Entrevista en Ciudad Abierta
lunes, 31 de enero de 2011
Freire: vida y obra
Entrevista en Ciudad Abierta
Tortitas de manteca
Candidata al Oscar en varias categorías, la película no deja de ser una "película de la semana" de tema lésbico. Es verdad que Annette Bening y Julianne Moore parecen haber encontrado sus roles definitivos, tan bien se las ve en sus papeles de lesbianas cansadas de la vida familiar (¿pero cómo: es que acaso las tortas pueden llegar a cansarse de la vida familiar? Parece que sí....) y dispuestas a dejarse seducir por el primer pedazo de carne que aparezca en el horizonte.
Imagen, gentileza E.C. (archivo personal)
(¿Pero cómo: es que acaso las tortas....?)
Lineal, dramática y graciosa al mismo tiempo, The Kids Are All Right no hiere ninguna conciencia: no aporta demasiado a ningún debate, pero tampoco obliga a que se hable de ella. El año que viene, seguro la programan en Fox. Mientras tanto, parece que ya hay gente dispuesta a seguir los lineamientos de ese guion.
sábado, 29 de enero de 2011
El fin del mundo
Por Daniel Link para Perfil
Tomábamos el aperitivo en la galería nueva, mientras las carnes terminaban de asarse. No estaba previsto que lloviera ni que hubiera nubes y por eso nos extrañó el manto púrpura (de un violeta intenso, casi negro) que se insinuaba entre los árboles y que en quince minutos cubrió el cielo de parte a parte.
Pero no era una nube, porque la luz del sol seguía torturando el mediodía: parecía una tormenta de tierra. Supusimos que habría de pasar de largo y así fue. Media hora después el cielo estaba límpido de nuevo. No recordábamos un fenómeno semejante.
Me conecté a Internet para ver si había observaciones que nos benefeciaran (descartamos que el incendio de la Reserva Ecológica fuera la causa de esa sombra sutil pero estremecedora). Los titulares de los diarios decían que una planta de reciclado de cubiertas de auto, cerca del Camino del Buen Ayre, se había prendido fuego: cincuenta unidades de bomberos combatían el siniestro desde la mañana y se evaluaban las consecuencias ecológicas.
Así debe verse el fin del mundo: como una nube tóxica que avanza por el cielo pero que en lugar de pasar con rumbo incierto, llevada por los vientos, queda tendida, pegajosa y letal, sobre nosotros. Un efecto colateral de la irresponsable manía civilizatoria que se conoce con el nombre de capitalismo.
Siempre pienso que si la destrucción (del mundo, del capitalismo) fuera total, la recibiría con algarabía: por fin ese error, ese intervalo en el curso natural de las cosas, el ser humano, habría desaparecido del universo (que nunca entendió).
Pero es más probable que, como tantas otras veces, sólo los menos privilegiados sufrieran los efectos de la catástrofe. Así no, así qué gracia...
viernes, 28 de enero de 2011
Show Must Go On
jueves, 27 de enero de 2011
Reacción
La decisión es, por donde se la mire, desacertada. Primero, porque lo que se ve en Proa, en el contexto de la muestra Of Bridges & Borders excede largamente la noción de "resto", "ruina" o "residuo" y debe leerse como una obra nueva (cuya coautoría corresponde, por supuesto, a Matilde Sánchez, quien debería haber tenido la oportunidad de decidir algo al respecto).
Alguien (Ricardo Jarne) bautizó a la obra como “el Gran Vidrio argentino”, asimilación pertinente por muchas razones. Por un lado, porque sabemos (gracias a las investigaciones de Raúl Antelo), lo mucho que reflexionó Duchamp sobre los vidrios durante su breve estancias en Buenos Aires. Por otro lado, porque sabemos que, pese a que una de las copias del Gran Vidrio ("La novia desnudada por sus solteros, même") se rajó y se astilló de parte a parte, Duchamp insistió en que se exhibiera de ese modo.
Matilde Sánchez señaló que Reacción era todo lo contrario de un ready-made a lo Duchamp, y tiene razón. Pero el Gran Vidrio no es un ready-made (su realización se extendió entre 1915 y 1923). De modo que podría pensarse (y Jorge Macchi parece sostener esta hipótesis) que, así como en el Gran Vidrio (ocho años de polvo depositado entre las láminas de vidrio, rajaduras, etc...), gran parte de la significación de Reacción, hecha en vidrio soplado, tenía que ver con determinadas contingencias que habrían de ocurrir a lo largo del tiempo, como efectivamente comenzó sucediendo desde el día mismo de la inauguración.
En Proa, protesté cuanto pude en contra del desmantelamiento de "Reacción a Reacción" y, cada vez, se me oponían vagos reparos legales. Pero, ¿de qué estamos hablando?: ¿de arte o de propiedad? Si la obra de Macchi no hubiera sido accidentalmente destrozada (como sucedió), sería la pieza más importante de la muestra Of Bridges & Borders (basta, como punto de comparación, detenerse en las trivialidades en sucesión que Thomas Hirschhorn ha acumulado insensatamente a lo largo de una pared: una serie de collages que, ¡oh qué profundo!, juxtaponen escenas de moda y cadáveres y cuerpos mutilados, "llevando al público a reflexionar sobre las relaciones básicas del mundo que nos rodea a través de los medios de comunicación, las publicidades y la propaganda política. Su serie de collages nos presenta de una forma sencilla y frontal el contraste entre la belleza socialmente aceptada y los desastres ocasionados por los conflictos bélicos", ¡qué barbaridad!). Frente a un sencillismo semejante (que habríamos de censurar hasta en una muestra de escuela secundaria), las obras de Macchi (primero) y la de Macchi-Sánchez, después, ganan en potencia porque no es que tematicen la destrucción sino que hacen de la destrucción el principio compositivo del arte (tal vez, el único que pueda todavía sostenerse con cierta dignidad).
