domingo, 27 de noviembre de 2011

¡Otra denuncia estremecedora!

Lesbianas enojadas con Susana Giménez

Enojadas porque en su programa tildó al lesbianismo de ser un “asco“, Claudia Castro, vicepresidenta de la Federación Argentina de Lesbianas, Gays, Bisexuales y Trans (FALGBT) y titular de la asociación civil La Fulana, le exigió a Susana Giménez vía carta documento que corrija los términos discriminatorios e hirientes con que se refirió a la comunidad.

sábado, 26 de noviembre de 2011

Dicho y hecho

Por Daniel Link para Perfil


Suena el teléfono por la mañana, muy temprano: “Soy Mariano”, escucho y pregunto con voz aguardentosa: “¿Qué hacés despierto a esta hora, Marianela?” (es un becario posdoctoral que dirijo, y me sorprende que madrugue tanto, sobre todo porque por las noches tiene una changuita como vidrierista en el barrio de Palermo). “Estoy desesperado, ¡qué hago, qué hago!”. Ahí me doy cuenta, entre tinieblas y retazos de sueños mal digeridos, de que se trata de otro Mariano, que ocupa las tapas de los diarios, igualmente simpático, pero un poco más descerebrado que el becario.

Me desperezo y entre bostezos le digo, medio en chiste, medio en serio: “Andate de viaje”.

Me cuenta sus penurias (merecidas): lo culpan de todo, lo acorralan, se siente víctima de una conspiración para quitarle lo que se ha ganado. “Vos estás loco”, le digo. “Te advertí hace mucho que esto era insostenible”.

“Dame letra”, me reclama. “A vos Ella te escucha”. Yo lo sé, y le prometo, más tarde, mandarle un correo electrónico con mis notas sobre el tema.

“No, un mail no”, me dice, “que los servicios los hackean. Mandame un fax”.

Una hora después, imprimo algunos párrafos que escribí para Perfil, por ejemplo: “Para hacer pasar gato por liebre, el discurso establece una correlación entre actos de gobierno y actos de discurso (lo que digo es lo que se hace, y viceversa: no hay distancia entre las palabras y las cosas), correlativa de una presunta identificación entre destinador ("nosotros": ¿quiénes?) y destinatario ("el pueblo"). Como sabemos que los impuestos del pueblo terminarán subsidiando los viajes que Aerolíneas Argentinas realice de aquí en más, es el pueblo, en todo caso, el que se pondrá al servicio de Aerolíneas. Un tipo de inversión que los retóricos reconocerían como metábola” (26.07.2008) y “Vivimos en la dilapidación: los millones que cuestan construir dos estadios olímpicos (según las cifras suministradas por los chinos), aquí se gastan en el escandaloso salvataje fraudulento de ‘la aerolínea de bandera’ y, además, la ciudadanía aplaude la estatización de esa deuda” (Daniel Link, 10.08.2008).

Estoy preparándome para salir en busca de un locutorio para mandarle a Mariano mis folios (no tengo fax en casa, por cierto) cuando el teléfono comienza a tartamudear. Atiendo y apenas si entiendo quién es y qué le pasa (y eso que le he recomendado mil veces sesiones de foniatría): “¿Me subo al subte?”.

“Y sí, Freddie” (así lo llamo cuando estoy de buen humor). Prometo mandarle por fax las notas que escribí para Perfil sobre el tema.

viernes, 25 de noviembre de 2011

Aerolíneas Qom

Salud compas y amigoas!!!

En estos días se han producido una serie de hechos que nos han tenido movilizados, sobre los que queremos aportar nuestra mirada y, como siempre, compartir algunos materiales.

En primer lugar el asesinato de Cristian Ferreyra. Un vida más que se cobra este sistema de despojo de los bienes comunes que tiene múltiples caras, y que si bien fue un golpe tremendo, no podemos decir que fue una sorpresa. sobre todo con del lanzamiento del Plan Estratégico Agroalimentario y Agroindustrial (PEA) con el que pretenden incorporar 9 millones de hectáreas a los agronegocios (soja, maíz, biocombustibles, madera, etc); 9 millones de hectáreas que no salen de ninguna galera y que actualmente sostienen el bosque nativo que nos queda, o son el territorio ancestal de comunidades campesinas e indígenas. Compartimos una serie de artículos que aportan interesantes miradas al respecto.

Este 23 de noviembre se cumplió 1 año de la brutal represión a los hermanos Qom de la Comunidad Potae Napocna Navogoh (La Primavera) de Formosa, donde fue asesinado Roberto López a manos de la policía provincial.
Después de lograr el pronunciamiento de la Comisión Interamericana de DDHH y la conformación de la mesa de diálogo, que coincidió con el levantamiento del acampe que mantenían sobre la avenida 9 de Julio en Capital, muchos creyeron que el conflicto estaba en vías de resolverse, pero este aniversario encuentra a la comunidad sin soluciones a sus reclamos originales.
Queremos compartirles una entrevista que hicimos a Félix Díaz donde nos cuenta como siguió el proceso de diálogo y los cambios que se sucedieron en la situación.

No queremos dejar de solidarizarnos con Darío Aranda, periodista del Diario Página 12 que sufrió arbitarias modificaciones a sus artículos por marcar las responsabilidades políticas del Gobierno Nacional en la situación que llevó a la muerte de Cristian Ferreyra. Les compartimos su nota sin la censura sufrida.

Para terminar, recordarles que desde el Viernes 25/11 se va a realizar en Capital y en la Universidad de Luján el 17º Encuentro de la Unión de Asambleas Ciudadanas con la participación de aquellos y aquellas que pelean en todo el país contra la contaminación, la destrucción y el saqueo de nuestra tierra; es decir: por la vida.

Nos estamos viendo!
Abrazos!

Colectivo Para Todos Todo! | Huerquen, comunicación en colectivo

Sobre la Asamblea

por Eduardo Grüner para IPS

Los diversos balances sobre las elecciones que se han hecho en estos mismos blogs, así como en la V Asamblea de Intelectuales en apoyo al FIT, sin duda suponen una serie de intercambios y debates de gran interés para este momento político. Sería imposible –al menos para mí– sintetizar y hacer a su vez el balance de esas intervenciones. Me permito, sencillamente, formular algunas impresiones y/o hipótesis sobre la continuidad de la Asamblea. Por supuesto, no se trata de nada cerrado ni definitivo –ni siquiera como opinión “subjetiva”– sino de, en lo posible, abrir aún más el espacio de la discusión.

