por Franco Berardi para ILDISERTORE
La cumbre de la ultraderecha blanca occidental celebrada en Madrid el 29 de mayo fue la culminación de un proceso que escapa a las categorías de la política moderna.
Seguimos interpretándolo con las categorías de que disponemos, democracia, liberalismo, socialismo, fascismo, etcétera...
Pero creo que estas categorías interpretativas de la política no captan la esencia de este proceso, que no es muy nuevo en el plano enunciativo, programático, sino que es radicalmente nuevo en el plano antropológico y psicocognitivo.
Los enunciados de los líderes de la derecha mundial no explican la fuerza disruptiva del movimiento que nadie parece capaz de detener -con algunas excepciones como Colombia, Brasil y la España socialista, bastiones de la resistencia humana. Las dinámicas tradicionales de democracia parlamentaria y lucha social parecen haber sido derrocadas, como si un ciclón de poder sin precedentes arrasara las defensas que la sociedad ha construido tras la Segunda Guerra Mundial.
La cumbre de Madrid reunió a formaciones que se remontan al supremacismo blanco occidental, y no a los movimientos que lideran países como la India de Modi, ejemplo de supremacismo no blanco, y la Rusia de Putin, ejemplo de supremacismo no occidental.
En la segunda mitad de 2024, es posible que los supremacistas de derechas ganen la presidencia de Estados Unidos y cambien la mayoría en el Parlamento Europeo, aliándose con el centro. Pero incluso si la derecha no se impusiera en Europa y los demócratas ganaran las elecciones estadounidenses, esto no cambiaría gran cosa, porque en las cuestiones fundamentales -ante todo en materia de rearme, guerra y la cuestión climática- ya no hay distinción entre los ultraderechistas y los gobiernos de centro. Por el contrario, en la situación que se perfila, la victoria del lepenismo en las elecciones de junio y la victoria de Trump en noviembre tendrían el efecto de resquebrajar la unidad occidental en la guerra contra Rusia.
Pero el objeto de mi reflexión no es el resultado de las elecciones de 2024.
Lo que me interesa aquí es comprender la dinámica antropológica y no meramente política que ha transformado las sociedades de Occidente y de gran parte del planeta, tras haber barrido al movimiento obrero organizado y desactivado una tras otra las instituciones internacionales de la era liberal-democrática, empezando por la ONU.
¿Se puede reducir lo que está ocurriendo a un retorno del fascismo histórico? Yo diría definitivamente que no: el nacionalismo fascista sigue siendo la principal referencia del lenguaje y la mentalidad de la clase política que cabalga la ola reaccionaria, porque son personas de muy bajo nivel intelectual que no tienen la capacidad de encontrar conceptos y palabras a la altura de la fuerza que la transformación antropológica ha puesto a su disposición.
Me parece que no hay conciencia de derecha a la altura de la fuerza de la derecha.
La brutalidad, después de todo, no suele ser muy consciente de sí misma.
Lo que está surgiendo es un fenómeno de proporciones gigantescas, que no puede explicarse con las categorías de la política porque hunde sus raíces en la mutación tecnoantropológica que ha experimentado la humanidad en las últimas cuatro décadas, y porque constituye la válvula de escape del hiperliberalismo que ha hecho de la competencia (es decir, de la guerra social) el principio universal de las relaciones interhumanas.
Las explicaciones políticas de la ola brutalista libertaria sólo captan aspectos marginales del fenómeno: los demócratas liberales sostienen que el orden político se ve sacudido por el soberanismo autoritario. Los marxistas, o muchos de ellos, interpretan lo que está ocurriendo como un retorno del fascismo histórico tras los errores del movimiento obrero organizado.
Pero ninguno de ellos explica lo más importante, la cualidad antropológica y psíquica que subyace a la adhesión masiva a los movimientos ultrarreaccionarios.Lo que está en juego no es el significado de las declaraciones de Trump, Milei, Netanyahu o Norendra Modi, sino las razones por las que una creciente mayoría de la población del planeta abraza con entusiasmo la furia destructiva de estos líderes.
A diferencia del nazifascismo histórico, que practicaba una economía estatista, la ola supremacista fusiona los tópicos del racismo y el conservadurismo cultural con una acentuación histérica del liberalismo económico: libertad para ser brutal.
¿Es esta novedad suficiente para explicar el éxito arrollador de la papilla intelectual que en todas partes suscita el entusiasmo de las multitudes?
