sábado, 25 de abril de 2020

La encerrona

Por Daniel Link para Perfil

En la UBA trabajamos desde hace años con la hipótesis de la amnesia: en literatura, en cultura, en política, se actúa como si el Siglo XX no hubiera tenido lugar. Esa amnesia no es inocente e implica una serie de decisiones cuya validez puede discutirse.
Lo hemos visto en estos días de gobierno higiénico. Es como si los higienistas del siglo XIX hubieran tomado el poder pero, sobre todo, el dominio del Bien, como si la alianza siniestra y escandalosa entre Medicina y Estado que supusieron los Campos de Concentración no hubiera tenido lugar.
Sea: el gobierno tomó una decisión política y la respetamos aunque en otras latitudes la cuarentena no haya funcionado con el mismo grado de autoritarismo (precisamente en donde fueron conscientes del peligro del Estado de excepción dilatado en el tiempo: Alemania).
Ahora bien: ¿cómo se sale de la encerrona política en la que nos metieron los higienistas decimonónicos para quienes la salud depende de una sola variable? Para ellos la mejor solución sería no salir nunca más (preferentemente del baño, donde nos lavaremos las manos indefinidamente cantando “Feliz cumpleaños”).
Yo creo que el Sr. Alberto Fernández tiene la oportunidad histórica de salir por todo lo alto. Así como hizo frente con Costa Rica para pedir créditos del FMI a tasas cero, debería proponer un plan regional para siempre: ingreso ciudadano básico (independiente de las horas de trabajo), modificación radical del sistema impositivo, conectividad y transporte público gratis para todos y todas, inversión sostenida en el tiempo en salud y educación, federalización y plena vigencia de los tres poderes con control ciudadano, subordinación de los procesos de acumulación de capital a las necesidades de uso (frugalidad) y total control ambiental de los procesos productivos.
Alberto Fernández puede convertirse en el líder continental que proponga al mundo un nuevo modelo civilizatorio.

jueves, 23 de abril de 2020

Inge + Paul

A partir del 17 de Abril durante las cuatro semanas subsiguientes podrán ver por streaming la película Los Soñados de Ruth Beckermann (Austria, 2016, 89´). Estará disponible con subtítulos al español (inglés, francés e italiano). Es un proyecto realizado en cooperación con el Ministerio de Asuntos Exteriores de Austria y la distribuidora Sixpackfilm. 

Para saber más acerca de la película: The Dreamed Ones y Six Pack Film.

domingo, 19 de abril de 2020

sábado, 18 de abril de 2020

El bien general como coartada

Por Daniel Link para Perfil

No habíamos empezado a ver, por pereza, The Passage, una serie de Fox del año pasado. De hecho, como la había bajado yo de un sitio más bien ruso, tampoco teníamos idea de qué venía.
Para nuestra sorpresa empieza con una epidemia terrible en un país asiático, a punto de convertirse en pandemia. No somos particularmente proclives a replicar en la ficción lo que nos está pasando en la vida misma, y mucho menos post facto.
Pero nos enganchamos de inmediato con los personajes (buen casting: casi todos actores intrascendentes y desconocido) y el ritmo bastante vertiginoso y por cierto lateral a la crisis sanitaria que funciona de marco y de excusa para las aberraciones que se cometen en los primeros capítulos.
Adelanto apenas información del capítulo primero: está esta pandemia. La enfermedad que produce el virus es fulminante (mata en doce horas).
Los Estados Unidos, por la vía de su Departamento de Defensa, se preocupan (que muera el mundo vaya y pase, pero que mueran ellos es intolerable). Hay un experimento en curso que tal vez se pueda utilizar. Unos científicos locos encontraron en Bolivia (acá a la vuelta) un vampiro muerto de hambre. Se lo llevaron y empezaron a inocular vampiritud en sujetos experimentales (condenados a muerte, en principio). Los sujetos se curaban de todo mal, pero... ay, perdían la humanidad.
¿Qué hacer? Se les ocurre un plan macabro que encuentra un escollo en un humanismo (no en el sentido posestructuralista, sino en el sentido lato) elevado a la millonésima potencia: un agente del Departamento de Defensa cuya hija se murió hace un tiempo (y él la extraña). Para salvar a la humanidad hay que deshumanizarla por medio de procedimientos no sólo inhumanos sino sobre todo antihumanos. El conflicto es entre los malos, escudados en la salud general de la población, y los que se resisten al plan malévolo y huyen, huyen, huyen.
¿Entonces? Ah sí, la "vida desnuda". Lo que se pretende salvar es la "vida desnuda" (claro que norteamericana: no tan desnuda) a toda costa.
En nombre del bien mayor o el bien general (la salud del pueblo), los príncipes, científicos y militares, en alianza clásica claudican de toda humanidad.
Nos dicen que la seria ha sido discontinuada y no habrá una nueva temporada. No es de extrañar, porque si una situación de emergencia supone soluciones igualmente de emergencia, lo que la serie The Passage habilita a discutir es precisamente esas “soluciones”, porque supone (correctamente) que todo cálculo sobre lo viviente es inmediatamente... injusto, inmoral, en fin: fascista.
Por supuesto, una vez que una vía de “cura” se revela posible, inmediatamente comienzan los intentos para convertir en arma esa herramienta viral.
Como un rizo, la ficción dice que en esas situaciones excepcionales casi todo va a terminar en el puro Mal.


jueves, 16 de abril de 2020

"Tanto penar para morirse uno"



Bonita pero intrascendente

Cafiero es como una secretaria de Sofovich, ¿no?
 



lunes, 13 de abril de 2020

Tutti i libri


sábado, 11 de abril de 2020

Diario de la peste, día 24

(anterior)

