sábado, 25 de diciembre de 2021

Inteligencia y humanidad

Por Daniel Link para Perfil

El sopor del 25 no da para la disección de temas de alta filosofía. Dejo el planteo para más adelante.

Con las sucesivas versiones de Matrix (la última de las cuales acaba de estrenarse) y la proliferación de robots en los chats de whatsapp (atención al cliente, trámites municipales, bancos) ya es evidente que estamos en manos de una “inteligencia artificial” cuya incapacidad para resolver cualquier problema sólo es comparable con su capacidad para amedrentar a las personas.

Vayan como muestra mi últimos encuentros con esas inteligencias bélicas. Una universidad alemana me hace un pago muy módico por unas actividades académicas. El robot del banco me escribe con un tonito intimidatorio: “Estimado cliente: hemos recibido un pago en su cuenta de JOHANN-WOLFGANG-GOETHE. ¿Quién es esta persona en relación con usted y cuál es el motivo del pago? Le informamos que cualquier pago que no contenga un motivo claro será rechazado”. Estoy tentado de responder que le vendí al sujeto alimento para caniches (el animal que el diablo elige para entrar en la casa de Fausto) pero estoy seguro de que con eso me expongo a los robots asesinos que circulan por el mundo.

Ya nadie sabe cómo resolver la mínima cosa pero siempre hay un robot amenazándote. Como éste de una compañía de autos que, porque escribí “Esto parece una burla”, me contestó: “Este espacio está libre de insultos, te invitamos a conversar en otros términos”.

Pienso en Giorgio Agamben y en Massimo Cacciari. Levanto mi copa y les digo: “felices fiestas, chiquis”.

 

martes, 21 de diciembre de 2021

Duda y precaución

 

Y el final agambeniano suelto, para los perezosos:

sábado, 18 de diciembre de 2021

Vivir es jugar un poco

Por Daniel Link para Perfil

Fundación Proa inaugura hoy una muestra deliciosa, curada por Rodrigo Alonso, cuyo nombre lo dice todo: “Arte en juego”. Esa aproximación lúdica al arte argentino que gira en torno a los juguetes de artistas, los juegos y los deportes subraya la mutua implicación entre juego, imaginación y arte.

        La ocurrencia no puede ser más feliz, no sólo porque, como sabemos, la palabra “juego” convoca las ideas de límites, de libertad y de invención sino porque, como también sabemos, hay una mutua implicación entre juegos de lenguaje y formas de vida. Desde los juguetes de artista hasta las lógicas del juego aplicadas al arte, desde los juegos de roles hasta los aspectos lúdicos de las redes sociales y las nuevas tecnologías, todo en esta muestra permite interrogarnos al mismo tiempo sobre el arte y sobre la vida. 

        En sus Investigaciones filosóficas, Wittgenstein había subrayado que no siendo el lenguaje meramente designativo, sino una fuerza y un efecto (un acto de habla o de discurso), se comprende claramente que el lenguaje produzca formas (jurídicas) de vida. La infancia está constantemente producida por juegos del lenguaje. “Puede imaginarse fácilmente un lenguaje que conste sólo de órdenes y partes de batalla. —O un lenguaje que conste sólo de preguntas y de expresiones de afirmación y de negación. E innumerables otros.E imaginar un lenguaje significa imaginar una forma de vida.” 

        Lo mismo cabría señalar sobre el arte, que no representa el mundo sino que lo produce. O, como decía Goya: “El sueño de la razón produce monstruos”. No importa tanto (o sí, pero no tenemos tiempo) la oposición entre sueño y razón, sino el hecho de que un juego de imaginación-lenguaje produce formas de vida (monstruosas, potenciales, hipotéticas). 

        Samuel Beckett escribió como parodia del Génesis en Murphy: “In the beggining was the pun” (“el juego de palabras”). En 1719, Jonathan Swift había propuesto en Ars Pun-ica 79 reglas para componer juegos de palabras. Nabokov, que tradujo al ruso Alicia en el país de las maravillas (se sabe que las diferencias entre las Alicias reposa en los diferentes juegos que las organizan: un juego de cartas, un juego de tablero), se entregó sin pudor a esas pesadillas para los traductores. En Lolita leemos: “Guilty of killing Quilty” (“culpable de asesinar a Quilty”). 

        Por supuesto, no se trata de detenerse meramente en los juegos de palabras, pero si nos interesara el asunto, allí están Oliverio Girondo con sus poemas de En la masmédula (“soy yo sin vos / sin voz / aquí yollando / con mi yo sólo solo que yolla y yolla y yolla / entre mis subyollitos tan nimios micropsíquicos” o Cortázar con su gíglico en Rayuela. 

         Entre los antropólogos que elaboraron teorías culturales basadas en los juegos, Roger Caillois se destaca con Los juegos y los hombres (1967) donde, al mismo tiempo que especifica las actitudes elementales que rigen la dinámica lúdica —competencia, suerte, simulacro, vértigo— examina con el mayor detenimiento la sintaxis posible entre esas cuatro categorías, que a veces pueden mezclarse y a veces no. Caillois considera que los juegos guardan un misterio, precisamente por su estabilidad a lo largo del tiempo y a lo ancho del mundo: “Los imperios y las instituciones desaparecen, pero los juegos persisten, con las mismas reglas y a veces con los mismos accesorios”.  

        Entre la obra visible de Pierre Menard, Jorge Borges le hace enumerar a un narrador infatuado “un artículo técnico sobre la posibilidad de enriquecer el ajedrez eliminando uno de los peones de torre. Menard propone, recomienda, discute y acaba por rechazar esa innovación”. Antes, el ajedrez hindú de cuatro reyes se había transformado en el ajedrez medieval con reyes y reinas. 

        Esa permanencia de lo insignificante, que goza de una continuidad fluida y obstinada, ¿no evoca una dicha parecida a la que vibraba y nos interpelaba en el teatrillo de títeres El escándalo de la serpentina o el Proyecto Las Berninas, para los cuales Arturo Carrera y Emeterio Cerro convocaron a sus amigos artistas? 

        Jugar, imaginar, vivir: no se sabe bien dónde una cosa empieza y otra termina.

 

sábado, 11 de diciembre de 2021

Tecnologías del yo

por Daniel Link para Perfil

Es notable el escaso impacto que la noción de “tecnologías del yo”, acuñada por Michel Foucault, ha tenido entre las disciplinas asociadas con la puericultura y más en general con la infancia. Por supuesto, ese desdén se explica porque esa noción denuncia los obstaculos que las disciplinas (medicina, pedagogía, religión) ponen a la emancipación del self. Las tecnologías del yo “permiten a los individuos efectuar, por cuenta propia o con la ayuda de otros, cierto número de operaciones sobre su cuerpo y su alma, pensamientos, conducta, o cualquier forma de ser, obteniendo así una transformación de sí mismos con el fin de alcanzar cierto estado de felicidad, pureza, sabiduría o inmortalidad”.

