martes, 27 de noviembre de 2018
sábado, 24 de noviembre de 2018
Anarquía en las Provincias Unidas
Por
Daniel Link para Perfil
Difícil
de comprender para las mentalidades periodísticas de derecha, el
anarquismo se compone a partir de arjé, que
se
puede entender como origen (“arqueología”) o como mandato o
dominación (“monarquía”). Hay, incluso, una epistemología
anarquista (Paul Feyerabend).
Como
negación de toda hipótesis sobre el origen o sobre la dominación,
el anarquismo se revela profundamente nihilista y aspira a la
soberanía sobre si (por eso, detesta toda forma de Estado).
Hay
cientos de corrientes anarquistas diferentes, desde el
anarcoindividualismo hasta el anarcosindicalismo o el colectivismo.
Pocas usan el terrorismo, pero todas suponen el nihilismo.
Es
Nietzsche quien lo eleva a noción filosófica (y no mera
cosmovisión) y motor
de la historia. Nietzsche creía que el nihilismo era resultado de la
muerte de Dios (ese origen, ese mandamás), e insistió en que debía
ser superado.
En
1940, Heidegger impartió unas lecciones sobre “Nietzsche:
el nihilismo europeo”, la presentación más comprensiva del
nihilismo como fuerza histórica. El nihilismo está cargado de
potencia de destrucción, de negatividad y, por lo tanto, de
historia.
Entre
los años 1865 y 1875 algunos grandes anarquistas, sin saber los unos
de los otros, trabajaron en sus máquinas infernales.
Independientemente unos de otros, pusieron su reloj a la misma hora,
y cuarenta años más tarde explotaron en Europa simultáneamente los
escritos de Dostoyevski, Rimbaud y Lautréamont, al mismo tiempo que
Bakunin (en la estela de Proudhon) sentaba unas bases para la acción
política.
Bakunin
propuso, según Walter Benjamin, un “concepto radical de libertad”
que luego desapareció del mapa conceptual de Occidente. Despreciaba
a Marx, quien por su parte lo acusó de ser un agente zarista dentro
de la Internacional.
Pero
está también Auguste Blanqui, quien sin haber sido en rigor un
anarquista, recibió las mismas críticas que el ruso por parte de
Marx y sus amigos.
Blanqui
sabía que la revolución estaba condenada a repetirse y a
fracasar
(1789, 1830, 1848, 1871) y por eso se consideró a si mismo un
prisionero del infierno. Esa posición anarco-nihilista es la de la
Revuelta (la del 68, la de los Sex Pistols, la de Deleuze) y no
coincide en casi nada con la posición ético-anárquica, más cerca
de la idea de Revolución, que subordina la anarquía temporal propia
de la revuelta a una ética, y esa ética es, marxianamente, la que
el partido manda.
viernes, 23 de noviembre de 2018
Dicen que...
Episodios críticos de la modernidad latinoamericana
por Fernando Bogado para Otra Parte
“Latinoamérica” es, siempre lo ha sido, el nombre propio de la imaginación. Precisamente, los artículos reunidos en Episodios críticos de la modernidad latinoamericana no hacen otra cosa que destacar la importancia crítica del concepto de imagen (en un sentido estricto, literal y por eso móvil: “inquietante”) y el uso que abre para entender ciertas producciones imaginarias que pueblan nuestro rabioso continente. Todas estas intervenciones son el resultado de una prolija recuperación de las ponencias presentadas por los integrantes del Programa de Estudios Latinoamericanos Contemporáneos y Comparados (PELCC) de la Universidad Nacional de Tres de Febrero en el XXXIV Congreso Internacional de la Latin American Studies Asociation (LASA) en Nueva York, en 2016.
Dos episodios críticos nuclean seis ponencias y dos discusiones, episodios que condensan en una imagen la tensión entre origen y utopía dentro de la literatura latinoamericana. Diego Bentivegna, Rodrigo Javier Caresani y Miguel Rosetti se concentran en el Modernismo, destacándolo como un momento que influye sobre las relaciones atlánticas imprescindibles para una metodología de estudio propia de las literaturas comparadas. Sorprende el primer texto, el de Bentivegna, cuando habla de la “Atlántida” que Lugones evoca como lugar efectivo y barro primigenio del cual emergió el mundo civilizado. ¿La Atlántida del mundo antiguo como imagen mítica avant la lettre de Latinoamérica?
