sábado, 29 de diciembre de 2012

La República de las Locas

--> Por Daniel Link para Perfil


He vuelto de la Conferencia Internacional de la Asociación Internacional de Gays, Lesbianas, Transexuales e Intersexuales del Mundo (ILGA es la sigla de la asociación) a donde fui invitado a presenciar la apoteosis de Argentina como el país más avanzado en materia de derechos de las minorías sexuales.

Tuve la buena idea de apartarme del contingente argentino en el momento en que la muchachada se sacaba una foto con el vicepresidente argentino (cuya mano no estreché por natural repugnancia con las cosas oscuras), que concurrió a recibir un trofeo en nombre de la Presidencia, justamente homenajeada.

El diario Clarín, con una rapidez notable, levantó la foto y la usó para ilustrar el enésimo caso de oscuridad patrimonial que envuelve al vicepresidente. El hecho causó gran conmoción entre los fotografiados, naturalmente. Yo contesté lacónico sus reproches y sus amenazas con un “quién los manda...”.

El evento en sí era como un congreso general de las organizaciones de base de todos los países, que en ese encuentro eligieron autoridades para el próximo bienio. Por un lado, era conmovedora la observación de la loca cívica, los aplausos, los pedidos de informe, los reclamos de condena a países como Uganda, las subas y bajas en las cotizaciones de los objetivos (campañas contra el sida, cero al as; identidad de género: a la cabeza de los premios), el cotilleo político para el armado de las listas, en fin: la República de las Locas.

Tuve la dicha de participar en el cabildeo trans, antes y después de las elecciones. Por razones que se me escapan (Mauro Cabral, la eminencia cordobesa que fue convocado por el Ministerio de Salud sueco y que dictó uno de los párrafos del discurso que pronunció el primer ministro en la ceremonia inaugural, no se cansa de acusarme de “transfóbico”) se me convocó a apoyar la protesta de que “hemos vendido la agenda latinoamericana a cambio de una sede”, cosa que hice. Más allá de mi papel oficial en la reunión, limé las asperezas del sector, porque me parecía que debía privar la hermandad latinoamericana. Además, la próxima asamblea será en México, y no me gustaría perdérmela. 

viernes, 28 de diciembre de 2012

Estamos escuchando...





http://tocameelrok.bandcamp.com/album/tocame-el-rok


¡Vayan a estudiar!

FEBRERO/MARZO

1. Taller de lectura. Narrativa estadounidense: Fiesta de Hemingway,
Nueve cuentos de Salinger, Mujeres de Bukowski y Catedral de Carver.
Miércoles a las 19, en el centro. Febrero, 4 encuentros

2. Taller de escritura creativa. Jueves a las 19, en el centro.
Febrero/marzo, 8 encuentros.

3. Taller de escritura creativa. Viernes a las 19, en Florida, PBA.
Febrero/marzo, 8 encuentros


MARZO

4. Taller de lectura y traducción de literatura estadounidense
contemporánea. Coordinado con Jennifer Croft. Lunes a las 19, en
Palermo.

5. Taller de escritura autobiográfica y familiar. Coordinado con Tomás
de Vedia y Magalí Etchebarne, Martes a las 19, en el centro.

6. Taller de lectura: Borges: Historia universal de la infamia,
Ficciones, El Aleph, El informe de Brodie. Miércoles a las 19, en el
centro


ABRIL/NOVIEMBRE: Talleres anuales.

En todos los casos, el costo es de $450 por mes.
La inscripción para los talleres de febrero vence el 10 de enero.
Informes e inscripción: santiago.llach@gmail.com

sábado, 22 de diciembre de 2012

La maldición argentina

--> Por Daniel Link para Perfil


¿En qué se reconoce la patria al volver de un viaje desmesurado, como es mi caso, a la «Última Thule»? Lo más obvio es referirse a la amplitud térmica y contrastar aquellos bajo cero, aquella nieve, aquella noche en la mitad del día con nuestros cielos cargados de nubarrones y catástrofes. Paso de ello.

Podría, en cambio, comparar la terminal 2 del aeropuerto de Estocolmo, en reparación, con nuestro sempiternamente inadecuado Pistarini, pero como esta vez llegué a la terminal nueva, donde las goteras, aunque no llueva, connotan la arquitectura patriótica, debería detenerme en sutilezas de caracterización para las que no tengo espacio suficiente (las colas en migraciones, el malhumor criollo....).

Justo con nuestro paquetérrimo vuelo de Air France había llegado otro de Alitalia no menos fino. Una vez que las cintas vomitaron nuestros bártulos, fuimos a la cola de los rayos x, donde habría de detectarse la cantidad de playmóbiles que estábamos contrabandeando. Y fue entonces cuando me sentí en casa.

Viniendo de una ciudad donde se escribe “Restaurang”, “Butik” e “Infart” (salida), uno se creería inmune a todo matiz sociolingüístico. Y sin embargo, no.

Una señora, más argentina que la birome, me interpeló para preguntarme: “¿Dónde está la salita? De muy mal humor le contesté: “¿Qué salita?” (pensé que debía despojarse de alguna prótesis y buscaba el lugar adecuado, o que quería declarar no sé qué producto electrónico que traía de su experiencia romana). “La uscita”, se corrigió. Le señalé para adelante y me di vuelta para disimular mi carcajada. No sé si la señora pretendía un cosmopolitismo que a todas luces le faltaba o pretendía que la dejara adelantarse a mi posición fingiéndose extranjera, pero una y otra cosa le salieron mal.

Me acordé de Enrique Pinti, quien siempre se detiene en el argentinísimo “camone” con el que solemos designar al prosciutto en la tierra de Eneas.

Sí, ya no cabían dudas: estaba nuevamente en la patria y en pocas horas más la mal-dicción en la que deliberadamente incurren las promociones de Aquarius y de Vienissima iban a corroborarlo.

(anterior)
 

viernes, 21 de diciembre de 2012

Esta noche...

El último capítulo de 23 pares (por el nueve, a las 23.30), algo nunca visto en la televisión argentina


jueves, 20 de diciembre de 2012

¡Otra denuncia estremecedora!