No habíamos empezado a ver, por pereza, The Passage, una serie de Fox del año pasado. De hecho, como la había bajado yo de un sitio más bien ruso, tampoco teníamos idea de qué venía.
Para nuestra sorpresa empieza con una epidemia terrible en un país asiático, a punto de convertirse en pandemia. No somos particularmente proclives a replicar en la ficción lo que nos está pasando en la vida misma, y mucho menos post facto.
Pero ya estábamos enganchados con los personajes (el casting es muy bueno, aunque son casi todos actores intrascendentes y desconocidos: o más bien, precisamente por eso) y el ritmo bastante vertiginoso y por cierto lateral a la crisis sanitaria que funciona de marco y de excusa para las aberraciones que se cometen en los primeros capítulos.
Es así, y adelanto apenas información del capítulo primero: está esta pandemia. La enfermedad que produce el virus es fulminante. La contraés al mediodía y a la medianoche ya te moriste. Como diría mi nieta: hay que encontrar una vacuna.
Los Estados Unidos, por la vía de su Departamento de Defensa, se preocupan. Que muera el mundo no es demasiado problema, pero que muera USA es intolerable para ellos.
Hay un experimento en curso que tal vez se pueda utilizar.
Unos científicos locos encontraron en Bolivia (creo, ¿o Colombia? Acá a la vuelta) un vampiro muerto de hambre.
Empezaron a inocular vampiritud en sujetos experimentales (condenados a muerte, en principio). Se dieron cuenta de que los sujetos se curaban de todo mal, pero que... ay, perdían la humanidad. 
¿Qué hacer? Se les ocurre un plan macabro que no contaré pero que desemboca en un humanismo elevado a la millonésima potencia, que se enfrenta con semejante proyecto, en la vía de un agente del Departamento de Defensa cuya hija se murió hace un tiempo (y él la extraña).
Ahí nace el conflicto entre los que son malos, pero escudados en la salud general de la población y los que son buenos, se resisten al plan malévolo y huyen, huyen, huyen.
El asunto está bien planteado: para salvar a la humanidad hay que deshumanizarla por medio de procedimientos no sólo inhumanos sino sobre todo antihumanos.
¿Entonces? Ah sí, la "vida desnuda". Lo que se pretende salvar es la "vida desnuda" (claro que norteamericana, o sea: no tan desnuda) a toda costa.
En otra serie más conocida (porque está colgada en esas plataformas que alimentan la pereza, creo que Amazon), Hunters, hay una escena bastante clara al respecto. Al joven Pacino, cuando estaba en los campos, lo obligan a matar para salvar la vida de la mujer a la que ama. Ella lo suplica que no lo haga, que no mate, que la deje morir a ella, porque ella no podrá amarlo si él mata. Pero él mata, mata a 11, dice. Mata por amor a ella.
Se dirá que Hunters es más "profunda" que The Passage, pero yo creo que no. 
El tratamiento del exterminio en los campos me parece que en Hunters es sólo sentimental y abunda en el estereotipo del "nazi malo enloquecido". 
Mucho más interesante es el caso de quienes, en nombre del bien mayor o el bien general, claudican de toda humanidad (y, en este caso, no estamos usando el término en el sentido posestructuralista, sino en el sentido lato).
Una situación de emergencia supone soluciones igualmente de emergencia. Eso es lo que la serie The Passage habilita a discutir, porque supone (correctamente) que todo cálculo sobre lo viviente es inmediatamente... injusto, inmoral, en fin: fascista.

(continúa)

 
 


Sensatez y sentimiento

por Daniel Link para Perfil

Antes de pasar a otra cosa: el coronavirus no tiene vacuna y no hay obstáculo para su propagación (al menos ninguno aceptado por los burócratas de la salud y sus secuaces). 
El virus contagiará por lo menos al 60% de la población mundial (tal como lo anunció tempranamente Angela Merkel para incredulidad de nuestro periodismo; las autoridades ecuatorianas han coincidido en ese porcentaje). De los contagiados, el 80% sobrellevará la enfermedad prácticamente sin darse cuenta, el 20% sufrirá complicaciones graves y el 5% restante deberá depender de la disponibilidad de unidades de terapia intensiva para sobrevivir. 
Las tasas de mortalidad son muy variables porque dependen de la cantidad de testeados, contagiados confirmados y del sistema sanitario. Las estimaciones rondan en alrededor del 3 por mil de contagiados. 
Todos nos contagiaremos y cuándo nos contagiaremos es la única incógnita, y aquello sobre lo cual se puede ejercer algún tipo de política, para que no colapsen los sistemas sanitarios, como sucedió en Italia, en España, en Nueva York, en Guayaquil, y la gente no muera por falta de tratamiento. 
Las cuarentenas obligatorias no tienen como función evitar el contagio, sino postergarlo. Sobre el “aplanamiento de la curva”, aparentemente las cosas serían así (subrayo el potencial porque no soy autoridad en la materia y apenas si reproduzco información fidedigna que aquí no nos dan): si el ratio de duplicación de casos confirmados es de diez días, el sistema sanitario puede responder adecuadamente a la epidemia. Alemania está (o estaba hace unos días) en siete, Argentina en cinco, EE.UU. y México en cuatro. En cuanto al tratamiento de ese problema, hay que poner entre signos de pregunta el manual de la OMS, la terquedad con la que nuestros epistemólogos y sanitaristas (heroificados hasta el hartazgo) pretenden imponerlo, y evaluar otras soluciones. 
El ministro de Salud porteño reconoció que dos de cada tres infectados son asintomáticos. Concluyó, abrazando un principio biopolítico impugnable: “Es importante actuar como si se tuviera la enfermedad”. Si hicieran testeos, como en el Veneto, como en Alemania, como en Corea, muchos de los que ya tuvieron la enfermedad (siguiendo al ministro, por cada confirmado, otros dos más), el problema de la circulación y el trabajo quedaría mitigado. 
La opción no es entre salud y economía, es entre sensatez y manía, entre imaginación y burocracia.



viernes, 10 de abril de 2020

Diario de la peste, día 23

(anterior)

No sabemos muy bien cómo vamos a arreglarnos a partir de la semana que viene. Yo no puedo teletrabajar desde la quinta, porque no tengo buena señal de Internet. Y mi mamá no puede estar sola, porque es grupo de altísimo riesgo y estamos en uno de los focos epidemiológicos más terribles.
Hace unos años, cuando Greta, nuestra perra, tuvo erliquiosis, la hematóloga que la atiende nos dijo, de entrada: "las erliquias del Oeste son terribles, no se sabe por qué". Ahora, empezarán a decir: "los coronavirus de Moreno son terribles".
El martes pasado llevamos a mi mamá para que cobrara su jubilación. El espectáculo fue esperpéntico. Las calles cortadas, mi mamá arrastrando su andador, cubierta con bufandas, máscaras, bajo una luz inclemente que resaltaba el vacío posapocalíptico del pueblo.
Con sus remedios, otro problema, todavía más agudo: su médico de cabecera de PAMI no atiende el teléfono (en fin: está deshabilitado desde hace tres años) y no hay forma de comunicarse con él para pedir las recetas. 
Habrá que moverse hasta su consultorio y esperar con setecientos viejos que el trámite se complete.
Mientras tanto, la farmacia prestó los medicamentos, pero más tarde o más temprano habrá que llevar las recetas.

Por otro lado, el poder adquisitivo de la jubilación de mi mamá ya se redujo al mínimo. La plata no le alcanza, y eso que ha prescidido durante el mes pasado de su asistente personal. El ANSES le debe una pequeña fortuna (por el fallo del juicio "Badaro"), pero como los Tribunales están cerrados y así permanecerán por unas dos semanas más, no hay forma de contar con ese alivio.
Ayer, para colmo, recibimos unos recortes deprimentes que están en línea con la biopolítica holandesa-catalana, que ya hemos deplorado aquí mismo: en los Estados Unidos, ya son 25 los estados que permiten que sus hospitales nieguen terapia intensiva no sólo a los viejos, sino a los que presenten alguna discapacidad física o mental, lo que ha provocado que los discapacitados estén muriendo a un ritmo cinco veces superior al del resto de la población. Es la eugenesia y la eutanasia fascista. ‌
Por otro lado, Italia aprovechó la circunstancia, declaró a sus puertos "no seguros" y se niega a aceptar refugiados africanos. 
Diego B. me manda un montón de sus notas de lectura de diarios que van en la misma dirección. 
Es curioso que estas Pascuas vayan a encontrarnos en un estado tan profundo de congoja y tan alejados de la antropología cristiana.

