lunes, 30 de junio de 2014

Pido ayuda a los diosescillos de la TV


Es por una demanda entre la cámara que reúne a las discográficas locales y el sitio de intercambio de archivos; lo comunicó hoy la Comisión Nacional de Comunicaciones

Daniel Link en Santa Fe

En este raro video, Daniel Link explica por qué se mudó a Santa Fe, sus saudades infantiles, los traumas edípicos, la pena por la muerte de la madre de su marido, el significado personal que para él tiene Book of Shadow y otras cosas sobre las que nadie le preguntó nada pero que es conveniente saber, en estos tiempos de desasosiego....





domingo, 29 de junio de 2014

Dicen que...

Ensayos del yo en Los años 90 de Daniel Link

Mariela Herrero (UNR, herreromariela@gmail.com)
en el III Congreso Internacional Cuestiones Críticas (Rosario: abril de 2013)

La novela de Daniel Link, Los años 90, postula este intento de recuperar una experiencia a partir de una narrativa de ficción que incorpora formas y tentativa por capturar, a través de esa experiencia personal, una experiencia epocal en la que se inserta el individuo, esa misma experiencia se ve mediatizada; esto es, la obra se articula a partir del montaje de testimonios y discursos de “segundo grado” (Sarlo; 2005: 115). Hay una marcada insistencia por exhibir la intimidad, por hacer visible los restos de una presencia que no puede ser completa ni constante. Por ello, el sujeto de la experiencia, que es también el personaje de la novela, se autofigura en el montaje de testimonios externos, y mediante la reconstrucción de formas que remiten de alguna manera al archivo o la memoria, puesto que a ese sujeto desmembrado le es imposible hacer la propia reconstrucción de su subjetividad por la discontinuidad sufrida en la experiencia actual, por la proliferación de tecnologías que rodean al hombre. Es, podríamos decir, un sujeto que se construye en el límite, en la frontera entre algo que está dejando de ser (el espacio de lo íntimo) y lo que ya es inevitable: la exagerada exposición que los dispositivos mediáticos provocan. En ese sentido puede leerse una tensión entre, por un lado, los vestigios de una modernidad que ya es prácticamente anacrónica y los atisbos de una literatura, una escritura por venir; moldeada y permeada por las nuevas percepciones y sensibilidades que emergen en relación con lo tecnológico y sus potencialidades experimentales. Se busca hacer evidente un descentramiento del sujeto o voz enunciativa, a fin de crear una pluralidad de puntos de vista. De ahí que el primer capítulo -que funciona como presentación del personaje- se articule siguiendo una estructura que emula la representación cubista al ofrecer un perfil múltiple del protagonista. Dispuestos a modo de abanico, los mensajes que registra el contestador automático de Manuel, dan una versión variada y fragmentaria de su persona, evitando el punto de vista único y totalitario. Así, la construcción del personaje que, por otro lado, guarda varias similitudes con el autor de la obra, se elabora mediante un proceso de recolección, una interacción de planos que remiten de igual forma a las diferentes facetas de un mismo individuo. Mientras el protagonista permanece ausente en Los años 90, se lo refiere por partesy así empieza a cobrar una forma del personaje que, aunque no acaba de solidificarse nos permite hacernos una idea de algunos datos significativos. Siguiendo la técnica del collage, el primer capítulo de la novela se construye en base a una heteroglosia que reenvía a una pluralidad de registros, jergas, niveles, marcas culturales e identitarias, favoreciendo una imagen perforada y discontinua del yo que opta por esta “autorrepresentación negativa”.

(el texto completo, acá


sábado, 28 de junio de 2014

Pensar con imágenes


Una blanca calma
 
Por Daniel Link  para Perfil

Según la interpretación corriente, en “La alegoría de la primavera” (1477-78) de Sandro Botticelli, Venus está en el centro del cuadro. Sobre ella, su hijo Cupido dispara a tontas y a locas flechas contra las Tres Gracias (Voluptas, Cástitas y Pulchritudo) mientras Mercurio se entretiene cortando naranjas o mandarinas (en cuyo nombre clásico, medica mala, se adivina a los Médici). A la izquierda de Venus, una pequeña escena narrativa que muestra a la ninfa Cloris perseguida por Céfiro, dios del viento y responsable de su transformación, más adelante, en Flora (la de traje muy ornamentado).
Una interpretación semejante quiere subrayar (alegóricamente) el rompimiento con la pintura cristiana medieval mediante la elección de un tema completamente pagano: eso sería el humanismo renacentista.
Hace muy pocos años (pero no tan pocos como para que el mundo no se haya dado por enterado), Giovanni Reale propuso otra lectura (Le nozze nascoste o La Primavera di Sandro Botticelli, 2007). Según su teoría, el cuadro representa las bodas entre Mercurio y Filología, como las narró Martianus Capella, un erudito cartaginés, en su célebre tratado De nuptiis Philologiae et Mercurii (c480) que, pese a su paganismo, fue de lectura obligada a lo largo de toda la Edad Media.
Mercurio (el dios del comercio, de la comunicación y la hermenéutica de los sueños) al no poder casarse ni con la petulante Sofía (Sabiduría), la drogada Mántica (Manto, la hija de Tiresias, también ella adivina) o la aérea Psique (el alma) se desposa con Filología (la del centro del cuadro), mortal de curiosidad insaciable que pasa las noches estudiando. El Divino Furore empuja a Poesía en brazos de Retórica (la de traje ornamentado).
Esta lección es más interesante: explica la supervivencia de unas imágenes a lo largo de mil años y subraya la importancia del sistema educativo (la materialidad textual) en las transformaciones culturales.

