Por Daniel Link para Perfil
La semana pasada, Beatriz Sarlo
sintetizó (en “Linda
forma de apagar faroles” parte de su experiencia en la marcha
“La patria está en peligro”, donde se cruzó con “mujeres
kirchneristas que me increpaban como si, por haber sido oposición en
los años de Néstor y Cristina, yo hubiera perdido el derecho de ser
oposición a Macri”.
Me imagino la escena, que yo también
he vivido varias veces, en diferentes registros. Una vez me tuve que
bajar de un taxi porque el chofer decidió que mi posición era
“insostenible” y me increpó duramente. Fue hace años, viajaba
con un amigo que me preguntó por mis adhesiones futobolísticas.
Expliqué que de chico había sido llevado a simpatizar con River
Plate pero que después, porque uno de mis hijos eligió River y la
otra Boca, preferí confesarme como partidario de San Lorenzo, para
no herir sus susceptibilidades en un tema que, francamente, me
importa más bien poco. “Eso no se puede”, dijo el taxista. Era
como si me acusara de jugar frívolamente con los trascendentales. El
ser es inmutable y no se puede cambiar. Una posición asumida en
algún momento debe vivirse como una cadena perpetua (se trate de una
predilección deportiva o política).
Naturalmente, hubiera podido explicarle
que se equivocaba y exponer argumentos estructuralistas y
posestructuralistas que permiten pensar de otro modo, pero me pareció
que no tenía por qué rendir cuentas ante un meterete cualquiera. Y
nos bajamos del taxi sin pagar un centavo.
El otro día, mi mamá me devolvió una
respuesta parecida: “Es culpa de ustedes, que lo votaron”. Yo no
voté a Macri, naturalmente, pero para mi madre, no haber votado a
¡Scioli!, el candidato ungido por la Sra. Fernández, es como haber
financiado su campaña.
Las señoras que increparon a Beatriz
son como mi madre y como ese taxista: no admiten posiciones
complejas, no binarias, que se escapen de los trascendentales: el
Bien y el Mal que, para peor, hacen encarnar en figuras
caprichosamente elegidas.
Con lucidez y economía de recursos,
Beatriz subrayó la “inestabilidad de la política contemporánea”.
Yo agregaría que esa inestabilidad, que no nos permite abrazar
ninguna certeza para siempre, nos obliga a imaginar en un más allá
de lo meramente dado: la política siempre fue eso y no se entiende
por qué hoy, tantos los que detentan el poder de Estado como quienes
lo pretenden, han resignado la posibilidad de imaginar soluciones
nuevas.
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