(continúa)



Calles que se pintan solas


Desobediencia, por tu culpa voy a sobrevivir

por María Galindo para Radio Deseo (vía La vorágine)

Tengo coronavirus, porque aunque parece ser que la enfermedad aún no ha entrado por mi cuerpo, gente amada la tiene; porque el coronavirus está atravesando ciudades por las que he pasado en las últimas semanas; porque el coronavirus ha cambiado con un trinar de dedos como si de un milagro, una catástrofe, una tragedia sin remedio se tratara, absolutamente todo. Donde pises está, donde llegas ha llegado antes y nada se puede hoy pensar, ni hacer, sin el coronavirus entre medio. Parece ser que no solo yo tengo coronavirus, sino que lo tenemos todas, todes, todos; todas las instituciones, todos los países, todos los barrios y todas las actividades.
Lo que está claro es que el coronavirus, más que una enfermedad, parece ser una forma de dictadura mundial multigubernamental policíaca y militar.
El coronavirus es un miedo al contagio.
El coronavirus es una orden de confinamiento, por muy absurda que esta sea.
El coronavirus es una orden de distancia, por muy imposible que esta sea.
El coronavirus es un permiso de supresión de todas las libertades que a título de protección se extiende sin derecho a replica, ni cuestionamiento.
El coronavirus es un código de calificación de las llamadas actividades imprescindibles, donde lo único que está permitido es que vayamos a trabajar o que trabajemos en teletrabajo como signo de que estamos viv@s.
El coronavirus es un instrumento que parece efectivo para borrar, minimizar, ocultar o poner entre paréntesis otros problemas sociales y políticos que veníamos conceptualizando. De pronto y por arte de magia desaparecen debajo la alfombra o detrás del gigante.
El coronavirus es la eliminación del espacio social más vital, más democrático y más importante de nuestras vidas como es la calle, ese afuera que virtualmente no debemos atravesar  y que en muchos casos era el único espacio que nos quedaba.
El coronavirus es el dominio de la vida virtual, tienes que estar pegada a una red para comunicarte y saberte en sociedad.
El coronavirus es la militarización de la vida social.
Es lo más parecido a una dictadura donde no hay información, sino en porciones calculadas para producir miedo.
El coronavirus es un arma de destrucción y prohibición, aparentemente legítima, de la protesta social, donde nos dicen que lo más peligroso es juntarnos y reunirnos.
El coronavirus es la restitución del concepto de frontera a su forma más absurda; nos dicen que cerrar una frontera es una medida de seguridad, cuando el coronavirus está dentro y el tal cierre no impide la entrada de un virus microscópico e invisible, sino que impide y clasifica los cuerpos que podrán entrar o salir de las fronteras.
El espacio Schengen, que es desde donde se ha propagado el coronavirus a esta parte del mundo, donde habito, cierra su frontera a la circulación de cuerpos por fuera de ese espacio y cumple por fin el sueño fascista de que l@s otr@s son el peligro.
El coronavirus podría ser el Holocausto del siglo XXI para generar un exterminio masivo de personas que morirán y están muriendo, porque sus cuerpos no resisten la enfermedad y los sistemas de salud las, les y los han clasificado bajo una lógica darwiniana como parte de quienes no tienen utilidad y por eso deben morir.
Aparecen los millones de euros de salvataje de sus economías coloniales para solventar alquileres, facturas de servicios, sueldos, cuando a toda esa masa proletarizada se le venía recortando el cielo, diciendo que no había de dónde pagar la deuda social. Ahora que les tienen muertos de miedo, obedientes y recluidos, les premian con el dulce consuelo de que solventarán sus cuentas, después de haber solventado las que importan, que son las de las corporaciones y los Estados.
“Socialistas” como los que gobiernan España, hablan de una guerra que vamos a vencer todos juntos. Les gusta la palabra, creen que sirve para hacer cuerpo y hacer de la enfermedad el supuesto enemigo ideal que nos una. Nada más fascista que declarar una guerra contra la sociedad y contra la democracia aprovechando el miedo a la enfermedad. Nada más fascista que hacer de las casas de la gente sus cárceles de encierro. Nada más neoliberal que proclamar el sálvese quien pueda como solución tutelada.
¿Y qué pasa cuando el coronavirus traspasa la frontera y llega a países como Bolivia?
Empecemos por decir que acá al coronavirus le esperaba ya en la puerta el dengue, que viene matando en el trópico –sin titulares en los periódicos– a las gentes malnutridas, a las wawas(1), a quienes viven en las zonas suburbanas insalubres. El dengue y el coronavirus se saludaron, a un costado estaban la tuberculosis y el cáncer que en esta parte del mundo son sentencias de muerte.
Los hospitales construidos la mayor parte a inicios el siglo XX con el auge del estaño y posteriormente modernizados, en los años setenta del siglo pasado, con el auge del desarrollismo, son mamotretos que colapsaron hace rato y donde la mala costumbre de curar a la gente siempre pasó por cuánto dinero tienes para pagar los medicamentos, todos importados e impagables.
Entra el coronavirus y llega en aviones, no de turistas, sino de nuestras exiliadas del neoliberalismo que han construido puentes de afecto que hace que vengan a visitar a extraños que llaman hijos, hermanos o padres.
Llegan con regalos y con cuerpos infectados, pero la enfermedad no solo llega en sus cuerpos llega en primera clase también, llega porque tiene que llegar, así de simple. Parece increíble que tengamos que apelar al sentido común y tengamos que decirles que las fronteras no se pueden cerrar, igualito que no se puede poner techo al sol, ni muro a las montañas, ni puertas a la selva.
Llegó por mil lugares, pero fue el cuerpo de una de nuestras exiliadas del neoliberalismo el estigmatizado y maltratado como “la portadora”, aunque ella y no otros hayan sido y sean quienes mantienen a este país. Los parientes de los enfermos se organizan para no dejar que se la hospitalice por el pánico, porque antes de que llegue el coronavirus en un cuerpo, había llegado en forma de miedo, de psicosis colectiva, de instructivo de clasificación, de instructivo de alejamiento.
El orden colonial del mundo nos ha convertido en idiotas que solo podemos repetir y copiar.
Privadas y privados de pensar, en el caso boliviano la presidenta decide copiar pedazos del discurso y medidas del presidente de España y leyendo en telepronter lanza un paquete de medidas como si estuviera sentada en Madrid y no en La Paz. Habla de guerra que hay que ganar juntos y de los empresarios con los que concertará y lanza un toque de queda y prohibiciones en colecciones.
Lo único diferente en su discurso es el recurso de la cooperación internacional, la conocida mendicidad en la que nos revolcamos para que nos donen desde barbijos hasta ideas, una vez que les hayan sobrado.
Lo único diferente en su discurso es que acá no hay excedente, ni miles, menos millones de euros con que pagar ninguna cuenta. Acá la sentencia de muerte estaba escrita antes de que el coronavirus llegara en avión de turismo.
Mientras espero una epifanía que nos esclarezca lo que tenemos que hacer y que estoy segura entrara por el cuerpo débil y febril que nos la revelara, mientras me dedico con mis hermanas a desobedecer la prohibición de fabricar gel casero y lo hacemos para vender, porque también tenemos que sobrevivir; mientras rebusco mis libros de medicina ancestral para producir una fricción respiratoria antiviral, como las que hacíamos cuando Mujeres Creando era una farmacia popular en una zona periférica de la ciudad, pienso en el absurdo.
¿Ya que hay toque de queda, quedan prohibid@s de subsistir tod@s quienes viven de trabajar en la noche?
La sociedad boliviana es una sociedad proletarizada, sin salario, sin puestos de trabajo, sin industria, donde la gran masa sobrevive en la calle en un tejido social gigante y desobediente. Ni una sola de las medidas copiadas se ajusta a nuestras condiciones reales de vida, no solo por las deudas, sino por la vida misma. Todas y cada una de esas medidas copiadas de economías que nada tienen que ver con la nuestra, no nos protegen del contagio, sino que nos pretenden privar de formas de subsistencia que son la vida misma.
Nuestra única alternativa real es repensar el contagio.
Cultivar el contagio, exponernos al contagio y desobedecer para sobrevivir.
No se trata de un acto suicida, se trata de sentido común.
Pero quizás en ese sentido común esté todo el sentido más potente que podemos desarrollar.
¿Qué pasa si decidimos preparar nuestros cuerpos para el contagio?
¿Qué pasa si asumimos que nos contagiaremos ciertamente y vamos a partir de esa certidumbre procesando nuestros miedos?
¿Qué pasa si ante la absurda, autoritaria e idiota respuesta estatal al coronavirus nos planteamos la autogestión social de la enfermedad, de la debilidad, del dolor, del pensamiento y de la esperanza?
¿Qué pasa si nos burlamos de los cierres de fronteras?
¿Qué pasa si nos organizamos socialmente?
¿Qué pasa si nos preparamos para besar a los muertos y para cuidar a las vivas y los vivos por fuera de prohibiciones, que lo único que están produciendo es el control de nuestro espacio y nuestras vidas?
¿Qué pasa si pasamos del abastecimiento individual a la olla común contagiosa y festiva como tantas veces lo hemos hecho?
Dirán una vez mas que estoy loca, y que lo mejor es obedecer el aislamiento, la reclusión, el no contacto y la no contestación de las medidas cuando lo más probable es que tu, tu amante, tu amiga, tu vecina, o tu madre se contagien.
Dirán una vez más que estoy loca cuando sabemos que en esta sociedad nunca hubo las camas de hospital que necesitamos y que si vamos a sus puertas ahí mismo moriremos rogando.
Sabemos que la gestión de la enfermedad será mayormente domiciliaria, preparémonos socialmente para eso.
¿Qué pasa si decidimos desobedecer para sobrevivir?
Necesitamos alimentarnos para esperar la enfermedad y cambiar de dieta para resistir.
Necesitamos buscar a nuestr@s kolliris (2) y fabricar con ellas y ellos esos remedios no farmacéuticos, probar con nuestros cuerpos y explorar qué nos sienta mejor.
Necesitamos coquita para resistir el hambre y harinas de cañahua, de amaranto, sopa de quinua. Todo eso que nos han enseñado a despreciar.
Que la muerte no nos pesque acurrucadas de miedo obedeciendo órdenes idiotas, que nos pesque besándonos, que nos pesque haciendo el amor y no la guerra.
Que nos pesque cantando y abrazándonos, porque el contagio es inminente.
Porque el contagio es como respirar.
No poder respirar es a lo que nos condena el coronavirus, más que por la enfermedad por  la reclusión, la prohibición y la obediencia.
Me viene a la mente Nosferatu que en una inolvidable escena, cuando ya la muerte es inminente y la peste encarnada en ratas ha invadido todo el pueblo, se sientan tod@s en una gran mesa en la plaza a compartir un banquete colectivo de resistencia. Así que nos encuentre el coronavirus, listas para el contagio.


