sábado, 28 de enero de 2017

Treinta años sin Copi


Por Daniel Link para Perfil

El 14 de diciembre de este año se cumplen treinta años de la muerte de Copi (nacido como Raúl Damonte). El año pasado, en el CCK, Marilú Marini inauguró los homenajes con El día de una soñadora (y otros momentos), montaje de Pierre Maillet sobre dos textos del autor. En el mismo lugar, la muestra Copi en el Río de la Plata exhibió, entre otra memorabilia, el gran telón que en 1981 hizo Juan Stopani para Le Frigó.
En Barcelona, el Palau de la Virreina encomendó a Patricio Pron que organizara una muestra sobre su obra gráfica. “La hora de los monstruos”, que abrió sus puertas en noviembre pasado, ha sido prorrogada hasta marzo y se espera que, en algún momento, pueda venir a Buenos Aires.
El Teatro Nacional Cervantes prepara un doble estreno: Eva Perón y El homosexual o la dificultad de expresarse se verán a partir de mediados de año. La editorial porteña el cuenco de plata, que viene publicando las obras teatrales de Copi, se apresta a preparar una edición de su Teatro Completo.
Copi fue, además de uno de los mejores dramaturgos de su tiempo, un extraordinario humorista gráfico y un notable novelista (como dos de sus piezas están escritas en verso, también se lo puede leer como un poeta). Se merece esos homenajes y muchos más.
Formado en la contestación propia de su época (el mayo del 68, que constituye un leitmotiv de su obra narrativa), Copi alcanzó a proponer una concepción de mundo radical que, al mismo tiempo que atentaba contra la lógica brutal del capitalismo más avanzado, proponía nuevos rituales (en el teatro, en la novela, en la obra gráfica) para fundar un universo trans: transgénero, translingüístico, transnacional.
Para Copi, como para todo espíritu de revuelta, el Pop (como potencia de desclasificación) había sido culturalizado. Él fue, por lo tanto, más allá, hacia el horizonte donde cesa el desorden de las categorías (característico de la cultura pop) y se puede postular una antropología nueva. No un arte nuevo (eso es totalmente secundario), sino una nueva relación entre arte y vida, un nuevo concepto de vida.
La lógica de Copi es sencilla: se trata de oponer al Estado-Nación y sus ficciones guerreras (la vanguardia es una de ellas) la idea de comunidad (transnacional y, al mismo tiempo, imposible).
Por eso Copi se sale del mundo y propone una cosmopolítica donde hace estallar todas las ideas heredadas para fundar una nueva antropología que subsume lo cálido (la sangre del cordero sacrificial de las religiones monoteístas) en lo frío (el cuerpo helado del drogado), que hace aparecer en lo ascensional (la Pirámide, el Sacré Cœur, La Défense), los monstruos del inframundo (la serpiente, la rata), que traza, en la fachada del capitalismo, las líneas de su desmoronamiento, que hace coincidir el ojo de Dios (y su corporeización cordérica) con el ano de la serpiente.

sábado, 21 de enero de 2017

Ni una menos

Por Daniel Link para Perfil

Baja una serie nueva que mira intermitentemente mientras atiende otros asuntos igualmente triviales. Se trata de Sweet vicious, donde dos muchachas emprenden una cruzada justiciera contra violadores en campus universitarios estadounidenses.
Se queda pensando en el asunto y se da cuenta de que, por lo general, lo que se escucha es el punto de vista de las víctimas.
En algún sentido eso no alcanza para comprender la persistencia de esa barbarie específica ni la función de ese ritual en la economía libidinal del capitalismo global. ¿Por qué se viola?
Recuerda una visita al elegantérrimo Darmouth College, que tiene uno de los índices más altos de violaciones dentro del campus. ¿Quiénes se forman allí? Principalmente, quienes irán a trabajar a Wall Street, la crema y nata del capitalismo financiero.
En Harvard (donde está ambientada la serie que desencadenó su pensamiento) se forman en primer término los abogados que definen no sólo las relaciones jurídicas de vida, sino las condiciones de la explotación capitalista.
El punto de vista del violador podría explicarse a partir de un “No es para tanto..”. La violencia ejercida para demostrar una relación de poder a través del sexo, la cosificación del otro, es un íntimo ritual necesario para insensiblizarse en relación con todos aquellos a los que, periódicamente, el capitalismo arroja en la desesperación (2008, etc.). Las Fraternidades son escuelas de crueldad en las se forman los psicóticos americanos de mañana, los hombres de los negocios y la política.

