Carta de amor al prior del Priorato de las Artes
por Daniel Link para Alfredo Prior (presentación de Leves instrucciones en Fundación Andreani, 01/04/2023)
¿Qué
querés que te diga, Alfredo? ¿Que aprendimos de vos, como subrayó
Arturo Carrera hace diez años, que la analogía encuentra su ley y
“razón” en el tratamiento de los colores ¿Qué los ositos
(¿perdidos?) que aparecen en tus cuadros rompen las líneas del
código, sí, pero que no hay catástrofe en ello sino una resolución
en una especie de alegría?
¿Que
tu muestra La guerra de los estilos
fue la más impresionante que vi en toda mi vida, en todo el mundo?
¿Que la re-creación a partir de 200 imágenes del fresco perdido e
inconcluso de Leonardo, “La batalla de Anghiari”, fue el momento
más arriesgado de todo lo que hiciste, el más noble, el más
caprichoso, el más maníaco y el más feliz?
¿Es
que acaso podemos darnos el lujo de hablar de pintura, de colores y
de insinuaciones dramáticas en tus manchas, porque todo el mundo
sabe que sos el más grande pintor de tu generación?
¿Qué
querés que cuente, Alfredito? ¿Que yo vi una de tus performances en
la que hacías de torero? ¿O que también te vi haciendo de chino, y
no parecía que hubiera artificio de por medio?
¿Qué
querés que te diga? ¿Que confiese cuántas veces escuché a
SuperSiempre, banda que integrás por el placer de andar en banda?
¿Que me ría con vos del nombre del disco Los
hielos eternos de
América Latina, que remeda el título de un
libro célebre, Las venas abiertas...?
¿Es
que acaso podemos darnos el lujo de hablar de artes separadas, cuando
la separ-acción es, también, también, una estrategia de
sometimiento? ¿Querés
que me detenga en esa definición tan justa, tan necesaria sobre el
contorno de las artes: “El galerista tiene como función convertir
la sonrisa de la madre en el bolsillo del padre”? ¿O querrías que
les recuerde a quienes nos acompañan que alguna vez dijiste “Yo
estoy entregado a las musas, ellas operan por mí”?
Tal
vez no quieras que diga nada de esto, porque estamos presentando un
libro de poemas, Leves instrucciones,
y me has convocado para que participe de esta fiesta libresca, de
este banquete de ritmos, juegos de lenguaje y pequeñas instrucciones
de arte y de vida.
¿Querés
que recuerde tu autopercepción (ay, perdón, no: tu autoconciencia)
de participar del barroco? Pues bien, les recuerdo, a quienes nos
acompañan, que Alfredo dijo alguna vez: “En ese sentido soy
barroco y gongorino: de Góngora a Lezama Lima. Pienso en charlas que
tuvimos a fines de los años 70 con Osvaldo Lamborghini. Él me decía
que uno de sus poemas argentinos preferidos era «El
grillo»
de Conrado Nalé Roxlo, sobre todo por el verso: «música
porque sí/ música vana».”
Eso
hace juego con la autoconciencia de que el artista es un operario (en
el sentido del obrerismo italiano) de las Musas, de que el arte viene
dado en algún plano de inmanencia y que sólo hay que saber
encontrarlo (en la tela, en la página, en el espacio sonoro).
¿Entregado a qué musas, Alfredito? A la impostora Kore, invención
tardía para satisfacer la necesidad de inspiración visual, por
supuesto. Pero también a Euterpe (la de la música: antes habría
que decidir si lo que hace Supersiempre puede ponerse del lado del
canto olímpico o más bien del lado de las derrotadas sirenas, esas
poderosas cantantes). O entregado también a Polimnia (la de los
himnos) o Talía (la de la comedia).
En
todo caso, esa apelación a las musas es una apelación a la Poesía
en su conjunto, que bien podría considerarse la nave nodriza de la
cual parten las naves exploradoras Pintura y Música.
Llego
a las Leves instrucciones,
que van mezclando el pensamiento visual y el pensamiento verbal para
llegar a un hueso descarnado: el puro pensamiento.
¿Hace
falta que cuente, Alfred, que estudiaste Letras, como si eso fuera
una legitimación para tolerar tus incursiones en el poema? Yo creo
que no. Que la poesía, también ella, te viene dada, como un juego,
como un malabarismo, como un salto al vacío. ¿O no fuiste vos quien
dijo “Yo creo que no hay que tenerlo
miedo al ridículo: hay que afrontarlo. Yo lo tomo como parte de la
obra; no tengo miedo de hacer ciertas payasadas en público y
exponerme. Son riesgos que hay que correr”.
¡Un
artista, un poeta que corre riesgos! ¿Hace cuanto que no vemos,
oímos o leemos algo semejante? ¿No bastaría sencillamente con
saber eso para admirar un libro, incluso sin leerlo? Un libro en
riesgo, del riesgo, sobre el riesgo.