Es verdad que Foucault no analiza sistemáticamente la infancia, pero su teoría da por supuesto que el proceso de formación del self está ya capturado desde el comienzo por las disciplinas: “el poder de los hombres sobre las mujeres, de los adultos sobre los niños, de una clase sobre otra, o de una burocracia sobre una población— supone cierta forma de racionalidad, y no de violencia instrumental”.

Hoy vivimos una etapa de transformación radical de las tecnologías del yo porque prácticamente no hay vida que no esté puesta al servicio del registro (fotográfico y videográfico). Una vida sin registro, parecería, es una vida que no merece ser vivida. La realidad ha sido reemplazada por el reality, con sus imperativos sobre el yo.

Véase este pequeño drama del último episodio del reality de mi nieta de cuatro años (que me mandaron ayer). Ella está guardando un trípode y un control remoto en una bolsita de terciopelo negro y dice: “No me agarra el wifi tan rápido”. Su padre le pregunta, esperando desestabilizar el hilo de su pensamiento: “¿Y para qué querés agarrar el wifi?”. Mi nieta (de cuatro años) le contesta: “Para que la música sone”.

El padre, y nosotros con él, dice sencillamente “Ahá”.


lunes, 6 de diciembre de 2021

Bird sings while Cage flies

 


sábado, 4 de diciembre de 2021

¡Llegó la navidad!

Por Daniel Link para Perfil

Hay un documental inquietante que Apple+ acaba de poner a disposición del público. Se llama Pelea antes de navidad y cuenta el enfrentamiento entre un fanático ultraderechista que considera legítimo su derecho a organizar un evento navideño en el barrio acomodado al que acaba de mudarse y los vecinos que no ven con buenos ojos que, de pronto, cinco mil personas o más paseen por el barrio de Idaho donde viven para mirar la casa iluminada a full del abogado Jeremy Morris, cantar villancicos, adorar al camello alquilado y tomar un chocolate caliente.

La asociación de vecinos le informa al recién llegado que ese evento viola las reglas de convivencia del barrio (un mamotreto de quinientas páginas) y allí comienzan las hostilidades. Morris convoca a la prensa y se declara perseguido por sus creencias religiosas (es un barrio de ateos, dice, que vulnera la libertad de culto), clama por su libertad amenazada (sus amigos le dan la razón: en Idaho no gustamos del gobierno federal, queremos ser libres, portar armas, rezar a nuestro Dios).

Luego de cinco festivales navideños de ocho días con creciente tensión entre ambas partes, con intervención de las brigadas paramilitares “constitucionalistas” de Idaho, el asunto llega a la justicia.

En primera instancia, la asociación de vecinos (muchos de ellos jubilados de buenos ingresos) es condenada. Luego, un juez federal anula el veredicto y condena a Jeremy Morris, que grita “socialistas” a los vecinos y “comunista” a su abogado a través de la pantalla de youtube donde mira el juicio. Ahora, todo está en manos de la Corte Suprema.

Dirigido magistralmente por Becky Read, el documento es precioso para nosotros porque nos muestra, en un contexto de psicosis americana, los valores semánticos y conflictivos de la libertad, que nunca viene sola, sino siempre acompañada de fantasmas que, entre nosotros, últimamente han adquirido una potencia amenazante.

 

jueves, 2 de diciembre de 2021

sábado, 27 de noviembre de 2021

Albertítere

Por Daniel Link para Perfil

Todavía no habíamos salido del éxtasis en el que nos había sumido la aparición de La follia di Hölderlin. Cronaca di una vita abitante (1806-1843) de Giorgio Agamben, con ese extraordinario concepto de una vida que vive según hábitos y habitudes y con el encanto añadido de que nos hizo recordar al Roland Barthes de Cómo vivir juntos) y ya estamos ante un nuevo regalo y un nuevo prodigio, su libro (de Giorgio) sobre Pinocho (Pinocchio. Le avventure di un burattino). ¡Qué año!

En los dos libros, Agamben se deja llevar por el rigor filológico que lo caracteriza para definir lo viviente y, en el segundo, la máquina antropológica en toda su potencia. La fábula de Pinocho, nos dice, se desarrolla de principio a fin a través de una serie de reveses inesperados y de pasajes incesantes de un contrario a otro. La única moraleja es que nada es como es: ni el bosque el bosque, ni el amigo el amigo, ni el burro el burro, ni el hada el hada, ni el grillo el grillo, sino que todo cambia y se transforma continuamente.

Como el pícaro (ese personaje tanto de la novela clásica como del Martín Fierro), Pinocho sólo puede vivir desviviéndose, perdiéndose y escapando obstinadamente de su propia vida. De allí el apuro de Pinocho. Cuando se encuentra con el caracol que tarda nueve horas en llegar del cuarto piso hasta la puerta y le pide que apure su marcha, éste le contesta: "Soy un caracol, y los caracoles nunca tienen prisa".

La marioneta anda a los saltos como un galgo o una liebre; no camina, sino que "corre" por los campos; va "siempre por delante de todos: parecía que tenía alas en los pies". ¿Por qué tiene tanta prisa Pinocho? No porque quiera convertirse en un niño. Más bien, la prisa forma parte de su naturaleza indefinida, de su des-vivir constitutivo, de su no ser, como el caracol, sólo lo que irremediablemente es. Al axioma del caracol, la marioneta podría responder especularmente: "No soy lo que soy, y por eso siempre tengo prisa".

Antes de su definitiva transfiguración, Pinocho sufre otra: se transforma en burro. Las dos naturalezas -la del títere y la del burro- definen entonces el verdadero tema de la historia de Pinocho. La marioneta - ¿el hombre? - es el misterio del burro, y el burro es el misterio de la marioneta demasiado humana.

Todas las aventuras narradas en el libro -incluida la última, la falsa transfiguración- no serían más que un sueño del títere maravilloso, que al final sueña que se despierta y se ve en un sueño, dormido y "apoyado en una silla", igual que al principio se había dormido en una silla, "apoyando los pies en una estufa". Pero el sueño (tan real como la vigilia) es sólo la otra cara del misterio que, como la marioneta y como el burro, seguimos llevando en nosotros sin darnos cuenta. Tal vez, agregamos a espaldas de Agamben, Pinocho sea Chucky.

