sábado, 30 de enero de 2021

Ya fue

Por Daniel Link para Perfil

Enero se nos escurrió de entre los dedos. El día 21 del año 21 del siglo 21 a las 21:21:21 brindamos por un año no digamos bueno, sino tolerable. Habíamos recibido la instrucción a través de Telegram, así que nos imaginamos brindando con CFK por sus causas justas.

No fue un mes precisamente tranquilo. Los Estados Unidos demostraron por qué son “de América” y el chiste que circuló por los mensajeros así lo prueba: «Debido a las restricciones para viajar, este año Estados Unidos tuvo que organizar el golpe en casa».

Trump, tan elogiado por CFK cuando fue elegido, lo hizo. Ya nunca más los cineastas podrán parodiar nuestros estilos de convivencia política (Bananas). Después de todo, independientemente del idioma y del producto bruto per cápita, la democracia en América está desigualmente repartida, sostenida con alfileres y siempre asediada por violentas contradicciones.

Como turistas, nos parecen encantadoras las ciudades que visitamos (San Francisco, Chicago, Miami, Nueva York). Pero el resto del país es un territorio atravesado por violencias económicas, raciales, políticas y de clase como probablemente no sean imaginables en ningún otro lugar del mundo.

Somos capaces de añorar el “Go West” de las caravanas beatniks, pero lo cierto es que las caravanas son ahora viviendas en enormes barriadas (“Trailer parks”) para los estratos más pobres (son por lo menos 20 millones de “ciudadanos” estadounidenses los que viven en esas caravanas que, en el caso de los estados más pobres del sur del país, constituyen el 20% de todo el inventario residencial).

La cultura americana nos ha dado a Emerson, Edgar Allan Poe, los beatniks, el pop art, Fitzgerald, Truman Capote, la imaginación espacial, las micropolíticas de integración racial y de género en las universidades, el cine clásico de Hollywood, las iMac pero también varias pesadillas: la permisividad ante la ignorancia, los crímenes de odio, Donald Trump, el estatuto colonial de Puerto Rico, la paranoia política (revocación de la residencia a Ángel Rama porque hacía análisis marxistas), Netflix.

La asunción de Biden y Kamala fue un poco un resumen de todo eso y una refundación prodigiosa: desde una vicepresidenta vestida como Lisa Simpson hasta J Lo hablando en puertorriqueño, por primera vez en la historia, en un acto oficial de esas características.

Por donde se lo mire, enero fue el espectáculo de la decandencia del imperio americano.

 

jueves, 28 de enero de 2021

Malos augurios

Federico Monjeau (1957-2021)

por Diego Carballar para punkipelus

(Gracias, Diego: es lo mejor que he leído en estos días)

 

Hay un video en YouTube. Se trata de un ensayo del director Carlos Kleiber con la Orquesta Sinfónica de la Radio de Stuttgart. Ensayan la obertura de Die Fledermaus (Il pipistrello en italiano). El video es una maravilla. Es el registro de uno de los más grandes directores que haya habido (completamente renuente a las entrevistas), trabajando con una orquesta: asistimos a la elaboración del material musical y del estilo de una lectura: “menos pesado –pide Kleiber– debe sonar siempre ligero, transparente, suave”. La obertura es hermosa, y hoy se escucha como el sonido de la Austria-Hungría literaria, de sus valses precipitándose al vacío. Uno no puede ver este documento de los años ‘70 sin que se le adhieran vivenencias personales e imaginarias, pero que siempre se fuga hacia otra parte, y que el azar quiso que fueran en italiano los subtítulos que acompañan la clara dicción alemana de Kleiber, sumándole capas musicales-verbales a la construcción musical. Kleiber busca la clave de la obertura en la superficie, varias veces se refiere a la piel, al toque suave, a la apariencia, a un stimmung comediante (komödiantische): “baila con gracia”; trabaja en los staccati con precisión, como si se tratase de pasajes (micro) contrapuntísticos esa claridad que exploraría la otra Escuela de Viena al producir obras “claras” como Lulu, de Alban Berg–; llama la atención sobre los vibratos y el ataque, los cambios de ánimo del drama fingido.