¿Debemos pensar que las multitudes siguen a Trump a pesar de sus flagrantes mentiras, a pesar de su machismo de baja estofa? ¿Y que las multitudes israelíes apoyan al gobierno fascista a pesar del exterminio de niños palestinos, y que la mayoría de los argentinos votan a Milei a pesar de la motosierra con la que se dispone a destruir el estado de bienestar y matar de hambre a millones de trabajadores?
¿O tal vez habría que invertir el razonamiento? Adelanto la hipótesis de que estamos ante una verdadera inversión del juicio ético: que los estadounidenses votan a Trump precisamente porque es un violador y un mentiroso, que los israelíes apoyan a Netanyahu precisamente porque practica el genocidio, compensando una profunda e inconfesable necesidad de reparación de los descendientes de las víctimas de un genocidio pasado. Y que los jóvenes argentinos siguen a Milei porque creen que por fin los mejores podrán sobresalir y los demás se morirán de hambre como se merecen.
Lo que es nuevo entender es la cualidad psíquica, cognitiva, antropológica de Anthropos 2.0.
La inversión cínica del juicio, el entusiasmo por la violencia racista implican una perversión de la percepción y del procesamiento psíquico, incluso antes que moral: capitalismo gore, como define Sayak Valencia la realidad mexicana.
Brutalismo social
Al hacer de la competencia el principio universal de las relaciones interhumanas, el neoliberalismo ha ridiculizado la empatía por el sufrimiento ajeno, ha erosionado los fundamentos de la solidaridad y, con ello, ha destruido la civilización social.
Cuando Milei afirma que la justicia social es una aberración, no hace sino legitimar el derecho del más fuerte y galvanizar la ilusión de masas de individuos jóvenes (en su mayoría varones) convencidos de que están dotados de la fuerza necesaria para ganar a todos los demás. Esta creencia no se desmonta fácilmente, porque cuando mañana estos individuos sean, como ya lo son, miserables solitarios empobrecidos, sólo culparán de su derrota a los inmigrantes, o a los comunistas, o a Satanás, según su psicosis preferida.
Mientras se condena la justicia social como una aberrante intromisión del socialismo de Estado en la libertad de los individuos, se naturaliza el salvajismo competitivo: en la lucha por la vida, quien no esté a la altura merece morir. La empatía no es compatible con la economía de la supervivencia, de hecho se la autoinflige. Como dice Thomas Wade en la novela de Liu Cixin (Dark Forest): «Si perdemos nuestra humanidad perdemos algo, si perdemos nuestra bestialidad lo perdemos todo».
El brutalismo se convierte en el fundamento de la vida social.
El inconsciente conectivo y el fin de la mente crítica
Mc Luhan escribió en 1964 que cuando la comunicación interhumana pasa de la dimensión lenta de la tecnología alfabética a la dimensión rápida de la tecnología electrónica, el pensamiento se vuelve inadecuado para la crítica y se restaura el pensamiento mitológico. La mutación tecno-comunicativa está resultando más arrolladora que las propias predicciones de McLuhan.
Según el director general de Netflix, Reed Hastings, el principal competidor de las infocompañías es el sueño. Sumando las horas de actividades multitarea de una persona en nuestro tiempo, la jornada es de 31 horas, de las cuales sólo seis horas y media se dedican a dormir.
En 24/7 Capitalism and the end of sleep Jonathan Crary escribe que el tiempo medio dedicado al sueño ha disminuido en un siglo de ocho horas y media a seis horas y media. ¿Qué efecto puede tener la contracción del sueño en la autonomía mental de un individuo?
Durante trece horas, la mente está expuesta a estímulos de la infoesfera. Un lector de libros podría exponer su mente a la recepción de signos alfabéticos durante muchas horas, pero la intensidad y velocidad de los impulsos electrónicos es incomparablemente mayor. ¿Cuáles son las consecuencias de esta transformación tecno-comunicativa?
En resumen: la mente sometida al bombardeo ininterrumpido de impulsos electrónicos, independientemente de su contenido, funciona de forma completamente distinta a como funcionaba la mente alfabética, que tenía la capacidad de discriminar lo verdadero y lo falso en la información, y que poseía la capacidad de construir una vía de procesamiento individual. De hecho, esta capacidad depende del tiempo de procesamiento emocional y racional, que en el caso de un joven que vive trece horas al día en la infoesfera electrónica se reduce a cero.
