por Daniel Link para Perfil
No sé qué decir de la muerte de
Ricardo Piglia, que me conmueve profundamente. Escribí sobre su
literatura, discutí con él sus novelas, le escuché contar
historias con una gracia irrepetible, le reproché alguna metida de
pata, le pedí consejos para algunos proyectos que él auspició con
generosidad infrecuente.
Pienso que yo, como muchos, pensaba que
Piglia siempre iba a estar ahí, a lo mejor enfermo, como en los
últimos meses, pero siempre pensando y escribiendo.
No sé qué decir sobre la muerte de
Ricardo Piglia salvo que me parece injusta, prematura, inconcebible.
Aunque queden sus libros, Ricardo era
un escritor de frases. Conversando, decía, por ejemplo, "para
Walsh la literatura era como una adicción". Sólo eso, y con
eso nos daba años de trabajo para pensar a Walsh en esa línea.
Lo mismo hizo con Borges, con Arlt, con
Gombrowicz, con Cortázar, con las formas breves que tanto le
interesaban aunque no las cultivara desde sus primeros libros.
Yo, como tantos otros, le debo mucho a
Piglia, pero sobre todo, le debo un modo de sociabilidad que no
renunciaba a los principios pero que tampoco los ponía por delante
de la curiosidad mundana.
Me divertía esa manera de hablar
ladeado que tenía (y que muchos quisieron imitarle), de rascarse la
cabeza mientras iba pensando e hilvanando referencias. Sabía mucho,
Piglia, pero no le gustaba que se notara. El lujo, aunque fuera
cultural, le parecía guarango.
El único lujo que se permitía era el
de la frase, las cláusulas elegantísimas de las frases que armaba,
la relación inesperada entre lugares argumentativos lejanos.
No sé qué decir de la muerte de
Piglia, no sé qué pensar. Estoy harto de que se me mueren las
personas, los amigos, los maestros.
Estoy harto de la hostilidad del mundo
y de tener que enfrentarla cada vez más solo.
Y estoy harto de que algunos quieran
aprovechar la circunstancia para ocupar el lugar que Piglia deja
vacante. No hay forma, ese lugar es imposible de ocupar por muchas
razones, que involucran una sensibilidad al mundo y a la historia,
una esperanza de transformación social (que Piglia nunca dejó de
sostener), un amor a la escritura y a los géneros, incluso los más
viejos, los más anacrónicos, una curiosidad por los pormenores
narrativos (que son también los de una vida).
No sé, no sé qué decir salvo gracias
Ricardo, por todo lo que hiciste por nosotros, por todo lo que
hiciste por mí. No hay manera de saldar esa deuda, salvo recordarte
con alegría y traspasar a los más jóvenes una idea de novela, una
idea de literatura, una idea de historia y una idea de comunidad (sé
que esos temas te importaban), Esas ideas, que parecen ideas menores
en un mundo que cada día se acerca más a la catástrofe, sin
embargo, son ideas en las que se puede fundar un mundo. Lean a
Piglia, traten de entender la étiica que de sus libros se deduce, el
amor al presente que sostienen. Lean a Piglia. Sepan de dónde viene
todo lo que nosotros podemos sostener.