Pero no, "Reacción a Reacción" será barrida y embolsada (la Esfinge, que carece de nariz, podría sufrir idéntico destino en cualquier momento, si tal criterio se impusiera con unanimidad). Hay un video de una cámara de seguridad en el que se ve el momento del "desastre" (que no es tal, naturalmente, sino la transformación de una obra en otra, como debe ser siempre): Matilde Sánchez, obnubilada, camina con su carterita hacia la intervención artística (se vuelve, ella misma, con su cuerpo, un punto iridiscente de la historia del arte argentino). De acuerdo, dije: saquen los "restos", pero pongan el video de la cámara de seguridad (acompañado de los videos del proceso de instalación de Reacción). Hagan del accidente el motor de la historia.
Nada de lo sucedido, por otra parte, escapa a la ficción curatorial urdida por Sigismond de Vajay y, todavía más, la potencia hasta niveles propiamente alucinatorios: las fronteras, las divisiones (sociales), las sociedades de control (quiero decir: el capitalismo en la forma en que lo conocemos), la función-arte, la destrucción y la errancia: para hablar de todo eso que la muestra Of Bridges & Borders quiere hablar bastaría con "Reacción a Reacción".
Hago desde aquí, pues, un último pedido desesperado: salven a "Reacción a Reacción" de la barbarie. No la tiren: regálenmela.
miércoles, 26 de enero de 2011
martes, 25 de enero de 2011
lunes, 24 de enero de 2011
Correspondencia
"La periodista y escritora, Matilde Sánchez, cuya última novela se llama Los daños materiales, rompió ayer en la inauguración de la muestra Bridges & Borders en Proa, la obra de Jorge Macchi, una suerte de valla, realizada con vidrio soplado. Sánchez, al ingresar a la sala sorteó con felicidad la valla, pero a la salida, hipnotizada por otra obra en cuero que simulaba un ancho y alto pene, trastabilló ante la obra de Macchi, valuada en 50 mil dólares, y la rompió. Así de efímero es el arte contemporáneo. A veces. así de estúpido" (Cristina Civale)
(anterior)
domingo, 23 de enero de 2011
La loca y las formas
La loca es fatalmente humorista: sólo la risa podrá salvarla (piensa) de la condena de los otros y por eso aprende, antes que nadie, a reírse de si. Cuanto más pueda sobrevivir al ejercicio de su propia crueldad, tanto más a salvo estará de las fantasías de exterminio (de los otros).
Por eso, tal vez, siempre hay algo de loca en los humoristas, independientemente de sus temas y de sus opciones sexuales. Exagerada, caricaturesca, implacable: nunca se sabrá si todo eso que la loca es (imagina ser) le viene del humorismo como ejercicio, o si es lo que le ha dado a la poesía (desde Marcial, Catulo, tantos otros) como su más íntimo regalo.
La risa es un instante de peligro en que las cosas dejan de ser lo que eran y se transforman en otras, los órdenes se invierten, se profana lo sacro, todo se mezcla y se confunde: es el carnaval, el fin de los principios trascendentales, el punto de juntura entre el alma y el cuerpo (se puede “morir de risa”, “llorar de risa”, “mearse de risa”: todo el cuerpo es afectado por un estado de la imaginación y del espíritu).
Por supuesto, la loca puede ser de una seriedad que quema, pero en el fondo sabe (porque ha escuchado cada bolero, esa escuela sentimental de la loca) que “la vida es un escenario” y “lo tuyo es puro teatro”.
A veces, el humor de la loca se vuelve profesional: es el caso de Wilde y sus epigramas (o algunas de sus obras de teatro). La agudeza, los juegos de palabras, el embrollo, la catástrofe y los equívocos: la loca gusta con particular deleite de esas operaciones del discurso que tensan al máximo la articulación entre persona, acción y narración.
Proust, que será siempre el modelo (el umbral y el límite) de la teoría de la loca, lo supo desde el principio: su Sodoma y Gomorra expone no sólo la imposibilidad definitiva de una teoría de la sexualidad humana sino también las unidades de discurso que constituyen a la loca como texto: el ocultamiento, la revelación, la comunidad inconfesable, la metamorfosis generalizada, el traspie, la desconfianza, el chisme y el rumor. Pero antes (mucho antes), Proust debió decidir un punto de vista narrativo que le permitiera decir lo que quisiera y pasar de lo personal a lo apersonal como si nada, sin consecuencias graves (ni para el narrador ni para el lector). Encontró ese punto de coagulación de su novela (de la novela: es muy probable que no haya otra, ni antes ni después, que En busca del tiempo perdido) en la Tante Leonie, ese personaje que todo lo ve a través de la ventana de su cuarto, al que se ha confinado y a donde convoca a los demás para que completen los huecos narrativos que su imaginación no alcanza a rellenar. La Tante, Proust lo sabía, es la Gran Loca (nada que ver con “el homosexual”, esa noción pedante y germánica que Proust rechazó explícitamente; ni tampoco con el invertido estetizante de Gide, quien rechazó por incomprensión del alocamiento novelesco de Proust la publicación de En busca del tiempo perdido).
