miércoles, 30 de septiembre de 2009
¡Por fin llega el verde Mario!
martes, 29 de septiembre de 2009
La complicada
Natalia tiene mil proyectos y millones de contactos. Viaja y está a mil. Muchas ideas, charlas breves por msn, facebook y skype cuando va para Europa o EEUU. Es imposible ubicarla al fono porque realmente está a mil.
Natalia nunca pudo concretar algo. Solo llama cuando necesita algo. Viaja a Europa y a EEUU porque su familia tiene guita semi mal habida.
*Incorpórense todas sus entradas a las etiquetas Hombres argentinos y Mujeres argentinas.
(anterior)
lunes, 28 de septiembre de 2009
El modo y la presuposición
Tampoco quiero ser injusto, no toda presuposición es lingüística o lógica, también las hay pragmáticas. ¿Qué circunstancias de la enunciación permitirían concluir en las bestialidades (de bestias inmundas, quiero decir) que se me atribuyen (a favor o en contra de la figura presidencial)?
Desprecio instantáneamente los comentarios descerebrados, la agresión gratuita y sin sentido, la vulgaridad y el sentimentalismo tanto de quienes se detienen a decir "trola" como de quienes creen descubrir mi "odio recalcitrante". A ellos les digo sólo que sus dichos son lo que más asco nos da en el mundo y que somos incapaces de vomitar sobre sus diarreas conceptuales que sólo por esta vez, y por necesidades pedagógicas, decidimos publicar (no volverán a aparecer esos fragmentos de hate speech en estas páginas).
Si me detuve en una fotografía (para analizarla, mal o bien) fue porque me pareció suficientemente hermosa (sí, hermosa), y significativa. Quise saber quién la había sacado (llegué al callejón sin salida de las "fotos oficiales"), traté de investigar por qué me impresionaba. Lo que escribí se refería a una foto y no a una persona (a la que no conozco). Y puedo sostenerlo hasta el fin de los tiempos, hasta el fin de "mi época", con la que moriré, como nos corresponde a todos (más bien: ella morirá conmigo, porque mi presente es tanto una fuerza que me arrrastra como el modo en que me entrego a esa atracción).
Parte de nuestro presente es odioso, no lo niego y cada cual es dueño de desarrollar sus odios hacia afuera para evitar metástasis interiores. Pero también está obligado, cada cual, a analizar sus propios sentimientos y sus propias posiciones antes de pronunciar pelotudeces que se le volverán en contra y nos deprimirán: ¿cómo habitar una patria de pelotudos enfáticos, odiosos?
Yo no lo sé.
Vuelvo a la foto. Que es una foto "muy posada", nadie en su sano juicio podrá negarlo. Y creo que tampoco podría negarse (aunque estoy dispuesto a discutirlo) que hay un resto de sentido irreductible a la pose, y que ese resto (que algún semiólogo, alguna vez, llamaba punctum) se adelanta. Para mí (el punctum no es estable y es totalmente subjetivo) se trataba de una cierta desolación, que escapa por completo a las intenciones de la cámara y de la modelo (sobre la cual, releo el texto una y otra vez, no dije sino que me inspiraba "ternura y pena"). No necesito del acuerdo político de algunos ni del rechazo enfático de los demás para seguir sosteniendo lo mismo. Mi lógica no es guerrera y creo que tampoco la lógica de la política debiera serlo.
Un comentarista que localiza ironía y sarcasmo en mis palabras (no sé dónde, no sé dónde), pretende que me expida sobre "algún gobierno que pueda cambiar la situación en Argentina en los próximos años".
Pues bien, el veneno de la equivocación anida en esa requisitoria, porque no se trata (nunca se tratará de eso) de sentarnos a esperar que un gobierno cualquiera cambie la Argentina. Dado que habitamos una democracia representativa, con todas las debilidades que eso implica, no hay otra forma para concebir el poder instituido como mandato de los ciudadanos. La confianza ciega en los "liderazgos carismáticos" no es algo en lo que yo pueda caer tan fácilmente. Caer, digo, y repito: el "liderazgo carismático" supone una caída, un relapso y una renuncia a la capacidad propia para evaluar y decidir las situaciones políticas que atravesamos, el sujeto (paranoico-fascista) de masa (cfr. Deleuze, pero, si fuera demasiado, cfr. Canetti, que es más calmo).
Argentina es un pueblo embrutecido (y lo será, así lo pienso, cada vez más). Sólo así se explica que las personas elijan creer que una política completa es producida (en todos y cada uno de sus detalles) por una persona o dos. Aplican no sé qué lógica laboral según la cual los ministerios son sencillamente órganos de aplicación de "ocurrencias" soberanas. Pero yo escribí "Itamaraty" que es la palabra que sirve para designar no a Lula, ni a su gobierno, sino a las relaciones internacionales de Brasil. Acordar con un gobierno o no significa acordar con sus políticas puntuales (en economía, educación, salud o relaciones internacionales).