 

sábado, 20 de noviembre de 2021

Las alarmas del sistema

Por Daniel Link para Perfil

Uno de los grandes filósofos del lenguaje, Karl Vossler, fijó su atención en los “desajustes” que se producen entre las dimensiones descriptiva y tensiva del lenguaje (Filosofía del lenguaje, 1923). Vossler se detiene ante determinadas experiencias escritas u orales que constituyen otros tantos actos de expresión que no necesariamente obedecen a esquemas y que se resisten a la sistematización. Tales formas no pertenecerían, en rigor, a la lengua como sistema, pero su existencia no puede ser desestimada como un mero “accidente” del sistema que debiera corregirse.

En los últimos días, hemos escuchado las voces de pánico ante el crecimiento del voto en favor de partidos o coaliciones que, ya sea porque abrazan y se sostienen en una hipótesis revolucionaria o ya sea porque impugnan el funcionamiento corporativo de la política como coartada para reducir la acción compensatoria del Estado, son designadas como “anti-sistema”.

¿De qué sistema se habla? ¿Y en qué sentido importa el “sistema” más que los actos de expresión que esos votos que se fugaron de las grandes coaliciones representarían?

¿Y por qué, finalmente, se obtura cualquier análisis sobre el acontecimiento de la expresión en favor de partidos pseudo-libertarios (pero cuyos programas de gestión abundan en las más atrabiliarias censuras, represiones y limitación de libertades) o en favor de posiciones que expresan todo lo contrario?

Hemos visto, en programas de televisión aterrados ante el posible desmoronamiento del “sistema” (¿pero cuál, cuál?) al Sr. Gabriel Solano (¡felicitaciones por su performance!) divertidísimo sacándose de encima acusaciones pronunciadas desde la más profunda ignorancia de lo que el trotskismo significa. Al mismo tiempo, hemos visto las sonrisas complacientes del periodismo ante los exabruptos de los señores Javier Milei y José Luis Espert.

Si la expresión de una sociedad pasa por acontecimientos que el sistema no puede procesar según su propia lógica, habría que analizar esos acontecimientos para comprender qué implican, y sobre todo, qué diferencias sostienen (no respecto del sistema, esa entelequia, sino mutuamente): el F.I.T es una cosa, Avanza/ Libertad (en cualquier orden) es otra muy distinta. El único riesgo del sistema es permanecer idéntico a si mismo, encaprichado en ignorar los desajustes, las expresiones, el cambio (que puede ser hacia adelante, pero también hacia atrás).

 

martes, 16 de noviembre de 2021

Una rareza

 


sábado, 13 de noviembre de 2021

Fernández de Éfeso

por Daniel Link para Perfil

Argentina tiene su propia filosofía, que en la mayoría de los casos cae en lo dogmático, con lo cual le cabe más bien el rótulo de dogmalogía. ¡Qué nos van a venir los griegos con dudas sobre el propio saber! ¡”Sólo sé que no sé nada”! ¡Andá a cagar! Ya lo dijo Fernández (adivinen cuál, si pueden): “Lo único que sé es que nosotros tenemos razón en lo que decimos”. ¡Qué nos van a venir los cartesianos con sus dudas metódicas! Ya lo dijo Aldo Rico, señores, señoras y señoris: “La duda es la jactancia de los intelectuales”. ¡Así no se llega a nada! ¿Y qué decir del realismo filosófico de aquel general peripatético que rescató la frase “la única verdad es la realidad” del corpus aristotélico? ¡Pero por favor, qué disparate! ¿Vamos a dejar que los seres y los entes tengan una existencia independiente del sujeto que los observa? No, no, no. Seamos idealistas, pero tampoco tanto. Sólo existen los contenidos mentales, pero como la mente es un misterio, a veces se manifiesta un contenido, a veces otro, contradictorio con el anterior. Acá es así. Si van a estar jodiendo con el archivo de los dichos previos es que no están entendiendo nada.

Fíjense con cuidado: no se dice “tenemos razón en lo que hacemos” (nuestras acciones son racionales) sino “en lo que decimos” (el que no dice lo mismo que yo, por lo tanto, se equivoca).

El próximo lunes habrá una convocatoria a un Gran Concilio que, como el de Éfeso, intentará acercar las posiciones de los nestorianos y los arrianos. ¿Qué dirá el Papa?


sábado, 6 de noviembre de 2021

Novela sin autor

Por Daniel Link para Perfil

El 30 de julio de 2021 anticipé en estas páginas el libro que estaba escribiendo, “una novela de ciencia ficción en la que los sencillos robots que forman parte del juego se independizaban del algoritmo que los gobernaba. Iba a llamarse La Isla, y los robots tenían nombres del campo artístico argentino”. “Si la literatura es salud”, profetizaba en tiempos de confinamiento, “algún día ese texto se escribirá solo”.

Profunda fue mi sorpresa cuando comprobé esa predicción se había cumplido al pie de la letra: Free Guy (traducida como Tomando el control) coincide literalmente con esa línea argumental.

Vimos la película en septiembre y ya estaba por entablar demanda contra Disney por plagio cuando mi marido me advirtió que el estreno de ese film berreta había sido postergado por la pandemia y que yo no podía ser tan paranoico ni tan petulante como para pensar que Matt Lieberman o Zak Penn (los guionistas) habían escaneado mi disco rígido en busca de mis ideas.

Por supuesto, mi novela es (era) mucho mejor que esa tontería, sobre todo porque me servía de excusa para presentar mundillos encantadores: el arte, la literatura, el teatro. Pero ¿quién podría publicar un libro para arriesgarse a que los lectores consideraran que la “inspiración”, esa horrible figura, me viene de los consumos chatarra (y no de Proust, Thomas Mann, César Aira o Fogwill).

En fin: mi novela se escribió sola pero lo hizo más allá de mí, algo que no puede incomodar a alguien que, como yo, no ha hecho sino denunciar las irrisiones de la “autoría” o que ha hecho un elogio irrestricto del ready made.

Si ven esa película, piensen en mí. Y piensen, sobre todo, en los personajes que yo había incorporado.

En mi novela, la isla es un misterio, porque ninguno de los personajes recuerda muy bien cómo llegó a ella aunque todos relacionan el lugar con el viejo proyecto de María Moreno de crear una residencia para mayores que comparten ciertos gustos, y suponen, detrás de la economía (política y libidinal) de la isla, la mano de Roberto Jacoby y sus proyectos comunitarios: “somos descendientes de proyecto Venus”, dicen cada tanto (no lo saben, pero lo dicen en intervalos precisos).

Como todo sucede en loop, el teatro tiene una importancia decisiva en la organización de la vida en común. Vivi Tellas regentea el anfiteatro de la costa, donde se dan biodramas incesantemente y Alejandro Tantanian dirige el teatro del casco antiguo (los personajes parecen no notar que los edificios que lo componen son réplicas de otros edificios desaparecidos fuera de la isla: Notre Dame, las Twin Towers).

