por Daniel Link para Perfil
Yo también llevo la cuenta regresiva.
Me aburren los llantitos encandenados, el aparato propagandístico
previsible no sólo en sus contenidos sino también en sus tonos, el
rosario de anuncios que la realidad desmiente (“Hora pico sin
camiones” duró un día y después los reyes del asfalto volvieron
a circular por los carriles centrales de las autopistas provocando
ataques de nervios; los planes de vivienda, si hubieran sido
finalizados, tendrían que haber por lo menos descomprimido la
situación de las villas miseria; si el dólar no aumentara como
aumenta, yo no estaría contando las monedas para ver si me puedo
tomar una cerveza en esta playa en la que estoy, esperando el
comienzo de un Congreso Internacional al que fui invitado; y si las
jubilaciones fueran tan suculentas como nos dicen, no tendríamos que
mantener a nuestras madres).
Pero sobre todo me preocupan la
multiplicación de la miseria, la imposiblidad para revertir las
escisiones que el peronismo de derecha de los años noventa provocó
entre nosotros, el desasosiego creciente, el abaratamiento de la
vida, la solución retórica de los problemas del transporte, la
educación, la alimentación, la salud, la deuda externa.
En fin, me aburren y me preocupan las
acciones de un gobierno que siempre dijo tener un modelo, o un plan
estratégico, pero que en realidad fue reaccionando a los avatares de
la realidad (con mejor o con peor suerte) y que, pasados los años,
nos devolvió a un punto de partida, eso que se llama “crisis” y
que es una configuración económico-político-cultural de la que
nunca terminamos de salir del todo y que tampoco nos condujo a
umbrales de transformación y de liberación de energía de vida.
Me aburren el pragmatisimo y la falta
de imaginación, pero no especialmente de quienes nos gobiernan sino
de aquellos que aplauden sin misericordia cualquier cosa que se diga
en la televisión pública, en las cadenas nacionales, en los
decretos de necesidad y urgencia y en las resoluciones de los
ministerios.
Me cansa seguir el mismo camino durante
mucho tiempo. Y aunque mis amigos me aseguren que cualquier cosa que
venga será peor (algo de lo que yo mismo estoy bastante convencido),
el solo hecho de que tengamos que ponernos a pensar de nuevo qué
posiciones tomar ante tal o cual asunto me parece auspicioso.
Mientras tanto, que Dios me perdone, veo si me puedo escapar del
chiringuito de Copacabana sin pagar la cerveza.