Las señoras feudales

por Daniel Link para Soy
 
La palabra Feud (léase: “fiud”) proviene de una palabra germánica (fihu, fêhu). Significa, por un lado, feudo (es decir: dominio o posesión). Por el otro, como siempre que hay bienes escasos involucrados: hostilidad, enemistad, venganza.
La serie Feud, que debemos al siempre atento ojo maricón de Ryan Murphy (Nip/ Tuck, Glee, American Horror Story, Scream Queens) pudo verse durante el fin de semana pasado, cuando la cadena Fox liberó gratuitamente sus canales premium. Es muy probable que se estrene en los canales de cable corrientes pero, de todos modos, sus primeras deliciosas entregas están disponibles en Internet.
Feud centraliza su atención en un reino, Hollywood, y dos dominios y dos rencores irreparables, los de Bette Davis (interpretada por Susan Sarandon) y los de Joan Crawford (interpretada por Jessica Lange). El motivo: la filmación de Qué pasó con Baby Jane, la extraordinaria película que ambas protagonizaron cuando sus carreras comenzaban un lento pero inexorable declive. Como es fama, diez días después de haber terminado el rodaje, Bette Davis publicó su célebre aviso en los diarios: “Madre de tres hijos -10, 11 y 15-, divorciada. Americana. 30 años de experiencia como actriz de cine. Aún con movilidad y más afable de lo que dicen los rumores. Desea empleo estable en Hollywood (o Broadway)”.
Los temas explícitos de la serie son: el sistema de estrellas del cine clásico, la manipulación de las actrices mujeres por parte de los aparatos de producción (predominantemente héteropatriarcales) para mejorar el rendimiento económico de las películas, la irremediable decadencia del cuerpo y la volatilidad de los favores de las audiencias.
Afortunadamente, Feud es mucho más que eso porque constituye un complejo sistema de cajas chinas que van y vienen en el tiempo y permiten interrogar la potencia de los nombres, en particular el de la “loca mala”, un personaje ya casi en extinción (ahogado por las musculocas de gimnasio y los gay geeks que ejercen sus dominios feudales en el reino de la imaginación homosexual de estos tiempos).
Qué pasó con Baby Jane (1960), como se sabe, fue una novela escrita por Henry Farrell y adaptada al cine en 1962 por Robert Aldrich para Warner Brothers. Un año después de su estreno, la película había recaudado casi diez veces más que el millón de dólares que costó. Su secreto: haber aprovechado el gótico truculento y un poco queer que Psicosis había impuesto en las pantallas en 1960 y una trama desquiciada llevada adelante por dos actrices que hicieron del odio que se tenían la combustión perfecta para públicos necesitados de una química emocional y física que en el mundo real ya no podían encontrar.
La película Qué pasó con Baby Jane es, en si misma, un sistema de mundillos incluidos porque sus dos personajes fueron estrellas (en diferentes momentos de sus vidas) del alucinado mundo del espectáculo (Jane en el vodevil, Blanche en el cine). Feud agrega un círculo de distancia crítica y coloca en ese espacio lo queer de Hollywood, siempre un poco misterioso.
En la serie, Dominic Burgess interpreta a Víctor Buono, el actor que interpreta a Edwin Flagg (en Baby Jane), que interpreta el piano. En una escena particularmente reveladora le pide a Susan Sarandon, que interpreta a Bette Davis, que interpreta a Baby Jane, que interpreta la canción terrible Le escribí una carta a papá”, que diga “la frase” que a las locas malas de todas las épocas hizo estremecer de felicidad.
Susan-Bette consiente y dice: “What a dump!” (“qué pocilga”), línea famosa de la película Más allá del bosque (Kig Vidor, 1941), que comenzaba con la advertencia "Esta es la historia del Mal. El mal es testarudo y pomposo. Por el bien de nuestra alma, es saludable para nosotros verlo en toda su fea desnudez de vez en cuando". La responsable de exponerlo era Bette Davis, en el papel de Rosa Moline.
Es como uno de esos parlamentos de Esperando la carroza que se independizan de la trama y sobreviven por sí solos, porque son el encuentro de una combinación precisa de palabras y un tono que la agudeza de la loca mala siempre reconocerá como propio.
Tan famosa fue esa frase que Edward Albee (dramaturgo abiertamente gay) la incorporó en su extraordinaria pieza Quién le teme a Virginia Woolf (1962). En 1966, la obra fue llevada al cine con Elizabeth Taylor en el papel de Martha, que pronuncia la frase al comienzo mismo del primer acto y luego trata de recordar su origen.
En estos juegos de lenguaje adheridos a los cuerpos y la cultura homosexual de todos los tiempos (al menos, de los tiempos posteriores al cine) se juega la suerte de una identidad que no es más que un juego de máscaras y una danza espectral. Si la loca siempre fue un poco idólatra de las estrellas de la pantalla (Mae West, Bette Davis, Lady Gaga o Moria Casan) lo fue porque encontraba en esas imágenes fantasmáticas una forma de decirse a si misma.
En Feud, Bette Davis acude a rescatar a Víctor Buono de la comisaría, a donde ha sido llevado directamente del petódromo donde lo han apresado. Cuando el policía que la atiende le pregunta si puede probar la inverosímil excusa que ella lanza como descargo, ella le contesta, sencillamente, “¿Qué te parece?”, sacándose los lentes y revoleando sus ojos gigantes.
Feud canta el canto del cisne de la loca mala. Invierte, en algún sentido, la perspectiva clásica. En Baby Jane, la “maldad” de Bette Davis y su potencia actoral es mucho más evidente que la de Joan Crawford (esa “mosquita muerta”). Por eso Hollywood la nominó al Oscar una vez más. Pero en Feud es probable que quien se lleve los premios sea Jessica Lange (que hace una Crawford profundamente atormentada).
Más allá o más acá de las performances, lo que Feud nos regala es un fragmento de la historia de la conciencia homosexual de si.


