A diez años de la recuperación de la
ESMA, Buenos Aires reunirá a académicos e investigadores para pensar
cómo se cuenta el pasado. Intervención estatal, reacción pública y el
lugar de la palabra.
Interacción. El coloquio debate la llegada a distintos públicos. El Parque de la Memoria porteño.
¿Cómo se resignifican y funcionan los ex centros
clandestinos de detención? ¿Es posible ubicar una mirada y un
tratamiento de la “memoria” que trascienda experiencias puntuales y
fronteras internacionales? ¿Cómo captar nuevas audiencias y cuál es el
lugar del arte en relación con la memoria? Son algunos de los
interrogantes que el Coloquio Internacional “Espacios de memoria en el
Cono Sur: nuevos afectos, nuevas audiencias, diálogos transculturales en
el duelo” buscará responder. Con un subsidio de la British Academy y en
alianza con la Universidad de Tres de Febrero, el evento coordinado por
Cecilia Sosa (ver recuadro) y Valentina Salvi se realizará el 27 y 28
de marzo en el Centro Cultural Borges con investigadores, activistas y
artistas de Argentina, Chile y Uruguay y académicos de Inglaterra. El
coloquio, además, tendrá intervenciones, instalaciones y performances.
Según la presentación, “estas jornadas buscan explorar cómo ciertas
prácticas curatoriales y museísticas, así como formas no convencionales
de intervenciones artísticas, performáticas y literarias, pueden
despertar un sentimiento de pertenencia compartido en relación a esos
pasados traumáticos”. En diálogo con Veintitrés, varios de los
conferencistas intercambian su opinión.
Jens
Andermann, profesor titular de Estudios Latinoamericanos y
Luso-Brasileños en la Universidad de Zurich, Suiza, y editor del Journal
of Latin American Cultural Studies, realizó ya un encuentro en esa
ciudad y sostiene que le interesaba “comparar, tanto a escala
latinoamericana como en contraste con otros contextos regionales como
Ruanda o Cambodia, cómo la creación de memoriales, museos y otros tipos
de sitios de memoria impactó sobre los relatos sociales y estatales
sobre dictaduras y genocidio: al abrir espacios permanentes que
reconocieran los horrores, ¿se ha avanzado en cuanto a forjar un
consenso social sobre el pasado? ¿O más bien se han desatado debates
hasta entonces marginados o forcluidos? ¿La ‘recuperación’ de ex centros
de detención y otros lugares de terror abrió para los familiares y
activistas de derechos humanos una suerte de refugio desde donde
formular objeciones a procesos ‘transitoriales’ muchas veces inclinadas a
enterrar o tapar el pasado? Obviamente, no hay una respuesta única: más
bien, casos como el monumento ‘El Ojo que Llora” en Perú (profanado por
pandillas fujimoristas y atacado desde la prensa hegemónica) muestra la
extrema fragilidad de estos sitios ‘ganados al olvido’ cuya aspiración a
la permanencia nunca está garantizada por sí misma, o por el mero hecho
de haber recurrido a un lenguaje arquitectónico o escultural. E
incluso, hay que interpelarlos nuevamente desde el presente, como en el
caso chileno, donde la misma democracia que construye Museos de la
Memoria y de los Derechos Humanos sigue aplicando legislación
‘antiterrorista’ a la resistencia mapuche. Hay que reinscribir y
reformular entonces continuamente la enunciación monumental,
precisamente para que no se vuelva objeto de museificación (que es otra
forma de abandono)”.
Andermann va a hacer una ponencia
sobre un trabajo fotográfico de Juan Travnik, Malvinas: “Me interesaba a
raíz de la manera en que investiga el potencial nemónico del paisaje
(en un sentido amplio incluyendo el paisaje urbano). Y su trabajo (que
combina la fotografía del paisaje con el género del retrato) me permitió
pensar esa obra a partir de las ideas de ciudadanía y abandono. Para
abreviar: creo que Malvinas (al menos hasta hace poco) representa un
caso de ‘inclusión excluyente’ en la ciudadanía de la memoria, y es esa
fractura sobre la que trabaja la fotografía de Travnik”.
El
catedrático y escritor Daniel Link asegura que “en nuestro país los
sitios de memoria deben pensarse y debatirse (porque no han sido
pensados todavía). Los Estados que se han otorgado (por voluntad o por
necesidad histórica) una política estatal de la memoria lo han hecho en
términos de una pedagogía progresista, podríamos decir, de la
catástrofe: se presupone que la propagación de la memoria evitará la
repetición del desastre. Sobre este punto no podría haber desacuerdos y
no hay razones que puedan esgrimirse en contra de una hipótesis
semejante, sobre la que sólo podría lamentarse su fracaso. Por supuesto,
muy diferente es la relación que se puede establecer con el modo en que
tal pedagogía puede desarrollarse y las representaciones que
constituyen el contenido de esa memoria en relación con la cual se
decide una política. No hay política sin contenidos, pero la definición
misma de los contenidos es ya una opción pedagógica y, por lo tanto,
política. Una pedagogía de la catástrofe sólo podría funcionar a
partir de la conciencia de que todo habla, pero a sabiendas también de
que las imágenes no dicen toda la verdad, aunque sean un jirón de
ella. Se usan para mostrar lo irrepresentable e imposible de la
historia. Lo imposible pero indispensable porque, pese a todo, a lo real
hay que imaginárselo”. Link va a responder a una lectura de Albertina
Carri sobre una videoinstalación que regresa a su película Los rubios
(2003): “El arte (visual, literario, sonoro) es el laboratorio donde se
investiga cómo se propaga la memoria (el sonido, la voz, el trazo, la
cultura). No hay coincidencia necesariamente entre pedagogía de la
memoria (que, como puede entenderse, es sobre todo un hecho de la
política) y el arte. Pero es posible pensar una a partir del otro, sin
dudas. Las intervenciones como las de Carri no son propiamente
memorialistas sino más bien lanzadas hacia el futuro. Lo que se deja
leer en el pensamiento de Albertina (puesto en imágenes, pero altísimo
pensamiento) es una desestabilización del lugar de las imágenes plenas
propias de la memoria y del testigo y el testimonio como fuente de
verdad”.
(...)