sábado, 24 de febrero de 2024

Todo pasa y todo queda

Por Daniel Link para Perfil

Mar del Plata cumplió años. La historia de la ciudad puede pensarse en fases, la primera de las cuales concluye con la fundación oficial por parte de Patricio Peralta Ramos el 10 de febrero de 1874, en una estancia de su propiedad, a partir de una misión jesuítica denominada Nuestra Señora del Pilar de Puelches, que más tarde recibió el nombre de “Puerto de la Laguna de los Padres”.

En 1519, Magallanes había visitado las playas de Punta Mogotes, a las que denominó “Punta de Arenas Gordas”. Francis Drake se atrevió a llamar Cape Lobos al hoy Cabo Corrientes por razones obvias y Juan de Garay habló de una “muy galana costa” cuando la visitó en 1581 (el nombre quedó coo designante de uno de los hoteles finos del balneario).

La misión jesuítica de 1746 llegó a albergar a cerca de quinientas personas, desperdigadas por los tehuelches del cacique Cangapol. En 1856 aumentó la población a causa del incremento de las relaciones comerciales con Brasil. El portugués José Coelho de Meyrelles instaló el primer saladero a orillas de la desembocadura del arroyo Las Chacras (por Punta Iglesias).

En 1877, inicio de la segunda fase, Pedro Luro se puso al frente del saladero y desarrolló la agricultura, construyó un muelle e instaló un molino harinero. En 1886 llegó el ferrocarril. Ya había hotelería, porque la oligarquía provincial acompañaba sus envíos cárnicos al saladero cada tanto, pero el turismo se generalizó a partir de entonces (de 1888 es el primer “Reglamento de Baños”). El 19 de julio de 1907 la legislatura aprobó el proyecto que declaró ciudad a Mar del Plata. Para entonces, todos los patricios tenían ya sus terrenos y sus casas. Los Mitre, los Anchorena, los Bunge, los Peralta Ramos, los Ocampo. Replicaron, sin imaginación, los nombres del tablero porteño (aunque en otro orden).

En la fase siguiente, el peronismo desembarcó con sus proyectos de turismo para todos y todas. La construcción de los hoteles sindicales domina la transformación urbana.

La fase actual ya no es ni burguesa ni obrera. Su nombre se nos escapa. Predominan los condominios y las playas privadas hacia el sur de la ciudad (en los alrededores del Faro), que se llevan bien con el estilo de vida neoliberal (posclasista). Pero hay un resto que también nos interpela.

Amancio Williams y su esposa Delfina María Teresa Gálvez Bunge formaban parte de una rama progresista de la burguesía argentina. El padre de Amancio había comprado unos terrenos forestados por Matilde de Anchorena que habían pertenecido previamente a Emilio Mitre (nótense los apellidos), con la intención de hacerse una casa fuera del eje turístico de la ciudad. Alberto Williams le encargó a su hijo un proyecto que éste, inspirado por las ideas de Le Corbusier (con quien había trabajado en la famosa Casa Curutchet de La Plata), inscribió en el más puro modernismo.

Casi todo el mundo lo sabe: la casa adopta la morfología de una casa chorizo típicamente criolla, erigida sobre un puente de hormigón sobre el arroyo Las Chacras. El conjunto ha llamado la atención de historiadores de la arquitectura y del arte por el modo en que la pureza constructiva se inscribe en un ambiente “natural” (Matilde plantó robles y no árboles nativos, por cierto). El arroyo, que hoy está entubado, será replicado artificialmente para que se recupere el efecto de Blancanieves meets Astroboy.

La casa, de proporciones exquisitas y una acústica perfecta (Alberto era músico), fue vendida y luego abandonada en 1977. Vandalizada, podía visitarse a partir del cambio de siglo como un emblema del odio que la inteligencia puede suscitar. Luego, a partir de 2018 comienzan las tareas de restauración que continuaron hasta hace unas semanas, cuando la casa fue oficialmente abierta al público como Casa Museo bajo una felicísima gestión de la Municipalidad de General Pueyrredón.

Cada quien verá lo que quiera en ese dechado de virtudes que es la Casa sobre el arroyo. Yo eligo las connotaciones acuáticas: la casa es como un barco, que atraviesa los tiempos. O también políticas: otra cosa es posible, más allá del populismo (de izquierda o de derecha) que arrastró a Mar del Plata a un desgarramiento feroz.