El segundo “episodio crítico” es el Barroco, presentado por Valentín Díaz en su intervención casi como un proyecto por concretarse, un “cuerpo sin órganos” por hacerse. En esa misma línea habría que revisar la ponencia de Daniel Link sobre Copi, su conceptismo y su distanciamiento del culteranismo (que tiene que leerse en sintonía con su libro La lógica de Copi) y la notable relectura de la relación barroco, ano y neoliberalismo que lleva adelante Rubén Ríos Ávila a partir del análisis de la obra de Perlongher y Lemebel. El barroco se vuelve el nombre de una estética y una filosofía de la latinoamericanización: de repente, vía los autores analizados, Deleuze se vuelve cubano y Foucault, paraguayo.
Cada uno de los artículos sintetiza un modo de hacer comparatismo. Pero en lugar de quedarse en la jerga, se nota la necesidad de hacer temblar un poco ciertos prejuicios críticos y avanzar, seriamente, hacia lo informe mismo con un tono casi filológico-interpretativo. Cada texto parece responder a una pregunta implícita: ¿cómo renovar los estudios literarios? ¿Qué recuperar de la filología? ¿Cómo ir más allá de ella? Dándola vuelta, parece responder el barroquismo crítico. Por ejemplo, volviéndola contra ella misma. Lo que se lee, en definitiva, es el modo en el cual lo latinoamericano se piensa a sí mismo a través de algunos nombres propios, de algunas comunidades agrupadas en episodios, o en grupos de estudio. La reflexión (europea) aquí, en nuestro continente, se convierte en doblez, en proliferación especular. Lo puso Borges en boca de Laprida: a veces, lo latinoamericano, antes que una condición, es un destino. Una imagen por construir. Un barro, tal vez.
Valentín Díaz (ed.), Episodios críticos de la modernidad latinoamericana, EDUNTREF, 2017, 132 págs.
por Fernando Bogado para Otra Parte
“Latinoamérica” es, siempre lo ha sido, el nombre propio de la imaginación. Precisamente, los artículos reunidos en Episodios críticos de la modernidad latinoamericana no hacen otra cosa que destacar la importancia crítica del concepto de imagen (en un sentido estricto, literal y por eso móvil: “inquietante”) y el uso que abre para entender ciertas producciones imaginarias que pueblan nuestro rabioso continente. Todas estas intervenciones son el resultado de una prolija recuperación de las ponencias presentadas por los integrantes del Programa de Estudios Latinoamericanos Contemporáneos y Comparados (PELCC) de la Universidad Nacional de Tres de Febrero en el XXXIV Congreso Internacional de la Latin American Studies Asociation (LASA) en Nueva York, en 2016.
Dos episodios críticos nuclean seis ponencias y dos discusiones, episodios que condensan en una imagen la tensión entre origen y utopía dentro de la literatura latinoamericana. Diego Bentivegna, Rodrigo Javier Caresani y Miguel Rosetti se concentran en el Modernismo, destacándolo como un momento que influye sobre las relaciones atlánticas imprescindibles para una metodología de estudio propia de las literaturas comparadas. Sorprende el primer texto, el de Bentivegna, cuando habla de la “Atlántida” que Lugones evoca como lugar efectivo y barro primigenio del cual emergió el mundo civilizado. ¿La Atlántida del mundo antiguo como imagen mítica avant la lettre de Latinoamérica?
El segundo “episodio crítico” es el Barroco, presentado por Valentín Díaz en su intervención casi como un proyecto por concretarse, un “cuerpo sin órganos” por hacerse. En esa misma línea habría que revisar la ponencia de Daniel Link sobre Copi, su conceptismo y su distanciamiento del culteranismo (que tiene que leerse en sintonía con su libro La lógica de Copi) y la notable relectura de la relación barroco, ano y neoliberalismo que lleva adelante Rubén Ríos Ávila a partir del análisis de la obra de Perlongher y Lemebel. El barroco se vuelve el nombre de una estética y una filosofía de la latinoamericanización: de repente, vía los autores analizados, Deleuze se vuelve cubano y Foucault, paraguayo.
Cada uno de los artículos sintetiza un modo de hacer comparatismo. Pero en lugar de quedarse en la jerga, se nota la necesidad de hacer temblar un poco ciertos prejuicios críticos y avanzar, seriamente, hacia lo informe mismo con un tono casi filológico-interpretativo. Cada texto parece responder a una pregunta implícita: ¿cómo renovar los estudios literarios? ¿Qué recuperar de la filología? ¿Cómo ir más allá de ella? Dándola vuelta, parece responder el barroquismo crítico. Por ejemplo, volviéndola contra ella misma. Lo que se lee, en definitiva, es el modo en el cual lo latinoamericano se piensa a sí mismo a través de algunos nombres propios, de algunas comunidades agrupadas en episodios, o en grupos de estudio. La reflexión (europea) aquí, en nuestro continente, se convierte en doblez, en proliferación especular. Lo puso Borges en boca de Laprida: a veces, lo latinoamericano, antes que una condición, es un destino. Una imagen por construir. Un barro, tal vez.