Muchos años después, otro gran artista volvió a encontrar en la Tante el punto de vista para provocar una crítica radical y demoledora del mundo (a través del humor, naturalmente). Me refiero a Copi, y a La Mujer Sentada, la tira de humor gráfico que publicó durante años en Le Nouvel Observateur y otras publicaciones periódicas.
Según César Aira, el personaje principal de la tira (una mujer sentada, ociosa, inactiva, muchas veces ruda y descortés con quienes se presentan ante ella para conversar) encarna la imagen de la tía paralítica del autor, a la que “quiso como a nadie”. La mujer sentada es, pues, la Tante de Copi (o Copi encuentra en la mujer sentada a su propia Tante).
Pero además, La Femme Assise (“La mujer sentada”) es el título de uno de los libros del inventor del superrealismo (Las tetas de Tiresias, drama superrealista, 1917), Guillaume Apollinaire.
La mujer sentada de Apollinaire (publicada póstumamente en 1920) es una “novela” que articula dos planos narrativos: por un lado, la vida de Elvire Goulot, una demi-mondaine que se dedica a pintar caballos y a seducir a hombres y mujeres en el París de la Gran Guerra (el mismo de Sodoma y Gomorra); por el otro, las peripecias de la abuela de Elvire, Pamela Monsenergues, quien, a mediados del siglo XIX, dejó Francia para unirse a los mormones de Salt Lake City, Utah (no es casual que parezca un argumento de Copi).
La Femme Assise, dice Apollinaire, era una moneda falsa suiza que había que evitar recibir de vuelto. Como la moneda, Elvire es un personaje falso y “no pasa” (apenas un nombre propio que sirve para encadenar los mil pormenores que Apollinaire le asigna).
Copi (Raúl Damonte: Buenos Aires, 1939 - París, 1987) ya había publicado en Buenos Aires tiras de humor gráfico en revistas como Tía Vicenta y 4 Patas, entre 1955 y 1962 (Oski, Quino, y Kalondi son sus compañeros de ruta por entonces). El personaje que creó durante esos años fue “Gastón, el perro oligarca”, para el diario Tribuna Popular, una sátira a los integrantes de la Revolución Libertadora (Aramburu y Rojas aparecían dibujados como Luis XVI y María Antonieta, así como en la tapa del libro de cocina Recetas para la austeridad firmado por su madre y por su tía, Copi satirizó a Álvaro Alsogaray).
La mujer sentada de Copi comenzó a aparecer en Le Nouvel Observateur en 1964. Formalmente muy sencilla y, al mismo tiempo, extremadamente sofisticada, la tira presenta, como se sabe, a una mujer sentada (la silla es continuación de su cuerpo) en diálogo con ocasionales visitantes (uno de ellos, un cuasi-pollo que muchos han señalado como un antecedente del Clemente de Caloi). Es un éxito inmediato que le permite a Copi comenzar a vivir de su arte (y hacer del “vivir de su arte” uno de los temas obsesivos de su obra).
Pareciera que Copi (y su humor) coagulan en el momento en que la Tante (la tía paralítica, o la Tía Vicenta) se encuentra con el gordo Apollinaire (la más rancia vanguardia). En una entrevista que le realizó José Tcherkaski, Copi insistió en el equívoco que suponía para él el éxito de La mujer sentada como sátira deudora del imaginario de la izquierda francesa de entonces: “¿qué sabrán ellos de la influencia que yo puedo tener de Landrú o de Lino Palacio?”.
Como ha señalado una de las mejores conocedoras de la obra humorística de Copi, Isabel Plante, Copi llevó a La mujer sentada el “humor tonto” que compartía con Landrú y con Oski, pero su capacidad para triturar y mezclar tradiciones bien distintas y la excentricidad de su punto de vista (la Tante, la loca) dio un resultado que todavía parece un milagro.
Si bien Copi participa desde el comienzo de su radicación en París de los ambientes teatrales de vanguardia, no es sino hasta 1970, con el estreno y el escándalo de Eva Perón que comenzará a ser reconocido como dramaturgo. Hasta entonces, Copi es un humorista (el más famoso de Francia, contratado incluso para publicitar en televisión las aguas Pérrier) y La mujer sentada un suceso de proporciones inimaginables (en la novela El baile de las locas de 1977, el protagonista se llama Copi, es una loca y sufre el suplicio de tener que dibujar historietas por encargo). Lo que Copi no pudo incluir en Le Nouvel Observateur por las obvias limitaciones del medio, aparecerá sin embargo en las tiras publicadas a partir de los años setenta en revistas como Charlie Mensuel o Hara Kiri (un curso presencial de sexo oral a cargo de la mujer sentada; Kulotó, un pigmeo africano que habla mal el francés obligado a casarse con una mujer blanca; la mujer sentada, transformada en reina de los Incas, en el proceso de sacrificar a su hija de doce años; una carmelita que sueña que es poseída por un indio amazónico, hijo natural de un misionero...).
