sábado, 30 de diciembre de 2023
Nombres olvidados
por Daniel Link para Perfil
Un amigo me cuenta que se va mañana para pasar fin de año en Anisacate. Le deseo suerte, buen año, etc. y lo envidio profundamente por poder salir de la insoportable intensidad metropolitana. Le comento que mis padres habían comprado un terreno en Anisacate, al lado del que había comprado mi tía, que construyó una casa (mis padres, en cambio, vendieron el terreno cuando nos mudamos a Buenos Aires).
En aquellos años en Anisacate sólo había un balneario medio pedorro y literalmente cuatro casas, una era la de mi tía. Nunca entendí esa decisión porque era evidente que cuando el lugar tuviera alguna infraestructura ni mi papá ni mi tía iban a poder disfrutar del lugar.
Recuerdo mal, pero intensamente esa casa. Tenía frutales (manía familiar), y un terreno en el cual el riesgo imprescindible nunca alcanzaba a tener algún efecto durante nuestras estadías. Hay una foto mía, recostado en uno de los camastros que usamos.
Hace dos años, en un ataque de melancolía, arrastré a mi marido a Anisacate. Antes habíamos pasado por mi casa en la ciudad de Córdoba, que me costó encontrar porque habían cambiando los nombres de las calles. Bah, mi calle, que antes tenía como denominación un número, ahora tenía un nombre. Panaholma, le pusieron. Me molestó un poco la decisión inconsulta (conmigo), pero el nombre es lindo, refiere a una localidad muy hermosa del valle de Traslasierra y quiere decir, en quechua, “río de aguas taciturnas”. Ignoro cómo el agua puede ser taciturna pero el predicado conviene a lo que recuerdo de mí.
A mi casa le habían agregado un piso de altos (lo necesitaba). No me animé a tocar timbre, como hacen en las películas.
En Anisacate no pudimos encontrar la casa de mi tía. Había ahora una barriada completa, plazas, árboles muy crecidos, rotondas.
Mi amigo me dice que le mande la dirección y que él me manda fotos. ¡Pero nunca tuvo dirección la casa de mi tía! O al menos yo no la supe. Ahora, parece, todas las calles llevan nombres de plantas. Entiendo que la gente no quiera recordar la política argentina a través de sus muertos recientes en sus vacaciones. Celebro el homenaje al mundo apenas sensitivo pero siempre me molesta que nadie recuerde a los filósofos y poetas.
miércoles, 27 de diciembre de 2023
domingo, 24 de diciembre de 2023
sábado, 23 de diciembre de 2023
Silencio cómplice
Por Daniel Link para Perfil
Entre los aportes de la Argentina democrática al mundo, ciertas invenciones relacionadas con los derechos humanos ocupan los primeros puestos. Aquí hubo que definir la figura jurídica “Desaparición forzada de personas”, que no cabía con comodidad en los ordenamientos legales previos a la última dictadura. Luego, hubo que desmantelar la teoría de los dos demonios. Se estableció que el terrorismo de Estado es un crimen de lesa humanidad y que no es comparable la violencia ejercida por un grupo terrorista cualquiera (Montoneros, Hamas) y la violencia ejercida por un Estado. Subrayemos, entre las obviedades, que el Estado es una dimensión representativa de la vida pública, y ningún grupúsculo de alucinados lo es, por más legítimos que considere sus propios intereses.
Sin embargo, el brutalismo y la ignorancia que dominan el periodismo argentino (radial, televisivo y, sobre todo escrito) ha decidido ignorar aquel principio rector. No es sólo que se escribe cualquier cosa sin la menor investigación de respaldo, sino que directamente se censuran temas que en otros países ocupan las primeras planas.
El 4 de diciembre pasado, el diario Libération anunció la “Anulación de una conferencia sobre la paz de Judith Butler: el ayuntamiento de París alega el riesgo de polémicas”. Dejemos de lado el hecho de que se trata de una censura lisa y llana ejecutada por un órgano de gobierno. Todavía más escandaloso es que esa censura se funde en el “riesgo de polémicas”, algo de lo que Francia ha hecho prácticamente un denominación de origen. ¿Cuál sería el riesgo de polemizar? ¿Tal vez un acceso más rápido a la verdad?
El 9 de diciembre, Masha Gessen publicó en The New Yorker una nota titulada “A la sombra del Holocausto. Cómo la política de la memoria en Europa oscurece lo que vemos hoy en Israel y Gaza”. En algún momento de la nota desliza que “si declaraba esto públicamente en Alemania, podría meterme en problemas”. Así fue. El 15 de diciembre Gessen iba a recibir el prestigioso Premio Hannah Arendt. Sin embargo, la ceremonia se pospuso ante la decisión de algunos patrocinadores del premio de retirar su apoyo a la premiación, por la comparación realizada por Gessen en su artículo entre la situación de Gaza y el gueto de Varsovia. La ceremonia de entrega de premios finalmente se reprogramó para el sábado 16 de diciembre como un evento casi privado.
Finalmente (digo, en lo que a esta columna se refiere) Franco Berardi publicó el 11 de diciembre una columna titulada “El vórtice psicótico”, sobre “la desintegración de un estado” y el “supremacismo israelí”, donde repite conceptos suyos ya bastante conocidos, aplicados ahora a una situación límite nueva. Por supuesto, fue acusado de antisemita.
La prensa de Argentina, que por sus propias tradiciones legales, teóricas y políticas, estaría en condiciones inmejorables para leer esos pequeños capítulos de la infamia decide, sin embargo, callarlo todo. En la televisión italiana, Alessandro Di Battista dijo (comparando las bajas) que lo de Palestina no es una guerra, sino una masacre.
viernes, 22 de diciembre de 2023
sábado, 16 de diciembre de 2023
Sentido y sensibilidad
Por Daniel Link para Perfil
¿Qué habrá pasado entre la primera grabación del mensaje del Sr. Caputo y el momento en que fue emitido? Se me ocurre que se trata de uno de esos misterios para cuya resolución hay que recurrir a la sutileza psicológica de una Jane Austen, de quien tomo prestado el título para esta columna.
Imagino la revisión del mensaje: los nueve puntos que funcionan, cada uno de ellos, como palazos en el lomo de un perro que ha tirado demasiado de la cuerda. El último, el décimo, agregado en esas dos horas misteriosas, es como un tazón de arroz que se le tira al can, para que vea que los castigos que recibió eran merecidos pero que en la casa todavía lo aceptan, siempre y cuando sepa cuál es su lugar.
Gran parte de las medidas anunciadas tienen un sentido, pero carecen de toda sensibilidad. Una cosa sin la otra no sirve para demasiado. La pura sensibilidad se vuelve pasión insensata (sin sentido), atormentada. La pura sensatez se torna un valor gélido, inconsciente de los resultados macabros que puede desencadenar lo que tiene sentido en un momento determinado. Las teorías eugenésicas de comienzos del siglo XX se postulaban como el colmo de la sensatez, pero cumplidas a rajatabla, sin ninguna sensibilidad, dieron en procesos de experimentación inhumana y exterminio.
No soy yo quién para analizar las medidas anunciadas (sin embargo, hice mis números y, teniendo en cuenta las mejores previsiones, llego hasta junio), pero sí puedo detenerme en la antropología que suponen.
Como dije: nueve palazos en el lomo y, después, lo mínimo indispensable para que no te mueras de hambre, al mismo tiempo que el señor presidente promocionaba una hipotética “revolución moral”. ¿Cómo no analizar moralmente las medidas?
El horroroso “No hay plata” que se usa como lema de gestión supone que los sectores más desfavorecidos en el reparto de gracias pueden aceptar vivir sin dinero, sin trabajo y sin expectativas de futuro porque están acostumbrados a eso. En el caso de la clase media, se presuponen (en esto el nuevo gobierno coincide con el anterior) colchones de dólares a los que se podrá recurrir llegado el caso.
Moralmente se abandona (se deja en banda) precisamente a aquellos que más necesitan de la sensibilidad en el momento en que más la necesitan. Consecuencias muy obvias: el lanzamiento de la población a unos parámetros de vida completamente desconocidos.
