lunes, 20 de enero de 2025
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sábado, 18 de enero de 2025
Milei es el pasado
por Fernando Rosso para Perfil
Milei es el pasado. Puro arcaísmo disfrazado de último grito. La afirmación muy extendida que asegura que el proyecto libertariano y los movimientos de extrema derecha, en general, se apropiaron de una idea de futuro y la hicieron creíble es esencialmente falsa.
El historiador italiano Enzo Traverso considera que el gran problema del mundo contemporáneo es la ausencia de futuridad porque el presentismo es el verdadero régimen de historicidad del siglo XXI. Una especie de tiempo sin tiempo, despojado de futuro, comprimido en la jaula asfixiante del presente.
Es una dificultad de todos, también de la derecha radical que es incapaz de elaborar cualquier proyección utópica hacia el porvenir. Utópica no en el sentido de irrealizable, sino como un sueño dirigido. En este aspecto –como en tantos otros– la derecha radical es menos que el fascismo clásico que tenía una idea de futuro con sus mitos de hombre nuevo, la creación de una civilización, de una lengua y de una nueva nación. Un conjunto de leyendas que eran su manera de pensar el futuro.
Las derechas actuales, por el contrario, son extremadamente conservadoras. Se paran de espaldas al futuro. Es más, le tienen miedo porque lo consideran una amenaza que los intimida. Por esa razón hay que retornar a los valores tradicionales, a la defensa de la familia, restaurar las identidades perdidas, las antiguas jerarquías y reponer un viejo orden que nunca existió.
Los eslóganes que agitan las extremas derechas ponen en evidencia esta característica central de su ecléctica ideología: la vuelta a los tiempos de la Reconquista que proclama la formación Vox en España, aquel período (¡711-1492!) en el que los reinos cristianos del norte de la Península Ibérica lucharon por recuperar el control del territorio que estaba bajo el dominio del “moro invasor”. El Make America great again de Donald Trump (reescribiendo aquel rancio lema que patentó Ronald Reagan en la campaña electoral de 1980) o el Let’s take back control que la ultraderecha británica publicitó para su militancia a favor del Brexit.
El pasado representa su perfecto ideal: en el “inicio de los tiempos” habitaba el verdadero ser histórico, tanto en el sentido moral (la época de los valores “genuinos”), como también ontológico: el ser auténtico hay que rastrearlo en el pasado y depurarlo de la “degeneración” impuesta por una temporalidad que lo degradó al extremo hasta hacerlo irreconocible.
Para Javier Milei los años dorados del pasado argentino se ubican en el país oligárquico de fines del siglo XIX y principios del siglo XX (sobre todo, previo a 1916): el paraíso terrateniente. “Para principios del siglo XX –afirmó en uno de sus discursos– éramos el faro de luz de Occidente. Lamentablemente, nuestra dirigencia decidió abandonar el modelo que nos había hecho ricos y abrazaron las ideas empobrecedoras del colectivismo”.
El período reivindicado por el presidente argentino fue la época en la que, según afirmó Juan Bautista Alberdi en sus Escritos económicos, no había sultanes en Sudamérica porque sobraban “demócratas más despóticos que ellos”.
Además de una economía primarizada (¿puede haber algo más reaccionario y retrasado que eso?) postula la expulsión de las masas de una mínima ciudadanía social o económica. Exclusión que viene teniendo lugar desde hace tiempo, digamos todo, pero que Milei quiere elevar a una fase superior.
En la “batalla cultural” promueve el retorno a un orden patriarcal, tradicionalista, jerárquico, represivo, segregacionista, xenófobo y discriminador. Un museo de antiguas novedades con todo el pasado por delante.
A personajes como Nicolás Márquez o el “Gordo” Dan –rabiosos portavoces mediáticos del proyecto libertariano en la jungla digital– les cabe un parafraseo de aquel potente cross a la mandíbula que el “Flaco” Menotti le aplicó alguna vez a José Luis Chilavert: habría que pasearlos por todas las escuelas para que los niños y las niñas puedan ver en vivo y en directo cómo era el hombre hace 400 millones de años.
La alianza de las derechas radicales con los grandes monopolios tecnológicos (Big Tech) que tienen el control del algoritmo puede dar la idea de que miran hacia el futuro. Sin embargo, hay un núcleo de verdad en las controversiales tesis que postulan que ese laberíntico universo digital tiene una lógica “tecno-feudal” o que esas empresas no escapan a la dinámica de un capitalismo en decadencia. Además, sabemos desde hace un tiempo largo que así como “no hay documento de cultura que no sea al mismo tiempo un documento de barbarie”; no hay tecnología avanzada que a la vez no pueda transformarse en un factor de formidable atraso.