Pero Copi no necesitaba tensar la cuerda de los “temas” para conseguir lo que se proponía (desbaratar el mundo y reconstruirlo sobre nuevas bases) y, cuando lo hizo, fue para responder a una demanda. Le bastaba con poner a la mujer sentada a mirar la luna, notar que la luna se veía cuadrada, señalar lo raro del fenómeno, hacerla preguntarse cuál sería la razón de algo semejante y concluir en que la luna había cambiado de forma. Todo eso, claro, en diálogo consigo misma. ¿No es el humor, en última instancia, ese cambio radical de las formas naturales y esa exterioridad respecto de si?
sábado, 22 de enero de 2011
La tierra herida
El trabajo rural es, por naturaleza, esclavo. Esclavo de los ritmos naturales, urgente, impostergable: cuando no llueve hay que regar, cuando llueve demasiado hay que canalizar. Se debe plantar en los períodos indicados y cosechar cuando hay que hacerlo. Las jornadas son agotadoras, desde las primeras luces hasta las últimas, porque el tiempo apremia, apura la flor, las condiciones meteorológicas son impredecibles, y en invierno hace demasiado frío y en verano demasiado calor.
La mayoría de los trabajos rurales son estacionales y uno queda sencillamente encadenado a la espera (que el ganado engorde, que las plantas crezcan, que el grano madure y la fruta sobreviva a sus predadores...) o debe migrar y convertirse en trabajador golondrina para, como esas aves, sobrevivir no tanto un año cuanto una temporada o una estación más: la vendimia, la zafra, la desfloración, la cosecha de arándanos son los nombres más o menos míticos de esas actividades en las que históricamente, se nos ha ido la vida, hemos perdido a las familias y nos hemos vuelto extraños a nosotros mismos.
Hacia 1940, un informe del Departamento Nacional del Trabajo señalaba que “La vida de trabajo del obrero santiagueño no es la del hombre civilizado. Son deficientes las condiciones de higiene y seguridad en que desarrolla su labor, en una atmósfera de inseguridad y de peligro, aunque familiarizado con ella. Sus consecuencias son realmente de carácter pavoroso; la mortalidad obrera -«capital humano»- acusa porcentajes que exceden todo cálculo e indican la necesidad imperiosa de que el Estado acuda a combatir el mal, salvando de la decadencia a una raza ya en principio de degeneración”. El informe concluía en que darles tierras a los campesinos sería la mejor manera de preservar ese capital humano y mejorar sus condiciones de vida: “Colocar la propiedad rural al alcance de la clase trabajadora es elevar su condición y difundir su bienestar” (citado en Noemí Girbal-Blacha, Silvio Ospital y Adrián Zarrilli. Las miradas diversas del pasado. Las economías agrarias del interior ante la crisis de 1930, Buenos Aires, Ediciónes Nacionales, 2005).
Han pasado ya más de setenta años desde aquel diagnóstico y la mayoría de los trabajos rurales están hoy tecnificados, y por eso los campos se vaciaron de gente. Pero algunos no: se necesita de la mano del hombre y una módica capacidad de discriminación. Como en los lugares donde se produce esa demanda de mano de obra no hay quien la satisfaga y la gente ya no puede andar viajando en busca de oportunidades de trabajo, hay contratistas que recorren los lugares más miserables y donde hay más hambre para juntar cuadrillas. ¿Quién va a negarse a subirse a esos ómnibus negreros si en el propio lugar no hay ni agua para dar de beber a las criaturas?
Sea. Vamos a pasar el mes, o la quincena, allí donde haya necesidad de nuestra degradada inteligencia y donde puedan darnos algunos pesos para malimentar a la familia hasta el próximo viaje.
Es difícil saber, sin acceder a la estructura completa de costos de la producción, si por esos trabajos se paga lo que corresponde (mucho o poco). El Ministerio de Trabajo y los sindicatos deberían saberlo, desde hace tantos, muchos años (¿setenta, cincuenta?), incluso antes de que existieran las multinacionales de la tierra y los dueños de las patentes de semillas y variedades de frutas.
Pero más allá de eso, siempre existirá el escándalo de lo que se ve a simple vista, las condiciones serviles de la leva: hacinamiento, mala alimentación, inexistencia de las condiciones mínimas de higiene, sujeción de la paga a variables imprevistas...
Hace unos días, en la televisión discutían si eran más malos los empresarios responsables de esas condiciones o los sindicatos, que no las denuncian. Yo creo que los más malos son los que han permitido el desmonte de los algarrobales santiagueños (20.000 has en los últimos cuatro años, en contravención de la Ley de Bosques y las convenciones internacionales en la materia), los gobiernos provinciales de Salta y Santiago del Estero, en primer término. Con el desmonte se perdieron los algarrobos, quebrachos, guayacanes, mistoles y también los animales que vivían en la zona: el conejo de palo, el rocillo, el oso melero, la charata, la corzuela, todo lo que durante más de doscientos años permitió un uso autosustentable del monte.
