por Daniel Link para Soy
La
palabra Feud (léase: “fiud”) proviene de una
palabra germánica (fihu, fêhu). Significa, por un lado,
feudo (es decir: dominio o posesión). Por el otro, como siempre que
hay bienes escasos involucrados: hostilidad, enemistad, venganza.
La serie Feud, que debemos al
siempre atento ojo maricón de Ryan Murphy (Nip/ Tuck, Glee,
American Horror Story, Scream
Queens) pudo verse durante el fin de semana pasado, cuando
la cadena Fox liberó gratuitamente sus canales premium. Es muy
probable que se estrene en los canales de cable corrientes pero, de
todos modos, sus primeras deliciosas entregas están disponibles en
Internet.
Feud centraliza su atención en
un reino, Hollywood, y dos dominios y dos rencores irreparables, los
de Bette Davis (interpretada por Susan Sarandon) y los de Joan
Crawford (interpretada por Jessica Lange). El motivo: la filmación
de Qué pasó con Baby Jane, la extraordinaria película que
ambas protagonizaron cuando sus carreras comenzaban un lento pero
inexorable declive. Como es fama, diez
días después de haber terminado el rodaje, Bette Davis publicó su
célebre aviso en los diarios: “Madre de tres hijos -10, 11 y 15-,
divorciada. Americana. 30
años de experiencia como actriz de cine.
Aún con movilidad y más afable de lo que dicen los rumores. Desea
empleo estable en Hollywood (o Broadway)”.
Los temas explícitos de la serie son:
el sistema de estrellas del cine clásico, la manipulación de las
actrices mujeres por parte de los aparatos de producción
(predominantemente héteropatriarcales) para mejorar el rendimiento
económico de las películas, la irremediable decadencia del cuerpo y
la volatilidad de los favores de las audiencias.
Afortunadamente, Feud es mucho
más que eso porque constituye un complejo sistema de cajas chinas
que van y vienen en el tiempo y permiten interrogar la potencia de
los nombres, en particular el de la “loca mala”, un personaje ya
casi en extinción (ahogado por las musculocas de gimnasio y los gay
geeks que ejercen sus dominios feudales en el reino de la
imaginación homosexual de estos tiempos).
Qué pasó con Baby Jane (1960),
como se sabe, fue una novela escrita por Henry Farrell y adaptada al
cine en 1962 por Robert
Aldrich para Warner Brothers. Un año después de su estreno, la
película había recaudado casi diez veces más que el millón de
dólares que costó. Su secreto: haber aprovechado el gótico
truculento y un poco queer
que Psicosis
había impuesto en las pantallas en 1960 y una trama desquiciada
llevada adelante por dos actrices que hicieron del odio que se tenían
la combustión perfecta para públicos necesitados de una química
emocional y física que en el mundo real ya no podían encontrar.
La
película
Qué pasó con Baby
Jane es, en si misma, un sistema de mundillos incluidos porque sus
dos personajes fueron estrellas (en diferentes momentos de sus vidas)
del alucinado mundo del espectáculo (Jane en el vodevil, Blanche en
el cine). Feud
agrega un círculo de distancia crítica y coloca en ese espacio lo
queer
de Hollywood, siempre un poco misterioso.
En
la serie, Dominic Burgess interpreta a Víctor Buono, el actor que
interpreta a Edwin Flagg (en Baby
Jane),
que interpreta el piano. En una escena particularmente reveladora le
pide a Susan Sarandon, que interpreta a Bette Davis, que interpreta a
Baby Jane, que interpreta la canción terrible “Le
escribí una carta a papá”, que diga “la frase” que a las
locas malas de todas las épocas hizo estremecer de felicidad.
Susan-Bette
consiente y dice: “What a dump!” (“qué pocilga”), línea
famosa de la película Más
allá del bosque
(Kig Vidor, 1941), que comenzaba con la advertencia "Esta
es la historia del Mal. El mal es testarudo y pomposo. Por el bien de
nuestra alma, es saludable para nosotros verlo en toda su fea
desnudez de vez en cuando". La responsable de exponerlo era
Bette Davis, en el papel de Rosa Moline.
Es
como uno de esos parlamentos de Esperando
la carroza
que se independizan de la trama y sobreviven por sí solos, porque
son el encuentro de una combinación precisa de palabras y un tono
que la agudeza de la loca mala siempre reconocerá como propio.
Tan
famosa fue esa frase que Edward Albee (dramaturgo abiertamente gay)
la incorporó en su extraordinaria pieza Quién
le teme a Virginia Woolf (1962).
En 1966, la obra fue llevada al cine con Elizabeth Taylor en el papel
de Martha, que pronuncia la frase al comienzo mismo del primer acto y
luego trata de recordar su origen.
En
estos juegos de lenguaje adheridos a los cuerpos y la cultura
homosexual de todos los tiempos (al menos, de los tiempos posteriores
al cine) se juega la suerte de una identidad que no es más que un
juego de máscaras y una danza espectral. Si la loca siempre fue un
poco idólatra de las estrellas de la pantalla (Mae West, Bette
Davis, Lady Gaga o Moria Casan) lo fue porque encontraba en esas
imágenes fantasmáticas una forma de decirse a si misma.
En
Feud,
Bette Davis acude a rescatar a Víctor Buono de la comisaría, a
donde ha sido llevado directamente del petódromo donde lo han
apresado. Cuando el policía que la atiende le pregunta si puede
probar la inverosímil excusa que ella lanza como descargo, ella le
contesta, sencillamente, “¿Qué te parece?”, sacándose los
lentes y revoleando sus ojos gigantes.
Feud
canta el canto del cisne de la loca mala. Invierte, en algún
sentido, la perspectiva clásica. En Baby
Jane, la
“maldad” de Bette Davis y su potencia actoral es mucho más
evidente que la de Joan Crawford (esa “mosquita muerta”). Por eso
Hollywood la nominó al Oscar una vez más. Pero en Feud
es
probable que quien se lleve los premios sea Jessica Lange (que hace
una Crawford profundamente atormentada).
Más
allá o más acá de las performances, lo que Feud
nos regala es un fragmento de la historia de la conciencia homosexual
de si.