Museo del ocio


Por Daniel Link para Perfil

Se conocieron los resultados de los concursos para la provisión de directores de museos nacionales. De todos los ganadores se informan los datos principales de curriculum, salvo de quien ganó la dirección del Museo Casa Ricardo Rojas, un mero nombre sin predicados.
El ciudadano curioso se ve obligado a rastrear por si mismo los antecedentes de la Sra. María Laura Mendoza (Internet es pródiga en indiscreciones). Sus mejores méritos para ocupar ese cargo serían un Doctorado en Ocio (sic), docencia en Marketing del Patrimonio en la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA (sic) y la predilección, desde el comienzo del proceso, del ministro de la cartera, el Sr. Pablo Avelluto.
El resultado sorprende no sólo por los créditos horrísonos que ostenta la ganadora de ese puesto, sino por los méritos de quienes quedaron en el camino, profesionales que conocen al dedillo la obra de Ricardo Rojas, el fundador de la Cátedra de Literatura Argentina y cultor del nacionalismo espiritualista, y alguno de los cuales participó incluso de la puesta museográfica de la Casa de Ricardo Rojas, un ejemplo brillante de neocriollo que debemos a Ángel Guido, quien se inspiró en el libro Eurindia.
Cabe preguntarse qué marketing patrimonial se estará planeando para las ideas de Rojas y para el nacionalismo que supo cultivar y, sobre todo, en qué cesto de papeles habrán quedado los pedidos de impugnaciones que se presentaron al concurso que (se dice) habría violado más de un procedimiento.
Todo suena muy penoso, pero en un país dominado por los contratistas del Estado no habría que sorprenderse demasiado si mañana, en la calle Charcas, la fachada que copia la de la casita de Tucumán albergara un hotel boutique, un salón de fiestas o un quiosco de chucherías. El ocio y el turismo habilitan a negocios semejantes.
La memoria de Ricardo Rojas, cuya complejísima obra merece mejor atención, ciertamente no.


Esto no es una pipa

Noam Chomsky firmó una solicitada contra el gobierno de Mauricio Macri

El sociólogo* encabeza la lista de intelectuales reconocidos en diferentes partes del mundo que cuestionan el aumento en la cantidad de pobres.


Si Chomsky es un sociólogo, yo soy una carmelita descalza.