El discurso que amalgama el último grito de un mundo hípertecnologizado con el retorno a un pasado “glorioso” pudo haber cautivado a ciertas franjas juveniles hartas de una crisis eterna y un presente insoportable.
En sus memorias recientemente publicadas (Antes que nada, Random House, 2023), Martín Caparrós compara a las juventudes de los años 60 y 70 del siglo pasado y sus aspiraciones emancipatorias con las actuales y sentencia que aquellas querían “construir todo lo contrario de lo de sus mayores”, mientras que hoy pretenden “recuperar lo que sus mayores arruinaron”; antes se buscaba “inventar un orden nuevo”, ahora “se quiere rescatar uno antiguo, ilusorio”. Pero esta ilusión (el adjetivo de Caparrós es preciso) no es sinónimo de un proyecto real, posible o deseable. Cuando las nuevas generaciones comiencen a construir verdaderamente un futuro tendrán al libertarianismo en la vereda de enfrente o lo dejarán arrumbarse tras sus espaldas en el basurero de la historia.
Podemos reformular el famoso adagio de Frederic Jameson y afirmar que hoy es más fácil imaginar el fin del mundo, que a la derecha radical diseñando un proyecto de futuro.
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Dormir al sol
Por Daniel Link para Perfil
Te despertás una mañana y ya es 15 de enero. Medio mes de un año nuevo ha pasado y todavía no has experimentado ninguno de los cambios que planeabas, salvo un leve dolor en la rodilla que seguramente será el tema del próximo quinquenio (en los genes rotos de tu familia corren ríos de artritis). Siempre criticaste el modo en que el calendario gregoriano escandía el año solar. Te parecía absurdo que, en Europa, el comienzo de cada año cayera en pleno invierno y las vacaciones, que parten el año en dos, en la mitad del calendario. Los años escolares y académicos, en el Norte, se designan con dos cifras (por ejemplo: 2024-2025). Pero esa complicación nominal en verdad permite un mayor compromiso con lo que vendrá o lo que queremos que venga. Entre nosotras, los años empiezan con las vacaciones, que son o deberían ser el período del nada hacer, del libre caminar sin destino prefijado, del existir apenas, dulcemente. ¿Cómo habrías de planificar tu año en ese contexto ya no de incertidumbre sino de deliberadas suspensiones del juicio?
Los del Norte empiezan el año a todo trapo, encerrados en sus gabinetes de trabajo porque el frío exterior quiebra los huesos, te mandan resoluciones, te llaman para que organices workshops, te reclaman respuestas. Y vos les contestás: por ahora no podemos hacer nada, nadie hay en ninguna oficina. Y es cierto.
Te desperezás, regás las plantas. Acompañás el ritmo solar tratando de que lo que vive no se muera, apenas eso, que no es poco. Vos también esperás respuestas que no llegan. Porque nadie hay en ninguna oficina y tu propio gabinete hierve como una burbuja de lava. “No se puede”, pensás, “desplegar propósitos nuevos en esta época”. Mejor esperar a marzo, cuando el vértigo del año ya se haya condensado en nueve meses. En marzo parirás tu nuevo año o, tal vez, dejes para más adelante los grandes proyectos porque la urgencia de la hora te obliga a cumplir con las tareas diarias que se acumularon entre enero y marzo. Después de todo, ¿qué importancia tiene el calendario? ¿No sería mejor esperar a cumplir años? Te sentás a planear el momento adecuado. Después de todo, no se pueden forzar las situaciones y las decisiones. Todo te llegará en su momento.
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sábado, 11 de enero de 2025
Fumata bianca
Por Daniel Link para Perfil
¿Viste que hay preguntas que te erizan los pelos de la nuca, no importa quién te las formule? Una de ellas es: “¿Viste tal película?” Uno ya sabe lo que viene: la película es genial y quedamos en el umbral de la boludez total por no haberla visto todavía. Peor todavía es cuando viene con el agregado “¿Viste tal película? ¡Te va a encantar!” porque presupone que una no la vio y, además, quien se atribuye tal saber sobre los gustos propios inmediatamente nos predispone mal para ver ese hipotético encantamiento cinematográfico.