Nada es demasiado estable, porque como la organización del trabajo responde a la utopía a veces los personajes se encuentran trabajando en las minas o en la fundición (según el ritmo que les impone el canto de Paula Maffia), preparando la tierra para los campos de amapolas (las drogas son legales, pero se producen en cantidades módicas por razones climáticas y porque la demanda es estable) o adiestrando caballos en la escuela que Albertina Carri tiene en el barrio árabe.

Constantemente llegan barcos cargados de productos desde los islotes sicilianos donde vive Arturo Carrera o los islotes pesqueros donde manda Rafael Spregelburd, cuando no está organizando algún recitativo en la Sala del Órgano del barrio viejo.

Todo el tiempo una pareja o un trío están renovando sus votos amorosos en la oficina correspondiente y después caminan con sus amistades por los senderos de pedregullo hasta el medio del bosque, donde Alejandro Ros organiza una fiesta perpetua (si no está en la fábrica de muñecas, haciendo terapia ocupacional).

Una tarde, Rubén Szuchmacher, estudiando el texto de una tragedia restaurada por Alfonso Reyes, se da cuenta de que todas las existencias están regidas por un mecanismo más allá de la conciencia y de la voluntad. Hay una etapa de descontrol, hasta un nuevo equilibrio, no muy diferente del anterior.

En estas semanas me entrego a un ritual de destrucción: imprimí los capítulos que tenía escritos, cada semana leo uno y lo entrego a las llamas (lo transformo en asados para la familia y las amistades).

 

sábado, 30 de octubre de 2021

Cristal luciente

Por Daniel Link para Perfil

Después de un largo viaje laboral, me encontré una serie de catástrofes domésticas que, sumadas a las que son de público conocimiento, literalmente me enfermaron. Tengo la garganta no hecha un nudo (no me emociona sino me que indigna el estado lamentable de las cosas nuestras) sino un estropajo. Una afonía persistente, que me lleva la silencio sostenido, salvo cuando tengo que ponerme al frente de uno de los dos cursos que estoy dictando.

Al primero de ellos asisten jóvenes cuyos números de documento empiezan en los 42 (el mío está en los 13). Lo primero que les digo es que no creo que puedan oir mucho más que un “Tira la bola, chico” o “Ese cohete no puede volar...”. Me miran con cara de pocker. ¿No (re)conocen al gallo Claudio? No tienen idea de qué les hablo. Uno, el más generoso, cree recordar al personaje, pero nada de lo que rodea esas frases memorables. Explico un poco y él piensa que el pollito nerd es el hijo del gallo Claudio. No, no. “Bueno, el sobrino”. Lo conmino: “¡No apliques Disney!” (él no lo sabe y yo no lo recordaba, pero entre Disney y Warner, que producía los Looney Tunes, había un abismo estético e ideológico: yo me eduqué con los personajes y los disparates de la Warner).

El pollito nerd (que es un calco de este alumno) es el hijo de una gallina viuda, y el gallo Claudio se empeña en educarlo en “cosas de hombre” cuando su madre lo deja solo, leyendo. Como una imagen vale más que mil palabras, les cuelgo en la plataforma didáctica unos videos del gallo Claudio (me encantaban sus juegos de palabras, sus lapsus, el elogio irrestricto de la lectura sobre la “vivencia”).

Mi alumno responde en el foro con un lacónico “No me quiero preguntar a qué era imaginaria pertenecen estos documentos”. Era la era, Egghead Jr., en la que tenía todo por delante (el cuello, el clavel, el cristal luciente). Hoy, en cambio, ya me pierdo en humo, en polvo, en sombra.

 

sábado, 23 de octubre de 2021

Debates políticos

Por Daniel Link para Perfil

Almuerzo con mi hija en Pilar por su cumpleaños. Ella acaba de volver de un viaje de trabajo a Madrid y ahora mira con mucho más desconfianza que antes el estilo de vida suburbano al que había apostado durante la ya pretérita pandemia.

Pero lo que desata una discusión que deja atónitos a los comensales de otras mesas es el pequeño cristal en el que Argentina se mira para encontrar su propia locura y su insignificancia, esa obsesión malsana de la opinión pública, que no puede pensar en otra cosa que en un infame episodio de alcoba. Yo no conozco demasiado a quienes participan del drama y he tenido que interiorizarme de quién es la Srta. Suárez, una muchacha de una belleza casi sobrenatural. De todos modos, me confundo a los demás personajes: Icardi, López. De mi ignorancia se salva Vicuña sólo porque protagonizó la Eva Perón de Copi.

Independientemente de mi ignorancia, me parece clarísimo que el descargo publicado por la Srta. Suárez merece nuestra adhesión incondicional a su causa. A mi hija le parece de un feminismo oportunista que no se condice con su propia historia de repetidos desarreglos. Yo insisto en que su tragedia la lleva a ser víctima de su propia belleza.

Mi hija menciona el departamentito que le pagó Vicuña mientras ella vitoreaba al wandánico. Admito que eso puede haber sido una jugada poco ética, pero al final de cuentas es madre. Mi hija contra-ataca recordando un caso todavía más antiguo (incluía un aborto espontáneo) que demostraría la frialdad de la criatura China.

Insisto en avalar su condena en general de los hombres casados y de la hipocresía familiar. Grito que o se está con la intolerable Wanda, o con la China. Con gran sabiduría, mi hija desbarata ese dilema trascendental y me calla definitivamente con un: “Yo soy del partido de Pampita”. Yo a Pampita no la aguanto, pero me conmueve la habilidad de mi hija para complejizar un diagrama afectivo.


jueves, 21 de octubre de 2021

miércoles, 20 de octubre de 2021

sábado, 9 de octubre de 2021

Crisis de energía

por Daniel Link para Perfil

Creo que los diarios argentinos se han hecho eco de la crisis energética en China, que tiene una triple causa: el compromiso con las pautas de emisión de gases, la escasez de carbón (el 72 % de la energía china se produce en centrales carboníferas) y la fuerte demanda de la industria.

El asunto repercute mundialmente. El titular de La vanguardia de hoy (6 de octubre) señala un máximo histórico para el precio del megavatio-hora en el mercado mayorista, lo que se vuelca en el consumo industrial y hogareño. Se han establecido franjas horarias con diferentes precios (lo que no parece demasiado lógico). La gente ya empezó a lavar la ropa de madrugada y los aires acondicionados domésticos no se prenden nunca antes de la medianoche (los valencianos con los que hemos hablado dicen haber pasado un verano infernal).

