jueves, 30 de junio de 2022
La voz a tí debida
Antes que anochezca...
No me dejen solo
sábado, 25 de junio de 2022
El mundo proustiano
Por Daniel Link para Perfil
Una de las grandes lecciones de En busca del tiempo perdido de Marcel Proust (de cuya muerte se conmemora este año su centenario) tiene que ver con la vida mundana, en relación con la vejez y, precisamente, la muerte.
Recién en El tiempo recobrado, cuando asiste a una matinée después de una larga ausencia, el narrador comprende que su mundo es un mundo donde el sentido del tiempo se pierde. En la novela el tiempo se corta, no avanza, no está vectorizado ni puede medirse cuantitativamente. Pega saltos. O se desovilla. La recuperación del tiempo le viene al narrador repentimanente (después de haber prolongado por demás su juventud, o de creerse joven más allá de toda evidencia) por la conciencia de su propia muerte, consecuencia de la contemplación de sus amigos decrépitos, convertidos ya en morituri y prácticamente irreconocibles, pero atados a los mismos hábitos de antaño.
Se deja de ir a fiestas cuando se ha completado el circuito de sentido de los signos frívolos mundanos y se comprende dolorosamente tarde la verdad de los signos del amor.
El tiempo perdido es, por lo tanto, tanto el tiempo pasado como el tiempo desperdiciado (en tantas fiestas, en tantos viajes, en tantos amores, en tantas lecturas o, agregaríamos nosotros, en tantas series de televisión). Para recuperar el tiempo hay que salirse del círculo vicioso del hábito y de los comportamientos domesticados. El mundo proustiano se reconstituye, entonces, a partir de la recuperación del (sentido del) tiempo.
Todo esto el narrador lo comprende (y nosotros con él) no por prepotencia metódica sino por azar y por coacción. El ruido de una cucharita tintineando o una baldosa floja vuelven a traer un tiempo ya vivido al presente y lo lanzan hacia el futuro: un futuro en el que todo es posible.
Para recuperar la vida en el tiempo (la única vida que merece ser vivida) En busca del tiempo perdido insiste mucho en la música, en el ritornello como soporte, algo que da una cadencia al movimiento del tiempo (y tal vez también al de la vida). Es esa música maravillosa e inexistente, la sonata de Vinteuil (y sus modelos hipotéticos, en particular la sonata de César Franck), con su insistencia nerviosa, mórbida y revuelta sobre si misma la que, desde el comienzo, señalaba la huella que había que seguir.
No porque se trate de repetir como un autómata lo que ya sucedió, lo ya vivido, sino porque se trata de dejarse arrastrar por el vértigo de aquello que, porque nos pasó, no dejó nunca de estar en nosotros, de habitarnos, aunque fuéramos incapaces de acordarnos: aquella sensación, esa lágrima, tal dicha.
En lo infinitesimal (el sabor mezclado de la magdalena y el té) se encuentra contenido el mundo entero y en un instante (en sólo un instante: ¿pero cuál, cuál?) se agazapa toda nuestra vida.
Sólo renunciando a lo que se ama (lo ya leído, lo ya visto, lo ya hecho) se puede re-hacer lo que se ama... Renunciar al mundo tal cual es (el mundo del hábito) para rehacerlo como un mundo nuevo, dichoso.
martes, 21 de junio de 2022
Documenta 15: Captura y contenido
por Baruch Gottlieb para &&&
Documenta 15, heterogénea, accesible, resplandecientemente en proceso e incompleta, presente-aquí-ahora, y afirmativa, es soft-imperialista y arte globalizante en su apogeo.
"New Edge" es suave, cariñoso, tranquilizador y ligero, un arte para el justo declive del proyecto de la Ilustración occidental y un himno para el ascenso del Sur Global, que rescata lo que encuentra útil de las ruinas, la vanagloria, la contaminación y la precariedad occidentales, para sacar el máximo partido a una poscolonialidad que aún depende de las vías de financiación más coloniales.