Si el “capital humano” se manejará con la misma frialdad e indiferencia que la “economía”, nos volveremos bandas de perros salvajes, abandonados a su suerte.
viernes, 15 de diciembre de 2023
Patética Pato
No quisiera robarle a la Sra. Bullrich ninguno de los atributos (también llamados predicados) que hoy por hoy (con justicia) se le asignan. Pero estos días he estado pensando en ella y lo que mejor le cuadra es "patética". Explico por qué.
Imagino a alguien que se ha preparado a lo largo de su vida para los más altos cargos, que ha competido para ocupar el sillón soberano, el sitial desde el cual se pueden torcer los rumbos de la historia o entregarse a la tragedia propiamente política de quienes conocen la soledad del poder cada día, cuando se pone el sol, que no cambia su rumbo aunque se lo ordenen.
Pues esa es Pato. Lo que obtuvo, en cambio, es el lugar de granadera, o incluso menos (porque ni uniforme le proveen). Ella quería ser rectora, pero le dijeron: te da para celadora.
Lejos de ofenderse, ella abraza la causa y hace como si nada hubiera sucedido, como si su dignidad no valiera absolutamente nada y como si el desprecio de la gente a su candidatura no fuera a influir en su accionar futuro. Como si pudiera existir el "yo me conformo con participar" en tales cimas de ambición.
La era del patetismo (mezclado con un poco de patoterismo) ya está entre nosotras, que abrazamos encantadas la causa de Teté Coustarot.
En el programa de Mirtha Legrand, la lideresa de nuestro movimiento dijo:
"Somos la Teté".
Por supuesto, ningún movimiento o agrupación puede serlo sin acciones. Aquí va la primera que proponemos, que tiene al Patetismo como destinatario.
Proponemos que todas las integrantes de la Brigada Teté y sus simpatizantes viajemos SIEMPRE con palos de hockey en los subtes y trenes. Y quien no tiene palo de Hockey puede usar el bastón de su abuela en reemplazo. Venden fundas para palos de hockey que seguramente serán caras, pero es fácil disponer de una piola cualquiera para colgarse el palo o bastón de la espalda y poder seguir consultando las noticias en el celular.
He aquí el primer cántico:
“Somos las soldadas de Teté
(sabelo Pato)
te cortamo la calle, la ruta
porque hay libertá
(no llamés a la yuta)"
sábado, 9 de diciembre de 2023
Una por una
Por Daniel Link para Perfil
Aparentemente la oposición (UP, Juntos por el cambio, o lo que quede esos sellos coyunturales) negociará una por una las leyes que se presenten al Honorable Congreso. Hagamos lo mismo. Pienso en el proyecto de desmantelar el sistema de medios públicos. ¿Qué me parece? En principio, ignoro cuál es la función de la televisión y la radio en este momento. Recuerdo que cuando yo era chico se defendía a Radio Nacional porque era la única que pasaba música clásica y a Canal 7 o ATC porque pasaba contenidos documentales y ficcionales de calidad, que no encontraban cabida en los demás canales. Probablemente ninguna de esas razones sirva hoy. Con la excepción del ciclo de Teatro curado por Rubén Szuchmacher no tengo noticias de que la televisión pública apunte a la calidad, ni mucho menos. En cuanto a la música, no pareciera que alguien hoy recurra a ese medio para escucharla, estando toda ella alojada en servidores de internet al alcance de la mano (otro tanto puede decirse de los programas de TV).
Bueno, pero no todos tienen acceso a internet, se me dirá. De acuerdo, pero alguna vez se prohibió la tracción a sangre aunque no todos tuvieran móviles impulsados por motores de combustión.
O sea: objetivamente hablando, los medios tradicionales (tv, radio) no tienen razón de ser. Pero, al mismo tiempo, me parece que debe haber un sistema de medios que sirva para comunicaciones en caso de catástrofe o guerra. Como Argentina parece estar siempre a tiro de cualquier pronóstico apocalíptico, creo que habría que conservar algún sistema de medios estatal, debidamente despojado de los abusos pretéritos.
sábado, 2 de diciembre de 2023
La suerte de un poeta malo
por Daniel Link para Perfil
Se celebra este año el centenario de Fervor de Buenos Aires de Jorge Borges. Es difícil celebrar algo que casi no existe, salvo para especialistas. Aquel libro fue luego muy intervenido por los sucesivos Borges: en la edición de Losada de los Poemas (1922-1943), en los Poemas (1923-1953), en la Obra poética (1923-1964), en la Obra poética (1923-1966), en la Obra poética (1923-1969), en las Obras completas de 1974, en la Obra poética (1923-1976) y, finalmente, en la Obra poética (1923-1977).
Luego de examinar las nueve ediciones, Tommaso Scarano ha concluido en que en la edición de 1974 faltan el 40 % de las líneas originales de Fervor. De los versos conservados, casi el 50 % se vio modificado sustancialmente en alguna de las ediciones sucesivas. Estamos ante un prodigio: los versos de Fervor son los más manoseados de la historia de la literatura e, incluso, interrogan la identidad metafísica del mismo modo que la Paradoja de Teseo, que atormentó a Herácito, a Platón, a John Locke.
Según esa paradoja, si al barco de Teseo se le cambian los remos, y luego se arreglan las tablas, y se cambian el timón y las velas, etc., ¿es el barco resultante el mismo o es otro? No sabemos bien cuál libro celebrar, porque todos son diferentes.
Creo que esa operación de no dejar el libro en paz era para Borges tan necesaria como la complementaria: repetir aquí y allá bloques de texto que se refieren a diferentes cosas. ¿Qué imagen de autor se puede sostener en esos juegos de repetición y diferencia?
Me detengo en lo que permanece sin variantes, el nombre del libro. Si hay que creerle al joven de 1923, “Siempre fue perseverancia en mi pluma – no sé si venturosa o infausta – usar de los vocablos según su primordial acepción”. Naveguemos las etimologías. Del latín fervor -ōris proviene nuestro “hervor”, que figuradamente equivale a la pasión, a la vehemencia: el fervor. Hervor / Fervor integra el número de duplicados o dobletes de la lengua castellana (aproximadamente doscientos). Primordialmente, el “fervor” remite, pues, al hervidero que, para ser visto como tal, necesita de una distancia mínima (el barrio, el arrabal). De modo que, en principio, el nombre “Fervor” es más bien objetivo (es una propiedad del objeto), mientras que la pasión es subjetiva, está ligada a una determinada filosofía (Descartes, y su polemista Spinoza) y, sobre todo, designa al martirologio de Cristo. Peripatético, Borges se presenta en Fervor como un pensador de la calle.
“Hervidero” no es sólo el ruido y el movimiento de un líquido al hervir, sino también el “manantial donde surge el agua con desprendimiento abundante de burbujas gaseosas, que hacen ruido y agitan el líquido” (RAE). O sea que al mirar alrededor, Borges, a punto de volver a Europa, ve una ciudad en ebullición, una ciudad que nace sobre otra que permanece como ruina, ve una ciudad manantial. Y la ve desde el borde, desde el lado de afuera.
¿Cómo no iba a agradecer el momento que le tocó en suerte un poeta hasta entonces malo? Es un poco lo que le pasó a Proust (hasta entonces un narrador mediocre) con el affaire Eulenburg, que precipitó la Recherche. El hervidero que era Buenos Aires por entonces (Borges publica su librito en la misma imprenta de donde salieron la efímera revista Los raros, dirigida por Bartolomé Galíndez y creo que también una revista pornográfica, además del semanario humorístico El pito: o sea, ya hay una loca circulación de discursos) precipita el libro que habla de una Buenos Aires fantasmática que Borges ha conocido apenas dos años antes. El intervalo 1921-1923 le sirve para descubrir no tanto un tema sino para precipitar una escritura, que es al mismo tiempo una intervención sobre el lenguaje y un tono de y para la patria.