En los edificios piden que el ascensor sólo se use para eso, para subir. Para bajar, están las escaleras. De planchar o de usar el lavavajillas, mejor ni hablar. El gobierno de España anunció esta semana una reducción de varios impuestos sobre los precios de la electricidad: pan para hoy y hambre para mañana, como bien sabemos ls argentins.

Además de la escasez de carbón y de la merma en las reservas de gas (cuyo precio está también por las nubes), el verano europeo no ha tenido demasiado viento, por lo que los campos de producción eólica han trabajado poco. Europa podría enfrentarse a un duro invierno, con posibles apagones, cierre provisional de fábricas, escalada de precios y aumento de muertes por frío.

La catástrofe del COVID no ha terminado y la Tierra todavía no se repone de los dislates civilizatorios de la sobreproducción y el hiperconsumo. Producir energía para producir más bienes parece ya un nudo gordiano: las fuentes renovables son intermitentes o no alcanzan y las otras son, directamente, la muerte. Pregunté a mis amigos: “¿Qué onda con el hidrógeno?”. Para qué. Es complicado el hidrógeno, porque si bien es abundantísimo está siempre acompañado y es, por lo tanto, carísimo (o consume mucha energía) aislarlo.

Reconozco y en parte comparto la algarabía que produce en Europa actuar como si nada hubiera sucedido o como si hubiéramos salido de una pesadilla colectiva.

Pero la verdadera pesadilla recién comienza, por la incapacidad de todos los Estados para superar el fracaso suicida de un modelo de acumulación. Lo que está en crisis es la energía de la imaginación.

 

sábado, 2 de octubre de 2021

Pánico púnico

por Daniel Link para Perfil

Paramos a dormir en Cartagena porque no me gusta manejar durante más de tres horas en rutas que no conozco. Llegamos por azar al comienzo de las fiestas de la ciudad. Hay que agradecerle al nerd que en la década del noventa del siglo pasado impuso la idea de que alguns se disfrazaran de cartagineses (los fundadores de Cartagena) y otrs de romans, para conmemorar las guerras púnicas y la consolidación de Roma como potencia mediterránea.

Después de la siesta, las plazas y las calles comenzaron a llenarse de hombres, mujeres, niños y niñas disfrazados de guerrers de ambos bandos. Las tropas romanas iban organizadas en cohortes que recorrían el centro histórico de la ciudad al son de tambores y, sobre todo, azotando sobre sus escudos las espadas que portaban. En algunas mesas, soldados maquillados y vestidos de minifalda se abrazaban. Ya de noche, seguimos a unos legionarios al dancing al que entraron sólo para comprobar, en los mingitorios de lata, que esos hombres alineados apenas si tenían que apartar sus faldellines con pteruges de cuero para demorarse en la exposición de su potencia.

Lo más impresionante no fue la proliferación de fiestas que anulaban la reyerta (así se llama el romance de Lorca que evoca la lucha púnica) sino el mero paso de ese puñado de uniformados que en sus vidas cotidianas usaban incluso el lenguaje inclusivo y que iban vestids de cartapesta. Igual metían miedo. Imaginé el terror que seguramente impusieron los antiguos y odié todavía un poco más a los Estados imperiales.

 

sábado, 25 de septiembre de 2021

El malentendido

por Daniel Link para Perfil

Estoy en un encuentro internacional de humanistas digitales en Zaragoza, topónimo que proviene del latino Caesar Augusta, que recibió en el año -14 de su fundación, en homenaje al emperador que la declaró, además, colonia inmune (podía acuñar su propia moneda y estaba exenta de impuestos) para benefico de los legionarios de la IV, VI y X, que habrían de defender el territorio.

En algún momento, uno de los ponentes dice “pijas condecoraciones” y yo oigo “pijas con decoraciones”. Sobresaltado, decido concentrarme en la escucha, que tiene esos pequeñas traiciones idiomáticas.

Recuerdo la confusión en la demorada sobremesa de esa noche, cuando veo que empiezan a apilar las sillas para que nos vayamos. “Es que es día de semana”, digo. “¿Qué has dicho?”, me presiona una valenciana. Ella había entendido “Diazepam”.

Le cuento, además de mi lapsus auditivo de la mañana, otro. Hace muchos años, comíamos con unos amigos mexicanos en un restaurante tailandés particularmente picante, lo que motivó que le dijera a mi marido (creo que entonces no estábamos todavía casados): “siento los labios como Beatriz Salomón” (vedette hoy llorada, que por entonces todavía brillaba en los escenarios). Uno de los mexicanos, fotógrafo exquisito, me dijo: “No sé bien qué quiere decir lo que has dicho, pero suena muy obsceno”. Le pregunté qué había entendido. Su respuesta fue: “siento los labios que me atizan los monos”.

Desde entonces, usamos la la expresión cuando la comida que pedimos está muy picante.

Es que el castellano o español es una lengua tan estirada y tan elástica que admite mil declinaciones. Contra la afirmación académica de que es una lengua policéntrica (como el inglés) me gusta sostener que es una lengua excéntrica, porque carece de centro normativo.

Aquí en Zaragoza las tiendas de regalos (las “regalerías” que uno puede encontrar en Buenos Aires) rezan en sus fachadas “Regalicos”, porque los aragoneses usan los diminutivos en -ico. Y hemos visto pasar un camión que transportaba (o eso decía) “Güevos güenos”. Ni hablar del “pulpitu” que promocionan los carteles de algunos bares de tapas valencianos.

Con tantas variantes de pronunciación, de sintaxis y, sobre todo, de semántica, no son raros los malos entendidos y sabido es que América se funda en varios. Colón escuchó caníbal cuando le decían Caribe y después Shakespeare nos devolvió Calibán, que en pareja con Ariel formaron el binomio espantoso Civilización y Barbarie.

Garcilaso de la Vega (uno de los mejores prosistas de su época) contó en el famosísimo episodio del “encuentro de Cajamarca”, que enfrenta a españoles e incas un malentendido que analiza filológicamente en relación con el nombre “Perú”. De ese traspié de traducción en el que alguien pregunta algo y alguien contesta otra cosa se deduce no sólo una política de las lenguas sino también de lo viviente (de las comunidades).

Quienes se dedican a la dialectología americana, esa disciplina que pretende describir las cinco o veinte normas del castellano o español novomundano tropiezan con abismos imposibles de sortear. En busca de la unidad de la lengua lo que encuentran es una diferencia infinita. Pedro Rona, en la década del sesenta del siglo pasado, ya había adelantado que “todo esto obliga a replantear el problema de la división del español americano en zonas dialectales”.

Las zonas dialectales son ficciones normativas que establecen cuál es la norma que rige en una determinada región (el Río de la Plata, por ejemplo), para lo cual se toman una serie limitadas de rasgos (fonéticos, morfosintácticos, etc.) que la definen.

