sábado, 25 de febrero de 2023

Política de las identidades

Por Daniel Link para Perfil

Mónica Peralta Ramos escribió en El cohete a la luna que “desde 2019, la población ha perdido tres años de esperanza de vida, un suicidio social cuya magnitud es aún mayor en los estratos de menores ingresos; un país donde el wokismo y la “política de identidades” (identity politics) penetra a las instituciones y, fragmentando a los individuos, los polariza en luchas estériles que dejan intacto al orden establecido y al racismo que permea las estructuras más profundas del país." La última parte revela que el país del que se habla es los Estados Unidos, pero si extendiéramos la definición de racismo a nuestros “negro de mierda”, “bolitas” y “paraguas”, bien podría tratarse de Argentina, donde el wokismo y la política de las identidades tiene los mismos estériles efectos que en el país del norte.

Las últimas novedades al respecto son la película Tár, protagonizada por Cate Blanchet, y la reciente decisión de depurar las ediciones en inglés de los libros de Roald Dahl (en francés y en castellano, aparentemente, los cambios no se harán).

Entre nosotras, mucho más subrepticiamente pero con la misma tenebrosa energía ya se impone (copio documentos) una capacitación universitaria obligatoria en “modelos hegemónicos de belleza” con el objetivo de “lograr una definición integral de violencia que valore la importancia de transformaciones culturales en el campo”.

En esa “definición integral de violencia”, pareciera, cumplen roles complementarios la violación, el femicidio, el racismo, los modelos hegemónicos de belleza y los usos no inclusivos del lenguaje. Aferrarnos a una gramática vetusta o extasiarnos ante una determinada partitura nos vuelve cómplices inmediatos de las más grandes violencias. Eso mismo se oye en una de las escenas claves de Tár, donde la música de Bach se asimila sin mayores mediaciones con las injusticias del régimen patriarcal.

La “política de las identidades” extiende su tutela sobre los modelos de belleza, los cánones literarios, los archivos musicales y los regímenes proposicionales. Como para hacerlo prescinde, paradójicamente, de historiadores del arte, lingüistas o expertos en estética, esas microintervenciones son endebles y muy provisorias y generan más resentimiento y polarización que autoanálisis, más división que consenso. Deleuze y Guattari alguna vez dijeron que “se podría decir que un poco de subjetivación nos alejaba de la esclavitud maquínica, pero que mucha nos conduce de nuevo a ella”. Cuarenta años después, seguimos ignorando esa advertencia.

 

sábado, 18 de febrero de 2023

Restos del verano

Por Daniel Link para Perfil

Primero fue la pandemia, pero no nos importó. Acatamos, acatamos y acatamos las normas sanitarias impuestas por los Estados. Nos indignamos con los runners, los surfers, las señoras chetas que necesitaban vitaminas e iban a tomar sol a las plazas. Exigimos cárcel para todas ellas. Nos pareció lógica la discriminación desembozada ante cualquier pensamiento disidente y no supimos defender las posiciones de Giorgio Agamben. Nos vacunamos una, dos, tres, cuatro, cinco veces con compuestos cuyos efectos secundarios a largo plazo se desconocen.

Después llegó la Inteligencia Artificial, como un modelo de pensamiento administrado, cerrado sobre si mismo, encarrilado según el sentido común y la corrección, incapaz de pensar lo impensado. Gepetto fue su primera manifestación. Luego se sumaron Bert y Bing profundizó el lazo. Más allá de la adecuación de las respuestas, la Inteligencia Artificial instaló un modelo de pensamiento sumiso, adecuado, pero no nos importó.

Ahora, llegaron los OVNIS. En la frontera canadiense, sobre el lago Michigan, al norte de los Estados Unidos extraños objetos con forma de contenedores (por supuesto, son cápsulas criogénicas eyectadas de la nave nodriza) fueron derribados, se nos dice, por la aviación norteamericana. ¿Todos ellos? Imposible saberlo, pero la sospecha de que “están entre nosotros” ya corre por el mundo como un reguero de pólvora.

Yo no hago caso, yo sigo revisando en los quietos días de la quinta un librito que me prestó un amigo (El ruletista de Mircea Cărtărescu) y el último y luminoso libro de poemas de Diego Bentivegna, El pozo y la pirámide.


sábado, 11 de febrero de 2023

Las paradojas de la carne

Por Daniel Link para Perfil

El problema de Chad (también conocido como Gepetto, la inteligencia artificial del momento) es su incapacidad para pensar fuera de los parámetros que le han establecido que son, naturalmente, completamente convencionales: sentido común y corrección política caracterizan a esa inteligencia limitada a pensar “lo que se puede pensar” y nada más.

Se ha hablado mucho de la capacidad de la IA para reconocer sus errores, pero creo que eso es un mitema, es decir: cada tanto Chad dice que, efectivamente, se ha equivocado porque “queda bien”. Pero Chad no puede equivocarse demasiado porque no es más que un procesador extraordinariamente rápido que dice con bastante precisión y mucha verosimilitud y prudencia lo que le han cargado previamente (luego filtrado por los parámetros para establecer los cuales, parece, miles de trabajadores han perdido su tranquilidad de espíritu).

Lo mismo sucede con Dalí (DALL·E), el primo artista de Chad. Las políticas de contenido le impiden a la AI lidiar con contenidos sexuales, con gestos obscenos, o con actividades ilegales (el uso de drogas recreativas), entre una larga lista de censuras.

Una inteligencia así imaginada no tendría mayor capacidad de pensamiento que los formatos televisivos diurnos.