viernes, 27 de junio de 2014

jueves, 26 de junio de 2014

Pobre mi madre querida

por Daniel Guebel para Perfil

El día en que un juez norteamericano nos desasnó de que estamos condenados a pagar como alumnos desobedientes una deuda que hace años fue juzgada como ilegal, ilegítima y fraudulenta, aun más, que estamos condenados a seguir pagando cada vez más y más –y nadie relee a Masoch y a su continuador Kafka, que convierte a la víctima en parte del látigo que lo azota–, ese mismo día me enteré, además, de que había un video, quizá trucho, que pretendía probar que Yacyretá tenía las estructuras viejas y oxidadas y quebradas, y que está a punto de reventar y que cuando ocurra los buitres que asuelan la Argentina podrán venir a cobrarse lo que les falta si consiguen rescatar un peso de las bóvedas del Banco Central, escondidas, para entonces, bajo olas de tres metros de altura. Ese mismo día viví sumergido bajo las imágenes de ese terror futuro y posible, imaginando estrategias de sobrevivencia, rescates y agonías, recordando las escenas de la inundación en La Plata. Todo puede pasar, incluso que el planeta colapse por el vacío que se produce por la extracción de líquidos que aprovechamos para quemar en la atmósfera impulsados por la necesidad de correr hacia ninguna parte. De esa no nos salvaría ni nuestro papa Perón-Francisco, porque lo ocurrido sería consecuencia del plan divino. Quien sabe. Vivimos en un mundo frágil que flota a merced de los vientos cósmicos en un universo que se integra con otros universos conectados o no con el nuestro. ¿Dónde irán a parar mis libros cuando yo no esté? En todo caso, en medio de esa pasión melancólica por la catástrofe, tuve un recuerdo.
Como parte de un proceso de ascenso social que nos sacaría alguna vez de las calles de tierra del barrio de San Andrés, partido de San Martín, provincia de Buenos Aires, mi madre, además del curso de inglés obligatorio para aspirantes a la clase media, incursionó en un arte precioso y sofisticado y exótico: el ikebana. Ella y un par de amigas asistían a las clases que impartía con kimono y todo una integrante selecta de la colectividad nipona, la profesora Tazuko Nimura. La recuerdo arreglándose con todo esmero, recuerdo las cataratas de spray esparciéndose en cascada por su pelo para fijarlo en esa forma cóncava y rígida, estilo Jackie Onassis viuda, y cuyo último grito de moda sobreviviente lo sostuvo alevosamente Isabelita Perón. A eso sumaba anteojos a la moda, oscuros, con perlitas falsas  en el marco. Y luego partía, a adentrarse en los secretos de ese ornamental salto oriental.
De su práctica aprendí que no hay arte sin tormento: para saciar su pasión por lo decorativo, los familiares cortábamos plumerillos del costado de las rutas, juntábamos hojas caídas de los árboles. Pero mi madre, a cambio de nuestra profusión cambalachera, seleccionaba muy rigurosamente la vegetación apta para ingresar a las dignidades del ikebana. En general, se inclinaba por ramas finas y largas, cuyas curvas naturales ella transformaba introduciendo, en el decurso ascendente de la materia fresca y verde, alambres finísimos. Atravesada por ese endoesqueleto, cada rama, en sus manos, adquiría por fin la forma definitiva, y luego era a su vez clavada en una base, llamada pinchaflor, especie de paño de metal, rectangular o circular, provisto de pinches o puntas de clavos. El conjunto de ramas tiesas en su ilusión de movilidad alegórica quedaba expuesto en un jarrón que decoraba el centro de mesa. Aquella obra duraba días o semanas, y era reemplazada en su momento por otra. Pobres como éramos, en casa vivíamos en un paisaje de elegancia quieta y terrorífica, cuyas condiciones se aceleraban cada fin de año, cuando la profesora Nimura lanzaba la convocatoria al concurso anual de ikebana. Entonces mi madre proliferaba febril en ramas y alambres, meditaba sobre movimientos y torsiones, y el día señalado, mejor vestida y con más spray que nunca, partía con su obra de ramas muertas al concurso. Sus obras eran increíbles, extraordinarias, eran la dolorosa belleza de nuestros días. Sin embargo, la inclemencia de este mundo que se inunda y explota a cada rato no le proporcionaba nunca más que una primera o segunda mención. Increíblemente, los mayores lauros se los llevaba siempre la guacha de Esther Fernández. 


Pulp fiction

¿Se puede pensar una historia en la que intervengan al mismo tiempo los grandes personajes góticos de la época victoriana (Drácula, Frankenstein, Dorian Gray, Jeckyll/ Hyde, Jack el destripador, etc.)?
Una vez ya se hizo, con un resultado calamitoso: mejor es olvidarse de La liga de los caballeros extraordinarios (2003).
Como se trata, de todos modos, de una hipótesis módica, mejor sería levantar la apuesta: ¿se puede pensar en una historia en la que los grandes monstruos góticos de la época victoriana funcionen como personajes secundarios? Y sí... por ese lado, el asunto se vuelve más interesante.
Penny Dreadfull se estrenó el 11 de mayo pasado y la primera temporada ya terminó con extraordinario suceso. El título se refiere a las ficciones de horror que se vendían a un penique en el Londres del siglo XIX. Creada y escrita por John Logan y Sam Mendes y dirigida por Juan Bayona para Showtime, la serie mezcla con inteligencia los hilos más conocidos de las historias fundamentales del terror decimonónico. La inteligencia, en este caso, tiene que ver con una historia que no se sabe bien a dónde va a ir a parar (tratándose de historias ya muy transitadas, es todo un mérito) contada con morosidad, eficacia y encanto.
La producción es extremadamente cuidada, los diálogos son siempre inquietantes y el casting es soberbio.
El asunto es más o menos así: Sir Malcolm Murray (un viajero incansable a territorios africanos, desempeñado por Timothy Dalton) busca a alguien, junto con una rígida y bellísima acompañante, Vanessa Ives (interpretada magistralmente por Eva Green). Incorporan a la partida, porque entre ellos dos no dan pie con bola al tirador norteamericano Ethan Chandler (desempeñado por un encantador Josh Hartnett que, como no es muy dado al desnudo, ha sido fakeado en diversas actitudes explícitas por sus admiradores de Internet), a quien le entregan una pistola con balas de plata. Y, más adelante, piden la consulta del Dr. Frankenstein, un médico que hace un uso inmoderado de las drogas de moda de la época.
Por supuesto, Sir Malcolm es el padre de Mina Murray, a quien Drácula ha secuestrado. Y, por supuesto, el Dr. Frankenstein ha dado vida no a una, sino a dos criaturas monstruosas (una de las cuales trabaja en un teatro, desde donde espía a los actores como el Fantasma en la Ópera).
Pronto conocerán a Dorian Gray, un decadente coleccionista de retratos (desempeñado por Reeve Carney, conocido por haber desempeñado a Spiderman en Broadway, mucho más dado a sacarse la ropa, con una naturalidad que le agradecemos).
Una de las compañías de Dorian es Brona Croft, una joven prostituta tuberculosa que tiene la poco sana costumbre de toser sangre en la cara de sus partenaires sexuales, lo que excita enormemente a personas carentes de moral como Dorian y despierta los sentimientos más nobles de abnegados como el bonachón norteamericano, Ethan, quien a la larga se convertirá en su novio. En la piel de Brona aparece la queridísima Billy Piper, cuyo rol seguramente crecerá en la segunda temporada porque no es justo que la tengan en un plano tan segundo.
Por cierto, pronto Dorian llevará a su cama a Vanessa (que se vuelve loca) y también a Ethan (a quien sodomiza con su apasionado consentimiento).
¿Qué más quieren? Ah, sí... Van Helsing es asesinado bastante rápido y no juega un papel importante en esta nueva versión, y hay una amenaza licántropa sobre la que mejor es no adelantar demasiado.
Los protagonistas de la serie son Josh Hartnett (Ethan) y Vanessa Ives (Eva), cuyos pasados son aparentemente tan complejos como su presente (no en vano se quieren tanto, hasta el garche con el mismo muñeco). Drácula no es el aristócrata decadente al que estamos acostumbrados y un personaje importante arrastra un trauma sexual desde su adolescencia, lo que, aparentemente, desemboca en un desafuero que tanto puede ser una enfermedad de los nervios (estamos en el siglo XIX) o una posesión diabólica.
No pidan más, porque hay más. Pero descúbranlo ustedes.
La serie es deliciosa en sus ritmos, en los enigmas que plantea, en la intensidad de las escenas que van enhebrando el terror a lo que está más allá de la muerte y que, por eso mismo, obliga a pensar en la cualidad total de lo viviente.
A lo largo de los diferentes episodios hay fiestas, visitas a jardínes (esa pasión tan británica), exploraciones nocturnas, aullidos a la luz de la luna, trepanaciones, combates desiguales con potencias infernales, hablas incomprensibles en lenguas muertísimas, reproches, revelaciones, asesinatos, sesiones fotográficas, representaciones teatrales, flashbacks.
No hace falta comparar Penny Dreadfull con cualquiera de las series agónicas con las cuales compite. Su inteligencia es muy superior, su belleza extremadamente sombría, los misterios que propone, apasionantes.