La distinción entre la verdad y la falsedad de las afirmaciones no sólo se hace difícil, sino que es irrelevante, como cuando uno se encuentra en un entorno de juego. En un entorno así no tiene sentido aprobar o desaprobar la violencia de los hombres verdes que invaden el planeta rojo. Hacerlo sólo serviría para perder la partida.
La configuración conectiva de la mente contemporánea es cada vez más indiferente a la distinción entre lo verdadero y lo falso, lo bueno y lo malo. La elección entre un estímulo y otro no depende del juicio crítico, sino del grado de excitación, o de estimulación dopaminérgica. Por poner un ejemplo personal: la noche del 9 de noviembre de 2016, cuando se esperaban los resultados de las elecciones estadounidenses en las que Hillary Clinton se enfrentaba a Donald Trump, recuerdo que me desperté a las cuatro de la mañana para encender el ordenador y ver cómo había quedado la contienda. No es que sintiera ninguna simpatía por Hillary, pero me parecía moralmente repugnante pensar que ese energúmeno pudiera llegar a presidente. Sin embargo, me di cuenta de que algo en mí deseaba que ocurriera el acontecimiento más fuerte, más inesperado, más escandaloso, en definitiva, más estimulante de la dopamina. Y mi sistema nervioso estaba satisfecho: el horror se había impuesto, y el espectador que había en mí estaba satisfecho, porque todo espectador siempre quiere que la pantalla le envíe el estímulo más fuerte. Creo que la mente conectiva ha evolucionado en una dirección incompatible con el juicio moral y la discriminación crítica.
Tecnología celular y grandes migraciones
En general, el marxismo subestimó la cuestión demográfica después de que Marx criticara las tesis maltusianas a mediados del siglo XIX. Marx tenía razón contra Malthus, que predijo que el crecimiento demográfico causaría trastornos sin tener en cuenta la evolución técnica de la productividad. Pero los marxistas tenían igualmente razón al no considerar las consecuencias de la extraordinaria aceleración que hicieron posible la medicina y el progreso social. El salto de dos mil quinientos millones de personas en 1950 a ocho mil millones setenta años más tarde ha supuesto una intensificación sin precedentes de la explotación de los recursos de la Tierra y ha conducido, creo que inevitablemente, a la devastación del medio ambiente planetario. El capitalismo liberal tiene sus defectos, pero creo que ningún sistema de producción podría haber satisfecho las demandas provocadas por la explosión demográfica sin efectos catastróficos sobre la ecología planetaria, y también sobre la percepción psíquica del otro: en condiciones de superpoblación, el inconsciente colectivo, en su modo contemporáneo de inconsciente conectivo, ya no es capaz de percibir al otro como amigo, porque en verdad todo otro individuo es una amenaza para la supervivencia.
En los años sesenta, el etólogo John Bumpass Calhoun habló de un hundimiento del comportamiento en este sentido.
La devastación ecológica hace inhabitables zonas cada vez más extensas del planeta e imposibilita el cultivo de áreas enteras. Es comprensible que los habitantes del Sur global (es decir, las zonas que han sufrido los efectos de la colonización y sufren especialmente los efectos del cambio climático) quieran trasladarse al Norte global (es decir, la zona que ha disfrutado de los beneficios de la explotación colonial y ha sufrido menos, por el momento, las consecuencias del cambio climático).
También es comprensible (aunque inmoral, pero el juicio moral vale tanto como dos triunfos en esta coyuntura) que a los norteños les asuste la idea de que masas cada vez mayores se desplacen del sur al norte. Esto explica por qué la gran migración empuja y empujará a las poblaciones del norte cada vez más hacia posiciones abiertamente racistas. Por eso el genocidio es ya, y probablemente será cada vez más, una técnica de control de los movimientos de población. Por eso los europeos hacen todo lo posible para que miles de personas mueran ahogadas en el mar o dispersas en los desiertos del norte de África.
En su novela La isla de los fusiles, Amitav Gosh relata el ciclo de comunicación-migración celular.
«Ya no estamos en el siglo XX. No hace falta un megacomputador para acceder a la red. Basta con un teléfono, y ahora todo el mundo tiene uno. Y no importa si eres analfabeto. Puedes encontrar lo que buscas simplemente hablando, tu asistente virtual se encargará del resto. Te sorprendería lo rápido y bien que aprende la gente. Así empieza el viaje, no comprando un billete y sacando un pasaporte. Empieza con un teléfono y tecnología de reconocimiento de voz.
