martes, 30 de septiembre de 2008
Clarín porteño
Cora Cané, en su columna diaria Notas del amanecer (gracias a E., que nos advierte desde el más allá al que lo condenan)
domingo, 28 de septiembre de 2008
Dicen que...
por Rafael Spregelburd para Perfil
Daniel Link acaba de publicar una proeza literaria: La mafia rusa. Contra mi costumbre de dramaturgo, que me lleva a demoradas lecturas de cualquier cosa que no tenga forma de diálogos, lo devoré con fruición.
Proeza, sí. ¿Dije “literaria”? Ah. Tengo mis dudas. En estos relatos (porque lo son, ¿no?) pasa algo rarísimo: la primera persona (un presunto autor, un Daniel Link) no se mantiene del todo estable. Protagonista intermitente, es improbable que a esa misma primera persona se le puedan adjudicar todos los predicados que recoge el libro. O, en todo caso, si se le pueden adjudicar, esto implica que la noción de “persona”, como la noción de “identidad”, ya les quedan chicas a las personas de carne y hueso. Las personas no somos personajes. Y esta es una literatura de personas. Si es crónica o si es literatura –tema acuciante de la solapa del libro- poco importa, como en el Popol Vuh, o en la inmensa cultura pop.
Link (y me pasa también con el teatro de Federico León) parece saber algo de mi infancia que yo mismo debo haber olvidado. Me siento absurdamente incluido en el relato “Yo fui pobre”: comparto con el narrador la alegría de poder enunciar la frase en tiempo pasado, pretendiendo así superar uno de los traumas más horrendos del capitalismo (ser pobre es el peor de los garrones), y al mismo tiempo sé que el recuerdo nostálgico de ese estado del alma me acompañará siempre. Y será mi leña. Quien ha sido pobre de niño (y está tristemente comprobado que tal cosa ocurre a la gran mayoría argentina) queda empetrolado para siempre de esa pobreza, de ese anhelo en el alma que lo lleva a tener una vida adulta de muy curiosa relación con el dinero. Y con las crisis. Leo como continuidad natural del libro de Link las declaraciones de Lula sobre la crisis yanqui, y me sonrío: “Qué cosa que un banco que siempre le ha dicho al Brasil lo que tenía que hacer termine en la ruina más espantosa”. Este mismo niño del relato es luego inmigrante en Alemania escapando de una improbable Catamarca, indaga con famélica curiosidad quién raya los vidrios de los trenes de Berlín (y para quién), superpone el mapa de Moreno al de Ostkreuz (yo lo intenté con el de Merlo y también funciona), hace de la pereza estructural el nudo evidente de todo problema literario, vende sánguches de milanesa en la puerta de la Deutsche Oper (¿en serio, Link?) y expande, en definitiva, y por generoso, el concepto de literatura.
Sí, Link. Creo que yo también fui pobre. Y sospecho que de eso no se sale nunca. ¿Para qué, además?
sábado, 27 de septiembre de 2008
"Mis grasitas"
Los argentinos, que vivimos de catástrofe en catástrofe, sabemos de estas cosas: cuando dos estratos culturales se tocan (como las placas tectónicas en la corteza planetaria) se producen seísmos. La colisión de tres culturas puede ser un terremoto de proporciones alarmantes.
En 1976, entre otras cosas, se encontraron dos culturas de velocidades diferentes: Andrew Lloyd Webber (Londres, 1948) lanzó el disco que había hecho junto con Tim Rice, Evita, en el que Julie Covington cantaba las partes de Eva Perón.
La música de Evita (el musical) no puede ser más grasa ni más anticuada, y sin embargo... Andrew Lloyd Webber (¡Sir!), maestro en grasadas -venía de Jesucristo Superstar (1972), iba hacia Cats (1981) y El fantasma de la ópera (1986)-, será sobre todo recordado por esa penosa partitura que mezcla el clasicismo más vil y más oportunista con aires de tango, rock sinfónico (¡sí, sí, "rock sinfónico"!) y ritmos latinos.
No importa. Evita es el registro del encuentro entre la irremediable grasada de la cultura industrial (su esquematismo, su eclecticismo populista, su amoral impulso sentimental) y el kitsch peronista, que ofreció al mundo una de las grandes figuras trágicas de todos los tiempos, Eva Duarte, cuyo fantasma mezcla idénticas dosis de miseria y grandeza, generosidad y egoísmo, desafuero sexual e intuicion política. De las pocas palabras que Argentina ha conseguido imponer al léxico de lo contemporáneo, Evita es sin lugar a dudas la más sagrada, la que nos arrastra a una fantasmagoría donde todas las certezas se derrumban ("certainties disappear"), el espacio de todos los intercambios y todas las identificaciones.
De las canciones urdidas por Webber y Rice, sólo una brilla y brillará para siempre en el firmamento de lo sublime: "Eva's Final Broadcast", que repite la melodía de "Don't Cry for Me Argentina" pero con las palabras estremecedoras del renunciamiento, una de las más intensas escenas políticas del siglo XX.
El momento en que Evita (el personaje del musical) dice "But all you have to do is look at me to know/ That every word is true" (Pero todo lo que tienen que hacer es mirarme para saber/ que cada palabra es verdadera) es cuando todo palabrerío cesa, porque el personaje, al mismo tiempo que repite su amor al pueblo, muestra su cuerpo de muerta en vida, ya cadáver (ya fantasma), y nos abisma. Si esa canción, entre tanta hojarasca musical, todavía nos conmueve, es precisamente porque la corteza terrestre vibra en ella: un pequeño seísmo que todavía tenía que encontrarse con una onda de grasa de magnitud superlativa: Madonna.
En 1995, durante el rodaje de Evita (la película chatarra dirigida por Alan Parker), Madonna estaba embarazada. Nadie podía resultar más inadecuada para representar a una niña desaforada o a una mujer moribunda, y sin embargo... Retrospectivamente, ¿quién sino Madonna podría haber desempeñado ese rol excesivo? Acaso Annie Lennox, pero nunca tuvo su carisma. La reina del pop (esa tercera placa tectónica) luchó por él porque sabía todo lo que estaba en juego y superpuso su ya adorada voz a la voz incomparable del fantasma ("Im Argentina, and always will be").
En diciembre, Madonna vuelve a Buenos Aires a presentar un disco pésimo, a decirnos (como en la canción original que ganó el Oscar en 1997, ahora incorporada al musical) que, pese a todo, "You Must Love Me". Con cuatro estadios ya vendidos, no debería haber duda alguna a ese respecto. Allí estaremos, los grasitas de ayer y de siempre, incondicionales, preguntándonos "What do we do for our dream to survive?
viernes, 26 de septiembre de 2008
Todos somos Orlan (2)
jueves, 25 de septiembre de 2008
Yo quiero tener un millón de amigos y así más fuerte poder cantar
Foto: Sebastián Freire
Según el contador ShinyStat, que instalé en el blog el 23/12/04, hoy Linkillo (Cosas mías) alcanzó el millón de páginas vistas (como ShinyStat sólo cuenta hasta mil por día y luego se detiene como estrategia de mercadotecnia, es probable que la cifra haya sido alcanzada, en la realidad, hace algunas semanas). Fueron, en todo caso, 1.363 días, lo que arroja un promedio de 734 páginas por día. Según el contador de motigo, que instalé el 12/01/05, el día de mayor actividad fue el 22/06/06 cuando, por una mención mundialista en el diario Clarín, se registraron 4.059 visitas.