Valentín Díaz (ed.), Episodios críticos de la modernidad latinoamericana, EDUNTREF, 2017, 132 págs.
sábado, 17 de noviembre de 2018
El zorrito y las uvas
Por Daniel Link para Perfil
El problema no es el déficit primario,
dijo la Sra. Fernández, y tiene toda la razón. Por algo el
capitalismo incentiva el uso de tarjetas de crédito, préstamos
bancarios, compras hipotecarias, en fin, todo lo que hace que uno
pueda comprar aquello para lo cual no tiene dinero suficiente. Por
algo los Estados aumentan (controladamente) sus pasivos, que son la
llave maestra de la felicidad de todos.
Cuando el zorrito dice “no me gustan
las uvas”, ya sabemos que lo que quiere decir es otra cosa.
Gastar un poco de más es necesario
para poder seguir adelante, porque uno confía en que hay (debe
haber) futuro mejor. Durante el pasado cyber monday, yo pude renovar
en cuotas fijas el colchón en el que duermo, porque el anterior me
estaba destrozando la espalda, después de quince años de sueños
intranquilos. Si hubiera seguido la premisa del zorrito, que durmió
siempre en cama de oro, no tendría descanso posible, sobre todo hoy,
cuando no tengo sino pesadillas.
Deber o no deber no es el problema,
sino quién pagará. Es como si yo contrajera hoy una deuda personal
y obligara a mis descendientes y a las personas que para mí trabajan
a hacerse cargo del pasivo.
El déficit de hoy, para los
argentinos, está formado por puros intereses de una deuda que, se
nos dice, esquizofrénicamente, nosotres no debemos tomar: vivamos
con lo que tenemos, no aspiremos a más. El zorrito se pone contento
porque llegará al final de su temporada de caza, aunque sin haber
probado las uvas, que se pudrirán en la rama.
lunes, 12 de noviembre de 2018
sábado, 10 de noviembre de 2018
La marca de la Bestia
por Daniel Link para Perfil
Mi marido gusta del género maravilloso
(con preponderancia de hechizos y criaturas subnaturales), que yo más
bien detesto. Últimamente se ha dedicado, después de que me duermo,
a las remakes de series como Sabrina o Charmed.
Una mañana, durante el desayuno, desarrolló sus teorías: Sabrina
es mucho más oscura que su predecesora. La nueva Charmed es
tan estúpida como la original, pero los personajes son latinos y
negros. Agregó: deberían hacer Buffy, la cazavampiros, que
era más experimental. La frase me despertó del todo. Sí, le dije,
después de las películas de Warhol, viene Buffy.
Nos enredamos en una discusión sobre
el sentido del predicado “experimental”. Experimental, en sus
partes y en el todo, le digo, es la muestra de Jacoby en el Museo de
Arte Contemporáneo de Rosario, que vimos juntos hace unas semanas.
La muestra misma es un experimento que incluye experimentos vivos,
cuyo resultado todavía desconocemos, en todos y cada uno de los
pisos que incluye.
El MACRO funciona en unos antiguos
silos y sus salas se ordenan en siete pisos que, por lo general, se
miran de arriba hacia abajo, como antes en el Guggenheim de Frank
Lloyd Wright. Las “ capas” que forman el hojaldre de Traidores
los días que huyeron se llaman:
Clásico, Cinético, Poeta, Musical, Conceptual, Clown y Dark.
La muestra es muy diferente de El
deseo nace del derrumbe (Reina Sofía, 2011), aunque algunas
piezas se repitan. De hecho, el
recorrido del MACRO-silo puede querer decir: he aquí unas semillas
raras, que tal vez puedan plantarse para ver qué sale. En el caso
del Jacoby Musical es evidente: Roberto, allí, canta sus canciones
marcianas (que, dicen, pronto se toparán con el disco).
No es tanto, como se ha dicho (la
crítica tiende a repetir los gestos distraídos y las palabras
circunstanciales de los artistas, sin pensar demasiado en ellas), que
se trate de un “lado B” o de una muestra de descartes.