Antes discutía o me rebelaba ante la conminación: “No, no voy a ver esa película nunca, viola una de mis reglas cinematográficas”. Ahora prefiero el contra-ataque. Veo una película secretamente. Cuando alguien me pregunta sobre otra, pongo la mía ante sus narices atónitas.
Hace unos días, sobre el final del año, un reputado crítico académico de cine me escribió: “Ayer vi Queer de Guadagnino. La vieron? Me encantó”. No podía decirle que no iba a ver la película, porque Daniel Craig es objeto de una regla cinematográfica dorada: veo todas las películas en las que actua, al menos desde 1998, cuando se desnudaba para un Francis Bacon encarnado por Derek Jacobi en Love Is the Devil.
Así que le escribí “NO” (con mayúsculas de irritación) y de inmediato contra-ataqué: “Oime, sabelotoda. ¿Viste Emilia Pérez?”. Me contestó: “No, ¿vale la pena?” (tenía prejuicios contra la película, como casi todas las personas que me rodean). Le dije: “Sin palabras. Es un más allá del cine conocido”. El cierre me sublevó: “La voy a ver y después te digo”. ¡Como si su opinión calificada avalada por un título de Doctor pudiera modificar mi propio juicio!
Yo no te voy a recomendar que veas Emilia Pérez para no caer en contradicción y además porque de eso se encarga Hollywood (acaba de ganar varios Golden Globes). Sólo diré que tiene varias canciones muy, pero muy, conmovedoras.
Eso sí, tratá de tener siempre a mano una respuesta contundente para no quedar como una persona que da la espalda a las carteleras. ¿Viste Wicked? La encontré estúpida e indignante. ¿Viste la de los Papas? Está bien, pero no es para tanto. Además, no tuvieron en cuenta la rosca de Francisco, que ya dejó la sucesión lista.
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jueves, 9 de enero de 2025
Los recortes del día
Disparates de una cátedra situada en París publicados para que lean sólo suscriptores blancos, europeos y que asienten desde sus terrazas, con una cerveza en la mano.
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martes, 7 de enero de 2025
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lunes, 6 de enero de 2025
En el año del Jubileo, todos los caminos conducen a Roma
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sábado, 4 de enero de 2025
Roma eterna (2)
Por Daniel Link para Perfil
Es muy raro que los columnistas especializados en política no hayan explorado el acontecimiento que representa la película Megalópolis en la actual coyuntura argentina, tan inclinada a la réplica romana como la fantasía de de Francis Ford Coppola.
La película está organizada alrededor de dos ideales políticos, el de Cicero (representante de los optimates) y el del populista Catilina. No toma el mismo partido de las Catilinarias ni la de los historiadores clásicos en contra de Catilina, a quien presenta como el portador de una utopía escrita en piedra al final de la película, que contradice palabra por palabra las austeras certezas liberales.
La película es muy kitsch y megalómana (Coppola casi siempre lo fue). Pero nos obliga a revisar nuestras convicciones y nuestras lecturas. Particularmente dos, El 18 brumario de Luis Bonaparte de Karl Marx y “Los romanos en el cine” de Roland Barthes.
En una de sus mejores mitologías, Barthes piensa a partir del Julio César de Mankiewicz la relación entre signos y significación. Encuentra que el flequillo que todos los actores lucen es emblema de “romanidad”. Califica a ese “signo intermediario” como índice de un espectáculo degradado, “que tanto teme a la verdad ingenua como al artificio total”. Por supuesto, en Megalópolis los romanos también lucen flequillos emblemáticos (son el fundamento del deliberado kitsch coppoliano: es impensable que en cuarenta años de preparación nadie le haya acercado ese artículo decisivo en la formación de los humanistas de todas las latitudes).
La romanidad evocada no es sólo cosmética sino política. La película resuelve en el plano de la fantasía lo que históricamente fue el fin de la República romana y su rendición al Imperio, que tantos sueños húmedos desencadena en los adolescentes (sino por edad, por ethos) que asesoran al actual gobierno argentino (en ese arco cinematográfico, la primera trilogía de La guerra de las Galaxias no ha sucedido).
La recurrencia a Roma como matriz de todo tránsito político actual es un poco falaz (baste señalar que la República no tenía una Suprema Corte, es decir, un Poder Judicial independiente como institución republicana).