¿Qué decir? En principio, un agradecimiento a Guillermo Piro, quien me convenció de que sostuviera el blog y quien me recomendó los contadores.
En segundo lugar, a los demás blogonautas, que en algún sentido me enseñaron qué cosa era un blog y qué posibilidades de investigación podían desarrollarse.
Y en tercer lugar, a los visitantes y lectores, claro, sin los cuales no podría hoy estar evaluando pedir un aumento a mis auspiciantes... Como parte de los festejos por este acontecimiento que no por previsible deja de ser emotivo, sortearemos electrodomésticos entre nuestras más asiduas visitas.
Una mención especial merecen los culos argentinos (o brasileños, o marplatenses) que, como todo el mundo sabe, son muy apreciados en los buscadores de Internet.
Preguntan si...
–¿Habría mayor afinidad con el peronismo desde esa condición de infancia pobre que se establece en uno de los relatos?
–En algún momento en ese cuento o comienzo de novela autobiográfica digo que al no tener nada me veía obligado a inventar juguetes y cosas por el estilo... Es lo que hago al escribir, inventándome un pasado. Hay un deseo de recuperar ese imaginario infantil, y ese imaginario es peronista por esa idea de los Reyes Magos, del regalo, la bicicleta, las figuritas, lo que fuere. La idea de recibir esos dones, de tenerlos o no tenerlos, es extremadamente fuerte en la infancia. Esto tiene que ver con esa constitución clásica de lo que era el imaginario peronista y el estado de bienestar, con la Fundación Evita, con darles a los pobres lo que nunca tuvieron. Sobre todo en esta parte del peronismo histórico, que no viví, hay una dimensión mágica que me parece memorable. Hasta puedo llegar a sentir nostalgia de algo que nunca viví, que para mí nunca existió. Esto no significa que adhiera a la política del peronismo clásico ni mucho menos; significa que puedo liberarme al encanto que tiene ese tipo de ensoñación.
La entrevista completa de Silvina Friera a Daniel Link (niño peronista) para Página/12, acá.
miércoles, 24 de septiembre de 2008
El vómito como síntoma
En nuestro país, el reclamo de “calidad institucional” aparece en todos los registros, con una carga metafísica la mayoría de las veces incomprensible, sobre todo porque se enarbolan (se gritan) los qualia precisamente allí donde más despreocupación parece haber en relación con ellos. Se presupone una corrupción generalizada del sistema democrático. ¿Será realmente así, o habría que ponerse a deplorar la estupidez y la ignorancia? ¿No seremos las víctimas sacrificiales de un proceso de cosificación o animalización sin precedentes en la historia? Hace unos días, el Dr. Noé Jitrik publicó una carta abierta en relación con un concurso para la provisión de uno de los más altos cargos docentes en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, procedimiento administrativo que ha despertado la curiosidad y la alarma de la comunidad académica (ese mundillo de doctos doctores). A diferencia del Dr. Jitrik (cuya carta puede leerse en Internet bajo la marca “concurso-catedra-de-literatura-latinoamericana-ii”), no estoy en condiciones de evaluar a los participantes (ni sus antecedentes ni su desempeño) de esta comedia de enredos que culminó con la emisión (que en este caso habría que llamar emesis: expulsión violenta y espasmódica del contenido del estómago a través de la boca) de un dictamen insostenible. El jurado, entre quienes estaba la segunda autoridad administrativa de la Facultad de Filosofía y Letras, resolvió, por unanimidad, designar a un aspirante y no a otro, en abierta violación del aparato jurídico, que reserva la efectiva “designación” del candidato (recomendado por el Jurado) al Consejo Superior de la Universidad. El caso es un ejemplo de la inextricable maraña de corrupción, estupidez e ignorancia que tanto nos preocupa: personas que gobiernan sin tener idea de los mecanismos de gobierno, personas que confunden gobierno con ejercicio arbitrario del poder, personas que confunden el ejercicio del poder público con la obtención de un beneficio particular o un rédito político. La emesis, el vómito, como síntoma.
martes, 23 de septiembre de 2008
Ciudades
¡Qué asfixiante Buenos Aires! ¡Y qué placer poder salir de la ciudad para olvidarse por unos días de la incompetencia y la mala fe de Macri, que ahora dice que no va a cumplir su promesa electoral de multiplicar el sistema de subterráneos por falta de presupuesto (mientras, por otro lado, vomita el proyecto de hacer un túnel bajo la 9 de julio, para quienes necesitan atravesar la ciudad y sólo eso: para ellos, infame alcalde, están la General Paz y las demás vías de circunvalación; el sanisidrense que quiera ir a La Plata que pegue la vuelta, no tenemos por qué abrirle un pasadizo bajo las calles para su comodidad). Es ciertamente duro vivir en una aldea atravesada por todos los poderes (el poder sindical, el poder piquetero, el poder nacional, el poder municipal, el poder judicial....) y ninguna cuota de imaginación.
Haber pasado dos días en Córdoba nos devuelve un poco la fe, como sucede siempre que visitamos ciudades que tienen futuro y que no viven de un dudoso pasado de señora vieja, como es el caso de la inmunda Buenos Aires. En Córdoba se respira no una parsimonia provinciana, sino una modernidad excéntrica, delicada, capaz de imaginar formas alternativas de vivir juntos. Por supuesto, mis amigos cordobeses dicen que idealizo. Sea. Pero Córdoba me brinda una posibilidad de idealizar que no encuentro donde vivo, padezco y muero cada día un poco.
Fui a Córdoba invitado por Gabriela Halac, curadora del ciclo Fenómenos, que estableció en el marco de la Ferial de Libro de Córdoba (tan poco atractiva como la de Buenos Aires, con la ventaja de que funcionaba en pleno centro) un espacio para la discusión de los nuevos soportes para la literatura. En este caso, le tocó a los blogs y otras formas de publicación online. Asistí a varias sesiones del ciclo Fenómenos, durante las cuales conocí a grupos como Pelopincho, djs o músicos como Tomates asesinos que, por una razón o por la otra, forman parte de la escena literaria cordobesa.
Esa ecología me es familiar y disfruté de ella durante los años noventa. Pero hoy, en Buenos Aires, parece haberse perdido. Y no porque hayamos evolucionado a nuevas formas de modernidad, sino porque vivimos en la desesperanza, en el careteo más infame y en el desprecio por toda forma de comunidad y de comunicación.
Gabriela Halac programó una serie de actividades (chats y videoconferencias, presentaciones de libros y colecciones, charlas sobre blogs y presentación de proyectos) que fueron el campo propicio para debates inteligentes y libres de las chicanas a las que estamos acostumbrados en los eventos a los que nos invitan en Buenos Aires. Viejo como soy, podría decir que he estado en varias Ferias del Libro, hablando incluso de lo mismo de lo que se estaba hablando en Córdoba. Lo que sentí, sin embargo, fue bien diferente: a la atonía que puede suponérsele al público de la Feria del Libro de Córdoba (idéntica a la atonía del púbico de cualquier feria), el ciclo Fenómenos superponía una especificidad de tribus y comunidades que compensaban la pobreza exhibitiva de los stands de libros. La gente se sentaba a escuchar lo que decían los demás, e intervenían con inteligencia y precisión.
