monumento a la dócil subalternidad), se lee en la “Tábula gratulatoria”: “En primer lugar, la empresa Repsol, mecenas principal, siempre generosa con la labor académica y, en este caso, especialmente interesada en enaltecer los valores propios de España al otro lado del Atlántico”. Difícil imaginar una expresión más literal del sentido del proyecto que encarnan estas instituciones. Puede que la Gramática sea buena (o no); puede también que la Ortografía y el tratado que la precede sean notables (o no); puede incluso que el Diccionario sea todo lo inclusivo que puede ser dada su planta actual (o no). Pero el hecho es que, más allá de su valía gramatical, ortográfica y lexicográfica, estos textos operan, en tándem con agentes económicos y políticos, como fetiches culturales al servicio de la consolidación de un mercado.
Este es, en definitiva, un sistema de academias de la lengua que con ahínco y determinación se ha propuesto fijar el estatus simbólico del idioma como materialización de una comunidad panhispánica armónica y consensuada. Es el agente lingüístico que, con autorización de gobiernos (si bien su complicidad con las academias cambia de país en país), reglamenta el español codificando las formas de lo correcto, fijando la lengua legítima. Es este el régimen de gestión y control del idioma que fija el significado de “espanglish”, “gitano” o “sudaca”, el que, desde su plataforma gramatical y lexicográfica, pugnará por determinar qué es la “soberanía”, el “mercado” o la “democracia”.
Y este es el régimen que ha entrado en crisis. Porque, más allá de las múltiples manifestaciones de creatividad y transgresión lingüística a que aludía arriba, nuevas institucionalizaciones de la gestión del idioma están emergiendo desde espacios que imaginan su labor gramatical y lexicográfica en relación con modelos de comunidad otros que el armónico y consensuado mundo panhispánico.
Dentro de la propia España, por ejemplo, aparecen desde hace algunos años guías y manuales sobre usos no sexistas del lenguaje. Veamos algunos títulos: Guía para un uso del lenguaje no sexista en las relaciones laborales y en el ámbito sindical. Guía para delegadas y delegados (publicado por la Secretaría Confederal de la Mujer de Comisiones Obreras y por el Ministerio de Igualdad en 2010); Guía de uso no sexista del lenguaje de la Universidad de Murcia (publicado por la Unidad para la Igualdad entre Mujeres y Hombres de la Universidad de Murcia en 2011); Guía sindical del lenguaje no sexista (publicado por la Secretaría de Igualdad de la Unión General de Trabajadores en 2008); Igualdad, lenguaje y Administración: propuestas para un uso sexista del lenguaje (publicado por la Conselleria de Bienestar Social de la Generalitat Valenciana en 2009). Estas guías y manuales son acciones lingüísticas normativas asociadas a la reivindicación de igualdad por parte de un colectivo históricamente discriminado. Revelan, de hecho, la emergencia de un complejo agente normativo conformado (repárese en las instituciones que auspician su publicación) por movimientos feministas, sindicatos de izquierdas, universidades e instituciones que operan a nivel sub-nacional. Un agente normativo lo suficientemente inquietante como para que la Real Academia Española sintiera la necesidad de atacarlo públicamente a través de un informe gramatical publicado en el diario madrileño El País en una confrontación abierta que visibilizó los límites de la estrategia del consenso y de la representatividad de las academias.
Otro punto de fuga lo vemos surgir en el mismo país que en 1951 se plegó al modelo neocolonial. En el Colegio de México, bajo la dirección de Luis Fernando Lara, se viene desarrollando desde hace décadas un diccionario integral de la lengua española (Diccionario del Español de México) que toma como referencia un corpus de textos representativo del modo en que se habla y se escribe en este país. Se trata, conviene insistir, de un diccionario integral, es decir, que no pretende recoger palabras que solo se usan en México sino elaborar un léxico de referencia armado desde el cierre nacional. De esta manera, el equipo del Colmex exhibe la capacidad de una institución mexicana para gestionar el idioma de manera autónoma de acuerdo con una lógica que es irreconciliable con los proyectos lexicográficos de la ASALE. De hecho, no es casual ni mera cuestión de rivalidades personales el que, tras la publicación por parte de la Academia Mexicana de la Lengua del Diccionario de Mexicanismos (2010) que había coordinado Concepción Company, se desatara una agria polémica entre esta y Luis Fernando Lara en la que el director del DEM denunció el servilismo y la lógica neocolonial que legitiman sus compatriotas. Como en el caso español, salió a la luz, a través de la confrontación, el límite representativo de las academias y la necesidad permanente de defender su poder en relaciones antagónicas.
