sábado, 29 de diciembre de 2018

La grieta

Por Daniel Link para Perfil

Me sentía un poco desesperanzado. Todo a mi alrededor parecía desmoronarse. Pero, por fortuna, los diarios argentinos me dieron motivos de optimismo. “Nicole Neumann hizo oficial su reconciliación con Matías Tasín”, y un poco antes: “Pico Mónaco habló de su reconciliación con Pampita”.
Ahora sí podemos respirar tranquilos. Qué importante es saber esto. Por supuesto y, como siempre, el Papa mira para otro lado y en su saludo navideño insiste con abstracciones como la paz mundial, el hambre y el diálogo político en Venezuela y Nicaragua. El presidente argentino insiste con sus predicciones (vamos a estar mejor) que jamás se cumplirán.
¿No son más importantes los procesos de reconciliación de las ex-modelos con sus parejas? ¿No son más concretos esos lazos reconstituidos? Por algo se empieza...
Aplaudamos la vida íntima rehecha y la infinitas posibilidades para las fotos veraniegas. ¡Vivan los amores renovados de Pampita y de Nicole! Sólo faltaría que ellas se quisieran, pero no sé si estamos preparados para tanto. Codazos en pasarelas, vestidos que desaparecían en los backstages de los desfiles y apodos humillantes no son cosas fáciles de olvidar.
Ahora me doy cuenta de que, sin marido ambas, a lo mejor esa desdicha compartida las hubiera unido dándoles una humanidad de la que carecen.
Vuelvo a mi desesperanza política e incluso existencial: sus respectivas reconciliaciones les sirve sólo para afirmarse en el odio mutuo e, indirectamente, para alimentar a los vendedores de basura.

sábado, 22 de diciembre de 2018

La vida nueva

por Daniel Link para Perfil


Es inevitable, a esta altura del año, pensar en una vida diferente para el próximo, la vida nueva. La Vita nova, para decirlo con Roland Barthes, que eligió decirlo casi con Dante.
La Vita nuova es la primera obra conocida de Alighieri (escrita entre 1292 y 1293, poco después de la muerte de Beatrice). Consta de 42 capítulos en los que Dante alterna la poesía y la prosa, la autobiografía y la alegoría. El libello, como se sabe, es la obra maestra del Dolce Stil Nuovo.
Entre los últimos escritos de Roland Barthes, que murió en un accidente bastante estúpido en marzo de 1980, se cuentan los ocho folios que integran el proyecto Vita Nova, un conjunto de notas que datan de agosto/septiembre y diciembre de 1979.
La crítica ha querido leer en esas notas el abandono de todo lo que Roland Barthes había pensado anteriormente, un lanzarse de lleno a la novela (un poco porque su último curso se llamó La preparación de la novela, y la Vita Nova fue puesta como apéndice a ese curso), como si las posiciones radicales sobre los géneros que Barthes había sostenido (y que nos siguen interpelando) hubieran sido exabruptos del post 68.
Lejos de esa posición, el prologista de la edición castellana de Vita Nova, prefiere leer el texto según las propias palabras de Barthes: “un proyecto infinitamente varado en su porvenir flotante, resistiéndose para siempre a las indelicadezas de lo realizado, de lo concreto”.
Después de La cámara clara (o lúcida), Barthes pretendía reemplazar el fantasma de la Madre con el fantasma de la Obra. Si algo hubiera sido Vita Nova es una actualización de Roland Barthes por Roland Barthes, ese libro en el que el autor se leía a si mismo como un ya-muerto.
Vita Nova es una meditación, un balance (así lo escribe el propio Barthes), un barajar (las mismas cartas) para dar de nuevo. Todo ordenado en relación con una “decisión del 15/4/78” a la que se aferra como un náufrago a la deriva.
Con edición de Gonzalo Geraldo, traducción de Ernesto Feurhake y estudio crítico de David Fiel para el sello santiaguino Marginalia, Vita Nova nos llega ahora en castellano, en el momento más oportuno que pudiera imaginarse.
Un poco porque la brutalidad del mundo nos había alejado mucho de los delicados tormentos propios de la escritura barthesiana y otro poco porque nos obliga a nosotros a trazar una línea (en la pared o en la arena, según se prefiera) para barajar y dar de nuevo, conscientes de que ninguna martingala abolirá el azar.
Pensar sobre la propia vida, sus momentos de condensación y dispersión, tomar decisiones... ¿Quién no se entrega a ese juego melancólico en la última semana de diciembre?
Con su libelo, Dante quiso apostarlo todo a un nuevo estilo y al amor como transformador radical de lo vivido (y, por lo tanto, de lo recordado y de lo imaginado). Roland Barthes, que estaba en otro punto de la vida (de la expectativa de los años por venir, pero también en otra era) se atormentó con la forma Summa: ¿cuál será la imagen o el fantasma de obra por el que seré recordado?
¿La novela? ¿El ensayo? ¿El poema? ¿El cuento infantil? ¿La pieza teatral? ¿El manual de lectura?
Vengo de una Feria del Libro donde todo el mundo parecía hablar de eso: de sus decisiones, de sus fantasmas, de sus golpes de timón. Yo, yo, yo.
Por fortuna nos acompañaba Selva Almada, que deshizo tanto voluntarismo con gestos de una profunda sabiduría: las cosas a veces salen bien y a veces no. A veces puedo escribir con tranquilidad y a veces no. A veces sé lo que hago y a veces no.
Lo que no hay que hacer es dejarse atropellar por una camioneta y dejar unos papeles misteriosos de los que los fanáticos de la verdad pretenderán deducir un destino y una causa.
Lo que no hay que hacer es comunicar al mundo las decisiones que hemos tomado mientras brindamos por un nuevo año, mientras los petardos aturden y el vino espumante se calienta progresivamente en copas que habrá que lavar al día siguiente como si nada hubiera sucedido.
Barajar y dar de nuevo, de acuerdo. Olvidarse por un momento del mundo, esa pesadilla que ninguna fantasía puede ya amortiguar. Feliz año impar, para todes.