En El 18 Brumario, Marx ya había denunciado el carácter completamente imaginario de esas identificaciones: “la revolución de 1789-1814 se vistió alternativamente con el ropaje de la República Romana y del Imperio Romano, y la revolución de 1848 no supo hacer nada mejor que parodiar aquí al 1789 y allá la tradición revolucionaria de 1793 a 1795”.
Con gran delicadeza, Marx subraya el papel que lo imaginario cumple en los procesos históricos, develando (precisamente por el carácter de la máscara que se use) lo que se esconde detrás.
En la “Introducción”, Marx se refiere a dos libros contemporáneos (uno de Victor Hugo, otro de Proudhon) que descalifica porque no dan con la clave necesaria.
Y concluye: “Yo, por el contrario, demuestro cómo la lucha de clases creó en Francia las circunstancias y las condiciones que permitieron a un personaje mediocre y grotesco representar el papel de héroe”. Fin.
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sábado, 28 de diciembre de 2024
Libertad sin salida
Por Daniel Link para Perfil
Si yo digo “marzo de 2020”, ¿vos qué imaginás? Imaginás Pandemia, Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio, el principio del fin. Fue un año bisiesto, es decir: catastrófico. Para mí siempre lo son y no entiendo cómo no te has sumado al pavor (sin duda, supersticioso) a esos años alargados. ¿Querés más pruebas? 2024 también fue bisiesto. No quisiera liberarte de la responsabilidad del proceso de disolución y guerra civil microscópica que estamos viviendo, porque el electorado tiene que hacerse cargo de sus decisiones. Pero convengamos en que esta vez los ñoquis del 29 vinieron con salsa envenenada.
El sino funesto del bisiesto no vino esta vez envuelto en ropajes imprevistos (catástrofes, epidemias, accidentes) sino de la mano de personajes conceptuales que, grosso modo, corresponde identificar con la derecha ultramontana que se consolidó de un bisiesto a otro.
“Libertad” es una hermosa palabra, que durante 2024 fue sometida a una violencia inusitada. Lo mismo sucedió con una “humanidad” en nombre de la cual se desarrollaron vastos procesos de exterminio (desde la integración operativa del territorio americano al mercado global, de la mano de Colón, hasta los hornos crematorios del nazismo, sin olvidar la pandemia de HIV y las guerras religiosas, que todavía conmueven el Mediterráneo).
“Libertad”, sí, ¿pero a costa de qué? Kakfa ya nos había advertido que “Con la libertad uno se engaña demasiado entre los hombres, ya que si el sentimiento de libertad es uno de los más sublimes, así de sublimes son también los correspondientes engaños” (“Informe para una academia”).
No se trata de la libertad, sino de encontrar una salida. La siniestra sombra bisiesta de 2024 vino del no poder, precisamente, encontrar una salida del laberinto libertario. ¿Cómo hacerlo, si eso no depende sólo de la capacidad de imaginar (que, por supuesto, es esencial) sino de las condiciones materiales de existencia?
Te doy un ejemplo: al comienzo de este bisiesto mi madre podía pagar de su jubilación su internación en un hogar de ancianos y le sobraba plata para comprar sus remedios. Durante el mes de diciembre, los honorarios del hogar (desregulados) ya superan no sólo lo que marca el nomenclador para prestaciones por discapacidad, sino los ingresos de mi madre. La desregulación del mercado farmacéutico encareció notablemente el precio de los remedios que necesita (muchos de ellos ahora de venta libre). Por supuesto, vos sabés que yo me voy a hacer cargo de la diferencia. Pero yo también estoy jubilado. He ahí un laberinto sin salida.
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jueves, 26 de diciembre de 2024
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sábado, 21 de diciembre de 2024
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Batallas perdidas
Por Daniel Link para Perfil
Rafael Spregelburd, que supo colaborar durante años con esta página, escribió una obra teatral fascinante hace un tiempo. Se llamaba Spam e introducía una hipótesis en la que se podía triunfar ante un dispositivo enajenante: el correo no deseado.
En mi caso personal, debo considerarme totalmente derrotado en esa contienda. La primera hora de mis mañanas se me va en borrar los correos basura que se han acumulado durante la noche. Pero ahora ya ni siquiera eso funciona.
Hay dos clases de spam. Cuando se visita una página quedamos suscriptas, deliberadamente o no, a notificaciones periódicas. En mi caso son páginas de ofertas de viajes, noticias, editoriales, sitios de arte. Pero siempre se cuelan correos de ofertas desencaminadas (gimnasios en Los Ángeles, dildos en Holanda) que más temprano que tarde denunciaré como correo no deseado. Al hacerlo, el programa de correo me ofrecerá dos opciones: “denunciar como spam” o “cancelar la suscripción”. Como aunque cancele la suscripción los correos seguirán llegando, directamente denuncio como spam al atrevido remitente.