...¿Dónde crees que aprenden que necesitan una vida mejor? Mierda, ¿de dónde crees que sacan una idea de lo que es una vida mejor? De sus teléfonos, por supuesto. Ahí es donde ven fotos de otros países; ahí es donde ven anuncios en los que todo parece fabuloso; ven cosas en las redes sociales, posts de vecinos que ya han hecho el viaje... después de eso ¿qué crees que hacen? ¿Que vuelven a plantar arroz? ¿Has probado alguna vez a plantar arroz? Todo el día agachado hasta el suelo, al sol, con serpientes e insectos pululando a tu alrededor. ¿Crees que alguien quiere volver a esos campos después de ver las fotos de sus amigos tomando cómodamente café con leche caramelizada en un café de Berlín? Y el mismo teléfono que les muestra esas fotos también puede ponerles en contacto con intermediarios..... pongamos que un tipo pide asilo en Suecia. Necesitará una historia fiable. No una de las habituales historias de mierda. Una historia como las que quieren oír allí. Digamos que el tipo se moría de hambre porque sus campos estaban inundados: o digamos que todo el pueblo enfermó a causa del arsénico en el suelo; o digamos que el tipo fue golpeado por su casero porque no podía pagar sus deudas. Nada de esto les importa a los suecos. Les gusta la política, la religión y el sexo. Tienes que tener una historia de persecución si quieres que te escuchen. Así es como ayudo a mis clientes, les doy ese tipo de historias». (Amitav Gosh: La isla de los fusiles, Neri Pozza, 2019, pp. 74-76).
La gran migración desde el sur y el este hacia el norte y el oeste del mundo es el proceso que más contribuye a la ola ultrarreaccionaria, mientras la oposición entre el norte imperialista y el sur colonizado adquiere contornos cada vez más nítidos. No hay más que mirar el mapa de los países que condenan el colonialismo israelí y de los países que lo apoyan para comprender la geografía del choque epocal que está tomando forma. Pero no hay que creer que la brutalidad pertenece sólo al mundo blanco occidental: la Rusia de Putin no es occidental y la India de Modi no es blanca, pero una y otra comparten las características esenciales del brutalismo y la indiferencia ante el genocidio.
La posibilidad de una revolución anticolonialista tenía perspectivas progresistas en el marco del internacionalismo obrero, pero éste parece haber desaparecido del horizonte de la historia. Y el fin del internacionalismo ha abierto la puerta al apocalipsis que estamos viviendo.
Barómetro demográfico y conclusiones provisionales
Debemos tener en cuenta el hecho de que la expansión demográfica, que retrocede hacia el norte global, va a continuar a escala mundial hasta que la población mundial alcance, según las previsiones, los diez mil millones.
Es cierto que algunos demógrafos predicen que en ese momento, a mediados de siglo, la población de la Tierra empezará a disminuir a un ritmo similar al que creció en el siglo pasado.
Según Dean Spears, se puede dibujar una campana que sube vertiginosamente de 2.000 a 10.000 millones, alcanza su máximo en torno a 2040 y luego desciende con la misma precipitación. A este hundimiento de la natalidad contribuyen al menos tres factores, que no analizaré aquí: el colapso de la fecundidad masculina, la reticencia femenina a engendrar las víctimas del holocausto climático y bélico, y la tendencia de la sexualidad a desaparecer debido a la hipersemiotización del deseo.
Pero es totalmente previsible que la brutalidad política y moral que se impone por doquier, combinada con el creciente poder de las armas de destrucción masiva y la racionalidad amoral de la Inteligencia Artificial aplicada al armamento, desemboque en el colapso final de la civilización humana antes de que suene la campana.
¿Podemos esperar un reflujo de la tendencia que vengo analizando aquí?
Para responder a esto debemos considerar que el auge del brutalismo libertario ha reunido y está reuniendo una energía que parece surgir de la dinámica profunda de la evolución tecnológica, psíquica y cognitiva de la humanidad. Tal energía no puede ser frenada por una acción voluntarista de la que, por otra parte, los sujetos políticos sociales y culturales son cada vez menos visibles.
Por ello, temo que esta ola sólo pueda detenerse cuando esta energía haya producido todos los efectos de los que es capaz, del mismo modo que el Tercer Reich sólo se detuvo cuando hubo destruido todo lo que podía destruir, incluida Alemania.
Pero la fuerza destructiva de que dispone el Tercer Reich global de nuestro tiempo es suficiente para borrar todo rastro de vida humana del planeta.
24 de mayo de 2023