Sí, Córdoba (La Docta) es una ecología diferente, donde lo "intelectual" no está reñido con lo moderno y donde la estridencia no tiñe todos los espacios. Córdoba es una ciudad que tiene un futuro por delante y que piensa con ironía su propio crecimiento (Palermo Soja llaman los cordobeses a los barrios donde los nuevos ricos copian las falsas mieles de Buenos Aires).
No puedo decir que me gustaría vivir en Córdoba, sencillamente porque ya viví en esa ciudad. Sí puedo decir que, cada vez que me voy de Córdoba, la extraño. Debería ser el modelo del mundo. Gracias, Gabriela, por tu generosa invitación.
lunes, 22 de septiembre de 2008
Invitación
¡Más Pensamiento Incómodo!
El Tintero de Narciso
Este jueves 25 de septiembre, a las 19:30,
en el Auditorio "Francisco Madariaga",
la novelista y ensayista y periodista María Moreno
disertará sobre el giro autobiográfico
de la literatura argentina actual.
Tenemos el agrado de invitarte a la cuarta velada
del ciclo "Pensamiento Incómodo".
Entrada libre y gratuita. Te esperamos
SOCIEDAD DE ESCRITORAS Y ESCRITORES DE LA ARGENTINA
2008: Año de la Pensión del Escritor
Bartolomé Mitre 2815 - Of. 225 a 230 (C1201AAA) Ciudad Autónoma de Buenos Aires - Argentina
Tel. (00 54 11) 4864 8101 / e-mail: administracion@lasea.org.ar / Sitio Web: www.lasea.org.ar
A declamar, hasta enterrarlos en el mar
Los días 7 y 8 de noviembre de 2008 tendrán lugar las Segundas Jornadas del Certamen de Declamadoras de Poesía organizado por la Asociación Estación Pringles, con el objeto de restablecer las relaciones entre voz, poesía y memoria, oralidad y escritura.
Se dictarán conferencias y talleres dirigidos a estudiantes, docentes y miembros de la comunidad en general.
Actuarán la “Caravana de declamadoras” y el “Colectivo de Niñas Declamadoras”.
Participarán de estas Segundas Jornadas: Vivi Tellas (directora teatral), Mario Bellatin (escritor mexicano), María Moreno (poeta, novelista, periodista), Graciela Goldchluk (directora del Departamento de Letras de la Facultad de Humanidades de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP), Ariel Schettini (poeta, ensayista y docente de la Facultad de Filosofía y Letras, UBA) y otras reconocidas figuras de la poesía y las artes teatrales.
Este evento cultural cuenta con el auspicio del Centro Cultural de España en Buenos Aires (CCEBA), la cátedra de Literatura del Siglo XX de la Universidad de Buenos Aires y el Instituto Cultural de Coronel Pringles.
A partir del 8 de octubre de 2008 los interesados en participar podrán consultar forma y plazos de inscripción en: www.estacionpringles.org.ar
Se otorgarán certificados de asistencia y diplomas.
domingo, 21 de septiembre de 2008
Dicen que...
por Silvio Mattoni
La mafia rusa, por Daniel Link, Emecé, Buenos Aires, 2008.
Quizás haya un hecho que recalca el fin de la alta literatura en este libro de Daniel Link. Y no se trata de su tono ni de la posible mezcla de lo autobiográfico con lo literario que provendría de esas ficciones etéreas que se denominan “blogs”. Todo lo contrario, sus frases son mesuradas, concisas, ingeniosas. No escamotean imágenes, connotaciones ni narratividades. Pero lo que pone en crisis la idea de literatura en los textos de La mafia rusa es que son escritos vinculados a cierta contingencia. Al final del libro, una lista señala las revistas, sitios web, diarios donde aparecieron. Incluso uno de los relatos –llamémoslos así– más heterogéneo del conjunto, que se titula “Parpadeos”, juega con la situación del encargo literario sobre un tema, la pereza, que el protagonista sufre al mismo tiempo que lo analiza. Menos notoriamente, los demás escritos parecen responder a esa lógica del pedido, de la demanda de la ocasión. Ya no se plantea pues la inquietud moderna que anhela la obra, el libro que modificaría todo lo leído antes, sino una especie de mensaje pulsátil, que late desde lo singular de alguien que escribe, que existe en el presente y no pide morir en la tristeza de la biblioteca entre los muertos célebres.
Por otro lado, la mayoría de los relatos del libro se inscriben en dos modalidades de la ficción autobiográfica: el diario de viaje y la rememoración. En ambos casos, lo que se registra y lo que se recuerda participan de la anécdota, constituyen un caso o una parte de un caso que la lucidez del narrador ofrece a la vez como ejemplo y como excepción. Recordemos que “anécdota”, en griego, quería decir “cosas inéditas”. La infancia de clase media empobrecida o los episodios europeos pueden pasarle a cualquiera, estar en el pasado de cualquiera. Y sin embargo, la forma en que retornan a la memoria del escritor sólo puede corresponder a un ser. En el libro, aunque por momentos podamos confundirlo con el autor y más aún si supiéramos algunos datos de su vida, el protagonista de viajes y rememoraciones se llama Manuel Spitz, nombre que rima con la firma justamente para señalar la resonancia de lo semejante entre ficción y biografía, pero también la infinita distancia de esas expresiones paralelas. Como el pensamiento y la extensión, únicos atributos de la sustancia única de Spinoza, la literatura y la vida se comunican sin tocarse nunca. Pienso en el Marcel de la escritura de Proust y su eco en el “marcelismo” de los lectores que no dejan de coleccionar los retazos de una vida aligerada de casi todo su peso por la fuerza de la obra.
Link, que ha firmado antes de la forma del libro casi todos estos textos, plantea esa oscilación entre dos órdenes sin la cual ninguna literatura supera el simple juego. Aunque también hace surgir en su estilo un tercer orden, el de la reflexión, algo que en otro sistema puede llamarse ironía. Entre el chico pobre y enfermizo refugiado en la literatura que siempre se evade de la insoportable, inexorable cuestión social, y el viajero cosmopolita y cuasi-esteta que investiga los resquicios de una falsa reconstrucción cultural en Berlín o disfruta de las mieles acerbas de las residencias de artista, parece haber un hiato insalvable. Tanto que hasta cierto punto el libro promete dos novelas en germen: por un lado, la formación del escritor, desde el barro del barrio cordobés hasta el brillo laminado de la publicación de lo escrito; y por el otro, la crítica novelada del presente, el carácter disfuncional y esencialmente patológico del mundo global, momento en que incluso La mafia rusa puede arriesgarse a tocar las cuerdas de la teoría conspirativa o de la tecno-ficción. No obstante, poco a poco, la ironía de las diferencias entre los textos termina siendo su elemento cohesivo. Como ya dije, esa cohesión es obra del estilo, que puede descomponer la placa metálica aciaga de una traición a los ocho años, que recuerda la acción resentida de aceptar un destino de clase media en la narrativa de Arlt, y torcer esa opacidad hasta convertirla en un prisma iluminador, como de acero cromado. En una de sus caras entonces, está la descripción sociológica, forma desnuda de un sufrimiento que se describe así: “Como me sentía, comparativamente, muy pobre –el colegio quedaba en Argüello, mis compañeros de aula vivían en el Cerro de las Rosas o en Alta Córdoba, yo vivía en un barrio obrero: Barrio Talleres (O)–, no desperdiciaba ocasión para hacer gala de mis tesoros.” Y en otra cara del prisma, desde la autoconciencia ganada por el dolor y los años, la sentencia, la transformación del estado social en sentimiento: “Sabía que me había convertido en un perverso dialéctico, o en un canalla, qué más da. Sabía que, a partir de entonces, la infancia sólo me habitaría como el otro que ya no podría ser, un moriturum, un muerto vivo, un pequeño príncipe perdido en un laberinto de espejos que parecen asteroides distantes.” Y este yo perdido, solitario aun en la amistad y el amor, ¿no es acaso el sujeto de los viajes, que registra hasta su más profunda inacción porque no puede atravesar la vida extensa sin el pensamiento intenso? Las palabras, el habla íntima y la firma pública, serían por lo tanto ese tercer orden, ni atributo ni sustancia, que puede mitigar, u olvidar quizás, la escisión originaria.