Kleiber, Viena, Lulú: todo esto, nada menos, lo aprendimos de Federico Monjeau. El nombre Lulú fue el que él había elegido para su revista, casi como una shibbolet, una inflexión americana de la música vienesa que se expresaba en esa tilde. Su escucha atenta estaba siempre alerta a las tildes, a la pausa, al silencio y otraszozobras” de la música. Monjeau dedicó una serie de sus muchísimas y hermosas “Notas de paso”, publicadas en el suplemento “Extra-Show” (o algo así) del diario Clarín (hizo algún chiste con eso), al “Enigma Carlos Kleiber”. Lo hizo con el pulso de una historia digna de Joseph Roth o Edgardo Cozarinsky: el exilio, los enigmas de las huellas vitales, los destinos errantes. La ligereza que busca Kleiber en la obertura de J. Strauss II es, ciertamente, inalcanzable, destaca Monjeau.

Esta intersección entre una vida y la música, que Monjeau desarrolla con enorme talento crítico, por ejemplo, cuando establece una relación entre el (lindo) cuerpo de Kleiber y su característico legato, que entiendo como una inflexión más del rhytmós que plantea Barthes (en Cómo vivir juntos): el paso de una vida que, en el caso de Kleiber, podemos apreciar en el extraordinario video y que se traducía en una interpretación musical, en una forma distintiva.

Federico Monjeau fue un gran crítico y maestro. Su análisis de Erlköning de Schubert (incluido en el imprescindible La invención musical) es una lección de escucha y pedagogía, y plantea una pregunta que es central, por lo menos para mí: “¿música y poesía forman parte de un mismo sistema estético?” No importa tanto la respuesta (es inimportante, realmente) como los posibles ensayos que motiva (mimetismo, alegoría, metáfora). No por nada, Gonzalo Rojas escribió aquello de que “las sílabas saben más que la música”, y Monjeau, de solidísima formación musical, buscó en la literatura, en la poesía, aquello que la música no podía expresar pero que sí decía, invirtiendo el lugar común.

Uno de sus pasajes preferidos de la Recherche, de A la sombra de las muchachas en flor, en la que el narrador ve (“se le aparecen”) tres árboles en medio del camino durante un paseo en coche por Balbec, y “siente ante ellos la existencia de un objeto conocido pero vago. ¿En dónde los había visto ya?”: ¿… venían de unos años muy remotos, eran lo único que sobrenadaba de mi primera infancia, eran imagen recién desprendida de un sueño de la noche anterior, o quizás no los había visto nunca y ocultaban tras su realidad una significación oscura?… “El narrador –escribe Monjeau– no puede responder esas preguntas , y entonces ve cómo los árboles se alejan, agitando los brazos, como si dijeran: ‘Lo que tú no aprendas hoy de nosotros nunca lo podrás saber. Si nos dejas caer en el camino ese de cuyo fondo queríamos izarnos a tu altura, toda una parte de ti mismo que nosotros te llevábamos volverá para siempre a la nada’. Eso pronunciarían los tres árboles si les fuera dada la palabra”. Proust, que asocia a la frase de Vinteuil “con los árboles parlantes –un motivo de cuento maravilloso– descorre una metáfora esencial: la música remite a una suerte de momento lingüístico de la naturaleza, una especie de lenguaje mudo, sin palabras. ‘La música es como una posibilidad que no se ha realizado; la humanidad ha tomado otros caminos, el del lenguaje hablado y escrito’”. Ese "resto mudo" encuentra lugar en la poesía.