La fascinación que hoy puede provocarnos Fervor de Buenos Aires tiene que ver, antes que con cualquier “arte poética”, con un pensamiento y con la encarnación de ese pensamiento en sus tiempos (es decir: en las variaciones infinitas que supone el Tiempo).
De todas las versiones me quedo con la de 1969 (apenas posterior al Cordobazo) porque ya entonces los sistemas de clasificación positiva estaban heridos o se desmoronaban y las identidades se desplazaban a lo largo de una serie de repeticiones y diferencias: Campbell, Campbell, Campbell, Campbell. Un Borges pop.
sábado, 25 de noviembre de 2023
Menem lo hizo
Por Daniel Link para Perfil
El domingo pasado el PP entró en shock anafiláctico. Me refiero al Peronismo Paquete. Una amiga anunció desde su penthouse neoyorquino que no volverá al país. Otra, de doble apellido, manifestó su tristeza y la abrazaron virtualmente: “la acompaño en el sentimiento, compañera”. Las poetas feministas empezaron a promocionar la presentación de sus versos como actos de resistencia. No se sabe muy bien a qué, porque todos son rumores y presunciones; pero por si acaso, resistirán (cosa que no se les ocurrió hacer durante este año en el que los jubilados perdieron cerca del 30 % de sus ingresos y el acceso a la medicina se tornó dramática incluso para los afiliados a las mejores prepagas).
Yo, que no voté al actual Presidente Electro, prefiero darle el tiempo que necesita para empezar a realizar acciones verdaderamente repudiables, y enfrentarlas. Mientras tanto, me dedico a festejar que no ganó el candidato al que sí voté, el Sr. Massa.
Me dicen que en las oficinas los jóvenes de la generación de cristal preguntan cómo fue el menemato. Les veníamos diciendo desde hace quince días (porque en última instancia ambos candidatos habían bebido de las mismas aguas envenenadas del menemato) con una frase de la pedagogía patótica: “ya lo vas a entender”.
El menemismo estuvo en el gobierno durante diez años. El Sr. Menem fue votado (¡dos veces!) por la crema de la crema de la intelligentzia peronista, pero también por el común de los mortales. Como fue una de las presidencias más dañinas del último período democrático, casi nunca volvió a hablar de ese momento, salvo mediante oscuras metáforas como “el neoliberalismo”. El peronismo posterior tendió un manto de olvido e inventó una ficción que tachaba su propia complicidad con la venta de las empresas públicas, el cierre de los ferrocarriles, el tráfico de armas y los indultos de 1989 y 1990 a Galtieri, Camps, Videla, Massera, Lambruschini y Agosti, por citar a algunos.
Lo mal que hicieron. Hoy vuelve el menemismo, con todo sus tics y sus manías.
A los jóvenes acristalados corresponde decirles: chicas, ya no hay quien les diga que “machirulo” es una buena palabra. Las tienen que inventar ustedes. ¡A pensar!, que para eso les educamos.
viernes, 24 de noviembre de 2023
martes, 21 de noviembre de 2023
sábado, 18 de noviembre de 2023
Infancia y pensamiento
Por Daniel Link para Perfil
Nos convocan a una reunión universitaria en la que se discutirán políticas de investigación y mecanismos para estimular y fortalecer el desarrollo de proyectos. No se entiende muy bien por qué estamos en un salón con mesas modulares y sillas de colores, como de kindergarten, hasta que nos dividen en grupos de cuatro personas y nos hacen mover los módulos para crear células autónomas de razonamiento. Nos someten a una serie de preguntas estrambóticas que curiosamente, en mi equipo respondemos todos con la misma respuesta: necesitamos dinero, infraestructura, espacios (físicos y virtuales).
Cuando llega el momento de la puesta en común, el “consultor externo” contratado para la ocasión queda pasmado: en todos los grupos la respuesta ha sido la misma, para todas las preguntas. Le explicamos que los proyectos de investigación financiados por la universidad otorgan un subsidio que, al cambio de hoy, equivale a 30 (en el peor de los casos) o 90 (en el mejor) dólares anuales para todo el equipo que integra el proyecto (la inscripción a un solo congreso baratito ronda los 30 dólares).
Le contamos que en algunos centros ya nadie se presenta a esos proyectos por lo insustancial del subsidio y porque luego hay que enfrentarse con una burocracia que exige la devolución de algunas sumas porque un comprobante se perdió o estaba mal hecho.
Un geógrafo cuenta el caso de una geóloga (ah, la canción de la tierra) que, estando en el medio de una excavación, recibió un llamado pidiéndole cuentas por unos tres mil pesos (3 dólares) que no había rendido correctamente.
¿Se puede investigar sin inversión? Se nos preguntó cómo se puede aumentar la capacidad de captura de fondos. Lo sabemos perfectamente: presentándonos a convocatorias internacionales. Pero para eso también hacen falta recursos, porque cada una de esas presentaciones, que podrían traer cientos de miles de dólares o millones de euros a la universidad requieren de tiempo, precisión, talento. Agregamos a la lista de lo que hace falta: plata, espacios (físicos y virtuales), infraestructura, nombramientos.
Nos retiramos con la satisfacción de que las autoridades transmitirán al futuro gobierno nuestras necesidades, que serán escuchadas y resueltas.
sábado, 11 de noviembre de 2023
El rojo y el negro
Por Daniel Link para Perfil
Esta vez, el congreso al que fui invitado funcionaba en una poderosísima universidad católica en un estado conservador de los Estados Unidos.
No viene a cuento, pero me sorprendió el avance en los procedimientos migratorios (mi última estancia había sido en febrero de 2019). Ya no hay que presentar pasaporte ni visa. Basta con pararse frente a una cámara que accede de inmediato a nuestros expedientes. La pregunta a qué viene (“Congreso, Rubén Darío, poeta”) fue contestada con un gentil: “Adelante los poetas”. A la vuelta, la cámara registra la salida a la puerta misma del avión. Es como ser visto por el ojo sapientísimo de Dios.
Vuelvo al congreso. La Universidad de la que hablo fue fundada por católicos irlandeses y abrazó, como casi todo en los Estados Unidos, el gótico tardo-tardío (es decir: del Siglo XX). Del barroco, tan ligado a nuestra propia imaginación católica, ni noticias.
En cada aula, en cada salón, en cada dormitorio, había un Cristo en la cruz. Yo no pude resistirme y cometí el infantilismo de invertir el mío, como primerísima medida. Es que todo evocaba antes que a la religión a esas películas americanas de terror católico. Piénsese en El exorcista, cuyo carácter de obra maestra ha sido demostrado recientemente por Fernando Murat en su excelente libro Fábulas morales y soluciones extraordinarias o en cualquiera de las cachiruladas indigestas que pueblan las plataformas. Por supuesto, aquí y allá había grupos de monjas complotando (vestidas de Prada o algo así, elegantérrimas) y sacerdotes conversando en italiano o en alemán. Como era el fin de semana en que las familias visitan la universidad con candidatos a incrementar el número del claustro estudiantil (unos niños al mismo tiempo excitados y temerosos), sospechábamos que eran en realidad actores contratados para demostrar a esas familias (potenciales donantes de pabellones y edificios) el cosmopolitismo conservador de la Universidad.
Sobre un terreno gigantesco se desparramaban elegantemente los 136 edificios góticos y neoclásicos, ordenados alrededor de una avenida que conduce a la “Cúpula dorada”, el edificio principal de la Universidad, de estilo neoclásico (adecuado a las funciones administrativas que allí se desempeñan). A su costado izquierdo el estadio donde el equipo de fútbol americano (que descolla en la gran liga de equipos universitarios) celebra sus triunfos y llora sus derrotas.
Entre los muchos programas que la universidad ofrece, uno nos llamó la atención, cuando vimos trotar a un grupo numeroso de hombres (no muchachos) al grito de “Want be a man?”.
Es un programa de formación para oficiales del ejército. En esas pocas hectáreas, las vidas quedaban atadas a una u otra de las formas más conservadoras de imaginar el progreso.