El tercer y último desafío que mencionaré en esta oportunidad surge en Argentina y se proyecta desde la Universidad Nacional de Tres de Febrero (UNTREF). Se trata del reciente lanzamiento del Diccionario Latinoamericano de la Lengua Española. Es un emprendimiento joven aún pero que desde su nacimiento construye un lugar de enunciación original. En primer lugar, aunque ninguna variedad del español está excluida, América Latina se sitúa (desde el título) en el centro de la acción lexicográfica. En segundo lugar, si bien el proyecto responde a unos principios generales y se administra desde un espacio institucional, a los usuarios se les entrega el protagonismo en el desarrollo del proyecto, en la inclusión de nuevas palabras y sus definiciones. Se propone, por tanto, un modelo atrevido y arriesgado que contrasta con los diccionarios tradicionales al proponer una lexicografía participativa y al situar los imaginarios latinoamericanos como referente ideológico del proyecto.
En suma, se vislumbra tras estas iniciativas la emergencia de regímenes de normatividad e institucionalidades de la lengua completamente ajenas al entramado de las academias y a su ideología panhispánica. Imposible es predecir el devenir de estos proyectos. Sin embargo, es evidente su función presente como formas de relación antagónicas con el régimen dominante de gestión de la lengua española, como iniciativas institucionales que se suman (acaso en incómoda compañía) a las múltiples rebeliones lingüísticas emprendidas por ciudadanías que afirman su derecho a construir su propia voz.
(José del Valle, gallego afincado en Nueva York, es profesor en The Graduate Center, CUNY. En 2013 editó el volumen A Political History of Spanish: The Making of a Language [Cambridge University Press].)
sábado, 13 de junio de 2015
La gran migración
por Daniel Link para Perfil
En los cines ya no queda sino olor a
pochoclo rancio o, en el mejor de los casos, la pesadumbre del “cine
independiente”. Todo lo demás está ya en la televisión (en sus
antiguos o sus nuevos formatos). Jupiter Ascending (2015), la
última película de la marca The Wachowskis, más allá de la
belleza de su diseño (que quita el aliento) no tiene ningún
atractivo e, incluso, nada dice: es un film autista. Muy diferente es
la serie que The Wachowskis produjeron para Netflix, Sense8,
un ambicioso relato en 12 episodios alrededor 8 personajes cuyas
conciencias interconectadas entre sí intervendrán en un raro y
único momento de verdad: una garchestolenda en la cual cuatro
hombres (dos de ellos presumiblemente heterosexuales y dos de ellos
presumiblemente homosexuales) y una mujer trans se entregan al mejor
coito (colectivo) de sus vidas.
Después de
su último fracaso, After Earth (2013), M. Night Shyamalan
vuelve ahora con una serie extraordinaria, de la cual dirigió el
piloto y produjo la totalidad de su primera temporada (diez
episodios) para la cadena Fox. Wayward
Pines, basada en la
trilogía novelística del mismo nombre firmada por Blake Crouch y
desarrollada para televisión por Chad
Hodge (ex alumno de Northwestern University), recupera algo del
espíritu de ese hito de la televisión que fue El
prisionero
(1967), con algunos toques propios de Shyamalan y, cómo no, el
manejo de la información que Lost
impuso y que tanto extrañábamos. Si eso no bastara, Penny
Dreadful ya
volvió,
por todo lo alto.