¿Seré trosko, gorila, liberal? ¿El ser, me importa? ¿A quién le importa sostener creencias religiosas (dogmáticas) sobre la prosa del mundo? No a mí, queridos lectores, no a mí. Si ustedes quieren, vivan en paz con sus hagiografías o sus simétricos cuentos de "males absolutos". En un caso y en otro, creo, se equivocan.
Nadie está exento de error (ni siquiera yo, que una vez..., en 1971, me equivoqué*), no lo están tampoco los poderosos y no veo yo por qué mi rol sería disimular los errores de quienes nos gobiernan (incluyo en ese colectivo a los partidos políticos, a los ministros que diseñan políticas sin necesariamente esperar mandatos específicos de los presidentes, que son los monarcas de nuestras cortes pobres).
Pero en el caso del análisis de la foto que inocentemente entregué a la imprenta, no señalé un solo error que involucrara a la figura regia allí representada (tal vez, pero tampoco aceptaría sin protesta una acusación semejante, una pequeña pregunta a una política de comunicación: ¿por qué cuelgan de un sitio oficial una foto tan desoladora?). Ni siquiera me atreví a desovillar los vericuetos de las relaciones internacionales, tan entregadas últimamente al "azufre" endemoniado (¡adoré!) o a su ausencia.
No simpatizo con el oficialismo (quiero decir: no simpatizo con ningún oficialismo, de cualquier signo, en cualquier época). Prefiero la interrogación, cierta distancia, preguntar por qué hacen lo que hacen quienes gobiernan, y no aceptar que ellos saben lo que hacen y que está bien que nosotros acatemos sus acciones porque (a la vista está, por otra parte) no hay nadie mejor para gobernarnos). Volverse viejo es volverse sentencioso, de acuerdo: la soberanía sobre sí (la inmanencia, una vida...) es lo único en relación con lo cual podría hoy sostener alguna causa. Lo demás se evalúa en relación con las tensiones del momento. Se evalúa: se piensa. Acá, acá, acá y acá quedaron, creo, pruebas suficiente de ello.
*Nótese la deliberada ironía
sábado, 26 de septiembre de 2009
La soledad del poder
La foto, distribuida por Presidencia, apareció en dos medios como ilustración de dos notas bien distintas. En la primera, se trataba de una conversación telefónica con la cancillería en el exilio del depuesto presidente hondureño. En la segunda, de un “escrache” protagonizado por un grupo de bonistas estadounidenses tenedores de papeles inservibles de Argentina.
Se la ve, vestida de púrpura fulminante, de la cabeza a los pies, con apenas un cinturón bordó estableciendo un vínculo de transición hacia su cabellera caoba, que brilla al sol. Está seria, sentada en el alféizar de la ventana de su suite del Four Seasons (eso dice el epígrafe). A la derecha de la foto se ven una pila de platos y unas tajaditas de budines. A la izquierda, en otra mesa, la caja de tés. Ella está centrada sobre un fondo de edificios futuristas y un sillón color beige se refleja apenas en el vidrio que la separa del exterior (dominado, al fondo, por la aguja del edificio Chrysler).
La foto pretende ser una instantánea: la majestad de la soberanía, las delicadas gestiones internacionales, los secretos del estado, la seriedad del momento. Pero se trata de una foto muy posada, donde todo ha sido cuidado hasta el último detalle: el ángulo de la luz, la posición de la mano, la dirección de la mirada, la relación fondo-figura.
Y sin embargo, más allá de la pose, hay algo que impresiona en esa foto: la soledad y la fatiga de las empresas para las que no se tiene la fuerza suficiente. Si fuera verdad que ella “dialoga desde Nueva York y por vía telefónica con la canciller de Honduras designada por el presidente Juan Manuel Zelaya”, como reza el epígrafe de Presidencia de la Nación, mucho más cierto es que Itamaraty, que acogió al refugiado que volvió de incógnito a su patria, tuvo un papel mucho más importante en esa historia que le llega por teléfono. De nada sirve que ella diga que ése había sido el consejo que le diera al presidente hondureño en el exilio. Armaron la fiestita sin tenerla en cuenta.
En el fondo, no se puede sino sentir ternura y pena. Encerrada en su caja de cristal, la niña se sabe no querida.
viernes, 25 de septiembre de 2009
Dancing Queen
Como cierre del Congreso, los organizadores nos brindaron un show folklórico, desempeñado por los empleados no docentes de la Pontificia Universidad Católica de Chile, quienes aparentemente han formado compañía danzante.
Como a mí el folklore me puede (no creo que haya droga alucinógena que me produzca efectos más intensos que una cueca bien bailada y un zapateo enfático, y no hay "territorialización paranoica" que me saque de ese estado de hiperestesia), la combinación de vino y trajes típicos me trastornó hasta el punto de que pedí un pañuelo prestado y salí a la pista. Pocas vueltas después, ya estaba listo para que el chongo me clavara las espuelas...
jueves, 24 de septiembre de 2009
miércoles, 23 de septiembre de 2009
Paranoia y ficción policial
(...)
