Por Daniel Link para Perfil
Sólo leo, a esta altura, los libros que publican mis amigos, de modo que mi selección nunca se corresponde con un diagnóstico.
La amistad es un vínculo imaginario y se sostiene apenas en algunas inclinaciones que a veces son imperceptibles, e incluso evanescentes. Cuando digo amigos me refiero a personas que no sólo respeto intelectualmente sino por las que siento alguna forma de afecto personal. Toda relación libresca, a final de cuentas, responde a esa misma lógica. Todos los años que leí a Kafka, ¿no lo hice como quien trata de entender los caprichos de alguien que quiere?
Libros que he leído últimamente: Pensar después de Gaza de Franco Berardi, un diagnóstico sombrío pero sumamente necesario de una de las mentes más lúcidas de Europa. Bifo cree, con una posición muy punk, que no hay futuro para la civilización después de que Gaza se convirtirera en una reproducción minuciosa del campo de exterminio de Auschwitz-Birkenau.
Oreja madre de Dani Zelko hace juego con el libro de Bifo. Habla de lo mismo desde una posición interior al ser judío. ¿Cómo se procesan la guerra y el exterminio cuando se es la coartada de esos procesos de aniquilación? Quisiera subrayar, sin embargo, otra cosa: lo bien escrito que está escrito el libro de Dani, lo que suma a su indagación conmovedora un plus de verdad. Ese libro está ahí para siempre.
Digo “bien escrito” y me doy cuenta de lo subjetivo de esa apreciación. Raúl Antelo me regala Modernismos múltiplos, su último libro en portugués. ¿Escribe bien Raúl? Su prosa está siempre trabajada como una joya de brillos enceguecedores. Las ideas de Raúl (sobre tradición y ruptura, sobre concepto e imagen, sobre modernidades y políticas), muy torsionadas por el dispositivo, son tantas y todas tan atractivas que dentro de cinco años apareceran en todos los libros de teoría que se publiquen (aunque los autores de esos libros pretendan negarlo).
La merma de María Moreno (desde ya, uno de sus libros mayores) también pone en escena la escritura, ese aferrarse ciego a lo único que importa: “Había sucedido una hecatombe y yo quería llegar al final de mi frase”. María cree que después del ACV su prosa perdió en calidad poética, visual (“excesos barrocos”) y que ha ganado en transparencia. Se equivoca: su prosa es más filosa que nunca, lo que la vuelve un arma todavía peligrosa. Ya no es culterana, pero sigue siendo barroca a la manera conceptista. Retuerce los conceptos, que se arrastran como personajes de Beckett, hasta volverlos irreconocibles.
Devoré Prueba de cámara de Andrés Di Tella, que es el cuento de su vida (o de una media vida suya). Está muy bien escrito y pone justamente a la amistad como un enigma imposible de resolver, o como un fracaso incomprensible. Las idas y vueltas del relato (así es la vida) permiten interrogar nuestros propios centros ciegos.
Yendo de Analía Couceyro es un prodigio inesperado. Ella lee e interpreta chats que lee en el transporte público, como un vicio del que trata de salirse. Por suerte, no lo consigue.