  1. Sea cual fuere la evaluación del desempeño del FIT en las elecciones del 23/10 (como tantas veces se dijo, esta era una instancia importante pero en absoluto definitiva), lo cierto es que el discurso de la izquierda anticapitalista está, como se dice feamente, “instalado”. Es decir –lo dijimos ya después de las PASO– se ha comenzado a resquebrajar el prejuicio de que esa izquierda es apenas una supervivencia folklórica de altri tempi, que ya no tenía mucho que decir en/para el presente. Esto puede parecer poca cosa, lo absolutamente mínimo a que se podía aspirar. Pero –y aún siendo vigilantes con la tentación de sobredimensionar nuestro “optimismo de la voluntad” – no es tan poco si consideramos de dónde venimos y dónde estamos: venimos de décadas enteras de retroceso mundial y local de esas posiciones, en las cuales el thatcheriano There is no alternative se había transformado en el lema mismo del sistema, tanto para la reacción como para el “progresismo”; y estamos en un momento argentino en el que el discurso “K” había logrado persuadir tanto a buena parte de las masas como de los intelectuales de que ellos, los “K”, eran la máxima “izquierda” que la sociedad argentina se podía permitir. Y bien, no: más de medio millón de argentinos se ha permitido al menos poner en cuestión que el único debate posible sea sobre qué clase de capitalismo queremos (¿más neoliberal o más “estatista”? ¿más agro-exportador o más industrial-mercadointernista? ¿más “republicano” o más “populista”?, y así), y ya se está dando el lujito de preguntar(se): ¿y si más allá de esas variantes –cuyas diferencias, desde ya, conviene no menospreciar– el problema fuera el capitalismo como tal? Pregunta que no tiene nada de novedoso, claro (el mundo se la viene haciendo hace casi un par de siglos), pero que después de décadas de renegación pareciera estar “retornando de lo reprimido”, como diría algún psicoanalista. Ayuda mucho la crisis mundial, por supuesto, que día tras día hace patente que las “soluciones” del capitalismo sólo sirven para crear más problemas y estrechar las “salidas”, o más bien volverlas potencialmente catastróficas para el “99%” del que hablan los “Ocupa” yanquis.
  2. Todo esto no debiera hacernos descuidar el “pesimismo de la inteligencia”. Mucho menos incurrir en exaltamientos exitistas desmesurados. La revolución –como quiera que se defina hoy eso– no es inminente, ni siquiera como “situación prerrevolucionaria”. Walter Benjamin solía decir que siempre, en cualquier momento, la revolución (el “Apocalipsis mesiánico”, en su particular lengua teológico-política) está a la vuelta de la esquina. Pero debemos tomarlo como una alegoría. Significa, entre otras cosas, que hay que estar preparados para eso como si pudiera ocurrir en cualquier momento. Es decir: tenerla permanentemente, en la praxis teórico-política, a la vista, en el horizonte. Es la única manera de evitar tacticismos u oportunismos servidores de la inmediatez. Es lo que no pueden hacer los militantes o simpatizantes “K” aún más honestamente convencidos de su “progresismo”, y eso nos da –ya se ha demostrado en muchos debates– una enorme ventaja polémica. Pero tenemos que saber que “eso” no está a la vuelta de la esquina. Pese a los renovados y crecientemente entusiastas abrazos con Obama, y al cada vez más evidente “giro a la derecha” (con contradicciones y bandazos, pero con una orientación inequívoca) de la presi y su gobierno, todavía una gran parte de la clase obrera y los sectores populares apuestan a la “profundización” de “lo que falta” en el “modelo”, apuesta reforzada por el 54%. También apuesta a eso, en un sentido contrario –porque el “modelo” parece incluir ambas posibilidades–, la inmensa mayor parte de las clases dominantes (los llamados “medios hegemónicos”, contra lo que se dice, no son ninguna “nueva clase dominante”: apenas son una vanguardia ideológica maltrecha ya casi pedaleando en el completo vacío), que quizá por primera vez en mucho tiempo tiene la oportunidad de apoyarse en una “legitimidad” inédita del gobierno que las representa bonapartísticamente: de allí, como venimos insistiendo, que la oposición de (más) derecha sea innecesaria. Todavía hay, pues, un hiato, una brecha, una suerte de desfasaje, entre la objetividad de la situación y la “subjetividad” (para hablar rápido) de las masas. Es en ese espacio por ahora informe y contradictorio, en el cual se va a producir la auténtica “batalla cultural”. Si continúan, con todos los disimulos del caso, los “ajustes” –y la profundización de la crisis así lo indica, aunque por ahora exista aquí un cierto “colchón” mayor que en Europa–, aumentará la conflictividad social. Las masas darán de facto sus luchas, por un tiempo sin romper de iure con el gobierno (salvo, quizá, que la progresiva desesperación del “moyanismo” lo precipite a esa ruptura, y las masas se encolumnen transicionalmente con él: veremos). De esto no hay nada que extrañarse, es la historia misma del peronismo. El gobierno y las clases dominantes lo saben perfectamente: por eso amonestan cada vez más agresivamente contra la acción directa, o permiten la represión “indirecta” y localizada, que todavía no se atreven a asumir frontalmente desde el Estado central (no se trata de si Cristina “quiere” o no hacerlo: esa discusión es ociosa, no estamos hablando de la psicología de los personajes): abren los paraguas por si la brecha empieza a cerrarse. Otra vez: es en esa brecha, que podría volverse progresivamente angosta, que está el campo de la “batalla cultural” que se viene. No, claro, porque ella vaya a ser puramente ideológico-discursiva. “Cultural” alude aquí, más o menos “gramscianamente”, a la construcción de una contra-hegemonía global preparatoria para el momento en que las uvas estén maduras para ir más a fondo.
  3. La Asamblea, como es obvio, debería jugar un rol sustantivo en la “batalla”. No va a ser fácil, la relación de fuerzas es aún muy desfavorable. No me refiero solamente al encomiable pero cuantitativamente mínimo 2,3% de votos del Frente, sino al hecho de que “K” sigue detentando la “hegemonía cultural” (claro que no en el sentido sarliano). Sin embargo, las fisuras, que ya venían goteando, se siguen abriendo. A los intelectuales simpatizantes se les pone cada vez más cuesta arriba alambicar razonamientos defensivos (véase Carta Abierta/10). Las reuniones cartaabiertistas sabatinas se limitan a invitar funcionarios que intenten explicar… Aerolíneas Argentinas: si ya estamos en el punto de justificar el retiro de la personería gremial de un sindicato y su “militarización” de hecho, es que la espalda se va acercando a la pared (no me pronuncio sobre las características de ese sindicato, sólo lo menciono como precedente bien peligroso). El resultado –entre otras cosas más importantes, desde ya: hablo de lo que nos concierne inmediatamente a los “intelectuales”– es que el debate político-cultural, que aparentemente había experimentado un “renacimiento” en el 2008, ha vuelto a sumirse en una caída libre hacia la mediocridad y la irrelevancia. El “pensamiento crítico” va camino a ser exclusivamente crítica a todo pensamiento que no sea el más alineadamente oficialista. La pobreza conceptual –para no hablar de la “estética”– del 678ismo es entre patética y risible. Se está llegando a un techo. El proceso, como decíamos, va a ser todavía largo. Pero no es el tiempo de esperar la maduración espontánea, sino de comenzar a pasar a la ofensiva. La Asamblea –también en esto venimos insistiendo muchos– necesita mayor visibilidad y presencia pública. En las últimas reuniones se viene notando una merma de la asistencia presencial (no pude ir a la última, pero entiendo que hubo alrededor de 100 personas). Es comprensible: estamos a fin de año, los que no están más directamente comprometidos privilegian otras ocupaciones, ya pasó el entusiasmo de las dos campañas electorales, etc. Pero es asimismo un signo de que esa instancia asambleística podría estar entrando en un estado de cierto agotamiento. Si fuera así, la cosa tiene sus riesgos: algún grado de “burocratización”, que sean siempre los mismos los que lleven la voz cantante, y demás. No es culpa de nadie, es una posibilidad objetiva cuando tiende a “ralentarse” la dinámica. Pero creo que un modo de prevenirla es, para decirlo gruesamente, sacar a la Asamblea más a la calle.
  4. No obstante lo dicho, en la última reunión se hicieron algunas bien interesantes propuestas, previos intercambios en los blogs y en la lista de correos: comisiones de trabajo sobre distintos temas, gestiones en pos de un canal de TV (entiendo que en estas dos cosas ya se está trabajando), una revista pública, etc. Son proyectos de la máxima importancia para abordar y profundizar en la etapa inmediatamente próxima. Todos ellos, me parece, deberían apuntar a sostener con rigor y firmeza los grandes principios generales de las posiciones de izquierda anti-capitalista y la crítica a todos los aspectos criticables del “modelo K” (el económico-social, el político tanto nacional como internacional, el ideológico-cultural, y así). Pero también me parece que todo eso debería hacerse con un máximo de anti-esquematismo y anti-sectarismo, así como de complejidad y profundidad teórico-política. Obviamente, no es lo mismo un programa de TV que una revista gráfica, donde nos podemos dar el lujo de alguna mayor sofisticación discursiva. Pero –con la debida atención a la especificidad de los respectivos lenguajes– el espíritu global debería ser de pluralismo y seriedad. Se trata de construir, para los tiempos venideros de elaboración “contrahegemónica”, una referencia insoslayable para la cultura argentina, y no de recocernos en nuestra propia salsa. Es para esto que veo necesario “abrir” más la Asamblea al mundo exterior. El canal y la revista, si logramos hacerlos, van a ser un enorme paso hacia ese objetivo. Mientras tanto, se pueden pensar otras formas, más inmediatas, de aparición pública. La reciente publicación de la Carta Abierta 10 es una primera oportunidad (ya algunos estamos trabajando sobre ella, y en unos días tendremos una respuesta) para una “presentación en sociedad” mediante un debate que es de la mayor importancia, pero ojalá que sea solo un primer paso.
  5. Me permito terminar con dos citas más o menos célebres: “Se empieza por ceder en las palabras, y se termina cediendo en todo” (S. Freud); “Si no se piensa el lenguaje, no se piensa, ni se sabe que no se piensa” (H. Meschonnic). En efecto: hay palabras-principios a las que no podemos renunciar. Palabras como “socialismo” –o incluso “comunismo”–, “revolución”, “lucha de clases”, “anttimperialismo”, etcétera. No son, pace Laclau, “significantes vacíos”: están cargadas por una historia a veces épica, a veces trágica, densa, compleja y llena de sentido. Y no son simplemente consignas o palabras “deseantes”: son conceptos y categorías para entender el mundo en que vivimos y para orientar su transformación. Renunciar a ellas sería des-entendernos tanto de la interpretación como de la transformación –para recordar al paso la Tesis XI–. Esto nos diferencia de muchos intelectuales “K” que están todo el tiempo a la búsqueda de “nuevos lenguajes” para orientarse en el laberinto en que se les ha transformado su abandono de las palabras “viejas” (la vergüenza de haber sido y el dolor de ya no ser, para ponernos tangueros). Pero al mismo tiempo, estamos obligados a pensar constantemente sobre nuestras palabras. No podemos conformarnos con la premisa de que ellas ya lo han resuelto todo de una vez y para siempre. Esa sería una actitud anti-histórica y anti-dialéctica. Por otra parte, hoy no son palabras que figuren “naturalmente” en el léxico de las lenguas públicas y populares. Volver a hacer que entren en ellas es una gran tarea cultural. Es una tarea enorme y ciclópea, pero muy bella como tarea. Ya hemos empezado a llevarla a cabo. La Asamblea, en su modesta medida y dentro de sus límites –cuyo ensanchamiento es una parte irreductible de esa tarea–, podría y debería contribuir a resguardar nuestras palabras, así como a volver a pensarlas día tras día.


