Por Daniel Link para Perfil
Cualquier ciudadano de bien en los Estados Unidos reconoce que el embargo económico a Cuba es un gesto vacío o, en el peor de los casos, una concesión a los grupos anticastristas de Florida, cuyos votos son siempre una de las grandes intrigas en cada elección. Sólo así se explica la incomprensible política que al respeto sostiene la administración Biden, mucho más cerca de Trump que de Obama.
El embargo es absurdo primero por su ambigüedad (USA es uno de los principales exportadores a Cuba: alimentos, maquinaria agrícola, medicinas) y, en segundo término, porque sus efectos a lo largo de los últimos sesenta años han sido nulos para evitar la vulneración de los derechos humanos y el aumento de las arbitrariedades políticas en una isla que ahora, además, se ha declarado víctima del cambio climático y al borde de la desaparición.
Si el nivel del mar sube dentro de veinte o treinta años como está previsto, es probable que Cuba no desaparezca del todo. Florida, en cambio, con sus cayos incluidos, sí. Miami Beach se encuentra entre 60 y 120 centímetros por encima del nivel actual del mar y gran parte de la península es un pantano. La presión subterránea de la marea ya compromete la provisión de agua potable.
Más valdría abandonar los gestos vacíos y entender que la estupidez y el capricho son amenazas tanto para unos como para otros.
Si lo que nos preocupa es el sufrimiento del pueblo cubano, es claro que el bloqueo lo incrementa y puede llegar a provocar una catástrofe sin precedentes.
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