El carácter encargado de los escritos parece reafirmar la frase con que el narrador recuerda al niño que fue, a la manera de un lema que diría: no desperdiciar la ocasión para hacer gala del pequeño, casi inexistente tesoro que se tiene. O sea: no dejar pasar la oportunidad de escribir, de inscribirse en lo escrito aun cuando no haya nada que decir. Y ese lema está debajo de un emblema o de varios: el adulto que exprime el tubo de dentífrico con una manía que viene de un linaje pobre; el que atesora un culto kitsch por la emperatriz Sissi, que uniría a los plebeyos de allá con los de acá, el pasado y el presente, el imperio austrohúngaro y el peronismo; el escritor perdido en el aeropuerto, que pierde la memoria; el que sueña con otra vida; la araña que deja flotar en el aire su hilo para empezar una tela encabalgada en el viento de la ocasión. “Como la araña –escribe Link–, dejo volar al viento un hilo brillante de imaginación, a ver con qué se encuentra.”
En este sentido, aunque los tañidos de la resonancia biográfica de La mafia rusa parezcan interpretar la música de la sonata proustiana, no se trata de lo mismo. La obra no es necesaria, ni absoluta. No absorbe la savia de la vida hasta dejarla seca. No procura eternizar lo contingente, sino más bien darle la fuerza irónica de lo ocasional a una destreza en el estilo y a un destino particular. Hacer gala del estilo, aunque no haya más pretexto que la ocasión, que siempre se agarra de los pelos porque su esencia es la huida, sería como vestirse con ropa de fiesta, algo que puede desembocar en la felicidad pero sólo en el presente. No se escribe para recobrar el tiempo, sino sobre su pérdida, para perderlo sin objeto. “Cuando escribo –dice un personaje aquí–, escarbo hasta el más ínfimo átomo de nada.” Y desde Guillermo de Aquitania, creemos saber que escribir sobre nada es apegarse al ritmo de las palabras, y que esa escritura que no dice nada constituye el armazón de lo que llamamos literatura. Hace mil años, Guillermo cantó:
Haré un poema de la pura nada:
que no hablará de mi ni de otra gente,
no celebrará amor ni juventud
ni cosa alguna,
sino que fue compuesto durmiendo
sobre un caballo.
En un avión, en un tren urbano de Berlín, en el fetichismo que retrocede hacia su origen infantil, Link hace cabalgar su propio ritmo, que a la vez se frena en el fragmento, el recorte, para pensarse y avanzar de nuevo. Como si este libro no dejara de preguntar: ¿quién habla en la escritura? O bien: ¿hay un cuerpo detrás de las palabras o es sólo la ilusión de la deíxis? El escritor perdido del relato titulado “Accidente cerebrovascular” responde: “No soy yo. No es yo.” Pero el analista de la memoria sufriente repite: “Yo fui un niño de ocho años”, “Yo fui pobre”, mientras sueña con algo indeterminado, tan improbable como promisorio y que sería “La vida futura”.
Perder o encontrar el cuerpo con las palabras son acciones similares porque ambas indican la distancia que nos separa del lenguaje y que nos hizo ser; pueden desembocar en la misma anestesia, algo que me gustaría llamar una estética del olvido de sí. El yo se abisma entonces en el niño perdido, o en el deseo que asedia el ocio meridiano del escritor, o en ese tren fantasma de las sensaciones que desarticula las frases y que suele presentarse como mundo. Por lo tanto, el yo se fragmenta, se deposita en los intervalos donde cede el piso gomoso, viscoso de la comunicación. La conciencia lúcida que analiza su propio registro y las ficciones de su memoria, los encubrimientos y selecciones del afecto, luego de profundizar su propia dialéctica, se hunde en el dichoso naufragio del cuerpo. Como un San Sebastián delirante, mártir y emblema del goce, que Link describe en el más insólito de los viajes que cuenta, el cuerpo, atravesado por las palabras flechas, se descubre en los intervalos, en el desplazamiento erotizado del sentido. Quizás por eso, a fin de cuentas, La mafia rusa podría ser una forma de la novela que no se resigna al ya tedioso punto de vista único, que se hace de fragmentos ocasionales, diversos, unidos por un estilo. La buena conciencia literaria que imponía unidad en la obra, esa utopía que desconocía la doble articulación vacía del lenguaje, se disuelve para que florezca la impresión del cuerpo. Algo que en realidad retorna y fue siempre el lugar físico de las letras: la pequeña herida que se hace pública. Y porque las palabras no nos pertenecen puede Link anotar su impresión lírica en el personaje que habla así: “Emito, lo siento, bisbiseos que no comprendo del todo, radiante. Miro el cielo, creo estar mirando el cielo, pero es el cielo quien, como el ojo de Silesius, me mira con tal intensidad que con sólo esa flecha envenenada de visión recíproca entiendo que me ordena cosas. ¿Qué hago con mi cuerpo? ¿Qué le pasa a mi cuerpo? ¿Quién está en mi cuerpo? Hago cosas con mi cuerpo que no sé qué son, qué significan. Pero sé quién manda hacerlas, y las hago.” Es un mandato que viene desde el fondo de lo olvidado o de lo inmemorial, desde la edad de los imperios que se sueñan en la infancia. Mientras en el presente en que se escribe, ese cuerpo, acosado alternadamente por la inacción y el deber, recibe una mirada desde aquel cielo donde se perdió un pequeño príncipe congelado ante el espejo. Pero su pobreza se ha vuelto noble; la anestesia desinteresada dedica ahora las ocasiones de escribir a la claridad, la ausencia intensa y el rapto que hace leer.
viernes, 19 de septiembre de 2008
El silencio de las sirenas
Prueba de que también medios insuficientes y hasta pueriles pueden servir para la salvación:
Para guardarse de las sirenas, Odiseo se tapó los oídos con cera y se hizo encadenar al mástil. Algo semejante podrían, naturalmente, haber hecho desde tiempo antiguo los viajeros, con excepción de aquellos a quienes las sirenas atraían desde lejos, pero en el mundo entero se reconocía que ese recurso no podía servir para nada. El canto de las sirenas lo traspasaba todo, y la pasión de los seducidos habría hecho saltar prisiones más fuertes que mástiles y cadenas. Pero Odiseo no pensó en ello, si bien quizá algo habría llegado ya a sus oídos. Confiaba por completo en los trocitos de cera y en la atadura de las cadenas y con la inocente alegría que le ocasionaba su estratagema marchó al encuentro de las sirenas.