martes, 17 de enero de 2017

¡¡¡Síganme, no los voy a defraudar!!!


“«A ese Link no lo puedo seguir», dijo Macri al ser consultado al respecto".


domingo, 15 de enero de 2017

Una obra, una vida


por Daniel Link para Radar

Ricardo Piglia, cuya desaparición lamentamos en estos días, publicó en 1967 un libro de relatos, La Invasión que se reeditó recién en 2006. A la edición original, Piglia agregó dos relatos inéditos de 1969 y 1970, que no habían sido recopilados en libro y tres relatos aparecidos sólo en revistas: “Desagravio” (1963), “En noviembre” (1965) y “El pianista” (1968).
Además de ambientes que Piglia no necesariamente visitará de nuevo (un asilo de ancianos, el mundo del boxeo, una cárcel) y de una rigurosa investigación de las formas narrativas breves, La Invasión presenta a Emilio Renzi, quien será el alter ego definitivo del autor. Pero un alter ego que no sólo se limita a la ficción. Los diarios de la vida entera de Ricardo Piglia, se publicarán como diarios de Renzi y algunas notas que aparecerán en Punto de Vista también llevarán la firma de Renzi.
En “Un pez en el hielo”, Renzi interroga el suicidio de Cesare Pavese a partir de la lectura de su Diario, como “un crimen que era preciso descifrar”. Pavese escribe la última página de su Diario pero espera una semana para matarse. “Se suicidó recién el sábado 26 de agosto. Renzi estaba conmovido con esos días finales. Pavese solo en la ciudad vacía [...] Vivió ocho días más, aunque para sí mismo ya era un muerto. El condenado. El muerto vivo”.
Nombre falso (1975) recopila una serie de textos a caballo entre la ficción y el ensayo en los que aparecen prácticamente todas las líneas y tensiones que caracterizarán la obra de Piglia, pero es su novela Respiración artificial (1980), protagonizada por Emilio Renzi, la novela que muchos críticos leyeron como el texto clave de aquel período. No en vano la novela comienza con una interrogación: “¿Hay una historia? Si hay una historia empieza hace tres años. En abril de 1976, cuando se publica mi primer libro, él me manda una carta”. Y esa interrogación sobre la historia comenzará a ser obsesiva a partir de esos años, al mismo tiempo que la literatura oscila entre las alegorías y las sátiras políticas (especialmente el caso de Osvaldo Soriano: Triste, solitario y final, 1973; No habrá mas penas ni olvido, 1983; Cuarteles de invierno, 1983) y textos que renuncian al proyecto de reproducir la realidad para proponer sentidos incompletos y fragmentados.
Ligado con las vanguardias de finales de los sesenta y comienzos de los setenta, Piglia supo enfrentar el problema de la legibilidad (es decir, del público) en un mundo cada vez más desconfiado del realismo transparente. Así como saluda las novelas de Puig, en 1974 prologa El frasquito.
La frase que abre Plata quemada (1997), “Esta novela cuenta una historia real”, estaba ya implícita en La invasión, pero aquí Piglia trabaja deliberadamente en relación con un neopopulismo de mercado, cuyos alcances le interesa investigar porque, como dijo en una entrevista para Radarlibros (Buenos Aires: domingo 19 de diciembre de 1999), “Es probable que Plata quemada pueda leerse como una experiencia de populismo literario, con la condición de que se entienda populismo como una de las grandes corrientes de la literatura argentina. El cruce entre populismo y vanguardia ha producido textos de los mejores: desde el Martín Fierro o el mismo Borges hasta Zelarayán y Osvaldo Lamborghini”.
Piglia se había interesado legítimamente (y sabiendo los riesgos que corría) en el populismo estético porque “en esas literaturas se ve la construcción de una lengua que se opone a la literatura decorosa, de buenas maneras, con un estilo medio”,
Toda la obra de Ricardo Piglia se sostiene en ese borde donde dos culturas se chocan, desde los cuentos de Nombre falso hasta Formas breves (1999) o El último lector (2005), pasando por su obra más famosa (y más representativa de una época), Respiración artificial o La ciudad ausente (1992): una articulación problemática entre crítica y ficción.
En Formas breves se lee: "La cultura de masas (o mejor sería decir la política de masas) ha sido vista con toda claridad por Borges como una máquina de producir recuerdos falsos y experiencias impersonales. Todos sienten lo mismo y recuerdan lo mismo y lo que sienten y recuerdan no es lo que han vivido". Ese pasaje puede leerse en la estela benjaminiana, tal como Piglia la entendía: “lejos de adoptar una posición valorativa respecto de la cultura de masas, Benjamin hizo convivir ambas opciones".
El la obra de Piglia, que ahora no comienza a cerrarse sino que, por el contrario, comienza a abrirse a nuevos modos de lectura, las opciones de la cultura de masas (el populismo de mercado) y el vanguardismo literario conviven problemáticamente no para producir una síntesis conciliadora sino para producir una chispa que encienda el fuego de una vida: la de Emilio Renzi, la nuestra, la de todos y cualquiera.

