sábado, 25 de septiembre de 2021

El malentendido

por Daniel Link para Perfil

Estoy en un encuentro internacional de humanistas digitales en Zaragoza, topónimo que proviene del latino Caesar Augusta, que recibió en el año -14 de su fundación, en homenaje al emperador que la declaró, además, colonia inmune (podía acuñar su propia moneda y estaba exenta de impuestos) para benefico de los legionarios de la IV, VI y X, que habrían de defender el territorio.

En algún momento, uno de los ponentes dice “pijas condecoraciones” y yo oigo “pijas con decoraciones”. Sobresaltado, decido concentrarme en la escucha, que tiene esos pequeñas traiciones idiomáticas.

Recuerdo la confusión en la demorada sobremesa de esa noche, cuando veo que empiezan a apilar las sillas para que nos vayamos. “Es que es día de semana”, digo. “¿Qué has dicho?”, me presiona una valenciana. Ella había entendido “Diazepam”.

Le cuento, además de mi lapsus auditivo de la mañana, otro. Hace muchos años, comíamos con unos amigos mexicanos en un restaurante tailandés particularmente picante, lo que motivó que le dijera a mi marido (creo que entonces no estábamos todavía casados): “siento los labios como Beatriz Salomón” (vedette hoy llorada, que por entonces todavía brillaba en los escenarios). Uno de los mexicanos, fotógrafo exquisito, me dijo: “No sé bien qué quiere decir lo que has dicho, pero suena muy obsceno”. Le pregunté qué había entendido. Su respuesta fue: “siento los labios que me atizan los monos”.

Desde entonces, usamos la la expresión cuando la comida que pedimos está muy picante.

Es que el castellano o español es una lengua tan estirada y tan elástica que admite mil declinaciones. Contra la afirmación académica de que es una lengua policéntrica (como el inglés) me gusta sostener que es una lengua excéntrica, porque carece de centro normativo.

Aquí en Zaragoza las tiendas de regalos (las “regalerías” que uno puede encontrar en Buenos Aires) rezan en sus fachadas “Regalicos”, porque los aragoneses usan los diminutivos en -ico. Y hemos visto pasar un camión que transportaba (o eso decía) “Güevos güenos”. Ni hablar del “pulpitu” que promocionan los carteles de algunos bares de tapas valencianos.

Con tantas variantes de pronunciación, de sintaxis y, sobre todo, de semántica, no son raros los malos entendidos y sabido es que América se funda en varios. Colón escuchó caníbal cuando le decían Caribe y después Shakespeare nos devolvió Calibán, que en pareja con Ariel formaron el binomio espantoso Civilización y Barbarie.

Garcilaso de la Vega (uno de los mejores prosistas de su época) contó en el famosísimo episodio del “encuentro de Cajamarca”, que enfrenta a españoles e incas un malentendido que analiza filológicamente en relación con el nombre “Perú”. De ese traspié de traducción en el que alguien pregunta algo y alguien contesta otra cosa se deduce no sólo una política de las lenguas sino también de lo viviente (de las comunidades).

Quienes se dedican a la dialectología americana, esa disciplina que pretende describir las cinco o veinte normas del castellano o español novomundano tropiezan con abismos imposibles de sortear. En busca de la unidad de la lengua lo que encuentran es una diferencia infinita. Pedro Rona, en la década del sesenta del siglo pasado, ya había adelantado que “todo esto obliga a replantear el problema de la división del español americano en zonas dialectales”.

Las zonas dialectales son ficciones normativas que establecen cuál es la norma que rige en una determinada región (el Río de la Plata, por ejemplo), para lo cual se toman una serie limitadas de rasgos (fonéticos, morfosintácticos, etc.) que la definen.

Pero la aparición de los grandes corpus digitales del español (CORPES, CREA, Corpus del Español, etc.), porque registran absolutamente todas las variantes (algunos incluyen incluso versiones orales) permiten saltearse la simplificación normativa y observar la lengua en su infinita variación en el espacio y en el tiempo.