jueves, 24 de noviembre de 2011

Fringe, el disparate

Dos personas de mi mayor confianza (gracias, Matías; gracias, Claudia) me envían, separadamente, este artículo sobre Fringe. En él leo:

Modelos tecnológicos

(...) Lo que tiene lugar en Fringe es la oposición de dos modelos tecno-científicos. Uno es el de Massive Dynamic, la oscura corporación que representa el avance de la tecnología –con extrañas alianzas con la industria armamentística–; y el otro, el laboratorio de Walter Bishop en la Universidad de Harvard, un lugar –la Universidad– que en la actualidad ya no ocupa el rol primordial que en otro tiempo tuvo para la ciencia –alejada en la actualidad del ámbito del conocimiento y situada en el dominio empresarial–. Estos dos modelos, económicos y culturales, en la serie aparecen también como dos lugares diferentes a través de la puesta en escena y el display de la tecnología. Mientras que Massive Dynamic es un lugar aséptico, higiénico y desafectado, el laboratorio de Bishop es un lugar sucio, orgánico y vivo –en el que uno encuentra hasta una vaca–, penetrado por los remanentes de la cultura hippy.

Se trata también de una oposición entre un modelo de experiencia e intuición frente a un modelo frío y cuantitativo. Una ciencia afectiva y creativa frente a una ciencia absolutamente alejada de cualquier relación con la imaginación. Y esa misma dialéctica de modelos científicos es la que en cierto modo también se encuentra detrás de la confrontación entre los dos universos paralelos, donde de nuevo el papel de la tecnología es importante. La Fringe Division del “otro lado” está hipertecnologizada, pero cuando los universos entran en contacto y, como ocurre en la cuarta temporada, trabajan en conjunto, esa tecnología avanzada se ve necesitada de la intuición y la experiencia humana de los agentes de este lado –suponiendo que al final se nos esté hablando desde “este” lado– para solucionar algunos casos.


Por un lado, celebro la atención de Miguel A. Hernández-Navarro a una de mis series predilectas. Por el otro, deploro que su texto esté tan mal planteado. El epígrafe de Adorno es índice de un camino equivocadísimo, sobre todo cuando luego se le agregan las piedras del goce lacaniano, totalmente contradictorias con ese desbrozado (salvo que se ponga a ambos bajo el amplísimo y ya muy agujereado paraguas del hegelianismo).
Es verdad: hay dos modelos de ciencia, el de la ciencia imperial de Estado y el de la ciencia nómada, el modelo compars y el modelo dispars de la ciencia: una ciencia ligada a los modelos tecnocráticos, otra ciencia ligada a las líneas de fuga de la imaginación. Pero eso se deja leer en lugares tan lejanos de Adorno y de Lacan que sería difícil llegar ellos sin tachar previamente todas las referencias al esteticismo y el resentimiento adorniano (o uno u otro, como se prefiera). La vía elegida se topa bien pronto con un callejón sin salida, porque el analista, que no puede ocultar su predilección por Fringe (nadie le paga para que la mire) se ve obligado, sin embargo a puntualizar (con dedo admonitorio) que "no debemos olvidar que Fringe es un producto de Fox". ¿Y si fuera un producto de Sony, o de HBO, qué cambiaría? Jamás lo sabremos, porque Hernández-Navarro parece suponer que la mera mención del canal distribuidor (no de sus guionistas o productores) alcanza para decirlo todo sobre esas "mercancías producidas por el trabajo de unos sujetos que sudan y son explotados, para seducirnos con la magia de un objeto mítico cargado de recuerdos, experiencias y afectos que viene de otro tiempo para dotar de sentido nuestro presente". ¿Puede haber resentimiento mayor que el que se deduce de esa frase? ¿Y en qué sentido es verdadera esa lectura desatenta y reductora, que, al mismo tiempo que desdeña lo imaginario (el canto sirenaico en la alegoría premonitoria analizada por Adorno), desdeña exactamente lo que la serie propone, para interpretarla en términos de un historicismo cultural que Fringe no solo no defiende sino que además abomina (y por eso el pasado, el presente y el futuro son piezas móviles)?
Luego, para poder justificar un cierto pasaje de "la tragedia griega" al "cuento de hadas" (ninguna de las dos cosas son principales en
Fringe y por eso ya hay "productos" -¿de Fox?- que han tomado el relevo, una "manía-Blancanieves" que nosotros, lectores de Propp, disfrutaremos con la algarabía del caso).
Por supuesto, Fringe es trash (¿podría ser de otro modo? ¿Podría gustarnos si no lo fuera?) y delirante hasta el paroxismo. No se entiende por qué, cuando ya hay varios episodios de la cuarta temporada emitidos, el analista se detiene para propinar sus seudo-razonamientos en el final de la tercera, que fue apenas un trampolín para pegar un salto más allá, más hacia lo desconocido.
Como se recordará, Peter sacrificaba su existencia para salvar no uno, sino dos mundos. Hecho el asunto, nos enteramos de que el mundo nuestro (en fin, el mundo primero que la serie había presentado como "propio") había cambiado sutilmente, porque Peter había sido sustraido del transcurso temporal y nadie tenía recuerdo de su existencia adulta (ni su padre, que no es su padre) ni su novia Olivia.
Por cierto, lo único que importa de Fringe es Olivia, que fue una, después fue dos (en varios episodios interactuaron ambas, para nuestra delicia) y ahora son tres, porque la Olivia "actual" no es la Olivia-novia-de-Peter ni la Olivia machona del otro lado.
Amamos a Olivia hasta la desesperación pigmaliónica y, por eso, la serie no hace sino presentar el tiempo y el espacio como formadores de identidad y de conciencia: un pigmalionismo cuántico que pone a la mujer en situación de experimento (o que dice que la mujer es lo experimental por excelencia). Las líneas temporales son como cabellos desarreglados (ya lo hemos dicho: la Olivia actual está siempre levemente despeinada). Y las personas no son sino condensaciones o puntos en un plano de inmanencia absoluta, que además no es único sino que se desdobla hasta el infinito, permitiendo todas las torsiones narrativas que uno quiera imaginarse.
A diferencia de antecesoras ilustres (Lost), Fringe no es patética, pero es intensa y, todavía más: intensiva. Contra la extensividad de la ciencia real de Estado (la abominable Nina), propone un modelo intensivo de razonamientos donde lo que importa no es nunca la verdad (o sí, pero en segundo término) sino lo interesante del problema.
No sé qué entiende el analista por
"un modelo de ficción mítico y mágico", pero lo cierto es que Fringe no parece participar de ese modelo. Lo que propone es un modelo de ficción problemática, donde lo que importa no es la verosimilitud realista, sino la cualidad del problema involucrado y el modo en que, ¿adivinan?, los cuerpos son afectados: según un caso, aparecen víctimas con la piel transparentada; según otro, cadáveres vaciados de pigmentos.
Peter (¿fantasma de si?) vuelve de un más allá que no se sabe bien cuál es, para disgusto de quienes antes lo querían. Su cuerpo vivo interfiere en los sistemas relacionales de ¿este mundo? y él se prepara a abandonarlo para regresar al ¿mundo propio?
Fringe es cualquier cosa, pero es sobre todo un disparate. Anula las presunciones de realidad, por supuesto (el realismo, y no el mito, es el vómito de los estereotipos) y abandona la ciencia real de Estado cada vez que puede, en favor no de un modelo de relato (Fringe es mucho más ambiciosa) sino de un modelo de pensamiento que, una vez más, supone que la realidad sólo puede comprenderse como guerra y, en este caso, como guerra de la realidad contra si misma.
Claro que para darse cuenta de esas cosas hay que tener una "disposición al milagro" que los lectores actuales de Adorno no tienen ni tendrán nunca. Y hay que tener, sobre todo, la humildad de poder reconocer que "en un producto de Fox", en la chatarra televisiva, en una serie que hace del cualquierismo narrativo su divisa (¿será eso lo mítico?) hay (puede haber) partes equivalentes de diversión y pensamiento. Casi estaríamos tentado de recomendar al analista una bibliografía más acorde con nuestro propio tiempo y nuestras propias desesperanzas, pero como ha elegido el resentimiento como perspectiva, lo único que se nos ocurre decir es, mientras pensamos en otra cosa, "Mirá vos, che...".