El policial, dice Piglia en “La ficción paranoica”,
es un género capitalista en el sentido literal. Nace con el capitalismo, tiene al dinero como una de sus máquinas centrales, es un tipo de literatura hecha para vender como mercancía en el mercado literario, trabaja con fórmulas, repeticiones, estereotipos. Estos elementos sociales y formales, que están presentes en el género desde su origen, se exasperan hoy y dan lugar a esto que yo, de un modo totalmente hipotético, he llamado la ficción paranoica[54].
La hipótesis, cuya pista he seguido, ha sido verificada hasta el punto de sutura donde ya no se sabrá qué es ficción policial y qué delirio paranoico (dentro y fuera del género). La paranoia es, también ella, una forma de discurso a la que podemos reconocer como radicalmente moderna (es decir: capitalista). Opera como el límite interior del pensamiento (el polo paranoico, reaccionario, que corta las líneas de fuga), especifica la tendencia imaginaria de una estructura social dada (sin propiamente “expresarla”), es el espacio de todas las alianzas y exclusiones y también el pliegue (la frontera, la herramienta) que opera todas las transmutaciones.
Así, el conocimiento humano adopta, según los dictados de la “dialéctica social”, la sintaxis original de la paranoia para afirmar la comunidad humana (que no es sino la comunidad de los ausentes o la ausencia de comunidad). Entendida como sintaxis, como ficción o como género, la imaginación paranoica no pierde necesariamente las unidades que la caracterizan (el complot, las sociedades secretas, las mafias y la corrupción del Estado, las bandas ), pero subordina esas formas de conciencia a un método de composición y de lectura: la ficción paranoica privilegia, para decirlo con Borges (que hubiera odiado la coincidencia con Salvador Dalí en este punto) “la técnica del anacronismo deliberado y de las atribuciones erróneas”[55].
Una dispersa dinastía de solitarios (por orden alfabético: Adorno, Borges, Canetti, Chandler, Deleuze, Freud, Lacan, Poe, Schreber) ha cambiado la faz del mundo. La historia del policial y de la paranoia son estrictamente contemporáneas y siguen el mismo ritmo: al mismo tiempo que nace el Paranoico, las primeras palabras se pronuncian en 1842 (para que haya género debe haber repetición y por eso prefiero ese año al de 1841), como una vaga indicación de un cierto malestar sobre lo Otro.
El precipitado del género (y de la paranoia) hace coincidir la transmutación del dispositivo científico en técnica forense y policial y del hombre de leyes en hombre de letras (del padre de familia en madre de una nueva raza). La proliferación del género (la marea americana) se superpone a la repetida identificación de la paranoia como la potencia del pensamiento, al mismo tiempo que se declara en fin de la historia y el advenimiento del Estado Universal Homogéneo[56]. Y la escena de clausura (en un motel de Phoenix, en 1959), cuando el género se lee a si mismo con escándalo, coincide con la relectura de las palabras fundadoras y con la bifurcación política de los senderos de la imaginación paranoica que, como señalaba un narrador melancólico en 1941 ya había “desintegrado este mundo”[57].
¿No es eso precisamente contra lo cual la ficción paranoica levanta su sintaxis de hierro? ¿No es precisamente la pérdida de orden y sentido (el orden y el sentido de la Historia como madre de la verdad) contra lo cual protestan (y a lo cual temen) el delirio paranoico y también las ficciones policiales? ¿No es esa desintegración del mundo, esa historia a término, lo que la ficción paranoica, con sus enigmas y sus monstruos, no puede tolerar? ¿No es la total identificación entre el sujeto y objeto el fundamento, al mismo tiempo, del fin de la historia y de la ficción paranoica[58]? ¿No es la constatación de que “la realidad cedió en más de un punto”, que deja “una impresión desagradable de asco y de miedo”, la protesta que se deja leer en la paranoia pero, también, en la ficción policial?
[54] op.cit.
[55] Borges, Jorge Luis. “Pierre Menard, autor del Quijote” en Ficciones. Madrid, Alianza, 1971, pág. 59
[56] Tema que en la tradición crítica alemana ha sido puesto, recientemente, en relación con las hipótesis historiográficas de Adorno. Cfr. Beate Kutschke. Wildes Denken in der Neuen Musik. Die Idee vom Ende der Geschichte bei Theodor W. Adorno und Wolfgang Rihm (Dissertation ). Würzburg, Königshausen & Neumann, 2002. Cfr. también Auffert, Dominique. Alexandre Kojève. La filosofía, el estado y el fin de la historia. Buenos Aires, letra gamma, 2009 y, en particular, el agudísimo prólogo de Germán García a ese libro.
[57] Borges, Jorge Luis. “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius”, op.cit, de donde vienen también las demás citas o alusiones.
[58] El tema de "total identificación con un autor determinado” es uno de los que justifican la empresa de Menard (cfr. Borges, op.cit, pág. 51).
martes, 22 de septiembre de 2009
¡Ave María purísima!
El patio de la Facultad de Letras de la Pontificia Universidad Católica de Chile hoy estaba hecho un fuego....