Se trata, por el contrario, de una
muestra que subraya cartesianamente el horizonte necesario para
comprender las intervenciones de Jacoby. Porque estamos acostumbrados
a pensar a Jacoby en relación con Chacra (1999), Proyecto
Venus (2000-2006) o la Brigada Argentina por Dilma (2010) que la
Bienal de San Pablo censuró, pero no estamos tan acostumbrados a
pensarlo en relación con todo aquello de lo que tuvo que despojarse
para llegar a hacer lo que hizo, lo que hace y lo que hará.
Lo “clásico” de Jacoby,
constituido por un conjunto de ejercicios pictóricos de por sí
impresionantes y una escultura duchampiana (objet trouvé
intervenido), podrían haber llevado a Jacoby en una dirección
(anunciada particularmente por uno de los cuadros expuestos sobre una
suntuosa pared color borravino). Pero en el mismo espacio está
Vernissage, hecha con Alejandro Ros: una mesa de copas vacías
(o bien: dispuestas para ser llenadas) abatidas por unas
conversaciones en off en portugués (sobre fútbol, el servicio
doméstico, la mediocridad y poca originalidad de la muestra), el
sonido de unos cuencos tibetanos y un atentado terrorista con un gran
ruido de fracaso y metralletas tronando.
En cada capa de hojaldre (en cada piso)
puede notarse esa apertura por un lado hacia el arte hecho en
colaboración (lo que ya no dice demasiado) y, por el otro, hacia un
concepto que desestructura las líneas de lectura hegemónicas del
piso.
Pero además esta no es una muestra de
lo que quedó fuera de El deseo... sino
parte de su fundamentación: las vanguardias de finales de los
cincuenta y los años sesenta, los efectos del fin del arte (“El
arte ha muerto. Viva la joda”), la diseminación de las artes en
cualquier parte y en cualquier soporte.
Mi
marido deploró que la muestra, mayormente dominada por la alegría
de las apuestas excesivas y los pasos de vida, terminara con los
videos de Dark,
angustiantes y depresivos.
Pero
ese final sirve comprender el presente de terror en el que vivimos y
su relación con las artes (el singular es ya un poco presuntuoso).
Jacoby dice que las copas de Vernissage
son 300 (en San Pablo fueron 600). Yo entendí que eran 666, la marca
de la Bestia: eso es un artista, eso señalan los experimentos
jacobinos.
miércoles, 7 de noviembre de 2018
sábado, 3 de noviembre de 2018
Perro que ladra y muerde
Por Daniel Link para Perfil
Una querida amiga me pregunta desde
Brasil si no habremos tensado demasiado la cuerda como para provocar
una reacción tan enérgica de la derecha fascista como la que
estamos viviendo: la Liga italiana gobernando la península, el
neonazismo creciendo en cada elección alemana, Bolsonaro con su
coordinador de educación, el General Aléssio Ribeiro Souto,
reivindicando la Dictadura y las disparatadas posiciones
creacionistas.
La pregunta me sorprende en su cautela.
Por cierto, le contesto que no. Nuestras reivindicaciones son las que
enarboló el siglo XX en sus comienzos, con sus experimentos
comunitarios, sus combates en contra de la discriminación de las
minorías sexuales y su apuesta a un mundo más justo, menos ceñido
a la luz cegadora de la Ilustración que, cuando se vuelve mito,
habilita al fascismo más desinhibido (como bien demostraron Adorno y
Horkheimer en su momento).
Hicieron falta dos guerras para que
esos experimentos, esas propuestas y esas reivindicaciones fueran
silenciadas. Pero volvieron. Y cuando volvieron, en la década del
sesenta y, sobre todo, después del sesenta y ocho, se instalaron con
la misma fuerza.
Cincuenta años después, es tanto lo
que se ha conseguido, que parece mentira. Y parece mentira que haya
que volver a luchar contra los mismos ideólogos del Mal, que
enarbolan la ciencia para salir a matar disidentes sexuales, mujeres,
negros, migrantes y que amenazan: “con mis hijos no te metas”.
No hemos tensado demasiado la cuerda
del perro rabioso (la hemos dejado floja alrededor de su cuello).
Sencillamente vivimos en un contexto de guerra muy diferente de las
de la primera mitad del siglo XX pero que pretende lo mismo.
Ahora nos amparan algunas leyes, pero
eso no debería engañarnos: cuando ya se ha quebrado el propio
hogar, los enemigos siguen estando, cada vez más desembozados y más
dispuestos a tomar el poder en momentos de desesperación económica.