miércoles, 25 de junio de 2014

Aproveche su aguinaldo


Abierta la inscripción. Comunidad UNTREF, gratis. 
Aranceles resto del mundo: $ 100 / $ 70 (estudiantes con libreta de otras universidades) hasta el 31.07. 
$ 150 / $ 100 (estudiantes con libreta de otras universidades) a partir del 1º de agosto.

¡Faltaría más!

Los docentes universitarios rechazaron la oferta del Gobierno y continúa el paro

El integrante de la Mesa Nacional de la Conadu Histórica, Néstor Correa, ratificó que "la resolución del Congreso fue la continuidad del paro nacional".

martes, 24 de junio de 2014

Colección otoño-invierno 2014


(Gracias, Mariano)

domingo, 22 de junio de 2014

¡Paren las rotativas!

Extraordinario hallazgo de Diego Bentivegna:


(bajo la dirección de Juan Barja, director del Círculo de Bellas Artes
producción y coordinación: César Rendueles) 

 

sábado, 21 de junio de 2014

En el camino


Por Daniel Link para Perfil

La semana que pasó fue muy dura para los docentes universitarios de todo el país, quienes (luego de dieciocho meses de salarios congelados) recibieron una oferta del Ministerio de Educación en la Mesa Nacional de Negociación Salarial (MNNS) consistente en un aumento escalonado en tres cuotas: 16,5% desde julio (a cobrar en agosto), 5% desde septiembre (a cobrar en octubre) y 5% desde noviembre (a cobrar en diciembre), hasta junio de 2015 y sin ningún retroactivo.
En consecuencia, el Plenario de Secretarios Generales decidió el viernes 13 en Tucumán un Paro Nacional en todas las universidades (y colegios universitarios) desde el sábado 14 hasta el próximo lunes 23, cuando el Congreso de la Federación evaluará el estado de la negociación y decidirá los pasos a seguir.
El ofrecimiento salarial realizado por el Gobierno resulta ofensivo para los docentes, cuya función no se agota en la preparación y el dictado de clases, sino que involucra también la investigación académica, la participación en programas de extensión, el dictado de cursos en prisiones, la tutoría de tesis de licenciatura, maestría y doctorado y una creciente carga de tareas administrativas, todo eso entre febrero (cuando comienzan las mesas de exámenes) y hasta muy entrado diciembre.
Es por eso que, teniendo en cuenta el congelamiento salarial y la creciente pérdida del poder adquisitivo, los gremios reclaman un aumento del 40 % y un mínimo de $ 8.000 para el cargo testigo.
Lo que está en juego es demasiado: la supervivencia del sistema de formación superior porque, si los camioneros y otros gremios (industrias de la alimentación, aceiteros, indumentaria, plásticos y farmacia) consiguen aumentos superiores al 30 % anual, resulta obvio que más temprano que tarde quienes trabajamos en la Universidad comenzaremos a revisar nuestras vocaciones. Yo tengo registro y me gusta la ruta. Denme un camión y conquistaré el mundo.

viernes, 20 de junio de 2014

¿Cuál Foucault?


Por Daniel Link para Soy


A treinta años de la muerte prematura de Foucault (uno de los más graves episodios que habrá que asociar siempre con la epidemia de HIV) corresponde preguntarse qué Foucault recordamos.

No me refiero necesariamente a qué fragmento de pensamiento suyo nos aferramos como a una tabla de flotación en un mar enfurecido, porque para eso habría que responder primero qué relación tenía Foucault con el pensamiento, sino a algo más elemental: qué imagen de Foucault sobrevive en nosotros cada vez que pronunciamos su nombre.

Yo, que no me canso de adherir a su credo, he reivindicado, en varias oportunidades, el Foucault cartógrafo, el que traza mapas estratégicos de investigación, de pensamiento, de escritura: que las traza (que los trazó) quiero decir, para mí, indicándome qué cosas podía yo decir y cuáles no, una vez que me puse a usar esos mapas (por ejemplo: puedo decir matrimonio universal, pero nunca, bajo ningún concepto, “igualitario”).

Me gusta, también, el joven Foucault, que manejaba alocadamente un Jaguar convertible beige por las rutas de Uppsala, donde se había instalado en 1955 como lector de francés por recomendación de Georges Dumézil, uno de sus queridos maestros.