Tratado de bibliotecología
Si hubiera que ubicar Blanco Móvil. Filosofía, literatura y metáfora en una biblioteca sería problemático, porque es difícil decir a qué género pertenecen los libros que reflexionan sobre los géneros: ¿a la epistemología o a la antropología? La dificultad proviene del hecho de que para saber a qué género pertenece un libro debemos saber antes qué pensamos del género. Y un género que piensa lo que se piensa de los géneros es parte de esas vueltas o rizos del lenguaje que lo vuelven al borde de lo imposible o de lo único que habría que pensar. Porque una vez que conocemos los géneros, conocemos casi todo del libro. El libro de Laura Crespi, entonces, lo vamos a poner en la biblioteca al lado de esos textos imposibles, fuera de la previsibilidad que fluctúan entre existir y no. La enciclopedia de Tlön, la obra de Mallarmé, la obra de Herbert Quain, los poemas de Michaux, el libro de Laura Crespi… Es más, son libros que casi no existen y que sería mejor que no existieran porque ponen a todos los otros libros en la situación paradojal de cuestionar su realidad.
El texto completo, acá.
lunes, 21 de septiembre de 2009
Invitación
INVITA
a la presentación de 2 nuevas novelas argentinas:
MIS ESCRITORES MUERTOS de DANIEL GUEBEL
y
LA TRANSFORMACIÓN DE ROSENDO de RICARDO STRAFACCE
En el bar Varela-Varelita
(Paraguay esquina Scalabrini Ortiz)
SÁBADO 26 DE SEPTIEMBRE 19 hs.
Presentan Ariel Idez y Mauro Libertella
¡Los esperamos!
domingo, 20 de septiembre de 2009
Las ballenas de septiembre
Ya en el campo, nos detuvimos a contemplar un rato la tormenta y sus efectos, con la precaución de llegar a Mar del Plata (nuestro destino), como para la hora del almuerzo.
Pero cada pormenor del camino nos detenía,
de modo que cuando llegamos a La Feliz (cada vez más hermosa), encontramos que ya era tarde para ir a nuestro restaurante del puerto, La Marina,
y nos detuvimos a picar algo en el Manolo de Playa Chica (no por la calidad de la comida, sino por las vistas, que no nos cansaremos de amar mientras vivamos).
Intentando fotografiar un barco que pasaba lentamente, la cámara registró un movimiento que, luego, se reveló como la cola de una ballena, que hizo la delicia de los escasos concurrentes y los camareros.
No una, sino dos, tres, eran los cetáceos que, en alegre montón, habían venido a alimentarse, tan cerca de la costa que muchos sospecharon que algo malo les pasaba. Por suerte no era así (no hubo, con posterioridad, noticias de ballenas varadas). Después de pasear un poco, decidimos acercarnos al Hotel Provincial (ahora incorporado a la cadena NH), para ver qué habían hecho para recuperarlo del abandono en el que estaba.
El espacio, soberbio, brilla como una alhaja rara. Los quioscos de la rambla, que tanto mal le hacían al edificio de Bustillo, ya han desaparecido. Nos dejamos llevar por el ritmo de las aguas (las del mar, las de la lluvia). Volvimos a extrañar el dos ambientes que tantas primaveras y otoños disfrutamos.
Tanta fue la delicia que la ciudad nos regalaba que preguntamos incluso las tarifas de NH, pero nos pareció desmesurada la tasación del bed and breakfast.
Después, nuestros amigos, que nos esperaban en la Facultad de Humanidades para charlar un poco, nos enviaron el helicóptero en el que transportan a las visitas ilustres.
Llegamos ya de noche, con nuestras sirenas bajo el brazo
Conversamos largamente con los lugareños (profesores y alumnos) antes de irnos a comer a La Bodeguita, donde me hablaron del Museo de Arte Moderno que la ciudad tendrá muy pronto
(en Buenos Aires, sabido es, es una de las tantas cosas que agonizan).
La medianoche se nos vino encima. Era hora de volver. A las 3, afortunadamente, ya estábamos de vuelta en casa.
Acá, más fotos de Sebastián Freire.
sábado, 19 de septiembre de 2009
Dicen que...
Por Gisela Antonuccio para Ñ
En la literatura argentina, uno de los primeros en explorar el universo de la comunicación electrónica fue el escritor y catedrático Daniel Link. En su novela La ansiedad (El Cuenco de Plata), los personajes comunican sus miedos y deseos a través de e-mails, chats y videoconferencias. Faltos de amor, ofrecen con sus vínculos mediatizados un retrato del modo en que la tecnología opera sobre la conducta y el habla. (...)
Instrucción cívica
Fui convocado para oficiar como autoridad de mesa durante un proceso eleccionario que involucraba a estudiantes universitarios. Contra todo pronóstico en contrario, el comicio estaba bien organizado, los materiales necesarios bajo control, y las agrupaciones políticas en quienes recaía la fiscalización electoral cumplían su papel sin interferir en su normal desarrollo.