Podría seguir las derivas de las lecturas y escuchas de Federico Monjeau, un particular lector de la teoría estética de Adorno (habría que estudiar qué cosas y de qué manera tomaba esta teoría y cómo la incorporaba en su crítica). Cursando con él, leí por primera vez La filosofía de la Nueva Música fui corriendo con la noticia a mis compañeros/as de Siglo 20, que, por supuesto, conocían bien y por cuyo hegelianismo sentían muy poca simpatía, estremecido ante el epígrafe con que comienza (y hoy lo leo con un poco de gracia, sin parecerme tan adecuado para pensar la música) y que reza: “Pero en el arte no tenemos que ver con un juguete meramente agradable, sino con un despliegue de la verdad”. Criticaba las conclusiones de “Stravinsky y la restauración”, a la que calificaba de “un brillante análisis con conclusiones completamente erradas”. Leía en las clases fragmentos de la Teoría Estética, y lo seguíamos en las lecturas. Cada tanto, levantaba la cabeza y hacía algún comentario muy iluminador (“epifanías” los llamó Laura Novoa, Ayudante de Prácticos en Estética Musical y amiga de Monjeau).

La invención musical es un libro producto de las lecturas críticas de Adorno y que nos enseña a escuchar los avatares del “progreso” musical y que, siempre cerca de la Segunda Escuela de Viena, pero con una perspectiva más abarcadora, pone constantemente en tensión esa idea. 

De sus clases, recuerdo que no le gustaba Boulez ("sus obras tienen siempre la misma forma") ni Golijov (muy en boga aquellos años, una vez, puso en un grabador una obra, a los tres minutos adelantó, después, lo paró y dijo: "bueno, y es todo así"). Le encantaba Kagel.

Su segundo libro, Un viaje en círculos. Sobre óperas, cuartetos y finales es un recorrido sobre esos momentos en los que la vida y la música se tocan, sea en una película de Jean-Marie Straub y Danièle Huillet basada en Moses und Aron de Schoenberg (en ese primer capítulo del libro, Monjeau no asume directamente el análisis de la ópera, sino que se va acercando a ella a partir de los problemas de la representación musical que el film, valga lo redundante, pone en escena), como en la experiencia de escucha del célebre cuarteto de Morton Feldman o de las inscripciones en una partitura. También, Un viaje en círculos, a diferencia, en cierta medida del analítico La invención musical, tiene algo de “diario musical” de una vida, cuyo andar era la tradición musical de América y Viena (la ciudad de Schoenberg), y cuya dicción estaría dada por el nombre Lulú, que tanto se relaciona como se distancia de su referencia, tan universal en su pronunciación como particular en su escritura. 

Escuchar música y leer sobre música con Federico Monjeau es una experiencia que podremos conservar de sus libros (la editorial Gourmet Musical editará un libro de conversaciones con el compositor Francisco Kröpfl), sus notas y, también, algunos videos. Y es ahora una experiencia que se nos ha escapado. Su muerte nos deja irremediablemente tristes.

 

lunes, 25 de enero de 2021

Gótico tardío

 


sábado, 23 de enero de 2021

La mafia rusa

La mafia rusa

Por Daniel Link para Perfil


No es por el asunto Sputnik, aunque la indefinición sobre la pertinencia de la vacuna rusa para los mayores de sesenta ya es irritante. Es por la causa en contra de Whatsapp, cuya destrucción abrazamos con un fervor que décadas atrás habríamos consagrado a las campañas de alfabetización rural.

Mi primer impulso, cuando firmé el acuerdo sobre las nuevas reglas para el uso de MI información personal con fines comerciales, fue pasarme a Signal, que tenía ya instalado porque a una amiga vetomundana le habían prohibido usar Whatsapp en el trabajo. Desde febrero de 2020 Signal es la aplicación recomendada para la mensajería instantánea por la Comisión Europea para su personal.

Promoví desde Whatsapp la migración de mis contactos a esa plataforma exquisita con estrépito de fracaso y más de una burla.

Probé con Telegram, el invento de los hermanitos rusos Duróv que no se sabe bien si responde a los intereses del Kremlin, de Estado Islámico o Anonymous. En Argentina es el servicio predilecto de Cristina Fernández y sus súbditos.

Para mi sorpresa, Telegram me encantó. No sólo encontré allí a casi todos mis contactos, sino que me gustaron las características de la plataforma.