Traté todo lo que pude de disimular mi condición de argentino, no fuera cosa de que se me asociara con el Papa, cuyo cultivo de la teología del pueblo, estoy seguro, sería aquí causal de hoguera o de cárcel militar. A la salida, en el aeropuerto, se me sometió a una terrible pregunta teológica: “¿Messi o Maradona?”
sábado, 4 de noviembre de 2023
Violencia de género
Por Daniel Link para Perfil
Que Misión Imposible (la última) es una película estúpida no hace falta subrayarlo porque de la estupidez obtiene su fuerza y su mayor ganancia. El archienemigo de Ethan Hunt es, esta vez (redoble de tambores) una inteligencia artificial dedicada con ahínco a corromper todos los sistemas operativos y a adueñarse del mundo. La llaman “la entidad” (porque es algo más que un ente, pero algo menos que un ser). Todo tiene siempre una solución sencilla, es decir: estúpida. Hay una llave (¡que tiene forma de llave!) que apaga a la entidad. A buscarla, pues, los buenos, para, salvar el mundo y los malos, para apoderarse de él.
Si una pelotudez así planteada no bastara, están los consabidos paisajes tan indicados para el ensueño americano: Roma, Venecia, no sé bien qué más. Son los lugares más trasheados por el turismo de masas, epidemia de la cual películas como ésta (o las 007) son cómplices activas.
Pero dejemos el asunto, porque en su versión Sentencia mortal (parte uno), Misión imposible revela también su maldad, su mezquindad, su paranoia identitaria.
En 2013 Rebecca Ferguson (1983) saltó a la fama con el papel de la reina Elizabeth Woodville, una viuda que se casa con el rey Eduardo IV en la miniserie La reina blanca, que vimos en su momento, sobre todo por la extraordinaria irradiación de Rebecca, cuya belleza es idéntica a la de Ingrid Bergman en su mejor momento (la actriz es medio sueca), en el papel de una advenediza que además es bruja.
Dos años después, ya estaba instalada en las más poderosas franquicias. Yo no sé cada cuánto tiempo se puede decir que “nace una estrella”, pero estoy seguro de que en los últimos diez años ninguna se comapra con la Ferguson.
Misión imposible la incorporó en la quinta y en la sexta entregas (y, de hecho, la única razón para ver esas películas era su presencia). Ahora, en la séptima, no sólo decidieron matar a su personaje, Ilse Faust, sino que a la actriz la hacen aparecer en dos o tres escenas deslucidas sin parlamento alguno.
En una de las más reveladoras escenas, Ethan Hunt sube a un helicóptero y mira sucesivamente a sus amigos de siempre para notar, al final, la presencia de Ilse. Ella hace un gesto (los guionistas no la dejan hablar), como diciendo: “y sí, viste, todavía acá” y Tom Cruise contesta con una mueca desencajada, a mitad de camino entre el endurecimiento del botox, la tirantez de los hilos de oro y la incapacidad de actuar: un rictus de terror ante lo que no se puede poseer. Y el deseo de aniquilarlo. Eso es el Mal.
sábado, 28 de octubre de 2023
Los nuevos monstruos
Por Daniel Link para Perfil
Sobre el cuero apolillado de un animal extinto que supo reinar en la América del Sur, los dos monstruos que habían sobrevivido al combate, Decadencia y Catástrofe, se miraban con odio. Entre ellos yacía inerme el cuerpo hediondo de Mediocridad y, por encima de sus cabezas, piaban con terror Productividad y Trabajo, encerradas cada una de esas bestias famélicas en jaulas de oro diminutas.
Mediocridad no había tenido ni la fuerza ni la imaginación para luchar contra dos enemigos tan imprevistamente fuertes que, ahora, chapaleaban en sangre, mientras recuperaban el aliento. Asintieron al unísono antes de lanzarse sobre el cadáver de Mediocridad. Decadencia arrancó un costado de la bestia muerta y se lo tragó de un solo bocado. Catástrofe se entretuvo con la cabeza, a la que dejó en sus puros huesos, antes de abalanzarse sobre las entrañas todavía palpitantes.
Los chasquidos de la carne desgarrada se mezclaban con los gruñidos de satisfacción.
Repuestos y ensangrentados, los monstruos se miraron: estaban dispuestos a matar nuevamente, después de haber tomado de Mediocridad la mejor parte.
Catástrofe hacía retumbar sus pezuñas sobre el cuero inane que delimitaba el espacio de combate. Inflaba sus belfos de animal joven. Ya no le importaba nada.
Ahíto también de Mediocridad, Decadencia se aprestaba a un nuevo asalto cuya estrategia todavía no había decidido. ¿Lanzaría nuevamente sobre su némesis su baba cáustica para luego sorberla nuevamente, junto con los fluídos enemigos?
La luz de la alborada aumentaba el
brillo de Decadencia y de Catástrofe. De lejos, no parecían
monstruos. Pero lo eran.
sábado, 21 de octubre de 2023
Pueblo en guerra
Por Daniel Link para Perfil
Siempre que hay guerra hay un pueblo en guerra. A propósito de los estremecedores acontecimientos de Medio Oriente, Ignacio Echevarría nos regala esta cita del general retirado Effi Eitam, jefe del Partido Nacional Religioso, del que se apartó para unirse al Likud en 2009 y miembro de la Knéset de 2003 a 2009. Eitam sostuvo que el derecho exclusivo del pueblo judío a la Tierra de Israel se funda en la creencia en un Señor del Mundo. Y agregó: “Cristianos y musulmanes comparten esa fe, pero no forman un pueblo. Nosotros sí; nuestra singularidad está en que somos los únicos del mundo que hablamos con Dios en cuanto pueblo”.
Esa relación entre Pueblo y Dios me interesa desde hace meses en relación con un curso al que llamé “Ideas de pueblo”. Ahora se vuelve atrozmente real.
Hay una distancia entre el pueblo singular y unos pueblos plurales. Pero además, esa distancia queda reforzada porque “el pueblo” es determinado mientras que “unos pueblos” son indeterminados (tienen artículo indetermindo).
Los problemas de los deslizamientos del singular al plural y de lo determinado a lo indeterminado, forman parte también de la teología cristiana. Leo una intervención de Lucia Gera (“Pueblo, religión del pueblo e Iglesia”), en la Semana organizada por la CELAM sobre religiosidad popular en América Latina, del 20 al 26 de agosto de 1976 en Bogotá. Gera fue uno de los más importantes teólogos latinoamericanos, que tuvo un rol decisivo en la propuesta de la “Teología del pueblo” (muy diferente de la teología de la liberación), cuya influencia en el Papa Francisco ha sido subrayada últimamente.
Gera escribe este título interno: “Iglesia y pueblo (pueblos) de América latina. La pastoral popular”. Resuelve la tensión entre singular y plural a golpe de paréntesis. El "pueblo de Dios" incluiría el plural "pueblos" para atender a las particularidades históricas y culturales de cada uno (y en particular el pueblo argentino, hoy y mañana más necesitado que ningún otro de la asistencia sobrenatural). De esa pluralización en la unidad, se deriva una pastoral novedosa orientada al pueblo en función de las peculiaridades locales, sus ideas políticas, sus limitaciones, o sus carencias.
“Pueblo” es un colectivo. Uno (yo) no puede ser pueblo: pueblo se hace con otros y otras. Hacer pueblo supone un amuchamiento y, de algún modo, la pérdida de si (del self) en una “identidad” de clase superior (en el sentido de más amplia).
El pueblo, dice Gera, es unario, es un sujeto único (y totalizante). “El pueblo es una pluralidad de individuos, una multitud reducida a unidad: unificada y (relativamente) totalizada”.
El pueblo se autosustenta y autodetermina.
Tanto en el caso del Pueblo de Israel como en el caso del Pueblo cristiano, hay que realizar una cantidad de operaciones muy complejas para sostener una idea de pueblo, sobre todo si se hace intervenir esa fantasía ridícula y totalitaria, la idea de Dios.