Rodolfo Walsh, a 40 años de su muerte

por Alejandro Duchini para LA GACETA

El 25 de marzo de 1977, un día después de hacer pública su Carta abierta a la Junta militar, fue emboscado y secuestrado por un grupo de tareas. Dejó algunos de los textos más influyentes de la literatura y el periodismo argentinos. Inventó un nuevo género, patentado años más tarde por Truman Capote. Los cruces entre ficción, no ficción y política en sus escritos generan abordajes muy distintos. Aquí repasamos el derrotero del autor y de su obra, con la opinión de algunos de los mayores especialistas.


(...)
“La primera vez que vi un libro de Walsh, paradójicamente, era un libro que yo estaba editando. Corría el año 1983, en Ediciones de la Flor, cuando Daniel Divinsky se aprestaba a reeditar toda la obra de Walsh, que estuvo prohibida durante la dictadura. Antes, sólo referencias vagas a Walsh y su Carta abierta me habían llegado. Pero sólo en 1983, como tantos otros jóvenes, pude leerlo. Y la casualidad quería que fuera ése mi primer trabajo de envergadura en el mundo editorial: supervisar la reedición de Operación masacre. Y luego los magistrales cuentos de Walsh, que conocí primero por la edición mexicana de su Obra literaria y luego por las reediciones que Ediciones de la Flor fue realizando. Por supuesto, en 1984 ya estaba enseñando los cuentos de Walsh en la Facultad de Filosofía y Letras. Mi segunda publicación importante fue un artículo sobre Walsh que me pidió Eduardo Rinesi en 1988 para Graffitti, la revista que dirigía en Rosario. De modo que me resultó lógico que hacia mediados de los 90, cuando ya había decidido abandonar un proyecto de doctorado organizado alrededor de la obra de Walsh, se me ofreciera la posibilidad de editar la obra periodística, y luego el Diario de Walsh. Un Diario de escritor. ¿Puede haber manjar más suculento? Pensaba en Kafka, pensaba en Thomas Mann, pensaba en Peter Handke, pensaba inclusive en Katherine Mansfield. Los demás especialistas en Rodolfo Walsh también habían notado la necesidad de establecer, palabra por palabra, una obra saqueada, mutilada y yo tenía ahora, ahí delante, los manuscritos del Diario de Walsh. ‘Es como el diario de un adicto, y esa adicción es la literatura’, dijo Ricardo Piglia cuando leyó la versión original”, recuerda a LA GACETA Daniel Link, quien al cierre de esta charla realizaba su Clase magistral Rodolfo Walsh: inteligencia de izquierda, en el marco del Ciclo de letras 2017, en el Centro Cultural San Martín. El encuentro fue uno de los tantos homenajes que se realizan este año en honor a Walsh. Entre otros, se destaca la Muestra Rodolfo Walsh en la Biblioteca Nacional, a partir del 28 de marzo.
(...)


 

sábado, 18 de marzo de 2017

La masa de las capitales

por Daniel Link para Perfil

A veces, las multitudes lo emocionan cuando marchan y se manifiestan con un objetivo, cuando celebran o lamentan un determinado episodio y se transforman en algo así como una conciencia comunitaria o una sensibilidad compartida. Pero lo más frecuente es que las multitudes le provoquen claustrofobia. Cuando cortan una calle y el tránsito se vuelve “caótico” y la ciudad “colapsa” (como gustan de titular los periódicos) prefiere no salir de su casa o, si no le queda más remedio, caminar. Los taxis y colectivos quedan atrapados en un mar de metal y cemento incandescentes y los subterráneos se convierten en trampas claustrofóbicas en las que miles de personas resignadas se apiñan de la peor manera.
No sabe qué lo enoja más, si la incapacidad de los administradores de la ciudad para diseñar un sistema de transporte eficiente o el cinismo para negar las condiciones infrahumanas en las que se vive.
Hace unos días tuvo la ocurrencia de seguir con el subte hasta Constitución para visitar la nueva estación de cabecera. La obra no estaba terminada, las escaleras mecánicas no andaban, en los andenes la gente casi no podía moverse entre el tren y la pared.
Salió a la calle casi sin aliento y caminó hasta su casa pensando en 300 mil personas amontonadas para escuchar una o varias canciones, algunas de los cuales incluso gastaron dinero para ello.
Las sociedades de masas son así, le diría algún sociólogo complaciente. Argentina es así, le diría algún historiador que conociera los procesos de hiperconcentración urbana resultado de la distribución desigual del trabajo, la salud y la educación. Buenos Aires es así, podría decir cualquier habitante resignado a una ciudad cada vez más inhabitable y administrada al mínimo.
En un par de años, como mucho, vuelve a hacerse esa promesa, se mudará al campo, donde ninguna amenaza destituyente podrá alcanzarlo y donde amasará una nueva relación con el paisaje. 