Hoy el barco parece a la deriva, pero la misma existencia en concreto de una idea más allá del resentimiento nos salva del pesimismo existencial. Los males pasan, la inteligencia queda.

sábado, 17 de febrero de 2024

Libertad y cultura

La cultura se la banca y la imaginación sobrevive a todo. Por eso la política es ahora destruir a las personas, como soporte material de la cultura y la imaginación. “Acabar con el gramscismo” no es una consigna filosófica sino biopolitica. Pero la gran tradición cultural latinoamericana es communalista antes de Gramsci y con prescindencia de él. ¿Qué harán con eso?



Capitalismo y esquizofrenia

Por Daniel Link para Perfil

El problema es que nos pidan que aceptemos todo ciegamente, sin explicaciones. Sobre todo en un contexto de contradicciones agudísimas que no soportan el menor análisis. Los libertaristas, en su ignorancia, pueden aplaudir al mismo tiempo el abrazo a fuego de las ideas más individualistas y, al mismo tiempo, la identificación con la causa del Pueblo de Dios (el pueblo judío) que, como cualquier persona medianamente culta sabe, es una causa colectiva. No es posible, ni lógica ni éticamente, exaltar el mérito individual, la fortuna personal, el propio deseo, la liberación total de las energías del yo en nombre del Pueblo; y tampoco se puede identificarse con quienes dan forma a un Pueblo y lo establecen como patrón de medida de una moral en nombre de los individuos. Las religiones en general niegan la libertad individual, a la que ponen (en el mejor de los casos) como un asunto de libre albedrío, y lo hacen porque abrazan dogmas según los cuales hay pre-destinación, premios y castigos que se aplican uniformemente, es decir: colectivamente. En esos contextos mitológicos, uno puede decidir “libremente” pero debe atenerse a las consecuencias, que están ya fijadas de antemano. La exclusión es la operación principal de los pueblos (religiosos).

No se entiende la necesidad de tales cachiruladas argumentativas que no hacen sino opacar la relación con al verdad de quienes sostienen discursos públicos y terminan enredándose en laberintos de arena. La Sra. Pat(ética) Bullrich cree conveniente adaptar para Argentina el modelo de seguridad de El Salvador. Desde allá le contestan que nada que ver, son dos dimensiones muy distintas.

El Poder Ejecutivo envía al Congreso una Ley-Cachivache, que va perdiendo retazos por el camino. Luego se sabe que lo único que le importaba al Gobierno era el control de los fondos fiduciarios. ¡Haberlo dicho! ¿Quién podría negarse a una gestión transparente de esos mamarrachos presupuestarios?

Una ley sencilla que explicara claramente qué se pretende hacer con ellos habría bastado para convencer a tirios y troyanos. En vez de eso se elige la vía demente, el double bind (dos mandatos contradictorios imposibles de cumplir al mismo tiempo), y el sadismo paranoico.

sábado, 10 de febrero de 2024

Lectura de verano

Por Daniel Link para Perfil

No suelo leer en vacaciones. Como es lo que hago todo el resto del año, prefiero invertir mi tiempo en tareas menos habituales: pintar, lijar, barnizar, hacer jardinería. A veces traslado libros que vuelven de las vacaciones intactos. Al volver los miro con pena, porque sé que ya no voy a poder leerlos: otras cosas se me impondrán con plazos determinados.

Pero durante la semana que pasé en Mar del Plata leí un libro extraordinario que me reconcilió con la lectura inconsecuente, porque sí y, todavía más, con las potencias de la literatura que, pese a todo, permanecen intactas.

Un libro bueno, la literatura de verdad, vuelven importantes para nosotros cosas que no lo son. ¿Qué me importan a mí los chismorreos de unas mujeres de clase alta neoyorquina? Absolutamente nada, hasta que leo Plegarias atendidas de Truman Capote. ¿Qué pueden importarme los pareceres de un joven sobre lo que pasó en una fiesta en la que él no estuvo? Poco y nada, hasta que leo Glosa de Saer. ¿Y a quién podrían importarle las desventuras de un abogado fracasado que ingresa al clero y se dedica luego a las misiones evangelizadoras por el mundo del siglo XVIII hasta que se ve obligado a abandonar el barco en el que lo transportaban y a navegar a la deriva en un botecito por mares desconocidos y ominosos hasta llegar a un islote que no es tal sino un volcán en erupción? Por supuesto, ¡a nadie!