En un libro que tuvo una gran influencia entre nosotras, Gramática de la multitud , Paolo Virno opone a Hobbes y Spinoza, cada uno de ellos asociado con la defensa de un nombre: “pueblo” (Hobbes) vs. “multitud” (Spinoza). Esos “conceptos en lucha” fueron, según Virno, decisivos en la fundación de los Estados centralizados modernos, en la guerras religiosas, en las controversias teórico-filosóficas del siglo XVII. “Pueblo”, dice Virno, fue el término triunfante y “Multitud” el término derrotado.
¿Qué diferencias hay entre “pueblo” y “multitud”? Para Spinoza, la multitud representa una pluralidad que persiste como tal en la escena pública, en la acción colectiva, en la atención de los asuntos comunes, sin converger en un Uno. La multitud es la forma de existencia política y social de los muchos en tanto muchos: forma permanente, no episódica ni intersticial. Para Spinoza, la multitud es el soporte de las libertades civiles. Hobbes detesta a la multitud (como cuerpo y como concepto), en la que percibe el mayor peligro para el "supremo imperio", es decir, para el monopolio de las decisiones políticas por parte del Estado.
Siguiendo ese razonamiento, no habría que aceptar que los Estados se entreguen al goce bélico y realicen sus fantasías de exterminio en nombre de algún pueblo (éste o aquel). Mejor hablar con los vecinos, antes que con esa idea oscura llamada Dios.
miércoles, 18 de octubre de 2023
La herencia de Josué
Por Ignacio Echevarría para ctxt
Para entender todo este horror, quizá no estuviera de más acudir a la Biblia –ese libro que, en cuanto herederos de la tradición judeocristiana, compartimos con los hijos de Israel, con sus jerarcas, con sus soldados– y refrescar los mandatos de violencia y de exterminio que Yavé dicta a su pueblo escogido. Leer, por ejemplo, el Libro de Josué, lugarteniente y heredero de Moisés, y el modo en que conquistó Jericó, y luego las ciudades de Hai, Maquedá, Libná, Laquis, Eglón, Hebrón y Debir, todas las cuales exterminó sin dejar hombre ni mujer ni niño vivos. Leer el Deuteronomio y sus instrucciones para la guerra y los combatientes, donde se dice: “Cuando te acercares a una ciudad para combatirla, le intimarás la paz, y si te respondiere y te abriere, todo el pueblo que en ella fuere hallado te será tributario; mas si no hiciere paz contigo y te ofreciere resistencia, luego que Yavé, tu Dios, la entregare en tus manos, a todos sus varones pasaras al filo de la espada”.
Citaba este pasaje Rafael Sánchez Ferlosio en un artículo ya viejo, del año 1982 (“Sharon-Josué”), donde añadía: “Tal es la ley de guerra de Moisés, a quien le fue dado cumplirla únicamente al este del Jordán; por lo que atañe al oeste de este río, a Canaán o Palestina en sentido estricto, hubo de ser Josué el ejecutor del mandato de Yavé. En Jericó, la primera de las ciudades asaltadas en Cisjordania (y, según los arqueólogos, la ciudad más antigua del mundo hoy conocida, que tendría ya por entonces más de tres mil años), no sólo pasó a cuchillo a hombres, mujeres y niños, sino a toda suerte de animales domésticos. Así siguió Josué por las ciudades de Canaán, matando unas veces ‘todo cuanto había con vida’, y otras reservando a los animales domésticos para provecho del pueblo de Israel”.
El artículo al que me refiero fue escrito por Ferlosio a raíz de la publicación en El País de una extensa entrevista de la periodista Oriana Fallaci al general israelí Ariel Sharon, que estuvo al mando de la invasión del sur del Líbano por las tropas israelíes con el objetivo de expulsar de allí a la OLP (Organización para la Liberación de Palestina), poco después del intento de asesinato del embajador israelí en el Reino Unido, Shlomo Argov. La entrevista fue publicada en dos entregas, la primera –el 2 de septiembre de 1982– con el título “Ariel Sharon: ‘Hemos aplastado a los palestinos’”, la segunda –el día siguiente– con el título “Ariel Sharon: ‘Cuando está en juego la supervivencia de Israel no hay halcones ni palomas, sólo judíos’”.
Cuarenta años después, la historia se repite, palabra por palabra.
El artículo de Ferlosio hurga en las razones que a sus ojos fundamentan, hoy igual que entonces, “las afinidades electivas entre los norteamericanos y los israelíes y sirven de base y justificación interna a tan descarada complicidad en la política exterior”. Particular interés tiene el modo en que expone una de estas razones. Lo cito por extenso.
Según Ferlosio, esta afinidad entre norteamericanos e israelíes “se halla socialmente implantada en la conciencia de los americanos desde la guerra contra Hitler. En esta guerra, en efecto, la buena conciencia de los vencedores, y especialmente de los norteamericanos, se construyó sobre todo como vindicación de quienes fueron con mucho las mayores víctimas de los horrores nazis, o sea, los judíos. La guerra es siempre mala consejera para la conciencia de los vencedores; por grande que haya podido ser de hecho la perversidad de los vencidos, la victoria inclina siempre, de modo casi insuperable, hacia el farisaísmo, que consiste en construir el sentimiento de la propia bondad sobre la maldad ajena (‘Te doy gracias, Señor, porque no soy como los otros hombres... porque no soy como ese publicano’ es, en efecto, lo que dice el fariseo de la parábola), lo cual es pura y simplemente una depauperación total de la propia conciencia, puesto que residencia, de modo carismático, la bondad en el sujeto mismo, y no en la eventual cualidad moral de cada acción”.
“Una vez que se adquiere la convicción íntima de ser los buenos –sigue argumentando Ferlosio–, la conciencia moral queda cegada para el examen de cada nueva acción que se presenta; las acciones de los buenos serán, a partir de entonces, indefectiblemente buenas a causa de la previa definición y autoconvicción de los sujetos, y no por su propia cualidad. Con esa buena conciencia, o sea, con esa conciencia empobrecida hasta extremos de ceguera, pudieron llegar, casi insensiblemente, los norteamericanos hasta los últimos horrores de Vietnam, donde al fin una parte abrió los ojos, aunque hoy parece que quiera volverlos a cerrar”.
“Pues bien, esa buena conciencia de la guerra mundial, que tiene su principal raíz de convicción, para fortalecer el sentimiento de la propia justicia, en el recuerdo de las iniquidades nazis contra los judíos, es la necesidad psicológica, ideológica y moral en que socialmente se asienta, en gran medida, la aquiescencia pública de los norteamericanos hacia la casi incondicional complicidad de sus mandos nacionales para con el Estado de Israel. Si aquellas víctimas, que fueron y siguen siendo principalísimo argumento para edificar y mantener en alto –o sea, en la inconsciencia y en la inopia– la buena conciencia norteamericana desde la guerra que se cerró con las bombas de Hiroshima y Nagasaki hasta la que concluyó con los bombardeos de Haiphong y de Hanoi, no siguiesen teniendo razón, entonces –y por el mismo mecanismo farisaico que transforma la bondad, de eventual cualidad de las acciones en permanente carisma del sujeto– aquella misma buena conciencia –tanto más necesaria para el equilibrio psíquico de las poblaciones cuanto mayor sea su efectiva impotencia e irresponsabilidad en los negocios públicos– podría venirse abajo.
“El Estado de Israel, en la medida en que alegóricamente representa la vindicación de la iniquidad que santifica a quienes la expugnaron, funciona, pues, como un sustentáculo de todo punto indispensable para la paz del alma de los norteamericanos en cuanto tales. Si Israel les falla hasta el punto de que tengan que negarlo, la perezosa conciencia de las gentes se vería abocada al desasosiego, al desamparo de tener que revisar su autoconvicción moral y remover su seguridad de sentimientos, tal como había empezado a hacerlo a raíz de la guerra de Vietnam”.
A quien persuadan estas palabras, pocas esperanzas le quedarán de que la comunidad internacional tutelada por Estados Unidos –me refiero sobre todo a sus aliados europeos, sobre los que esa tutela se ha reafirmado con motivo de la guerra de Ucrania– muestre una mínima firmeza en sus avisos contra las atrocidades que comete Israel. Menos aún de que la misma Israel, no sólo imbuida de esa “buena conciencia” de la que habla Ferlosio, sino instruida y conminada –así cabe decirlo por lo que respecta a la facción mayoritaria del Estado que sustenta a Netanyahu– por los mandatos de Yavé, deponga su actitud en lo más mínimo.