Como Signal, Telegram tampoco vendería mi información personal a nadie (al menos declarativamente), pero tiene otras funciones: la creación de canales (cree uno para publicar las recetas de Linkillo: https://t.me/Recetasmias) y el uso de bots, entre las más notables. El 1º de mayo desinstalaré el mensajero de la mafia de Palo Alto.

sábado, 16 de enero de 2021

Realidades alternativas

Por Daniel Link para Perfil

Afroamericanos... afrosajones... afrofranceses... ¿afroporteños? Simplifico mi vocabulario y digo afrodescendientes para designar a un grupo heterogéneo de personas y de personajes sistemáticamente subalternizados, esclavizados, segregados y asesinados sencillamente por su color de piel.

Vimos Lovecraft Country, serie basada en la novela homónima de Matt Ruff. Todos los personajes principales son afrodescendientes, pero los asuntos en los que se ven involucrados (disparatadamente paranormales, en una mescolanza indigesta de brujería, realidades alternativas y viajes en el tiempo) no carecen de instrumentos de verosimilización histórica. Uno de los capítulos retrotrae la anécdota a la Masacre de Tulsa (Oklahoma) de 1921, cuando la población blanca atacó (por tierra y por aire) el distrito de Greenwood, conocido como Black Wall Street, porque vivían allí afrodescendientes de posición acomodada. Alrededor de 10.000 personas quedaron sin hogar pero hubo que esperar hasta 2001 para que el Estado aprobara un programa de reparaciones para los descendientes de las víctimas. Hasta entonces todo había sido silencio cómplice. Sino por otro mérito, Lovecraft Country puede jactarse por haber fijado su atención en ese episodio de violencia racial incomparable, en un país que tiene muchos episodios semejantes en su haber.

Pero hay otras producciones que abordan con mayor cinismo la visibilización de los conflictos raciales. Particularmente odiosas son las películas y series que introducen personajes desempeñados por actores afrodescendientes en contextos históricos donde esas apariciones resultan completamente imposibles, salvo un alto grado de falsificación.

La leyenda de Tarzán (2016) incorporó a Samuel Jackson como el personaje (histórico) de George Washington Williams, uno de los primeros historiadores de la cultura negra en los Estados Unidos (The History of the Negro Race in America 1619–1880). Cómo el ilustre denunciante de las atrocidades cometidas en el Congo por el estado belga llegó a asociarse con el personaje de ficción de Edgar Rice Borroughs es un triunfo de la voluntad antes que de la inteligencia.

En The Spanish Princess, Catalina de Aragón, la hija menor de Isabel la Católica, tiene una dama de compañía afrodescendiente (tanto da si su origen es morisco o subsahariano, para la ficción pasatista esos matices son intrascendentes), como si la obsesión de su madre para desembarazarse de los moros a ella no hubiera podido alcanzarla. En ese séquito probablemente hubo personas “de color”, pero con certeza en posiciones mucho más subalternas.

Bridgerton lleva el asunto racial al colmo del disparate y la falsificación. Carlota, la Reina de Inglaterra, es afrodescendiente y con ella los más altos puestos de la nobleza anglosajona se tiñen de colores, empezando por el protagonista, Regé-Jean Page, quien presta su piel mestiza al duque de Hastings.

Falsificar la historia para brindar entretenimientos coloridos a las masas del siglo XXI no parece ser la mejor manera, al menos para mí, para que se comprendan los procesos por los cuales podemos decir lo que decimos, hacer lo que hacemos y ver lo que vemos. El archivo es, como bien se ha subrayado, aquello que dice las condiciones de posibilidad de lo enunciable y lo visible.

Yo imagino a mi nieta viendo dentro de algunos años estas producciones pasatistas y completamente intrascendentes. Y después leyendo alguna noticia en la que un George Floyd es asesinado sin misericordia por las fuerzas del orden. ¿Será capaz de entender los límites entre la ficción y la realidad? ¿O pensará con desdén que, después de todo, los afrodescendientes han representado un papel más que notable en la historia, tal como lo prueban los canales de streaming y que, por lo tanto, puede haber algún exceso policial sin que eso comprometa la integridad de un sistema esencialmente justo e igualitario?

