por Daniel Link para Soy
“¡No me van los viejos! ¿Qué parte
no se entiende? Más de cuarenta, no”, leo en los perfiles de las
páginas de contactos homosexuales en Internet.
La gente ha perdido totalmente la
cordura, eso es sabido, pero además la economía de discurso. Yo
hubiera puesto “No me van los Viejos Putos” (pero es verdad que
si yo hubiera leído eso, probablemente habría tomado un litro de
lavandina de un solo trago).
“Cero ambiente” o “No me van las
plumas” (a mí, que uso abanico, porque lo considero un accesorio
imprescindible) no me trastorna tanto. “Viejo Puto”, en cambio,
es aquello en lo que nadie quiere llegar a convertirse, porque quiere
decir: me da asco que un Viejo Puto quiera que me lo coja.
Bueno, casi nadie, porque allí
donde hay poder, hay resistencia. Acaba de estrenarse (el lunes 29 de
abril, por ITV) la serie Vicious, protagonizada por dos Viejos
Putos, Ian McKellen y Derek Jacobi, que hacen de una pareja de Viejos
Putos, Freddie Thornhill, un veterano actor cuyo mayor mérito es
haber consigo el décimo puesto como villano invitado en la serie Dr.
Who y Stuart
Bixby, una señora de su casa, que constituye el decorado (teatral
hasta la exasperación) principal.
La sitcom es extrañísima
porque todo en ella apunta a una época que ya no existe (la
iluminación, la escenografía, los diálogos, los estilos de
actuación). Un reseñador de imdb (seguramente joven, quiero decir:
imbécil) dijo que “es difícil de creer que esto fue hecho
recientemente y no en la década del setenta”. Por supuesto: lo que
la producción quiere subrayar es que el Viejo Puto no cabe en el
presente (es decir: no encaja bien con la violencia animal del
presente, que sólo puede pensar en términos de coger y ser cogido,
o incluso, para llegar a la arcada, en términos de querer cogerse a,
o querer ser cogido por.
Como se trata de putos, tienen dos
amigas mujeres (Violet, ninfómana, y Penelope, simpáticamente
estragada por la demencia senil) y, cada tanto, la madre de Bixby/
Jacobi lo llama para contarle que alguno de sus amigos ha muerto.
Por supuesto, el Viejo Puto no ha
salido del closet para su madre, y lo más doloroso es saber que él
sabe que si es viejo, ¿para qué le va a decir a su madre que además
es puto? La madre seguramente sabe todo, pero seguramente ella
tampoco quiere saber que su hijo es un Viejo Puto.
Los Viejos Putos de la serie son la
peste salvo para sus amigas, que van a su casa a emborracharse
lentamente. El mismo reseñador de IMDB antes citado señala que
Stuart and Freddie son poco más que estereotipos de viejas reinas
maledicentes (bitchy). ¿Pero no es precisamente ése el
estereotipo del Viejo Puto? ¿Qué pretendés, bebé, que el Viejo
Puto, que ha sobrevivido a todas las fantasías de exterminio,
encima, no sea estereotipado, o maledicente? ¿O es que “Viejo
Puto” puede querer decir alguna otra cosa que el desagrado? ¿No
confesás que tuviste que apagar la televisión antes de la tanda
publicitaria?
Por un misterio que esperamos nunca sea
revelado, un nuevo vecino, muy joven, medianamente bien parecido,
heterosexual, y simpático (desempeñado por el que compuso al
introvertido chico invisible de Misfits, Iwan Rheon), toca
repetidamente el timbre en casa de los Viejos Putos, porque disfruta
de la compañía de “jubilados” (dice).
Él, en su total exterioridad, es
consciente de que ellos son dos Viejos Putos recalcitrantes, pero
cuando cuenta sus dramas sentimentales con una chica a la que quiere,
confiesa que le gustaría tener una relación como la que ellos
tienen.
Entre las muchas virtudes de Vicious
(producida por Kudos y Brown Eyed Boy) la que más sobresale es
obligarnos a pensar (con el odio, o el pánico, del caso) en el Viejo
Puto, esa figura del desasosiego que tanto inquieta a las locas del
mundo.