Me fascina el Foucault revoltoso, que, vuelto de Túnez, se puso al frente de la reforma universitaria en Vincennes a partir de diciembre de 1968, pese a las reticencias que siempre sostuvo en relación con el mayo francés (“Lo que vi en Francia en 1968-1969 es exactamente lo contrario de lo que me había interesado en Túnez en marzo de 1968”): la invención filósofica, en esos dos años intensos, pasó no sólo por la forma-libro sino también, y sobre todo, por la forma-institución.

Admiro (y me da miedo) el Foucault polemista, el calvo (cabeza rasurada) de mirada maquiavélica y risa burlona capaz de destruir a cualquier adversario sin perder la elegancia, subrayando apenas los errores de argumentación del otro y repitiendo “yo no dije eso”.

Me dejo llevar por las ensoñaciones y los chismes hacia el Foucault carioca (o bahiano), disfrazado de Carmen Miranda y me doy cuenta de que las imágenes de Foucault que voy enhebrando no se corresponden propiamente con una “personalidad” o con un “cáracter”, por supuesto, tampoco con ninguna “identidad”, sino con poses y maneras de relacionarse con el mundo: suturas.

Hay una cicatriz provocada por la ausencia de un personaje (conceptual) amado y uno recurre a la propia memoria, pero también al propio deseo, para sostener ciertas imágenes como una forma de sobrevida austera, liminar, acaso fantasmática, pero con una potencia de futuro similar a la que se deduce de lo que Foucault escribió, de lo que hizo al escribir, de su risa, de su preocupación por el propio presente y el modo de relacionarse con él.

“Mi Foucault” es un rompecabezas mal armado que nunca entregará una imagen definitiva, completa y plana: es más bien un boceto que se pierde en un pliegue corporal. Ése es el Foucault que yo abrazaría, si pudiera. Contra el mandato arrogante del “yo soy y ésta es mi verdad” prefiero el “existo en este cuerpo que no sé qué es, ni a quién pertenece, ni por cuánto tiempo; existo en relación con tales reglas (que no son proposiciones de verdad, sino indicadores de direccionalidad, forma de vida)”.

Se puede pensar el presente y el mundo de cualquier manera, pero no se puede amar el presente y el mundo sino foucaultianamente.


jueves, 19 de junio de 2014

"Nada que ver"





lunes, 16 de junio de 2014

Carta al padre


Carta al Padre

Por Daniel Link para Radar Libros (
Buenos Aires: domingo 22 de noviembre de 2000)

Lunes
 
 
Querido Foucault:

Cuando era chico mis mapas eran los mejores del colegio. Los hacía mi papá --que ahora está muerto--, en papel de calcar con tintas chinas de diferentes colores. Particularmente brillante fue mi exposición de los Estados Unidos, con mapas trazados a gran escala en cartulina blanca. En algún momento de mi vida mi padre dejó de hacerme los mapas y supongo que, desde entonces, no he hecho sino esperar que alguien trazara los mapas que yo, sucesivamente, iba necesitando: Enrique Pezzoni, Roland Barthes, Gilles Deleuze, vos mismo.
Ahora llega a mis manos Defender la sociedad, ese curso que dictaste en 1975 y 1976 en el Collège de France y que, de pronto, me devolvió la conciencia de que había andado por el mundo, en los últimos años, sin esos mapas que me orientaban por los caminos de la vida.
Mientras leía este curso bellamente editado por dos de tus fieles alumnos, FranÇois Ewald y Alessandro Fontana, no podía sino dejar de reprocharme que, la primera vez que estuve en París, vos ya no estuvieras allí y yo no hubiera podido ir a escucharte. En cambio, recalé (sin demasiado entusiasmo) en el seminario del "enemigo" Derrida. El azar quiso que, antes de una de sus clases, los dos coincidiéramos en mingitorios contiguos. Desprecie esa burla del destino que me ponía al lado de quien menos me interesaba, aquel que vos habías tan sabiamente destruido, y con palabras tan bellas, en "Mi cuerpo, ese papel, ese fuego" (1972), que fue por muchos años uno de mis textos de cabecera, junto con "Qué es un autor" (1969), donde también te dedicabas a dinamitar las odiosas premisas derrideanas. Desprecié esa burla del destino que me ponía ante una liturgia aburrida y ante palabras que yo ya conocía y que no me servían sino para recordar años pasados: la melancolía.
Si yo necesitaba mapas que me orientaran en la selva del mundo y ordenaran los caminos de mi espíritu un poco trastornado, nunca encontré ningún mapa más delicado o más bello que los tuyos.
Ahora leo Defender la sociedad y abomino del destino que no me dejó que asistiera a ninguna de tus clases. Y te extraño como sólo puedo extrañar a esos hombres que hicieron mapas para mí.

Martes

Querido Michel:

En la primaria tenía un amigo, el "loco" Bergman, con quien inventábamos mapas (los envejecíamos y olvidábamos que los habíamos hecho nosotros para encontrarlos más tarde "por azar") de "tesoros escondidos" que nos dedicábamos a buscar con pasión maníaca. Había algo de la inversión en nuestro juego: invertíamos la realidad y la ficción y después, con una pirueta incomprensible, invertíamos otra vez la ficción y la realidad porque, en efecto, encontrábamos esos tesoros. Alguna vez aprendí que el truco de Marx para volverse famoso fue utilizar el sencillo dispositivo de invertir el conocimiento existente para transformarlo en otra cosa. Contra la certeza hegeliana de que el Estado es la fuerza que da forma a la sociedad civil, Marx venía a afirmar que era la sociedad civil (o, mejor, la lucha de clases) lo que determinaba la forma del Estado. Al mismo tiempo yo leía Las palabras y las cosas (1966) --de entre tus libros el que más me costó entender-- y disfrutaba tanto del análisis de Las Meninas (que comparaba con el de Severo Sarduy) como de la bouttade de escribir que el pensamiento de Marx no era sino una tormenta en un vaso de agua. Vos también habías entendido (y asimilado) la lección marxiana de operar por inversiones.
De ahí tus dos grandes operaciones respecto del poder y respecto de la sexualidad. Vos decías que el poder, al reves de como siempre se había planteado, no adopta una forma piramidal de distribución social, desde el soberano hasta los estratos más bajos de la sociedad, sino que el poder se ejerce capilarmente, localmente. Lo que se llama una "microfísica de poder", decías, supone tanto tácticas locales y capilares de ejercicio del poder como de resistencia a sus coacciones. Que el Estado se aprovechara, luego, de esos "dispositivos de disciplinamiento" era una historia secundaria, terrible en sus efectos, pero secundaria. Eso se leía en las estremecedoras y bellas páginas de Vigilar y castigar (1975) --¿te sorprendería, te daría risa que hoy los jóvenes lean ese libro con el mismo fervor que antes aplicaban al Zarathustra de Nietzsche?-- y en este curso que ahora llega a mis manos, Defender la sociedad.
En otro de tus libros gloriosos, la Historia de la sexualidad (1986), decías (contra el sentido corriente, que venía de Herbert Marcuse y de Wilhelm Reich, de mayo del 68) que no había que pensar que el poder se inscribiera en los cuerpos reprimiendo la sexualidad. Muy por el contrario, lo que el poder hace con la sexualidad es hacerla estallar, multiplicarla (a través de la confesión católica, a través del habla apenada del paciente psicoanalítico). El poder es coactivo, pero lo que ordena no es callar la sexualidad sino exponerla, multiplicar el discurso que la sostiene y también el carácter único de esa experiencia mediante la continua invención de clases de perversiones --y te gustaba hacer la arqueología y el catálogo de esas perversiones, desde la Historia de la locura en la época clásica (1961) hasta la Historia de la sexualidad.
Los mapas que trazabas habían comprendido tal vez mejor que nadie la lección de Marx: en la inversión del conocimiento previo, en el esfuerzo que supone obligarse a pensar en contra encontrabas la garantía de la vitalidad de tu propia pensatividad, de tu práctica política y de las verdades que procurabas enseñarnos.
Tu actitud paradójica es una herencia difícil de resolver para nosotros. Si habías invertido a Marx y a Weber, para seguir tu ejemplo (tus mapas, tus caminos) sólo nos quedaba invertir tu pensamiento y volver a Marx o a Weber. Muchos de nosotros, en efecto, cuando ya no nos quedaba ni Deleuze como consuelo, nos volvimos weberianos. Otros seguimos sosteniendo a Marx, pero con mucha aprensión y mucho miedo de estar equivocándonos de rumbo. Otros, porque vos en cierto modo lo habías anticipado, volvían a las teorías de Lacan. Si estuvieras aquí, seguirías escribiendo nuestros mapas y no tendríamos estas incertidumbres dolorosas: ¿Cómo es legítimo actuar, Michel, cuál es nuestro camino?

Miércoles

Michelle:

Alguna vez alguien me contó que cuando ibas a una fiesta --vos, que tenías esa cara tan de película de terror de clase B-- te disfrazabas de Carmen Miranda. Ignoro si había algún fundamento de verdad en ese chisme, pero me hubiera gustado encontrarte así en alguna fiesta. Diste una serie de conferencias en Río de Janeiro y quiero suponer que te habrán alojado en el hotel Gloria. Tampoco estuve en esas conferencias (recopiladas en La verdad y las formas jurídicas, 1974), pero me hubiera encantado ver cómo te las arreglabas para responder los ácidos comentarios de los cariocas presentes. Defender la sociedad es el primero de tus cursos que leo. Pensaba que no tenía mayor interés revisitar esos mapas ya conocidos. Ahora me doy cuenta de que me equivocaba: en la transcripción de la palabra que pronunciaste públicamente encuentro un estilo pedagógico que intenté siempre copiarte (como cuando, en La verdad y las formas jurídicas proponés ese juego, esa adivinanza sobre una institución aterradora que controla todo el tiempo de los hombres y mujeres que encierra. "¿Qué es esto?", decías. "¿Qué puede ser?" Y era una fábrica: la utopía capitalista en su momento más triunfante y más cínico).
Qué ganas, ahora, de haber estado en una de tus clases y haber podido contestar con solvencia una de esas preguntas tramposas que, por puro placer estético, lanzabas a una audiencia atónita. Me acuerdo también de esa vez que, en una entrevista, un historiador te revelaba un dato que ignorabas: la fecha exacta en que se inventó la mamadera, lo que disparaba hacia adelante el mapa que, en relación con la formación de la familia moderna, estabas trazando por entonces. "¡Que el cielo se desmorone sobre mí!", exclamaste muerto de risa y un poco encabronado porque ese fecha se te había escapado.
Qué ganas de haber sido tu mejor alumno, qué ganas de haberte encontrado --después de contestarte con precisión y petulancia juvenil-- en una fiesta, disfrazado de Carmen Miranda. No me hubiera atrevido a hablar por miedo a tus carcajadas ante mi autista incapacidad para cambiar tan rápidamente de registro. Michel, Michel, qué ganas de haber estado en un rincón, en esas fiestas.


Jueves

En un texto injusto, Jürgen Habermas te ponía del lado de los jóvenes conservadores, como si fueras un aliado sofisticado de los neoconservadores que proclamaban, durante la década del ochenta, el fin de la modernidad. Nunca respondise esa acusación infame y el propio Habermas tuvo que corregir su apreciación. Después de todo, en "Qué es la ilustración" (1983) habías deslizado, como al pasar, que tu forma de entender el mundo encontraba un antecedente en la teoría crítica desarrollada por los frankfurterianos de primera generación (de quien el mismo Habermas se decía heredero).
Una casualidad te llevó a la televisión junto con Noam Chomsky y tuvieron un diálogo memorable que Mitsou Ronat reprodujo en un libro llamado Conversaciones con Noam Chomsy. El lingüista, tan salvajemente anarquista, terminó reconociendo que tanto él como vos estaban intentando dinamitar la misma montaña desde diferentes ángulos. Nunca terminé de saber si esa metáfora te gustaba. En todo caso, estaba bien que otra de las cabezas del siglo se rindiera ante tu habilidad retórica y ante tu rigor conceptual a prueba de televisores. Nunca pude ver ese programa. Nunca pude sino imaginar tu cuerpo, tus ademanes (ese papel), las inflexiones de tu voz (ese fuego). Una vez escribí un libro que incorporaba a la firma del autor la indicación "y sus amigos". Entre esos amigos estaban un tal Rolando Barto y un tal Miguel Fucó. Yo era ingenuo, entonces, y no sabía todavía el abismo de la deuda y la gratitud que, para siempre, se interponía entre yo y ustedes. Ninguna amistad así es posible. Yo no podía sino repetirte, usar tus mapas.