Pero la aparición de los grandes corpus digitales del español (CORPES, CREA, Corpus del Español, etc.), porque registran absolutamente todas las variantes (algunos incluyen incluso versiones orales) permiten saltearse la simplificación normativa y observar la lengua en su infinita variación en el espacio y en el tiempo.

De modo que las herramientas digitales con las que hoy contamos nos permiten un acercamiento mucho menos colonial y dependiente de los poderes académicos a las decoraciones que imprimimos en la lengua que usamos.

sábado, 18 de septiembre de 2021

Dinastía

Por Daniel Link para Perfil

La hija de Moria, la hija de Ruggieri, el hijo de Cristina Fernández, el hijo de Darín, el hijo de Francella, el hijo de Cerati, la hija de Nazarena Vélez, la hija de Rossi, les hijes de Pettinato, los hijos de Palito, las hijas de Rial, el hijo de Carmen Barbieri, el nieto de Cafiero, la hija de Catherine Fullop, el hijo de Leuco, la nieta de Mirtha, el hijo de Alfonsín, las hijas de Maradona, el hijo de Marley, las hijas de Tinelli, la hija de Mirtha Busnelli, el hijo de Mónica Ayos, el hijo de Mauro, el hijo de Federico Luppi, la hija de De la Sota.

Vivimos un tiempo dominado por las descendencias. No me sorprende que ese efecto sea particularmente perceptible en Argentina, país que tiene una incomprensible nostalgia por la monarquía.

¿Para qué probar con figuras nuevas si el aire de familia nos garantiza un linaje, un espesor de sangre y tal vez algún talento pero, sobre todo, un reconocimiento?

En algunos casos, las proles tendrán suficiente mérito para garantizarse el lugar que les correspondería más allá del apellido. En algunos casos, tendrán la suerte de poder sobrevivir a herencias aplastantes.

En algunos casos, esas competencias regias (en caminos tebanos) determinarán una inversión de los designantes y muchos progenitores pasarán a ser reconocidos como el padre o la madre de tal estrella (la abuela de Juana).

En algunos casos, se tratará de mediocres oportunistas que lucrarán durante un tiempo con el nombre del padre hasta que ni la más simpática tolerancia los salve del descrédito.

Siempre es mejor, pienso, que quienes queremos que lleven lejos nuestro nombre se dediquen a cosas de las que nada sabemos. Hoy cumple años mi hijo Tomás, que estudió música y filosofía, que estudia física y que hoy se dedica a la fabricación de software para satélites. Él no me debe nada más que el nombre, y yo le debo todo: que me lleve al infinito, y más allá. Feliz cumple, Tom.


lunes, 13 de septiembre de 2021

Todo sobre (por) Barón Biza

sábado, 11 de septiembre de 2021

Like a Virgin

por Daniel Link para Perfil 

Cuando anunciaron los vuelos permitidos para septiembre el corazón me dio un vuelco. Hace meses acepté una invitación, dos, tres para hablar, ay, en la esquiva Europa. Mi vuelo habría de despegar el 18 de septiembre pero el listado que reprodujeron los medios ignoraba esa posibilidad.

Empezó la larga tortura de comunicarme con inteligencias artificiales con una capacidad de respuesta parecida a la de una gallina ebria. Finalmente conseguí hablar con operadores de dos aerolíneas diferentes: ambos confirmaban que el vuelo existía y me trataron como loco.

Mis correos diarios a Zaragoza fueron, con el correr de los días, más optimistas. Me esperaban con alegría, con tickets de trenes, con reservas de hotel, con esperanza veteromundana (no será demasiada, pero es más que la nuestra) y un poco de hartazgo.

Mientras tanto, lidiaba con pases sanitarios, la aplicación española, reservas de turnos para la prueba PCR, cartas de invitación en las que constara que viajo por trabajo y no (asco, inmundicia y condena, dedo tieso señalándome) por “turismo”, declaraciones juradas ante la autoridad migratoria argentina (esa pesadilla), la compra de barbijos atómicos reforzados, seguros de salud con línea COVID.

Cada madrugada salía del sueño sobresaltado y saltaba a la computadora para revisar los localizadores y los mensajes del mundo exterior. Avanzaba lentamente con las conferencias.

Nunca en mi vida estuve tan ansioso antes de un viaje. Seguramente sí antes del primero, pero ya me había olvidado. Ahora recupero esa sensación virginal, el deseo violento mezclado con el desconocimiento de lo que será: ¿dolerá, gozaré, querré repetir?

Virginal, hasta no estar abrochado arriba del avión no podré relajarme.

Mis amigos me repiten la vulgaridad de que es como aprender a andar en bicicleta. El cuerpo nunca se olvida. Pero en este país trabajar, jubilarse, viajar es como andar en bicicleta en Marte.

miércoles, 8 de septiembre de 2021

¡¡¡¡Free Catherine Willow!!!!

sábado, 4 de septiembre de 2021

Garchestolenda peronista

Por Daniel Link para Perfil

Los dichos de la Sra. Tolosa Paz en una conversación propia de A la cama con Moria nos dejaron pensando. No porque convenga atribuirles una intención estratégica. Se trata una pelotudez más de las tantas desencadenadas porla compulsión al habla desenfrenada de la campaña electoral.

Es como decir “en Argentina se garcha bien”. Por supuesto, los colombianos están en su derecho de pensar lo mismo. Los demócratas americanos, también, tanto como los alemanes o los españoles.

La identificación política entre el garchar y una comunidad más o menos organizada (la Nación o el partido) es un poco endeble por donde se la mire. Sabido es que a la hora del garche lo mejor es no enredarse en interrogatorios ideológicos que pueden transformar la promesa de goce en una pesadilla.

El garchador compulsivo o serial, ¿es más o es menos peronista? El diputado Juan Emilio Ameri, que no pudo resistirse a la lactancia en plena sesión parlamentaria, ¿sería el epítome de la doctrina sexual peronista?

Todo cambia puesto en función del garche y el goce. La sexta verdad, “para un peronista no hay nada mejor que otro peronista”, ¿debe entenderse ahora como una línea necesaria para las páginas de contactos sexuales? Y que se trate de dos entidades masculinas, ¿supone una celebración de la angosta via, una garchestolenda indiferente a la distribución genérica?

La séptima verdad reza que “ningún peronista debe sentirse más de lo que es ni menos de lo que debe ser”. El sentirse más desemboca en la conversión en oligarca. ¿En qué se diferencia la garchestolenda peronista de la oligarca? ¿Debemos seguir censurando la iniciación sexual de los jóvenes oligarcas con las asistentes domésticas de sus familias o deberíamos considerar ese servicio como un aporte a la peronización social?