martes, 22 de noviembre de 2011

Finalmente...


Carmen Barbieri adelantó en La Plata algunos segmentos de su próximo show marplatense.

lunes, 21 de noviembre de 2011

Correspondencia: La casita del amor

Queridxs nuestrxs:

Mañana martes 22 de noviembre, a las 15hs, se tratará en la comisión de derechos humanos de la legislatura de la Ciudad de Bs. AS, el proyecto de ley que declara a casaBrandon de interés cultural, social y para la promoción y defensa de los DDHH.
Nos gustaría muchísimo que vengan a alentarnos!

con amor, vuestras amigas
Lisa y Jor

domingo, 20 de noviembre de 2011

Diez años no es nada

por Daniel Link para MarDulce

En mayo de 2002, María Pía (López) y yo fuimos, convocados por unos estudiantes de la Universidad de Córdoba, a hablar de la crisis, nuestra ecología de entonces. Casi diez años después, volvemos a juntarnos, ahora con la presencia de Pablo (Katchadjian) y Luis (Chitarroni) para hablar de lo mismo, o mejor: de la transformación de la crisis de entonces en otra cosa, en todo caso, de procesos
. Releo mis anotaciones de aquella época (lo que leí en Córdoba y lo que anoté, en forma de diario, en relación con aquella intervención) y me detengo en esta frases un poco... demasiado elegante, que ahora repito para ustedes. Recuerden: se trataba de la crisis de 2001, los lecops, los lecor, los patacones, el corralito, las asambleas, el estado de sitio, las ejecuciones en las plazas, un período emocionante como pocos que, sin embargo, yo pensaba que debíamos analizar con toda la apatía de la que fuéramos capaces, como condición de la comprensión histórica. Y fíjense lo que escribí:

Una vez que terminé mi lectura, después de que María Pía López había dicho lo suyo, debatimos. María Pía criticó (con toda la razón del mundo) el proceso de acumulación política propugnado por Moreno
(implícito en varios párrafos de mi argumentación). Más allá del Río de la Plata, recordó, Artigas, impugnando las soluciones morenistas, generaba al mismo tiempo las condiciones para la creación de un Estado más democrático.

O sea: puestos a hablar de procesos
, María Pía López y yo nos embarrábamos en los pantanos originarios de la patria. Como además yo, que venía de experiencias personales un poco desasosegantes, había asociado la crisis de 2001 con una “derrota moral”, un militante de la filial de HIJOS en Córdoba me preguntó de qué moral estaba hablando y no supe (creo ahora, escribí entonces) darle una buena respuesta.
Aunque el joven no me había preguntado “¡De qué moral estás hablando!” sino “¿De qué moral estás hablando?” yo entendí lo primero y me puse moralista. Espero, por el bien de todos, pero sobre todo el mío, no repetir ambos gestos: el historicismo, el moralismo.

En todo caso, sigo pensando que la crisis de 2001 fue tan aguda y de tan profundas consecuencias, que todavía nos toca con la punta de sus dedos fríos: leo en los diarios la discusión monetaria y a la noche sueño con muertos-vivos que me persiguen y que me alcanzan y que me contagian su apetito asesino. Espero que se me entienda: de día soy capaz de comprender cuan lejos estamos de aquella crisis y aquella locura, pero en las ensoñaciones nocturnas, la lubricidad monetaria se me presenta monstruosa. Economistas de la oposición han puesto sobre el tapete de la discusión monetaria la noción de deseo
y hace unos días leí que el Poder Ejecutivo quiere combatir la adicción de la sociedad por el dólar. Todo el asunto se me antoja un poco disparatado y, al mismo tiempo, de una gravedad que, aún impostada, no deja de provocar efectos colaterales (mis pesadillas, entre tantos otros).
Pero acá estamos, después de diez años y creo que antes que subrayar las pesadillas conviene celebrar nuestra propia persistencia: acá estamos, sin que entonces pudiéramos siquiera imaginar que estaríamos, y no estamos estancados en el terror
de entonces, lo que significa, por lo menos, que hemos conseguido sobreponernos a aquella derrota moral (a aquel sentimiento de derrota moral) que yo traduje entonces como “yo soy el excedente de la fiesta menemista”.
Debería referirme, así estaba estipulado en la convocatoria, a las transformaciones específicas ocurridas en estos diez años en el ámbito de la lectura, la lectura, la edición y la publicación. ¿Escribimos igual? ¿Cambió la figura pública del escritor? ¿Cambió el mercado?