Pero éstas tienen un arma más terrible aún que el canto: su silencio. Aunque no ha sucedido, es quizá imaginable la posibilidad de que alguien se haya salvado de su canto, pero de su silencio ciertamente no. Ningún poder terreno puede resistir a la soberbia arrolladora generada por el sentimiento de haberlas vencido con las propias fuerzas.
Y, en efecto, al llegar Odiseo, no cantaron las cantantes poderosas; fuera porque creyesen que a aquel adversario sólo podía vencérselo con el silencio, o porque la contemplación de la felicidad reflejada en el rostro de Odiseo, que no pensaba sino en cera y cadenas, les hiciera olvidar todo canto.
Pero Odiseo, para expresarlo así, no oía su silencio, creía que cantaban y que sólo él se hallaba exento de oírlas. Fugazmente vio primero las curvas de sus cuellos, la respiración profunda, los ojos arrasados en lágrimas, los labios entreabiertos, pero creyó que esto pertenecía a las melodías que se alzaban, inaudibles, en torno de él. Mas pronto todo se deslizó fuera del campo de sus miradas puestas en la lejanía, las sirenas desaparecieron ante su resolución, y, precisamente cuando mas próximo estaba, ya no supo de esos seres nada más.
Ellas , empero –mas hermosas que nunca-, se erguían y contoneaban, las chorreantes cabelleras ondulando libremente al viento y las garras abiertas sobre las rocas. No querían ya seducir, sino solo apresar, mientras fuese posible, el fulgor de los grandes ojos de Odiseo.
De haber tenido conciencia, las sirenas habrían sido destruidas aquel día. Pero allí quedaron y sólo ocurrió que Odiseo escapó de entre sus manos.
Aquí, por lo demás, se transmitió un agregado. Se dice que Odiseo era tan rico en astucias, y tan zorruno, que las mismas deidades del destino no podían penetrar en lo más íntimo de su fuero interno. Aunque ello no sea ya concebible para el entendimiento humano, quizás notó realmente que las sirenas callaron, y opuso a sirenas y dioses, en cierta manera como escudo, el simulacro mencionado más arriba.
Traducción: Alejandro Ruiz Guiñazú
Tradición y modernidad en La Docta
Como parte del ciclo Fenómenos, en el marco de la Feria del Libro de Córdoba, se presentó el grupo Pelopincho (¡ídolos!)
jueves, 18 de septiembre de 2008
Preguntan si...
El escritor presentará en Córdoba su nuevo libro, La mafia rusa, y dará una charla sobre "La literatura después del blog".
"Me gusta pensar mis libros como ‘novelas rotas’ o ensayos espiralados", dice Daniel Link, y cualquier lector de su obra admitiría ese comentario. Desde La chancha con cadenas, el escritor viene postulando la mixtura de formatos en un registro fresco que no reniega de la profundidad. En esos primeros ensayos ya exhibía la vocación de distender el lenguaje de la crítica y de experimentar la escritura como una plataforma que permite conectar cosas diversas. Quizás por eso a su escritura puede calificársela como "moderna" y a él como un "intelectual pop": alguien atento a las innovaciones y oscilaciones de su época pero consciente de que para poder "barrer" el presente es necesario tener a mano "la caja de herramientas" de la modernidad.
Link se presenta esta semana en la Feria del Libro. Mañana dará una charla titulada "La literatura después del blog", y el sábado presentará el libro que acaba de publicar, La mafia rusa (Emecé).
Los textos de su nuevo libro tienen en común cierta elaboración en torno a lo autobiográfico, pero siempre que entendamos que "lo que se llama ‘yo’ es la palabra más débil del lenguaje", advierte Link.
Son dos los polos que dan forma a los relatos de La mafia rusa. Por un lado, las experiencias, ya lejanas, de la pobreza que el autor habría vivido en su infancia, y, por el otro, las más actuales del catedrático y escritor que se presenta en diferentes versiones, como las del migrante o el perezoso.
Los relatos "El amor fraterno (o ¿Acaso no sueñan los androides con historias ajenas?)" y "Yo fui pobre" son dos entradas posibles a ese contraste. En uno, tenemos al profesional que se ganó el derecho de levantarse a cualquier hora y que le asigna a su trabajo un valor marcado por una aristocrática e irónica distancia. Mientras que en el otro está el recuerdo del niño al que la experiencia de la lectura lo alejaba del mundo mientras que la de la escritura lo devolvía al mismo, y que supo que debería sobrevivirse explotando alguna característica tolerable para los demás.
¿Pero hasta dónde es posible establecer correspondencias e identificaciones entre los narradores de estas historias y Daniel Link? Quizás el autor esté en todos lados y en ninguno, y que al mismo tiempo pueda y no pueda reconocerse en cada cosa que escribe. "Siempre se trata de lo mismo: a lo real, hay que imaginárselo", dice. Tal vez esa afirmación sea la respuesta a la hipótesis esbozada.
El umbral
–¿Cuál es el hilo conductor más íntimo de estos relatos?
–Vengo pensando hace años en la relación entre lo real y lo imaginario, que también podría pensarse como la relación entre el realismo y lo experimental, o entre la memoria y el olvido. En ese sentido, uno siempre está escribiendo un solo libro y va probando líneas, abre puertas y ventanas. Creo que La mafia rusa y Montserrat comparten ese umbral entre lo real y lo imaginario porque nunca se sabe bien qué es qué, ni de qué lado se coloca el que está contando.
"Parto de lo nimio, lo cotidiano, para encontrar allí una potencia de irrealidad, una manera de negar el mundo tal cual es", dice. Y se pregunta: "¿y si todo fuera, en efecto, de otro modo? ¿Mi vida pasada será lo que se lee en La mafia rusa? ¿Mi presente es lo que se deja leer en Montserrat o en algunas páginas de este último libro, donde la realidad incluye mafias rusas, extraterrestres y niños moribundos?". Y se responde inmediatamente: "No lo sé. O, mejor dicho, no quiero saberlo. Hay un momento en que lo testimonial se rinde ante la ética y eso es lo único que me importa de la literatura".
–¿Qué disposición implica cada uno de los géneros y en cuál te sentís más cómodo?
–Escribo sin demasiada conciencia sobre el destino de lo que estoy haciendo. Escribo en la ignorancia de lo que vendrá, pero creo en el futuro. Algunos fragmentos de La mafia rusa se desprendieron de novelas previas y quedaron como destellos separados. Otros reaparecerán en libros en los que estoy trabajando. Es seguro que mi próximo libro de ensayos, Fantasmas, va a comenzar con "La vida futura", que cierra La mafia rusa. Otros fragmentos se atrajeron entre sí para componer un fogonazo de memoria más o menos falsa. Trato de incorporar lo ensayístico en la ficción y lo narrativo en mis ensayos y mi producción crítica. Cada género plantea desafíos, tensiones. En general, me gusta pensar mis libros como ‘novelas rotas’ o ensayos espiralados. Y siempre se trata de lo mismo: a lo real, hay que imaginárselo.