Twitter ya tiene 200 millones de usuarios activos*

 *No nos van a engañar tan fácilmente. Sabemos que muchos de ellos son más pasivas que una puerta.



 

Girls Just Want To Have Fun (2)

 

En el bar de hielo de la "Última Thule".
 


domingo, 16 de diciembre de 2012

Última noche en Estocolmo

Nos despedimos de la ciudad inhóspita con una temperatura porteña, lo que derritió la nieve y nos obligó a caminar sobre hielo quebradizo hasta nuestro restaurang favorito, acá a la vuelta, el italiano, donde nos pusieron, para hacernos llorar, a Concha Buika:



Gracias a todos los queridos amigos que nos hicieron soportable el frío, la nieve, la noche, la burocracia sindical, etc.
Civediamo presto!

sábado, 15 de diciembre de 2012

La ferocidad del frío

por Daniel Link para Perfil

Estocolmo está en las antípodas de Buenos Aires, al menos en lo geográfico y en lo climático. A las 3 de la tarde ya es de noche y el cuerpo del latinoamericano promedio pide un respiro inexistente en estas latitudes, a esta altura del año. Donde la nieve permanece intacta (en los cementerios alrededor de las iglesias, por ejemplo) a finales del otoño ya llega a la cintura del paseante.
La coqueta calle peatonal donde se acumulan los negocios de las marcas internacionales funciona con un sistema de losa radiante, lo único que permite que alguien se aventure a mirar vidrieras despreocupadamente. Cada tres o cuatro días, los bulldozers levantan a una velocidad de vértigo (sacan literalmente chispas del asfalto) la nieve acumulada en las calles.
Estoy aquí invitado a formar parte del blog de ilga, la asociación internacional del movimiento LGTBI a la que están afiliadas todas las organizaciones similares que existen en cada país del mundo (salvo en Uganda, el escándalo de las militantas y activistas que piden declaraciones de principios casi todos los días). El encuentro es como una Asamblea General de Naciones Unidas (de hecho, el último día se eligen autoridades y se decide la próxima sede del encuentro bianual) o de Locas Unidas. Sebastián Freire, el fotógrafo que me acompaña, decidió llamar Nave Nodriza al encuentro porque, en efecto, parecemos todos alienígenas o delegaciones senatoriales en el Coruscant de la princesa Amidala. Cada día hay una conferencia, talleres, reuniones regionales (ILGA-LAC, la regional latinoamericana, llega cargada del halo de prestigio que le brindan los incontables avances antihomofóbicos en las legislaciones de nuestros países). La política circula tanto en las salas como en los pasillos (la mejor y la peor: allí está el rumor sobre el secretariado trans que casi se pierde por la interferencia de cierta activista argentina que este año faltó a la cita).
Mi chaleco de polopropileno, en este ambiente donde todo lo raro es un signo de distinción, me convierte en una especie de Charming Prince (mi estado civil me absuelve de aceptar el rol con la energía que requeriría).
Este año, ILGA decidió premiar a la presidencia argentina por las leyes de matrimonio universal (que las militontas siguen llamando igualitario) y de identidad de género. Acudieron a la cita, para aceptar el premio, el Sr. Boudou, que no puede pronunciar palabra públicamente, y el Sr. Aníbal Fernández, que agradeció con elocuencia el trofeo (muy parecido a uno de esos buttplugs de cristal que están tan de moda).
La delegación argentina, muy K, aplaudió con entusiasmo la presencia de funcionarios de un gobierno que no dudaría en enviar misiones comerciales a Uganda, así como las envió a Angola, donde la homosexualidad es ilegal y los artículos 70 y 71 del código penal penalizan con el envío a campos de trabajos forzados "a quienes practican actos contra natura de manera habitual". Pero la nieve amortigua cualquier contradicción.

lunes, 10 de diciembre de 2012

Si Rosita nos hubiera visto....

It's a fact: it was the worst party ever! Lunes a la noche, en alguna plaza nevada de Estocolmo. 



El lugar era... no sé... Como un quincho de vidrio en Carlos Paz, con un grupo que cantaba en vivo horribles versiones de canciones muy conocidas. Uno tenía moñito y otro, pelada, aparecía online en el grindr, mientras estaba cantando. Ponían todo de si, lo que significa que gritaban en un escenario de un metro cuadrado
Muchos nativos, todos más bien horribles y parcos (la simpatía no se cultiva en estos lugares abandonados por el calor de Dios), y unas suecas de Tinelli. Muchas Maitenas, naturalmente, y un grupo inconcebible de "anormales" (en el sentido foucaultiano del término), de los cuales los argentinos éramos (cómo no) los más ruidosos y los más escandalosos.
Por alguna rara propiedad del ambiente y del clima, pudimos salir en remera a fumar sobre la nieve.

















De las muchas opciones que la noche presentaba, resultó que mi marido no quiso saber nada sobre la posibilidad de terminar la noche con mi novio:


























Foto: Sebastián Freire

En algún momento lo acorralé atrás de una columna o de un cortinado y comprobé que mi marido tenía razón (besaba mal).
Más suerte tuvo el autor de la "autopercepción", cierto abogado que, a esta altura de la noche, debe de estar saboreando un rico licuado de curry. Mañana veremos qué nos cuenta*.
Los nativos son incomprensibles: no se sabe si están dispuestos a garcharse cualquier cosa que se les cruce (en términos de género) o en verdad no se garchan nada. Lo cierto es que, borrachos a morir, los echaban a empujones de la disco o restaurante con show en vivo a donde nos habían llevado, a cuyas puertas había estacionadas dos limusinas blancas, que probablemente nadie tomaría porque los taxis son famosos por estafar a sus pasajeros, sabiéndolos ebrios. 
















*Actualización del día siguiente: en el desayuno se nos informó que no hubo contacto físico alguno más allá del baile del caño ejecutado a dúo en la pista de baile, porque (excusa de pasiva inconfesasble) el susodicho Charming Prince de tez aceitunada alegó malfunction debida a su borrachera.