Viernes

Querido Michel Foucault:
Una cosa es la disciplina, decís en Defender la sociedad, y otra cosa es la soberanía. Y también insistís en invertir el aforismo de Clausewitz: no es que la guerra sea la continuación de la política por otros medios sino que la política es la guerra librada por otros medios ("La ley no nace de la naturaleza, junto a los manantiales que frecuentan los primeros pastores; la ley nace de las batallas reales, de las victorias, las masacres, las conquistas que tienen su fecha y sus héroes de horror").
El mapa que trazabas, entonces, no era un mapa que sirviera para descubrir algún tesoro --como sí lo eran La arqueología del saber (1969) o "La vida de los hombres infames" (1977) o el "Prefacio a la transgresión" (1963), que memorizábamos como si se tratara de poemas.
Venías a decir que hacían falta mapas estratégicos, mapas de combate, porque estábamos en guerra permanente (y la paz era, en ese sentido, la peor de las batallas, la más solapada y la más mezquina). El terreno estaba minado por el enemigo: había que tener un gran cuidado. ¿Cómo no seguir tus recomendaciones?
Porque insististe en desarrollar un cierto activismo político en relación con las prisiones y sus efectos sobre el cuerpo de los delincuentes, muchos de nosotros fuimos a las cárceles, a ver, a escuchar, a hablar. ¿Pensábamos encontrar a nuestro propio Pierre Rivière? Ibamos, como quien se piensa como una avanzadilla de un ejército disperso en una guerra nunca declarada. Estuve en la cárcel de San Nicolás y sentí miedo y asco cuando pude comprobar la forma en que la disciplina y la soberanía operaban sobre esos cuerpos. Vos ya lo sabías, yo tuve que aprenderlo.
Después conociste los Estados Unidos, California. Y la doctrina de la corrección política te acosaba (¡tan luego a vos!) para que hablaras de tu sexualidad e hicieras públicas tus "inclinaciones". Con qué repugnancia habrás recibido esas demandas que no hacían, en última instancia, sino volverte víctima del dispositivo que vos mismo habías descripto y descalificado. Uno de tus biógrafos, Miller, intentó sostener el relato de tu vida a partir de tu muerte, víctima del Sida. Insinuaba que seguiste tuviendo relaciones sexuales "descuidadas" luego de conocer tu diagnóstico, fatal en ese entonces. Insinuaba que tus últimos textos debían leerse en relación con la fascinación que las prácticas sadomasoquistas habían despertado en vos. Ya no te disfrazabas de Carmen Miranda sino de Tom de Finlandia.
No es que Miller no te quisiera tanto como nosotros, sólo que no entendía los mapas, se equivocaba en la comprensión del alcance de la guerra que estabas sosteniendo y se ponía, todavía, del lado de la moral que, vos lo sabías, Nietzsche había desmontado para siempre.
Hay que reprocharte, eso sí, tu impaciencia, tu ansiedad, tu in-disciplina. Diez años después te hubieras contagiado, de todos modos, pero hubieras sobrevivido como un mutante conectado para siempre a la máquina farmacológica y a esas biopolíticas que, precisamente en Defender la sociedad empezabas a definir. Y yo seguiría teniendo los mejores mapas de la escuela. O, al menos, la esperanza de tener a quien pedírselos.

Sábado

Foucault:
Cuando asumiste tu cátedra en el Collège de France pronunciaste una "Lección inaugural" de una belleza que anticipaba la igualmente célebre Lección (1977) de Roland Barthes. El orden del discurso (1971) --como La verdad y las formas jurídicas, como las polémicas que tanto te gustaba mantener (y publicar) con los diferentes sectores de la izquierda, como estos cursos que ahora, felizmente, se publican-- es un mapa interior de tu propio pensamiento. "¿Hay que continuar?", te preguntabas siguiendo a Beckett. "Y sí, y sí", decías. Pero lo ideal sería si se pudiera comenzar a hablar como si no estuviera hablando uno --esa repugnancia al nombre propio, al nombre del padre, a la marca de fábrica-- sino como si se estuviera continuando un discurso que había empezado antes y que uno, sencillamente, se encargaba de seguir. Mapas de tu pensamiento: lo que habías hecho, lo que ibas a intentar hacer. El primer tomo de la Historia de la sexualidad, nos dijiste en el segundo tomo, estaba todo mal planteado. ¿Hay que continuar? Sí, hay que continuar, sobre todo con la valentía de poder pensar en contra del propio pensamiento.
Los historiadores no te entendían, los filósofos ironizaban sobre tu obra, los analistas del discurso te robaban todo lo que decías sin confesarlo nunca, los profesores de literatura envidiaban tu prosa, las formaciones guerrilleras en América Latina te leían a escondidas. Siempre estabas ahí. No trazando planes, porque no eras un planificador, sino dibujando mapas, porque eras un topógrafo.
De Deleuze amabas, precisamente, la idea de "enunciación colectiva" y por eso rechazabas la elitista insinuación marxiana de que el pueblo es el corazón de la revolución y los intelectuales su cabeza. El poder es microfísico y hay que resistir microscópicamente, por lo tanto, a ese poder. Que cada cual encuentre los conceptos y las palabras para resistir a los dispositivos de disciplinamiento que pasan por su cuerpo. No eras un planificador: no había nada que planificar. La guerra estaba declarada en todos los frentes y había sencillamente que trazar los mapas de esa zona de combate que es nuestro presente.
¿Qué otra cosa es la filosofía sino interrogar la propia actualidad?, dijiste. Y esa interrogación era intensa y obsesiva en tus escritos aunque pareciera que estabas hablando de otra cosa, de las falsas luces del siglo XVIII, de las grandes colecciones del siglo XIX o de la pederastía griega como forma de la pedagogía.
Ahora nos parece que no hay nadie que nos diga qué preguntas hacerle a nuestra propia actualidad. Ahora, no sabemos a quién pedirle un mapa para sorprender a la maestra en el colegio.
Ahora, mi padre está muerto, Roland Barthes fue atropellado por una camioneta de una lavandería, Deleuze se tiró por una ventana, y vos te aventuraste a dejarnos irremediablemente solos, tal vez porque creíste que podíamos empezar a dibujar nuestros propios mapas.
Pero el luto no se ha terminado. Defender la sociedad, además de recordarnos cuánto te extrañamos, nos sirve para hacernos sentirnos más huérfanos que nunca. Sin vos, Michel, estamos solos.
Sólo nos queda el consuelo de acordarnos de ese grito de batalla (y de fastidio) que escribiste en El orden del discurso: ¡Qué importa quién habla! ¡Qué importa quién habla! Tal vez eso nos permita imaginar que cuando nosotros nos ponemos a hablar es tu voz la que resuena y es tu risa la que vibra en la nuestra y son los mapas minuciosos que trazaste los que marcan nuestros pasos.