miércoles, 15 de marzo de 2017

Leer es drogarse un poco

Avital Ronell en Buenos Aires 

¿Estar enamorado es como consumir cocaína para la neurociencia? 


Por Patricia Suárez para Clarín

La ensayista dice que no se sabe qué es una droga buena y qué una mala. Y hace un estudio sobre la queja.


“Dado que hay gente que asesina, se suicida, o se enferma por la carencia del ser amado, ¿quién se aventuraría a juzgar que las sustancias químicas son peores o mejores que el estar enamorado?” Es que, ¿cuál es el borde entre drogas buenas o malas, legales o no? Determinadas personas -hubo casos entre los boxeadores- son adictas a la aspirina, por ejemplo, la”‘más buena de la drogas”. Todas las drogas saludables, las medicinas, están teñidas por la posibilidad de convertirse en lo que no son, en nocivas, y viceversa; valgan como tristes ejemplos, el uso de la cocaína que promovió Sigmund Freud, el Prozac cuya salida al mercado se promocionó como el milagro de los antidepresivos y el actual uso medicinal de la marihuana, tan combatida durante décadas como estupefaciente.


martes, 14 de marzo de 2017

Dicen que...

Las maestras que quedan en la memoria para siempre

por Daniel Gigena para La Nación

Hace unos años se popularizó una expresión: "¿Qué le sirvo, maestro?"; "¿Me dice la hora, maestro?" o "¿Cómo anda, maestro?" Siempre conjugado en una respetuosa segunda persona del singular (y masculina: jamás escuché que le dijeran "maestra" a una mujer en un bar o en la calle). A esas frases, sin que me sintiera verdaderamente un maestro de nada, respondía: "Un cortado; las cinco y media; bien ¿y usted?". Creer que las canas, o el poder o un cargo circunstancial en la función pública, nos pueden convertir en maestros es una equivocación. También se equivocan los que imaginan que, provistos de buena voluntad, podrían reemplazar a los que enseñan de la noche a la mañana. Son fantasías de las redes sociales usadas, como también se dice, para matar el tiempo o apoyar una u otra causa. La espuma de los días.
"No puedo imaginar a Daniel Link sino en relación con la enseñanza como acto de provocación y de discusión -dice Diego Bentivegna, poeta, investigador y docente formado en la Universidad de Buenos Aires-. En el fondo, él no transmite un melancólico amor por la literatura. Instala, en cambio, una urgencia por ella: su deseo. A Elvira Arnoux, en cambio, la veo como la profesora total: da clases en la universidad pero antes lo hizo en primaria y en secundaria. Lo que transmite es que enseñar es plantearse preguntas sobre una política de la lengua, la lectura, la enseñanza, y a escuchar críticamente la voz de la época." Esa voz se oye en barrios periféricos, en escuelas, en fábricas, en los medios de transporte. Para Bentivegna, dar clase no es solamente considerar al otro que está frente a uno en el aula sino también hablar con "otro otro" que está ausente. "El 'analfabeto por quien escribo' del que hablaba César Vallejo -agrega el poeta-. Sólo en relación con él se debería pensar toda pedagogía."