La nave nodriza

Llegamos a Estocolmo en uno de los días más fríos de uno de los inviernos más crudos de los que los suecos tengan memoria. Todo es nieve y noche (incluso, y sobre todo, a la hora de nuestra siesta).

























































Fotos: Sebastián Freire

Por fortuna, la presencia de amigos nos brindan el calor necesario para semejante experiencia de intemperie.
Lo demás es trabajo, y ya será objeto de alguna reflexión, porque a bordo de la nave nodriza, todo es pura actividad y ebullición.

domingo, 9 de diciembre de 2012

Just checking

Tenía que comprobar si el tal libro seguía sobre la tal mesa. No fue así, pero una sorpresa mucho más grata me esperaba: sí, ella misma, Elena, la más bella, en la ciudad que mejor la contiene.
¡Cómo habría yo de negar que esa noche fue mágica?


sábado, 8 de diciembre de 2012

Levantar el muerto

--> Por Daniel Link para Perfil


Me preocupa el Fin del Mundo. La NASA tuvo que salir a desmentir la predicción, lo que de ningún modo me tranquiliza (¿acaso la NASA desmentiría que los chanchos vuelen?).

Para salvarme del 7D acepté una invitación que me hará mucho daño físicamente, porque no estoy en condiciones de viajar y mucho menos a zonas más húmedas todavía que Buenos Aires (mis huesos sufren) y, todavía más, a eventos donde corro el riesgo de cruzarme con el señor Amado Boudou, como parece ser el caso.

Vuelvo el 18 a Buenos Aires, y leo que el 19 habrá un paro con movilización: supongo que haré trasladar mi espina dorsal en proceso de curación directamente de Ezeiza al campo, para evitar un colapso urbano más.

Pero para el Fin del Mundo... ¿cómo organizar la agenda? No es que yo quiera evitar la catástrofe. Muy por el contrario, si es que la destrucción total está en el horizonte de nuestra especie, me gustaría estar en primera línea, recibir con una sonrisa el merecido final de tanta petulancia humana y tanto capitalismo autodestructivo. Pero nadie sabe a qué hora será, ni cuáles serán sus características (¿incineración, choque planetario, congelamiento, veneno?). Imposible prepararse para recibir el acontecimiento como se merece. Los mayas debieron haber sido un poco más prolijos aunque reconozco que tuvieron problemas más importantes que pensar en mis manías obsesivas.

Escribí a mis amigos mexicanos quejándome y solicitando precisiones, y no me contestan. Aquí, una amiga me propone que haga un asado en la quinta. Todo bien, le contesto: ¿pero y si después no pasa nada, quién levanta el muerto?

Por otro lado, me doy cuenta de que he caído en una trampa, porque acepté escribir sobre el asunto (la imaginación de la catástrofe y las películas del fin del mundo: Eli, Eli, lema Sabachthani?, The Happening, Anticristo, Melancholia, 4:44 Last day on Earth y Seeking a Friend for the End of the World) sin pedir mis honorarios por adelantado: ¿quién me va a pagar esa nota si el 7D o el paro del 19 o la catástrofe del 21 vaporizan a quien me la encomendó?

Todos mis amigos se burlan de mí porque me tomo las cosas tan en serio. Pero bueno, es el Fin del Mundo y no cualquier pavada. Pienso comprar los regalos navideños y entregarlos antes del 21, por si acaso. Mi mamá ya me regaló una mesa de jardín con cuatro sillas para la quinta. Creo que, previendo lo peor (desde mi punto de vista, lo mejor), pagó el regalo con la tarjeta de crédito de la que soy titular. Si no pasa nada, ya sé quién va a tener que levantar el muerto.

