Por Daniel Link para Perfil
La televisión argentina es vergonzosa
casi siempre, pero en los últimos días ha sobrepasado su límite
de ignominia. Si cada país tiene la televisión que se merece, habrá
llegado la hora de pensar en una refundación televisiva sobre nuevas
bases.
Confinados durante los últimos cuatro
meses, hemos mirado televisión, cómo no. Los talk shows del
mundo -Ellen DeGeneres, Jimmy Fallon, Graham Norton el único que
seguimos)- se adaptaron a los rigores del distanciamiento.
En Buenos Aires todo siguió más o
menos igual, con competencias, discusiones y payasadas en estudio
que, naturalmente, precipitaron los contagios y la “activación de
los protocolos” en todos los canales. Los periodistas y
entretendedores no dudaron en seguir escupiéndose las mismas
imbecilidades a la cara. Y después, libraron todo al funcionamiento
de las plataformas de videoconferencias, con los lamentables
resultados del “no se te escucha” y el “te llamamos de nuevo”.
En momentos de tanta preocupación por “la vida”, nadie pensó
que “el vivo” es el enemigo mortal de la eficacia.
Graham Norton, por su parte, tuvo que
hacer lo mismo, pero ninguno de sus entrevistados tuvo nunca una luz
inadecuada, e incluso puso guionistas para enhebrar las diferentes
partes de su show. En la misma BBC, dos monstruos de la pantalla,
David Tennant y Michael Sheen (acompañados de sus esposas y con la
presencia de Judi Dench propusieron en Staged una deliciosa
reflexión sobre el actuar y el vivir en tiempos de confinamiento).
Pensaron algo, en lugar de entregarse a la inmediatez de las propias
carencias, como acá, donde lo único que importaba era si
habría Bailando.
Luego la TV tocó los límites de lo
intolerable cuando salió masivamente a defender al asesino Jorge
Adolfo Ríos, que remató a un ladrón tirado en el suelo. La
justicia decidirá su pena, pero que mató, mató. Con esa vida se
fue nuestra paciencia al Bernisagge televisivo.