Al hacerlo, contribuyo al extractivismo digital (suministro información gratis a la gran corporación que administra el sitio de mi correo). Lo que sucederá es que el remitente, llegado el momento, deberá pagar a la corporación para que me envíe los correos no deseados que yo he bloqueado, ahora como “correos patrocinados”. Esa clase de spam es la más insidiosa porque uno no puede evitarla (no hay botón de escape). Ya no denuncio más el spam para no sumarme a una cadena de acumulación insensata de la cual estoy excluido.
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miércoles, 18 de diciembre de 2024
Los recortes del día
Para una historia del "No hay plata"
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martes, 17 de diciembre de 2024
Claroscuros
Por Daniel Link para Perfil
Una apoteosis involucra un proceso de transformación de la naturaleza humana en divina. La muerte de Beatriz Sarlo nos enfrenta a la potencia de su ausencia. Nosotras, quienes crecimos bajo su influjo, elegimos seguir preguntándole cosas, como se hace con las divinidades tutelares.
¿Qué agregar sobre Beatriz y su conocimiento inmenso de la cultura argentina (desde la gauchesca hasta las marchas de piqueteros durante el gobierno de Alberto Fernández)?
Yo quisiera empezar por acá: el lugar donde Beatriz brilló con más entusiasmo personal y con mayor irradiación de efectos fue la Facultad de Filosofía y Letras, que la maltrató sistemáticamente. Allí dio sus cursos, dirigió tesis, formó docentes e investigadores y despertó la antipatía mezquina de la institución.
Beatriz era muy enfática en sus juicios y tenía gustos (para mí) extravagantes. De sus muchos análisis (por razones incomprensibles, sus colegas le negaban ese talento) yo recuerdo particularmente el del cuento de Cortázar “La noche boca arriba”, que nunca hubiera podido leer desde esa perspectiva por mi mismo (no lo reproduzco: está en Literatura / Sociedad, búsquenlo). Con una beca que le dio no sé quién ensayó algo inédito: leer un corpus enorme de literatura sentimental como se leen los monumentos literarios (porque esas ficciones habían cumplido un papel decisivo en la formación de públicos y de hábitos). No sólo se trataba de correrse del lugar de “mandarinato” para examinar los bordes mismos de lo canónico sino también de proponer un análisis “cuantitativo” que no tenía antecedentes ni herramientas, por entonces. Eso se lee en El imperio de los sentimientos, que es también un homenaje a Roland Barthes, a quien admiraba tanto como cualquier otra profesora argentina.
Beatriz militaba en muchas causas perdidas, sobre todo porque detestaba el sentido común que, cada vez más, domina el mundo intelectual y periodístico (“sentido común” en el sentido de enunciados sin potencia y casi sin significado que se pronuncian por mera pulsión repetitiva, y que integran la nube hedionda de “boludeces” con las que estamos condenados a vivir). Hace muchos, muchos años, me confesó que ella siempre se había equivocado políticamente. Era una constatación dolorosa porque para ella la política era una capa esencial de su vida: no sólo un interés, sino algo que organizaba su experiencia.
Tituló No entender a la autobiografía que alcanzó terminar justo antes de su último suspiro. Yo le alabé ese título porque me parecía (más allá de su justeza, que habría que poner en entredicho) que es la mejor manera de evaluar la propia vida: no como un camino recto hacia la propia consagración, no como una serie de pasos que prefiguran los grandes movimientos por las que se recordará a alguien, sino por los pasos mal dados, por el tiempo perdido, por las hipótesis desencaminadas y las confusiones.
En los últimos años se había convertido en un personaje público al que le preguntaban su opinión sobre cualquier cosa. Como los trabajos son los trabajos, Beatriz no se negaba a esas requisitorias y las transformaba en episodios de rigor intelectual.
Las cacatúas universitarias negaban con la cabeza, porque les parecía que con esas intervenciones se “rebajaba” a niveles que no se correspondían con la autoridad que da el magisterio. Los mayores ataques los recibió cuando escribió para la revista Viva, adoptando un registro que, cuando publicó esas columnas dominicales como libro, algunos empezaron a entender como el gesto vanguardista que había representado.