jueves, 9 de abril de 2020

Diario de la peste, día 22


Ayer a la medianoche nos llegó por correo electrónico un aviso de la Facultad de Filosofía y Letras diciendo que, en contra de lo que había decidido el Rectorado de la UBA, el cuatrimestre comenzará el próximo lunes. Quienes no estén dispuestos a dictar remotamente la materia, deberán hacerlo presencialmente en el bimestre de verano (enero y febrero de 2021).
Nos pusimos frenéticamente a organizar el curso digital (que ya habíamos empezado a armar, pero cuya preparación interrumpimos cuando nos dijeron que esperáramos nuevas instrucciones).
No serán Pascuas de guardar, sino de trabajar.


Les alumnes se enteraron casi al mismo tiempo que nosotres y comenzaron a matricularse en las dos páginas a través de las cuales el curso habrá de funcionar (una de ellas, impuesta obligatoriamente por la Facultad; la otra, de nuestra preferencia).
Lo más pesadillesco son las reuniones de cátedra que, de acuerdo con la moda de la hora, se realizan a través de zoom. Nunca antes necesitamos de este instrumento y todo lo resolvíamos por correo electrónico o por whatsapp pero ahora, no sé por qué, se les ha metido en la cabeza que conviene que nos "veamos las caras", como si no estuviéramos ya suficientemente familiarizados con nosotros mismos. 
Pese a mis limitaciones de conexión a Internet, acepto el convite. Algunos llegan tarde, otros llegan a tiempo, a algunos se les congela la pantalla, a otras no se les entiende lo que dicen, casi todes hablan al mismo tiempo. Aguanto como puedo.
El programa de trabajo que habíamos preparado en septiembre del año pasado se llamaba "Siglo XX: Grandes Éxitos" e incluía no tanto los Grandes Éxitos literarios del Siglo XX (sobre lo que negocié una columna larga para el suplemento cultural de Perfil con Alejandro Belloti, confinado en algún lugar del mundo), sino los Grandes Éxitos de nuestra pedagogía, que este año cumple 30 años ininterrupidos.
Nos pareció (nos sigue pareciendo) que dar un curso virtual no sólo era antipático sino que contradecía los principios pedagógicos que hasta ahora hemos defendido: "la cátedra es el lugar de todos los intercambios".
Pero no nos quedaba más remedio que aceptar la "invitación" facultativa. Por supuesto, propuse modificar radicalmente el programa y dejar sólamente las lecturas que, en algún sentido, interpelaran el momento que vivimos: ¿qué sentido tendría discutir Lolita en este contexto?
Tampoco tendría demasiado sentido conservar la separación entre clases teóricas y clases prácticas así que, en ese punto, estaríamos volviendo al comienzo de nuestros experimentos: habíamos comenzado, en 1990, a dar clases prescindiendo de esa división.
Propuse que llamáramos "situaciones" a cada unidad del programa nuevo, y que examináramos las "situaciones" del siglo XX que nos interpelaban particularmente en estos días de encierro, terror y monotonía. Los textos se leerían en relación con esas situaciones.
Cada docente de la cátedra daría tres clases semanales, correspondiente a esas situaciones.
La primera, la Cero, quedaba a mi cargo y propuse la situación "Excepción" para poder desplegar el trasfondo del pensamiento agambeniano, tan castigado por los ignorantes de derecha y de izquierda, y clarísimas posiciones sobre la pandemia y su gestión política.
Después de eso, la Situación 1 va a ser Globalización y Mundialización, porque si hay algo que nos queda claro es que, contra los procesos de acumulación indefinida del capitalismo global, hay que sostener una idea de Mundo (Tierra, lo que sea). La alternativa nacionalitaria es tanto más pesadillesca que la globalización y, sobre todo, antigua (como el peronismo).
Para la situación Cero, leeremos "Ante la Ley" de Kafka. Para la situación 1, Auerbach y algún poema (probablemente de Rilke, gran crítico de la "plutocracia" que, sin embargo, no cayó en los excesos de Pound y, por otro lado, un exquisito teórico de lo Abierto). 
El curso se desarrollará a lo largo de 16 semanas y somos ocho docentes, de modo que alguien podrá, si quiere, dictar dos semanas.
Algunas de las otras situaciones que incorporaremos se llaman: Peste, Enmudecimiento y Burocratización, Guerra, Posguerra, Catástrofe y espera, Mutación antropológica, Desastre.
Hasta hoy, todavía no he terminado de cobrar mis ingresos, de modo que al estrés pedagógico se suma el estrés financiero: no sé si el lunes podré pagar mis cuentas.
Creo que la Pobreza debería ser una situación a tener en cuenta en estos días.