El "yo" como monstruo
Hace poco comenzó a plantearse la hipótesis de un "giro autobiográfico" en la literatura argentina y algunos escritores y críticos señalan que una parte de la obra de Link entraría en esa categoría. Ante la pregunta de si considera estimulante esta categoría para pensar algunos de sus libros, dice: "Sí, seguramente. Pero con la condición de que se entienda que juego con la autobiografía (sólo mi mamá puede saber cuánto hay de verdad en lo que cuento y cuánto no)".
"No soy yo exactamente el que escribe, y cuando escribo ‘yo’ no presupongo la existencia de ese sujeto más o menos raro (pero, ¿quién no es raro, quién no participa de la rareza del mundo?) –argumenta Link–. Soy un testigo, sí, ¿pero de qué?".
Asegura que no le gusta pensar la literatura "en términos de límites", sino "en términos de umbrales, de disolución de los límites, de pasajes". Y admite que "lo que se llama ‘yo’ es la palabra más débil del lenguaje" y, como tal, "se deja arrastrar por los vientos de la historia mucho más que cualquier otra". "‘Yo’ es el reflejo en un espejo que deforma, y en esas deformaciones o informes me reconozco monstruo, y reconozco a los otros como monstruos", afirma. Y agrega: "Nadie está a salvo de la novela familiar del neurótico, que en La mafia rusa aparece invertida".
El "blog" y la experimentación
Los blogs llegaron para quedarse y su permanencia está modificando, al menos en algunas zonas, los hábitos de lectura y escritura. Daniel Link administra desde 2003 el blog linkillo (www.linkillo.blogspot.com), que presenta una variedad de secciones y donde pueden leerse sus propios textos y los de otros escritores y periodistas.
–¿Qué usos del "blog" considerás más interesantes?
–La experimentación con regímenes de verdad, con los pactos de lectura. La prosa breve, la posibilidad de publicación automática, la deriva permanente de una cosa a la otra, las totalizaciones heridas de muerte, la persecución imposible de la verdad, la novela por entregas. No sé. Hay que investigarlo todo, hay que atravesar todos los umbrales.
–¿La escritura en "blogs" modificará la escritura literaria y desplazará los espacios de reconocimiento y consagración?
–Por ahora el libro sigue siendo el horizonte de la literatura. Naturalmente, habrá modificaciones. Y está bien que así sea. La imprenta, se dice, posibilitó la novela. Las nuevas formas asociadas con las nuevas tecnologías de publicación comenzarán a aparecernos cada vez con más evidencia (¡hasta Beatriz Sarlo abrió un blog!). Por ahora, todo es muy confuso. No, confuso no: magmático, errático. Eso es precisamente lo más estimulante: hacer algo cuyo resultado se desconoce, una experiencia de verdad.
martes, 16 de septiembre de 2008
Preguntan si...
Vivo de la literatura, pero no de la escritura. Mi propia literatura ocupa un lugar muy marginal en mi modo de ganarme la vida. Me paga viajes, eso sí. He sido editor, librero, asesor impositivo, periodista, becario, prologuista. Soy profesor universitario.
2 Si tuviera que comparar el trabajo de escritura con otro oficio ¿con cuál sería y por qué?
Un escritor es como un músico: compone con palabras algo que después habrá que oír (o no). O un cocinero, que transforma determinados materiales en otra cosa.
3 ¿Cómo trabaja su escritura? ¿Cuánto tiempo le dedica? ¿Lee alguien sus textos antes de publicarlos? ¿Escribe de manera regular? ¿Lee a otros autores en los períodos en que está escribiendo?
Escribo casi todo el tiempo. Nadie lee mis textos antes de publicarlos, pero todo lo publico antes que en el libro, en internet, de modo que todos (y cualquiera) leen mis textos. No escribo de manera regular. Leo, sí, mientras escribo, sobre todo porque mi trabajo involucra la lectura, y no puedo darme el lujo de dejar de trabajar. ¿Podría no trabajar? Tal vez no, ni aunque me sobrara la plata.
Otra denuncia estremecedora
Hay países donde se lamenta la falta de un debate intelectual. No es, naturalmente, el caso de Argentina, que como todo el mundo sabe es un país extremadamente rico en debates intelectuales. Para evitar esa proliferación, podría pensarse, nos ponen en la necesidad de opinar sobre aspectos reglamentarios (es decir: la ignorancia de los reglamentos), tal como quedó de manifiesto en un reciente concurso realizado en la Facultad de Filosofía y Letras al que se refiere esta contundente carta del Dr. Jitrik:
A PROPÓSITO DE UN CONCURSO
15 de setiembre de 2008
Puesto que se trataba de un Concurso de Literatura Latinoamericana II, cátedra de la que fui Profesor Titular desde 1987 hasta 1992, y también por ser todavía Director del Instituto de Literatura Hispanoamericana, asistí, el 28 de Agosto de 2008, a las entrevistas y clases dictadas por los aspirantes a Profesor Titular, Doctores Roberto Ferro y Susana Cella ante un Jurado designado oportunamente por el Consejo Directivo de la Facultad y aprobado por el Consejo Superior. Mi interés en observar el desarrollo del concurso estaba, pues, íntima y socialmente justificado.
(el texto completo, acá)
lunes, 15 de septiembre de 2008
Correspondencia: manual de servidumbre voluntaria (2)
Capacitación para Personal de aseo y cafetería | |||||||||
Con su permiso dotor te limpio el polvo | |||||||||
Mejore estos procesos capacitándola | |||||||||
SERVICIO PARA PERSONAL DE ASEO Y CAFETERÍA Cómo atender a los visitantes y compañeros | |||||||||
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| Fecha: sábado 20 de septiembre de 8:00 a.m. a 12:00 m. | ||||||||
Informes e inscripciones: | |||||||||
Harry Potter
Harry Potter y las reliquias de la muerte ha salido en Francia esta noche a la 0.01. Es el sexto y última toma de la serie de J.K. Rowling. Los lectores van finalmente a saber quién muere y quién no. Jean Claude Milner, lingüista y filósofo, ha leído la saga. Él nos explica en qué es muy política.
(...)
Aquello que puede aparecer como elitista es de hecho una igualdad real, por oposición a una igualdad no real del mundo de los Moldus. En esto, Harry Potter es una máquina de guerra contra el mundo thatchero-blairista y la American way of life. (...) J.K. Rowling es, ella, una verdadera libertaria animada por una voluntad de preservación. Es como si ella dijera: “Aprendan griego y latín en lugar de estudiar marketing. (...) En esta historia, se tiene entonces, de un lado el mundo de los Moldus, donde la opresión es el poder sobre las cosas: del otro, el mundo de Poudlard, donde el saber puede permitir resistir a la cosificación del mundo de los Moldus, pero abre también la posibilidad de un poder sobre los sujetos. Ese poder temible, que busca Voldemort y que podemos llamar tiranía, es uno de los temas de Harry Potter, es uno de los temas recurrentes en la literatura inglesa después de Dickens y de Orwell.
(...)