A todos nos gustaría que la esclavitud no hubiera existido y que la Matanza de Tulsa no hubiera sucedido. Pero porque es inevitable, lo que pasó nos sirve para que hoy podemos aspirar a un futuro alternativo. El color de piel no debería convertirse en mercancía.

sábado, 9 de enero de 2021

La nueva normalidad

por Daniel Link para Perfil 

Ya nada es ni será lo que antes fue. Llegamos a las sierras cordobesas en busca de un descanso reparador. Nuestro primer destino, en la ciudad de Córdoba, me permitió mostrarle a mi marido mi barrio de infancia, el colegio al que fui, la casa de mi abuela: mi mundo y mi tiempo perdido.

Después hicimos una escala en San Javier, donde habíamos estado varias veces (mi primera vez, registrada en un libro, hace veinte años).

Lo primero que nos llamó la atención fue la granja de apicultura orgánica y bodega biodinámica “Santa Rita”, regenteada por.... ¡Vivi Tellas!

Instalada desde noviembre en ese Palermo Distante conocido como Valle de Traslasierras, Vivi agregó a sus múltiples intereses el del cultivo de materias primas nobles para abastecer la industria de la restauración porteña.

No es la única presencia reconfortante. En La Población, a metros del restaurante Peperina, una foto con una flecha hacia arriba del cerro indicaba “Aleksandra: Futuro, Tarot”. Al principio no la reconocí porque estaba con barbijo, pero luego la descubrí por la intensidad de su mirada: la otrora psicoanalista marplatense Alexandra Kohan había cambiado los rigores de la letra freudiana por los igualmente complejos vericuetos de la baraja Rider-Waite. “¿Y Martín?”, le pregunté cuando la encontramos. “Está en el bar”. Pensábamos que estaba en el Café de la Montaña, pero en realidad abrió su negocio propio al lado de la comisaría: El Bar Deportivo Kohan desde donde, los domingos, transmite por una FM local el relato (¡en pasado!) de viejos partidos de fútbol en los que intervino Diego Armando Maradona. Compite con un programa que emite a la misma hora la FM de Nono, llamado Folies Bergère, dedicado al comentario integral del Apocalipsis de Juan, a cargo del eminente poeta Diego Bentivegna, también mudado al Valle.

Habiendo dejado de existir Uruguay, las caravanas encontraron el camino de (tras) las sierras. 

 

domingo, 3 de enero de 2021

La deforestación

Sobre Contramarcha de María Moreno (Buenos Aires, Ampersand, 2020, 176 págs.)

Por Daniel Link para Perfil Cultura

 

 

Una vida, dos vidas, todas las vidas o ninguna. María Moreno no ha familiarizado con los pormenores de su biografía, a veces con varios toques ficcionales, como corresponde, naturalmente, al registro de lo imaginario. Después de todo, ¿quién puede garantizar que sus recuerdos no son del registro del casi: más o menos invenciones?

En Banco a la sombra, María Moreno había hecho pie en algunos episodios de viaje. En Black Out, libro saludado con merecida y, al mismo tiempo, sospechosa unanimidad como un acontecimiento, se tambaleaba (es un decir: jamás se la ha visto ni siquiera trastabillar lingüísticamente) al ritmo del alcohol para contar la bohemia de los años setenta, de la que participó y que constituyó su escuela.

Ahora, en Contramarcha, escrito para la colección “Lectores” que dirige Graciela Batticuore en Ampersand, el foco está puesto en la formación de una lectora disidente pero, sobre todo, en el aprendizaje de la escritura como clave no de una felicidad sino de una calma, un ronroneo.

María Moreno despega su formación lectora de las instituciones (“aquellos de los que aprendí fueron desertores de las aulas”). Después de todo, quienes la venimos leyendo desde hace treinta años, admiramos su elegancia para leer a contrapelo, en contra de lo “dado a leer”.

¿Qué quiere decir, en este contexto, “Contramarcha”? “No vuelvo más al colegio. Esto es lo que llamo contramarcha. La contramarcha no es la retirada, es un cambio de dirección por razones de estrategia. Mi acto, que cambiará mi vida, no es una decisión, o tal vez lo sea sin que yo lo sepa. Si había un destino para mí, no lo eludía rebelándome, sino por imposibilidad de seguirlo”, se lee hacia el final de Contramarcha.