Venga a visitar los delicados, íntimos y cuidados espacios de los talleres abiertos y, para su comodidad, cariñosamente traducidos al inglés desde cualquier idioma local.
Con todas las mejores intenciones del colectivo curatorial Ruangrupa, lo que vemos en las salas principales del Friedricianum resuena con una generosidad vejada que es, al mismo tiempo, también la rendición involuntaria al capital global que une a todos los pueblos oprimidos del mundo, tanto en Indonesia como en Alemania.
Vemos aquí la evidencia de prácticas sociales desesperadamente creativas, prototipos para el mundo venidero de la desindustrialización y la migración involuntaria, con poca alegría, como debe ser, pues la vida debe continuar, y nadie sabe mejor cómo hacer habitable la vida insoportable que quienes emergen hoy del trauma de docenas de generaciones de opresión sin salida: los colonizados, las mujeres, los maricas.
Esta exposición brilla y bulle de buenas intenciones, es una ofrenda, una bendición para las élites imperialistas que prefieren la miseria global a la multipolaridad, aquellas a las que el mundo del arte sirvió durante décadas para blanquear sus ganancias mal habidas, aquí de nuevo cumpliendo obedientemente los ritos de exoneración.
No se preocupen por nosotros, estaremos bien.
De hecho, parece como si las estrategias de construcción y mantenimiento de la comunidad de las personas oprimidas durante mucho tiempo que aparecen en la muestra quinquenal, este brillante cometa de los valores humanistas occidentales en el pináculo de la programación mundial del mundo del arte, estuvieran allí para ser anunciadas para el empleo en el trabajo de cuidado de los ancianos prematuros.
El abroquelado y frágil Occidente, incapaz de consumar su grandiosa visión de futuro, que sólo fue siempre gansterismo autoengañado, aprende ahora a atenuar sus ambiciones y a mostrarlo a través del mundo de los otros, un colectivo de Indonesia.
"Euromérica", como la cultura gangsteril glorificada, busca ahora en la suave desobediencia del Sur Global sus cuidados paliativos. Lo que vemos en esta exposición no es un Sur Global emancipado para trazar su propio rumbo, vemos un Sur Global resplandeciente en su pobreza como modelo para las masas pronto pauperizadas del Norte Global.
"Miren cómo estos nobles nativos han soportado generaciones de la más extrema explotación y esclavitud y aún así han mantenido su dignidad. Queridos europeos, ¡ustedes también pueden hacerlo!"
"Miren las ingeniosas, amorosas, cuidadosas y esmeradas prácticas que han desarrollado en las circunstancias más adversas, usando su calzado y utensilios de cocina de plástico, esparciendo y luego retorciendo estos materiales reciclables para divertir a sus hijos. Mira qué sereno y feliz se puede ser pobre".
Este es el mensaje para los europeos transmitido con diligencia por el consejo de élites culturales que contrató al equipo curatorial indonesio para dirigir esta edición de Documenta.
Documenta 15 es una obra maestra de conciliación con un proyecto occidental en declive, que no puede limpiarse el culo.
Las últimas ediciones han señalado una desviación respecto del ascenso de la auto-recriminación occidental, la culpa y la exasperación, el histrionismo del macho blanco, el agobio de los ricos y los estigmas de la mala conciencia imperialista. Hoy en día, este triste-prometianismo nietzscheano ha sido sustituido por santurronas exhibiciones de trabajo de cuidado femenino cautivo, en colores alegres, su sombría perseverancia.
La noción de Joy James de las madress cautivas es útil para entender esta estética, en la que la monumentalidad se ha disuelto en las prácticas cotidianas, el resonante Beuys 7000 Oaks ocasionalmente sigue protegiendo silenciosamente a los ciudadanos de Kassel del duro sol de junio, pero aquí cada vez más precario, provisional e incidental..
La madre cautiva debe preparar a su progenie para sobrevivir o incluso tener éxito en futuros sin perspectivas de emancipación.