Con ellos desaparecen los bombos legüeros, la Salamanca, los cuentos del Ucumar y el canto del Urutaú. Nos volvemos extraños a nosotros mismos, quedamos indefensos y disponibles para la explotación salvaje. Aceptamos cualquier cosa.
viernes, 21 de enero de 2011
Love Story
Por ejemplo, El cisne negro, una película incomprensible y mala hasta la náusea (Amidala, cada vez más fea y más cabezona, hace de una bailarina clásica totalmente desquiciada en el trance de ensayar El lago de los cisnes, con el resultado de que no se sabe nunca qué es verdad o qué parte de su imaginación y, en un caso o en otro, a quién le importa). Pese a todo, la película tiene tres minutos encantadores, a cargo de Winona Ryder (¿la recuerdan?), desempeñando a la primera bailarina, ya vieja, desplazada de su lugar como cabeza de compañía.
Love & Other Drugs es levemente retro. Jake Gyllenhaal hace de un visitador médico de Pfitzer en las épocas del lanzamiento del viagra, Anne Hathaway (¡la nueva Gatúbela!) hace de una víctima del Parkinson. Entre los dos, nace el amor. Intrascendente, la película es, sin embargo, agradable antes por la simpatía de los protagonistas que por razones de guion (el agenciamiento farmacológico del amor habría permitido desarrollos más interesantes).
Dos casilleros tildados.
miércoles, 19 de enero de 2011
martes, 18 de enero de 2011
El lagarto está llorando...
El lagarto está llorando.
La lagarta está llorando.
El lagarto y la lagarta
con delantalitos blancos.
Han perdido sin querer
su anillo de desposados.
ay, su anillito plomado!
Federico García Lorca
No voy a referirme a los misterios de la vida, porque me parece que a partir de cierta edad más conviene correr un tupido velo de pudor sobre las propias incomprensiones. Pero como me considero una persona que algo sabe de televisión no puedo dejar de meditar sobre las cosas que no entiendo de ese medio, que sigo intermitentemente y no con poco disgusto (¿como "la vida misma"?). La televisión argentina, mal que nos pese, se explica totalmente a partir de nociones metafísicas corrientes: es el mal absoluto (el repositorio de los siete pecados capitales, etc.).
En cambio, nunca entendí esa serie que nunca vi pero que me obligó, ante cada una de las publicidades que pretendían motivar a las audiencias, a gritar mi desesperación: ¡¿a quién pueden interesarle las mocedades de Superman, extenuantemente alargadas para no llegar nunca al momento en que el extraterrestre se calza las calzas y la capa antes de salir a revolotear sobre las cúpulas?! Ya Superman es bastante inaguantable para que encima alguien pretenda que su adolescencia (interpretada por un treintañero soso) pueda ocultar algún encanto.
También me sublevan ciertas persistencias caprichosas: Desperate Housewives, que siempre me pareció una insoportable versión protestante de Almodóvar (con todos los equívocos que eso implica) sigue envenenando la pantalla de Sony. ¿Cuál será la razón de tener que soportar no el programa (porque no lo veo) sino los avances publicitarios de ese engendro soporífero, sólo comparable con Ugly Betty. Todo bien con la "experimentación" (digo: adaptar culturas lejanas), pero mejor es no tensar la cuerda.
Por cierto, yo no tenía previsto que, después del desastre que fue la primera temporada, V (2009) tuviera una segunda chance. Pero he ahí otro enigma. V ha vuelto, subrayando todos sus defectos y entregando, en el segundo capítulo de la segunda temporada (hay cosas a las que ni en mi casa puedo resistirme), la única escena que esperábamos, la de Anna tragándose la rata, como antes su madre (oh sí, ahora lo sabemos: Anna es la hija de Diana, que vuelve de la clínica gerontológica donde la tenían encerrada).
V. Invasión extraterrestre, se recordará, era una suerte de fábula antiestatalista (antifascista). Su sucesora, en cambio, está obsesionada por los dramas familiares, es decir, por la herencia y por la reproducción. Todo parece resolverse en esas formas de proliferación que, tratándose de lagartos extraterrestres, resulta incomprensible y abrumadora: la constante referencia a la humanidad (que por una pirueta conceptual es lo que aparece como viral, como una pandemia, como un contagio) y, ahora, al "alma" como receptáculo de las "emociones" cansa no tanto por lo machacona de la repetición sino por el débil andamiaje simbólico en el que descansa.
Los personajes siguen siendo poco interesantes y los conflictos, ay, ya ni me acuerdo.
Pero V (2009) ha vuelto y ha vuelto de la peor manera: dando manotazos de ahogado hacia su pasado más remoto, cuando todos éramos chicos y nos divertían cosas que hoy nuestros hijos (y pronto nuestros nietos) miran con el más soberano aburrimiento.
sábado, 15 de enero de 2011
No hay agua mala
Por Daniel Link para Perfil
Las últimas lluvias me obligaron a tirar a la papelera de reciclaje las pinceladas sobre la sequía suburbana con las que pensaba entretenerme durante el mes de enero, a falta de mejores planes: la escasez de efectivo no ha modificado las cosas en el Lejano Oeste, donde (allende Moreno) son tan escasos los cajeros automáticos que las colas de tres cuadras nos disuaden de intentar cualquier operación que los involucre.
