Por Daniel Link para Perfil
Mar del Plata cumplió años. La historia de la ciudad puede pensarse en fases, la primera de las cuales concluye con la fundación oficial por parte de Patricio Peralta Ramos el 10 de febrero de 1874, en una estancia de su propiedad, a partir de una misión jesuítica denominada Nuestra Señora del Pilar de Puelches, que más tarde recibió el nombre de “Puerto de la Laguna de los Padres”.
En 1519, Magallanes había visitado las playas de Punta Mogotes, a las que denominó “Punta de Arenas Gordas”. Francis Drake se atrevió a llamar Cape Lobos al hoy Cabo Corrientes por razones obvias y Juan de Garay habló de una “muy galana costa” cuando la visitó en 1581 (el nombre quedó coo designante de uno de los hoteles finos del balneario).
La misión jesuítica de 1746 llegó a albergar a cerca de quinientas personas, desperdigadas por los tehuelches del cacique Cangapol. En 1856 aumentó la población a causa del incremento de las relaciones comerciales con Brasil. El portugués José Coelho de Meyrelles instaló el primer saladero a orillas de la desembocadura del arroyo Las Chacras (por Punta Iglesias).
En 1877, inicio de la segunda fase, Pedro Luro se puso al frente del saladero y desarrolló la agricultura, construyó un muelle e instaló un molino harinero. En 1886 llegó el ferrocarril. Ya había hotelería, porque la oligarquía provincial acompañaba sus envíos cárnicos al saladero cada tanto, pero el turismo se generalizó a partir de entonces (de 1888 es el primer “Reglamento de Baños”). El 19 de julio de 1907 la legislatura aprobó el proyecto que declaró ciudad a Mar del Plata. Para entonces, todos los patricios tenían ya sus terrenos y sus casas. Los Mitre, los Anchorena, los Bunge, los Peralta Ramos, los Ocampo. Replicaron, sin imaginación, los nombres del tablero porteño (aunque en otro orden).
En la fase siguiente, el peronismo desembarcó con sus proyectos de turismo para todos y todas. La construcción de los hoteles sindicales domina la transformación urbana.
La fase actual ya no es ni burguesa ni obrera. Su nombre se nos escapa. Predominan los condominios y las playas privadas hacia el sur de la ciudad (en los alrededores del Faro), que se llevan bien con el estilo de vida neoliberal (posclasista). Pero hay un resto que también nos interpela.
Amancio Williams y su esposa Delfina María Teresa Gálvez Bunge formaban parte de una rama progresista de la burguesía argentina. El padre de Amancio había comprado unos terrenos forestados por Matilde de Anchorena que habían pertenecido previamente a Emilio Mitre (nótense los apellidos), con la intención de hacerse una casa fuera del eje turístico de la ciudad. Alberto Williams le encargó a su hijo un proyecto que éste, inspirado por las ideas de Le Corbusier (con quien había trabajado en la famosa Casa Curutchet de La Plata), inscribió en el más puro modernismo.
Casi todo el mundo lo sabe: la casa adopta la morfología de una casa chorizo típicamente criolla, erigida sobre un puente de hormigón sobre el arroyo Las Chacras. El conjunto ha llamado la atención de historiadores de la arquitectura y del arte por el modo en que la pureza constructiva se inscribe en un ambiente “natural” (Matilde plantó robles y no árboles nativos, por cierto). El arroyo, que hoy está entubado, será replicado artificialmente para que se recupere el efecto de Blancanieves meets Astroboy.
La casa, de proporciones exquisitas y una acústica perfecta (Alberto era músico), fue vendida y luego abandonada en 1977. Vandalizada, podía visitarse a partir del cambio de siglo como un emblema del odio que la inteligencia puede suscitar. Luego, a partir de 2018 comienzan las tareas de restauración que continuaron hasta hace unas semanas, cuando la casa fue oficialmente abierta al público como Casa Museo bajo una felicísima gestión de la Municipalidad de General Pueyrredón.
Cada quien verá lo que quiera en ese dechado de virtudes que es la Casa sobre el arroyo. Yo eligo las connotaciones acuáticas: la casa es como un barco, que atraviesa los tiempos. O también políticas: otra cosa es posible, más allá del populismo (de izquierda o de derecha) que arrastró a Mar del Plata a un desgarramiento feroz.
Hoy el barco parece a la deriva, pero la misma existencia en concreto de una idea más allá del resentimiento nos salva del pesimismo existencial. Los males pasan, la inteligencia queda.