jueves, 3 de septiembre de 2009

Síndrome de Lemming

Intro

Este compendio de nombres y datos no pretende abarcar el entero universo de la llamada “cultura gay”. La observadora atenta encontrará miles de huecos y lagunas, se rasgará los vestidos ante las injusticias y protestará ante lo que ve como una serie de afrentas e insultos. Nada de esto mosquea a las autoras. En este momento saborean unos drinks en un yate enclavado en lo más azul del océano, gracias a las regalías generadas por las astronómicas ventas de este libelo. Sin embargo, desde su merecida serenidad quieren que quede claro el propósito de sus años de esfuerzo. El texto que sigue a continuación bien puede entenderse como un obituario: la “cultura gay”, como los lemmings, corre a toda máquina hacia su propia extinción, habiendo entrado en coma profundo hace más de una década. Lo que se ofrece, entonces, es una caprichosa y personalísima nómina de lo que sobrevivirá a este naufragio trágico pero justo, una suerte de catálogo de un museo de lo que está a minutos de ya no ser. Todo el que haya pisado un club gay en los últimos años y sea honesto consigo mismo habrá percibido el clima rancio, el pulso reseco, y esa vocación nostálgica que más conviene a la milonga que a la pista. Ni hablar de las “películas” “gays”, de los libros (des)orientados a la “comunidad”, de los circuitos turísticos prefabricados y que no tienen nada del amor al riesgo y a la aventura que caracterizó al mundo homo en sus años más felices. Frente a este cuadro culturalmente anémico, creemos que la opción más noble es decretar de una vez por todas la muerte definitiva de este submundo, rescatando del sacrificio aquellas perlas que su amor a la fantasía nos ha legado. Esperemos que esta imperfecta colección dispare nuevas y creativas formas del delirio, el desparpajo y la diversión. Amorosamente,

las autoras*


CFK

La transmisión en Cadena Nacional echa chispas; las pantallas del país explotan, exhaustas; los cables de fibra óptica alcanzan mil grados centígrados y se funden en un serpenteo de plástico metalizado; los daltónicos repentinamente recobran la visión del rojo y del verde en un milagro de color.
La Presidente toma posesión del estrado, enfundada en un traje de tafetán malva. Asoma desde el escote de la chaqueta una blusa floreada, en tonos pastel. No lleva joyas importantes (la moda de ostentar mermó al morir Evita), pero sí buenos zapatos de taco. Cual señal de ajuste o examen para los últimos
pantalla plana, Cristina y su frenesí de tonos desafían las retinas de la asistencia y del mundo. Perfora cromáticamente el fondo del recinto y es reproducida vía satélite y al infinito, para deleite de las criticonas, las kirchneristas y las drags, entre otras.
No conforme con constituir un sofisticado carnaval textil, la Presidente muestra su costado político más fervoroso y comprometido: el de militante por el Movimiento Único Maquillaje y Peinado (MUMP). La lucha es diaria y no hay que bajar los brazos. El pelo, con gran volumen y brillo de
brushing estupendo; el cutis, puesto a punto, y el polvo ahumado dando profundidad al rostro; la boca, algo más abundante que otrora, revestida de gloss que la plastifica; los pómulos, iluminados al nácar.
Y los ojos. Su mayor arma, su alegato definitivo, su palabra indicada, atraviesa la boca de su mirada y alcanza como una ballesta a quienes la observan, presas quizá de la hipnosis. Las pestañas, abanicos negros, remueven cargadas de
rimmel el aire del salón, produciendo una micro sudestada. ¡Viento, zozobra y truenos! Algunos eligen dejarse llevar por la tempestad; otros, inamovibles, se le resisten con temple de granito.