Bajo el signo de Saturno

 Por Daniel Link para Eñe, revista de cultura

La “imaginación del desastre (o de la catástrofe)” es una suave fuerza que arrebata y arrastra por un puñado de motivos: la destrucción apocalíptica, las ciudades muertas, las ruinas, la soledad y los paisajes sombríos, la inminencia (la estética de la inminencia y el tiempo mesiánico), la melancolía.
Lo que distingue la imaginación del desastre de la imaginación milenarista (que incluye, con sus hipótesis de resurrección a incluso a la más laica imaginación hegelo-marxiana) es la imposibilidad de pensar un futuro más allá de la (necesaria) desaparición del mundo, y de nosotros con él. No: no la imposibilidad de pensarlo, sino la no necesidad de hacerlo.
Walter Benjamin, autoproclamado melancólico, culpó de ese temperamento mórbido que lo torturaba al planeta Saturno: “Yo vine al mundo bajo el signo de Saturno: el astro de revolución más lenta, el planeta de las desviaciones y demoras”. En un ensayo famoso sobre la obra del más grande crítico alemán, Susan Sontag ya había usado el título sobre el que ahora vuelvo para hablar de unas ficciones cinematográficas que, últimamente, nos interpelan con su apología de un Final.
El melancólico (el que se deja llevar por la imaginación de la catástrofe, el que escribe el desastre) domina el sentido de la catástrofe histórica y enfrenta con alegría la reducción de todo lo que existe a escombros, porque eso le permite imaginar no un futuro, sino salidas: el carácter destructivo (del que Benjamin fue también un teórico) no busca una continuación de nada, sólo busca salidas.
Las películas apocalípticas podrían considerarse como un subgénero de la ciencia ficción. Si el 11 de septiembre de 2011 nos conmovió no fue solamente como acontecimiento político, sino porque puso en el mundo imágenes que el cine catástrofe ya nos había acostumbrado a ver e, incluso, desear. ¿No estaba programada en la imaginación del desastre la destrucción no sólo de las torrres gemelas sino también la de las ciudades de Occidente, la de la civilización conocida? ¿No hemos visto, una y otra vez, en las más lamentables ficciones del género a la Estatua de la Libertad hundida en el agua, en el barro, atenazada por hielos eternos, habitada por extraños animales que sobrevivieron milagrosamente a la catástrofe del capitalismo?
Dejo de lado esas películas, que halagan la sensibilidad de la masa, proponiendo una inminencia destructiva de la que, luego, nos salvan ciertas heróicas figuras. Me detengo en aquellas que, efectivamente, cumplen sus promesas y nos muestran el fin del mundo, el final de nuestras esperanzas, el último término de nuestras existencias.
En Eli, Eli, lema Sabachthani? (2005), Shinji Aoyama (un director japonés condenado al circuito de festivales) ha imaginado una historia que transcurre en 2015. Circula por el mundo un virus que provoca un “síndrome de Lemming”, enfermedad que induce al suicidio repentino a quienes la padecen. El resultado ha sido devastador y la población de las ciudades se ha reducido al mínimo. En ese contexto, dos músicos graban sonidos naturales o producidos por elementos azarosamente recolectados (una manguera que gira montada sobre el motor de un ventilador), con los que componen su música, de la que se dice que cura el síndrome de Lemming o, por lo menos, que suspende la sed de muerte de sus víctimas.
Lo primero que salta a la vista es que el argumento es una adaptación del mito de Orfeo (aquel que con su música pudo dormir a los guardianes del Hades para arrancar a su amada del fondo del Infierno). Esa pregunta inquietante (sobre la música del futuro, sobre la música que salva de la muerte) seguramente constituyen para Shinji Aoyama (1964), que es también compositor, obsesiones que definen su arte.
Lo segundo que salta a la vista es que la película existe en relación con el terror que asociamos a un virus y un síndrome, efecto de ese virus. Y que Shinji Aoyama propone no a la química (los cocteles antivirales) como inhibidora de la potencia de destrucción desatada por el virus sino al arte (la música, el cine). Hablando del futuro, Eli, Eli, lema Sabachthani? propone hipótesis (biopolíticas) sobre un presente que, en todo caso, no puede sino entenderse inscripto en una determinada forma de la imaginación: la imaginación del desastre o de la catástrofe.
Tanto el título de la película (la protesta de Cristo crucificado: "¿Señor, señor, por qué me has abandonado?") como el mito órfico a partir del cual se desarrolla el relato (ambos mitos son la traducción del melancólico sentirse abandonado por la estrella, el aster, el des-astre) corresponden a tradiciones completamente exteriores a la cultura oriental y, además, irreductibles entre sí. Para Aoyama no importa tanto la mixtura de fragmentos de mitologías diversas sino el hecho de que esos fragmentos constituyen ruinas o restos de un mundo agonizante o perdido para siempre en el que la única pregunta política afecta a la continuidad de lo viviente (¿cómo y para qué hemos sido concebidos?).
The Happening (2008) de M. Night Shyamalan se deja arrastrar por el potente nihilismo de esa fuerza de la imaginación (es casi una copia): no hay futuro, y no lo hay precisamente por la imbecilidad y la maldad constitutivas de la especie humana en su fase actual de "desarrollo". Aquí es el mundo vegetal (herido, harto) el que induce al suicidio colectivo.
El director (que había rechazado escribir la cuarta entrega de Indiana Jones y dirigir la tercera Harry Potter) es pesimista y antimoderno como sólo un verdadero moderno podría serlo. Posibilidad de experiencia, no la hay: los personajes, completamente deslucidos, sólo pueden pronunciar frases estereotipadas mientras la radio y la televisión emiten sinsentidos ("ataque terrorista", "huyan"). Cuando creen que el mal ha pasado, todos retoman su propia estupidez donde la habían dejado, como si nada hubiera sucedido. Afortunadamente, impiadoso como esperábamos que fuera, Manoj Nelliattu Shyamalan se toma su tiempo para señalar que todo volverá a suceder, hasta la extinción final y el último suspiro, porque el mal no es exterior sino que sale de nosotros, que habitamos el capitalismo con algarabía vil.The Happening es al mismo tiempo una celebración y una elegía (siempre fue así, siempre, y en esa concordancia entre el himno y el lamento se revela el girar en el vacío de toda forma de glorificación) cuyo tema es el suicidio colectivo, incluso el suicidio como epidemia (si hay que creerle a Aoyama) imposible de ser exorcizada.
En Melancholia (2011) de Lars von Trier, Melancolía es el nombre del planeta que se acerca a la Tierra para destruirla (mientras una de las dos hermanas que protagonizan la película, desempeñada por Kirsten Dunst, se casa). Anticristo (2009) fue la primera parte de este díptico sobre el Apocalipsis urdido por Lars von Trier.
La película había sido hecha para Penélope Cruz, quien después se abstuvo de participar de un proyecto tan... alejado de la luz meridional. Anticristo se ponía del lado de la depresión. Melancholia está del lado de la suave fuerza que todo lo aniquila. Y, en la película misma en la que un planeta viene a destruir a otro, la primera parte (la boda de la rubia) es más depresiva, mientras que la segunda parte, desempeñada por Charlotte Gainsburg, toma partido por la melancolía.
El comienzo de la película cita los más famosos cuadros de los prerrafaelistas (la Ophelia de John Everett Millais, entre tantos otros) y el obsesivo tema de Tristán e Isolda de Wagner (el melancólico se entrega con paciencia al hábito de la repetición infinita).
¿En qué sentido se diferencian las dos hermanas? Justine (Dunst) piensa en su propia, única aniquilación, se fuga de los rituales que reconocemos como cultura, rechaza el débil lazo comunitario, se encierra y calla. Claire (Gainsbourg) se entrega (en contra el tibio consuelo que le ofrece su marido, que la abandonará antes del final) a la náusea del vacío de sentido propio de la conciencia de la catástrofe universal y la extinción de lo viviente (incluido su hijo).
«Mi psicoanalista me dijo que normalmente los melancólicos son más sensatos que la gente normal cuando se encuentran en una situación desastrosa, en parte porque pueden decir: “Ya te lo había dicho”. Y también porque no tienen nada que perder», dijo Von Trier cuando presentó su película, y antes de subrayar su desinterés por el mundo con un ambiguo elogio del hitlerismo que le valió la condena de los bienpensantes y la proscripción de sus películas de nuestros cines.
Casi al mismo tiempo que Melancholia, se estrenó Another Earth (2011), una rara película muy parecida a la segunda (y genial) mitad de la de Lars Von Trier. Dirigida por Mike Cahill, protagonizada por Brit Marling y William Mapother, en esta película también hay un segundo planeta que se acerca a la Tierra. Pero éste no es un planeta otro, sino un planeta gemelo del nuestro, donde todos tenemos un doble, donde todo está sucediendo al mismo tiempo (aunque no es seguro que del mismo modo).
Una chica (menor de edad) se distrae buscando el planeta mientras maneja y por eso atropella a otro auto. Mueren la mujer y el hijo del conductor, John Burroughs, que queda en coma.
Cinco años después, el planeta gemelo domina el horizonte (con su luna, sus ríos de lava, sus doctores en leyes y sus unicornios soñados), John ha salido del coma y la chica de la cárcel. Ella va a su casa a pedirle perdón pero no se anima y se hace pasar por empleada de limpieza. Tejen una relación. Hay un concurso para ganarse un viaje a la Otra Tierra (irán científicos, militares y un puñado de civiles). Ella gana.
A diferencia de Melancholia, Another Earth no apela a la destrucción total sino al recomienzo y la vida segunda. Un poco por eso, no tiene la misma grandeza que la película de Lars Von Trier, pero comparte la misma preocupación respecto del impacto existencial que la veterana (y ya intransitable) ciencia ficción nunca pudo examinar hasta sus últimas consecuencias.
4:44 Last day on Earth (2011) de Abel Ferrara es desagradable, aunque no se la pueda evitar en este breve repertorio de imágenes de la catástrofe (ninguna ternura en su punto de vista: pura rabia). Cisco (Willem Dafoe, también protagonista de Anticristo: la cara del Gran Final, parecería) espera junto con su novia el fin del mundo (a las 4:44, “hora del Este”, de una madrugada cualquiera, como efecto del debilitamiento de la capa de ozono y el recalentamiento global) en su departamento neoyorquino.
El último polvo, la última conversación vía skype con su ex mujer y con su hija, el último delivery de comida vietnamita, la última fiesta (vía skype) de sus amigos lejano, la última (o no) raya de cocaína con sus vecinos, la última (ay) escena de intensidad dramática, la última proposición católica (“Ya somos ángeles” son las últimas palabras de una película que se niega a aceptar el final, y el género del Final, con idea de justicia) y, sobre todo, las últimas imágenes televisivas, que Ferrara monta sobre su claustrofóbica versión del Fin de los Tiempos.
Seeking a Friend for the End of the World (2012), la más nueva de mi lista, es mucho más amable. Su directora, Lorene Scafaria, pone a Steve Carell, en sus últimas horas (esta vez es un astereoide el que acabará con todo), abandonado por su mujer, a buscar a su viejo amor de la escuela secundaria. Además de desesperado, el proyecto es un poco anacrónico. Por fortuna, Steve Carell se encontrará en el camino con Keira Knightley. El fin del mundo los encontrará abrazados y, sino felices, al menos en paz consigo mismos (la película es antes una comedia romántica que cualquier otra cosa).
De todas estas películas, Melancholia tal vez sea la más “arty”; 4:44, la más melodramática; The Happening, la más aterradora; y Eli, Eli, la más filosófica.
Pero en todas ellas se lee el mismo deseo (la misma potencia de arrastre) de un final encendido y glamoroso que permita pensar que el Fin de la Historia y el Fin de la Humanidad no son sólo dos episodios sin consecuencias en la historia del capitalismo sino verdaderos puntos de derrumbe de una forma de imaginar lo que vive todavía.