De modo que las herramientas digitales con las que hoy contamos nos permiten un acercamiento mucho menos colonial y dependiente de los poderes académicos a las decoraciones que imprimimos en la lengua que usamos.

sábado, 18 de septiembre de 2021

Dinastía

Por Daniel Link para Perfil

La hija de Moria, la hija de Ruggieri, el hijo de Cristina Fernández, el hijo de Darín, el hijo de Francella, el hijo de Cerati, la hija de Nazarena Vélez, la hija de Rossi, les hijes de Pettinato, los hijos de Palito, las hijas de Rial, el hijo de Carmen Barbieri, el nieto de Cafiero, la hija de Catherine Fullop, el hijo de Leuco, la nieta de Mirtha, el hijo de Alfonsín, las hijas de Maradona, el hijo de Marley, las hijas de Tinelli, la hija de Mirtha Busnelli, el hijo de Mónica Ayos, el hijo de Mauro, el hijo de Federico Luppi, la hija de De la Sota.

Vivimos un tiempo dominado por las descendencias. No me sorprende que ese efecto sea particularmente perceptible en Argentina, país que tiene una incomprensible nostalgia por la monarquía.

¿Para qué probar con figuras nuevas si el aire de familia nos garantiza un linaje, un espesor de sangre y tal vez algún talento pero, sobre todo, un reconocimiento?

En algunos casos, las proles tendrán suficiente mérito para garantizarse el lugar que les correspondería más allá del apellido. En algunos casos, tendrán la suerte de poder sobrevivir a herencias aplastantes.

En algunos casos, esas competencias regias (en caminos tebanos) determinarán una inversión de los designantes y muchos progenitores pasarán a ser reconocidos como el padre o la madre de tal estrella (la abuela de Juana).

En algunos casos, se tratará de mediocres oportunistas que lucrarán durante un tiempo con el nombre del padre hasta que ni la más simpática tolerancia los salve del descrédito.

Siempre es mejor, pienso, que quienes queremos que lleven lejos nuestro nombre se dediquen a cosas de las que nada sabemos. Hoy cumple años mi hijo Tomás, que estudió música y filosofía, que estudia física y que hoy se dedica a la fabricación de software para satélites. Él no me debe nada más que el nombre, y yo le debo todo: que me lleve al infinito, y más allá. Feliz cumple, Tom.


lunes, 13 de septiembre de 2021

Todo sobre (por) Barón Biza

sábado, 11 de septiembre de 2021

Like a Virgin

por Daniel Link para Perfil 

Cuando anunciaron los vuelos permitidos para septiembre el corazón me dio un vuelco. Hace meses acepté una invitación, dos, tres para hablar, ay, en la esquiva Europa. Mi vuelo habría de despegar el 18 de septiembre pero el listado que reprodujeron los medios ignoraba esa posibilidad.

Empezó la larga tortura de comunicarme con inteligencias artificiales con una capacidad de respuesta parecida a la de una gallina ebria. Finalmente conseguí hablar con operadores de dos aerolíneas diferentes: ambos confirmaban que el vuelo existía y me trataron como loco.

Mis correos diarios a Zaragoza fueron, con el correr de los días, más optimistas. Me esperaban con alegría, con tickets de trenes, con reservas de hotel, con esperanza veteromundana (no será demasiada, pero es más que la nuestra) y un poco de hartazgo.

Mientras tanto, lidiaba con pases sanitarios, la aplicación española, reservas de turnos para la prueba PCR, cartas de invitación en las que constara que viajo por trabajo y no (asco, inmundicia y condena, dedo tieso señalándome) por “turismo”, declaraciones juradas ante la autoridad migratoria argentina (esa pesadilla), la compra de barbijos atómicos reforzados, seguros de salud con línea COVID.