(¡Gracias, Diego!)



sábado, 11 de marzo de 2017

¿Es el recto una tumba?


por Daniel Link para Perfil

Se pregunta con qué entretendrá sus horas Martín Kohan y espera con ansias su próxima elegíaca columna.
Lee, porque él también añora los comentarios deportivos (le encantan, en ese orden, su fijación en lo sensible, la exaltación de lo trivial, el carácter zombie del asunto) noticias escabrosas relacionadas con la pasión de multitudes y se detiene en ésta, que lo deja boquiabierto: “Barra de Racing acusó a hincha de traidor y abusó sexualmente de él con un arma” (Ámbito), “¡Espeluznante! Barra de Racing golpeó y abusó sexualmente de un hincha...” (La Prensa), “Barra de Racing fue abusado sexualmente por «traidor»” (Perfil). No le queda para nada claro en qué se notaría lo sexual del asunto, porque la víctima terminó atada, con los glúteos expuestos, luego de que le introdujeran un arma de fuego por el ano.
La interpretación es casi unánime y sólo un diario se abstuvo de una calificación tan contundente: “La víctima es miembro de La Guardia Imperial, y fue sometido a un verdadero ultraje” (Crónica) lo que, en algún sentido, refuerza la decisión tomada por los demás tituleros, que al interpretar un abuso o un episodio de tortura como “sexual” pretendían reconocer al ano (que no tiene género, pero que en este caso se corresponde con el cuerpo de un varón) como objeto sexual (objeto de deseo sexual, vía de satisfacción sexual).
La naturalidad del deslizamiento le resulta alarmante porque coloca la vía estrecha como la vía regia del goce masculino (del que tituló, del que ultrajó, del que socarronamente comentó el truculento episodio). ¿Qué pasó? ¿Se volvieron todos locas? ¿O ya se sienten tan impunes que salen a robar lo que nunca les perteneció, lo que nunca fue de ellos? ¿O el recto como recipiente gozoso de la carne fue siempre de todos y cualquiera y la cuestión homosexual está sólo en el reconocimiento de esa verdad universal que ahora salta como leche hervida?
Niega para sí y corrige: asociado a la “traición”, el ultraje expresa una polaridad ética que no tiene, en principio, nada de sexual, y sí de abuso de poder (y que forma parte de un dispositivo fascistoide). Lo que se plantea es la incompatibilidad (moral) entre la pasividad sexual y la autoridad (cívica). El tabú moral acerca del sexo anal pasivo se formula como una especie de higiene del poder social. Ser penetrado es abdicar del poder y, al contrario, quien renuncia a la lealtad que supone una alianza de poder merece la peor de las sanciones.
Nada de sexual en el asunto: lo que se erotiza en el episodio es la violencia intrínseca a la desigualdad, no importa si la violencia implicada en el abuso, el ultraje, el patoterismo vil y el ejercicio desmesurado del poder colectivo se ejerce con el falo, un puño o una pistola cargada. En todo caso, concluye, el falocentrismo conduce a lo peor, a la Guardia Imperial.


martes, 7 de marzo de 2017

Narcolepsis y narcopolítica


El miércoles 17 de marzo Avital Ronell dictará la conferencia “Ay! Una historia de la queja”, en la que interrogará la queja como enunciado presente y visible en la discusión pública pero despreciado por los discursos políticos y las indagaciones filosóficas. Recurriendo a preguntas y posiciones exploradas en la literatura, buscará dar cuenta de este tipo de intervención en el contexto de creciente malestar cívico que aqueja y revitaliza a las democracias occidentales. A las 19:00 hs. En el la Sede Centro Cultural Borges, Aula 3, piso 3 (Viamonte 525 – CABA).

El viernes 19 de marzo, presentará su libro Crack Wars. Literatura, adicción, manía, con la participación de María Moreno y Ariel Schettini. A las 19:00 en la Sede Rectorado, piso 3 (Juncal 1319). Al finalizar el acto habrá un brindis.

Contacto de prensa: Mariano López-Seoane, mlseoane@untref.edu.ar
 
 
 


domingo, 5 de marzo de 2017

La primera es obligatoria, las demás no.







 Chance:




Y buah... Ya que está Kevin:




¿Te parece? No creo...