No se puede resumir todo el trabajo de Beatriz y el conjunto de saberes que manejaba (algunos de los cuales puso en crisis) en cuatro palabras. Tampoco tiene mucho sentido llorarla y nada más. Ahora hay que establecer su archivo, examinar las marcas en los libros de su biblioteca, reconstruir la marcha de un pensamiento que fue siempre un estímulo para nosotras, estuviéramos o no de acuerdo con ella.
Le gustaba firmar los correos que me mandaba como Tante. En una ocasión, en las vísperas de un viaje suyo a Viena, le pedí que participara virtualmente de un coloquio. “Nunca hice nada por zoom. Es la total pérdida del aura. Con la poca aura que se tiene, es quedar a oscuras y ya es bastante la propia oscuridad”.
Como se ve, más allá del título de su autobiografía, Beatriz algo entiende, todavía.
por Daniel Link para Radio Nacional:
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Las veinte verdades sarlistas
1
¿Cuánto le importa la corrupción a la sociedad?
A las capas medias, le importó poco durante varios años del menemismo. La corrupción kirchnerista tampoco dejó a nadie sin dormir mientras las cosas anduvieron bien. Por otra parte, la corrupción no es simplemente un tema moral, sino que se combina con las condiciones de vida. El treinta por ciento de pobres, seguramente perjudicados por un Estado donde hay corruptos, no piensa su situación en términos morales, sino como verdadera injusticia. Evadir impuestos es una de las formas más estables de la corrupción, y no la practican sólo los políticos.
2
¿Por qué decidió no irse del país en tiempos de Dictadura?
No podía pensar mi vida fuera de Buenos Aires. Además, me gusta tomar algunos riesgos.
3
¿Qué objetos la rodean en este momento?
En un estante de la biblioteca, una botella de Coca Cola, dentro de la que coloqué la pluma que me dio la Academia Nacional de Periodismo. Su unión inesperada me gusta mucho. Sobre ese mismo estante, un programa de la Sala Lugones con una foto de un filme de Ozu. Un poco más abajo, la Historia de San Martín, de Bartolomé Mitre, primera edición, que fue de mi padre, y me gusta pensar que es la misma que seguramente estaba en la casa paterna de Borges. En la pared opuesta, un cuadrado de madera blanca, que colgué como imitación casera de Blanco sobre blanco de Malevich. En ángulo, una foto de Facundo de Zuviría, un dibujo de Juan Pablo Renzi, otro de Eduardo Stupía y tres grabados que fueron tapa de la revista Punto de Vista.
4
¿Dónde está Dios?
Dios reside en esta pregunta y en todas las que se interrogan sobre su existencia.
5
¿Por qué aceptó la invitación al programa 678?
El gobierno kirchnerista solo recibía al periodismo que lo apoyaba. Me pareció que quienes lo criticábamos debíamos hacer lo contrario y enfrentar posiciones diferentes.
6
¿Por qué no aceptó la invitación que le ha hecho la producción de Mirtha Legrand para sentarse a su mesa?
No me sentiría muy cómoda escuchando una buena parte de las conversaciones que se mantienen alrededor de esa mesa. “Cada gato por su pared” es una buena definición de pluralismo en ciertas circunstancias. Soy un animal medio solitario, que trata de elegir las paredes sobre las que hace equilibrio.
7
¿Cuándo algo de la vida cotidiana pasa a ser su objeto de estudio?
Las ciudades fueron siempre espacios de atracción magnética. Soy vagabunda. Los medios, por otra parte, son inevitables. Allí no busco, sino que los temas se me aparecen, como si estuvieran iluminados por un foco.
8
¿Qué opina de las frases hechas?
Tienen la fuerza de la costumbre; la facilidad de lo conocido; la persistencia de los juicios sencillos y, a veces, exactos; la amabilidad niveladora del lugar donde todos tienen la ilusión de entenderse.
9
¿Cómo piensa su voto?
La política es una parte importante e intensa de mi vida. He sido militante de la izquierda, y, muy joven, en el peronismo. He estado muy cerca de algunos dirigentes; hablo con muchos de ellos. Mal o bien, escribo sobre política en los diarios. Por lo tanto, conozco y evalúo las cambiantes alternativas muchos meses antes de las elecciones. Antes del domingo electoral, acostumbro hacer pública mi opción, por escrito, en alguna nota. El voto secreto es una protección para los ciudadanos que puedan ser presionados o sometidos a represalias. Pero, en países democráticos, los intelectuales estamos en condiciones de dar a conocer la opción electoral, en lugar de obligar a la gente, que eventualmente nos lea, a hacer conjeturas.