Con su amplia y brillante panoplia de prácticas, perseverancia y cultivo de la comunidad para compensar cuando el estado se retira, Documenta 15 se muestra tan afín y deferente como sea posible para los poderes fácticos.
Incluso en sus momentos más airados, gracias a las obras de grandes artistas que de alguna manera han pasado el filtro neoliberal establecido por los comisarios, la exposición sigue siendo más o menos fiel al propósito fundacional de Documenta: difundir el nihilismo y, lo que es más importante, excluir el horizonte comunista.
sábado, 18 de junio de 2022
La pelotudez no tiene límites
Las trampas de la lengua
Revolución permanente
Por Daniel Link para Perfil
En su Lección inaugural en una de las más altas instituciones de enseñanza, Roland Barthes sostuvo, con una temeridad admirable, que “la lengua, como ejecución de todo lenguaje, no es ni reaccionaria ni progresista, es simplemente fascista, ya que el fascismo no consiste en impedir decir, sino en obligar a decir”.
Como es imposible escapar a ese poder omnívodo y al mismo tiempo gregario, Barthes propuso una única escapatoria: “hacer trampas con la lengua, hacerle trampas a la lengua” y hacía coincidir esta treta saludable, este magnífico engaño “que permite escuchar a la lengua fuera del poder, en el esplendor de una revolución permanente del lenguaje” con lo que se reconoce como literatura.
Entre nosotros, Santiago Kalinowski caracterizó los usos inclusivos del lenguaje como hechos retóricos y no lingüísticos y, en estos días, sostuvo que la intervención inclusiva afecta, en realidad, a cuatro o cinco palabras.
El lenguaje no es sólamente un sistema de signos, sino también un vehículo de expresividad. De ahí que las gramáticas tensivas pongan el acento en la subjetividad y en el acontecimiento de discurso. De modo que todo aquello (no importa qué: una “e”, una “i” o un plural supuestamente mal formado) que en el uso del lenguaje exprese un cierto desacuerdo en relación con el sistema categorial de la lengua, merece una escucha (si se quiere: una escucha crítica).
La reciente Resolución de CABA es desafortunada por varias razones: Tal como está formulada imposibilita la enseñanza bilingüe, tanto en lenguas de prestigio (inglés, francés) como en lenguas aborígenes (guaraní, por ejemplo). En lugar de fundamentar la decisión en una institución decadente y antipática como la R.A.E, pudo haber recurrido a los L.A.D (Language Acquisition Devices) según los cuales las lenguas se incorporan en principio por sus regularidades y legislar sólo para la primaria. Atribuir los pobres resultados en las pruebas de rendimiento escolar al uso en el aula de lenguaje inclusivo es, en el mejor de los casos, ingenuo y en el peor una estrategia para autoexculparse y pensar que salvado el escollo de la "e" o la "x" todo volverá a ser un paraíso sarmientino.
Si lo que se busca son las formas que, en la lengua, nos permitan enfrentar el heterosexismo, el patriarcado, la discriminación y la ignorancia de las nuevas identidades no binarias no se entiende por qué la escuela debería quedar al margen de esa busca.
Obligados a callarnos y a una lengua sin expresión (muerta), ¿cómo podríamos dar sentido a nuestro silencio?
viernes, 17 de junio de 2022
Sexualidad y violencia
El libro de Geoffroy de Lagasnerie Mi cuerpo, ese deseo, esta ley. Reflexiones sobre la política de la sexualidad propone una revisión crítica del paradigma jurídico-represivo que se aplica a la “cultura de la violación” como requisito para pensar políticas de la sexualidad que no necesariamente involucren la mirada del Estado.
por
Daniel Link para Soy
Los antecedentes El libro Mi cuerpo, ese deseo, esta ley. Reflexiones sobre la política de la sexualidad de Geoffroy de Lagasnerie, que el cuenco de plata acaba de distribuir entre nosotros, dialoga con varios otros libros (y con los casos judiciales que desencadenaron) inscriptos en los debates parisinos sobre sexualidad de los últimos años.