jueves, 6 de diciembre de 2012

sábado, 1 de diciembre de 2012

"Clarín miente"

--> Por Daniel Link para Perfil

Dejando de lado las toxicodependencias, la peor adicción es la informativa, porque es muy fácil hacerla pasar por una virtud: ser un ciudadano consciente, poder discutir con conocimiento los pormenores del presente, sobre todo en un país que, como el nuestro, se jacta de vivir (y hacer vivir a sus sufridos habitantes) pendiente de un hilo.
Desde que me regalaron un teléfono inteligente, leo los diarios en esas pantallitas diminutas que no sirven para mucho más que eso.
Tengo accesos directos a La Nación y Página/12 (las mejores versiones), Clarín (que leo poco porque la letra es muy pequeña y no sé agrandarla), Perfil (el más incómodo) y una aplicación fantástica que permite leer todos los diarios de España.
Esta semana que pasó fue clarinesca hasta la médula, porque los abogados del grupo Clarín patinaron tontamente con una demanda incomprensible que evaporó la credibilidad que el medio pudiera tener y lo puso en las primeras planas de todos los diarios y en boca de todas las columnas de opinión.
El grupo podrá tener o no razón en considerarse perseguido y el gobierno podrá o no tener razón en pretender aplicar la cláusula de desinversión a rajatabla. Tratándose de una ley y de un dilatado proceso que ha convocado todas las astucias (legítimas o no) y todas las interpretaciones (rectas o torcidas), es difícil sostener un punto de vista imparcial (el tema, además, me importa poco).
Pero haber salido a denunciar a periodistas que expresan opiniones (por más antipáticas que nos parezcan) es tensar demasiado la cuerda: es comportarse como un animal herido que, amenazado, lanza zarpazos a cualquier cogote. Para salvar el mío, el jueves 6 me tomo un avión, me voy lejos del barrio. Seguiré las próximas batallas a través de mi teléfono inteligente.


viernes, 30 de noviembre de 2012

El error

Copi: un argentino universal

por Jorge Monteleone para ADN, la Nación

Veinticinco años después de su muerte, sesenta años después de haberse radicado en París, buena parte de la obra de Copi (seudónimo de Raúl Damonte Taborda, 1939-1987) escrita en francés, luego de años de haber sido un secreto para iniciados o una excentricidad feliz, se transmuta, como un retorno, al español del Río de la Plata. La editorial El Cuenco de Plata agrega a la edición de sus novelas La ciudad de las ratas (2009) y La guerra de las mariconas (2010) y de Teatro 1 (2011, con El día de una soñadora, La torre de la Defensa, La noche de Madame Lucienne y Una visita inoportuna), la publicación de Teatro 2 (con Loretta Strong, ¡La pirámide!, La heladera y Las escaleras del Sacré-Coeur). Se reedita el cómic traducido por el propio Copi para la edición que en 1968 realizó Jorge Álvarez: Los pollos no tienen sillas, con el anuncio de la salida de La mujer sentada el año próximo. No es un hecho menor el gesto de vertir a Copi en el español rioplatense, que sus traductores locales vindican como una política de la lengua unida a la literatura argentina, para diferir del tono de las traducciones de sus textos narrativos realizadas en España por Anagrama y reeditadas en 2010: Obras I y II.