Ni a ganchos:




De ésta no me salva ni Albertina Carri:





Huelga de géneros


Por Daniel Link para Perfil

Maneja hacia el Oeste, por Carlos Calvo, y a medida que la calle se ensancha lo mismo le sucede a su humor, cada vez más distendido. Se olvida del discurso presidencial, del calor agobiante, de la política monetaria del Sr. Sturzenegger, de las amenazas de huelga a las que adherirá, porque aunque no está demasiado convencido de su eficacia sabe sin embargo que la ecuación el usuario y la huelga o el alumno y la huelga ya fue analizada hace muchos años por Roland Barthes y nada parece haber cambiado demasiado.
A la altura de Boedo, Carlos Calvo está cortada. Decide retomar por San Juan, doblar hasta Independencia y, por allí, sortear el obstáculo. Se distrae y vuelve a doblar por Carlos Calvo. Para no repetir la maniobra con el riesgo de caer en un rizo infinito sigue por Boedo hasta Cochabamba. ¿Qué lo distrajo?
Pensó en la huelga de mujeres. Y como había pensado en Roland Barthes, recordó su veredicto: “la lengua es fascista”, sobre todo por su sistema de géneros. Se sonríe recordando la anotación de Ricardo Piglia que leyó en la solapa de Black Out: “María Moreno es uno de los mejores narradores argentinos actuales. Tal vez el mejor”. Ricardo, que nunca había abandonado sus fervores revolucionarios de juventud pero que nunca había sido demasiado explícito en el combate contra la ideología héteropatriarcal, se obligó, sin embargo, a forzar la lengua más allá de su límite. Porque decir que María Moreno es la mejor narradora actual presupone que ese estatuto sólo sería válido en el universo de las narradoras de género femenino. Los universales suelen expresarse en masculino y la declinación de género rebaja su alcance. Lo mismo sucede con Analía Couceyro, el mejor actor actual. O con Albertina Carri, el mejor cineasta. Sus talentos las colocan por encima de sus contemporáneos hombres.
Sí, María Moreno es el mejor homme de lettres que tenemos. Black Out, su autobiografía, es prueba suficiente (y ahora, necesaria: quien no tenga una autobiografía no podrá aspirar a ese lugar).
Durante mucho tiempo, las mujeres permanecieron ausentes de las listas de los tres mejores escritores, porque el masculino hacía pensar, inevitablemente, en varones: Fogwill, Walsh, Piglia. Alguna loca, en el mejor de los casos: Donoso, Puig, Copi. Durante la huelga de mujeres, tratará de no pronunciar ningún artículo subalternizante. Dirá, en todo caso, les mujeres. Y que bufen los eunucos de la RAE.