lunes, 8 de junio de 2015
domingo, 7 de junio de 2015
sábado, 6 de junio de 2015
Ni una menos
Por Daniel Link para Perfil
Vuelvo después de una semana a Buenos Aires y me cuesta entender la realidad. Tal vez sea porque estuve en un lugar extraño, una isla en el medio del mar Caribe que tuvo la capacidad de enloquecer (si es que no estaba ya loco de antes) al “desgraciado Almirante” (como lo llamaba Rubén Darío) Cristóforo Colombo con sus “palmas de seís o de ocho maneras, que es admíracion verlas, por la diformidad fermosa dellas, mas así como los otros árboles y frutos é yerbas: en ella hay pinares á maravilla, é hay campiñas grandísimas, é hay miel, y de muchas maneras de aves y frutas muy diversas. En las tierras hay gente in estimable número”. ¡Y qué gentes! “La gente desta isla y de todas las otras que he fallado y habido noticia andan todos desnudos, hombres y mugeres, así como sus madres los paren; aunque algunas mugeres se cobrian un solo lugar con una foja de yerba ó una cosa de algodón que para ello hacen. Ellos no tienen fierro ni acero ni armas ni son para ello; no porque non sea gente bien dispuesta y de fermosa estatura, salvo que son muy temerosos á maravilla.”Colón llega en su primer viaje a Guanahani (actualmente en las Bahamas), a La Española (Santo Domingo) y Cuba. En 1493 Colón pisará por primera vez la actual Puerto Rico, siguiendo las indicaciones de Martín Alonso Pinzón. Los taínos que habitaban la isla la llamaban Boriquén, de donde proviene el actual boricua para designar a los habitantes de San Juan y las demás ciudades de la isla, bellos y terribles como los viriles ángeles de Rilke.Los taínos (parcialidad de la etnia arawak) pronuncian ante Colón el nombre Cariba, para designar a los habitantes antropófagos de algunas islas de lo que todavía no era el Caribe. Colón oye caniba, es decir la gente del Kan. Para los caribes, significaba «osado», «audaz»; para los arawak, «enemigo»; y para los europeos, «comedores de carne humana». En efecto, los caribes atacaban a los arawak para conseguir botines y de paso capturaban a los niños a los cuales castraban y criaban para comérselos. El canibalismo ha sido comprendido como una relación de autofagia: el caníbal se come al semejante, evidente error de presuposición semántica y categorial, puesto que en verdad se come al que previamente se ha declarado como no-semejante (enemigo, esclavo), y por eso el canibalismo constituye un programa biopolítico que habría que poner en consonancia con las relaciones de soberanía sobre lo viviente.
La relación caníbal establece una separación tajante en lo vivo, una parte del cual aparece como pura materia viva sin forma, que garantiza la existencia del otro como sujeto soberano.
Después de Colón y los demás viajeros, en los más rigurosos salones de Europa se discute la figura del caníbal y, por la vía de Shakespeare o de Montaigne, vuelve al Nuevo Mundo, donde viste los ropajes de Caliban, tan ambiguo como la primitiva escucha y la mal-dicción colombina. Para los pensadores de Europa, los escritos de los viajeros actualizaban una dicotomía relacionada con una de las grandes cuestiones que debatía el espíritu del Renacimiento, el secular dilema entre naturaleza y cultura. Cuando Tomás Moro buscó un rincón apartado y seguro de la tierra donde poder levantar su Utopía (1516), escogió deliberadamente una isla incierta, visitada por un compañero imaginario de Vespucio. El ideal utópico de los antepasados griegos fue "descubierto nuevamente, junto con el Nuevo Mundo", recordaba el enorme crítico dominicano Pedro Henríquez Ureña.
En su descripción del canibalismo, Métraux observaba que si al acercarse a la aldea la tropa de guerros tupí se encontraba con mujeres, obligaban al prisionero que habían capturado a gritarles: «Yo, su comida, estoy llegando».
De esas historias de ensueño y delirio poco queda en San Juan, en Fajardo o en Vieques. Ni siquiera el dilema, que hoy es más bien un trilema que incorpora a los Estados Unidos (además del espíritu latino y de lo propiamente autóctono).
La autofagia y el canibalismo reinan, en cambio, en Buenos Aires, donde la sociedad se devora a si misma sin comprender que llegará un momento en que no queden ni los huesos pelados para roer. Pobre consuelo: una marcha cuya consigna es “Ni una menos”.
