Invitada a la Marcha del Orgullo Gay de
Río de Janeiro, Lux no se da cuenta de los signos que el destino le
envía, para que se de cuenta de sus equivocaciones, y termina
eléctrica, a los tumbos, manoteando paquetes.
Escribo, ya, para las jóvenes
generaciones, para que aprendan de mis errores. Rosita me reenvia,
porque ella no va a poder asistir, un billete electrónico endosado
donde leo Galeao. Pienso en Río, en el Pão
de Açúcar (que yo pronucio
"pau", porque me parece más insinuante), en los garotos de
la praia y me mojo.
Armé un bolsito así nomás, porque el
asunto era asistir a la Marcha del Orgullo Gay carioca y me tomé el
55 (estaba en San Justo, por asuntos que no puedo contar ahora) y
después el 8. Por supuesto, chicas: me había equivocado de
aeropuerto y me tuve que gastar los únicos pesos que tenía en un
taxi que me dejara en Aeroparque a punto para el embarque.
Entre el miedo de perder el vuelo y la
excitación, apenas me senté me entregué a los brazos de Morfeo
(otros brazos más atractivos no había a la vista, lo confieso).
Antes de aterrizar, me fui al baño y me hice una foto sin ropa que es la últimísima moda de internet. Cuando el avión empezó a bajar
y vi la bahía de Guanabara suspiré profundamente, me arreglé el
pelo y me pasé el dedo por el sobaco para ver si necesitaba
desodorante. No, estaba todo en orden.
Bajé casi corriendo, con el voucher
del hotelito, que ni había leído, y le pregunté a un negrazo
vestido de uniforme qué colectivo me deyaba lá. Imposible fue que
nos entendiéramos porque el negrazo no era local, sino una loca que
había venido de vacaciones, pero se ofreció a llevarme en su taxi
hasta la Praça 15 (de
Novembro), y que ahí me arreglaba. No me habló en todo el viaje.
En la Praça
15 me enteré de que mi hotelito quedaba en Niterói, del lado de
enfrente de la Bahía, y me puse en la cola de la barca que la cruza
por 4 reais. La tarde estaba preciosa, pero fresca, así que cuando
me acodé en la borda, se me puso la carne de gallina, pero nada me
importaba porque iba a desfilar en Copacabana, ¡en pocas horas!
En el hotel me esperaba un balde de
agua fría: la Parada Gay para la que me habían convocado (bah, a la
que Rosita, la malvada, me había mandado) era la de Niterói, que
sucede una semana antes que la de Copacabana. Intenté protestar pero
qué iba a hacer: la culpa era mía por no haber leído la letra
chica de la convocatoria. Me subieron a un camión que ya estaba
doblando por la Beiramar de la prainha de Icaraí, con mi querido
Pão de Açúcar,
el Corcovado y la copita-museo de Niemayer allá en el fondo... Casi
se me cae una lágrima de decepción pero me calcé las calzas y
empecé a sacudir mis cadeiras rioplantenses al ritmo de una
electrónica berreta pero con tantos bajos que te abrían de par en
par los orificios todos. No escuchaba nada y, en extasis, devoraba
con los ojos la multitud bajada de los morros, los negrazos ebrios,
las tetotas de gym, los culazos sin género (es decir, degenerados)
que me llamaban y me invitaban a una larga noche de lujuria (la
Paseata empieza a las 15, pero no termina hasta el otro día, o
mejor: termina la caminata, pero la joda no se interrumpe más).
Como no escuchaba nada, interpreté mal
los gestos que me hacían los otros partiquinos del camión, pensando
que me vivaban y seguí bailando, dando vueltas sin ton ni son en mis
tacones. Pero no: querían advertirme que el camión (gigantesco) se
acercaba fatalmente a los cables de alumbrado y, como no los vi, me
arrastraron al techo del camión primero y luego me lanzaron a la
vereda tropical de Icaraí, con tanta mala suerte que, además del
shock eléctrico y el golpe, fui a caer justo delante de un pastor
que había montado su contramarcha y que me usó como ejemplo de lo
que le espera a quienes tuercen los destinos del Señor. Por
supuesto, nadie le hacía caso y ya los cuerpos se frotaban los unos
contra los otros en una danza colectiva y obscena de la que me
excluían por mi accidente.
Desde una silla de ruedas, medité:
podrían morirse todas las locas del mundo, de golpe y sopetón, pero
siempre estará Río, para proveer. Y empecé a manotear los paquetes
que me ponían a tiro.
(continuará...)