Por Daniel Link para Perfil
Estoy exhausto. Cada una de las grietas
en las que vivimos nos obligan a tomar decisiones de profundísimo
alcance. Grietas hubo siempre, pero antes no eran tan infinitesimales
como ahora. En el debate entre geocentristas y heliocentristas era
tan fácil (aunque peligroso) colocarse como en la querella entre
evolucionistas y creacionistas. Todo era una cuestión de
racionalidad y cultura. Una vez adoptada la posición ya se sabía
con quién iba a ir uno a cenar o al teatro.
¡Ni que hablar si hubieramos sido
convocados a tomar partido por los antiguos o los modernos! Por más
melancolía que nos provoquen las cosas viejas siempre íbamos a
estar con los modernos (al menos, hasta que nos volvimos viejos).
Pero todo es cansador: llegamos a tomar
partido en el sordo debate entre objetivismo y subjetivismo o en el
subsidiario realismo vs. nominalismo por el poder del nombre y por lo
tanto, de la palabra como fundadora de las cosas.
Con el perspectivismo no nos fue tan
bien, porque nos acusaron (por izquierda) de liberales trasnochados
(por eso del pluralismo mediático y el multiculturalismo
integrador). Por fortuna pudimos argumentar contra el relativismo
nihilista del “segual” y nos quedamos instalados en el
perspectivismo multinatural.
Entre el empirismo y el idealismo
estuvimos desgarrados durante mucho tiempo hasta que Gilles Deleuze
nos regaló el empirismo trascendental. Sólo por eso, amor eterno.
Desde entonces, siempre es mejor
encontrar una salida a toda dicotomía rígida. Entre innatistas y
culturalistas, ¿qué duda cabe? Aunque despreciemos la cultura
actual, no podemos negarle el papel de formadora de individualidades
y subjetividades.
Hasta que... ay... tuvimos que
responder la pregunta de si puto se nace o se hace. Si la putez es un
efecto de la historia (una desviación, digamos, del recto camino),
abríamos la puerta para que los correctores de la sexualidad
intervinieran con sus patrañas viles.
Entonces, somos culturalistas pero
hasta cierto punto donde afirmamos lo innato de ciertas inclinaciones
(las óperas de Richard Strauss, el arte del bordado, el San
Sebastián que Miguel Angel pintó en la Capilla Sixtina, usté me
entiende) pero no la tendencia golpeadora del macho.
¿Y sobre la prostitución?
¿Abolicionistas o regulacionistas? (ya una vez en una cena de
“amigs” me apedrearon entre tods por mi posición).
Ya ven que cada operación supone un
desgaste mental que en estos días llega a la niebla cerebral.
¿Peronismo o antiperonismo? (ambas opciones son la misma, en última
instancia, con diferente afecto). ¿Peronismo de derecha o peronismo
revolucionario? Como soy exterior al movimiento, ahí me pierdo.
¿Kirchnerismo o albertismo?
Esperen... estoy tratando de llegar a
algo.
¿Salud o economía? ¿Salud o
educación? (obviamente, la salud sin educación no tiene futuro:
vean Matrix o cualquier
engendro semejante o, mejor lean Nunca me abandones
de Ishiguro).
Hoy en el diario leo que hay un
conflicto entre Juan Grabois y la familia Etchevehere: ¿Grabois o
Etchevehere? ¿Francia o la Vasconia? No, no, no podemos
apresurarnos, el asunto es más sutil: Dolores
Etchevehere o Luis Miguel Etchevehere (¡Dios nos libre!)? ¿Donación
o usurpación?
En Mataderos,
parece, la cosa se puso fulera entre vegans y carnicers. Obvio que
los chicos y chicas vestids de negro que iban a despedir al ganado
antes de entrar al matadero merecen nuestra simpatía. Pero yo hoy
almorcé un ojo de bife con ensalada. No sé, creo que nos están
pidiendo demasiado.
Entre
presencialidad y virtualidad, yo ya elegí presencialidad (aunque no
pueda ejercerla). Entre trabajo y subsidio, creo que es mejor el
trabajo. Entre River y Boca, opté por San Lorenzo después de ser
padre (para no alimentar tensiones entre mis hijos, cada uno de un
bando enemigo).
Demasiados
trascendentales para tanta ignorancia como la que tenemos hoy por hoy
entre nosotrs. Entre trascendencia e inmanencia, yo ya opté por la
inmanencia hace ya bastante, así que no me jodan más con tantos
binarismos berretas.
Después
de todo, detrás de todo mal dilema, siempre hay un buen trilema y la
política del “casi”: adherir casi
a algo.