¿La obsesión de la señora Fernández por el consumo interno intenta transformar la garchestolenda peronista en una herramienta de desarrollo económico?

El “gobernar es poblar” de Alberdi y el “Hay que poblar la Patagonia” deberían entenderse como una incitación a la púdica reproducción o a la garchestolenda? Ahora tengo mis dudas. Las políticas migratorias de finales del siglo XIX y comienzos del XX deberían analizarse teniendo en cuenta este rasgo puesto en primer plano por la candidata.

A lo mejor nuestros próceres ya sabían que acá importa más el mero garchar que sus consecuencias demográficas (la garchestolenda es un puro presente, sin futuro). Dado que el territorio argentino es tan vasto y sus habitantes tan reacios a la multiplicación, mejor es importar mano de obra y consumidores, se habrán dicho los fundadores de la Patria.

Ahora se entiende mucho mejor la obsesión de Raffaella Carrá: “Para hacer bien el amor hay que venir al Sur”. Ese sur mítico sería la mezcla exacta de garchestolenda napolitana y peronista.

 

viernes, 3 de septiembre de 2021

Lo que debe verse

por Daniel Link para Soy

En el principio fue Paris Is Burning (1990), el documental sobre cultura ball neoyorquina filmado durante la segunda mitad de los ochenta por Jennie Livingston. La escena de los balls amontonaba (y amontona) personas trans y cis-gais latinos y afro-americanos que, organizadas en “casas” (cada una de ellas gobernada por una “madre”) competían en certámenes de baile underground muy estructurados y reglados. El título de “legendario” lo obtenían quienes ganaban repetidamente las competencias.

El estilo dominante es el voguing, que Madonna estilizó en “Vogue”, video en el cual bailaron varios integrantes de la casa Xtravaganza.

Después de ese repentino éxito de algo que había funcionado en la cultura underground como consolación y como resistencia a la xenofobia, la homofobia y la transfobia hubo una brecha de varios años hasta que Ryan Murphy volvió a esa cultura para producir tres temporadas de Pose, un melodrama actuado por personas trans ambientado en los mismos salones de los que habían salido Paris is Burning y el suceso de Madonna. Además de los conflictos relacionados con la clase y el género, Murphy subrayó también el impacto de la epidemia de SIDA, que afectó gravemente a las comunidades que se daban cita en los ballrooms.

Parecía que el asunto no daba para más, pero el mainstream todo lo puede. HBO lanzó Legendary, una competencia televisiva en la que ocho casas compiten para llevarse el título de “Superior House” y un premio de 100.000 dólares.

El presentador es Dashaun Wesley, una leyenda de los ballrooms de una gracia inigualable. El jurado está compuesto por Jameela Jamil (no se entiende bien por qué), la rapera Megan Thee Stallion, el estilista Law Roach y la leyenda del vogue Leiomy Maldonado.

El show (sobre todo su primera temporada, que tuvo público en el estudio, armado en una fábrica reconvertida en escenario) satisface tanto a quienes conocen la cultura ballroom como a quienes tienen su primer acercamiento a este universo.

Cada casa compite con cinco representantes que, se supone, brillan en alguna o en varias de las categorías obligatorias: cara, cuerpo, pasarela, voguing (que a su vez incluye cinco elementos: duckwalk, catwalk, manos, piso, y giros y caídas). Vestuario, coreografía y performance son también de gran importancia y hay que decir que en el show de HBO alcanzan lo sublime.

De la primera a la segunda temporada, la pandemia y las atroces leyes del confinamiento obligaron a la producción a prescindir del público, lo que enfrió la competencia, privada ahora de la combustión espontánea de quienes habían conseguido un lugar en el estudio. Pero la gracia sobrevivió. Los bailarines no necesitan ser profesionales sino, precisamente, moverse con esa gracia infinita y esa elegancia que viene de unos cuerpos que, en otras circunstancias, habrían sido esclavizados o subalternizados y aquí aspiran a una realeza que no resuelve ninguno de los conflictos de la vida cotidiana pero que permite pensarlos como la sombra de una (otra) vida posible.

Es justo y necesario que así sea: si hemos aguantado esa otra cara de la cultura under y callejera como el hip-hop, con su heterosexismo y su misoginia de amianto, podemos ahora resarcirnos con estos reinados semanales en los que las tradicionales cuatro categorías de reinas machos, reinas femeninas, machos y mujeres se enriquecen ahora con drags, trans y queers para alcanzar las categorías máximas del reconocimiento: legendarix e icónicx.

Legendary viene del latín “legenda” que quiere decir “lo que debe ser leído” (el nombre “Amanda” tiene la misma forma). El vestuarista y miembro del jurado Law Roach ha impuesto una fórmula que repite en los momentos excepcionales de la competencia: "You did what needed to be done", hiciste lo que era necesario que se hiciera. Si volviéramos al latín, ese murmullo amortiguado, la palabra a usar sería Facenda: lo que debe hacerse, un servicio público. Por una vez, HBO ha comprendido ese mandato y nos regala un show que debe ser visto, amado, leído, esperado.

 

viernes, 27 de agosto de 2021

Queremos tanto a Jorge

 


martes, 24 de agosto de 2021

Revolución y reformismo

Por Daniel Link para Perfil

Alguna vez Quique Fogwill, a quien tanto extrañamos, se maravilló cuando le dije que estábamos haciendo nuestra tercera casa. “Hacer” es una exageración para denominar los procesos de reforma que afectaron al departamento capitalino que es nuestro domicilio principal, al departamento secundario que ahora funciona como estudio fotográfico y la media casa quinta de cuyo uso nos beneficiamos. “Yo destruí la misma cantidad de casas”, me dijo entonces Fogwill y en su tono no leí ni culpa ni arrepentimiento pero sí un poco de melancolía, como si ya no fuera capaz de excesos tales.

“Destruir” y “construir” pueden considerarse polos de una misma dialéctica. Marx escribió en 1853 en su casa londinense queInglaterra tiene que cumplir en la India una doble misión destructora por un lado y regeneradora por otro. Tiene que destruir la vieja sociedad asiática y sentar las bases materiales de la sociedad occidental en Asia”.

No es nuestro punto de vista que, en eso, abominamos del modernismo. Nos gusta hacer con lo que hay: cambiar la función de un cuarto, rehabilitar un baño, transformar un placard en un escritorio (los míos están a menudo en antiguos placares y siempre en “cuartos de servicio”).

Ahora hemos emprendido un nuevo proceso de reforma en un departamento marplatense que no es nuestro pero cuyo estatuto jurídico es tan complejo que su presunta dueña nos dejó hacer lo que quisiéramos con él.