Cambió todo
, quiero decir: la cultura dio una vuelta de campana. Hoy hay una cultura política de la que es difícil tener memoria en Argentina, con un campo muy fuertemente articulado alrededor del apoyo o el rechazo a la gestión de gobierno: editores, escritores y lectores han elegido posiciones en ese campo de batalla cultural que involucra a todas las instituciones de opinión pública, incluidos los medios, las editoriales, los sindicatos, las audiencias y las asociaciones espontáneas.
Habría que considerar aparte al mercado que, por sus misma exterioridad respecto de la cultura, no ha cambiado o, mejor dicho, pretende sustraerse a toda posibilidad de cambio. Uno diría que en estos diez años que han pasado (que además coinciden con los diez primeros años del milenio) las tensiones entre la transformación y la permanencia se han vuelto para el mercado más aguda, y por eso ha abrazado las hipótesis más paranoicas (más trash
) para su autopercepción.
Porque, más allá de las causas estrictamente ligadas con la política electoral, hay también micropolíticas intelectuales que dividen las aguas, por ejemplo: los ideales de los Partidos Piratas del mundo, en relación con el uso irrestricto y gratuito de contenidos en Internet. Leer, escribir, publicar (pero también mirar películas y distribuirlas): en estos diez años hemos desarrollado un intenso debate en relación con los archivos digitales y la publicación en línea, los modos de intervención (política y cultural) en el ciberespacio, la relación de las nuevas tecnologías con los procesos de escritura y lectura. Es muy probable que sea prematuro evaluar el alcance de las transformaciones en esos procesos, pero lo cierto es que hoy no leemos lo mismo: con esto quiero decir, al mismo tiempo, que no leemos lo mismo que hace diez años
, y que tampoco leemos (miramos) lo mismo en un corte sincrónico. Podrá objetarse que siempre fue más o menos así, y yo estoy de acuerdo, pero el pluripespectivismo de nuestro corte temporal es tan radical que los conjuntos de lo que leemos (o miramos) hoy no se intersecten nunca, en una crisis de los universales que afecta tanto al discurso jurídico como al propiamente estético.
Hace cinco años, en la mitad del camino de esta vida que venimos a interrogar colectivamente, en otra mesa también convocada por Damián Tabarovsky (que persiste en el error de invitarme) ya me había referido a esta incapacidad mía de diagnóstico ante lo nuevo: no es que diga que “no hay nada nuevo”, digo que todo es nuevo
, pero que no sé cómo traducirlo, porque soy incapaz de pensar lo nuevo más allá de la experiencia que de lo nuevo se haga.
Para mí (que tengo con la literatura una relación penosamente existencial), sólo se trata de poder seguir escribiendo (sé que hay otros y otras para quienes la literatura también se parece más a una experiencia que a un bien de cambio, y por eso no me siento solo. Me gustaría hablar, pues, de experiencias literarias
y no de resultados observables o cuantificables: la experiencia del presente, la experiencia de las nuevas tecnologías (y los agenciamientos que las involucran), la experiencia del murmullo y el silencio, la experiencia del nombre propio y la experiencia de la disolución de las identidades, la experiencia del Estado o de su ausencia, la experiencia de lo trash de mercado (los premios literarios, las efemérides, las ferias y los festivales). En suma, para decirlo lo más modernamente posible, la experiencia del capitalismo.
Son cosas que podría asignar a ciertos nombres propios (La intemperie
, de Gabriela Massuh, sigue siendo la mejor novela sobre la crisis), pero no sé si vale la pena hacerlo más allá de los nombres que inevitablemente y a mi pesar ya he suministrado en otras ocasiones: la experiencia-Walsh, la experiencia-Puig, la experiencia-Copi y la experiencia-Aira agotan mi capacidad de relación con las experiencias “estratégicas” de lo literario en Argentina (o, si se prefiere: en relación con ellas es que pienso y escribo). Lo demás es mi presente y, sobre eso, sólo tengo pesadillas de las que nadie más que yo soy, al mismo tiempo, víctima y responsable.


sábado, 19 de noviembre de 2011

La última cena



Por Daniel Link para Eñe


El cordero, como las religiones, las artes figurativas y las literaturas, tiene su ciclo y su era, desde el holocausto de Abraham, propuesto por el Kierkegaard de Temor y temblor (1843) como emblema de la paradoja de la fe, que enfrenta la moral divina y la ética humana, pasando por el cordero de El principito (cuya imagen posible es la de una caja agujereada) hasta, digamos, la cena de año nuevo que se prepara en La torre de la defensa (1978) de Copi, el autor de Eva Perón (1970).

En esa pieza (en ese fragmento de pensamiento) que Copi se apresuró a publicar en 1978 y que se estrenó recién en 1981, una pareja de hombres cuyas designaciones son la mitad del propio nombre, Jean y Luc, se aprestan a festejar el comienzo del año 1977 en donde viven, un piso 13 con grandes ventanales sobre la explanada (Le Parvis) de La Défense, ese barrio parisino inventado en 1959 que, en los cuatro años anteriores, no había conseguido vender un solo metro cuadrado, como consecuencia de la crisis de 1973.

En 1982, el Établissement public pour l'aménagement de la région de La Défense, EPAD, bajo el impulso del Presidente François Mitterand, llamó a concurso para la construcción del Grande Arche, lo que revitalizaría el proyecto que, en 1974, Peter Handke había caracterizado como pesadilla tecnocrática y sobre el que había propuesto que se prohibiera fotografiarlo.

Jean y Luc reciben allí, entre otros, a la travesti Micheline, con quien se aprestan a preparar una cena en principio convencional, pero que se transforma en otra cosa a medida que la pieza (que el pensamiento) avanza.

Micheline ha traído una pata de cordero (gigot) para hacer al horno.

Las ovejas han participado en la historia de la humanidad profusamente (a su pesar), ofreciendo su vida en sacrificios religiosos y su carne y lana para la subsistencia diaria. Se atribuye el origen del queso a la leche ordeñada de una oveja y almacenada en el estomago de un cordero.

Como el pastoreo de los rebaños no exige tierras demasiado fértiles (y se lleva bien con terrenos pedregosos), el consumo del cordero se fue incrementando hasta constituir la base de la dieta de las antiguas culturas del Mediterráneo y también del Lejano Oriente: en la India, son famosos el cordero al curry y el Biryani, plato de cordero con arroz aromatizado a la naranja, sazonado con azúcar y agua de rosas. En las ciudades griegas son frecuentes los ragús de cordero y hortalizas.

El cordero es la cría de la oveja. El cordero lechal es el que todavía no ha sido destetado. El cordero patagónico es un animal criado al pie de su madre, que come pasturas naturales y que alcanza entre los 60 y 90 días de vida un peso que promedia los 24 kilos (a diferencia del cordero norteamericano, más grande y alimentado con cereales).

Como queda dicho, la historia de la gastronomía encuentra muy tempranamente a la carne de cordero, que se relaciona muy intensamente con las grandes religiones monoteístas (la de Judea, la de Cristo, la de Mahoma). “Cordero de Dios” se dice todavía en la Santa Misa, y durante Aid el Adha (Fiesta del Cordero), unos 70 días después del Ramadán, cada fiel mata uno o varios corderos para conmemorar el sacrificio de Ibrahim (conocido como Abraham en otras tradiciones) a quien Al-lâh le perdonó la entrega sacrificial de su hijo, aceptando a cambio un corderito.

Los ingleses, franceses y españoles dieron a la carne de cordero un puesto privilegiado dentro de la cocina de alta gama: es el caso del gigot que, el 31 de diciembre de 1976, se aprestan a cocinar Jean y Luc, con la asistencia de Micheline, Daphnée (“una mujer de verdad, de esas que te cagan la vida”) y Ahmed, el chongo árabe cuya presencia es esencial para la economía dramática de la pieza, una vez que se pone al frente de la cocina (“¿Tu religión no te prohibe comer cordero?”, le pregunta Daphnée).

La pata de cordero de La torre de la defensa está condimentada con ajo y aromatizada con laurel (a falta de otras hierbas: el tomillo y el romero le habrían quedado muy bien) y nunca termina de asarse del todo o, por el contrario, se está quemando, mientras a su alrededor los acontecimientos se precipitan.

En algún momento del proceso (todos los personajes pasan por la ducha, en un bautismo ceremonial), una serpiente (“uno de esos bichos que andan por las cañerías”) aparece en el inodoro y, una vez descabezada, Ahmed propone enriquecer el menú: la asará, rellena con la carne de cordero cortada en dados remojados en agua tibia bien azucarada. Ahmed pide, para condimentar la serpiente, pimienta verde (que en casa de Jean/ Luc no hay).

“La serpiente”, dice Ahmed, “puede comer lo que sea, y siempre es rica, porque sólo come lo que está vivo”. De hecho, la serpiente que están eviscerando “se alimenta de las ratas de los estacionamientos”, lo que queda probado cuando encuentran, en su estómago, una rata grande y gris.

El descubrimiento modifica, una vez más, la receta. Ahmed propone picar la rata junto con el ragú de cordero para rellenar la serpiente, porque “las ratas son ricas... roen madera” y “eso da una carne perfumada, como la del conejo”. Aunque la rata todavía no haya sido digerida, propone sacarle el gusto a podrido con abundante nuez moscada rallada (las especias siempre han servido para eso).

Finalmente, Ahmed decide presentar la serpiente, rellena de sus propias vísceras: testículos, corazón y la rata entera (“hay que descuartizarla como a una codorniz”) rellena de cordero.

Una vez cocido el plato de serpiente, se sirve en un balde, para que su delicada carne (como la del bacalao, pero más fuerte) esté constantemente remojada en sus jugos.

El resultado es “divino”, “exquisito”, “una delicia”, (“¡qué aroma!”), “mejor que la comida india”. El corazón de la serpiente sabe mejor que el paté, la rata parece pierna de cerdo, pero picante.