Gran parte de los votantes, por el contrario, parecían personajes de Los Simpson (y no precisamente Lisa). Estuvo el estudiante de la carrera de Letras que insistió en sufragar en la mesa que yo presidía aunque su apellido comenzaba con la letra E y la parte del padrón que nos había tocado (bien visible estaba) abarcaba desde la H hasta la M. Debimos haberle exigido que recitara el alfabeto, pero eso, además de un poco chocante, habría sido un obstáculo para los demás votantes. Otros se presentaron convencidos de que tenían derecho metafísico a pronunciarse, aún cuando sus nombres no figuraran inscriptos en el padrón: “¿Y si quiero votar igual?”.
Una joven pretendía votar con el registro para conducir, el único documento que tenía encima. Tuvimos que leerle el artículo de la Ley Electoral que especifica quiénes están habilitados para emitir sufragio.
Después del tercer sobre abierto que sucesivos votantes pretendieron introducir en la urna, empezamos a preguntar a cada uno de los sufragantes si lo había cerrado debidamente. Muchos no lo habían hecho.
Me sorprendió el abismo entre el aparato formal de la democracia de masas y los saberes técnicos de los ciudadanos que la sostienen. No es que me parezca que una democracia representativa burguesa deba evaluarse en primer término por su “calidad institucional” (palabras hoy tan de moda) pero, en todo caso, me preguntaba qué ha hecho la escuela en todos estos años para mejorarla.
Me acompañaba en la mesa una pedagoga que me comentó con una sonrisa en los labios que hay maestr@s de sexto grado que no enseñan ciencias naturales o sociales porque sus alumnos no saben leer. La responsabilicé en el acto por la gravedad de la sentencia (fuera ésta cierta o no) y le exigí que hiciera algo para remediarla (en lo personal o a través de la corporación profesional que representaba).
Ella me contestó que escapaba a su área de incumbencia y que bastaba con ver la televisión para darse cuenta de que la dinámica de nuestro parlamento está bien lejos de ser un buen ejemplo para nuestros jóvenes.
Reconocí que en ése, como en tantos otros aspectos, vivíamos un momento político de lo más disparatado (es decir: estimulante), pero censuré que se refugiara en esa constatación para justificar la total ineficacia del sistema escolar argentino, del cual tienen idéntica responsabilidad padres, autoridades y docentes.
“Pasa en todas partes”, me dijo. “En Francia los profesores no se atreven a salir solos de la escuela por miedo a que les peguen” (los alumnos, sus amigos y sus padres).
Le recordé Semilla de maldad (Blackboard Jungle, 1955) y su réplica local, La patota (1960) y me negué siquiera a considerar la posibilidad de que ésa fuera la materia prima universal de los procesos de aprendizaje para poder, precisamente, renunciar con el alma ligera (y mala conciencia) a intervenir en relación con ellos.
Estaba por señalarle el daño irreparable que las Ciencias de la Educación le habían provocado a los sistemas escolares cuando los fiscales vinieron a interrumpirnos porque la cola de estupefactos votantes que se había formado ante nuestra mesa era una señal de que era mejor que volviéramos a nuestras funciones.
viernes, 18 de septiembre de 2009
Partes del todo
jueves, 17 de septiembre de 2009
Para el pen drive del caballero y de la dama
Una "para chicas", porque nos pareció que el mood Jane Austen que habíamos pescado estaba bien. No nos equivocamos. La película The Jane Austen Book Club es muy menor (incluso como comedia romántica), pero encantadora. Cinco mujeres más o menos agobiadas por problemas sentimentales se juntan una vez al mes para discutir las novelas de Jane Austen. Como se trata de seis libros, deciden reclutar a un varón, para que agregue un poco de testosterona al debate (por supuesto, él acepta porque le gusta una de ellas). Está la profesora de francés (desempeñada por la secretaria mala de El diablo viste de Prada, Emily Blunt: una chica que llega tarde al mundo del cine; en otras épocas podría haber sido una estrella, pero hoy por hoy eso ya no existe), cuyo marido sólo mira deportes por televisión arrojando su romanticismo a los brazos de cualquiera. Está la recien separada (una jueza famosa de cierta serie que nunca vi). Está la célibe que tiene un criadero de perros. Está la lesbiana extrema (el regreso de la bella Shanon, la gemela histérica de Lost). Está la separada cinco veces que va a por el sexto marido. Y el chico, que es un poco nerd y sólo ha leído hasta ahora ciencia ficción (lo que lo ha salvado de la influencia castradora de tres hermanas mujeres mayores). En fin, una trama leve como el aire de la primavera y un final, ah sí, un final feliz.