Cada madrugada salía del sueño sobresaltado y saltaba a la computadora para revisar los localizadores y los mensajes del mundo exterior. Avanzaba lentamente con las conferencias.

Nunca en mi vida estuve tan ansioso antes de un viaje. Seguramente sí antes del primero, pero ya me había olvidado. Ahora recupero esa sensación virginal, el deseo violento mezclado con el desconocimiento de lo que será: ¿dolerá, gozaré, querré repetir?

Virginal, hasta no estar abrochado arriba del avión no podré relajarme.

Mis amigos me repiten la vulgaridad de que es como aprender a andar en bicicleta. El cuerpo nunca se olvida. Pero en este país trabajar, jubilarse, viajar es como andar en bicicleta en Marte.

miércoles, 8 de septiembre de 2021

¡¡¡¡Free Catherine Willow!!!!

sábado, 4 de septiembre de 2021

Garchestolenda peronista

Por Daniel Link para Perfil

Los dichos de la Sra. Tolosa Paz en una conversación propia de A la cama con Moria nos dejaron pensando. No porque convenga atribuirles una intención estratégica. Se trata una pelotudez más de las tantas desencadenadas porla compulsión al habla desenfrenada de la campaña electoral.

Es como decir “en Argentina se garcha bien”. Por supuesto, los colombianos están en su derecho de pensar lo mismo. Los demócratas americanos, también, tanto como los alemanes o los españoles.

La identificación política entre el garchar y una comunidad más o menos organizada (la Nación o el partido) es un poco endeble por donde se la mire. Sabido es que a la hora del garche lo mejor es no enredarse en interrogatorios ideológicos que pueden transformar la promesa de goce en una pesadilla.

El garchador compulsivo o serial, ¿es más o es menos peronista? El diputado Juan Emilio Ameri, que no pudo resistirse a la lactancia en plena sesión parlamentaria, ¿sería el epítome de la doctrina sexual peronista?

Todo cambia puesto en función del garche y el goce. La sexta verdad, “para un peronista no hay nada mejor que otro peronista”, ¿debe entenderse ahora como una línea necesaria para las páginas de contactos sexuales? Y que se trate de dos entidades masculinas, ¿supone una celebración de la angosta via, una garchestolenda indiferente a la distribución genérica?

La séptima verdad reza que “ningún peronista debe sentirse más de lo que es ni menos de lo que debe ser”. El sentirse más desemboca en la conversión en oligarca. ¿En qué se diferencia la garchestolenda peronista de la oligarca? ¿Debemos seguir censurando la iniciación sexual de los jóvenes oligarcas con las asistentes domésticas de sus familias o deberíamos considerar ese servicio como un aporte a la peronización social?

¿La obsesión de la señora Fernández por el consumo interno intenta transformar la garchestolenda peronista en una herramienta de desarrollo económico?

El “gobernar es poblar” de Alberdi y el “Hay que poblar la Patagonia” deberían entenderse como una incitación a la púdica reproducción o a la garchestolenda? Ahora tengo mis dudas. Las políticas migratorias de finales del siglo XIX y comienzos del XX deberían analizarse teniendo en cuenta este rasgo puesto en primer plano por la candidata.

A lo mejor nuestros próceres ya sabían que acá importa más el mero garchar que sus consecuencias demográficas (la garchestolenda es un puro presente, sin futuro). Dado que el territorio argentino es tan vasto y sus habitantes tan reacios a la multiplicación, mejor es importar mano de obra y consumidores, se habrán dicho los fundadores de la Patria.

Ahora se entiende mucho mejor la obsesión de Raffaella Carrá: “Para hacer bien el amor hay que venir al Sur”. Ese sur mítico sería la mezcla exacta de garchestolenda napolitana y peronista.

