sábado, 30 de junio de 2018

El matadero

Por Daniel Link para Perfil



Hay sistemas de analogía que nos dejan por lo menos perplejos. El titular dice: “Una alegría para la Reina Máxima: se agranda la familia real”. Y abajo: “Después de la dolorosa pérdida de su hermana, la monarca holandesa recibió una gran sorpresa”. Nala, la “hermosa” labradora de la familia real, dio a luz a siete “hermosos” cachorritos.

Está bien respetar la vida animal, y el veganismo de Francia, donde los grupos más radicalizados combaten sin cuartel el especismo (RAE: “discriminación de los animales por considerarlos especies inferiores”), denunciando la matanza y la carnicería, es una causa noble y destinada a transformar el mundo para bien, aunque para la Federación Profesional de Carnicería, nombre siniestro, los veganistas buscan "sembrar terror".

Pretender, sin embargo, que el nacimiento de una camada de cachorros equivale al suicidio de una hermana es, tal vez, llevar las cosas a ese punto donde la vida humana (y la angustia, y el duelo, y la melancolía y la esperanza con ella asociadas) se nos vuelve irreconocible.

El asunto recuerda a los retrógrados que señalaban que, habilitado el casamiento universal (para personas de cualquier orientación sexual), pronto la gente querría casarse con sus perros o que no hay que aprobar la suspensión voluntaria del embarazo porque cuando la perra que tenemos queda embarazada lo que hay que hacer es buscar dueños para los cachorros.

Nosotros, plebeyos como somos, ignoramos cómo hacen las familias regias para lidiar con sus penas, pero el periodismo debería abstenerse de proponer modelos de sustitución repugnantes.

El duelo por la muerte de una hermana no puede equivaler a la alegría por la parición de una mascota simpática.

Tengo una nieta: cada vez que quiera jugar a las princesas, yo le mostraré fotos de carnicerías, para que aprenda la distancia entre la fantasía y el mundo y para que, en todo caso, juegue a transformarlo.


sábado, 23 de junio de 2018

Fantasmas de la literatura


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Por Daniel Link para Perfil

Vuelvo de un congreso de literatura en el exterior y encuentro todo revuelto: el dólar (naturalmente), el penal fallido, la renuncia de la acompañante doméstica de mi madre, las mil urgencias administrativas que se acumularon en mi (breve) ausencia.
Me pongo a trabajar contra reloj, aprovechando incluso el feriado. Guillermo Piro me pide una foto de mi heladera, y accedo a su pedido, lo que de algún modo me devuelve al congreso en el que estuve y del cual traigo una rara constatación: casi ninguno de mis amigos habló de literatura. Sí, y mucho, de fotografía y de artes visuales, de “sensacionalismo” en la cultura, de imágenes de “escritor” (como tema más cercano al texto) y de políticas de derechos de autor y plagio en el modernismo hispanoamericano.
Es como si el texto literario, “índice mismo del despoder”, que alguna vez fue la forma más potente para imaginarnos diferentes, ya no mereciera la atención de casi nadie y todos hubiéramos sucumbido al fascismo comunicacional de la época (entre mis obligaciones atrasadas encuentro aclarar a un equipo de diseñadores por qué el logo que hicieron no está bien y por qué tal afiche debe llevar tal foto).
Es probable que la literatura (al menos como la conocíamos) haya desaparecido e incluso está bien que así haya sido, pero esa desaparición no puede enfrentarse con pura indiferencia.
Inmerso en esa melancolía, recibo un correo de una de mis amigas que estuvo en este congreso. Ya vuelta a su casa, se puso a escanear fotografías viejas y encontró una donde estamos ella, dos amigos más (uno de ellos, ya muerto) y yo.
“Estoy casi segura de que es en Guadalajara en 1997”, escribe mi amiga. Agrego: Es una de las razones por las que conviene sostener las viejas amistades: cada uno es testigo del otro, lo sepa o no, lo quiera o no. No digas nada, no digas nada. Ninguna sabiduría actual compensa la esperanza loca de esas miradas de entonces”.