Conviene recordar esos libros para entender mejor el gesto polémico que sostiene Geoffroy, pero antes hay que destacar que el nombre de la conferencia (luego transformada en libro) es el eco de un clásico texto de Michel Foucault, que se llama “Mi cuerpo, ese papel, ese fuego”.
Aunque no se lo mencione nunca, habría que pensar también en el libro de Guy Sorman, Mi diccionario de boludeces, que ya el año pasado concitó la atención de este suplemento a raiz de las acusaciones de abuso de menores y violación que contra Foucault realizó Sorman. Aunque no debata contra ese antecedente, el texto de Geoffroy termina (ver recuadro aparte) con un conmovedor relato en primera persona que parece intersectar aquellas acusaciones.
Ahora bien, los otros libros que conviene repasar para leer estas Reflexiones sobre la política de la sexualidad son, en primer término, los libros de Édouard Louis Historia de la violencia (2016, dedicado a Geoffroy de Lagasnerie y en el cual Didier Eribon es un personaje secundario) y Lucha y metamorfosis de una mujer (2022). El segundo es la historia de la madre del autor, víctima de la supremacía masculina y el patriarcado. El primero cuenta la violación y el intento de asesinato que sufrió Édouard en su departamento en 2012 a manos de un inmigrante que llevó a su departamento. En 2014 Édouard había publicado su primer relato autobiográfico, centrado en la figura de su padre, Para acabar con Eddy Bellegueule. Hoy se lo considera una de las figuras de la izquierda radical francesa, dentro de la cual seguramente también Geoffroy de Lagasnerie y Didier Eribon se imaginan.
También hay que tener en cuenta The girl (2013) de Samantha Geimer, donde cuenta la violación de la que fue objeto por parte Roman Polanski cuando tenía 13 años, asunto que volvió a ocupar las primeras planas de los diarios cuando a Polanski le dieron el premio César por su película J'accuse. Lo que le importa a Geoffroy es que en ese entonces Samantha se apartó de las voces escandalizadas por ese premio y declaró que “pedir a todas las mujeres que soporten el peso de su agresión, pero también de la indignación eterna de todo el mundo, es escupir en la cara a todas las que se recuperaron y pasaron a otra cosa”.
Otro libro que Geoffroy cita es El consentimiento (2020) de Vanessa Springora, donde la autora cuenta la relación que tuvo a sus trece años con Gabriel Matzneff, un escritor treinta y seis años mayor que ella, uno de cuyos efectos (más allá de la condena pública a Matzneff) fue la ley francesa de abril de 2021 que agravó las penas para las relaciones, aún consentidas, entre un menor de entre quince y dieciocho años y cualquier “persona mayor que tenga sobre la víctima una autoridad de hecho o de derecho”. En contra de esa ley, Geoffrey argumenta que habría implicado una pena de cinco años de cárcel como pedocriminal para Brigitte Macron, la primera dama de Francia. Ese libro de Springora se podría colocar en serie (no lo hace Geoffroy) con La familia grande (2021), donde Camille Kouchner contó los abusos sexuales de los que fue objeto su hermano gemelo desde los 13 años por parte de su padrastro, el constitucionalista Olivier Duhamel.
Las experiencias plurales Hasta allí, los libros previos, cada uno de los cuales enarbola una idea de justicia y que pretende restaurar un trauma por alguna vía u otra y que impactaron de un determinado modo en la opinión pública, instaurando lo que Geoffroy llama “excepcionalismo sexual”. Contra toda predicción, la izquierda francesa abandonó respecto de los temas que involucran la sexualidad sus posiciones históricas y abrazó cualquier causa destinada a reforzar la acción represiva y punitiva.