sábado, 14 de enero de 2017

El diablo metió la cola


Por Daniel Link para Perfil

Después de escuchar el discurso de Meryl Streep, mira una y otra vez el video de Donald Trump imitando a un entrevistador adverso y piensa que el presidente electo tiene razón: la máxima autoridad política del mundo no se está burlando de un discapacitado. Aunque el periodista no hubiera sido discapacitado, él lo hubiera mimado del mismo modo. Por ejemplo, si hubiera sido homosexual, si hablara mal el inglés o si fuera una mujer o se identificara con una minoría racial (el republicano hispano Ted Cruz fue objeto de la misma burla).
La astucia de Meryl Streep consistió en encontrar el momento justo en que la relación de poder se revela en toda su violencia. El poder es un tipo específico de relaciones de fuerzas que han sido institucionalizado, cristalizado e inmovilizado para beneficio de algunos y perjuicio de otros. Donald Trump podría haber sido más políticamente correcto, pero de todos modos la relación de poder en la que se coloca implica el perjuicio de muchos “otros”, tantos que, precisamente por eso mismo, encontrar el momento justo en que la relación de poder se vuelve intolerable es casi como buscar una aguja en un pajar.
Hay que ser perspicaz, hay que ser capaz de ver lo evidente (Viola Davis subrayó esa capacidad de Meryl Streep) para desbaratar una relación de poder o, al menos, denunciarla en toda su iniquidad. El momento elegido es paradigmático porque es incontestable: usted está burlándose de una persona ejerciendo una violencia que aniquila al otro como tal (sea éste un discapacitado, una mujer, una minoría racial, un disidente sexual o un migrante: outsiders, dijo Meryl Streep, lo que se llama queer); usted es hablado por “ese instinto para humillar que le da permiso a otras personas a hacer lo mismo. La falta de respeto invita a la falta de respeto, la violencia invita a la violencia”.
Pero el discurso mismo de Meryl Streep dice otra cosa. No dice sólo que el ejercicio violento del poder invita a la violencia social (lo que es cierto y, a esta altura del partido, probablemente inevitable). Dice, además, que donde hay poder hay resistencia y que la resistencia llama a la solidaridad.
Por supuesto, ni Hollywood es la sede de la revolución ni Meryl Streep es Rosa Luxemburgo, pero como lo que adviene tiene la forma de una guerra civil difusa, sus palabras se leyeron estratégicamente como la marcación una línea divisoria y una demanda de solidaridad.
Trump se sintió obligado a contestar, y las palabras que usó, una vez más, subrayaron lo evidente: en su twitter puso a la actriz en el lugar de “Hillary flunky”, una relación de servidumbre y desigualdad (“lacayo”) que constituye la base de su imaginación de las relaciones sociales y políticas. A Hillary Clinton nunca la llamó lacaya de Wall Street (en todo caso “crooked”, torcida, deshonesta) porque ambos forman parte del mismo círculo.
De todos modos, al responder a un lacayo, el lugar de soberanía desde el cual se mima burlonamente cualquier comportamiento que se aparte de la imaginación regia queda minado, como si se tratara de un lugar ocupado por el muñeco de un ventrílocuo cuya gracia está en decir precisamente aquello que el ventrílocuo nunca diría.
¿Por qué contestarle a Meryl Streep? ¿Por qué incitar a quienes no hubieron visto su show de ventriloquía a hacerlo y a compartir con Maryl Streep la sensación de corazón deshecho y congelado? ¿Sobrevalorada, Meryl Streep? ¿Acaso no interpeló al poder y lo obligó a contestarle? ¿Y acaso el poder no le contestó en términos tales que subrayó la línea divisoria?: Ustedes, los lacayos, están allí para que podamos insultarlos y burlarnos de ustedes, ¿qué les resulta escandaloso en esa relación de poder en la que están involucrados?
Lo que subrayó Meryl Streep es que el poder ejercido con violenta desinhibición es, a la vez que mímesis de la desinhibición social (finalmente, a través de Trump hablan sus votantes) sino la apología de la violencia (como lo son los deportes y las artes marciales).
Contra eso, la advertencia de que la violencia genera violencia, deberá entenderse también como una llamada a la profundización de los vínculos solidarios.


