Por Daniel Link para Perfil
Hoy debería estar volviendo del extranjero, porque, previendo la votación municipal, esta vez me dejé llevar por un entusiasmo irresistible hacia la urna.
Tampoco es seguro que lo consiga, porque a lo mejor no pude irme (le pasó la semana pasada a un amigo que participa de la misma ronda de presentaciones). Y, si hubo una ventana en la nube de cenizas y el avión pudo despegar, tal vez quedé varado afuera, como le pasó a un actor hace algunas semanas (yo fui testigo). Todo depende de los vientos y las cenizas volcánicas. De modo que mañana votaré o no votaré.
Pero, además, creo que no estoy en el padrón electoral. Quiero decir: en el momento en que escribo esto, los padrones electorales disponibles en internet no me encuentran, tal vez porque mi último cambio de domicilio, hace más de un año, todavía no fue registrado. Yo siempre había votado (o no), hasta ahora, en el partido de Vicente López (provincia de Buenos Aires), y me entusiasmaba el cambio de distrito. De modo que mañana, esté o no en Buenos Aires, votaré o no votaré.
Ante una incertidumbre semejante, que suspende el sentido del acto (votaré o no votaré), quedo, como Cicerón ante su última Catilinaria, girando en el vacío. O mejor: quedo girando sin centro y, a mi alrededor, como en la linterna mágica, veo figuritas cuya extrañeza crece a medida que se acelera la velocidad de giro.
Por ejemplo, me parece muy rara la importancia desmedida que se le otorga a la elección porteña. Desde el punto de vista estrictamente gubernamental, Buenos Aires y Vicente López son unidades de democracia idénticas, que involucran las mismas obligaciones de gestión y los mismos problemas por resolver.
La Ley 23.512, que aparentemente sigue vigente, al mismo tiempo que establecía la mudanza de la Capital Federal, legislaba la “provincialización” de Buenos Aires como consecuencia necesaria y lógica de aquel impulso traslaticio.
El traslado de la sede de gobierno nacional, ideada por el Proyecto Patagonia en 1986 (junto con la provincialización de Tierra del Fuego), constituía la tercera pata del proyecto en el que se fundó (siquiera imaginariamente) “La segunda república”.
Más allá de las valoraciones, los actuales procesos de integración regional profundizan y amplifican los planteos de la Declaración de Foz de Iguazú de 1985 y el Mercosur/ Mercosul/ Ñemby Ñemuha de 1991, consecuencia de aquella Declaración; los actuales procesos de enjuiciamiento de represores profundizan y amplifican el Juicio a las Juntas; pero nada tiende a profundizar y amplificar el fallido traslado de la Capital Federal. El resultado es una “gobernación autónoma”, pero que no ha dejado de ser sede del gobierno federal.
Y así, cuando proyectos antagónicas disputan, en el mismo espacio, diferentes objetos de la democracia (no es lo mismo el Estado que la Ciudad), se produce un conflicto propiamente territorial entre fuerzas que se consideran antagónicas pero que no lo son porque operan en estratos o campos de operación inconmensurables.
Los analistas se desesperan porque no entienden cómo el electorado puede optar por una opción de gobierno en una elección municipal, y por otra en una elección nacional. Todos preferirían una superposición total y absoluta entre ambas predilecciones. Pero entonces, ¿para qué molestarse en sostener un proceso eleccionario separado y postular una autonomía que, después, resulta intolerable para todos, en particular los sufridos habitantes de Buenos Aires?
La Reina del Plata, aunque quiera brillar con todo su derecho como metrópoli cultural latinoamericana (capital del libro, festivales de cine, ropa barata, conciertos, glamour, disponibilidad sexual, protesta, diversidad, cosmobolitismo, Spregelburd), es sólo una ciudad (aunque se crea provincia), con menos de tres millones de habitantes y un 40% de su población integrada por migrantes. En la medida en que el electorado porteño quiera subrayar su vocación separatista, será una ciudad cada vez más imposible de ser habitada (Angélica Gorodischer no deja de recordárnoslo), y militarizada en niveles alarmantes (3 fuerzas la controlan).
Como nadie aceptaría lo más obvio (retrotraer la capital a su situación federal), y el traslado de la sede del gobierno nacional es una empresa olvidada, habría que buscar soluciones alternativas para que Buenos Aires recupere su posibilidad de ciudad y para que cualquier gobierno nacional pueda sacarse de encima esa pesadilla incomprensible de un distrito que se cree más de lo que es. Instalaría, si de mi dependiera, todo lo que se pudiera en el Tercer Anillo de Circunvalación del área metropolitana, a la vera del Reconquista.