Más nueva, más sombría, la "de varones" se llama District 9, producida por el gordo director neocelandez (¿así se escribe?) de El señor de los anillos, Peter Jackson. Llega una nave extraterrestre (divina) que, por algún misterio, no se detiene sobre Nueva York ni Londres ni Washington sino sobre.... Johannesburgo (Sudáfrica). Cuando los seres humanos consiguen entrar a la nave encuentran a sus ¿tripulantes? en un pésimo estado de salud, casi al borde de la muerte. Los ponen en un campo de refugiados (el District 9), donde les brindan las mínimas atenciones sanitarias mientras intentan aprovechar la tecnología alienígena. Vanamente, porque se trata de biotecnología que sólo puede ser aprovechada por los aliens (a quienes, naturalmente, les han incautado las armas). Se trata de unos bichos asquerosos con aspecto de langosta levemente antropomorfizados. Viven hacinados en el Campo, se reproducen como... langostas, y veinte años después de su venida son ya un millón y medio. Los seres humanos los mantienen confinados, comen basura (les encanta la comida de gato), se pelean, apilan neumáticos y los queman,
La película focaliza el momento en que un empleado de la autoridad alienígena bastante tarado es enviado a obtener la firma de cada bicho de cada casilla para un traslado masivo de la villa en la que viven a otra. Fatalmente, un azar cambiará todos los planes. Hacia el final, uno de los aliens, Christopher.... (no diré más, quería sencillamente que quedara el nombre registrado).
El encuentro con lo Otro, tal como la película lo plantea, es penoso. El relato avanza a trompicones, cámara en mano, porque se trata de un documental en el que intervienen militantes de derechos humanos y alienígenas con inserts de videos caseros. Las escenas de batalla están muy bien logradas, tanto como la escenografía de apocalipsis tercermundista en el que la película insiste.
miércoles, 16 de septiembre de 2009
Mirame la palomita
Hace instantes fueron entregados los Premios Perfil, edición 2008-2009. Más fotos de Sebastián Freire, acá.
martes, 15 de septiembre de 2009
Pegan a un niño
La entrega de premios se realizará mañana Miércoles 16 de Septiembre, a las 15 hs.
por Daniel Link para Perfil (19 de julio de 2008)
El 19 de octubre de 2006 fui invitado a participar, supongo que en mi calidad de sobreviviente, de la mesa redonda “Argentina - cinco años después de la crisis" que organizaba en el Iberoamerikanisches Institut de Berlín un grupo de intelectuales alemanes de izquierda. Se presentaba, además, el número 51 de la revista kultuRRevolution dirigida por Jürgen Link, dedicado a la "(post)crisis argentina: símbolos y mitos".
Al principio no me pareció que mi presencia allí tuviera otro valor que el meramente decorativo, hasta que mis rudimentos de lengua alemana me permitieron comprender que, en la perspectiva de los convocantes, los argentinos nos habíamos entregado a una algarabía irresponsable y habíamos desperdiciado una oportunidad histórica de transformación política y social, lo que quedaba probado por la presidencia de Néstor Kirchner. Contra todo pronóstico, pedí la palabra para corregir esa impresión, a mi juicio equivocada, y defendí la delicadísima gestión gubernamental, que tuvo que sacar al país del precipicio de literal descomposición al que se había arrojado. Recordé que el Estado nacional había desaparecido (cada provincia emitía su propia moneda) y que, en esas condiciones, cualquier hipótesis de transformación política y social hubiera agregado fuego al incendio. Recordé también la iniciativa que por entonces llevaron adelante un grupo de intelectuales (a la cabeza de los cuales estaban Beatriz Sarlo, José Miguel Onaindia y Gabriela Massuh) para reclamar una reforma constitucional que modificara el sistema de gobierno nacional y su relación con las provincias, y que, pese a contar con la simpatía de miles de adherentes, no consiguió prosperar: tantas eran las urgencias con las que había que enfrentarse. Y también recordé al atónito auditorio el delicadísimo objeto que había que tener en cuenta en el análisis de la crisis y su resolución, en relación con el cual, creo, no hay graduados de Heidelberg ni Marburg ni Humboldt que puedan aportar sistema de categorización alguno: la interna peronista.
No me arrepiento de esa intervención seguramente dominada por la melancolía, aunque seguramente quienes me habían invitado no esperaban de mí semejante insulto a la hospitalidad. Sigo pensando que la política argentina es un objeto delicado y de difícil comprensión para la mayoría de sus comentaristas que, en el mejor de los casos (me refiero a los análisis de izquierda), se apoyan en los restos de dialéctica marxiana y en el análisis clasista, en un país donde lo territorial (lo estamos comprobando en este año aciago: bisiesto y par) no ha perdido un ápice de su importancia, y donde la modernidad está extremadamente mal distribuida, precisamente porque la Constitución Nacional, hoy aparentemente tan amenazada, si no la impide, tampoco promueve tal distribución.
Tampoco ayuda la interna peronista, que ya una vez nos arrastró a todos a una espiral de violencia que terminó en genocidio, lo que demuestra la fragilidad del sistema de partidos en un país en el que, pareciera, sólo uno de ellos es el que ha demostrado ser capaz de gestionar políticamente nuestros destinos.
Tal vez ha llegado la hora de volver a pedir una reforma constitucional que examine y resuelva esos obstáculos para la felicidad de los pueblos: el centralismo, el presidencialismo, el unipartidismo solapado.
Lo que es seguro es que en el enunciado "postcrisis argentina", el prefijo "post" no debe aparecer ya ni siquiera entre paréntesis, sino tachado: seguimos navegando las mismas procelosas aguas de 2001.
lunes, 14 de septiembre de 2009
domingo, 13 de septiembre de 2009
Esto ha sido...