Estoy
tentado de NO leer ningún poema y terminar aquí, pero no quiero
privarme del placer de compartir con ustedes uno, dos, alguno. El
primero del libro, dedicado a Paul Theck, un extraordinario artista
estadounidense (recuerden que son todas instrucciones) dice:
Muerte
de un hippie
A Paul
Thek
Fijado está
entre cielo y agua,
sobre ciénaga de
perpetua inmovilidad,
martillado espectro,
Ofelio fijo.
Insomne self portrait
de otro que es sí mismo,
mariposas de metal
líquido,
purpurina, lentejuelas
lo coronan: lábil
brillo.
En su mísero
estanque,
no por juncos ornado,
ni por lirios
anhelantes
de escilantes abejas
replicado, no,
sólo un mudo coro
de agujas lo perforan
en su tálamo,
en su alberca de 2 x
2,
donde imperturbable
deriva, momificado.
Ofelio Osiris,
no bastaron,
en tu cubículo de
cal sólida
para erguirte
como una cruz alterada
sobre el tiempo de
este tiempo,
mariposas y
excremento.
Purpurina,
lentejuelas,
estrelladas en tus
labios
son la anunciación
no tan helada
de aquello que llaman
“espinas áureas”,
un pulular incesante
de sobras que son
sombras,
de retos que son
restos.
El
poema es precioso, y nos da un par de pistas de ese barroquismo antes
evocado, que se muestra en juegos de lenguaje (decir juego de
palabras sería trivializarlos, porque implicaría dejar de lado el
concepto, que brilla en esos juegos).
Fíjense,
fijate, Fredy, en “la anunciación no tan helada”, que suspende
precisamente el anhelo (not anhelada)
y lo transforma en otra cosa. O en esas “sobras que son sombras”
o esos “retos que son restos”. El poema cumple
su condición
de corte, de comienzo de un ritmo, un lenguaje, unos registros, unas
obsesiones y un “ambiente” estilístico (deshecho, por cierto).
Paul
Thek no puede pensarse sin su pareja, el extraordinario fotógrafo
Peter Hujar y, por esa vía, nos arrastra hasta John Cage, Merce
Cunningham, Andy Warhol, William Burroughs, todo ese loquerío
aristócrata de una época que no nos cansaremos de añorar, sobre
todo porque vivimos unos tiempos en los que la más mínima
desviación de una pretendida norma del deseo es castigada con una
severidad escandalosa. El poema introduce una meditación sobre la
desobediencia y por eso suspende el anhelo de anunciación.
Más
abajo, “¿Cómo
calificar a una paleta?” presenta
otro riesgo, el de la banalidad porque, claro, el texto parece un
mero juego de palabras, una serie interminable que se desliza hacia
la nada. Pero no es eso, claro, sino un juego de lenguaje llevado a
un máximo de abstracción. El poema juega su juego en el mismo
territorio que la pintura de Prior, a quien cito por última vez en
ese rol: “Abstracción
como un espacio órfico recorrido por una alegría de delfín.
Abstracción para que coincidan la respiración del paisaje y el
insustituible espacio que ofrece la expresión articulada. (...).
Abstracción sin la hostilidad entre la carnalidad y esa pera seca
que es la estructura”.
Los
poemas se arriesgan página a página. Pero saben lo que hacen, qué
límites tocan. Comparen estos versos:
Cómo
se dice
y
cómo
el
que dice escribe o debe escribir. Correcto.
con
el título de otro poema:
¿Y si de negarme, totalmente, a escribir en mi propia lengua
escribiera?
Eso
es el barroquismo de la abstracción, un juego puro del lenguaje,
música porque sí, música vana, batalla de los estilos donde se
combinan sin concierto los endecasílabos con los alejandrinos y las
cadenas de sonidos sin sentido. Pero está también el barroquismo de
la mención: los personajes mitológicos, los artistas, los
registros, los amigos que extrañamos (¡Raúl Escari!) o los que
están con nosotros (Garamona).
¿Qué
querés que te diga, Alfredo? Yo creo que tu libro es fatalmente
inmenso y conmovedor porque piensa el presente como un plano de
tensiones que no sabemos bien cómo resolver (eso es el ethos
barroco). Digo “fatalmente” porque no estoy seguro de que haya
que felicitarte como a quien se le dice “qué rico te salió el
asado”. La fatalidad de la grandeza de este libro se relaciona con
la muestra que ya nombré, La
guerra de los estilos,
que entonces fue anunciada (anunciación not anhelada) como "la
última exhibición de un artista vivo en la sala principal de Bellas
Artes". Contestaste ese reto de restos diciendo: “Y... seré
el más vivo de los vivos. Después de esta muestra no hay dudas:
aquí no tiene que exponer ningún contemporáneo más”.
¿Qué querés que
te diga, Alfredo? ¿Cómo no ibas, fatalmente, a responder a
la operación (en el sentido político) de las musas con este libro
hermoso? Nadie más podría haberlo intuido, porque hoy las cosas se
han simplificado. Ahora sos el último artista vivo (pintor, poeta,
músico, inventor: Leonardo, prior en el Priorato de las Artes). Los
demás, si acaso, están naciendo.