Vuelvo después de una semana a Buenos Aires y me cuesta entender la realidad. Tal vez sea porque estuve en un lugar extraño, una isla en el medio del mar Caribe que tuvo la capacidad de enloquecer (si es que no estaba ya loco de antes) al “desgraciado Almirante” (como lo llamaba Rubén Darío) Cristóforo Colombo con sus “palmas de seís o de ocho maneras, que es admíracion verlas, por la diformidad fermosa dellas, mas así como los otros árboles y frutos é yerbas: en ella hay pinares á maravilla, é hay campiñas grandísimas, é hay miel, y de muchas maneras de aves y frutas muy diversas. En las tierras hay gente in estimable número”. ¡Y qué gentes! “La gente desta isla y de todas las otras que he fallado y habido noticia andan todos desnudos, hombres y mugeres, así como sus madres los paren; aunque algunas mugeres se cobrian un solo lugar con una foja de yerba ó una cosa de algodón que para ello hacen. Ellos no tienen fierro ni acero ni armas ni son para ello; no porque non sea gente bien dispuesta y de fermosa estatura, salvo que son muy temerosos á maravilla.”Colón llega en su primer viaje a Guanahani (actualmente en las Bahamas), a La Española (Santo Domingo) y Cuba. En 1493 Colón pisará por primera vez la actual Puerto Rico, siguiendo las indicaciones de Martín Alonso Pinzón. Los taínos que habitaban la isla la llamaban Boriquén, de donde proviene el actual boricua para designar a los habitantes de San Juan y las demás ciudades de la isla, bellos y terribles como los viriles ángeles de Rilke.Los taínos (parcialidad de la etnia arawak) pronuncian ante Colón el nombre Cariba, para designar a los habitantes antropófagos de algunas islas de lo que todavía no era el Caribe. Colón oye caniba, es decir la gente del Kan. Para los caribes, significaba «osado», «audaz»; para los arawak, «enemigo»; y para los europeos, «comedores de carne humana». En efecto, los caribes atacaban a los arawak para conseguir botines y de paso capturaban a los niños a los cuales castraban y criaban para comérselos. El canibalismo ha sido comprendido como una relación de autofagia: el caníbal se come al semejante, evidente error de presuposición semántica y categorial, puesto que en verdad se come al que previamente se ha declarado como no-semejante (enemigo, esclavo), y por eso el canibalismo constituye un programa biopolítico que habría que poner en consonancia con las relaciones de soberanía sobre lo viviente.
La relación caníbal establece una separación tajante en lo vivo, una parte del cual aparece como pura materia viva sin forma, que garantiza la existencia del otro como sujeto soberano.
Después de Colón y los demás viajeros, en los más rigurosos salones de Europa se discute la figura del caníbal y, por la vía de Shakespeare o de Montaigne, vuelve al Nuevo Mundo, donde viste los ropajes de Caliban, tan ambiguo como la primitiva escucha y la mal-dicción colombina. Para los pensadores de Europa, los escritos de los viajeros actualizaban una dicotomía relacionada con una de las grandes cuestiones que debatía el espíritu del Renacimiento, el secular dilema entre naturaleza y cultura. Cuando Tomás Moro buscó un rincón apartado y seguro de la tierra donde poder levantar su Utopía (1516), escogió deliberadamente una isla incierta, visitada por un compañero imaginario de Vespucio. El ideal utópico de los antepasados griegos fue "descubierto nuevamente, junto con el Nuevo Mundo", recordaba el enorme crítico dominicano Pedro Henríquez Ureña.
En su descripción del canibalismo, Métraux observaba que si al acercarse a la aldea la tropa de guerros tupí se encontraba con mujeres, obligaban al prisionero que habían capturado a gritarles: «Yo, su comida, estoy llegando».
De esas historias de ensueño y delirio poco queda en San Juan, en Fajardo o en Vieques. Ni siquiera el dilema, que hoy es más bien un trilema que incorpora a los Estados Unidos (además del espíritu latino y de lo propiamente autóctono).
La autofagia y el canibalismo reinan, en cambio, en Buenos Aires, donde la sociedad se devora a si misma sin comprender que llegará un momento en que no queden ni los huesos pelados para roer. Pobre consuelo: una marcha cuya consigna es “Ni una menos”.
viernes, 5 de junio de 2015
Survivor
No sé de qué se jacta Rafael Spregelburd, pero YO DENUNCIO: como el sedicente actor y dramaturgo no come peces, es evidente que se ha entregado a la pesca deportiva. Mata por deporte. Ya mismo inicio una campaña en su contra en change.org.
jueves, 4 de junio de 2015
martes, 2 de junio de 2015
Otra denuncia estremecedora
El insulto xenófobo del sobrino del rey Felipe de España a otro adolescente
El hijo de la infanta Elena, de 16 años, intentó colarse en una atracción de un parque de diversiones alegando que es el cuarto en la línea de sucesión al trono; cuando un chico con rasgos orientales lo increpó, él tuvo una reacción agraviante: "¡Tú cállate puto chino!"