(...)

A llorar a los caminos...

Leí, por supuesto, novelas de escritores cuya obra conozco desde el principio: Matilde Sánchez, Daniel Guebel, Sergio Chejfec, Martín Kohan, César Aira, Luis Gusman, Marcelo Cohen. Y tuve la sensación de descubrir las líneas casi invisibles de algunas continuidades literarias, de algún nexo entre el pasado y la actualidad. No escribí sobre otros escritores que me gustan: Daniel Link, Aníbal Jarkowski. Cuando miro los nombres de las treinta y tres notas que forman el volumen, me produce alguna tristeza que ellos no estén. No se piensa en un libro siempre. Y yo no pensé que ellos estarían ausente de este.

Beatriz Sarlo. "Prólogo" a Ficciones argentinas. 33 ensayos. Buenos Aires, Mardulce, 2012, pág. 17 

miércoles, 28 de noviembre de 2012

¿Qué podría hacer este sábado?






































El programa del evento puede descargarse en formato pdf aquí: click y en formato doc aquí: click.



martes, 27 de noviembre de 2012

Como animal enjaulau

por Mario Wainfeld para Página/12

Violentar la palabra

Desde el punto de vista jurídico, la presentación del Grupo Clarín es confusa y sibilina a la vez. Denuncia un hecho grave, que concierne a un universo vasto de potenciales víctimas. Lo encuadra en un delito, “la incitación a la violencia colectiva”, que no requiere daño concreto o consecuencia visible alguna para tipificarse. O sea, se comete con la sola acción. En el caso, la acción es el uso de la palabra. O sea, Clarín busca criminalizar la opinión o la información.

(...) 

lunes, 26 de noviembre de 2012

Los hermanos sean unidos...

Acá, el capítulo 9 de 23 pares, el teleteatro diferente.


sábado, 24 de noviembre de 2012

Adicciones y rehabilitaciones

--> Por Daniel Link para Perfil

Mi nombre es Daniel Link y soy un adicto. No quiero decir que sea adicto a tal o cual sustancia, comportamiento o relación sino que, estructuralmente, tiendo a caer en compulsiones que se repiten cíclicamente a lo largo de mi vida.
Mi primera adicción fue la fabulación: durante la mayor parte de la infancia me entregué compulsivamente a fabular (imaginaba mi novela familiar -del neurótico, pero también planetas poblados de fantasmas, ríos de espuma, animales raros y dispositivos de evaporación de la materia) lo que pronto me llevó a enfermarme... de literatura: en cuanto pude, leí compulsivamente todo lo que estuvo a mi alcance y bien pronto estaba ya escribiendo maníacamente (rimas, composiciones escolares, ejercicios espirituales).
Como la literatura es salud, me salvó de adicciones peores: la ludapatía, por ejemplo, que sufro en grado muchísimo menor, o la tecnofilia, tan frecuente en los varones de mi generación.
Como buen adicto, me repugnan quienes ejercen sin escándalo sus propias dependencias: me sublevan los mitómanos, por ejemplo, porque veo en ellos aquello en lo que yo podría haberme convertido, casi tanto como los usuarios compulsivos de las redes sociales. El límite de mi adicción técnica se detiene en las versiones high tech de viejas prácticas: el correo electrónico y el blog, equivalentes de los epistolarios y los diario personales del siglo XIX, consumen buena parte de mis energías. Soy famoso por contestar al instante todo mensaje de correo electrónico (que inmediatamente archivo en la correspondiente carpeta: jamás tengo más de cuarenta mensajes en mi carpeta de “recibidos”) y utilizo programas como el “if x, then y” que multiplica mis anotaciones (casi) diarias en diversos sitios de la red a los que estoy afiliado.
Porque sé que estructuralmente adhiero compulsivamente a toda herramienta tecnológica (la curiosidad es mi coartada), me abstengo de esos sitios de infamia que son facebook y twitter (no casualmente, el Estado Universal Homogéneo los patrocina y los exalta) y mi exterioridad me permite juzgar con la pretendida superioridad del converso los lamentables afanes de los senadores nacionales, ministros, integrantes de la farándula y periodistas en ese universo dominado por la adicción sin cura.
La adicción, como toda debilidad del espíritu (la petulancia o la autocomplacencia), no tiene cura. Hay que aprender a sobrellevarla día a día (un día más sin...) y hay que aprender a respetar al adicto a otra cosa (otro comportamiento, otra relación, otra sustancia) diferente de la que nos atormenta porque finalmente, todos somos esclavos no importa de quién o qué. A los únicos que desprecio es a los adictos al poder porque no quieren saber el mal que causan.
Mi abuela paterna me introdujo, mediante interminables sesiones de Ludo, que ella llamaba Mensch ärgere Dich nicht (“Hombre, no te enojes”), en la ludopatía, de la que jamás he podido librarme. Me recuerdo encadenado durante años enteros al Tetris y, ay, al Arkanoid (con el que todavía sueño cada tanto).
Ahora, mi vicio diario es el Zuma, un juego donde hay que destruir cadenas de pelotas de colores antes de que se precipiten al abismo (el abismo es el núcleo incandescente de toda adicción). La versión que más me conviene es la que viene como complemento del explorador de google, el chrome, porque es una versión corta, de cuatro niveles con cuatro pantallas cada uno, y consigo resolverlo (o pierdo) rápidamente. Mi adicción queda así confinada en los límites estrictos del juego-de-prueba y, si bien me roba una buena media hora de tiempo (el adicto minimiza las interferencias de su compulsión respecto de la vida diaria), compenso ese tiempo muerto entregándome, mientras juego, a la fabulación, mi dependencia más antigua.
Unos amigos que se dedican al arte contemporáneo me dicen que se ha puesto de moda confesar las propias adicciones y los tratamientos de rahibilitación seguidos.
Supongo que esta columna es el índice de esa otra compulsión intolerable: la frivolidad de entregarse a las líneas hegemónicas del presente.
No puedo, sin embargo, confesarme rehabilitado de nada, porque, en definitiva, la melancolía me lleva a recaer en sucesivos círculos de compulsión. Como tampoco me gusta reconocerme como dependiente (mi felicidad no depende del zuma, ni de la fabulación, ni del correo electrónico), pero al mismo tiempo sufro las consecuencias de la abstinencia (de fábula, de correspondencia, de ludo), pongo esos vicios en un plano de composición en el que su tiranía se disuelve: la literatura. 
 

