Por Daniel Link para Perfil
¡Hoy es día de fiesta y, literalmente, tiramos la casa por la ventana! Mi nieta Juana cumple tres años y aunque el último le tocó casi íntegro bajo el reinado del siniestro Gran Kan del encierro indefinido (lo que le ha dejado cicatrices caracterológicas que difícilmente se podrán corregir) hemos decidido festejar la circunstancia al aire libre: sacamos todas las mesas para que el número de diez participantes del festejo puedan acomodarse con la debida distancia social según los grupos familiares que integran.
A mi madre le armamos una burbuja plástica dentro de la galería, para que participe con la seguridad de que el Mal quede fuera de su alcance.
Han sido días de intensos preparativos. Dispusimos para los tres niños que serán en la fiesta una cama elástica a la que sólo podrán entrar acompañados siempre del mismo adulto, debidamente alcoholizado. Para las mesas hubo que encargar manteles nuevos de hule, cuyos diseños se sometieron a un comité estético. Aparentemente alguno debía combinar con la torta de Tainá.
La piñata recayó en mí. Demasiada violencia hay en el mundo para enseñarle a mi nieta a cagar a palos a un unicornio con el objetivo de que vomite premios. Por fortuna las hay reciclables, que se abren tirando de un hilo (nada fáciles de conseguir en pandemia). Y, por supuesto, tratándose de hijes de la new age terzamilenaria, nadie come caramelos ni chocolatinas. Sólo podemos rellenar la piñata con frutos secos, crayones y bocaditos de brócoli.
Independientemente de la torta encargada (con una ecologista brasileña indoamericana en su diseño) yo preparé mi budín de calabaza y una carrot cake (con azúcar de coco para disminuir el índice glucémico), sensiblementes magros en harinas transgénicas (ese otro veneno) y galones de limonada con jengibre y menta (endulzada con stevia).
Sé que en algún lado éste es un día peronista, pero no claudicaremos ante el tóxico choripan.
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