El libro de Geoffroy es polémico porque no se detiene en esta constatación: “La única actitud valedera para cualquier política de la sexualidad es aceptar el pluralismo de las experiencias, de las relaciones con el deseo y el cuerpo, la herida y el trauma, y reconocer por lo tanto la necesidad de que las medidas legislativas o las movilizaciones culturales no impongan nunca restricciones que prescriban una representación específica de la intimidad en detrimento de otras” (pág. 19), bastante razonable, sino que impugna la lógica del aparato jurídico-represivo, que pone antes el acento en aumentar el sufrimiento del culpable antes que en hacerse cargo del que siente la víctima. “La lógica penal, al mantener durante años un vínculo con la herida, hace mal” (pág. 41), sostiene Geoffroy.
Es una lástima que Geoffroy no haya leído (además de La dominación masculina de Bourdieu) Las estructuras elementales de la violencia de Rita Segato, porque su queja en relación con el tratamiento a partir de categorías psicológicas, penales o individualizantes encontraría en el libro de Segato el marco teórico preciso para entender la “cultura de la violación” como una estructura de dominación que produce subjetividades y para buscar una transformación de ese paradigma.
SI el libro terminara ahí, no habría mucho más que agregar y el pensamiento de Geoffroy se nos revelaría particularmente endeble por el etnocentrismo típico de la escolástica parisina, que no es capaz de encontrar más allá de la lengua francesa discursos, teorías o políticas que expliquen cómo pensar y actuar en el mundo.
Poder y sexualidad Mucho más interesantes son los capítulos que examinan críticamente las posiciones comunmente aceptadas entre poder y sexualidad, dado que el hecho de que vivimos en sociedades atravesadas por diferencias y desigualdades de todo tipo que, necesariamente (y más allá de las edades) suponen casi todo el tiempo posiciones asimétricas de poder (no sólo de género, sino también raciales, generacionales, económicas, profesionales, culturales).
Un poco por eso, es artificial y ciertamente incoherente establecer una ley psicológica según la cual cuando los integrantes de una relación erótica tienen diferencias demasiado marcadas y uno, por ejemplo, tiene una mayor notoriedad que otro, estaríamos ante una relación de dominio y por lo tanto de consentimiento viciado.
Aquí Geoffroy examina la “mirada retrospectiva” (tan frecuente en nuestros días) que encuentra en una experiencia del pasado un perjuicio a causa de una situación de dominación o jerarquía, entonces no percibida como tal. ¿Puede hablarse en ese caso de descubrimiento de una herida pasada, o es la toma de conciencia la que la produce? ¿Se puede examinar el pasado a partir de un sistema de categorización presente? ¿Una reconstrucción así realizada debe entenderse como necesariamente verdadera?
Las preguntas que Geoffroy nos plantea son inquietantes porque apuntan directamente a la comprensión del propio deseo.
“En el fondo, cabe preguntarse si cualquier proyecto de genealogía del deseo que se muestre animado por una intención crítica, ya que pretende inscribir dicho deseo en relaciones de dominación, sus orígenes o sus expresiones, no está condenado a convertirse en un proyecto reaccionario”, concluye el autor y, para fundamentar esa conclusión vuelve a los libros de su amigo Édouard Louis, quien ha insistido en caracterizar al deseo como una fuerza encarnada que a veces empuja a actuar incluso a pesar de la voluntad y contra la voluntad.
¿Esas situaciones, en las que alguien es víctima de su propio involuntario deseo, podría ponerse bajo el paraguas salvador de la coacción o el dominio? La línea que traza Geoffroy es suficientemente clara como para que se entienda cuál es el objeto de su pensamiento crítico: no, no hay posibilidad de confundirse porque la violación “es un proceso externo en el que un cuerpo se impone a otro cuerpo” (pág. 60) y aquí hablamos de un cuerpo que se rebela a la norma, que se inclina hacia otro buscando su complicidad.