jueves, 21 de junio de 2018

Mal-dicción

Maldigo mil veces tu nombre y el de toda tu descendencia y sólo espero (¡prometo!) que caigas en el olvido o en el pozo del desprecio que sólo se merecen los más viles, los más mezquinos, los que son incapaces de ponerse al servicio de una causa que no sea la propia, la causa de la propia fama que hasta a las sirenas de Homero habría dejado mudas, atónitas ante el narcisismo del que se cree por encima del deseo y del amor de todos y no es, en verdad, sino el producto de la experimentación médica y los papeles panameños que no sólo ensucian tu memoria y la de tus progenitores sino la de quienes tienen que sufrir la condena de compartir tu idioma.
Maldigo tu estirpe, la comodidad con la que te instalás en el podio de los indiferentes, las oscuras triquiñuelas con las que pretendés disimular el abandono de gracia que sufre tu cuerpo.
Maldigo tu egoísmo que reserva lo que podría ser lo mejor tuyo para los más turbios negocios urdidos en los despachos de las mafias catalanas. Maldigo tu soledad, pero espero que te rodee para siempre, y que toda la amargura que te merecés arruine tu futuro, cada noche, cada sueño, cada respiración que tu cuerpo pretenda sostener en este mundo.
Maldigo que pretendas ponerte a la altura de los Dioses verdaderos, los que atrevasaron cada campo de juego como si fuera el último, el definitivo, para llevar una palabra de consuelo a los que no podían más, a los que los necesitaban.
Maldigo tu seriedad bovina, tus astucias de capitalista del juego, la vergüenza con la que pretendés que el mundo sepa que algo no está a la altura que la prensa quiere que tengas y la comodidad con la que aceptás las reglas del espectáculo más vil: panem et circenses, pero sobre todo para los otros, los que pagan el lucimiento de una habilidad de pacotilla, trucada, photoshopeada hasta la náusea.
Maldigo que seas el espíritu de esta época triste, que ignores el sentido de la fiesta, de la comunión, de la fusión física y emocional con las potencias de la tierra y del cielo.
Maldigo que te sigan el juego, que te teman, como se teme al más subalterno de los porteros, ése que nada tiene para dar pero que de todos modos corta el paso a los otros, porque sabe que su sombra es corta y la pretendida gloria de su nombre no alcanza ni a los talones de los que lo precedieron.
Maldigo tu existencia y la de tus soldaditos de mazapán, y la de tus guardaespaldas, y la de quienes sostienen la mascarada de que lo que hacés tiene algún sentido.
Maldigo las trampas de tu empeño para conseguir lo que que sólo consiguen los que le dan la mano a las divinidades, los que viven en el borde donde lo humano, lo divino y lo animal se confunden en un grito de gozo eterno.
Maldigo tu silencio, pero lo quiero. Maldigo tu boca cosida, pero la disfruto. Maldigo tu incapacidad de entrega, pero la celebro, porque es lo que muy pronto te arrojará en las aguas heladas del olvido.


sábado, 16 de junio de 2018

El mundo y el universo


Por Daniel Link para Perfil

Llego a Bogotá para asistir a un congreso. Nunca había estado en la ciudad y lo primero que sufro es su inclemencia climática: llueve casi todo el tiempo, hace frío y la altura me provoca “soroche”. Hay que andar con calma.
Al congreso asisten personas de todo el mundo, la mayoría de América Latina y los Estados Unidos, pero también de Europa. Argentinos habrá muchos, que viven por todas partes. Va a ser como un reencuentro de amistades (más de la mitad de los participantes están en mi lista de contactos) pero también un cotejo de perspectivas sobre el propio “mundillo”, desde diferentes perspectivas.
Cuando digo “mundillo” quiero decir algo bien específico, en la línea del zoólogo Jakob von Uexküll (contemporáneo de la mecánica cuántica y de las vanguardias), quien, en contra de la ciencia clásica que veía un único mundo que comprendía dentro de sí a todas las especies vivientes jerárquicamente ordenadas, desde las formas más elementales hasta los organismos superiores, propuso una infinita variedad de mundos perceptivos, “mundillos”, todos igualmente perfectos y conectados entre sí como en una gigantesca partitura musical.
Cada “mundillo” tiene su propia temporalidad (por lo general contraída o dilatada: en todo caso, diferente del tiempo lineal de Hegel y de la ciencia burguesa) y sus propios principios de relación entre lo viviente y el entorno. Cada “mundillo” es un espacio de encuentro y co-existencia, la soldadura entre el punto de vista, el campo óptico y el contorno, un diagrama respecto del cual se coloca un viviente específico: el argentino, el venezolano, la chilena, les latinoamericanes.
Apenas llego, me siento a tomar un café con el organizador general del encuentro, Jeffrey, un venezolano en el exilio (habrá varios en el Congreso). Hablamos de bueyes perdidos, de amigos en común, de perspectivas críticas sobre la literaturra latinoamericana (así, con dos erres: es de lo que he venido a hablar), de nuestros ambientes laborales y de nuestras esperanzas, en suma, de nuestros “mundillos”.
Jeffrey va llevando la conversación a un destino preciso. Me habla del Mundial de Fútbol, pronto a comenzar, para saber qué expectativas tengo sobre la selección argentina: por supuesto ninguna, porque el fútbol me interesa más bien poco. “Pero han sido campeones dos veces”, me dice. Sí claro. “Y tenemos Messi, Papa argentino, reina Máxima y Borges, por cierto. Nada de lo cual significa demasiado a la hora de evaluar nuestras imposibilidades”.
“Hay algo que a ustedes les falta”, me dice Jeffrey. Y agrega, para mi incredulidad: Miss Universo. En Venezuela tenemos muchas. Y muchas Miss Mundo.
Su percepción de mi “mundillo” no es exacta pero, en todo caso, corresponde subrayar lo diferente que es de la mía. La suya supone un mundillo entero, propio, exterior al mío.