10
¿Cuál es el mayor riesgo al que se exponen hoy los periodistas?
El estrellato mediático. También la tendencia a convertir la noticia en crónica (esto sucede especialmente con las policiales y de vida cotidiana). De otro riesgo somos responsables quienes escribimos notas de opinión, cuya relevancia es hoy mucho mayor que hace tres décadas, y encierran el peligro de la repetición y el autocentramiento. Por supuesto, estos riesgos tienen como escenario una esfera pública democrática. Quienes viven en Venezuela, Cuba o Nicaragua corren peligros que no tienen que ver con los géneros periodísticos sino con las posiciones políticas.
11
¿Piedra, papel o tijera?
Son las circunstancias las que definen los instrumentos. En una manifestación masiva, revolear una piedra no es un sacrilegio contra la paz social. Cortar, con un tijeretazo, la lectura de un discurso político insustancial o reiterativo, sintetizarlo críticamente, es ejercer el derecho al juicio de calidad. El papel, de todas maneras, resulta casi siempre más saludable y, a veces, intelectualmente más productivo.
12
¿A qué le teme?
A mi forma de hablar. A la ironía, que es la nota más fuerte de casi todo lo que digo. A la agresión, cuando la ironía se me vuelve ingobernable.
13
¿Le hubiese gustado recibir la muñeca que regalaba la Fundación Eva Perón para Reyes?
Recibí la muñeca que regalaba la Fundación para Reyes. Era 1952. Internada en el hospital Pirovano, fui beneficiaria de un incesante desfile de entretenimientos y regalos para las fiestas de fin de año. Mi familia, gorila sin vacilaciones, desaprobaba esos regalos a los que venía adosada una estampilla con la imagen de Eva. Yo, en cambio, la pasé extraordinariamente bien.
14
¿La política los prefiere “héteros”?
La política prefiere sujetos “normalizados”. El votante también. Las convicciones tienden a ser arcaicas. La cuestión no es qué prefieren las eventuales mayorías, sino abrir un espacio liberado de prejuicios para los nuevos sujetos políticos.
15
¿Para qué “sirve” un intelectual?
¿Para qué sirvió Sarmiento antes de ser presidente, cuando escribió el Facundo? ¿Para que sirvió Alberdi? ¿Para qué sirvió Sartre? ¿Para qué sirvieron Martínez Estrada, Victoria Ocampo o Sebreli? ¿Para qué sirvió José Aricó cuando, en el exilio, continuó su obra de editor y organizador de ideas? Deberíamos jubilar la pregunta, porque la historia de los intelectuales ofrece decenas de respuestas.
16
¿Cuál es su golpe favorito de tenis?
El revés a una mano de Justine Henin, Sampras y Federer; el revés a dos manos de Djokovic y Nalbandian. El drive de Kuerten, de Nadal y Del Potro. La volea de Tim Henman y los drops de Coria. Demás está decir que todos esos golpes admirados siempre fueron completamente imposibles para mí.
17
De los cigarrillos del día, ¿cuál es “el especial”?
El primero, después de tomar mate, caminando por la calle hasta la entrada del subterráneo.
18
¿Después del feminismo, ¿qué?
No hay después del feminismo. Sería como preguntarse: después de la igualdad de derechos, ¿qué? O después de la igualdad racial, ¿qué? Se abrirán nuevas exigencias y habrá que fundamentarlas y defenderlas. La costumbre de encontrar un “post” a todo me suena a necesidad de la historia académica o a la búsqueda de un titular.
19
¿Un deseo?
Volver a Berlín, siempre. Subir otra vez el Champaquí o caminar por la puna jujeña desde Rinconada a San Juan de Oros.
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¿Qué ve cuando mira?
Depende de lo que mire. No miro del mismo modo una película que un objeto, un edificio que una pintura. La mirada se educa. Me pasé décadas tratando de entrenar miradas diferentes. No hay espontaneidad sino trabajo.
Fuente: Clarín
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Vos sos aquella que ayer nomás decía
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domingo, 15 de diciembre de 2024
Los recortes del día
¿Cuál es la ventaja de extender la adolescencia hasta los 19 años? ¿Y cómo se lleva esto con los proyectos de baja de la edad de imputabilidad?
