La enfermedad es la basura del cuerpo
y, como tal, un campo magnético que se relaciona con todo otro
basural. Enfermo, no trabajo, no leo, apenas si puedo mirar
televisión, ese depósito universal de los desperdicios de una
cultura (cuanto más indigente es una cultura, más putrefacta y
maloliente son sus desperdicios televisivos).
Paso una tarde mirando televisión de
aire. Una bailarina que ha ganado un reality gerundio y
participa ahora de un gerundio mayúsculo se queja de que su bailarín
la opaca. Aparece, en otra parte (en otro estudio), el bailarín
paraguayo, muy joven, y que posa de angelical (se confiesa un ser de
luz que sólo quiere la concordia universal), pero basta mirarlo bien
para descubrir en él a una arpía de temer. A su lado, su novio, el
culpable, dicen, por la que el bailarín había sido apodado “la
primera dama de Ideas del Sur”.
Ideas del Sur es la productora de los
shows gerundísimos y del programa que estoy viendo (dura horas
enteras, y hay llantos, disputas, intervenciones desde otros lugares
de la ciudad), cuyo único propósito es reforzar el vínculo entre
el joven bailarín paraguayo (Paraguay ha adquirido un notable
protagonismo últimamente en la farándula local) y su “novio”,
el jefe de entrenadores y coreógrafos, cuarta o quinta línea en la
cadena de mandos de la poderosísima productora, lo que, en algún
sentido, invalida el mote de “primera dama”.
El escándalo (aburridísimo) deriva,
del malestar de la bailarina ganadora del gerundio veraniego y
participante estrella del gerundísimo prime-time actual, al
favoritismo y la corruptela del “ambiente” (el novio paraguayito
del responsable de los castings habría desplazado al anterior
partenaire de la chica opacada). Una y otra vez se subraya lo que fue
anunciado con bombos y platillos: el paraguayito está de novio hace
meses con el empleado del jefe, y no con el Sr. Tinelli, con quien el
bailarín habría sido asociado sentimentalmente (y de ahí su
posición de “primera dama”), cuya cuenta de twitter fue
intervenida por una mano anónima y maledicente.
¿Es el Sr. Tinelli, magnate
televisivo, más allá del bien y del mal, como el hombre invisible,
capaz de sostener una relación sentimental con un bailarín
paraguayo que es por fuera todo luz y ternura? Por supuesto que sí.
¿Dice eso algo sobre la sexualidad del Sr. Tinelli? Por supuesto que
no. Por eso se apresuró, contra el mar de sospechas de los
comentaristas de los vaivenes sentimentales del basurero televisivo,
en subrayar su hombría y su masculinidad (puesta en duda, semanas
antes, por su amigo el Sr. Diego Maradona).
El poder, ya se sabe, se asocia con la
impunidad y, rodeado como está desde hace años de los más
preciados bocados de carne masculina, el Sr. Tinelli bien puede haber
querido hincar el diente en esas carnes sin que eso significara
abrazar la causa de los jurados de su show, la mariconería (en
México se llama a esa especie de varones: “macho probado”).
En eso, lo preceden otros conductores
de televisión (hay uno, rubio, que fue el acompañante no
terapéutico de un cantante folklórico). Aunque no necesito levantar
el teléfono para obtener una confirmación de lo que estoy viendo,
lo hago, y un bailarín amigo me confirma la especie: un amigo suyo,
también bailarín, “estuvo con Tinelli”. Por supuesto, me río a
carcajadas porque la loca siempre tiene un amigo que tiene un amigo
que ha fatigado las sábanas... del Papa, o de Obama o de Jorge
Borges. La loca vive de esa mitología según la cual todo lo posible
ha efectivamente sucedido.
A mí me convence más esa pantalla
pseudo-escandalosa que inunda la tarde televisiva del primer día
hábil de septiembre, armada para tapar el escándalo mayor, el
verdadero: que el zar de la televisión (heredero de Alejandro Romay,
por lo tanto) haya sucumbido a tanto bulto y a tanto glúteo modelado
por el baile.
Tal vez algún día el Sr. Tinelli,
cansado de mentirse a los demás y a si mismo, nos mire a los ojos y
nos diga que no es sólo un taco lo que se ha puesto (como dijo el
Sr. Maradona: quien se pone un taco ya está para cualquier cosa).
Ahora bien, después de todo: ¿a quién
le importa, salvo a los basureros?