sábado, 9 de junio de 2018

La imaginación política


Por Daniel Link para Perfil

La semana pasada, Beatriz Sarlo sintetizó (en “Linda forma de apagar faroles” parte de su experiencia en la marcha “La patria está en peligro”, donde se cruzó con “mujeres kirchneristas que me increpaban como si, por haber sido oposición en los años de Néstor y Cristina, yo hubiera perdido el derecho de ser oposición a Macri”.
Me imagino la escena, que yo también he vivido varias veces, en diferentes registros. Una vez me tuve que bajar de un taxi porque el chofer decidió que mi posición era “insostenible” y me increpó duramente. Fue hace años, viajaba con un amigo que me preguntó por mis adhesiones futobolísticas. Expliqué que de chico había sido llevado a simpatizar con River Plate pero que después, porque uno de mis hijos eligió River y la otra Boca, preferí confesarme como partidario de San Lorenzo, para no herir sus susceptibilidades en un tema que, francamente, me importa más bien poco. “Eso no se puede”, dijo el taxista. Era como si me acusara de jugar frívolamente con los trascendentales. El ser es inmutable y no se puede cambiar. Una posición asumida en algún momento debe vivirse como una cadena perpetua (se trate de una predilección deportiva o política).
Naturalmente, hubiera podido explicarle que se equivocaba y exponer argumentos estructuralistas y posestructuralistas que permiten pensar de otro modo, pero me pareció que no tenía por qué rendir cuentas ante un meterete cualquiera. Y nos bajamos del taxi sin pagar un centavo.
El otro día, mi mamá me devolvió una respuesta parecida: “Es culpa de ustedes, que lo votaron”. Yo no voté a Macri, naturalmente, pero para mi madre, no haber votado a ¡Scioli!, el candidato ungido por la Sra. Fernández, es como haber financiado su campaña.
Las señoras que increparon a Beatriz son como mi madre y como ese taxista: no admiten posiciones complejas, no binarias, que se escapen de los trascendentales: el Bien y el Mal que, para peor, hacen encarnar en figuras caprichosamente elegidas.
Con lucidez y economía de recursos, Beatriz subrayó la “inestabilidad de la política contemporánea”. Yo agregaría que esa inestabilidad, que no nos permite abrazar ninguna certeza para siempre, nos obliga a imaginar en un más allá de lo meramente dado: la política siempre fue eso y no se entiende por qué hoy, tantos los que detentan el poder de Estado como quienes lo pretenden, han resignado la posibilidad de imaginar soluciones nuevas.


sábado, 2 de junio de 2018

Copi presidente

por Daniel Link para Perfil

Yo no sé si me quedé dormido y me desperté con un coágulo cerebral o me golpee la cabeza (que me provocó un coágulo cerebral). Yo había pensado (antes del sueño, el golpe, el coágulo) que íbamos a tener un gobierno de derecha, más o menos penoso, durante cuatro años y que después, cuando el Sr. Macri ganara las elecciones para un segundo período, nos iba a hacer bailar con la más fea. Más o menos como lo que pasó con Menem.
Pero de pronto se levantaron todos los telones y los bastidores y quedó claro que el baile empezó ya mismo y será a oscuras (o con lucecitas led, que me son tan detestables), para que no se noten las ropas raídas de los participantes.
El año que viene, en cambio, bailaremos por un sueño.
Dicen, ¿será cierto?, que el Sr. Tinelli se reunió con el Sr. Duhalde para afinar los detalles de su candidatura presidencial. O eso entendí desde mi coágulo, porque salvo por la entrada masiva en un registro psicótico de ésos a los que nos tiene acostumbrados nuestra querida patria, me niego a considerar racionalmente una hipótesis tan pedorra.
En La vida es un tango, el gordo Bochinchola patrocina la candidatura de Silvano Urrutia, joven entrerriano. En La internacional argentina, Nicanor Sigampa, después de darse cuenta de que no tiene chances presidenciales porque es negro promociona a Darío Copi (poeta maoísta) como presidente.
Copi ya acertó varias veces, una de ellas con el Papa argentino en El uruguayo. No quisiera que esta vez también su delirio fuera premonitorio.