Veinte años después del artículo citado, en abril de 2002, a propósito esta vez del penoso acuerdo alcanzado por la ONU para la investigación de las atrocidades cometidas en el campo de refugiados de Yenín, arrasado por los israelíes, que de nuevo quedaron impunes –debido entre otras razones a que la ONU, intimidada por el eventual veto de Estados Unidos, consintió en que los propios israelíes tomasen parte en las averiguaciones, que no tardaron en boicotear–, Ferlosio recordaba lo sucedido en el Líbano y escribía (en una tribuna titulada “Lo que faltaba”):
“En aquel tiempo, en 1982, Sharon designaba la Cisjordania por los antiguos nombres de la administración del Imperio romano: Samaria y Galilea; no sé si sigue haciéndolo hoy en día. El que sí lo hace, aunque con la variante de hablar de Judea y Samaria […] es el general retirado Effi Eitam, jefe del Partido Nacional Religioso, últimamente incorporado como ministro sin cartera al Gobierno de Sharon. Como a todo hay quien gane, Eitam va más allá del presidente del Gobierno: su designio es que entre el mar y el Jordán no haya jamás otra soberanía que la israelí; que los palestinos se vayan a Jordania y que ésta sea su Estado, y que los que quieran quedarse a este lado del Jordán podrán hacerlo a condición de renunciar a cualquier soberanía, a los derechos de ciudadanía y al de poder tener armas. De momento, pide matar o encarcelar a Arafat y destruir todo resto de gestión palestina. El derecho exclusivo del pueblo judío a la Tierra de Israel lo funda en su creencia en un Señor del Mundo; ‘cristianos y musulmanes –dice– comparten esa fe, pero no forman un pueblo. Nosotros sí; nuestra singularidad está en que somos los únicos del mundo que hablamos con Dios en cuanto pueblo’. Aquí se remonta incluso a la Berit del judaísmo primitivo, a la Alianza con Yavé de la confederación guerrera para la conquista de Canaán, la Tierra Prometida. Para acabar, declara lo siguiente: ‘Nosotros tenemos que ser la luz para nosotros mismos, y de este modo nos haremos la luz de todas las naciones’”.
Sólo la familiaridad con este tipo de planteamientos consigue hacer comprender la determinación con que Israel lleva a cabo, ante los ojos del mundo entero, su política de exterminio, del mismo modo que sólo la afinidad entre la “conciencia moral” de Estados Unidos e Israel permite entender la connivencia del primero con los abusos y las constantes agresiones de los convenios internacionales por parte del segundo.
Las conductas del Estado de Israel fueron objeto de observación permanente por parte de Ferlosio a la hora de analizar incansablemente uno de los asuntos que le obsesionó durante toda su vida: la guerra. Los inagotables materiales en torno a este tema reunidos en su momento en Babel contra Babel (Debate, 2016; Debolsillo, 2018), título del tercer tomo de sus ensayos completos, provee de perspectivas profundas desde las que encuadrar convenientemente y entender –ya que no aceptar– lo que sigue una y otra vez ocurriendo.
“No pasa el tiempo”, escribe Ferlosio en el segundo de sus artículos citados. Y sigue sin pasar, transcurridos veinte años más. Como seguía sin pasar en el año 2009, en que Ferlosio publicó otro artículo sobre la cuestión de Israel (“La lujuria de los bombardeos”), esta vez (ya estaban en el escenario Hamás y Netanyahu) a propósito de la durísima respuesta de Israel al lanzamiento desde Gaza de cohetes y proyectiles de mortero contra objetivos civiles. Se leía allí:
“Es de creer que entre el millón y medio de habitantes de la Franja de Gaza tendría que haber muchísimos no-combatientes que participasen del sentido del honor, del patriotismo de Hamás, teniendo por deshonroso mostrar debilidad frente a Israel; pero aun de la más exacerbada soberbia patriótica se esperaría, en principio, que dejase a salvo el honor del que claudica cuando la muerte alcanza hasta los niños más pequeños; Hamás, empero, se ha saltado todos los límites, empezando por el más pragmático: el que ha cometido la osadía de enfrentarse al más fuerte no debería ignorar ni desdeñar la norma alternativa circunstante: ‘El débil tiene que saber rendirse’. Pero el límite que se han saltado contra su población, ese millón y medio de personas tan prisionero del propio Hamás como de Israel, ha rebasado cualquier extremo de inhumanidad imaginable”.
“Ya sabemos que el ejecutor, el instrumento de Hamás al perpetrar tal infamia contra los que pretende que son su propio pueblo, han sido los bombarderos de Israel. Y, sin embargo, sería totalmente inapropiado inculpar a Israel de aquello que Hamás se ha empecinado en arriesgar a expensas de la Franja. Tan inapropiado como el que los israelíes hayan querido cargar sobre Hamás y los palestinos la inusitada y sangrienta criminalidad de sus propios bombarderos. Ciertamente, fue Hamás ‘el que empezó’, pero ésta es la alegación característica de lo que en otros lugares he llamado ‘proyección de la responsabilidad’. El paradigma más cabal se concentra en esta frase del entonces secretario general de la OTAN, don Javier Solana: ‘Milosevic es el único responsable de lo que le pase a Serbia’. Lo completo de esta formulación está en dos cosas: en decir ‘el único’, en lugar de ‘será responsable’ o ‘también responsable’, como para apurar la exclusión de cualquier otro posible; y en decir ‘le pase’, en vez de ‘le hagamos’ o por lo menos ‘se le haga’. ‘Le pase’, un impersonal sin sujeto que significa que le pasará automáticamente, sin que nadie se lo haga, porque ya está conectado el resorte, y el único que puede apretar el botón para desconectarlo es el amenazado. Así es como la precisión lingüística logra expresar la proyección de la responsabilidad como una cosa literalmente inhumana”.
El conflicto palestino-israelí no acaparó la atención de Ferlosio tanto como las dos guerras del Golfo, en las que proyectó sobre todo su bien labrada polemología, pero siempre tuvo presentes sus raíces bíblicas. Sus posicionamientos respecto al Estado de Israel atienden siempre a las formas en que éste ha solido adoptar la “lógica” de la guerra, que el mismo Ferlosio asoció siempre al fetiche de la identidad y a los sofismas de la amenaza y de la venganza. En cuanto a ciertos tópicos que en situaciones como la presente no dejan de aflorar en relación al papel que cumple ese Estado, tiene interés volver a la severa réplica (“Glosa sobre Israel”) que Ferlosio dio a un sonado reportaje de Mario Vargas Llosa sobre Israel y Palestina publicado en El País en 2005:
“Israel no fue, como sugiere la pintura de Vargas Llosa, obra de gentes dispersas y heterogéneas: fue un Estado europeo fundado a ciencia y conciencia por europeos; por numerosas que fueran las comparsas adheridas, el núcleo protagonista fueron los sucesores de las comunidades judías que habían constituido la flor y nata cultural, profesional e intelectual de las élites de la media y alta burguesía europea. Lo que se fundó en Palestina respondió casi exactamente a lo que, en 1895, había prospectado Theodor Herzl en su obra Der Judenstaat, concebida a raíz del caso Dreyfus: ‘Para Europa constituiríamos allí un lienzo de muralla contra Asia; seríamos el centinela avanzado de la civilización contra la barbarie’ (aunque no habían sido, ciertamente, ‘asiáticos’, sino europeos, los que persiguieron a Dreyfus, como europeos serían los autores del espantoso genocidio que Herzl tuvo la suerte de no conocer). Y eso es lo que parece volver a ser hoy en la mente de muchos occidentales, españoles incluidos, que aseguran que la defensa de Israel es la de Occidente”.
sábado, 14 de octubre de 2023
La violencia
Vuelvo, después de un largo viaje laboral, a un país violento. Me toca presenciar un debate en el que las candidatas presidenciales se limitan a lanzar barbaridades al aire, a ver si con alguna consiguen una adhesión que su falta de ideas (o su profusión de ideas siniestras) les niega.