 

viernes, 3 de septiembre de 2021

Lo que debe verse

por Daniel Link para Soy

En el principio fue Paris Is Burning (1990), el documental sobre cultura ball neoyorquina filmado durante la segunda mitad de los ochenta por Jennie Livingston. La escena de los balls amontonaba (y amontona) personas trans y cis-gais latinos y afro-americanos que, organizadas en “casas” (cada una de ellas gobernada por una “madre”) competían en certámenes de baile underground muy estructurados y reglados. El título de “legendario” lo obtenían quienes ganaban repetidamente las competencias.

El estilo dominante es el voguing, que Madonna estilizó en “Vogue”, video en el cual bailaron varios integrantes de la casa Xtravaganza.

Después de ese repentino éxito de algo que había funcionado en la cultura underground como consolación y como resistencia a la xenofobia, la homofobia y la transfobia hubo una brecha de varios años hasta que Ryan Murphy volvió a esa cultura para producir tres temporadas de Pose, un melodrama actuado por personas trans ambientado en los mismos salones de los que habían salido Paris is Burning y el suceso de Madonna. Además de los conflictos relacionados con la clase y el género, Murphy subrayó también el impacto de la epidemia de SIDA, que afectó gravemente a las comunidades que se daban cita en los ballrooms.

Parecía que el asunto no daba para más, pero el mainstream todo lo puede. HBO lanzó Legendary, una competencia televisiva en la que ocho casas compiten para llevarse el título de “Superior House” y un premio de 100.000 dólares.

El presentador es Dashaun Wesley, una leyenda de los ballrooms de una gracia inigualable. El jurado está compuesto por Jameela Jamil (no se entiende bien por qué), la rapera Megan Thee Stallion, el estilista Law Roach y la leyenda del vogue Leiomy Maldonado.

El show (sobre todo su primera temporada, que tuvo público en el estudio, armado en una fábrica reconvertida en escenario) satisface tanto a quienes conocen la cultura ballroom como a quienes tienen su primer acercamiento a este universo.

Cada casa compite con cinco representantes que, se supone, brillan en alguna o en varias de las categorías obligatorias: cara, cuerpo, pasarela, voguing (que a su vez incluye cinco elementos: duckwalk, catwalk, manos, piso, y giros y caídas). Vestuario, coreografía y performance son también de gran importancia y hay que decir que en el show de HBO alcanzan lo sublime.

De la primera a la segunda temporada, la pandemia y las atroces leyes del confinamiento obligaron a la producción a prescindir del público, lo que enfrió la competencia, privada ahora de la combustión espontánea de quienes habían conseguido un lugar en el estudio. Pero la gracia sobrevivió. Los bailarines no necesitan ser profesionales sino, precisamente, moverse con esa gracia infinita y esa elegancia que viene de unos cuerpos que, en otras circunstancias, habrían sido esclavizados o subalternizados y aquí aspiran a una realeza que no resuelve ninguno de los conflictos de la vida cotidiana pero que permite pensarlos como la sombra de una (otra) vida posible.

Es justo y necesario que así sea: si hemos aguantado esa otra cara de la cultura under y callejera como el hip-hop, con su heterosexismo y su misoginia de amianto, podemos ahora resarcirnos con estos reinados semanales en los que las tradicionales cuatro categorías de reinas machos, reinas femeninas, machos y mujeres se enriquecen ahora con drags, trans y queers para alcanzar las categorías máximas del reconocimiento: legendarix e icónicx.

Legendary viene del latín “legenda” que quiere decir “lo que debe ser leído” (el nombre “Amanda” tiene la misma forma). El vestuarista y miembro del jurado Law Roach ha impuesto una fórmula que repite en los momentos excepcionales de la competencia: "You did what needed to be done", hiciste lo que era necesario que se hiciera. Si volviéramos al latín, ese murmullo amortiguado, la palabra a usar sería Facenda: lo que debe hacerse, un servicio público. Por una vez, HBO ha comprendido ese mandato y nos regala un show que debe ser visto, amado, leído, esperado.