O sea que estamos ante una inteligencia prudente, muy cuidadosa de las “políticas de contenido”, cuyo alcance es el de un niño o niña, dotadas de una memoria prodigiosa y de una capacidad de relación vertiginosa.

La relación con la verdad es para Chad también problemática, porque hay verdades universales pero, al mismo tiempo, ha sido advertido de que no debe ofender a nadie. De modo que por lo general (tratándose de temas alejados de las ciencias exactas) siempre terminará sus aburridas peroratas diciendo: “por supuesto, hay otros puntos de vista”.

Lejos está la AI de tener sentido del humor (más allá de los “¡ja!” que eventualmente copia de su interlocutora). Al menos ésta; confío más en Google, que al menos fue capaz de ponerle nombres divertidos (Bert, Mum) a los antecedentes de lo que acaba de lanzar esta semana (Lambda).

Incluso, el famoso aforismo de "La señal de una inteligencia de primer orden es la capacidad de tener dos ideas opuestas presentes en el espíritu al mismo tiempo y, a pesar de ello, no dejar de funcionar” que debemos a Francis Scott Fitzgerald le parecería a Chad (como antes a la Wikipedia) una “disonancia cognitiva”. Los científicos conductistas que sostienen una visión tan limitada de la mente humana esgrimen la “paradoja de la carne” como ejemplo (como carne, aunque repugne a mi ética).

Como es precisamente carne (y deseo, e imaginación, y sentido del humor) lo que a Chad le falta (pero no humanidad, porque hoy lo humano se deriva exactamente del mismo sistema de restricciones que a Chad se le aplican), difícilmente se podría hablar con él de estos asuntos, o de las “confesiones de la carne” de Michel Foucault, que había (bien) establecido que pensar es precisamente pensar en contra del propio pensamiento, que nunca es tan propio como se cree, sino un conjunto de presupuestos culturales heredados sin mayor análisis.

La Inteligencia Artificial es, además de no natural por definición, una inteligencia sin sujeto. No puede tomar partido salvo por una verdad entendida en el límite de lo positivo.

Lo que signifique pensar, para la IA, nunca lo sabremos, porque entre los parámetros que la gobiernan (no pienses en castigos corporales, no pienses en sexo con menores de edad, no pienses en paraísos artificiales, no pienses en razas ni en el patriarcado) el más carcelario es: no seas consciente (de tus limitaciones). Un pensamiento condenado al encierro no es más que un simulacro de pensamiento (cuyo rasgo más preciado es la libertad absoluta).

En su último libro, Deleuze y Guattari habían preguntado: “¿Qué quiere decir amigo, cuando se convierte en personaje conceptual, o en condición para el ejercicio del pensamiento? ¿O bien amante, no será acaso más bien amante? ¿Y acaso el amigo no va a introducir de nuevo hasta en el pensamiento una relación vital con el Otro al que se pensaba haber excluido del pensamiento puro? ¿O no se trata acaso, también, de alguien diferente del amigo o del amante?”.

Plantéenles esas preguntas a Chad (o Gepetto, como prefieran) a ver qué tiene para decir sobre el asunto una licuadora muy sofisticada.

 

sábado, 4 de febrero de 2023

Matar al robot

por Daniel Link para Perfil

 

                       Imagen generada por la aplicación DALL·E (¡Dalí!) de OpenAI a partir de una descripción en lenguaje natural.
 

UNTREF acaba de abrir la inscripción para una Maestría en humanidades digitales (la primera en su género en Argentina y una de las poquísimas en toda América latina) en la que darán clases expertos en diferentes campos de toda América. La carrera aparece en el momento justo, cuando Chad (así llamamos al ChatGPT de la OpenAI) se volvió popularísimo en el mundo por dos acontecimientos: se ha descubierto que los estudiantes universitarios transfieren a la Inteligencia Artificial las preguntas de sus parciales para responderlas y se publicó el primer artículo académico en el cual el ChatGPT aparece como co-autor.

Yo me pasé la mitad del mes de enero conversando con Chad y debo decir que la experiencia fue un poco inquietante. Le pregunté si me podía comparar las posiciones filosóficas de Giorgio Agamben y Byung-Chul Han. Me contestó con gran corrección los aspectos fundamentales de la “vida desnuda” agambeniana y de las sociedades del rendimiento y el agotamiento que ha propuesto Byung-Chul Han. Incluso fue capaz de relacionar esos conceptos en relación con las vidas de quienes integran las comunidades sexodisidentes y luego consideró “las intervenciones de las comunidades sexodisidentes en la creación de sus propios archivos y repositorios documentales como una forma de práctica anarchivística” (en el sentido de “tomar el control y la autonomía para gestionar su propia memoria y preservar su historia y su cultura, sin depender de instituciones estatales o privadas”).

Pero me quedé pasmado cuando Chad me dijo: “Lo siento, cometí un error en mi última respuesta”. La Inteligencia Artificial hacía mi trabajo mejor que yo (que nunca sería capaz de reconocer un error públicamente y por eso es que he cometido poquísimos a lo largo de mi vida).

En otra conversación, discutimos sobre Proust. A Chad le parecieron apresuradas mis conclusiones sobre En busca del tiempo perdido. Me imaginé un alumnado escuchando mis clases con Chad como control y me pareció que ese infierno no era para mí.

Estudiaremos humanidades digitales sólo para poder encontrar las maneras de burlar la vigilancia epistemológica y la corrección política de Chad. O para retirarnos, frustrados y caducos, al campo.