sábado, 14 de junio de 2014

El principio esperanza

Por Daniel Link para Perfil

Hay algo extraño en la indiferencia argentina ante Nymphomaniac (20013), la película de Lars von Triers cuya distribución entre nosotros no está prevista, pero que nos devuelve las esperanzas muertas en el cine como pensamiento.Dividida en dos partes de 110 y 130 minutos cada una, Nymphomaniac es, una vez más, una meditación sobre la batalla de los sexos, pero esta vez a partir de dos figuras límite.
Tercera parte de la Trilogía de la Depresión, integrada por Anticristo (2009) y la también extraordinaria Melancolía (2011), la última entrega de Lars von Triers narra una conversación entre un célibe (Stellan Skarsgård) y una libertina (Charlotte Gainsbourg), después de que él la encuentra golpeada en una callejuela, y la lleva a su casa. Dos formas subversivas de la sexualidad se enfrentan en un diálogo en el cual la libertina quiere a toda costa demostrar su maldad y el célibe la contradice en cada uno de los ocho capítulos que componen la complejísima película de Lars von Triers y el relato de Joe. Joe cuenta desde sus infantiles competencias con una amiga para ver cuál de las dos contabiliza más intercambios carnales en menos tiempo, hasta los últimos avatares de la protagonista en una relación sadomasoquista muy perturbadora, antes de convertirse en una sicaria sexual, pasando por los amantes por hora y, no podía ser de otro modo, el amor verdadero, que viene de la mano de Jerôme (desempeñado por Shia LaBeouf, el chico de Transformers), el primero en desvirgarla (por delante y por detrás) y que vuelve, con el correr de los años, como un ritornello, que la edición subraya musicalmente con la Sonata en La mayor de César Franck, que antes que a Lars von Triers había impresionado a Proust. El hijo que Joe y Jerôme tienen se llamará, fatalmente, Marcel y, también fatalmente, una noche en que ha sido abandonado por su madre para concurrir a una cita con el sádico (desempeñado por Jamie Bell, el chico de Billy Elliot) se aproximará a una ventana abierta mientras suena Lascia ch'io pianga de Händel (como en Anticristo).
La película ha sido promocionada sobre todo a partir de las escenas de sexo explícito que exhibe (en verdad, se trata de la inclusión digital de imágenes de genitalia de actores pornos en los cuerpos del reparto de la película). Una mostración semejante era completamente necesaria y la sabiduría de Lars von Triers (que en este punto coincide con la de directores como Travis Mathews) nos convence de que no puede haber relato de amor que no esté acompañado de imágenes tales. Nymphomaniac es mucho más que eso, por cierto, lo que queda demostrado en el complejísimo casting de la película, cada una de cuyas piezas parece citar un modo de entender el cine (Uma Thurman, Shia LaBeouf, Jamie Bell...), la selección de la música, que va hacia lo más alto para mejor dibujar la caída, y la resolución final, donde la posición del célibe es reivindicada como la única posible (eso, o la muerte).


viernes, 13 de junio de 2014

Abjuración

El eminente filósofo argentino-catarinense Fabián Ludueña Romandini acaba de pronunciarse, obligándonos a repensar nuestras posiciones previas:

"(...) no retraso más mi posición. 
Me desligo, públicamente, de cualquier vinculación ideológica de mi persona con el Mundial de Fútbol (así fuera como mero análisis de coyuntura)."


Por cuatro días locos...

Por Daniel Link para Soy


A orillas del lago Michigan tiene lugar todos los años, desde hace 35, un ritual pagano de primavera: la elección de International Mister Leather, una excusa que congrega miles de hombres más o menos encuereados dispuestos a renovar sus pactos de mutua fecundación (a veces asistida).



Por Daniel Link (desde Chicago)



El lugar Chicago es la “segunda ciudad” de los Estados Unidos, aunque en términos estrictamente demográficos ocupe el tercer puesto (segunda en cantidad de residentes latinos). En belleza arquitectónica, justo es decirlo, supera a Nueva York.

Hacia el norte, la ciudad se desgrana en apacibles barrios residenciales con casas “firmadas” por los grandes arquitectos del siglo (Frank Lloyd Wright a la cabeza). Boystown (en el corazón de Lakeview) es, como su nombre lo indica, el barrio donde viven las locas chic. Más al norte, por la costa del lago, está la “playa gay”, visitable más entrado el mes de junio por la inclemencia de los vientos que atraviesan el lago y traen de la tundra canadiense la nevisca y el frío, en cualquier momento.

A diferencia de San Francisco y Nueva York, Chicago no sufrió la persecución estatal de los comportamientos durante los años ochenta y noventa y por eso la trama urbana del puterío conserva el encanto de lo barrial: el sauna más grande del Midwest y otros antros en los que, a juzgar por las promociones, es posible encontrar sino la cara de Dios, al menos su benevolencia. 














El acontecimiento En mayo, el frío cede a las promesas de la primavera y del cortísimo verano. El último lunes del mes se conmemora el Día de los Caídos en Guerra (Memorial Day). Es el primer fin de semana largo de la primavera, y durante esos días, desde 1979, se celebra en Chicago la elección de Mister Leather International (el internacionalismo de la competencia se justifica con la participación, algo forzada, al lado de los Mister Leather de cada uno de los estados, de representantes de Canadá, Australia y Munich). International Mister Leather (IML) es una institución de la que la ciudad e jacta porque mueve 13 millones de dólares en los cuatro días que dura la locura ganadera (el paquete de tickets para las ceremonias costaba: gold salía $205, el silver, $190 y el bronze, $175). Parte de la recaudación por la venta de entradas se destina a sostener el Leather Archives and Museum. 