La voz sirenaica
(fragmento)
por Daniel Link
Agradezco a los organizadores de este congreso la invitación a participar de sus discusiones y el inmerecido honor de incluirme en este panel, equivocación que aprovecharé para volver, con la excusa que su título me da, sobre algunas obsesiones últimas: una imagen o figura, la sirena, y un cierto momento de la modernidad que puso en crisis los modelos de civilización (los juegos de lenguaje y las formas de vida) heredados, para proponer algunos nuevos y otras veces, incluso, ninguno.
Como he tratado de demostrar en otro texto que no podré glosar por falta de tiempo pero también de ánimo1, las sirenas han sido objeto de todas las manipulaciones y todas las interpretaciones. Kafka, Adorno, Blanchot, Foucault han tratado de descifrar la (im)potencia de su canto. Constituyen, a todas luces (pero también en la línea de sombra), un problema central en la definición del esteticismo, la autonomía y, por supuesto, la imaginación in-operante en las estéticas del siglo XX. Las sirenas son no sólo monstruos: son el prototipo de funcionamiento de los fantasmas de la literatura, de la música y de la pintura.
Vladimir Jankélevitch nos recuerda que, para Platón, “el Estado debe reglamentar, en el marco de una sana ortopedia, el uso de la influencia musical”2: el canto de Orfeo (en oposición a la voz sirenaica). Enemigas de las musas, previas y hostiles al panteón Olímpico y derrotadas por el cantante apolíneo3, las sirenas tienen el único objetivo de desviar y retardar el encuentro de Odiseo con su propia historia (que es, como se sabe, lo único que promete su canto, el canto mismo) y, así, “hacen descarrillar la dialéctica del recto itinerario que conduce nuestro espíritu”. El lírico, por su parte, “no doma a los monstruos cimerianos con el látigo: los persuade con la lira”.
Orfeo rinde a los leones, silencia a los gorriones, unge el toro al carro de trabajo y a la pantera a la carroza familiar: es esa marea civilizatoria a cuya margen las sirenas fueron desterradas (o decidieron colocarse, quién podría saberlo...). Ellas están en un más allá (desde, y al cual, convocan al viajero) de la humanidad que con su gracia construye Orfeo, a quien Platón, precisamente por eso, opuso al canto sirenaico, asimilándolo “a los ensalmos inconfesables y los recitativos embaucadores de la musa melíflua (demasiado suave y lisonjera para ser verídica y que, por ello, es más sirena que musa)”. Lo que Platón propone es una vigilancia estatal que pueda sostener “el veto contra la «musa cariana», la de los llantos y sollozos afeminados”4.
Es lógico, como Kafka suponía, que las sirenas quedaran estupefactas al enterarse de un semejante rebajamiento de su potencia y que callaran. Por fortuna no callaron para siempre, y cada tanto dejan oír su voz para recordarnos que no debemos dejar de preguntarnos qué fue lo que hizo que en-callaran.
Pienso, por ejemplo, en esas figuras que “lloraban con el buen tiempo y cantaban en la tempestad”5 según fueron presentadas por ciertos tratadistas italianos6.
En su Trattato dell' Imprese de 1592, Giulio Cesare Capaccio (1552-1634) reproduce una sirena en el primero de los libros que contiene. En contra del lugar común impuesto desde el siglo VII (la sirena de una, dos o tres colas ictícolas), la pictio de Capaccio muestra a una sirena pedes gallinaceos habente, con robustas piernas de gallina, delante de un monte en llamas y exprimiendo sus senos hinchados sobre una lira da braccio. Se trata (tal como lo denomina Emanuel Winternitz7) de un bautismo lácteo idéntico al que, en un cuadro de autor anónimo flamenco del XVI, Alegoría musical, recibe un joven ejecutante de una viola de cinco cuerdas8. La pictio va acompañada de la siguiente suscriptio: “vna Sirena in mezzo a Veseuo acceso fa stillar late dalle mamme” y el mote “Dum Vesubii siren incendia mulcet” (Mientras la sirena apaga el fuego del Vesubio).
Podríamos aceptar que la sirena esté en medio del cráter del Vesubio, e incluso que de él ha salido (porque se trata, como sabemos, de una figura tectónica), pero en modo alguno resulta convincente la hipótesis bombera, y mucho menos comprensible que el comentarista de la imagen haya obviado la lira da braccio, sobre todo teniendo en cuenta que la época, equivocadamente, la consideraba un instrumento clásico (la lira de Orfeo o de Apolo, los armoniosos9 secuaces de las musas).
Más bien pareciera que las sirenas, bien lejos de querer apagar el Vesubio, lo que pretenden es burlarse del instrumento órfico y, a través de él, de la manía civilizatoria de su dueño (sea éste Orfeo o su padre, el Musageta). Contra la cultura (contra el veto estatal a su potencia de seducción y a la sola promesa de su propio canto), la voz sirenaica viene a decirnos quién es el responsable de que en-calle. Me gustaría, ahora, si me lo permiten, saltar de la música y la pintura al teatro, y del seicento hasta la década infame, siguiendo el mapa de la repercusión de ese núcleo imaginario.