Lo que en ese menú ha sido disuelto hasta su desaparición (el punto de partida) es el cordero y, naturalmente, sus sentidos asociados.

En esta cena mortuoria (que es, además, una misa y un bautismo colectivo), como en la Cena cristiana, se produce el milagro de la transustanciación, es decir: la puesta en contacto entre dos órdenes o registros diferentes.

El cordero (más o menos sagrado) es la materialización de lo celestial; la serpiente y la rata son la encarnación del inframundo.

La lucha de los héroes griegos contra los monstruos ctónicos (serpientes de siete cabezas, esfinge, sirenas, etc...) debe entenderse como el esfuerzo por escapar a la autoctonía y la imposibilidad de lograrlo. Dos figuraciones cosmológicas entran en conflicto al imaginar el origen del hombre como autóctono o como olímpico.

Ese conflicto que expone la mitología está también en la obra de Federico García Lorca, que Copi había leído con predilección y perspicacia, donde, por ejemplo, la luna es sacada de su tradición tardo-romántica y modernista y reintegrada a la tradición celtíbera, y donde el cordero se transforma en el inquietante macho cabrío, el aker de los aquellares nocturnos (los rituales anticristianos de regeneración del mundo).

Que La torre de la Defensa se postula como el libreto de un ritual sagrado de regeneración queda claro en la transustanciación entre la carne celestial y la carne del infierno, y en el carácter apocalíptico de la pieza, donde todo lo que no está muerto todavía se prepara para su inminente destrucción, que sucederá al final de la obra, un final que prefigura tanto el de El club de la pelea (los edificios de cristal en llamas, explotando) como los acontecimientos del 11 de septiembre en Nueva York.

La fachada del capitalismo más vil no es sólo el escenario de la pieza de Copi, sino su personaje central (si alguna vez la pieza llegara a representarse en Buenos Aires, debería llamarse La torre de Puerto Madero), y es por eso que Copi se apresuró a publicar una pieza (un fragmento de pensamiento) que habla de un momento crítico de su arco de desarrollo (cuyo origen podría fecharse entre el año de Temor y Temblor y 1851, cuando se instaló en la Exposición Internacional el Crystal Palace, que Karl Marx y John Ruskin reconocieron de inmediato como emblema del capitalismo tecnocrático) y cuyo objetivo último es la destrucción de esa fachada, el abandono de toda ilusión ascensional y la constatación del fracaso, al mismo tiempo, del humanitarismo occidental y del capitalismo posindustrial, es decir: el fracaso de la era del cordero.

Copi funda los rituales de una nueva fe (naturalmente: una fe radical en este mundo, en el amor y en los cuerpos, en la chispa de vida que se agita más allá de los géneros, las clasificaciones, los credos y, claro, los procesos de nominación: Jean/ Luc, Ahmed, Micheline), cuyos rituales profanan los rituales religiosos conocidos: la Cena, la Fiesta del Cordero, el milagro de la transustanciación y la hipótesis celeste.

Es decir, Copi funda una nueva antropología que subsume lo cálido (la sangre del cordero) en lo frío (el cuerpo de la serpiente, el cuerpo helado del drogado), que hace aparecer en lo ascensional (Crystal Palace, La Défense, cordero sacrificial), los monstruos del inframundo (la serpiente, la rata, la niña muerta), que traza, en la fachada del capitalismo, las líneas de su desmoronamiento, que transforma el ojo de Dios (y su corporeización cordérica) en el ano de la serpiente que Ahmed reserva a Luc, después de haber subrayado su rara cualidad. Es, después de todo (o antes que nada), el agujero del sentido: el límite más allá del cual el mundo se reconstituirá (después de su destrucción) sobre nuevas bases. ¿Se reconstituirá? Después de Copi, La Défense siguió existiendo, pero el cordero ya nunca volverá a ser lo que era.

Hacia el final de la pieza, Micheline dice: “A veces, Dios llega tan de repente”. Como se sabe, Blanche Dubois dice casi las mismas palabras (“Sometimes — there's God — so quickly”) en Un tranvía llamado deseo, cuando cree estar enamorándose de Mitch. Tennessee Williams (a quien Copi ha leído hasta la memorización) se mezcla, en ese final memorable, con Niní Marshall (“tan redepente”), como la sangre de cordero se mezcla con la carne de rata y de serpiente, para terminar con esa larga agonía de la ética sometida a un mandato exterior al de la vida misma: una posibilidad de vida.


La experiencia de la crisis

Por Daniel Link para Perfil


En mayo de 2002, convocado por unos estudiantes de la Universidad de Córdoba, fui a hablar de la crisis de 2001, nuestra ecología de entonces (los lecops, los lecor, los patacones, el corralito, las asambleas, el estado de sitio, las ejecuciones en las plazas, la guerra), un período emocionante como pocos que, sin embargo, yo pensaba que debíamos analizar con toda la apatía de la que fuéramos capaces.

Sigo pensando que la crisis de 2001 fue tan aguda y de tan profundas consecuencias que todavía nos toca con la punta de sus dedos fríos: leo en los diarios la discusión monetaria y a la noche sueño con muertos-vivos que me persiguen y que me alcanzan y que me contagian su apetito asesino. Espero que se me entienda: de día soy capaz de comprender cuan lejos estamos de aquella crisis y aquella locura, pero en las ensoñaciones nocturnas, la lubricidad monetaria se me antoja monstruosa.

Economistas de la oposición han puesto sobre el tapete de la discusión monetaria la noción de deseo y hace unos días leí que el Poder Ejecutivo quiere combatir la adicción de la sociedad por el dólar. Todo el asunto se me antoja un poco disparatado y, al mismo tiempo, de una gravedad que, aún impostada, no deja de provocar efectos colaterales (mis pesadillas, entre tantos otros).

Pero acá estamos, después de diez años y creo que antes que subrayar las pesadillas conviene celebrar nuestra propia persistencia: acá estamos, sin que entonces pudiéramos siquiera imaginar que estaríamos, y no estamos estancados en el terror de entonces, lo que significa, por lo menos, que hemos conseguido sobreponernos a aquel sentimiento de derrota moral que traduje entonces como “yo soy el excedente de la fiesta menemista”.

Chiste alemán

El Partido Pirata Argentino nos regala esta humorada:

lunes, 14 de noviembre de 2011

La conquista del centro



Por Daniel Link para Perfil Cultura


Tulio Carella nació en Buenos Aires en 1912 y el libro que tardo en leer es su novela Orgia (1968), basada en su diario personal escrito durante su estadía en Recife entre 1960 y 1962, ahora reeditada en una bellísima edición de la editorial brasileña opera prima y con la traducción de Hermilo Borba Filho revisada.

De la obra de Tulio Carella nada es lo que se consigue en Argentina, de modo que hay que celebrar esta reedición (que me llega en retardo, como una carta en sufrimiento), sobre todo porque Orgia, como señala Alvaro Machado, constituye un “elemento privilegiado de un panel pan-americanista, cuyo rescate esta edición propone iniciar”.

Me doy cuenta de que el libro que me llega, Orgia, es un libro tachado de la literatura argentina y cuya importancia, aparentemente, se mide más allá de los estrechos límites de la literatura nacional.

Ahora entiendo mejor la diferencia entre Manuel Puig y Tulio Carella (más allá de los veinte años que los separan en el tiempo y más allá del parecido de sus retratos): el primero estuvo destinado desde el primer momento a convertirse en el novelista más importante de la literatura argentina; el segundo se condenó a la desaparición. O, mejor dicho: en una época de dialécticas entre centros y periferias, fue colocado al margen, en un umbral de indescernibilidad que necesitaba de otro horizonte epistemológico (el horizonte de lo “panamericano”) para poder ser recuperado.

A Puig se le tolera la algarabía de la loca porque, después de todo, viene a decir que hay un centro (el centro del universo novelesco, es decir Hollywood o Broadway) y que cualquiera puede ocuparlo. A Carella se prefirió olvidarlo porque nos recuerda que el centro es un agujero vacío imposible de ser llenado.

