Antes de continuar con los inverosímiles acontecimientos a los que asistimos en la catacumba de Sebastiano, resumo la teoría del fantasma que Dino compartió con nosotros. Es, insisto, un resumen, que puedo ahora poner por escrito como si hubiera sido pronunciada como un monólogo pero que en realidad fue expuesta como respuestas a todas y cada una de nuestras objeciones y protestas. Los fantasmas operan por transfiguración, y nada tienen que ver con esas formas "viciadas de angelismo" que aspiran a la inmaterialidad1. La transfiguración es una de los aspectos teológicos centrales en en el catolicismo de Roma, pero nunca llegó allí tan lejos como en las iglesias orientales, donde se mezcla con las doctrinas de los grandes teóricos rusos de la iconografía. Los fantasmas, ya se sabe, asumen una rostridad, en el fondo de la cual siempre sobrevive algo de la alteridad (lo mismo podría decirse de Cristo: un rostro que es de Jesús, sí, pero que también es el rostro del Otro). La transfiguración es una afirmación de la materia, del destino corporal de la energía característica del fantasma. Como tal, constituye el núcleo duro del dogma cristiano: el descenso de lo divino a la carne es una transfiguración que ¡depende de una teoría del fantasma! La encarnación, así concebida, es un acontecimiento teológico e histórico que tiene consecuencias imprevisibles. Hoc est corpus (la frase que se pronuncia en el momento de la eucaristía) no es un acontecimiento instalado en lo representable, sino en la presentación: el fantasma no representa nada fuera de sí, no es otra cos distinta de su propia potencia energética, sino que es el lugar donde se pone en acto una presentación. Por supuesto (y por eso mismo), el fantasma es siempre impuro (la “raza de mestizos” que se presentan en catatau en nuestros sueños). Lo que separa al fantasma de toda ilusión de divinidad o trascendencia es, precisamente, lo que lo vuelve una figura “menor” y, por eso mismo, siempre adorable.
1Cfr. Bentivegna, Diego. Castellani crítico. Ensayo sobre la guerra discursiva y la palabra transfigurada. Buenos Aires, Cabiria, 2010, pág. 83 y siguientes.