Yo me acuerdo. Yo vi a la Sra.
Fernández llorar por televisión cuando dijo que le ponían palos en
la rueda de la implementación de la tarjeta SUBE en la que venía
trabajando desde hacía años. Pobrecita, pensé. Además de todo lo
que le pasa, los palos en la rueda de la SUBE.
¿Quién le ponía palos en la rueda?
¿Y por qué cuesta tanto implementar algo tan fácil de imaginar? La
SUBE, con otro nombre, fue imaginada por los ingleses, que no son,
precisamente, las personas más imaginativas del planeta (Joyce y
Beckett eran irlandeses). Es cierto que los ingleses también
imaginan que las Malvinas se llaman Falkland, pero eso es porque su
imaginario es viejo y está atado a una concepción de la geopolítica
según la cual hay que dominar los pasos marítimos (Magallanes,
Gibraltar), para que el mundo no se les escape de entre los dedos.
Habiendo aviones, trasbordadores y cohetes...
Pero la famosa Oyster card (que puede
sacar cualquiera, en dos segundos, en cualquier estación londinense,
con un trámite sencillísimo e instantáneo: yo tengo una y la
presto a cualquier viajero ocasional, porque siempre le queda algún
saldito y no es cuestión de andar desperdiciando céntiimos de
libras) no es un gran invento. Es más bien la consecuencia lógica
de un sistema integral de transporte, como el que
tienen todas las ciudades civilizadas del mundo. En Berlín no existe
tal tarjeta, pero en cambio hay boletos mensuales (semanales y anuales)
sobre cuyas bondades ya he escrito y que vuelven los pasajes
baratísimos (a valores argentinos). Lo mismo sucede en París
(hebdomadaire llaman los franceses tanto al boleto semanal
como al desodorante que usan los reacios al baño diario), en Nueva
York, donde se mire.
O sea: primero el sistema integral de
transporte y después el sistema de peaje.
Yo creo que la Sra. Fernández, cuando
lloró por televisión a propósito de este tema, se equivocó. Se
equivoca casi siempre cuando llora, pero en este caso particular no por
una cuestión de imagen sino por una mala elección lingüística. No
es que le pongan palos en la rueda, es que pusieron el carro delante
del burro. Y son tantos los burros que el carro no se mueve, o se
mueve para cualquier lado y nunca para donde uno quiere.
¿Por qué el sistema de subterráneos
de la ciudad de Buenos Aires debe estar a cargo de la Nación y no de
la ciudad? Pues porque la Nación habita la ciudad, es su inquilina
(nunca hubo cambio de sede de la soberanía, como estaba previsto,
con lo cual la autonomización de Buenos Aires es ilusoria). Es, por
lo tanto, la Nación la que debe imaginar, primero, un sistema de
transporte integral y, luego, la forma de implementar el sistema de
peaje. Agregar al sistema una variable más (las mil compañías de
omnibuses, las concesionarias de los ferrocarriles y además, las de
los subterráneos) es un delirio que ningún inglés puede venir a
resolver, por más sabiduría que en materia de islas (¡Stevenson!)
y de pasos (Magallanes, Gibraltar) les reconozcamos.
Por supuesto, como Buenos Aires no es
la ciudad provinciana que el Sr. Macri gobierna con lentitud e
imaginación de alcalde turístico, sino una megalópolis compleja,
el sistema integral de transporte debe incluir al conurbano (esos
trenes siniestros que llegan a Moreno, Berazategui, San Fernando...
que son los que mueven tanta gente). De modo que los palos en la
rueda que imagina la Sra. Fernández son imaginarios: son palos de la
imaginación de la gente vil e incompetente que la rodea y que no
puede pensar soluciones a problemas concretos y que recurre, por lo
tanto, a soluciones de compromiso, a golpes de publicidad, esas cosas
que ya sabemos cuánto duran: lo que tarda un burro en cansarse de
empujar un carro que no se sabe bien para qué lado tiene que ir
(porque hay otros burros que empujan para otro lado).
Basta de burradas. Ya que quieren
discutir la constitución liberal (como si una constitución pudiera
salvarnos del capitalismo, en fin... qué gente), que incluyan en el
orden del día la provincialización del conurbano. Con eso resuelven
el entredicho que tienen con el Sr. Scioli y, entonces sí, podrán
pensar un sistema auténticamente integral para la "provincia"
cuya capital será la ciudad de Buenos Aires.
Y a partir de ahí se puede empezar a
pensar en los burros que tendrían que tirar del carro: el burro del
sistema integral de salud, el burro del sistema integral de
transporte... Pero los burros delante y, en todo caso, burros por su
capacidad de carga (es decir, de trabajo) y no burros por su afición
a la zanahoria y por su escasa capacidad imaginativa.