Y sin embargo, el punto de vista de la “excepcionalidad sexual” tiende a caracterizar toda escena de sexo gozoso (incluidas escenas de sexo homosexual entre menores, completamente legales según la legislación actual) como “escenas de abuso”, como si “la idea de trauma estuviera hoy inscripta en la idea de sexualidad de manera casi independiente de la experiencia de quienes la viven” (pág. 66).
Las víctimas “naturales” y más inmediatas de una concepción semejante son las personas homosexuales y transexuales, de quienes podría pensarse que todo su deseo y sus rebeliones identitarias provienen de experiencias traumáticas de las cuales fueron víctimas, lo cual no sólo es un absurdo, sino que es insultante.
En una cartilla de UNICEF sobre el consentimiento en América latina (en Argentina rige la edad mínima de 13 años) se lee: “La edad mínima legal para el consentimiento sexual no debería ser demasiado baja ni demasiado alta y debe contener disposiciones que tomen en cuenta la diferencia de edad limitada entre las parejas –tres años por ejemplo”. Según ese criterio, una relación entre una persona de 13 años y once meses y una persona de 17 años debería ser considerada abusiva.
Todas las penas, los traumas y las hipótesis de destrucción que arrastra consigo la sexualidad, tal y como es conceptualizada por el discurso hegemónico (que, sin embargo, no tiene el menor interés en involucrarse con las heridas que provoca el amor) reposan en el carácter “excepcional” que se le otorga. La tendencia actual a poner toda relación sexual a mayor o menor distancia de la violación entendida como un centro significativo, sólo tiene como efecto la aniquilación del deseo. Tal vez, propone Geoffroy, nos convendría recuperar la hipótesis de Foucault: “liberarse del dispositivo dramatúrgico de la sexualidad podría permitir la multiplicación de las posibilidades de placer”.
En todo caso, no habría por qué abandonar la discusión sobre políticas de la sexualidad a los juristas.
Recuadro:
Sobre un amor vulnerable
por Geoffroy de Lagasnerie
El último capítulo de Mi cuerpo, este deseo, esta ley se cierra con un relato autobiográfico que pone en perspectiva el problema (jurídico, filosófico) del consentimiento.
Si bien hoy se multiplican las tomas de la palabra sobre el dominio, la diferencia de edad y de estatus en las relaciones, el abuso, etc., querría terminar contando lo que pasó durante el nacimiento de la relación que me une a Didier Eribon desde hace más de veinte años: cuando lo conocí, yo era muy joven, la diferencia de edad era grande –sigue siéndolo, porque esas cosas no cambian con el tiempo– y es indudable que el deseo que sentía por él, el deseo de acostarme con él y tener una relación, se enraizaba también en el hecho de que Didier fuera lo que era: su estatus, el descubrimiento por su conducto de la vida cultural e intelectual, su renombre, la fascinación que ejercía sobre mí la figura del autor que publica. Su belleza y su atracción sexual estaban ligadas, como dice Deleuze, a todo el mundo que él llevaba en sí y se desplegaba por su intermedio. Cuando mi madre descubrió esa relación estalló una crisis violenta, con gritos e insultos (hoy, por fortuna, las cosas se han calmado por completo), y, de haber tenido yo dos años menos, de haber sido menor, ella, con toda seguridad, habría presentado una denuncia. Lo que mi madre percibía en ese momento como un dominio, yo lo viví como un contrapoder liberador enfrentado a la familia, la escuela, la universidad –todos esos marcos que ejercen también su dominio sin que jamás se los ponga en tela de juicio–, y creo que, gracias a la relación con Didier, tuve la suerte de tener una vida mucho más libre de la que hubiera tenido de no conocerlo.