Me resulta violento que reconocidos columnistas de los diarios más importantes den como ganadora de ese debate a la candidata más bruta, la que no puede sostener una sola frase sin tropezarse con sus vastas ignorancias.
Es violencia que no se reconozca la claridad y la solidez de Myriam Bregman durante el debate, o que nadie haya querido notar la contundencia de las propuestas del Sr. Juan Schiaretti, que expuso a los Tres Chiflados como los payasos que son.
Lo más violento fue que alguien se presentara en la escena pública para repetir, como un Dalek embriagado de psicosis maníaca: “exterminate, exterminate”, con referencia al kirchnerismo, cuyos errores y manías yo he deplorado, pero nunca al punto de enarbolar el exterminio como solución final. Me resulta violento que se considere que un joven de 12 años pueda ser imputable penalmente, pero no ser responsable de su propia sexualidad. Es violento que a las ancianas que internan porque se quebraron un tobillo las mediquen con antipsicóticos para “tranquilizarlas”.
Me sorprende la violencia d el Sr. Joaquín Morales Solá, que escribe que “el antisionismo es, en efecto, el nuevo nombre del antisemitismo” sin que le tiemble el pulso. Encuentro violento que el Sr. D'Elía haya gorjeado “Excelente sábado para todos” a propósito de los luctuosos hechos de Medio Oriente.
Por supuesto, la inflación ya completamente desbocada es un acto de violencia, como lo son el cinismo vicepresidencial y el chocolaterismo bonaerense.
Hablo de todo esto con una doctoranda valenciana de visita mientras esperamos un taxi bajo la lluvia. Media cuadra más allá un taxi para en el medio de la calle, el conductor se baja, habla con el conductor de una furgoneta, y vuelve al taxi al grito de “a los negros hay que matarlos a todos”. La doctoranda valenciana se queda helada. Me encojo de hombros y le digo: “acá es así, la violencia cotidiana es una forma de honrar a nuestros soberanos”.
sábado, 7 de octubre de 2023
Concilios europeos
Por Daniel Link para Perfil
Nada recuerda a la Edad Media tanto como los congresos académicos: los diferentes capítulos de las órdenes se reúnen para tratar los temas de la agenda teórico-política, mientras en las reuniones informales (cenas, pasillos) se discuten los temas de la vida cotidiana. En Roma, una joven doctorando se anuncia a si misma como trabajadora “precarizada”. En Lipsia (también conocida como Leipzig) se levantan las voces de indignación: “mis padres podían aspirar a comprarse una casa; mi generación ya no”, dice una joven española que trabaja en Londres. Una alemana que está a punto de mudarse a Canadá cuenta que ella tiene dos trabajos porque no consigue un puesto que le alcance para sobrevivir. Mientras esté en Canadá deberá dar clases remotas en Alemania (a las 5 de la mañana, por la diferencia horaria). En Valencia, una ola de jubilaciones permitió que jóvenes desocupados se presentaran a concurso. En algunos casos, hubo personas que estuvieron dos años encerradas, viviendo de sus familias, para poder llegar con los antecedentes necesarios. Uno de los brillantes concursantes quedó último en el orden de mérito, lo que le impedirá aspirar a un cargo docente.
Todo suena tan familiar para quienes venimos del otro lado del Atlántico, que verificamos la latinoamericanización de los ambientes académicos europeos. “A mediados del siglo pasado los docentes universitarios integraban el decil de los profesionales con mejor paga y valoración social”, recuerda una persona mayor. Los jóvenes doctores de todas las órdenes miran y asienten con melancolía.
El Estado de Bienestar (que tiene rango constitucional en Europa) se construyó lentamente a lo largo de los siglos. Ahora parece que el lapso de un par de generaciones ha alcanzado para llevarlo a su límite. Por supuesto, todo debería relativizarse un poco, pero la opulencia de los sectores más privilegiados de la clase media parece ser ya una cosa del pasado.
Cada quien volverá a su claustro, más o menos alejado de la mano del Dios que transforma el agua en vino, con la conciencia de que estamos todas en un mismo barco y que convendría buscar alguna salida global a la triste desarticulación de las humanidades públicas y su inmerecido desprestigio.
viernes, 29 de septiembre de 2023
La guerra de los sexos
por Daniel Link para Perfil
Ya dejé Roma, pero al llegar tuve un problema en el departamento que había alquilado. Llamé a la dueña y le expliqué que el lavatorio estaba tapado. Me dijo que mandaría a su madre a arreglarlo, porque el portero (mi hipótesis de solución) no se encargaba de esas cosas.
La madre vino y, munida de una sopapa y un líquido disolvente de mugres, se abocó al destaponamiento, diciendo le barbe. Me sorprendió su diagnóstico, porque yo estaba más bien convencido de que se trataba de largos pelos de mujer acumulados en el sifón de desagüe. Ella tenía razón, claro, y los restos de barbas enjabonadas y afeitadas comenzaron a aparecer ante nuestros ojos asqueados.
Después, conversando con un amigo muy joven, entrenado por su novia con el libro feminista para la vida material moderna, me contó que él, antes de afeitarse, pone sobre el desagüe del lavatorio una hoja de papel de cocina, para evitar que los restos de masculinidad tóxica tapen los caños.
Me di cuenta de cuán naturalizados tenemos los varones ciertos privilegios de la vida cotidiana. Por ejemplo, apenas si nos damos cuenta de que los artefactos para recibir la micción están hechos a nuestra escala y según nuestras necesidades.
En el apartamento romano que habité durante dos semanas, en cambio, todo estaba hecho para las mujeres, desde una perspectiva femenina. El inodoro era prácticamente cuadrado (es decir: mucho más ancho que los comunes y también menos profundo (considerando la distancia desde la pared) y muy bajo. Había que abrir mucho las piernas y realizar cálculos geométricos complejos para evitar el salpicado fuera del recipiente (“mear fuera del tarro”).
Además, sobre el inodoro había una repisa para las toallas que me obligaba a mantener mi cabeza más atrás que el resto del cuerpo. Durante los tres primeros días, contorsionado, fallaba y tuve que limpiar el piso más de una vez.
La dueña de casa y su madre habían diseñado esa vivienda para ser habitada por mujeres. Por eso, también, el baño estaba provisto de un pequeño milagro de confort: un bidet. Si podía sentirme incómodo con el lavatorio y el inodoro (pero, ¿por qué alguien habría de tener en cuenta mi morfología?), la ducha y el bidet me contentaron.
En el resto de la casa había otros toques igualmente destinados a las mujeres (escaleritas varias para acceder a los estantes fuera del alcance medio de una señora o señorita, por ejemplo).
En Roma es fácil extasiarse ante la antigüedad de la civilización tal como la conocemos (los acueductos, las cloacas, los espacios públicos, los tribunales de justicia). Justo es decir que esa civilización fue, desde el comienzo, profundamente masculina y que, aunque se pueda hablar del matriarcado romano, este no tuvo consecuencias concretas en el diseño de la vida cotidiana y de sus artefactos más específicos sino hasta hace muy pocos años. El inodoro que comento es uno de ellos, pero estoy seguro de que podrían hacerse listas pormenorizadas y tomar cartas en el asunto, es decir: reformar la arquitectura, inventar a Vitruvia.
sábado, 23 de septiembre de 2023
Una vida
por Daniel Link para Perfil
En una sala abarrotada de personas y de calidades, se presentó Esta no soy yo, la biografía de Aurora Venturini escrita por Liliana Viola. Participaron de la presentación Alejandra Flechner y Susana Pampin, en los roles de Fulvia y Flavia, dos personajes casi idénticos (o tal vez un mismo personaje geminado) como salidos de las ficciones de Venturini.
Lo que se festejaba era no tanto la vida de Aurora (1922-2015) sino el libro de Liliana. Es más, yo subrayaría: la invención de Liliana.