Uno es ese centro y ese agujero, el espacio vacante y desocupado en el cual se leen todos los anonadamientos, el fin (propiamente) de lo humano. “Estoy derrotado de antemano. El corazón vacío, un cerebro hueco, un orgullo inconcebible, y esta entrega a lo carnal (entrega absoluta, como si lo carnal fuese un dios) adelgazan mis resistencias y la barbarie me ocupa totalmente” (Orgia).

Tulio Carella fue, como se dice, un “porteño de ley”. Tanguero (Tango, mito y esencia), apasionado por Buenos Aires, frecuentador de piringundines del Bajo (Picaresca porteña es el título de su breve historia de la prostitución en Buenos Aires). Había estudiado Química cuando, a los 22 años, caminó casi cien kilómetros (así lo contó) para saludar a García Lorca a su paso por Buenos Aires. El andaluz le dio “valiosos consejos” que el incipiente dramaturgo puso en práctica ese mismo año de 1933 en una obrita teatral que consiguió que le representaran en un circo de Barracas. Carella se dedicó a la dramaturgia y al periodismo cultural. A partir de 1934 fue cronista y comentarista cinematográfico del diario Crítica. Publicó poemas (Ceniza heroica, 1937; Los mendigos, 1953; Intermedio, 1955). En 1940, dedicó a Lorca sus primera y premiada comedia, Don Basilio mal casado (1940) y en 1942 hizo el guión para El gran secreto, un dramón sobre maternidades cambiadas protagonizado por Mecha Ortiz.

En 1959 ganó la Faja de Honor de la SADE por su Cuadernos del delirio y sus piezas comenzaron a ser reconocidas como parte de la nueva dramaturgia argentina (Juan Basura, de 1965, se toca con el “Juanito Laguna” de Berni).

A punto de cumplir 48 años fue invitado a Recife para asumir una cátedra de teatro en la recién creada Escuela de Bellas Artes de la Universidade Federal de Pernambuco. Viajó sin su mujer y no se relacionó bien con el ambiente universitario. En Orgia, el diario de esos años, se lee (con esa seriedad que quema que caracteriza al libro): “Llegué a.. soy… lo que soy. ¿Para qué continuar engañándome? (...) Aquí, como entre los pájaros, el macho es el mas atractivo. Los negros tienen cráneos brillantes, color de acero lustroso, son lascivos y crueles porque el clima es un filtro de amor y nos hace victimas. El aire afrodisíaco que llega del mar hace que sean tiernos y sanguinarios. Aire esplendidos para las glándulas sexuales. Y no trituramos unos a otros en alegre anarquía. Seguros de que todo parece prometer la felicidad, la voluntad y el olvido. Heme aquí, victima de este obelisco – espíritu penetrante – que sustituyó el fuego divino, iluminador y renovador, el fuego sagrado que es la inteligencia del hombre. Es un placer erróneo, ya que es un dolor. Lo que me destruyó es mi concepto del tiempo inmóvil. Todo fluye, menos yo. De ese modo, siempre me baño, igual a mi mismo, en diferentes ríos. (...) No, no amo la vida, sino la muerte, quiero decir, la vida interior, el sosiego, la paz, la eternidad”

Uno de sus pocos amigos brasileros (y su traductor), Hermilo Borba Filho contó sus últimos días en Brasil en Deus no pasto (1972), donde usa para nombrar a Carella el mismo seudónimo que él se inventó para Orgia: Lucio Ginarte.

El 8 de enero de 1961, Estados Unidos rompió relaciones con Cuba. Recife era por entonces escenario de las demandas de los campesinos, organizados por la Liga Camponesas de Pernambuco. Los militares brasileños supusieron una conspiración entre el estado cubano y las ligas campesinas y decidieron rastrillar Recife para desentrañar cómo los revolucionarios de Cuba hacían llegar armas a los “Sin Tierra” pernambucanos. Fatalmente, Tulio Carella, cuya deriva sexual lo había hecho frecuentar los ambientes más alejados de su entorno profesional y de clase, fue detenido y torturado para que confesara que entregaba furtivamente, en los puertos y en los baños públicos, mensajes de revolucionarios cubanos para receptores de armas. Fue transferido a la celda de una fortaleza, en una isla. Finalmente, el secuestro de su diario le valió la libertad, el chantaje y la deportación (“cualquiera puede cometer un error”, le dijeron para justificar la tortura). Tulio Carella volvió a Buenos Aires, se separó de su mujer, publicó Picaresca porteña y murió de un paro cardíaco en 1979, olvidado por la crítica. O, más exactamente: marginalizado, como un pariente loco cuyas razones podrían poner en riesgo las propias.

La escritura de si que Carella emprende en su diario, apenas ficcionalizada en Orgia, no es tanto el proceso de aprendizaje de lo que se es sino precisamente la comprensión de lo que ya no se puede ser más.

Viviendo en Recife, escribiendo su diario, Carella comprende en qué clase de monstruo es capaz de convertirse: “El violentísimo deseo de King Kong me contagia plenamente. Olvido el pudor, las precauciones de la prudencia y las restricciones morales”. King Kong es un sarará (facciones negras, piel blanca y pelo rubio) de 22 años, “un monstruo obcecado, poseído por un furor erótico exaltado, implacable, perdido el control de sus reacciones. Está ciego, mudo; mudo con excepción de ciertos ruidos naturales y la respiración entrecortada que indican un propósito inquebrantable”.

Marginal o marginalizado, Tulio Carella vuelve desde ese borde en el que su vida todavía se agita para decir una verdad sobre la literatura argentina. “Siento que [el monstruo King Kong] toca el fondo y que triunfa”, escribe Carella. Y en ese tocar fondo, en esa conquista del centro lunar, la literatura argentina encuentra un margen infranqueable o un umbral de transformación, quién sabe. En todo caso, elige el olvido.

sábado, 12 de noviembre de 2011

El triunfo de la voluntad

Por Daniel Link para Perfil

Hoy a las 17, Cristian Trincado organiza una performance musical. A las 19, Roberto Jacoby inaugura una muestra. Más tarde, desde la puesta de sol hasta el amanecer, habrá una lluvia de arañas en el Riachuelo, que se agrega a las ya legendarias intervenciones del Puente Transbordador de la Boca promovidas por Fundación Proa. Súmese a la lista alguna de las mil representaciones de las que (de un modo o de otro) interviene Rafael Spregelburd. Tan solo el listado de actividades en las que están involucrados amigos míos es extenuante.
El sábado pasado fue la vigésimo Marcha del Orgullo.... (inhalación profunda) Gay, Lésbico, Travesti, Transexual, ¡Bisexual!, Intersex, ¡¡Queer!! Un poco por eso, la actividad de los fines de semana de noviembre siempre se comprime porque sería imposible programar nada durante ese sábado en el que fatalmente no hay persona relacionada con el arte y la cultura que no esté pensando en qué ponerse para la Parade anual, sobre todo, a medida que se agregan categorías a la convocatoria (bastaría con agregar “hétero-curioso” para que directamente fuera un feriado nacional). Un famosísimo fotógrafo y curador me preguntó, todavía en Plaza Mayo, antes de que comenzara el desfile: “¿Qué es i y q?” (las letras que se agregaron este año).
Como ya he señalado muchas veces, la Marcha es un batibarullo de consignismo un poco hueco y fiesta popular (en lo que radica su encanto). La aparición de lo queer en esa serie (tan extemporánea y tan tardíamente) podría importar si nos pusiéramos teóricamente rigurosos, pero en relación con un acontecimiento que lo que quiere, en última instancia, como se dijo desde el escenario, es cambiar el estado de las cosas “para que reine el amor” (por un momento temí que se reclamara una Legislación del Amor Igualitario o algo semejante) no tendría demasiado sentido.
La marcha fue, como siempre, una contradicción andante, pero al menos este año recuperó su carácter no partidario, que parecía haber perdido en 2010, un poco por la algarabía matrimonialista que alcanzó hasta para que el Sr. Amado Boudou estuviera entonces en el escenario (graciadió, no cantó) y, al mismo tiempo, por la pena funeraria que atenazaba los corazones todos.
No me detengo en el análisis de las consignas de este año, porque no las escuché bien y cada vez es más amplio el registro que involucran (tan lejos ya de lo comunitario), pero sé que se reclamaron algunas leyes nuevas y la reformulación de otras, la más inminente de las cuales era la “Ley de Identidad de Género”, cuyo tratamiento parlamentario puede ser filosóficamente significativo o gracioso (“Toda persona mayor de 16 años” podrá solicitar la rectificación de los datos registrales que no coincidan “con su género autopercibido” y "en ningún caso será requisito acreditar intervención quirúrgica por reasignación genital total o parcial, ni acreditar terapias hormonales ni ningún tratamiento psicomédico").
Como dice Humpty-Dumpty, así como tenemos en el año 364 días de no-cumpleamos para recibir regalos, también tenemos esa misma cantidad de días para el debate teórico-político (quiero decir: teológico-político). Quedémonos, durante este único día, en el ámbito de lo festivo: “Dejen de etiquetar la carne”, reclamó uno de los organizadores, Diego Trerotola, responsable también del segmento de los abucheos que, no por previsible -la Iglesia, los medios fóbicos (ya no se trata sólo de homofobia), Macri, un juez, la provincia de Formosa- careció de encanto: muchos de los asistentes a la Marcha, después de los abuchear rabiosamente, se fueron a comer a La Continental, esperando el recital final de Leo García (confieso que me sumé al hambriento cortejo).
Entre los homenajeados del sábado pasado estaba el enorme poeta y performer Fernando Noy (“Ava Gaaaarner”, me dijo, como siempre, antes de que nos confundiéramos en un profundo abrazo que aprovechó, debo decirlo, para deslizar un flyer de su nuevo espectáculo en mi bolsillo).
Sí, todo fue mágico, como en las marchas anteriores a la de 2010 e incluso hubo nuevas carrozas, nuevos personajes, mucha más gente. Decidimos que la conejita con el vestido sucio (la Conejita Sucia) que colgaba de la parte trasera de un camión.... ¿de cumbia? era la ganadora de este año, muy por encima de la cordobesa de Gran Hermano, Emiliano, que se movía (tal vez mal pago) con incomodidad, liderando otro camión, entre unos gogo-dancers de madera (dos de ellos habían participado de mi fiesta de casamiento).