Hace unos años, en Pomán (Catamarca), mientras se desencadenaba una lluvia torrencial que inundó el pueblo, durante las festividades de San Sebastián, dejándolo además totalmente a oscuras porque se habían caído las líneas de alta tensión, una señora me dijo: “No hay agua mala”.
No la hay, claro, en los lugares donde llueve casi nada y el agua es un don de Tláloc, el téotl náhuatl de la lluvia y la fertilidad a quien se sacrificaban niños, un chorreo de las iluminaciones que pospone la agonía de la tierra, pone a croar a las ranas de felicidad y permite que nuestros brazos descansen de los esfuerzos del regadío (en una perspectiva menos personal: las cosechas, las siembras y los ingresos fiscales también saldrán beneficiados).
El domingo estábamos de sobremesa, disfrutando de la brisa que agitaba los árboles y del olor de la tierra húmeda, y de los panes recién horneados, y de las carnes recién asadas cuando sopló un viento fuerte que parecía venir del sudeste. Uso el pretérito perfecto simple porque fue sólo un bufido o estornudo, pero que alcanzó a voltear de cuajo uno de los eucaliptos de hoja redonda que los antiguos constructores de esta casa (los Gluntz, suabos del Danubio) habían plantado hace sesenta o setenta años precisamente para proteger la propiedad de la inclemencia de los vientos invernales.
El árbol cayó, como un ministro, en el lugar donde había dado tantas batallas, casi con delicadeza: torció una palmerita, desgajó una rama de naranjo, respetó el banco de piedra que habíamos puesto a su lado.
Nos dio tristeza ver a ese titán tirado inexplicablemente sobre el pasto. Un cambio en las condiciones atmosféricas lo eliminó del paisaje. En el invierno, disfrutaremos de sus restos.
viernes, 14 de enero de 2011
En construcción
Este año dirigirá un film mucho más audaz y experimental que sus obras anteriores. Se llamará Nocturnos. Además, publicará en marzo su novela La tercera mañana y ya tiene escritas 70 páginas de otro libro.
martes, 11 de enero de 2011
Macri y las falsas inauguraciones
Considerar los hechos aislados permite generar la idea de que “sólo son un grupo minúsculo”, como expresó Mauricio Macri, refiriéndose a los trabajadores del Teatro Colón que llevan una larga lucha para visibilizar los desatinos y las mentiras sobre la “reinaguración” y condiciones de trabajo.
Pero cuando se relacionan con otras situaciones, queda evidenciada la ideología del PRO.
En la página web del Gobierno de la Ciudad se anuncia la “reinauguración” del Museo de Arte Moderno de Buenos Aires (MAMBA), igual que el Colón. Lo que no se dice es que no está terminado, cómo el Colón. El artista plástico Anibal Cedrón, lo carateriza como “reinauguración de una ínfima parte de sus instalaciones”, en un mail que circuló y que levantó en su ultima edición la revista Veintitres.
Pero es aún más revelador lo que expresa en la edición del 2 de enero del diario Perfil el catedrático, escritor y crítico Daniel Link:
“Como en tantas otras ocasiones, se trata de una inauguración falsa, porque la obra no está terminada: fueron abiertos al público poco más o poco menos (según los diarios que se consideren como fuentes) de 3 mil metros cuadrados de los casi 12 mil que el Mamba tendrá cuando el larguísimo proceso de construcción y refacción concluya (si es que alguna vez esa circunstancia se concreta). Al día de hoy, el Mamba no tiene tiendita (que, como todo el mundo sabe, es el centro secreto de cualquier museo, su razón de existencia) ni guardarropas, y son más las puertas cerradas en la planta baja y en el primer piso que las que están abiertas al público".
La nota completa, acá.
sábado, 8 de enero de 2011
Alerta naranja
La seca se va cobrando sus primeras víctimas. Como regamos a diario, para que las plantas soporten el calor sofocante, toda la fauna de los alrededores viene a deleitarse con el agua fresca de nuestro pozo.
Los primeros en llegar son siempre los pajaritos (colibríes, benteveos, carpinteros, gorriones), que pían mientras se mojan las plumas y beben de los charcos. Salvo por la vigilancia atenta de nuestras gatas (incapaces de progresar en sus habilidades cazadoras), se sienten totalmente a gusto en nuestro húmedo microclima, obtenido no sin esfuerzos agotadores. No quiero dar la impresión de que vivimos en el reino de Blancanieves: cada tanto algún carancho proyecta su sombra sobre nuestra parcela y los animales, que no saben que se trata de una especie carroñera (vienen a nuestra casa a robarse los huesos que les damos a los perros para que afilen sus dientes), tiemblan de miedo.
Los que más sufren son los sapos y las ranas. Hace unos días, descubrimos una culebra de metro y medio en el acto preciso de engullir un sapito por las patas traseras. Mientras decidíamos si intervenir o no en el curso natural de las cosas, una de nuestras perras se acercó a la escena del crimen, asustando a la culebra, que reptó despavorida.
Del sapo no supimos su destino pero sospechamos que debe de ser el mismo que encontramos debajo de mi mesa de luz, días después. Malherido, debe haber sido presa de los juegos crueles de nuestras gatitas, que lo entraron a la casa para nuestro colectivo solaz (vana esperanza felina).