viernes, 23 de noviembre de 2012

jueves, 22 de noviembre de 2012

Hay que alfabetizar



El director de cine Juan José Campanella cuestionó con dureza el video. "Lo que esto provoca es muy complejo para 140 caracteres. Bronca, indignación, sí. Pero sobre todo mucha, mucha pena", escribió en la red social Twitter el ganador del Oscar por "El secreto de sus ojos".

"Sería interesante ver un repudio por parte del gobierno de esta utilización de inocentes", agregó.

martes, 20 de noviembre de 2012

La obra de arte en la época de su reproductibilidad digital

Cuando el arte y la tecnología se encuentran

Organizado como un diccionario de cuarenta y siete entradas, un grupo de investigadores propone definiciones sobre el cruce del eje tecnológico con el mundo artístico.

Entrevista de Ezequiel Alemian a Claudia Kozak para Ñ, Revista de cultura

-¿Por dónde empezar a pensar la relación entre arte y tecnología?
-El arte tiene un aspecto técnico que le es indisociable. A priori, uno podría pensar que en momentos de fuerte modernización tecnológica, el arte de algún modo se ha hecho cargo de esas transformaciones. Sin embargo, no todo el arte va en la misma dirección cuando piensa su relación con la tecnología, ya sea por insistir en la línea hegemónica de una época, ya sea por contrastarla, por resistirla, incluso por generarla. Las tecnopoéticas son las zonas del arte que asumen más explícitamente su relación con el entramado técnico, y el carácter político de éste. Son potencia de creación en un mundo donde la potencia tecnológica de creación está hegemonizada en ciertas direcciones y no en otras. Ambas son potencia de creación en el sentido de permitir la posibilidad de la irrupción de lo nuevo, de lo que es también en potencia, y que por ello aún no es, pero en nuestras sociedades los sentidos hegemónicos de lo tecnológico traducen muy en general lo nuevo en mera novedad, rápido reemplazo de una cosa por otra sin verdadero cambio. El carácter político de las tecnopoéticas puede encontrarse en el modo en que proponen alguna lectura en relación con eso. 


-¿Cuáles serían en la Argentina los momentos tecnopoéticos más fuertes?
-Alrededor del Centenario y del Bicentenario uno encuentra momentos que podrían considerarse pilares, que demarcarían nuestra época, porque ponen a funcionar imaginarios tecno-modernizadores. Pero también se podrían señalar, a lo largo del siglo XX, tres grandes momentos: periodizando de manera elástica las décadas, serían las de los 20, los 60 y los 90. Son momentos en los que por la coyuntura histórica el mundo de lo técnico cobra mucha relevancia, la mirada está puesta ahí, en nuevos paisajes tecnológicos. Sin embargo, esto no quiere decir que no sean momentos que irradien hacia delante y hacia atrás. Girondo escribe el manifiesto martinfierrista, donde están todas las apreciaciones sobre la novedad tecnológica, en 1924. Pero ahí en realidad está en diálogo con el manifiesto futurista que Marinetti había publicado en 1909, y que circuló rápidamente en la Argentina. En los 60 es clara la impronta modernizadora que tiene que ver con los programas desarrollistas. Pero el arte tecnológico se venía pensando desde antes. Lo que hay entonces es la posibilidad de mirar de nuevo, por ejemplo, al grupo Arte Concreto Invención, o a Madí, que habían aparecido sin tanta repercusión mediática en los 40. Es la consolidación de las tecnopoéticas en los 60, la gran repercusión de algunas de sus experiencias, lo que genera la posibilidad de mirar lo anterior con otros ojos. 


-¿El arte acompaña mejor o es más crítico en determinados momentos?
-En el libro marcamos algunas líneas generales que no son epocales, sino que atraviesan la periodización. Se podría pensar que hay una línea racionalista constructivista, muy fuerte en algunas tecnopoéticas, que recorre el siglo XX en distintos momentos. Y que de pronto hay una línea que podríamos llamar desviacional, en el sentido que da vuelta o “interviene” el fenómeno técnico, y hasta una línea irracionalista, aunque parezca paradójico, con cierto aire esotérico, que cruza el mundo tecnológico con miradas que no condicen con la racionalidad moderna hegemónica. 


-¿Con qué artistas podríamos identificar cada una de estas líneas?
-Si hablamos de una línea constructivista tenemos a todo el Arte Concreto Invención, que trabaja desde una fuerte mirada racionalista, desde las artes plásticas en particular, y con una impronta utópica. Por otro lado Gyula Kosice, muy mencionado en el libro, desde Madí en adelante, se adscribe a una impronta tecnocientífica utópica. Alguien que uno podría distinguir desde una mirada desviacional es Edgardo Antonio Vigo. Sus máquinas inútiles y sus máquinas imposibles de los años 50 por ejemplo. Y todo su arte correo, que trabaja en contra de la tecnología social del correo. O el arte de los medios de Oscar Masotta, Roberto Jacoby y Raúl Escari, que pone en evidencia el mundo técnico mass mediático y produce en contra de la producción mass mediática, desde dentro de ella. Lo “irracional” está en Xul Solar: ese entramado de un mundo onírico, y esotérico, con todas sus formas de construcción de una mirada otra respecto de la racionalidad moderna, y al mismo tiempo, plásticamente, en ciertas obras, un impulso al geometrismo. Hoy hay prácticas del bioarte que mezclan el conocimiento científico y saberes residuales como la medicina popular. 