Traducción: Mario Elkin Ramírez, acá.
sábado, 13 de septiembre de 2008
Urbanismo comparado
Verónica es una joven que vive en los lindes de Moreno, desde donde toma un colectivo para llegar a esa estación. Una vez que baja del tren en Once (si consigue realizar el trayecto), debe tomar otro colectivo hasta el barrio donde ejerce su trabajo de asistente doméstica. Gasta, ida y vuelta, $ 6. Si algún día agrega más obligaciones en otro lugar de la ciudad, debe sumar una tarjeta de subte al total: $ 7.
En Berlín (como en cualquier otra ciudad de Europa), el sistema de transporte es un bien social, está (como corresponde) unificado y lo usa todo el mundo porque es excelente. Las tarifas se calculan en relación con un sistema de anillos que se identifican con las letras A, B y C. La zona C se corresponde con los límites últimos del Gran Berlín y equivale, grosso modo, a la relación que existe entre el centro de Buenos Aires y Moreno.
Si Verónica viviera en Berlín ganaría en euros y resolvería sus necesidades de transporte diario con sólo € 6 (el costo de un boleto que permite viajes ilimitados durante la jornada en todos los medios de transporte: trenes, colectivos y subtes).
Naturalmente, sólo las personas incapaces de planificar sus obligaciones pagan esa suma. Un pase semanal (se lee en www.bvg.de) cuesta € 32.30 (prorrateado: € 4.61 por día). El pase mensual cuesta € 88,50 y reduce el costo diario del transporte (insisto: ilimitado) a € 2,95. El abono anual, finalmente, cuesta € 855 (se paga en doce cuotas mensuales) y lleva la cifra a € 2,34 por día. Hay opciones todavía más específicas y económicas: el pase estudiantil (€ 1,75 diarios) y el pase mensual para viajar después de las diez de la mañana (€ 2.10 por día).
No es, como se ha escuchado, que el transporte en Buenos Aires sea pésimo porque es barato, ni que el Estado sea incapaz de cumplir con las más mínimas obligaciones que se le han encomendado. La verdad es más escalofriante. Entre nosotros, el Estado se dedica a robar a los pobres con tarifas de transporte exhorbitantes (que el servicio sea de pésima calidad es anecdótico), con el cinismo de quien se sabe impune: Verónica no vota (es paraguaya).
viernes, 12 de septiembre de 2008
Todos somos Orlan
Foto: Sebastián Freire
S. y yo estamos desarrollando un nuevo emprendimiento comercial. Fabricamos jaboncitos artesanales y personalizados con los excedentes de lipoaspiraciones, que pueden entregarse como souvenirs para las visitas. Todos tenemos derecho a ser Orlan.
Presentación
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jueves, 11 de septiembre de 2008
Preguntan si...
La escritura de Daniel Link siempre brota de entre los pliegues de la ficción y la autobiografía, la crítica cultural y el diario íntimo, la tradición literaria y la curiosidad por las nuevas tecnologías. Dentro de esas mismas coordenadas, La mafia rusa, su nuevo volumen de relatos, lo revela además como un narrador consumado.
por Matías Capelli para Inrockuptibles
"A veces pienso en Rilke, que estuvo diez años trabado porque no podía terminar unos poemitas. Y me parece injusto. Uno tiene una sola vida, más vale aprovecharla". La frase, deslizada por Daniel Link sobre el final de la conversación, ayuda a acercarse a su manera de entender la literatura, más desde la perspectiva del autor que del lector, si es que vale plantearlo en estos términos. Como también recordar, hablando de poesía, aquel título suyo: La clausura de febrero y otros poemas malos, que no estaban ni cerca, por supuesto -pero ésa tampoco era la idea-, de Las elegías de Duino del poeta de Praga. O volver a sus dos primeras novelas, Los años noventa y La ansiedad, construidas en base a grabaciones en casetes de contestadores automáticos, la primera; intercalando mails y sesiones de chats con citas de Kafka, Foucault, Barthes y La montaña mágica, de Thomas Mann, todo prologado por dos entrevistas periodísticas al autor, la segunda. Vistas ahora, parecen haber sido escritas con el arrojo "experimental" de su obra de teatro El amor en los tiempos del dengue, o con el que dice que quiere grabar un disco de versiones del pop italiano de los setenta ("Sé que canto mal, pero por qué me voy a morir sin haber grabado un disco"), que con la "seriedad" de sus trabajos como crítico o ensayista. Pero a partir de Montserrat (06), una novela entre el diario de peripecias y la crónica urbana publicado primero como folletín en su blog, y después como libro, todos esos nombres en apariencia irreconciliables -de Rodolfo Walsh a Gaby Bex, de Cucurto a Proust, de Agamben a Renato Zero- parecen haber empezado a fraguar en una voz narrativa que en, La mafia rusa, libro compuesto por textos que ya habían circulado en lecturas, diarios, revistas o Internet (sí: Link es un escritor ansioso), alcanzan momentos adictivos, y generan mucho entusiasmo cuando promete una novela "sacada" que ya va a llegar.
ENTREVISTA> La mayoría de los relatos que componen La mafia rusa habían sido publicados antes en revistas o en Internet, ¿cómo fue la reelaboración para llegar al libro?
Daniel Link: En general lo que tiro al blog son los textos en crudo, un poco porque me gusta la idea de ir publicando periódicamente, otro poco por el pánico a que se me queme el disco rígido. Y en tercer término, para tener una idea de cómo funcionan, de qué tipo de recepción o de lectura encuentran. No tanto porque me vaya a guiar por esas lecturas, si no porque me sirve para controlar el tono. A veces uno piensa que está escribiendo un texto gracioso y la gente lo lee como patético –o al revés. Después, cuando pasan al libro, la juntura misma de un texto con otro requiere por ahí retoques, ampliaciones o recortes. De La mafia rusa hay sólo tres textos que no había pasado por ninguna lectura pública o publicación previa.
¿Por qué en general tus textos hacen ese recorrido de volverse públicos antes de ser publicados?
No me imagino en este momento escribiendo un libro durante dos o tres años sin que nadie sepa nada, como un secreto. Inclusive el proceso mismo de transformación de los textos, para mí es interesante de verlo. Ver cómo era desde que lo pensé hasta que queda impreso. Me gusta la idea de que el libro sea lo último. Aunque para mí, un poco por mi formación y otro por ver cómo funciona, el libro sigue siendo el soporte más dúctil. Internet funciona como experimento, y a mí me sirve mucho, pero no creo que sea el destino de la literatura. El destino de la literatura sigue estado en varias cosas al mismo tiempo, pero no se puede prescindir del libro.
¿Cuál fue la idea o eje a la hora de armar La mafia rusa?
La idea no fue muy ajena a la de Monserrat, en algún punto: trabajar en relación con ese umbral raro, imperceptible, entre lo real y lo imaginario; qué parte de lo que uno cuenta se puede tomar como una verdad testimonial y qué como pura invención. Uno mismo no lo sabe, porque la memoria funciona un poco de ese modo. En este caso en particular decidí que el libro reclamaba para trabajar esa indecibilidad entre lo real y lo imaginario, esa oscilación, también el ir y venir en el tiempo. Le convenía al libro ese pasaje del pasado al presente, todo el tiempo. Así que yo creo que si bien los textos tienen apariencias diversas, otra textura o cualidad, como ficción y como relato en algún punto están bajo la misma preocupación.