(continúa)



miércoles, 8 de abril de 2020

Diario de la peste, día 21

(anterior)

Dice Rene Girard en El chivo expiatorio (Anagrama, 1986):

El santo aparece como protector de la peste porque está acribillado de flechas y porque las flechas siguen significando lo que significaban los rayos del sol para los griegos y sin duda para los aztecas la peste. Las epidemias están frecuentemente representadas por unas lluvias de flechas arrojadas sobre los hombres por el Padre Eterno e incluso por Cristo.
Entre San Sebastián y las flechas, o más bien la epidemia, existe una especie de afinidad y los fieles confían en que al santo le bastará estar ahí, representado en sus iglesias, para atraer sobre él las flechas errantes y sufrir sus heridas. En suma, se propone a San Sebastián como blanco preferencial de la enfermedad; se le esgrime como una serpiente de bronce.


No es ésta la primera epidemia que yo he tenido la desdicha de vivir. A propósito de la anterior, escribí (y repito letra por letra):

El rey David no pudo edificar una casa consagrada a su dios, IHVH, porque las guerras lo tuvieron ocupado. Fue su hijo Salomón el que encaró la construcción, según las formas y los cálculos dictados por el mismo IHVH a David. Sólo el sumo sacerdote podía pronunciar el nombre de Dios una vez al año, y cuando Roma destruyó ese templo, el nombre ya no pudo pronunciarse más y sólo pudo ser escrito. Pero interdicto, el nombre quedó partido en dos mitades que se buscan para siempre, errando por el cosmos. IH designa a un ser insensato que, sin conocer nada sobre sí, sueña y piensa. VH es el nombre de un ser condenado al exilio por la concupiscencia de la carne.
¿Dónde y cómo se escribe el nombre de Dios sino en el cuerpo de San Sebastián? Por eso, el mártir aparece en todas las épocas y por todas partes:
en la Edad Media, durante el Renacimiento, y después. En Flandes, en cada una de las ciudades italianas, en España, como éste que pintó Pedro González Berruguete (1455-1503), mucho antes de que El Greco hiciera lo propio en 1580.
En el siglo VII, una peste causó estragos en Roma. Desde entonces, el pueblo interpretó las sucesivas epidemias como flechas disparadas por un arquero enviado por Dios (IHVH). Sebastián, el oficial condenado al suplicio en el siglo III durante las persecuciones de Diocleciano, sobrevivió a los hondazos y las flechas de su suerte inaudita, y por eso el pueblo de Dios lo eligió como intercesor ante la peste (además, los estigmas que las flechas dejaron en su cuerpo se parecían a las marcas de los apestados).Si los artistas del Cristianismo desarrollaron alrededor de San Sebastián un proyecto de estudio corporal, no hay que entender ese proyecto sólo como una investigación estética (cuáles son los rasgos decisivos para decir del cuerpo del varon que es bello) sino, sobre todo, biopolítica (una política del cuerpo múltiple de las poblaciones, de la cohabitación, de la reproducción, la salud y la longevidad), y por eso es que se lee en el cuerpo del mártir la inscripción de IHVH y por eso es que se reclama para el santo una misión terapéutica. Allí donde la cólera de Dios (IHVH) arrojaba la peste, los artistas trataban de conjurarla con el cuerpo simétricamente marcado del mártir.
Por eso hoy el martirio de San Sebastián vuelve con toda su fuerza. Sirve de comentario para un nuevo espacio biopolítico. Sirve de umbral para una nueva antropología. Un cuerpo marcado con el nombre de Dios, del cual una parte se ha perdido sin que se sepa bien si corresponde al ser insensato que sueña o al que se entrega al goce de la carne (porque, además, uno y otro son el mismo). Lo que queda son las marcas
(HIV) en un cuerpo atormentado y bello, llamado por segunda vez a interceder por nosotros en los cielos.



(continúa)


martes, 7 de abril de 2020

Diario de la peste, día 20

(anterior)

La mañana del 6 de abril de 2020, Patrizia Caracciolo se levantó más temprano que de costumbre, después de una noche de sueño intranquilo. 
Frente al espejo del boudoir del hotelito en el que se hospedaba se maquilló lo mejor posible para disimular los estragos que el tiempo venía provocando, desde hace décadas, en una cara que había brillado en las portadas de las revistas de moda de segunda línea, se miró a los ojos y volvió a repasar los últimos acontecimientos y los pasos que harían de ésa, su última mañana (¿sabía ella que habría de morir en pocas horas? ¿Lo sabía? ¿O su muerte fue un error de cálculo, un desafortunado acontecimiento no previsto por los miembros de la célula terrorista de derecha que integraba?).
Caracciolo se desvistió lentamente, se puso medias negras de seda y un vestido del mismo color con vivos rojos que había comprado en la última semana de la moda en Milán, a donde iba regularmente como corresponsal de prensa, y donde obtenía información decisiva para el armado de las políticas de los movimientos independentistas del Norte italiano, a los que apoyaba a pesar de su origen, que en el fondo despreciaba.
La casa de los Caracciolo se remontaba al Renacimiento napolitano y Patrizia odiaba cada uno de los logros de sus antepasados, que nunca superaron una mediocridad de segundo grado y que a ella le parecía que proyectaban su sombra sobre su propia vida.
Pasquale Caracciolo (1566–1608) había publicado La Gloria del Cavallo, un tratado de mil páginas sobre los caballos (su inteligencia, los modos de cría, su relación con la especie humana).


