En Escritos sobre el
psicoanálisis, recientemente distribuido por el cuenco de plata,
Didier Eribon nos invita a pensar fuera y en contra del marco
heterosexista del psicoanálisis lacaniano. Más allá de ese
objetivo, su libro es muy rico en observaciones para pensar una
política cuir.
Por Daniel Link para Soy
Los libros de Didier Eribon
Reflexiones sobre la cuestión gay, Una moral de lo minoritario,
Regreso a Reims, La sociedad como veredicto: clases,
identidades, trayectorias y
Teorías de la Literatura: sistemas del género y veredictos sexuales
(que fue ya objeto de la
atención de este suplemento) lo confirmaron como un pensador al
mismo tiempo afilado y delicadísimo sobre los asuntos que sus
títulos despliegan: las identidades de género y los comportamientos
sexuales que se reconocen como disidentes. En Escritos
sobre el psicoanálisis (el
cuenco de plata) continúa y radicaliza sus apuestas previas en
Escapar del psicoanálisis (2005).
Un
debate parisino A
partir de Mayo del 68, escribe Eribon, Barthes, Deleuze y Foucault
(por citar sólo tres ejemplos) se ponen bajo el signo de la
resistencia al psicoanálisis, cuando no en una directa
confrontación, como es el caso de Deleuze y su socio Guattari, con
quien escribe El Anti-Edipo
y Mil mesetas, dos
armas de destrucción masiva que acaban para siempre con el edificio
freudiano y su inventor, al que llaman Coronel Freud.
Ese
acontecimiento permitió la aparición de colectivos que
desestabilizan el orden patriarcal para siempre. El 68 habilitó
la toma de la palabra por parte de los movimientos
minoritarios y, en particular, sostiene Eribon, el movimiento
homosexual. Dado que, como sostuvo Deleuze en su momento, el
psicoanálisis odia el deseo,
los “dispositivos colectivos de enunciación” que surgieron por
entonces llevó a Barthes, a Deleuze-Guattari y a Foucault a una
puesta en entredicho radical del psicoanálisis, de todos sus
conceptos y de la teoría del inconsciente, así como de la
práctica analítica. “Para decirlo con toda crudeza (ustedes me
perdonarán): el movimiento homosexual no solo desafiaba al
psicoanálisis, sino que lo tornaba imposible” (126), escribe
Eribon.
Nada
de eso es demasiado novedoso. La tarea de demolición contra el
freudismo estaba ya completamente terminada y lo que Eribon viene a
agregar es un rechazo revulsivo al psicoanálisis lacaniano, al que
considera sostenedor de una fantasía de exterminio que, justo es
decirlo, tal vez merezca algún matiz (pero reivindicamos el gesto de
ménade enajenada de Didier, porque hay verdad en los gestos).
Las
largas citas que hay en Escritos
sobre el psicoanálisis
para probar el desprecio de la homosexualidad por parte de Lacan, por
lo general están articuladas en relación con “la función del
Edipo”. Por eso habría que recordar que el mismísimo Deleuze
(insospechable de complicidad psi alguna) dijo en su momento que
“toda
la fuerza de Lacan es haber hecho pasar al psicoanálisis del
aparato edipico a la máquina paranoica”
(clase del 12/02/1973). En cuanto a las críticas y correcciones de
Lacan a Freud, son tantas y tan sutiles que no habría espacio para
resumirlas.
No
es, pues, tanto Lacan el que quiere corregir a los homosexuales, sino
que es la freudiana función del Edipo la que merece todas las
críticas que, en efecto, Lacan le formula (y por eso piensa la
práctica analítica en otra dirección: “la peste lacaniana”).
En la famosa entrevista de la revista Panorama,
Lacan subraya que “El
análisis empuja al sujeto hacia lo imposible, le sugiere considerar
el mundo como es verdaderamente, es decir imaginario, sin
significación. Mientras que lo real, como un pájaro voraz, no
hace más que nutrirse de cosas sensatas, de acciones que tienen un
sentido” y censura una práctica inclinada a “la readaptación
del individuo a su entorno social”.
Yo
creo que todas las bestialidades que en Francia se dijeron
últimamente en contra de los feminismos, la homosexualidad y la
transexualidad no tienen, en el fondo, base psicoanalítica sino más
bien católica: el catolicismo francés es de una solidez y de una
capacidad de exterminio como no lo tiene en ninguna otra parte. Pero
admitamos que, a lo mejor, Lacan es un impostor y un reaccionario.
Un
debate norteamericano
Más interesante para pensar y para actuar políticamente es la
afirmación polémica de Eribon, cuando acusa a sus compañeras de
ruta, Judith Butler, Eve Kosofsky Sedgwick y Leo Bersani de haber
intentado reconciliar a Foucault (el Bien) y el psicoanálisis (el
Mal) cuando en verdad hubiera sido “sin duda más simple, eficaz y
productivo –en lo político y lo teórico– recusar lisa y
llanamente su pertinencia” (pág. 101) para pensar lo cuir, lo
trans, lo gay, lo no binario, en fin: todo aquello que se aparta de
lo heterosexual
tal y como el psicoanálisis lo había erigido en modelo de lo
deseable para el deseo.
Judith
Butler, escribe Eribon, no puede decidirse a recusar las categorías
del psicoanálisis por completo, “debido a que no pone en tela de
juicio la evidencia con la cual esas categorías circulan en el
campo universitario e intelectual americano en el que ella está
inscripta y donde escribe” (pág. 101).
Los
intentos butlerianos de reconciliación de una teoría maniquea,
binarista y que “odia el deseo” (Deleuze) y el pensamiento ético
de Foucault “equivalen, a mi juicio, a desactivar la fuerza radical
del pensamiento de Foucault al querer encontrar un compromiso entre
lo que él procura hacer –elaborar otro pensamiento de la
subjetividad y la relacionalidad– y lo que procura deshacer: la
concepción psicoanalítica del deseo y del sujeto de deseo”
(pág. 106).
Así,
sin quererlo tal vez, Eribon interroga algunas palabras que hemos
incorporado inocentemente a nuestro vocabulario. “Invisibilización”,
teniendo en cuenta esas complicidades con el psicoanálisis (aún en
sus versiones más silvestres), equivaldría e “represión” y
nuestra querida “autopercepción” no sería sino el “Yo” tal
y como nos lo revela el registro (psicoanalítico) de lo Imaginario.
Si
tuviéramos que recusar enteramente el vocabulario psicoanalítico,
habría que desprenderse de ciertas palabras claves (o situarlas,
como quiere Eribon, en un contexto sartreano). La “autopercepción
como víctima”, por ejemplo, debe entenderse en relación con una
dialéctica que inmediatamente percibe a alguien como “victimario”.
De modo que la “autopercepción” no sería meramente un asunto de
soberanía sino también, y sobre todo, de veredicto
sobre los demás
(y Eribon nos ha regalado en libros previos una teoría preciosa
sobre los veredictos sociales).
De
modo que Escritos
sobre el psicoanálisis, a
pesar de sus excesos (o precisamente por ellos) nos permite, más
allá de debates escolásticos, pensar en las palabras que usamos
para definir nuestro mundo y en lo que queremos ser.