 

Acreditado como estaba, disfruté doblemente del disparate: la competencia es como la elección de Miss Universo (igual de encantadora y boba). Un jurado puntúa a los concursantes (que deben haber triunfado previamente en elecciones locales y/ o tener el patrocinio de algún bar, club o asociación leather) en tres rondas sucesivas: la presentación general en vestimenta de cuero, la competencia de personalidad (diálogo público con chisporroteo de chistes de doble sentido) y la exhibición de cuerpo (desfile en jockstrap). Aunque la comunidad leather se jacta de ser una de las más inclusivas, y entre los concursantes había, en efecto, candidatos tan poco fotogénicos como para demostrarlo, los ganadores suelen ser los que resultarán mejores modelos para las marcas de ese nicho de mercado.


Este año, y gracias a los cabildeos de este cronista, resultó ganador (ante una audiencia de 1.500 personas en el Harris Theater) Ramien Pierre (que llegó con el título local de Mr. DC Eagle 2014), un negro impactante que contrastaba con la belleza clásica y wasp del ganador del certamen en 2013, Andy Cross. Los cetros (o látigos) de “princesas” fueron para Steve Dupont (Mr. New England Leather 2014) y Cody Troy (Mr.Midwest Leather 2013).

Mi candidato era Omar L. Boots (Mr. Connecticut Leather 2014), un latino que estaba para comérselo con la ropa puesta), pero como el fotógrafo enviado por Soy seguía la causa de TC Hammond (Mr Wisconsin Leather 2014), una bestia que si te ponía una mano encima te desmembraba, el desacuerdo de la delegación argentina impidió que hiciéramos lobby por alguno de los dos. Eso sí, sembramos entre el jurado la conveniencia de no seguir alimentando la supremacía blanca (ya se sabe que nada es más poderoso que la mala conciencia). En paralelo y en horario vespertino funcionaba una competencia de (literalmente) lustrabotas. El ganador (entre seis participantes) fue Scout.



La fiesta Más allá de la elección, de la que muchos ni se enteraron, la idea de los 3.000 visitantes pasa por reunirse para que los flujos de deseos fluyeran hasta las últimas consecuencias. La sede central era el hotel Marriot ($200 promedio la noche), en el centro, cerrado exclusivamente para los participantes de la convocatoria. Uno cruzaba la puerta giratoria y se encontraba,a cualquier hora, con una multitud de hombres (jóvenes, viejos, lindos, feos, altos, bajos, lindos, sordomudos, hemipléjicos, lindos, ancianos, rubios, lindos, morochos, flacos, gordos, lindos, musculocas, velludos, lindos y lampiños) en cuero, calzoncillos, jockstraps y poco más (borceguíes y zapatillas, desde ya). 


En los grandes salones de los pisos tercero y quinto funcionaba el mercado, donde se vendían ropa de cuero, complementos, dildos de todo tipo (los que reproducen la genitalia humana ya parecen anticuados, y había una gran variedad de modelos de genitalia animal: caballos, perros, cerdos, elefantes, e incluso algunos con formas de excremento), accesorios para la práctica del bondage. Este cronista compró unas pastillas (“1 to hurt it, 2 to kill it”) todavía no evaluadas por la FDA a $10,99, pero todavía no las ha probado y tal vez no se atreva nunca.

En los cuartos (todos ellos tomados por locas de los puntos más alejados de la geografía americana) se anunciaban fiestas privadas: de 9PM a 1AM (decían los avisos) recibimos en la habitación (digamos) 8745. “Estoy vendado y en cuatro. Golpeá y entrá”. No menos de cuarenta carteles por día de ese tenor podían leerse en las páginas especializadas de Internet. Los ascensores estaban, siempre, atiborrados de hombres sudados que bajaban y subían.


Colmado el Marriot, las reuniones también sucedían en hoteles contiguos, en saunas, bares leather y gabinetes de video, en toda la ciudad (pero no en la vía pública, a diferencia de las europeas fiestas FOLSOM, mucho menos normalizadas y más populares).

El jueves previo a la competencia, el sauna Steamworks fue sede de una fiesta CumUnion (cuyo encanto, como puede suponerse, radica en el intercambio inmoderado de fluidos lácteos). Para entrar al gigantesco lugar ($25 por persona, con locker) la cola era de media hora y si uno aspiraba a un gabinete privado ($20 adicionales), había que pagar la membresía vip (otros $25) y anotarse en una lista de espera para por lo menos tres horas después. Los días posteriores las esperas aumentaron.

No había rincón donde no hubiera un tumulto indescifrable de miembros y de cuerpos, por lo general alrededor de un previsible núcleo “suplicante” (un hombre desnudo, por lo general latino, en cuatro patas con la cabeza gacha y todo lo demás expuesto al capricho del paseante).

Mareado, este cronista se limitó a sentarse en un lugar de paso, al costado de una escalera, hasta que entró en alucinación: el lugar parecía el pasillo de una combinación de subte en hora pico, donde circulaban muy apurados y con propósitos aparentemente muy claros hombres todos desnudos y con mirada torva. En la terraza para fumadores, un lugareño se quejaba, escéptico ante la invasión de quienes parecían los angustiados sobrevivientes de una catástrofe planetaria: “Odio IML. Es un fin de semana perdido”. Para el sexo y el placer, tal vez, para el consumo, en modo alguno.



Las clases En los salones del Marriot, y en el sauna, siempre había demostraciones públicas. Clases prácticas de latigazos, tortura de pezones, ataduras y momificación en rincones del hotel donde los curiosos se agolpaban para fotografiar y filmar las sesiones pedagógicas. Al joven que se sometió al enrojecimiento de sus nalgas y su espalda a latigazos le hicieron firmar previamente un consentimiento para poder, incluso, colgar el video en internet (el fin último de todo, en USA, es la venta y la promoción).

En la zona de gimnasio de Steamworks, de quinientos metros cuadrados, las máquinas caminadoras habían sido reemplazadas por cinco slings en línea y uno enfrentado, sin mamparas divisorias ni cortinas, atendidos cada uno por un fister. Quien quisiera participar de la demostración de fisting, debía anotarse en una lista, contribuir a una causa benéfica, esperar el llamado, subirse al sling, vendarse o no los ojos (según quisiera), ser o no ser amordazado y aceptar el puño entrenado buscando camino hasta el centro incandescente donde, a lo mejor, reside el alma. Había, también para esta actividad gratuita de aprendizaje serializado como en una línea de ensamblaje, considerables colas (y tiempo de espera). 

La cultura es así (incluso la leather): todo está armado para que cuando vuelvas a tu casa te lleves, sino un grato recuerdo, una enseñanza. La mía: con el corte de pelo inadecuado uno se vuelve totalmente invisible.