Pasquale usaba para describir el carácter de los caballos la teoría de los humores, tal como la había desarrollado Galeno de Pergamon en el siglo II. 
Ni siquiera los historiadores de la veterinaria (el tratado incluía un libro entero sobre las enfermedades del ganado) reconocían el libro como más que una curiosidad.
Patrizia, que había agotado sus páginas en busca de alguna genialidad sin poder encontrar ninguna, lo consideraba el producto de una monomanía que, si bien ella no compartía, parecía estar profundamente enraizada en su familia y ella misma se había descubierto defendiendo las posiciones más peregrinas sobre temas de moda y actualidad sin saber a ciencia cierta por qué lo hacía ni en qué encontraba fundamentos para sostener lo que intentaba imponer como verdad.
Mucha más antipatía sentía por Giovanni Battista Caracciolo (1578–1635), Il Battistelo, un pintor cuyo único mérito fue haber descubierto muy tempranamente la importancia de Caravaggio y haber inaugurado en Nápoles la primera escuela caravaggista. Su mayor defecto fue haber abrazado el neoclasicismo después de un viaje a Roma que lo expuso a la influencia de Bolognese.
Patrizia había heredado, a través de las generaciones, algunos de los cuadros de ese antepasado remoto. Jamás le dieron ningún placer y terminó por venderlos a un par de museos, no tanto por el beneficio económico que le supuso esas ventas, sino para no tener que verlos nunca más, tan poca gracia tenían y tanto mostraban el afán imitativo que ha arruinado tantas carreras artísticas y que (ella temía) tal vez dominara la suya propia:



El San Sebastián fue el primero que vendió: el manejo de la luz, que pretendía ser caravaggista, daba por resultado un cachivache, para no hablar de las proporciones físicas de un cuerpo que, ni atormentado, podía tener tan poca gracia. No había nada que hacer, el arte (el arte de verdad) es algo que a su familia se le había escapado siempre, pese a las intenciones, siempre renovadas generación tras generació, de dejar una marca en el mundo.



Estuvo a punto de quemar el Cupido dormido, con sus caderas amplísimas y como mal recortadas sobre un fondo sólamente oscuro por pereza del pintor, pero al final decidió que los euros que le ofrecían al menos alcanzarían para mudarse a Lombardía (una región donde los pisos nobles eran mucho más caros que en su Nápoles natal). 
Allí, le pareció, su vida adquiriría un verdadero rumbo. Había realizado estudios humanísticos, pero su cinismo le impidió abrazar cualquier causa filosófica. Le parecía que todo exigía un esfuerzo demasiado grande y que ella podía saltearse el compromiso con la verdad y la justicia. Se pasó a los estudios informáticos, donde adquirió una cierta pericia que sería decisiva en su vida (y en su muerte).
En el mundo de la moda pronto brilló como una crítica implacable, que podía aniquilar cualquier "tendencia" y, en particular, las que ella consideraba "parisinas". Y como sabía usar sus labios bien rojos y sus escotes, pronto consiguió acomodarse en los mejores salones milaneses, donde ni siquiera su título nobiliario sureño suponía un obstáculo, porque ella abrazó la causa radical de la derecha separatista y aprendió a reírse de los "papolitanos" y de "Calabria saudita".
Pronto se dejó convencer de que sus talentos estaban desaprovechados. No tanto los de su crítica de la moda, sino sus talentos tecnológicos. Un grupo de ultraderecha del que participaba su primo, Andrea Caracciolo, la contrató (en principio pagándole) para que les instalara unos bots editores en la wikipedia, donde modificaban en masa la información que no les parecía que ayudara a su causa.
Pero bien pronto abrazó ella misma esa causa que disimulaba sus más atroces fantasías detrás de una máscara de orden y eficiencia. Y bien pronto estuvo realizando sabotajes, por pura diversión, contra los grupos de izquierda radical que actuaban desde 2005 en Italia, en particular los grupos agambenianos, nucleados alrededor del Comité Invisible y Tiqqun
El carácter monomaníaco de su herencia familiar se le impuso y pareció que no tenía otro objetivo que derrotar a esos enemigos (un poco inocuos, pero sobre todo: inteligentísimos) que habían conseguido imponer una perspectiva de acción política en todo el mundo.
en 2008, P. Caracciolo colaboró con la Fiscalía Antiterrorista para desbaratar una "tentativa de sabotaje" en las líneas del tren TGV. En ese entonces, la ciberinteligencia que había desarrollado personalmente, llevó a la detención de Julien Coupat, quien estuvo en la cárcel seis meses sin que se le pudiera probar otra cosa que haber participado en la redacción de La insurrección que viene (publicado por el Comité Invisible), haber fundado la editorial Tiqqun, haber establecido una comuna en Tarnac (departamento de Corrèze).
Las detenciones fueron saludadas públicamente por la ministra del Interior, quien se jactó de haber desbaratado una célula "anarco-autonomista" de la cual Coupat habría sido su líder. Durante la reclusión de Coupat se formaron en toda Francia e incluso en el norte de Italia comités de apoyo a los "Nueve de Tarnac" y circuló un manifiesto firmado por intelectuales que llevaba por título "No al orden nuevo", lo que significó para P. Caracciolo un disgusto mayúsculo, porque su intervención no sólo no había aniquilado al "enemigo" sino que le había dado impulso nuevo.
Uno de los más activos defensores de Tiqqun y del Comité Invisible había sido, desde el comienzo, Giorgio Agamben (y muchos sospechaban que incluso había sido el promotor de esos grupos, junto con su amigo Toni Negri).
A comienzos de 2020, cuando grupos radicales luditas comenzaron a volar las torres de conectividad 5G, que muchos consideraban la verdadera causa de la expansión del coronavirus, la célula terrorista de la que participaban los Caracciolo decidieron dar un golpe definitivo a la izquierda radical: matar a Giorgio Agamben.
La fobia de Giorgio a dejar su "tatuaje digital" impreso en las aduanas del mundo (y que fundaba en sólidas consideraciones filosóficas) tenía un fundamento político inmediato: se sabía perseguido y vigilado. Por eso usaba sólo esporádicamente una cuenta de hotmail, no usaba celular y evitaba todo dispositivo de geolocalización.
P. Caracciolo tuvo que volver a usar sus encantos femeninos en los círculos sociales en los que se movía para poder dar con el paradero de Giorgio, que a veces paraba en casa de Ginevra Bompiani, su ex mujer, y a veces algún otro departamento de Roma o de Venecia.
Aviones no tomaba, de modo que se sabía que se lo podía encontrar entre París y Roma, según los días.
Dada la situación de confinamiento, que Giorgio había desmenuzado implacablemente, era probable que estuviera en París y allí se trasladó P. Caracciolo, con sus salvoconductos y una exquisita pistola con culata de carey que ocultó entre sus productos de belleza.
Resumo, por ahora (los detalles de esa mañana serán decisivos en otra ocasión):
P. Caracciolo terminó de vestirse, se puso un piloto amplio y un sombrero, se calzó un barbijo de diseño y salió a la calle bajo una llovizna tenue. Sus tacos resonaban en el empedrado del barrio, la calle estaba prácticamente desierta y sólo uno que otro transeúnte se dirigía a hacer alguna compra.
Giorgio Agamben, como todas las mañanas, iba a salir a comprar el pan. A la vuelta de la esquina lo esperaba P. Caracciolo, con la pistola amartillada y los ojos brillantes. Iba a pasar a la historia, al menos como la asesina de Agamben. "Yo terminé con Agamben" repetía afiebrada. 
Cuando escuchó la campanilla de la panadería y el amable saludo de despedida de Giorgio, lo esperó en medio de la vereda. Cuando Agamben dio la vuelta a la esquina, para volver a su piso con el pan crocante recién salido del horno, Caracciolo le apuntó a los ojos. Agamben, sorprendido, se detuvo en seco. Trató de sonreir y de encontrar una explicación a lo que sucedía: ¿un asalto?
De pronto creyó entender, y musitó: "Tutti abbiamo la nostra Valerie Solanas".
P. Caracciolo entrecerró los ojos y empezó a temblar. Entendió que también ella estaba repitiendo algo viejo, ya hecho, y condenado. Entendió que no entendía nada, que su mediocridad la había llevado a un punto de no retorno. 
Quiso disparar una, cien veces. Por alguna razón, tal vez porque no había revisado el arma previamente, martilló dos veces sin éxito y a la tercera vez, la pistola estalló y le voló la boca y la mató al instante.