lunes, 17 de diciembre de 2018

Preguntan si....

 Entrevista de Patricio Tapia para Culto, suplemento de La Tercera (Santiago de Chile)


-Su libro Carta al padre y otros escritos íntimos reconoce recopila textos más bien inclasificables: podrían ser diarios o cartas, también poemas o incluso novela. ¿Qué es más difícil: hacer clasificaciones o escapara de ellas?

-Hoy en día, la clasificación (el algoritmo clasificatorio) es uno de nuestros grandes problemas. Porque he consumido tal cosa, se me asigna a una clase que probablemente quiera consumir tal otra. Escaparse de las clasificaciones es complejo, difícil, una tarea extenuante. Mejor sería suspender los sistemas clasificatorios. Un poco por eso, veo con cierta algarabía la clasificación maniática e indetenible. Todo puede subdividirse, en toda clase se puede establecer y pensar una partición todavía más infinitesimal. Sigamos adelante por esa vía que, finalmente, terminará disolviendo toda posibilidad de estabilizar a las pesonas en categoráis fijas.

-Cuenta cosas muy íntimas, como que es ciego del ojo izquierdo y, más revelador aún, que de niño prefirió no aprender a andar en bicicleta. ¿Nunca aprendió?
-Bueno, uno de los asuntos más problemáticos de la intimidad es la dimensión imaginaria en la que se funda. No todo lo que se escribe puede ser acreditado por la ciencia médica o por la historiografía. Acabo de renovar mi licencia para conducir. Mi vista es perfecta (al menos en lo que se refiere a manejar un auto). 
 

sábado, 15 de diciembre de 2018

La condesa sangrienta

Por Daniel Link para Perfil

Hace unos meses, la perra estaba por morirse. Un parásito hematológico (Erlichia) le había afectado la médula. La veterinaria indicó por whatsapp que hacía falta hacerle transfusiones con urgencia. Nos dio una dirección en el lejano oeste. Cerraban a las 19.00. No íbamos a llegar a tiempo. De ahí teníamos que seguir hasta el campo, para buscar a la perra, y volverla a llevar hasta el Hospital Veterinario, en la General Paz.
Llegamos al “banco de sangre” ya de noche. Estaba en un callejón sin luces. Lejos de parecer un laboratorio, era una casa, un chalecito enrejado, en sombras. Toqué timbre.
Un joven me acercó dos unidades de sangre que pasó a través de los barrotes. “¿No me vas a abrir la puerta?” No lo hizo. Pasé el abultado fajo de billetes (la sangre canina se paga en riguroso efectivo). “¿No me das ningún certificado o factura?”. “Nuestros donantes...”, empezó a decir el chico. Me di media vuelta y me fui porque imaginé, en el garage, a cien perros colgados de ganchos, desangrándose lentamente.
Continuamos con el trámite. A las cuatro de la mañana devolvimos la perra a su casa. No se murió. Pero dejamos de atenderla con esa vendedora de sangre que parecía salida de una película de Tarantino. La sangre clandestina que en la alta y oscura noche se retira de lugares que será imposible después reconocer en un mapa.
Me informé. El negocio de la sangre canina es bastante redituable y, como aparentemente no está regulado, se presta a intercambios en los que la desesperación ante una muerte inminente potencia la inmersión en una sociedad bizarra. “Un negociado”, me dijeron.
Me acordé de todo esto el martes pasado, cuando llevé a otro perro para hacerle un análisis de sangre y en la veterinaria rechazaron mi tarjeta porque los laboratoristas sólo reciben la sangre con los billetes al lado (imaginé incluso: atados alrededor del tubo).
Es el reino sanguinario de Cruella de Vil.