Su vida, en el libro, se divide en dos: el período de acedia y de apatía de los primeros años, donde se destacan los radioteatros oídos con la abuela, los tangos escuchados en el conventillo por encima de los libros leídos y, en especial, el latiguillo “la verdad es que me da lo mismo” ante todos y cada uno de los proyectos que para ella había pensado su madre, de la cual se reconoce un títere.

Después del episodio que saca a la niña Forero de la escuela, comienza a formarse otra vida, la de la escuela nocturna, nos cuenta el libro, cuando, entonces sí “comencé a leer, comencé a vivir. Comencé”.

Ese big bang y lo que sigue ya fue escrito: es Black Out, y los demás libros de María Moreno que recopilaron sus mil ataques al sentido común en la prensa cotidiana.

O mejor todavía (alguns aceptamos los conocimientos que las aulas nos han proporcionado): Black Out es la gran epopeya, como el Poema de Mio Cid. Contramarcha es como Las mocedades de Rodrigo, focaliza su atención en las andanzas de juventud de la figura legendaria antes de que llegara a serlo.

De los muchos preciosos episodios de la heroína juvenil de este libro, recupero el que involucra a dos compañers de laboratorio de su madre química, la Paraguaya y Jorgito.

La Paraguaya le regala a la mozuela Vitia Maléev en la escuela y en la casa, de Nikolái Nósov, libro de adoctrinamiento en favor de las bondades del control soviético sobre las conciencias en formación. Jorge, quien había abandonado la química por el seminario jesuítico, le regaló, en cambio, Vida de Jesusito (las mocedades de Cristo). Ambos libros dejaron a la mozuela indiferente: “Yo prefería Vida del repelente niño Vicente de Rafael Azcona, que quizá sí alentó posteriores lecturas anticanónicas”.

Inmediatamente se nos aclara el sentido de esos nombres que participan de “uno de los grandes argumentos que tiene la vida”. Jorge habría de ser Jorge Bergoglio, el Papa Francisco; la Paraguaya, Esther Ballestrino de Careaga, Madre de Plaza de Mayo, detenida desaparecida, arrojada al mar en 1977. ¡Qué archivo!

Lo que tal vez sea más interesante del episodio ya estaba en La comedia humana de Balzac, donde los grandes nombres de la historia aparecen como personajes secundarios, casi marginales, de los dramas focalizados en cada una de sus novelas.

Pero además, como se ve, la intriga juega con los nombres para sostener precisamente el suspenso. Se trata de libros sí, pero también de quienes dieron a leer esos libros y de sus nombres cambiantes, porque los personajes y las personas son como fichas que cambian de nombre según la posición que ocupen en un tablero o un hilo narrativo.

En todos sus libros, María Moreno (asignada al nacer como María Cristina Forero) ha reflexionado sobre la invención de su nombre. Había sugerido, casi siempre, que la que escribe es María Moreno y que la otra ya no existe. Para inventarse, María Moreno tuvo que desforestarse.

Pero en Contramarcha, como su posición de archivista se lo impone, el nombre María Cristina Forero vuelve como el nombre escrito por la madre en los libros de la hija “con una fuerza tal que se leía al revés del otro lado de la página”.

Vuelve, sobre todo, porque en el archivo Forero están los hermanos (padre y tío) que fotografiaron a Victoria Ocampo y porque el abuelo había guardado una novela inédita que María pone a jugar con los vicios de Colette y de Simone de Beauvoir.

Y vuelve, finalmente, en el episodio que funda la disidencia: la orden de que lea en alta voz la frase: “¡Buenos forados habrían abierto las balas en mis tres refajos!”.

Desaforada, la mozuela se desacata y abandona la escuela. Comienza a desforestarse. Pero el nombre está ahí, del otro lado de la página, como un revés del que no podemos olvidarnos del todo. En Contramarcha, María se entrega a la reforestación.