(continúa)



lunes, 6 de abril de 2020

Diario de la peste, día 19

(anterior)

Denunciemos públicamente a la OMS y a los "médicos" 
que difunden sus protocolos asesinos

Como venimos sosteniendo desde la primera hora (en la estela agambeniana y foucaultiana, que es la única que ilumina un poco el oscuro camino que transitamos) el poder de excepción sobre la vida desnuda, fundado en una autoridad pura y absoluta, conduce a la muerte, se vuelve tanatopolítica. 
Eso es la biopolítica: un poder que se arroga el derecho de dejar morir y hacer vivir a una masa de población indeterminada (a una vida descalificada) que, lejos de pensarse a si misma en el aislamiento como una suma de individuos o como comunidad, vuelve a subrayar las características de la masa tal y como la definió Elías Canetti: pasividad, identificación con el "lider".
El telesanitarismo fascista ha conseguido lo que nunca antes: el funcionamiento en masa, sin manada (es decir: sin líneas de fuga, sin esperanza, sin salida).
Ya circulan las descripciones de experiencias que se apartaron del protocolo ciego que la OMS exigió que se aplicara sin excepciones, y que tuvieron éxito: el caso del Véneto (comparado con el caso de Lombardía) es uno de ellos.

PREGUNTA. En la localidad de Vò Euganeo (Véneto, norte de Italia) se produjo uno de los primeros brotes. Decidieron hacer test a toda la población, a los 3.500 habitantes, y aislar a todos los positivos, incluidos los asintomáticos. Y la epidemia se frenó en seco, al revés de lo que ocurrió en Lombardía... o en Madrid.

RESPUESTA. Vò es una localidad en la que había una situación muy parecida a la de Codogno (Lombardía). De hecho, había habido contactos entre los dos pueblos, que están muy cerca aunque pertenecen a regiones distintas. E igual que en Codogno, Vò se convirtió en 'zona roja' desde el principio y se cerró completamente a la población. La diferencia es que aquí entró en juego mi discípulo, Andrea Crisanti, con quien he hablado mucho estos días. Aconsejadas por él, las autoridades decidieron hacer test a todos los habitantes del pueblo.

P. ¿Y cuál fue el resultado?

El resultado se obtuvo sobre una muestra muy pequeña, pero aun así es muy revelador. Un total de 58 personas dieron positivo en los test realizados entre el 22 y el 25 de febrero y, de todos ellos, 33 eran totalmente asintomáticos. De los menores de 50, la mayoría lo eran. Establecimos la hipótesis de que entre el 50% y el 70% de los infectados no estarían desarrollando síntomas, que recogieron los periódicos italianos. Y lo más importante: 10 días después solo dieron positivo 19 de los asintomáticos y 10 de los que tenían síntomas.

P. (...) alrededor del 80% de los contagios lo provocan infectados no detectados, entre ellos asintomáticos.

R. Claro, porque son muchos y son una fuente formidable de contagio. Por eso hay que aislarlos inmediatamente. La mayoría eran personas jóvenes y sanas. Pero lo más interesante de todo es que cuando los contagiados asintomáticos fueron aislados en Vò, el porcentaje de enfermos disminuyó de golpe del 3,2% al 0,3%. ¡Más de 10 veces! Llegamos a la conclusión de que la circulación del virus alrededor de una misma persona, aunque ya esté infectada, agrava su patología.

P. Antes de seguir con eso, me queda una duda, ¿los asintomáticos no presentaron síntomas después del primer test, no?

R. No, no. Ya le digo que a los 10 días les volvieron a hacer el test y ya más de la mitad dieron negativo. Creo que en todo el brote allí solo ha muerto una persona. ¡Compárelo con Codogno, donde ha habido tantísimas víctimas! La impresión de Crisanti, que comparto, es que quizá fue el aislamiento de los asintomáticos positivos lo que frenó la epidemia. Es una hipótesis, pero creemos que cuando el virus circula muchas veces por el mismo ambiente, potencia su acción.

(...)

P. Imagino que está al tanto de la evolución del Covid-19 en España.

R. Lo sigo por las noticias. Yo creo que en Madrid está ocurriendo lo mismo que en Lombardía. En Lombardía no han hecho test a los asintomáticos, solo a los que tienen ya síntomas. Y no han querido llevar mascarillas. Dos enormes errores estratégicos, que son los que han desatado la tragedia. Lombardía está como Madrid, ya lo sabe: tenemos muchas personas en terapia intensiva.

(...)

P. Con las mascarillas también ha habido rectificación. ¿Ha fallado la OMS?

R. Ha sido desastroso, totalmente desastroso. Hasta hace 10 días, aquí seguían diciendo por televisión en mensajes oficiales que las mascarillas no servían para nada, que los test a los asintomáticos no servían para nada. Al final, Véneto está controlando el coronavirus por no seguir a la OMS. Ahora están cambiando el discurso y están diciendo lo que yo dejé escrito hace dos meses. Pero ahora llega tarde. Hacía falta hacerlo entonces para frenarlo.

P. ¿Cómo es posible que haya fallado tanto la OMS?

R. Nos hemos hecho esa pregunta nosotros también muchas veces estos días. Yo creo que fundamentalmente han fallado porque son burócratas que han hecho carrera dentro de oficinas, pero no han vivido la experiencia de campo, no han estado ni en los laboratorios manejando virus ni implicados en situaciones epidémicas en otros países. Los políticos se han dejado aconsejar por burócratas, en lugar de por expertos. Los políticos están siendo muy criticados, pero la verdad es que han tomado decisiones aconsejados por lo que les decían los técnicos.