sábado, 8 de diciembre de 2018

Macri y Macrón, un solo corazón

Por Daniel Link para Perfil

Lo penoso no fue tanto la algarabía gubernamental por haber podido aplicar sin grandes errores el manual de la fiesta exitosa para verdugos, usureros, salvadores de bancos y descuartizadores de periodistas. Tampoco que se festejara con bombos y platillos una gala que chorreaba grasa por donde se la mirara y donde lo mejor (las proyecciones abstractas en los cubos, no las eméticas imágenes de operadores turísticos) quedaba opacado por el movimiento insensato y de una continuidad psicótica de unas personas convocadas para la ocasión, como si nos faltaran elencos estables, músicos, guionistas, regisseurs, talento argentino organizado.
Fue penoso que todo se hiciera a espaldas de los que realmente saben para evitar la previsible protesta: no la de los militantes que habían quedado encapsulados (para usar una palabra que la televisión festejó como se festejan las películas en las que el terrorismo internacional indeterminado no consigue asesinar al presidente negro o mujer de los Estados Unidos) en el eje decadente de la soberanía argentina, sino la de los que forman las instituciones nuestras. ¿Museos de la Nación o de la Ciudad? Mejor no: seguro se quejan de sus salarios y condiciones de trabajo. ¿Elencos del Colón u orquestas estables? ¡Aprovecharían la ocasión para decirles a la patota soberana que el arte está al servicio de valores otros!
La fiesta del Jeje20 fue la celebración de la inautenticidad, de la mercancía, de la privatización y del prejuicio (“El centro: La cultura”).
Las visitas más amables fueron las que caminaron por las plazas, comieron donde se les dio la gana, viajaron en vuelos comerciales y trataron de ver algo más allá de la arcada protocolar, con lectura borgesiana incluida para el disfrute de aquel a quien su capital se le estaba incendiando por lo mismo que acá: el escándalo del precio de la nafta.
Lo más penoso es que el país ya no da para más, y nadie lo dijo.


sábado, 1 de diciembre de 2018

La carta robada


Por Daniel Link para Perfil

En el cuento “La carta robada”, Edgar Allan Poe nos da un indicio.
La carta que un ministro siniestro ha robado a una persona regia, para comprometerla y tenerla a su merced, no aparece por ningún lado. La policía ha cuadriculado el espacio y lo ha revisado milímetro por milímetro: debajo de cada tabla del piso, detrás de cada moldura en la pared.
Desesperada, la justicia burguesa convoca al Chevalier Auguste Dupin, quien visita al ladrón y, después de un intercambio más bien anodino, descubre dónde se encuentra la carta, que reemplaza por una falsa, para que el ministro crea que conserva algún poder, cuando ya lo ha perdido todo.
Jacques Lacan, como se sabe, encontró en el cuento sugerencias para caracterizar la práctica analítica: el secreto se vuelve visible si uno es capaz de mirar con los ojos de otro. Lo que quiere decirLa carta robada” es que una carta llega siempre a su destino.
Desde Poe hasta nosotros, las personas regias ya no son el fundamento de la soberanía. El pueblo es el soberano, y los gobernantes actúan por mandato y delegación. Pero, pareciera, al pueblo se le sigue robando. Los ladrones dicen: es que necesitamos robar para precisamente poder garantizar la soberanía popular. Robamos porque el capitalismo es, en si mismo, un régimen confiscatorio y alienante. Sea. Pero, ¿dónde está el producido en esas campañas redistributivas?
El juez busca los dineros robados por el ministro, nos dicen, porque sin ellos no habrá posibilidad de condena. Los dineros no aparecen. El ministro se envalentona y pregunta: si esos dineros existieron, ¿dónde están? Las máquinas levantan la tierra de los campos, los martillos destrozan las paredes, los perros entrenados huelen las bóvedas y las catacumbas de los conventos. Y no aparece nada.
Pero basta mirar alrededor, con los ojos de otros, para darse cuenta. Los ojos, por ejemplo, de la Cámara de la Construcción, que tanto colaboró para sostener al gobierno del pueblo. Y hay que mirar precisamente allí donde los constructores detienen su mirada, lo que sus pestañas conmovidas acarician a la distancia: Puerto Madero y sus emprendimientos de lujo, sus coworking spaces, sus World Trade Centers, sus Towers, sus amenities y sus intelligent buildings que ofrecen “una calidad de vida reservada a los más exigentes”. Puerto Madero, esa iniquidad, esa boca del Infierno, es nuestra carta robada. No hay que buscar: todo está ahí a la vista.
¿Qué estamos esperando? ¿Que lo diga un juez? La justicia puede ser idiota, pero sigue siendo burguesa y conoce sus limitaciones. Una cosa es protestar por el latrocinio contra el soberano. Otra, muy distinta, es intentar recuperar para el pueblo esos ladrillos que tanta falta le hacen y que le daría, a ese barrio muerto y helado, una vitalidad que jamás podrá alcanzar de otro modo.