viernes, 3 de marzo de 2017

El cuatrerismo de las imágenes

Por Horacio González para La Tecl@ Eñe

Cuatreros, de Albertina Carri, extrema el pensamiento sobre el cine. Lo hace desde el puesto de observación que provee el propio cine, o la historia de las imágenes filmadas. Sería fácil decir que es un ejercicio de “cine dentro del cine” de los tantos que conocemos. Esa es una tentación que siempre tuvo el cine –basta recordar a Dziga Vertov- pues es un arte que no para de asombrarse de sí mismo, y solo cuando obtura ese asombro, sale el gran cine comercial, que también puede ser juzgado no porque lo sea, sino porque en sí mismo es portador de varias estéticas de gran significación. Pero lo que hace Albertina es otra cosa, pues la pantalla dividida en una triple proyección  de viejos noticiarios no solo exige al ojo un desdoblamiento dialéctico desacostumbrado –en realidad, parece enloquecerlo- sino que fusiona el cine con sus orígenes en la memoria visual desmembrada.
No obstante, hay una rara homogeneidad entre esas imágenes tan disímiles y simultáneas, pues hablan de un pasado que viene con esa rara cualidad del cine de retenerlo todo como sedimento “eterno”, en sus múltiples tecnologías, aquí, el blanco y negro tan sugestivo y trágico. Por otro lado, el texto que lee Albertina, tan precipitadamente, es un desahogo que ironiza permanentemente sobre las imágenes, trayendo una novedad cinematográfica evidente. Imágenes tomadas de ignotos archivos, algunas de fuerte poder evocativo, otras reverberantes en su anonimato, que van actuando por procuración respecto a lo dicho por la autora del film. 
Es como si también ese texto arañado por el dolor, la sombra familiar naufragada en la trituradora argentina de vidas y almas, fueran palabras pronunciadas por actrices y locutores que eran conocidos hace décadas y hoy volvieran a la vida recitando palabras que no les corresponden. ¡Pero esa ausencia de correspondencia es el modo de desencajar cimientos que parecen establecidos para siempre en los guiones de cine! Aquí el guión existe pero estalla a cada momento, desglosado en varias historias. Una película que no puede hacerse, que trata de una película que no se hizo, ambas sobre el tema de Isidro Velázquez, a la vez un libro de Roberto Carri, del padre, que sigue escribiendo en una eternidad sin imágenes.
Este sinfín de imágenes fuera de cuajo no solo están hiladas por el relato de la hija, fusionando opiniones personales desafiantes, tonos íntimos y pensamientos que rozan con sugestivas estéticas la escena histórica, si no que cuentan también la historia de los medios de comunicación, los estilos de reportaje, los “tempos” televisivos de hace varias décadas -indicio de que la humanidad ya es una troglodita que devora muchas más imágenes por segundo de una manera cada vez más acelerada- por lo que podemos considerar a Cuatreros como una ironía sobre esa circunstancia de la sobrevivencia de la imagen-tiempo.
La otra historia contenida en el film es la de la represión –que no solo arrasó la vida del autor del libro, sino del autor del primer intento de filamar a Isidro Velázquez-, lo que permite un empalme más elocuente que el que deseó el mismo Roberto Carri con su historia de un bandolero rural y sus proyección sobre las luchas sociales de los 70. En el film, esa proyección aparece como un vínculo efectivo y perfectamente comprensible, encastrado en una traducción precisa de la historia del tema del rebelde primitivo a la militancia social organizada. Y nuevamente, también, a la historia de cómo las imágenes tomaron el tema, policías en movimiento, exhibición de armas, militares, entrevistas a generales, y un elemento para conocer, que la narradora en off dice al pasar, entre tantas cuestiones que trata siguiendo esos varios hilos expresivos al mismo tiempo: el comisario que perseguía a Velázquez es el mismo que dirigió el operativo de fusilamiento de prisioneros de Margarita Belén. Allí está el nudo del film, las palabras que tanta multiplicidad de imágenes esperan.
El cuatrerismo es un tipo de acción tipificado, obviamente como delito, el hurto de ganado. Es posible que su nombre venga de la sustracción de “cuadrúpedos”. Y es acaso la metodología de este film, el cuatrerismo como modo del cine. La sustracción de imágenes y diversificarlas en la pantalla plana, a modo de alguien que las hurta de un archivo, tema sobre el   cual Albertina Carri realiza algunas de sus reflexiones sediciosas: ¿hay suficiente cuidado de los archivos fílmicos en la argentina? No, es claro que no lo hay.
Pero el cuatrerismo de imágenes muestra que hay algo superior a los archivos, que por cierto es importante que existan, pero no pueden ser infinitos repositorios de la misma estructura de imágenes que se repiten a pesar de sus aparentes diferencias. Lo que hizo Albertina Carri ya es una modalidad segunda o adicional del archivo, es decir, en el sentido profundo del archivo, llevar al origen, a la arjé, una historia del poder, esto es, una crítica al poder y por lo tanto a los archivos institucionales, con otro archivo destrozado, que extrañamente la memoria torna homogéneo. En el que, además, la idea de montaje del film obliga a hablar a las imágenes de otro modo del que en su origen fueron tomadas y habladas. En ese sentido implica el profundo deseo de volver la historia atrás, de hacerla hablar de un modo diferente al que lo hizo. Esos poderes libertarios del cine es lo que se tantea, se expresa y se mira en lo que hace Albertina Carri.

Buenos Aires, 1° de marzo de 2017



Intertextual

Uno citó a Lacan, el otro, después, al yerno. Uno se refirió a "La carta robada", el otro, después, al Edipo ("En la encrucijada"). 
Lo importante es saberse bien acompañado.