Por Daniel Link para Perfil
El domingo pasado el PP entró en shock anafiláctico. Me refiero al Peronismo Paquete. Una amiga anunció desde su penthouse neoyorquino que no volverá al país. Otra, de doble apellido, manifestó su tristeza y la abrazaron virtualmente: “la acompaño en el sentimiento, compañera”. Las poetas feministas empezaron a promocionar la presentación de sus versos como actos de resistencia. No se sabe muy bien a qué, porque todos son rumores y presunciones; pero por si acaso, resistirán (cosa que no se les ocurrió hacer durante este año en el que los jubilados perdieron cerca del 30 % de sus ingresos y el acceso a la medicina se tornó dramática incluso para los afiliados a las mejores prepagas).
Yo, que no voté al actual Presidente Electro, prefiero darle el tiempo que necesita para empezar a realizar acciones verdaderamente repudiables, y enfrentarlas. Mientras tanto, me dedico a festejar que no ganó el candidato al que sí voté, el Sr. Massa.
Me dicen que en las oficinas los jóvenes de la generación de cristal preguntan cómo fue el menemato. Les veníamos diciendo desde hace quince días (porque en última instancia ambos candidatos habían bebido de las mismas aguas envenenadas del menemato) con una frase de la pedagogía patótica: “ya lo vas a entender”.
El menemismo estuvo en el gobierno durante diez años. El Sr. Menem fue votado (¡dos veces!) por la crema de la crema de la intelligentzia peronista, pero también por el común de los mortales. Como fue una de las presidencias más dañinas del último período democrático, casi nunca volvió a hablar de ese momento, salvo mediante oscuras metáforas como “el neoliberalismo”. El peronismo posterior tendió un manto de olvido e inventó una ficción que tachaba su propia complicidad con la venta de las empresas públicas, el cierre de los ferrocarriles, el tráfico de armas y los indultos de 1989 y 1990 a Galtieri, Camps, Videla, Massera, Lambruschini y Agosti, por citar a algunos.
Lo mal que hicieron. Hoy vuelve el menemismo, con todo sus tics y sus manías.
A los jóvenes acristalados corresponde decirles: chicas, ya no hay quien les diga que “machirulo” es una buena palabra. Las tienen que inventar ustedes. ¡A pensar!, que para eso les educamos.