Nunca antes nos había pasado, por lo que suponemos que debe de haber un panal nuevo en la cuadra que no hemos podido localizar. Las abejas han decidido venir a beber y a bañarse en nuestra pileta. Si no fuera por las picaduras suicidas que ya hemos sufrido, toleraríamos su presencia, tan encantadoras se las ve haciendo la plancha, moviendo sus alitas sobre la superficie del agua.
Con pena, las estamos diezmando. Ignoro el coeficiente de reproducción de la especie, pero matamos (accidental o intencionalmente) cien obreras por día. Imagino a la reina sola, muerta de calor, en la colmena, y me domina el remordimiento.
miércoles, 5 de enero de 2011
martes, 4 de enero de 2011
domingo, 2 de enero de 2011
El último museo
Por Daniel Link para Perfil Cultura
Hace unos años Lidia Blanco, por entonces directora del Centro Cultural España en Buenos Aires, destacaba la paradoja de una ciudad que de no tener absolutamente nada pasaría a tenerlo todo. Se refería a la cantidad de museos y sitios de exposición que se inauguraron en los últimos cinco años (el Padelai, esa fantochada dominada por el mal gusto de una España en crisis; la Colección Fortabat; el Palacio de Correos; la nueva Proa y una larga lista que culmina con el último museo de todos, el MAMBA).
La prensa, en su gran mayoría, celebró sin hesitación la reapertura del Museo de Arte Moderno de Buenos Aires (MAMBA), dirigido por Laura Buccellato desde 1997 y cerrado por remodelación en 2005.
Como en tantas otras ocasiones, se trata de una inauguración falsa, porque la obra no está terminada: fueron abiertos al público poco más o poco menos (según los diarios que se consideren como fuentes) de 3.000 metros cuadrados de los casi 12.000 que el MAMBA tendrá cuando el largísimo proceso de construcción y refacción concluya (si es que alguna vez esa circunstancia se concreta). Al día de hoy, el MAMBA no tiene tiendita (que, como todo el mundo sabe, es el centro secreto de cualquier museo, su razón de existencia) ni guardarropas, y son más las puertas cerradas en la planta baja y en el primer piso que las que están abiertas al público.
Más desconcertante todavía es la prohibición de hablar del tema que rige para los empleados y funcionarios del MAMBA. Cualquier pregunta que uno quiera hacer sobre la reforma deberá canalizarla directamente al área de prensa del Ministerio de Cultura de la ciudad de Buenos Aires, lo que da a entender que en una simple obra de ampliación se juega algún destino político y se dirimen internas de poder. Parte del MAMBA ya está abierto al público y está bien que así sea, pero nadie podría jactarse de una apertura tan parcial y desprolija que, en los catálogos de las muestras con las que el museo abrió sus puertas, se suministran una dirección electrónica de gmail y un blog (en plataforma blogspot) en vez de los tradicionales dominios .org, .gov o .edu que corresponderían en este caso.
Además, el limitado espacio (equivalente al que ocupa la colección Fortabat) apenas si permite la exhibición de un puñado de las 7000 piezas que constituyen el patrimonio del museo en la nueva sala del primer piso, donde se exhiben algunas obras de la colección Pirovano (una de las principales donaciones de las que el MAMBA puede enorgullecerse) en diálogo (que Laura Buccellato, en el texto del catálogo, llama tal vez con exceso “un per saltum dialéctico”) con otras obras del acervo. La muestra así reunida (curada por Laura Buccellato y Cecilia Rabossi) lleva el extraño título “El imaginario de Ignacio Pirovano” (París, 1909 – Buenos Aires, 1980), que no parece ser la denominación más adecuada para las piezas de op art, arte abstracto y concreto que dominan el conjunto. Además, introduce una noción, “el imaginario”, sobre la que nada se dice en los textos que acompañan la muestra, tal vez porque eso habría obligado a un tratamiento diferente del material exhibido, destacando, por ejemplo, los puntos de juntura que, necesariamente, constituyen lo imaginario y la imaginación: en el caso del op art (que en Argentina hizo escuela bajo el titulo de “arte generativo”), habría que haber señalado la coincidencia histórica entre ciertas obsesiones formales y el imaginario de las drogas (en particular, las alucinógenas), per saltum dialéctico sin el cual no se entiende esta práctica artística.
Más allá del título desafortunado, la muestra es un buen repertorio de un arte tal vez demasiado fechado pero que no carece de interés, puesto en correlación con los antecedentes de la abstracción dentro y fuera del país. Particularmente feliz es la disposición de las piezas “extranjeras” (la apretada sucesión de Klee, Kandinsky, Herbin y Delaunay dice algo sobre los aires de familia y, al mismo tiempo, sobre las singularidades de las prácticas estéticas).