Didier y yo seguimos enamorados y en pareja. Pero las cosas podrían haber sucedido de otra manera. La vida podría haber sido diferente. Didier habría podido perfectamente dejarme, desenamorarse o conocer a otro muchacho. Y tal vez yo hubiera podido entonces, algunos años después, a causa de ciertos marcos contemporáneos, reconfigurar mi experiencia, reescribir mi alma y denunciarlo con el argumento de que ahora me daba cuenta de que él había utilizado su prestigio y su poder para seducirme y abusar de mí. Hubiera podido publicar un tuit que dijese: hoy me doy cuenta de que fui abusado. O incluso: hoy me doy cuenta de que me violó. Y lo peor es que, probablemente, me habrían creído, que algunos otros hubieran podido escribirme “te creo”, a tal punto que yo mismo hubiese terminado por creerlo y que, entonces, Didier hubiera sido criticado en las redes sociales e incluso públicamente denunciado, que acaso habría debido mudarse y hubiesen dejado de publicarlo o de invitarlo a los Estados Unidos. Quizás hubiera habido manifestaciones delante de su casa y carteles pegados en las paredes para denunciarlo.
Esta simple eventualidad muestra el carácter problemático de algunas formas contemporáneas de toma de la palabra sobre la sexualidad, que tienden cada vez más a someterse a operaciones subjetivas y retrospectivas de interpretación, de reconstrucción a posteriori de la vivencia.
En el transcurso de nuestra vida todos podemos hacer cosas que luego lamentamos, cambiamos de opinión, de impresión, de preferencia. Una mujer me dijo un día, acerca de su exmarido: “cuando pienso que me acosté con ese tipo durante diez años me dan ganas de vomitar”. Surge un problema político cuando esa reconstrucción a posteriori tiende a promoverse, no como una interpretación a posteriori del pasado, sino como una expresión del momento pasado, en la que lo mentiroso sería la experiencia sentida entonces. Esta confusión sostiene una especie de psicologización de la agresión sexual, definida como relación con una escena, como una interpretación de uno mismo más que como negación patente de la voluntad.
sábado, 11 de junio de 2022
Yo voy en tren, no en avión
Por Daniel Link para Perfil
Si bien todas las canciones de Charly me gustan, “No voy en tren, voy en avión / no necesito a nadie, a nadie alrededor” siempre me produjo un cierto malestar. Yo prefiero, cada vez que puedo, viajar en tren. Serán recuerdos de infancia, no lo sé (hice mil veces el trayecto Córdoba-Buenos Aires en camarote; incluso viví a bordo un descarrilamiento).
Recibo, pues, con algarabía, cada reapertura de un ramal ferroviario. Cuando voy a Mar del Plata en auto me produce mucha curiosidad el ramal a Pinamar, que nunca usé. Veo pasar los trencitos desde la ruta y sonrío. Me prometo alguna vez intentarlo.
Ahora volvió el trenino de Valle Hermoso a Córdoba-Mitre, lo que permite el viaje hasta Buenos Aires (con combinación en la Docta). Sumado al Tren de las Sierras, y al anuncio de que ahora el tren a Rufino continuará viaje hasta Laboulaye y Vicuña Makenna, en la provincia de Córdoba, y después hasta San Luis, la dicha me transporta.
Después habrá que rezar para que los mantenimientos permitan que esos trayectos puedan realizarse en tiempos más o menos razonables y con la seguridad del caso. Buenos Aires-Mar del Plata en seis horas no es, ciertamente, lo que nuestra memoria guarda como ideal (“cuatro horas y un ratito”, decía la antigua publicidad).
El viaje en tren es más amable no sólo ecológicamente sino también socialmente: uno está rodeado, en efecto, de sociabilidades. Y bien se dice que viajando se conoce gente.
Los aviones están bien para tramos largos y nocturnos, con una pastilla que acompañe el sueño. Pero siempre es preferible ver pasar el mundo desde una ventanilla de tren.
miércoles, 8 de junio de 2022
Volver a las fuentes
sábado, 4 de junio de 2022
Salvar a Pasolini
Por Daniel Link para Perfil
En una reciente entrevista publicada en la revista La Fuga, cuyo título es “¿Cómo vas a hacer esta vez para salvarte, Pasolini?”, Eduardo Grüner se refiere a la pasión pasoliniana, entendiendo pasión al mismo tiempo como su particular estar en el mundo, pero también por las adhesiones y rechazos que suscita. Entre nosotros: Guillermo Piro, Diego Bentivegna, Albertina Carri, Delfina Muschietti, Arturo Carrera.