jueves, 12 de enero de 2017

Intentar no cuesta nada




lunes, 9 de enero de 2017

Un escritor de frases

por Daniel Link para Perfil

No sé qué decir de la muerte de Ricardo Piglia, que me conmueve profundamente. Escribí sobre su literatura, discutí con él sus novelas, le escuché contar historias con una gracia irrepetible, le reproché alguna metida de pata, le pedí consejos para algunos proyectos que él auspició con generosidad infrecuente.
Pienso que yo, como muchos, pensaba que Piglia siempre iba a estar ahí, a lo mejor enfermo, como en los últimos meses, pero siempre pensando y escribiendo.
No sé qué decir sobre la muerte de Ricardo Piglia salvo que me parece injusta, prematura, inconcebible.
Aunque queden sus libros, Ricardo era un escritor de frases. Conversando, decía, por ejemplo, "para Walsh la literatura era como una adicción". Sólo eso, y con eso nos daba años de trabajo para pensar a Walsh en esa línea.
Lo mismo hizo con Borges, con Arlt, con Gombrowicz, con Cortázar, con las formas breves que tanto le interesaban aunque no las cultivara desde sus primeros libros.
Yo, como tantos otros, le debo mucho a Piglia, pero sobre todo, le debo un modo de sociabilidad que no renunciaba a los principios pero que tampoco los ponía por delante de la curiosidad mundana.
Me divertía esa manera de hablar ladeado que tenía (y que muchos quisieron imitarle), de rascarse la cabeza mientras iba pensando e hilvanando referencias. Sabía mucho, Piglia, pero no le gustaba que se notara. El lujo, aunque fuera cultural, le parecía guarango.
El único lujo que se permitía era el de la frase, las cláusulas elegantísimas de las frases que armaba, la relación inesperada entre lugares argumentativos lejanos.
No sé qué decir de la muerte de Piglia, no sé qué pensar. Estoy harto de que se me mueren las personas, los amigos, los maestros.
Estoy harto de la hostilidad del mundo y de tener que enfrentarla cada vez más solo.
Y estoy harto de que algunos quieran aprovechar la circunstancia para ocupar el lugar que Piglia deja vacante. No hay forma, ese lugar es imposible de ocupar por muchas razones, que involucran una sensibilidad al mundo y a la historia, una esperanza de transformación social (que Piglia nunca dejó de sostener), un amor a la escritura y a los géneros, incluso los más viejos, los más anacrónicos, una curiosidad por los pormenores narrativos (que son también los de una vida).
No sé, no sé qué decir salvo gracias Ricardo, por todo lo que hiciste por nosotros, por todo lo que hiciste por mí. No hay manera de saldar esa deuda, salvo recordarte con alegría y traspasar a los más jóvenes una idea de novela, una idea de literatura, una idea de historia y una idea de comunidad (sé que esos temas te importaban), Esas ideas, que parecen ideas menores en un mundo que cada día se acerca más a la catástrofe, sin embargo, son ideas en las que se puede fundar un mundo. Lean a Piglia, traten de entender la étiica que de sus libros se deduce, el amor al presente que sostienen. Lean a Piglia. Sepan de dónde viene todo lo que nosotros podemos sostener. 