El hijo de la infanta Elena, de 16 años, intentó colarse en una atracción de un parque de diversiones alegando que es el cuarto en la línea de sucesión al trono; cuando un chico con rasgos orientales lo increpó, él tuvo una reacción agraviante: "¡Tú cállate puto chino!"
lunes, 1 de junio de 2015
La mujer araña
por Daniel Link para Perfil
Recién bajados del taxi que nos trajo desde el minúsculo aeropuerto de Vieques (una isla como Ibiza, con la infraestructura de San Bernardo) hasta el hotel donde vamos a pasar una noche antes de un congreso agotador, le digo a mi marido, que tiene puesta una remera con el emblema de la Mujer Maravilla: “De la que te salvaste”.
Miguel, el conductor del público que elegimos, vestía un ajustadísimo pantalón de color azul y un top violeta (una remera diminuta que exponía su buzarda monumental). Manejaba con una mano mientras sacaba la otra por la ventanilla para que revoloteara al viento. Decía (reemplácense las erres por eles, toda vez que corresponda, con la gracia del nativo): “Yo nací aquí, soy viequense... Pero los precios están pol’as nubes. Me tomo el ferry y compro todo en Fajardo… La base naval de los gringos la desmantelaron en 2003... Quedó muscho napalm, muscho uranio, hay muscha gente con cáncer por eso... Pero eran taaan bonitos. Yo iba siempre a la base. Me invitaban a tomar cervezas y luego, tú ya sabes... Es que yo me canso pronto de los hombres. Mira, éste es mi novio... (muestra fotos de su celular: un modelo veinteañero tatuado). Dejó a su mujer por mí. Pero sigue siendo muy mujeriego. Las broncas que hemos tenido por eso...
“Ah, Buenos Aires, ha de ser muy bonita. La Mujer Maravilla estuvo una vez allí. Giraba y giraba y el peinao le quedaba siempre impecable. Y esas túnicas blancas, qué elegancia... Por allí hay muchos caballos, ¿verdad?
“¿Las mejores playas? Yo iba siempre a la Media Luna, que tiene una arena como de azuca, te acaricia el cuerpo. Y la Bio Bay... Una belleza. Haces así con la mano (hace un gesto como de rociar agua con los dedos) y salen chispas volando. Las brujas van a buscar agüita clandestinamente. Llenan botellas y luego la eschan en las paredes de sus casas, para ahuyentar los malos espíritus, porque es agua mágica, llena de vida.”
Recién bajados del taxi que nos trajo desde el minúsculo aeropuerto de Vieques (una isla como Ibiza, con la infraestructura de San Bernardo) hasta el hotel donde vamos a pasar una noche antes de un congreso agotador, le digo a mi marido, que tiene puesta una remera con el emblema de la Mujer Maravilla: “De la que te salvaste”.
Miguel, el conductor del público que elegimos, vestía un ajustadísimo pantalón de color azul y un top violeta (una remera diminuta que exponía su buzarda monumental). Manejaba con una mano mientras sacaba la otra por la ventanilla para que revoloteara al viento. Decía (reemplácense las erres por eles, toda vez que corresponda, con la gracia del nativo): “Yo nací aquí, soy viequense... Pero los precios están pol’as nubes. Me tomo el ferry y compro todo en Fajardo… La base naval de los gringos la desmantelaron en 2003... Quedó muscho napalm, muscho uranio, hay muscha gente con cáncer por eso... Pero eran taaan bonitos. Yo iba siempre a la base. Me invitaban a tomar cervezas y luego, tú ya sabes... Es que yo me canso pronto de los hombres. Mira, éste es mi novio... (muestra fotos de su celular: un modelo veinteañero tatuado). Dejó a su mujer por mí. Pero sigue siendo muy mujeriego. Las broncas que hemos tenido por eso...
“Ah, Buenos Aires, ha de ser muy bonita. La Mujer Maravilla estuvo una vez allí. Giraba y giraba y el peinao le quedaba siempre impecable. Y esas túnicas blancas, qué elegancia... Por allí hay muchos caballos, ¿verdad?
“¿Las mejores playas? Yo iba siempre a la Media Luna, que tiene una arena como de azuca, te acaricia el cuerpo. Y la Bio Bay... Una belleza. Haces así con la mano (hace un gesto como de rociar agua con los dedos) y salen chispas volando. Las brujas van a buscar agüita clandestinamente. Llenan botellas y luego la eschan en las paredes de sus casas, para ahuyentar los malos espíritus, porque es agua mágica, llena de vida.”