La primera vez que lo visité quise pegarme un tiro en el paladar: estaba destruido (tal vez por eso pensé en Fogwill). Vendimos algunos muebles y refuncionalizamos otros (la cómoda del dormitorio es ahora el “centro de entretenimientos” de la sala, esas cosas). Hicimos una mesada de venecitas sobre la ruina que había en la cocina.

Reservamos para el final el cuarto de servicio, donde estará mi estudio marplatense. Ahí no hay placares, pero ya imagino cómo me las ingeniaré para que quepa mi escritorio y, por si acaso, un catre para las visitas.

Lo que era lavadero se trasformará en mi salita de lectura y después convertiremos el balcón (con una vista horrible a los más feos edificios del centro marplatense) en una terracita donde uno pueda sentarse a ver el mar, allá a lo lejos, trago en mano.

Para que esos proyectos funcionen hay que amar lo existente. Y sí, amamos Mar del Plata, amamos Constitución y General Rodríguez como Marx fue incapaz de amar (iba a poner la India, pero creo que no hace falta).

 

sábado, 21 de agosto de 2021

Gestos vacíos

Por Daniel Link para Perfil

Cualquier ciudadano de bien en los Estados Unidos reconoce que el embargo económico a Cuba es un gesto vacío o, en el peor de los casos, una concesión a los grupos anticastristas de Florida, cuyos votos son siempre una de las grandes intrigas en cada elección. Sólo así se explica la incomprensible política que al respeto sostiene la administración Biden, mucho más cerca de Trump que de Obama.

El embargo es absurdo primero por su ambigüedad (USA es uno de los principales exportadores a Cuba: alimentos, maquinaria agrícola, medicinas) y, en segundo término, porque sus efectos a lo largo de los últimos sesenta años han sido nulos para evitar la vulneración de los derechos humanos y el aumento de las arbitrariedades políticas en una isla que ahora, además, se ha declarado víctima del cambio climático y al borde de la desaparición.

Si el nivel del mar sube dentro de veinte o treinta años como está previsto, es probable que Cuba no desaparezca del todo. Florida, en cambio, con sus cayos incluidos, sí. Miami Beach se encuentra entre 60 y 120 centímetros por encima del nivel actual del mar y gran parte de la península es un pantano. La presión subterránea de la marea ya compromete la provisión de agua potable.

Más valdría abandonar los gestos vacíos y entender que la estupidez y el capricho son amenazas tanto para unos como para otros.

Si lo que nos preocupa es el sufrimiento del pueblo cubano, es claro que el bloqueo lo incrementa y puede llegar a provocar una catástrofe sin precedentes.

 

sábado, 14 de agosto de 2021

El idioma salvador

por Daniel Link para Perfil 

Un amigo (un poeta) me pasa un poema de Roque Dalton, el gran salvadoreño que abrazó la causa comunista, que estuvo preso y fue expulsado de su país, que vivió en Chile, en Cuba, en la entonces Checoslovaquia, en México, que se peleó con la nomenclatura cultural cubana, y que murió asesinado en 1975 por sus compañeros del Ejército Revolucionario del Pueblo, que lo juzgaron culpable de agente de La Habana, de la CIA, del reformismo internacional y de indisciplina. Todavía no se conoce el paradero de sus huesos.

El poema de Dalton se llama “El idioma salvador” y es una larga retahila de palabras salvadoreñas con sus equivalentes españolas: “serpentina: cerveza. llorona: naranja. perico: aguacate. frailes: huevos. balastre: rancho carcelario. canción: carne. color: café. vasallos: plátanos. san fernando: panza de res. pólvora: arroz. chipopos: frijoles. coronel: pavo. mapin: pan. mora: gallina. sorias: tortillas. pañuza: agua. barniz: salsa, condimento o comida distinta que se agrega al rancho para mejorarlo. lucha libre: fritada de vísceras de buey. desperdicio de alambre: macarrones”.

Dedicado “A los miembros de la Academia Salvadoreña de la Lengua, correspondiente de la Real Academia Española”, dice que sólo hay una lengua redentora, la lengua materna (a la que, sin embargo, todo poeta quiere transformar en otra cosa). Y dice que la lengua materna no es una, y que no se trata de registrar meramente las variantes “dialectales” como desviaciones respecto de una hipotética norma culta sino de hacer pasar el cuerpo por esa lengua amasada por unos pueblos.

Tal vez sin saberlo, Roque Dalton se inscribe en una larga tradición filológica que luchó por la independencia lingüística, en busca de la expresión americana, contra la obsesión de los académicos por un lenguaje único y concentracionario y el odio hacia las diferencias. El bogotano Rufino José Cuervo sostuvo en 1881 que, como al dogma religioso, al lenguaje también lo acecha el cisma y por eso la diferencia debe ser destruida. Ese terror letrado y comercial (porque se trata de garantizar el comercio en un mercado que se imagina ya mundial) fue contestado en 1882 por el cubano Juan Ignacio de Armas, quien puso al español en la misma situación del latín: una lengua madre de la cual se desprenderían por lo menos cuatro idiomas americanos (con un aire de familia). “Buenos Aires”, sostuvo, “va actualmente por delante en la natural formación de un idioma propio”.

Por supuesto, Juan Ignacio fue tildado de extravagante (un poco, porque las etimologías que proponía lo son) y condenado al baúl de lo inservible como un antecedente de la dialectología hispanoamericana, que en su ya centenaria existencia no ha conseguido resolver el mapa lingüístico americano precisamente porque insiste en considerar al español de América una unidad con diferentes variantes. Incluso pese a que algunos investigadores (José Pedro Roma, por ejemplo) han subrayado que muchas veces una población usa un lenguaje ininteligible para profesores que viven a 50 kilómetros (tratándose además de dos comunidades monolingües).

Tal vez sea inútil desasociar el nombre del lenguaje que utilizamos del nombre de la Patria que nos ha tocado en suerte porque esa desasociación (ese desasosiego), como operación filológica, favorecería a quienes piensan la lengua como una materia prima en un paradigma colonial-extractivista.

Las academias de hoy contestan la lección de la Tierra, que se expresa en diferencias puras, y proponen descripciones pluricéntricas. Pero esa disparatada competencia entre lo contingente y lo eterno, entre lo universal y lo particular, entre lo global y lo local sigue desconsiderando la intensidad lingüística y el carácter expresivo del lenguaje que usamos, cuyo nombre ya no debería importarnos, así como no debería importarnos la sanción de quienes sueñan el sueño concentracionario de un español vaciado de toda diferencia.

A mí, por si acaso, hablame en criollo, con todas las intensidades y la expresividad del caso. Y si no llegamos a entendernos por medio de las palabras, siempre nos quedarán los gestos.