El último novelista


Por Daniel Link para Clarín

Hubo un tiempo en que Ricardo Piglia lo representaba todo para nosotros. Eran los tiempos de Respiración artificial, una novela que sigue siendo enigmática por el modo en que consiguió erigirse en la novela de una época, la que mejor la explicaba sin representarla mecánicamente. Hubo un tiempo en que las líneas de lectura de la literatura argentina que proponía Ricardo Piglia eran las que nosotros copiábamos de manera más o menos explícita.
Hubo un tiempo en el que Piglia nos enseñaba, al mismo tiempo, los caminos de la emancipación y los caminos de la literatura.
Después crecimos y comenzamos a discutir con él. Y él aceptó discutir con nosotros. Creo que ésa fue su mayor generosidad para con las generaciones más jóvenes. Lo admirábamos tanto que llamábamos su atención discutiendo con él, censurando un episodio novelesco (nunca una frase, porque todas las suyas son perfectas) que no nos parecía a la altura de lo que nosotros esperábamos, pavadas de niños.
Él nos escuchaba porque le interesaba saber lo que pensábamos y nos corregía. SI lo acusábamos de "populista", aceptaba el adjetivo con la condición, decía, de que se entendiera que el populismo era una de las grandes tradiciones de la literatura argentina, desde la gauchesca hasta Arlt. Obviamente, tenía razón y nos obligaba a repensar la serie histórica.
Era un maestro relacionando textos y problemas, tensionando el campo de lo argentino hasta volverlo mucho más interesante de lo que siempre fue y será.
Ricardo era un historiador de formación, pero el formalismo ruso le había enseñado a leer la historia en su propia inmanencia, lo que equivalía a no darla por sentada nunca, porque la historia se hace en cada pormenor. "¿Hay una historia?" dice el comienzo de Respiración articial, en relación tanto con la materia textual como con los pormenores de la política, un desgarramiento en el que nunca podemos estar cómodos del todo.
Ricardo estaba enfermo hace un tiempo. No tanto como para que nos hubiéramos olvidado de él. Y como él seguía pensando y armando libros contra reloj, también pudimos leer parte de sus diarios, que él consideraba su obra verdadera. Todo lo demás lo hacía, dijo muchas veces, para poder publicar los diarios de Renzi.
Pese a saberlo enfermo, su muerte, sin embargo, nos sorprendión y nos llena de desesperación. No hubo en los últimos años nadie como él, que pudiera darle a la novela la estatura que necesitaba para no morir del todo.
Ahora ya no habrá más novelas, y tampoco hipótesis para leer la literatura argentina o el presente, en fin, todo aquello que a Ricardo lo apasionaba.
Tengo que seguir escribiendo sobre él, mientras lo lloro.

Hiciste la maleta, ay sin decirme adió, ay qué doló