Por Daniel Link para Perfil
Cuando la Sra. Fernández pronunció el
cuarteto de campaña: “Evita votaría a Cristina,/ Perón votaría
a Taiana/ y los dos juntos/ a Unidad Ciudadana", la suerte
cadavérica del peronismo quedó sellada.
En primer lugar, por la distribución
anómala de las cantidades silábicas: si hubiera dicho “ambos”,
en vez de “los dos juntos”, la estrofa habría sido sonado más
armoniosa, transformada en un terceto en lugar de un cuarteto, porque
los últimos dos versos se hubieran fundido en uno solo.
Haber resignado el “ambos” es un
rasgo de populismo poético que en este caso produjo más daño que
otra cosa, porque estigmatiza al interlocutor como incapaz de
comprender ese adjetivo indefinido. Y si alguien no puede comprender
qué significa “ambos” en un verso de trinchera, es porque ha
sufrido la peor de las escuelas imaginables, o ninguna. La
responsable última de un empobrecimiento predicativo semejante es
quien estaba hablando.
En segundo término, porque deja
flotando la pregunta incómoda: “¿a quién le importa?”. ¿A
quién, en efecto, puede importarle a quién habrían votado dos
muertos ilustres de la política argentina, que actuaron en un
contexto radicalmente diferente del nuestro? Y si alguien hubiera
decidido contestar esa pregunta tomando como punto de partida la
evidencia histórica, habría concluido en que Perón jamás habría
votado una lista encabezada por alguien que insultó su nombre cada
vez que pudo (yo soy más drástico: Perón nunca votó a nadie que
no fuera él mismo y creo que habría repetido ese capricho). Dejo
de lado el pequeño detalle de que, además, el Gral. Perón echó de
Plaza Mayo a la izquierda peronista, de la cual la Sra. Fernández a
veces se declara abanderada (y a veces, no). ¿A quién habría
votado Isabelita?
Y, por último, esa apelación a una
herencia imaginaria, ¿no va precisamente en contra de las políticas
migratorias sostenidas en los últimos quince años? ¿Y no colisiona
con los sistemas de alianzas e impugnaciones propuestos por el mismo
Frente de Unidad Ciudadana? Cada vez más latinoamericanizada (una de
sus mayores virtudes), la sociedad argentina no tiene por qué
sostener los mismos diagramas sentimentales de hace cuarenta años.
Llegará un punto en que los nombres Perón y Evita signifiquen tan
poco que nadie sabrá bien a cuento de qué se los menciona. Con
Lastiri y con Balbín ya pasa un poco eso. A Marcelo Torcuato de
Alvear no se lo recuerda, lo que es raro, porque es el antecedente
más directo de la actual gestión de gobierno (con las mismas
virtudes y los mismos vicios).
Perdió el peronismo de izquierda, pero
también el de derecha (con la excepción de algunos caciques
aislados). Perdió el peronismo confesional salteño, que sostiene la
religión católica en las escuelas públicas: ¿habrá que
lamentarlo? Perdió el peronismo de Chaco (provincia creada como
Provincia Presidente Perón, una de los tantos nombres que Aramburu
se llevó puestos), que prestó a la Nación un vocero memorable.
Perdió la izquierda peronista poscristinista y perdió el peronismo
atigrado. Nada de lo que el peronismo propuso en los últimos dos
años consiguió estabilizarse por encima de las arenas movedizas del
olvido que lo amenazan.
Que Cambiemos ganó es evidente, pero
más conviene subrayar que no tiene mayoría en ninguna de las dos
cámaras parlamentarias, lo que involucra a los sobrevivientes de la
hecatombe peronista en lo que suceda en el país de aquí en más.
También es obvio que ganó la
izquierda. El FIT suma representantes parlamentarios, lo que lo
consolida como la tercera fuerza política a nivel nacional.
La Sra. Fernández tuvo que inventar un
crecimiento desmedido de su propia alianza para salvarse de la
ignominia de una derrota anticipada por sus versos defectuosos. Sea.
Pero el FIT aumentó su caudal de
electores y ese patrimonio, del que todos debemos alegrarnos, es la
aurora política que hay que subrayar y cuidar. La tentación de
alineaciones de retóricas siempre es muy grande, pero al menos hoy
sabemos dónde está la derecha y dónde la izquierda, dónde está
enterrado el pasado, y qué fuerzas se disputan el presente. Lo
demás, ya se verá.