Todo lo que se diga de la gestión del
Sr. Macri y sus equipos de trabajo al frente del gobierno de la
ciudad de Buenos Aires será siempre malinterpretado, pero el horrísono fallo de la jueza en lo contencioso administrativo porteño Elena Liberatori (la misma que en 2004 ordenó el cierre provisorio
de una muestra de León Ferrari) obliga a un análisis de detalle.
Cualquiera que haya realizado un mínimo
análisis de urbanismo comparado en lo que se refiere a las tarifas
del transporte público sabe que éstas se establecen
escalonadamente, favoreciendo a los usuarios frecuentes (en Nueva
York, en Berlín, en Londres, en París).
Si algo se puede objetar al sistema
tarifario ahora propuesto por la ciudad de Buenos Aires es la
lentitud en abrazarlo (vengo proponiendo sistemas semejantes, en esta columna, desde el año 2008). El gobierno de la ciudad aducirá que
por entonces no estaban bajo su control los subterráneos, pero no
recuerdo una sola manifiestación en ese sentido. Lo segundo a
objetar del sistema tarifario escalonado es que no contemple el costo
financiero del pago adelantado (lo que debería sumar descuentos de
al menos un 3 % sobre el precio nominal de los boletos). Y lo tercero
es que no esté integrado con los trenes y colectivos de la ciudad de
Buenos Aires, pero una vez más, cada servicio está bajo un gobierno
diferente.
Dicho eso, el esquema es virtuoso
porque establece descuentos para quienes más utilizan el subterráneo
con mayor frecuencia. Es falsa la suposición de la jueza
libertadora: que un trabajador y estudiante use sólo dos viajes
diarios, uno de ida y otro de vuelta (al menos que se sostenga la
fantasía de que se trabaja y se estudia en el mismo lugar físico),
y es malévolo suponer que la persona sujeta al modelo tarifario sólo
sale de su casa para estudiar y trabajar y que los fines de semana no
utiliza el transporte público (para ir a algún museo, a la casa de
sus amigos o para entregarse al juego de la bestia de dos cabezas).
Por otro lado, los abonos, en todos los
lugares en los que existen (incluso en los trenes metropolitanos de
la ciudad de Buenos Aires) tienen fechas de vencimiento y a nadie se
le ocurriría objetar el término: si uno compra un boleto semanal,
éste vence cuando caduca la semana y si el abono es mensual, dura un
mes y no sesenta días.
El sistema tarifario propuesto es, como
queda dicho, perfectible (y no alcanza para inclinar mis simpatía
política en favor del Sr. Macri), pero guarda tales visos de
racionalidad que, teniendo en cuenta que proviene de un equipo de
gobierno que no se caracteriza precisamente por la luminosidad de sus
ideas, merece festejarse y, luego, ser corregido en la medida de lo
posible: que lo adopte el gobierno nacional también para colectivos
y trenes metropolitanos, que las tarifas se combinen en un solo y
único esquema, que los abonos contemplen descuento por pago
adelantado. La felicidad, al alcance de la mano.
1 comentario:
Tanta vuelta para decir que estás de acuerdo.
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