En la planta baja, en la “sala vieja” del MAMBA se ha dispuesto bajo otro título confuso, “Narrativas inciertas”, una muestra panorámica de las tendencias del arte argentino de los últimos veinte años. En palabras, otra vez, de Laura Buccellato, los artistas invitados “ofrecen su visión de un mundo suspendido, incierto, inestable, en permanente fluctuación”. La curadora, Valeria González, que aceptó la encomienda y el título propuesto por la directora del MAMBA, consideró que alcanzaba con poner su texto de presentación bajo la autoridad del “Principio de incertidumbre de Heisenberg” (que puede ser cualquier cosa, pero que es, sobre todo, una noción muy precisa que nada tiene que ver con la fluctuación permanente). Corresponde nombrar a todos los artistas antologizados en esta muestra temporaria: Gabriel Baggio, Eduardo Basualdo, Nicola Constantino, Dino Bruzzone, Matías Duville, Leandro Erlich, Estanislao Florido, Max Gómez Canle, Sebastián Gordón, Diego Gravinese, Marcelo Grosman, Carlos Huffmann, Iuso, Martín Legon, Lux Linder, Fabián Marcaccio, Hernán Marina, Alberto Passolini, Esteban Pastorino, Débora Pierpaoli, Alexandra Sanguinetti, Mariano Sardon, Alejandra Seeber y Mariano Vilela.
Los conocedores de las tensiones últimas del arte argentino (no es mi caso) podrán evaluar si la selección es representativa o tendenciosa. Y es muy probable que el visitante del MAMBA considere que parte del material expuesto es o pavote o execrable. Pero por alguna razón que tiene que ver con la habilidad en la disposición de las obras, se deja leer en la primera mirada como un conjunto de calidad pareja.
El Marcaccio (muy impresionante) domina el conjunto desde una posición privilegiada. La mejor pieza, la instalación de Mariano Sardon, podría haberse destacado más en otro lugar, pero nadie la pasará por alto, tan complejo y tan exquisito es su mecanismo.
Las fotografías de Nicola Constantino (al mismo tiempo espléndidas y triviales) están acompañadas de un taburete que no sólo interfiere en la circulación sino que además subraya el divismo de la artista.
El MAMBA es el último museo no sólo por una cuestión ordinal (el último que ha sido inaugurado) sino porque su “misión” lo acerca peligrosamente a esas instituciones sin objeto cierto: “el arte de hoy”, lo que en algún sentido lo obliga a presuponer la existencia de aquello que, desde muchos puntos de vista, podría declararse muerto.
Las dos muestras que el edificio de San Juan 350 alberga son, en algún sentido, reveladoras de esa tensión entre la eternidad del arte y su caducidad sobre la que Baudelaire dijo palabras definitivas: "la modernidad es lo transitorio, lo fugitivo, lo contingente, la mitad del arte, cuya otra mitad es lo eterno e inmutable”. La mitad de lo que el MAMBA está obligado a guardar y a exhibir lleva la marca de la muerte (o todo lo que el MAMBA guarda y muestra está semiherido de muerte). Por ese lado, tal vez, se habrían encontrado mejores títulos para las dos muestras con las que el MAMBA ha vuelto a la vida.
sábado, 1 de enero de 2011
Restos de ayer
PREMIO INDIO RICO 2010
Dictamen
En Buenos Aires, a los 28 días del mes de diciembre de 2010, los Jurados del Premio Indio Rico que firman el presente dictamen se reúnen para emitir fallo de acuerdo con las Bases del Premio elaboradas por Estación Pringles para la edición 2010 en el género Diario de viaje imaginario, objeto de la convocatoria.
Luego de haber leído los originales recibidos oportunamente, los jurados deciden declarar ganadora la obra presentada con el seudónimo que se aclara entre paréntesis:
El cangrejero (Lepo)
y que una vez abiertos los sobres corresponde a
Javier Fernández Paupy
El cangrejero se destaca por la ejemplar adopción de la categoría de “imaginario” propuesta en la convocatoria. Ofrece una descripción de la desgracia humana y colectiva, por momentos en clave verista y sociológica, en donde la palabra “imaginario” actúa sobre el relato de modo impreciso, como si el viaje más imaginario fuera a lo más real, pero menos evidente. Es una posición sutil de la obra frente a la consigna del Premio, que se proyecta en el momento de describir literariamente la privación de quienes habitan las calles. Coherente con estos términos, el relato se organiza alrededor de momentos, lugares y personajes sin primacía de unos elementos sobre otros. Es un diario con pocas fechas, con eventos jalonados alrededor de hechos y personajes. Y también es un diario espacial, definiendo recorridos y localizaciones de los protagonistas. El estilo de escritura está también acorde con una mirada que no pretende aleccionar ni impresionar más allá de lo que describe, ni tejer paternalismos ideológicos. Es el estilo de alguien desconcertado en un primer momento e inmediatamente habituado a la presencia ahora ostensible de aquellos que estando todo el tiempo en las calles habitualmente no son vistos. El resultado es una escritura directa, por momentos escueta, que no busca ser condescendiente, celebratoria ni efectista. El Jurado opina, por último, que El cangrejero es un gran relato en el que los términos de ficción o de no ficción, de imaginario o real, de apócrifo o verdadero, se tornan irrelevantes debido al equilibrio con que se desarrolla según sus propios términos, atendiendo a los matices de la sensibilidad de los protagonistas o personajes, y respetando la independencia conceptual de los lectores. Se otorgan menciones especiales a Esteban Emiliano Castromán (seudónimo:Timoteo Santos), por El alud, y a Alberto Rodríguez Maiztegui (seudónimo: A.R.), por su relato Boyando.