Y uno podría persistir en ese desinterés si no fuera por El náufrago sin isla de Guillermo Piro, que nos obliga a considerar como propios cada uno de los pormenores de la vida de Salvador de Liguria, pero en particular por detalles insignificantes como las reglas del Aluette (que en Wikipedia aparecen como similares a las del Truco).

Más allá de su valor específico (contar una historia en particular, y hacerlo bien, a través de una lengua rica en pliegues sintácticos, luminosa en metáforas y, sobre todo, sostenida en un ritmo que no decae a lo largo de sus ocho capítulos), El náufrago sin isla nos devuelve la confianza en las potencias de la literatura: la novela de Piro nos fuerza a pensar en asuntos que no nos interesaban y a abrazarlos con necesidad maníaca. Por supuesto, esa es una cualidad sólo de la literatura de verdad.

sábado, 3 de febrero de 2024

¿No hay plata?

Por Daniel Link para Perfil

Un compañero de trabajo me pregunta cómo se puede explicar que editar un libro en Europa (uno de esos libros de los proyectos de investigación colectiva de los que participamos) salga 2.000 euros y en tal editorial argentina por el mismo servicio pidan 5.000 dólares.

Le contesto, un poco distraido (estoy de vacaciones): “es que acá se roba mucho”. Me responde indignado por la superficialidad de mi comentario y mi falta de oportunidad. Pero, más allá de la retórica, creo que gran parte de la psicosis argentina tiene que ver con un double bind que cualquiera que haya tratado de comprar algo en las últimas semanas habrá verificado.

Escribo desde Mar del Plata, donde todo se negocia en cash o transferencia bancaria. La manía se explica un poco por la altísma inflación (en Mar Chiquita, un chiringuito nos informó que no pueden servir carnes porque no saben a qué precio cobrarla), pero es un hábito bastante federal y extendido desde hace años: al evitar la bancarización, se evaden impuestos. Los restaurantes entregan como comprobante de pago una “pre-factura” que carece de todo valor impositivo. Una cena: si uno paga con billetes contantes y sonantes (¿pero cómo uno podría caminar con semejante bulto en los bolsillos?) hacen descuento, si uno paga con transferencia bancaria, no. De tarjetas de crédito, ni hablar.

Fuimos a comprar un tacho de basura para la cocina a esos grandes almacenes de productos para el hogar. En la caja, una pareja muy joven generó un pequeño revuelo. Habían gastado más de lo que se autoriza sin declarar la identidad (número de CUIT, esas cosas). Se negaban a que los registraran, sobre todo, decían, porque iban a pagar en efectivo. Para demostrar tal propósito, sacaron de una mochila una parva de billetes de 500 (sin considerar la denominación, equivalía al bulto de un secuestro extorsivo en las películas). Les aconsejaron, para guardar el anonimato, que partieran la compra en dos y la registraran en dos cajas diferentes (ahora que escribo, censuro mi falta de curiosidad sobre lo que había en el carrito: ¿habrán sido una pareja de asesinos seriales que llevaban serruchos para trozar cadáveres?).

Era obvio que el joven comprador no quería que le preguntaran de dónde sacó todo ese dinero. Ni qué hablar de los estacionamientos en las playas o en la ciudad, los servicios de carpa, los consumos en los bares. En diez días no hemos visto un solo comprobante fiscal.

Existe una clase media con todavía alguna capacidad de consumo, pero en modo alguno dispuesta a pagar impuestos o procurar que alguien los pague. Es lógico, en ese contexto esquizofrénico (“no hay plata”, por un lado, pero la plata circula sin control, por el otro), que la “economía informal” se lleve puesta a la otra.

No es mucho lo que se les puede pedir a quienes veranean en Uruguay u otros destinos fuera del país, pero quienes anden por acá, deberían exigir comprobantes fiscales para que los impuestos sobre la ventas se calculen sobre los montos verdaderos. El CONICET y los comedores escolares, agradecidos.