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1 Fantasmas. Imaginación y sociedad (Buenos Aires, Eterna Cadencia, 2009), donde he postulado una historia, una analítica y una genealogía teórica del canto sirenaico.
2 En La música y lo inefable. Alpha Decay, , pág. 21-26, páginas a las que también remiten las citas que siguen.
3 Orfeo era hijo de Apolo y la musa Calíope.
4 Tal como propone en las Leyes. Jánkelevitch, Vlad. op.cit, pág. 25
5 En el bestiario de Philippe de Thaün, “Qu'el chante en tempeste/ (...) La sereine en bel tens/ Plure...”. Cfr. Leclerq-Marx, J. La Sirène dans la pensée et dans l'art de l'Antiquité et du Moyen Âge. Du Mythe Païen au Symbole Chrétien. Bruselas, 1997, pág. 108-109
6 Paolo Giovio, o también el alemán Juachim Camerarius, el holandés Pieter Cornelisz Hooft, el británico Henry Peacham. Cfr. López-Peláez Casellas, María Pía. “Extrañas interpretaciones de las sirenas en la inconografía renacentista y barroca. Un estudio desde la emblemática”, De arte, 6 (2007), págs. 139-150
7 Winternitz, Emanuel. Musical Instruments and their Symbolism in Western Art. New Haven/ Londres, 1979, págs. 202-210. Cfr. también, para partidos interpretativos totalmente distintos del que aquí se exponen, Coelho, Víctor. “Musical Mith and Galilean Science in Giovanni Serodine's Allegoria della scienza” en Coelho, Víctor (comp.). Music and Science in the Age of Galileo. Dordrecht, Kluwer Academic Publishers, 1992, pág. 106
8 En el Purgatorio dantesco (XXII, 97-102) es el mismísimo Homero quien recibe el lechazo (pero esta vez, de la musa): “dimmi dov'è Terrenzio nostro antico,/ Cecilio e Plauto e Varro, se lo sai: / dimmi se non dannati, e in qual vico,”/ “Costoro e Persio e io e altri assai,”/ rispuose il duca mio, “siam con quel Greco/ che le Muse lattar più ch'altri mai...”. “Dijo Carlyle que hay dos características de Dante. Desde luego hay más, pero dos son esenciales: la ternura y el rigor (salvo que la ternura y el rigor no se contraponen, no son opuestos). Por un lado, está la ternura humana de Dante, lo que Shakespeare llamaría the milk of human kindness, 'la leche de la bondad humana'. Por el otro lado está el saber que somos habitantes de un mundo riguroso, que hay un orden. Ese orden corresponde al Otro, al tercer interlocutor”. Borges, en “Noche primera: La divina comedia” (Siete noches. Madrid, Alianza, 2003), reconoce que, además del saber de lo Otro (el saber de la estructura o de lo Simbólico) y el saber de la Muerte (el saber de lo Real), está el ese otro saber que se reconoce en the milk of human kindness que, para nosotros, mana de la sirenas.
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sábado, 12 de septiembre de 2009
Leyes raras
La semana pasada sugerí la inclusión en la nueva Ley de Servicios de comunicación Audiovisual del “peritaje lingüístico” como herramienta para el control de las bestialidades que se leen y se escuchan en los medios de comunicación de masas. Me preguntaron varias veces a qué me refería, así que aprovecho para explicarme. La idea la propuso Elvira Arnoux -directora durante muchos años del Instituto de Lingüística de la Universidad de Buenos Aires y una de las autoridades mundiales en políticas lingüísticas (glotopolíticas), hace mucho tiempo (antes de que existiera Internet, incluso).
La propuesta era sencilla como un sueño: dado el estado de deterioro de los lenguajes que utilizan los medios masivos, incorporar el peritaje lingüístico como instancia necesaria previa a la difusión de los mensajes escritos y audiovisuales (hoy henchidos de errores de ortografía y de sintaxis), y habilitar a los profesores de lengua como técnicos adecuados para el ejercicio de ese contralor (los contadores hacen lo mismo con los balances y a nadie le resulta extraño). Sería algo así como reglamentar la figura del “corrector”, que muchos medios ya ni siquiera usan (y así, al mismo tiempo que achican costos, abaratan su instrumento más precioso).
No es la ley más extraña que se pueda imaginar como preservación del patrimonio cultural. Me contaron que los parisinos pagan un impuesto (que tal vez se llame droit de regard o algo así), que grava las vistas a los monumentos históricos (en París son muchos, claro, pero, como en cualquier ciudad, a su alrededor se apiñan las clases más acomodadas). Con ese complemento del impuesto inmobiliario, la ciudad se encarga de mantener en buen estado su patrimonio cultural. ¡Peritaje lingüístico e impuesto a las vistas, ya!
"Viban los compañeros" (Vallejo)
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jueves, 10 de septiembre de 2009
El campo nuestro...
... paramos a tomar el té en Coronda:
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