Ahora bien, Pier Paolo Pasolini, de cuyo nacimiento se cumplen este año cien años (circunstancia que, en el mundo, ha incluso opacado al centenario de la muerte de Proust), no necesita ser salvado.
Cada día que pasa la “actitud Pasolini” se nos revela cada vez más adecuada, más lúcida en relación con la decadencia del mundo, la degradación de las culturas y las fantasías de exterminio de un régimen de organización de la vida cada vez más suicida, cada vez más inhumano, cada vez más intolerable.
La idea de Pasolini fue volver a empezar con la poesía, la novela, el cine y la política como si la historia no hubiera sucedido, como si fuera un ser recién expulsado del Paraíso. Su arte es un arte de la más profunda y deliberada inocencia. La “actitud Pasolini”, que le permite ser “más moderno que todos los modernos”, tiene que ver con esa suspensión de los límites: películas, cartas, novelas, poemas, todo forma parte de la misma experiencia, que no puede desprenderse de un conjunto de negaciones radicales: la negación de la literatura como una esfera separada de la vida, al mismo tiempo que se afirma un rechazo total del presente (dominado por una “mutación antropológica” cuya dirección no lo satisfacía). En ese contexto, lo que Pasolini intenta desarrollar es una política que resista a su instrumentalización, en un más allá de la izquierda y el fascismo, pero también en un más allá de lo sagrado y lo profano.
En la “Abjuración de la trilogía de la vida” (El Decamerón, 1971; Los cuentos de Canterbury, 1972 y Las mil y una noches, 1974) Pasolini constató que la presentación gozosa de los cuerpos que, para él, debía constituir un gesto de ruptura, había sido asimilado por la sociedad de consumo. Por eso que Pasolini abjuró de esas tres películas declarando que habían perdido toda fuerza crítica. En todo caso (porque el régimen del arte es para Pasolini idéntico al de la carta), “lo que importa es, antes que nada, la sinceridad y la necesidad de lo que debe decirse”.
¿Bajo qué forma Pasolini entiende la realidad? Varias palabras se repiten constantemente a lo largo de su obra; la violencia y la inocencia (al mismo tiempo), lo arcaico y lo vital, la fuerza (sagrada) del sexo, núcleos tanto de su poesía como de sus ficciones (películas y novelas). La realidad, en todo caso, debe sostenerse como una realidad “encantada” (en el sentido que tiene la palabra en la obra de Max Weber).
La desesperada vitalidad de Pasolini se sostiene en un grito, poemas y películas “en forma de grito de desesperación”.
No hace falta, pues, salvar a Pasolini, porque cada vez que tropezamos con el sentimiento de derrota, basta leerlo para saber que él es quien estuvo allí para salvarnos de nuestra comodidad pequeño-burguesa, de nuestra desesperanza y de nuestras buenas maneras. Pasolini nos convoca para acabar con los burócratas, los fariseos, los asesinos de los pueblos, los revendedoros de arte (cuyo único dueño sólo puede ser el pueblo), los complacientes ante la senilidad de los políticos y la corrupción del amor. Nos dice: “yo, pequeño-burgués que dramatiza todo, / tan bien criado por su madre en el espíritu / dulce y tímido de la moral campesina, / quisiera tejer el elogio / de la suciedad, de la miseria, de la droga y del suicidio: / yo, poeta marxista privilegiado / que posee instrumentos y armas ideológicas para combatir, / y mucho moralismo para condenar el puro acto escandaloso, / yo, tan profundamente como es preciso, / hago el elogio, porque la droga, el horror, la cólera, / el suicidio / son, con la religión, la única esperanza que queda: / contestación pura y acción / sobre la que se mide la enorme equivocación del mundo”.
¿Es que acaso no lo escuchan?