Tus últimos libros son más narrativos que tus primeras novelas, en las que casi no había un registro, un narrador…
Tiene que ver básicamente con necesidades del momento. Yo creo que soy mucho mejor escritor de diálogos que de descripciones. Me cuesta horrores describir, me lleva a la desesperación. Y no me gusta desesperarme cuando escribo, trato de sostener una idea de felicidad. Mis dos primeras novelas supusieron investigar ciertos medios, y la investigación que podía hacer ya está, la hice, no podía continuar con lo mismo. Me gusta experimentar. La idea es tratar de no seguir un sólo camino, sino ver todas las posibilidades... Me debo todavía una novela “sacada”. Ya va a llegar.
Tanto Los años 90 como La ansiedad estaban muy anclados en un momento determinado. Ahora que pasaron algunos años, ¿cómo los ves?
Siempre digo que uno es básicamente escritor de un sólo libro, y ese libro a veces puede escapársele, por lo cual uno va publicando tentativas. Entonces, por lo menos yo, me veo más como un escritor de páginas más que de libros. Y cuando releí esas novelas, más allá del pudor que me da, hay páginas que me gustan. Tengo una relación con esos libros de enorme cariño; aprendí mucho con ellos, me sirvieron. Para una persona como yo, curioso y al mismo tiempo temeroso de la técnica, son experiencias que me parece tenía que hacer. Estando todo eso a mi disposición, por qué no intentar atravesarlo y ver qué sale. No son libros de los que renegaría. Sigo encontrando que hay páginas que están bien, y otras que no. Y ya.
¿Qué valor le asignás a lo autobiográfico que siempre está tan en juego en tu narrativa?
Lo testimonial también en sí mismo es bastante problemático. Uno es testigo de algo, pero de qué, no lo sabe. Es importante, pero sobre todo por esa cosa del “no saber”. Soy testigo del presente, de mi época, de Buenos Aires, pero esto no quiere decir nada. Y por otro lado, un testimonio sólo se puede sostener en la dignidad de una primera persona, de un yo, que también es bastante ilusorio: es la palabra que menos sentido tiene en cualquier idioma. Finalmente son ciertas lecturas las que pueden deliberar, decidir la “verdad” del testimonio que uno ha brindado.
En varios relatos de La mafia rusa sos bastante irónico a la hora de retratar ese circuito internacional de invitaciones a conferencias, becas, residencias, aunque participás seguido en esas experiencias…
Son equívocos: a mi no me gusta mucho viajar. Lo hago porque tampoco me voy a poner en situación de anacoreta. Pero la verdad es que soy una persona que extraña mucho, soy bastante doméstico, me agarra como un vacío de sentido. Salvo que uno esté en una especie de crucero permanente tomando champagne y cocaína, de fiesta en fiesta, que no es mi estilo de vida, aunque a veces me guste simular que lo es, lo cierto en mi casa estoy más cómodo. Lo que me permite sobrevivir en esos viajes largos es ponerme en una posición imaginaria. Así surgió el relato Migrar es morir un poco.
¿Sentís esa misma incomodidad con el mundo académico, o es también una simulación?
Con el mundo académico tengo las estrictas relaciones que uno puede tener con un trabajo. No lo defiendo, pero tampoco lo ataco porque sí. Tienen cosas buenas y cosas malas. Es un trabajo, no un estilo de vida, y todos los trabajos son consecuencia del pecado, en algún punto. El mundo académico suele ser bastante cerrado sobre sí mismo, bastante poco mundano. Y a mí me parece que la mundanidad es necesaria: salir un poco, ver lo que sucede más allá de los libros, es importante. Pero al mismo tiempo, reconozco que la sola mundanidad puede llegar a ser descerebrada. Me parece que hay que entrar y salir, combinar.
También cargás bastante las tintas contra el mundo del cine independiente, en ese relato Accidente cardiovascular…
La misma noción del cine independiente me resulta insoportable. Antes había cine de vanguardia, que me parece era más respetable. A gente como Jonas Mekas ahora los engloban como “cine independiente”, pero ellos se consideraban cineastas experimentales. La única diferencia que uno puede notar entre las películas mainstream y las películas independientes, es, básicamente, el grado de freakismo involucrado en el universo representado. Pero la verdad es que las del cine independiente son películas débiles que no consiguen la audiencia de masas porque hablan de cosas que las masas no quieren escuchar. El cine ha perdido esa capacidad para seducir a las audiencias, y yo me siento víctima de esa capacidad. Ahora encuentro en la televisión aquello que antes encontraba en el cine. Soy un gran fanático de las series, de las temporadas. No es que toda la televisión sea igualmente buena, pero tiene capacidad de investigación de ciertos aspectos de la narración audiovisual que el cine ha perdido, salvo excepciones.
¿Qué series te gustan?
Pienso sobre todo en series no episódicas, si no en los relatos tipo Héroes o Lost. Que tienen un diseño narrativo a largo plazo, y que les da espacio para incorporarlo todo. No hay momento, no hay género que no puedan explorar, no hay estilos de actuación o chistes que no puedan hacer. Y al mismo tiempo, consiguen momentos extremadamente conmovedores. A mí lo que me gusta de Lost no es que esté “bien hecho”. Está bien hecha porque hay mucha plata. Es más bien una especie de sumatoria de todas las historias posibles. La calidad de los diálogos, el manejo de la intriga, la intensidad de los momentos dramáticos que consiguen, la profundidad y delicadeza con la que trabajan la conciencia de los personajes, me parece que marcaba un antes y un después en términos de representación audiovisual. Por supuesto que en diez años probablemente ya no se puedan ni ver... Las imágenes envejecen mucho más rápido que las palabras.
¿Después de haber estado tantos años al frente del suplemento literario de un diario y haberte ido, cómo los ves ahora desde afuera?
Lo que noto en el periodismo cultural es una tendencia a la miscelánea acrítica. Da lo mismo cualquier cosa. No hay ningún tipo de, no digo línea, porque tal vez sea imposible de sostener, pero en todo caso no hay tampoco un campo de problematización. Todo va entrando de acuerdo con la lógica cíclica de los medios. Todo en definitiva termina emparejándose, da lo mismo una cosa que otra. Los suplementos empiezan a competir entre sí, y no hay diferencia en última instancia en cuanto a los contenidos. Todos hacen exactamente lo mismo, mejor o peor, no importa. Todos quieren ser como Babelia, que es más aburrido que chupar un clavo. Pensemos la diferencia de perspectivas que hubo en algún momento, por ejemplo, entre La Nación y Tiempo Argentino. Es como si hoy les costara o les pareciera que elegir está mal.
Tras tu experiencia en los medios y en la academia, ¿por dónde creés que pasa la especificidad de la crítica periodística, si es que existe?
El discurso crítico es tan exterior a los medios masivos como a la academia. De lo que se trata es de trazar la definición de un campo de problematización en relación con la cultura, la literatura, el cine. Porque no puede ser que dos libros que respondan a concepciones de lo literario radicalmente distintas, resulten igualmente valorados por el mismo suplemento. Y hay que entender que si uno dice que tal novela no le pareció tan buena, se está hablando de la novela, de la película, eso es lo que está en discusión. Y por lo tanto la crítica debería ser entendida como eso: una intervención a propósito de algo puntual, y no “maten a tal escritor”. Aunque hay escritores que merecen la muerte, no son tantos.