Las dos mejores drag-queens: Oxiura Mallman y Andy Mac. La mejor carroza, indiscutible y previsiblemente, la de Amerika.

viernes, 11 de noviembre de 2011

La cadena te buscará para matarte

Este año vamos a experimentar la última fecha inusual: El día 11-11-11. Este es el día del dinero!!! Esto sucede cada 1.646 años... Este día es conocido en China como.... "Poseedor de fortuna".
Y eso no es todo. Toma los últimos dos dígitos del año en que naciste, ahora súmale la edad que vas a cumplir este año, y el resultado será 111 para todos!!*
Dice el proverbio chino que si envías este correo a todos tus buenos amigos, el dinero aparecerá en los próximos o inmediatos días posteriores al 11-11-11 como se explica en el feng-shui.
Tus beneficios económicos serán insospechados.... Es un misterio de 1.646 años... vale la pena intentarlo . Envíalo como mínimo a 33 amigos (11+11+11) Házlo, no te arrepentirás!!!**

*Confieso que este matema me mató.
**Considérese cumplido el mandato.

jueves, 10 de noviembre de 2011

Narrar o describir

¿Qué es el realismo? Un dispositivo óptico (mucho más que un método de representación). ¿En qué se reconoce el realismo? En una determinada actitud (una gestualidad) respecto de la realidad. En la presentación (no se trata de la representación) de determinadas unidades de discurso y determinadas relaciones entre esas unidades. Finalmente, el realismo es un plan de consistencia: vuelve consistente mediante un complejo artificio singularidades irreductibles, acausales y atemporales. O sea: no tanto una forma de pensamiento cuanto una instancia de inteligibilidad. El realismo es (será) siempre descriptivo. Sólo que subordina la descripción a una determinada distribución de las masas semánticas.
La mayoría de las veces, el realismo audiovisual termina siendo aburrido, precisamente por la necesidad de mantener como constantes las articulaciones principales de sus postulados de intelegibilidad. Una vez comprendido el sistema, el automatismo lleva al hastío. Salvo que.
Salvo que la descripción sea tan intensa que permita olvidar esas articulaciones y focalizar la atención en el detalle: Lukács pensaba que eso es la ruina del realismo, que eso es el naturalismo (cuyo ejemplo más famoso será siempre Flaubert).
Finalmente, la decisión de catálogo importa poco y aún la realidad más convencional puede presentarse bajo un dispositivo óptico más bien alucinatorio. Es lo que pasa con Boss (2011), la serie protagonizada por Frazier (¿alguien es capaz de recordar el nombre del actor, quiero decir, de Kelsey Grammer?). Ya ese pliegue nominativo alrededor del nombre del actor principal complica el aparato óptico, porque es como si Frazier, el personaje no de una serie, sino de dos series diferentes (Cheers, Frazier), hubiera migrado de ciudad una vez más (de Boston a Seattle y, ahora, a Chicago) para aparecer en otra posición laboral, y, por alguna razón que desconocemos, hubiera tenido que cambiarse el nombre.
Frasier es ahora el alcalde de Chicago, formalmente casado con una mujer que es más mala que él (y él es de una maldad rayana en el delirio de un teleteatro latinoamericano). Es el "Mayor Tom Kane" (por supuesto, tratándose de una postulación de inteligibilidad sobre la ciudadanía, para qué usar otro apellido).
Tom Kane es muy de derecha, extremadamente corrupto (pero sus subordinados, los sindicalistas con los que hace negocios, sus agentes de seguridad, sus rivales políticos son todavía peores). ¡Se trata de Chicago (la Rosario norteamericana)!
Al comienzo de la serie, lo vemos en situación de diagnóstico: se va a morir de una enfermedad neurológica degenerativa, de la que prefiere no decir nada a nadie, ni a su esposa formal (con la cual no vive), pero sí a la hija ex-drogadicta (ahora pastora), con la cual hace cinco años que no habla porque, en fin, ya se sabe el daño que un hijo drogadicto puede causar a una carrera política.

Eso es todo: el Mal gobierna y la cámara perspicaz nos revelará los detalles de ese malgobierno (que no es desgobierno sino un exceso de gobernancia).
Las cosas que hace esta gente son de una maldad metafísica, esquemática, de un énfasis rayano en la ridiculez, inverosímil. Y sin embargo...
Boss tiene (ha tenido, en sus cuatro primeros episodios) secuencias memorables, pequeños detalles que lejos de revelar algo sobre una realidad más bien lo que hacen es sostener un pensamiento sobre la mirada: la cámara es titubeante (en ese estilo abusivo de la cámara de documental que la ficción ha usado tanto últimamente), pero sus titubeos no quieren tanto instalar la ilusión de una participación furtiva de los entretelones del poder, sino más bien postular la imposibilidad del centramiento: lo que aparece como visible la mayoría de las veces no se entiende: no lo entienden los personajes, que no saben que el Alcalde está mentalmente cada día más incapacitado; ni los espectadores, que nos preguntamos a dónde quieren ir a parar esos fragmentos de ignominia.
Lo que brilla en las mejores escenas de Boss (que son muchas) es el silencio, la incomprensión, la opacidad de sentido, la exageración (por qué no decirlo) barroca, que lejos de establecer cualquier forma de pedagogía, mueve a risa. ¿Y ahora qué, uno se pregunta, por ejemplo, en relación con el personaje de la desdichada médica que ha ejercido el diagnóstico fatal? Y bien: la serie progresa en el horror hasta que ya no se sabe bien si lo que uno está mirando es una historia con vocación realista o directamente volcada a lo fantástico o lo teológico.
Porque, en definitiva, el único enunciado que repite cada escena de esta serie asfixiante y mortuoria, con una monotonía litúrgica es: "una palabra tuya bastará para sanarme" ("sanarme" no es aquí la cura, sino el bien morir, en todo caso: la redención).
No es la primera vez que Gus Van Sant, que dirigió el primer capítulo de Boss para mejor marcar esa línea de sentido, dice algo semejante y, como siempre, dice que el problema es no saber a quíen pedirle esa palabra redentora.

lunes, 7 de noviembre de 2011