Esta no soy yo, con sus juegos de pronombres, sus idas y vueltas en el tiempo, sus conjeturas y su pasaje permanente de la ficción a las vivencias es un libro decisivo para entender la extraordinaria operación de Liliana Viola, con muy poquísimos antecedentes en la literatura argentina.
La historia es conocida: a sus 85 años, Aurora Venturini ganó el premio “Nueva novela” que Liliana Viola coordinaba para Página/12. Eso, en 2007 con la novela Las primas. Ocho años después, la autora había muerto y había nombrado a Liliana su heredera y albacea universal. Desde entonces, los libros de Venturini (siete títulos en la colección Tusquets) fueron traducidos a varias lenguas, las ediciones se agotan, circulan por el mundo.
Esta no soy yo comienza con la decisión del jurado. Insidiosa, Liliana subraya: “en esa mesa de caballeros se está decidiendo si esa mujer va a morirse sin que nadie la haya leído o si vivirá los ocho años que le quedan reconocida como el gran hallazgo de la literatura argentina”.
Es muy fácil imaginar la culpa machirula como herramienta de presión. Ése fue, tal vez, el primer golpe de Liliana Viola, el decisivo. Es fácil imaginar el resto, un poco porque el libro lo cuenta y otro poco porque sabemos lo que sucedió. Las primas es un éxito, la autora firma contrato con Mondadori, donde saca algunos libros. Luego Liliana Viola transfiere todo el paquete a Tusquets, cuyo clasicisimo conviene a los libros de Aurora.
Ahora bien: Venturini tenía una carrera entera (mediocre, pero cumplida), varios libros publicados, muchos premios, una vida. No había pasado nada. Hasta que Liliana Viola toma entre sus manos esa herencia y la hace pasar por el tamiz de su propia inteligencia, Venturini no había existido. Ahora es la amiga de Sartre, de Simone de Beauvoir, de Evita, de Quasimodo. La escritora todos quieren leer, la mujer cuya vida (mejoradísima) Liliana Viola nos entrega para que el mito siga creciendo. Escribir un libro es algo que puede hacer cualquiera. Inventar a un autor, casi nadie.
sábado, 16 de septiembre de 2023
Amor a Roma
por Daniel Link para Perfil
Estoy en Roma por asuntos laborales. Una noche salgo a dar una vuelta por el barrio, donde encuentro una hilera de decenas de jóvenes apoyados contra la barandilla que da a los restos de la Domus Aurea de Nerón, exactamente detrás del Coliseo. Cada uno de ellos está absorto en su celular. Hasta aquí, una escena común a cualquier parte.
Pero el Coliseo es una forma arquitectónica que no existió ni en Grecia ni en las demás ciudades de Asia Menor. Es una creación romana. Podría trazarse una línea de puntos entre el populus (que tampoco existió en Grecia) y el anfiteatro como fuerza arquitectónica de seducción. A lo mejor esos jóvenes (la juventud forma parte de la etimología de populus, de “pueblo”) son el resto de un pueblo, o un pueblo en formación.
Yo no pude sino pensar en el hermoso texto sobre la desaparición de las luciérnagas de Pasolini, que usa esa figura para hablar del fascismo. Pero podría pensarse que está hablando del pueblo, de los pueblos, de las mutaciones que llevan a la desaparición a especies enteras. ¿Están los pueblos en riesgo de extinción? ¿Queda algo, todavía, del pueblo?
Las luciérnagas hacían (hacen) ritmo con la noche. Brillan las unas para las otras. Dibujan locuras titilantes en el cielo negro, celebran la vida. En esa hilera de autómatas con sus celulares, en cambio, no hay conexión ni entre los cuerpos ni entre las sensibilidades. Hay conexiones nerviosas con una máquina que les susurra órdenes.
O tal vez no, tal vez sea el nacimiento de nuevos pueblos, flotantes, en la red. El Coliseo, que supo susurrar sus instrucciones al pueblo, es testigo de esta nueva mutación.
viernes, 15 de septiembre de 2023
El largo adiós
Siempre es tarde, la muerte llega cuando una menos puede afrontarla. Nunca es fácil enfrentar la muerte, desde ya, pero hay momentos en que una se siente más armada, con más cólera, menos inclinada a la autoconmisceración.
Hace una semana, y yo podría haber estado en Buenos Aires para despedir a Tita Merello, mi gata, nuestra gata, que nos acompañó durante 19 años y medio. La llamé para despedirme una hora antes de la inyección letal. Conversamos. Tita siempre fue muy conversadora y quería tener la última palabra. Fue así desde el primer momento, cuando nos la trajeron rescatada de las vías del tren, un mes de mayo.
Yo no sé muy bien qué escribir ahora que Tita no está, porque creo que al estar de viaje todavía no me doy cuenta del todo de lo que eso significa. Pero Tita es protagonista (y tapa) de una de mis novelas. Y de pocas cosas puedo estar seguro como de que Tita me quiso como nunca nadie me quiso.
Copio de aquí una columna que publiqué en Perfil el 3 de octubre de 2020, que creo que fue más o menos cuando Tita empezó a gastarse las vidas que le quedaban:
El amor absoluto
Por Daniel Link para Perfil
No tenemos una gata, ni dos. Nadie podría jactarse de algo semejante (María Moreno sabe de qué hablo).
Cuando Sebastián y yo decidimos que podíamos vivir juntos, al poco tiempo una amiga encontró en las vías del tren una gata negra que nos ofreció como amuleto para la longevidad conyugal.
Tita Merello (así llamada por su intensidad impar) es una gata de Bombay que gusta de los espacios elevados. Tardamos diez años en darnos cuenta de esa necesidad tan suya y entonces le armamos un sistema de estantes a la altura de los techos que ella disfruta como una pantera de la estepa, lo que no puede ser genético, porque es una raza inventada por unas viejas gateras de Kentucky, como homenaje al leopardo negro Bagheera de El libro de la Selva.
Como buena Bombay, Tita nos ama con una exclusividad renegrida y atormentada. No soporta estar sin nosotros y a cualquiera que se le acerque le tira arañazos y mordiscones crudelísimos. A nosotros, jamás.
Estoy seguro de que su carácter es, de alguna manera, responsable de las quemas medievales de mujeres progresistas (curanderas, aborteras, reparadoras de virgos), porque es la clase de gato cuya mirada puede abrir las puertas del inframundo. Las brujas eran carne y uña con los gatos negros (probablemente burmeses, antepasados de los Bombay).
De noche, cuando estamos viendo alguna película o por la mañana, cuando leo los diarios en el celular, Tita baja de sus dominios aéreos y desde la otra punta de la cama me mira fijamente hasta que no puedo más y tengo que llamarla a mi lado. A veces no me doy cuenta de inmediato de que me está mirando, pero mi cuerpo se siente expuesto a una fuerza intolerable.
Cuando tuvimos que decidir qué hacer con la gata en nuestros viajes laborales, decidimos adquirir para Tita (no para nosotros), una mascota que le hiciera compañía en nuestra ausencia. Cartulina vino a cumplir ese rol. Tita la maltrata sin misericordia alguna, lo que a Cartu le importa más bien poco. Cartulina es una rusa azul que parece tonta, pero cuya inteligencia social es infinitamente superior a la de Tita. Se lleva bien con todo el mundo, anda con los perros (a los que no teme), en suma: sufre menos.
Todas esas características a Tita la desesperan. Considera una frivolidad semejante entrega a lo social y una traición al amor exclusivo, que ella es capaz de llevar hasta su propia muerte (nunca querrá a nadie como a nosotros).
Maria Emilia, la gata que pretendimos incorporar a la manada hace unos años para completar la paleta (negra, gris y blanca) no murió por un pelo ante los sistemáticos ataques concertados de Tita y Cartulina. Tuvimos que regalársela a Albertina Carri, donde encontró una felicidad que estas gatas nuestras le negaron.
Mientras Tita esté con nosotros, nos debemos a ella. Después, las fauces del infierno se abrirán para nosotros.