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sábado, 14 de diciembre de 2024
La nueva universidad
Por Daniel Link para Perfil
En una asamblea universitaria (a la que creo que fui convocado como “sobreviviente”) se lanzan premoniciones agoreras sobre el futuro de la universidad. La culpa de todo es de Milei, se dice.
Alguien, sentado en un silloncito de los que yo no pude disfrutar porque llegué tarde, se siente en “la primera línea de combate”.
Harto de la unánime melancolía, pido la palabra y retomo lo que alguien dijo casi al comienzo y que pasó inadvertido: el alumnado actual constituye un nuevo sujeto pedagógico.
Digo que, en efecto, habría que pensar a partir de ahí y, sobre todo, a partir de los procesos que arrojan como resultado un sujeto ya constituido, es decir, pensar la universidad como espacio constituyente de subjetividades y de relaciones intersubjetivas.
Digo que la Universidad (en todas partes) recibió dos golpes fatales (porque el cartero llama dos veces). El primero fue el ASPO (Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio) instaurado durante la pandemia, que destruyó lo más esencial, lo más formador del universo universitario: la reunión, el pensamiento común, la discusión y precisamente, esto que estamos haciendo, una asamblea.
El tan fatigado cuerpo a cuerpo de la antigua pedagogía murió de golpe y en su lugar se impuso la “creación de contenidos” y la clase virtual. Como todos saben, esas experiencias deceptivas sobrevivieron a la pandemia y ahora se identifica la “presencialidad” pedagógica con la “sincronicidad”: basta que dos personas simulen estar conectadas al mismo servidor a la misma hora para que eso se considere una clase. Una clase muerta, habría que decir, porque la divisa que yo sostuve durante toda mi carrera universitaria (“la clase es el lugar de todos los intercambios”) no se sostiene en esas experiencias vicarias. El segundo golpe (ahora mortal) que recibió la Universidad (en todas partes) fue la masificación de las Inteligencias Artificiales Generales (el General Intellect marxiano). Independientemente de la valoración que yo haga de esas inteligencias (cuyo modelo de pensamiento, de razonamiento y de juicio me resultan, por lo general, despreciables) constituyen herramientas que interfieren y compiten con los procesos de aprendizaje tal y como los concebíamos hasta hace apenas tres años.
¿Qué enseñar, y para qué? Para quién, ya lo sabemos: es un nuevo sujeto que, como sujeto político, se constituye alrededor de las interpelaciones mileinaristas. Y como sujeto pedagógico, hereda del ASPO expectativas y resquemores que encuentran en la IA su justo destino.
Entonces, me pregunté en alta voz (mi intervención fue más tartamuda y más corta, claro), ¿estamos dispuestas a pensar nuestra propia subjetividad en este contexto en el que, en cinco años y con tres golpes netos, la Universidad perdió sus anteriores condiciones de existencia (pero no su prestigio)?
Es cierto que las nuevas derechas (en Alemania, en Argentina, etc.) recortan presupuestos en cultura. En nuestra patria, incluso, presupuestos en investigación que hasta los países más admirados por el actual ejecutivo han respetado. Ya que tanto roban de The West Wing, recuerden que allí se impugnan los fondos del NEA, National Endowement for the Arts, pero no los del NEH, National Endowement for the Humanities. No es que esté bien discutir algunos presupuestos y otros no. Es que hay espacios que nadie se atreve a impugnar, ni siquiera con la coartada de que los fondos públicos no alcanzan para todo. Incluso teniendo en cuenta esa situación (bastante falsa), las humanidades públicas reciben generoso financiamiento porque se supone que allí se analizan precisamente los cambios y las tensiones en las relaciones intersubjetivas.
Ahora bien, las nuevas ultraderechas hoy están y mañana pueden no estar. En todo caso, son también el efecto de la emergencia de nuevos sujetos.
La Universidad (cualquiera sea) tiene que establecerse como el espacio en el que se garantiza no sólo la formación de ciudadanía, sino el análisis de las nuevas subjetividades que exigen de la Universidad, sus profesores e investigadores, respuestas nuevas. No para adecuarse a una demanda, sino para mostrar los efectos de las transformaciones epistémicas, subjetivas y políticas que nos constituyen. Yo sé que muchas de nosotras estamos dispuestas a aceptar el desafío que, sin embargo, requiere de respuestas colectivas. Es decir, de más asambleas.
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miércoles, 11 de diciembre de 2024
Los recortes del día
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