Moria Casán

¡Moria! ¡Moria! ¡Moria! ¿Qué decir de este mujerón fálico, fuente de inspiración, suspiros y gritos de asentimiento, que no hayan dicho ya otros, para empezar ella misma? Dueña de una lengua más mortífera que su volcánico cuerpo, la Casán forma parte indiscutible del panteón gay desde sus comienzos en los lejanos setenta. Por ese entonces era una morocha despampanante, una caballa con ojos claros, que gozaba tanto del quiebre de caderas y el ronroneo que parecía todo el tiempo al borde del orgasmo.
Las señales de cable aún repiten sus memorables
tête à tête con Olmedo, Porcel y Tato Bores, en los que los senos enormes y el pelucón cleopátrico se ven intermitentemente opacados por la astucia de la diva. Los ochenta demostrarían que estos destellos de inteligencia no tenían nada de accidental, al ofrecernos uno de los programas más importantes de la historia de la TV mundial: Monumental Moria. Allí, la Casán exhibía sus dotes de capocómico y su versatilidad para la composición de personajes regalándonos clásicos como Rita Turdero y la nena de jardín de infantes. Fue en ese mismo programa que comenzó su infatigable trayectoria como embellecedora de la lengua castellana, patentando slogans que más de un publicitario querría tener en su bolsillo. Desde el “¡Qué nivel!” o el agresivo “¿Quién sos?, no te registro, te vas!” de Rita Turdero, hasta el “A-hora” del reality show, pasando por el patentado “Si querés llorar, llorá”, cada una de las intervenciones linguísticas de la Casán generaron cascadas de tinta, reflexiones de círculos intelectuales e imitaciones a lo largo y a lo ancho del globo. Su última gran invención, “What pass, papi?” ni siquiera fue intencional. Moria ya no necesita de su conciencia para producir genialidades en este campo. Es como una médium de la lengua por venir.
Párráfo aparte merecen sus legendarios programas de los noventa, empezando con
A la cama con Moria (1991), en el que entrevistaba a figuras de distinto signo en una rosada cama redonda, dando comienzo, según sus palabras, a la “farandulización de la política”, y terminando con el imbatible Amor y Moria (1998), que además de darle dividendos eternos por el uso público de su frase más famosa, la vio más suelta que nunca y dispuesta a la invención y al atrevimiento en pleno horario de ama de casa. Por el reality pasaron los más cruentos y trashicos dramas familiares, los más tormentosos romances y rivalidades, las historias más conmovedoras de reencuentros, enfermedades y muertes… En medio de ese circo emocional, la Casán se movía como quien doma a las fieras con un parpadeo, exclamando como quien no quiere la cosa “Director, ¿me penetra por atrás?” o “Por favóóóóóóóór”.
Sería interminable detallar cada una de las contribuciones de Moria al imaginario gay. Su silueta de sirena robusta y sus movimientos de peluca han generado fantasías de imitación, convirtiéndola en una de las
role models clave de travas y drag queens. Su facilidad con la lengua y su capacidad de atrolarla a cada palabra (las “rrrrrrs” y el silabeo exagerado merecen especial atención) generan manifestaciones de adhesión y efecto dominó inmediato, pudiéndose comprobar en el boliche gay al día siguiente el efecto arrollador de sus innovaciones. Su relación cero problemática con el sexo y las orientaciones sexuales la han convertido en una suerte de madrina de la comunidad, función que su rol de padrino en el casorio de Roberto Piazza terminó de asignarle. Están también sus definiciones filosas y acertadas (“Este país es una pizzería”), su adjetivación implacable (“Vedettes de cabotaje”), su capacidad de aniquilar al adversario en una oración (“Se cuelgan de mis tetas”) y sus gestos y mohines de trolo ardido (la boquita fruncida para mirar a cámara; el gesto de exclamación, como si la hubiera sorprendido un miembro genital masculino; la movilidad aleteante de muñecas, manos, dedos, uñas…).
La Casán es sin duda el ejemplar más acabado de la
mujer puto argentina, tanto que debería ser momificada una vez muerta para perpetua adoración de las generaciones por venir e imitación de sus infructuosas sucesoras.

*Enciclopedia gay de Ignacio D'Amore y Mariano López (Buenos Aires, Sudamericana, 2009, ISBN 978-950-07-3091-4, 352 págs.)

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