El resto de la entrevista a Sergio Romagnani no tiene desperdicio (gracias Ana Becciu, por mandármela).
En Nueva York, en Buenos Aires, en Madrid, los test para asintomáticos se reservan para las élites y sólo para ellas. Incluso, en algunos lugares ni siquiera se testean a los sintomáticos. Un amigo de Nueva York y su marido se recuperaron de una gripe. En teleconsulta con su médico, les dijo que probablemente había sido coronavirus. Pero nunca les indicó que se testearan
El uso de barbijo sigue estando en discusión, y sobre todo por parte de aquellos mismos que militaban por un encierro total e indiscriminado de la población, que vive, en la mayoría de los casos, en circunstancias sanitarias poco propicias para la supervivencia, los infectólogos y epidemiólogos que se lavaban las manos ante las cámaras.
Eso son los de la OMS: burócratas de lo viviente. ¿No es eso, precisamente, lo que se caracterizó tan bien como biopolítica y que algunes descerebrados de derecha todavía se atreven a caracterizar como "el desastre de los foucaultianos"?

(continúa)



domingo, 5 de abril de 2020

Diario de la peste, día 18

(anterior)

Juro que hicimos todo lo posible para que nos gustara Freud, pero fue en vano. No pudimos siquiera mirarla sin bostezar cada cinco minutos (y llegamos al capítulo 5 porque nos habían dicho que crecía en disparate).
Como todas las producciones de Netflix la serie es muy mediocre: las actuaciones no convencen, los diálogos son bastante torpes y burocráticos, el guion abunda en tropiezos y, sobre todo, incurre en intolerables intertextualidades, que nos recuerdan lo que fue bueno, en este caso: Penny Dreadful
Es evidente que el personaje de Salomé está robado de Vannesa Ives, claro que sin la belleza de Eva Green y sin la majestad que le impone a su personaje:




Luego: que Sigmund Freud no lea ningún libro, al menos en los primeros cinco capítulos,  hace pensar que es un homónimo. Porque si algo hizo Freud, en lugar de andar persiguiendo fantasmas por las calles de Viena, fue leer y escribir (vean sus Obras completas, vean sus epistolarios).
Penny Dreadful recurrió a la mezcolanza de ficciones góticas (Drácula, Frankenstein, Dorian Gray, los hombres lobos) para decir algo sobre el presente. Anticipó, a su manera, la marea feminista que domina nuestro horizonte. Éste, uno de los (muchos) monólogos de Lily (para quien las "sufragistas" no merecían el más mínimo respeto), corta el aliento:


No se entiende a qué apunta Freud, salvo a ofender la inteligencia de los espectadores a través de ficciones paranoicas ya muy transitadas con mayor fortuna.
Sé que la época es avara en el suministro de distracciones de la peste. Por eso creo que Penny Dreadful merece una chance entre quienes no la vieron en su momento (yo, que la amé, la vería de nuevo sin dudarlo).

Update: Mi marido lee estas entradas antes que se publiquen (de ahí el "deleite"). Me observa que, teniendo en cuenta las ficciones paranoicas en las que estamos inmersos, es difícil que alguna imaginación televisiva nos cautive.
Sabemos que hay un virus circulando, cuyo objetivo primero fue poner a la gente en cuarentena obligatoria: vaciar las calles. Acostumbrarnos al encierro. 
Mientras la actividad económica llega a mínimos históricos, el Planeta se va recuperando del daño que le hemos inflingido. Saldremos de la pandemia, en el mejor de los casos, para firmar la Constitución de la Tierra y hacer del mundo unas Islas Galápagos universales.
No es seguro que semejante proyecto (que supone además la interrupción de los procesos capitalistas o comunistas de acumulación indefinida) salve nuestro mundo porque, por otro lado (lo sabemos por los servicios de inteligencia venezolanos), hay un meteorito cuya dimensión y ruta alcanzan para destruir toda la vida en este planeta. En julio lanzarán varios dispositivos con la intención de desviarlo en septiembre.
Daniel Nemrava me insiste, desde Olomouc, para que vaya al congreso que tuvo que postergar para septiembre. Roland Spiller me insiste para que vaya en noviembre a Frankfurt, para ultimar los detalles del proyecto internacional que nos involucra.
A Roland le digo, sin darle demasiados datos, que noviembre tal vez sea demasiado tarde.
Mejor sería que nos viéramos en septiembre así, si fallaran los proyectos aeroespaciales, tengo tiempo de despedirme de mi familia y esperar tomados de la mano la extinción.
Hoy nos enteramos del renacimiento del ludismo. 
Aparentemente hay brigadas agambenianas que se constituyeron en fuerzas de choque. La inteligencia de esos grupos italianos de izquierda radical no leninista (como corresponde) descubrió que la expansión del virus y la cantidad de muertes es correlativa de la distribución de la tecnología 5G (naturalmente, antes de la pandemia esa discusión, que entonces parecía "comercial" agotó la paciencia de los lectores de las tapas de los diarios).
En toda Europa los grupos agambenianos se dedican a volar las torres de comunicación 5G, para obturar la expansión del virus.
El mundo es, definitivamente, una construcción mucho más interesante que cualquier ficción. Ampliaremos.



sábado, 4 de abril de 2020

Diario de la peste, día 17

(anterior)

No se entiende cómo no renunció nadie después de los lamentables sucesos de ayer, que nos pusieron en la primera plana de todos los diarios del mundo, en los peores términos.
El asunto, al menos, sirvió para que países más sólidos, como México, no cometan el mismo error.
Pero: ¿cómo nadie renunció, ni en el Pami ni en el Banco Central?
Es un error, dicen. Lo puede tener cualquiera.
A Eric Torales, el chico del beso de la muerte de La Reja, acá a dos puentes, quieren imputarlo por homicidio no sé qué (calificado, culposo, esos rótulos de mierda que usan los abogados).
Es es ya en si mismo un abuso de autoridad, porque el chico está ya viviendo un infierno que lo va a acompañar para siempre, como para que encima lo persigan judicialmente. Pero supongamos que aceptamos ese accionar de la Justicia. ¿Por qué no persiguen judicialmente a quienes pusieron en riesgo a todos esos viejos? Y si no correspondiera perseguirlos judicialmente todavía, ¿cómo es que no renuncian? ¿Con qué cara siguen en sus cargos? "No sabíamos que íban a ir tantos". Yo sí lo sabía. Yo tuve que ponerle un candado doble en el portón a mi mamá, que estaba dispuesta a ir al banco
¿Desde qué tupper ejercen el gobierno estas personas?
¿No se dan cuenta de nada? 
Estamos hartos de que nos traten como a ignorantes que no saben ni lavarse las manos. Estamos hartos de que nadie se haga cargo del control sanitario como se debiera.
Estamos, sencillamente, hartos.

(continúa)