-¿Cuáles son los aspectos de lo tecnológico que más se debaten hoy en el arte?
-Cuestiones como la sociedad de control, de vigilancia, lo que implica una sociedad de detección continua, y también un relato paranoico en relación con la idea de “te estamos observando”. También genera mucho debate el bioarte, que se hace cargo de las posibles transformaciones de la dotación biológica de la humanidad en relación con los desarrollos actuales de la biotecnología. Otra línea fuerte es la que cruza las tecnopoéticas con la cultura libre, el software libre, y nociones asociadas como las de código abierto, no autoría, remix. Hay zonas que muy recientemente empiezan a pensarse desde las tecnopoéticas, como la literatura, por más que sea algo que tenga sus antecedentes en las vanguardias de los años 20. 


-¿La tecnología en el arte siempre tiene un carácter experimental?
-Lo experimental llega al arte por vía de la anticipación de lo nuevo, y la tecnología también se ampara en la búsqueda ya sea de lo nuevo o de la novedad. En tanto estén entramados en forma evidente, se podría pensar en cierta relación de cercanía con lo experimental. Si definimos a las tecnopoéticas como aquel tipo de arte que se hace cargo de su impronta técnica, hay un cruce con lo experimental bastante fuerte. Sin embargo, el arte experimental no es necesariamente tecnológico, pueden darse formas de experimentación por otras vías. Así, la relación con lo experimental no es absolutamente necesaria en el arte en general, y lo experimental en el arte no es necesariamente tecnológico, pero quizá sí sea una relación necesaria cuando hablamos de tecnopoéticas.


sábado, 17 de noviembre de 2012

Expresión y contenido

Por Daniel Link para Perfil

“Cinco por uno, no va a quedar ninguno”, “Paredón, paredón, a todos los milicos que vendieron la Nación”. Dejemos el consignismo de lado, porque su eficacia se mide no en el orden de los conceptos sino en el orden de los afectos. Durante la última multitudinaria marcha opositora se escucharon mil consignas odiosas y otras que no lo fueron tanto. Pero eso sucede siempre que hay masa (es decir, siempre que uno se incorpora a una multiplicidad de masa).
Los analistas del acontecimiento político más importante de noviembre se inclinaron ya por un análisis de la expresión (habiendo decidido que no había “contenido” en los reclamos de los manifestantes, lo que importaba era analizar quién se expresaba, y cómo) o bien, por un análisis del contenido (qué reclamaba la multitud, que no es “abstracta” sino inasignable a una clase, a un territorio o a una ideología).
El periodismo, no importa qué simpatía política abrace, está obligado a decir lo que el poder no puede decir sobre sí mismo o sobre la sociedad civil. Algunas de las dádivas que irritaban a algunos de los manifestantes del 8 de noviembre pueden encuadrarse dentro de lo que se llama clientelismo, pero otras, lamentablemente, son necesarias en relación con personas que (por una multitud de factores) ya no podrán integrarse nunca en ningún mercado laboral (entiéndase: en ninguno, nunca). El poder no puede referirse objetivamente a esos sectores, el periodismo debe hacerlo. Lo mismo puede decirse de la negativa gubernamental a encarar una reforma impositiva que saque de los hombros de los sectores medios y bajos la inverosímil presión de sostener al Estado (Anses, Impuesto a las Ganancias, IVA, cheque, etc.).
Es decir, para poder decidir que la multitud no reclamaba nada concreto había que ensordecerse previamente al significado de la palabra “corrupción”.
Como seguramente no hay un solo kirchnerista que pueda dormir tranquilo sabiendo que en la línea de sucesión presidencial se encuentra el Sr. Boudou, convendría que ese reclamo (que, en algún sentido, lo teñía todo con sus tonos opacos) fuera atendido más temprano que tarde.

Terrorismo comparado

666 Park Avenue y American Horror Story: Asylum representan los puntos de articulación del terror visible en la televisión. Las dos suceden en espacios cerrados (un neoyorquino y lujosísimo edificio en el caso de la primera; un asilo para dementes, en el caso de la segunda). 
La primera es una versión "elegante" de thriller de misterio y por eso son constantes las apelaciones a Hitchcock (Los pájaros, La ventana indiscreta, Psicosis, Vértigo han sido ya citadas hasta el hartazgo), las fiestas que terminan siempre mal (una por capítulo) y la proliferación de indicios que no se sabe bien a dónde habrán de conducir. 
Por cierto, en Park Avenue nadie fuma, mientras en AHS fuman hasta las monjas, y esto porque los acontecimientos de la segunda suceden en 1964.
No es sólo una cuestión de "gusto" lo que separa ambas series, sino una distancia temporal. Con cierta sabiduría técnica, AHS sabe que el terror no se sostiene en universos en los que la tecnología prolifera (celulares, gps, cámaras de seguridad) o que, para poder sostener el terrorismo discursivo en contextos altamente tecnologizados hacen falta tantas hipótesis adicionales que mejor es retrotraer los sucesos a épocas menos obsesionadas por el control social y dejar que los los responsables del "arte" (vestuario, escenografía) se lleven la parte de la torta que le habría correspondido a guionistas consecuentes con la causa de la coherencia discursiva y la cohesión narrativa.
En cuanto al "gusto", lo que es pincelada, apunte, insinuación en 666 Park Avenue, en AHS es un revoltijo de inmundicias puestas en el más salvaje uso de la HD (Alta Definición) que hasta ahora hemos conocido. El barroco, con sus chiaroscuros, sus monstruos y sus torsiones del punto de vista (anamorfosis como hay en AHS se han visto hasta ahora pocas en la televisión) reina impiadoso en el asilo Briarcliff, donde coinciden, en revoltijo suculento, monjas poseídas por el demonio, médicos experimentales nazis (y sus experimentos con lo viviente), asesinos seriales que desollan a sus víctimas (no es al que acusan de tal, sino el que, hipócritamente, pretende salvarlo), extraterrestres, monseñores, víctimas de su propio deseo, escorias humanas, y... ¡Ana Frank!
Como el sentido corre locamente a lo largo de una cadena flotante de imágenes inmundas (como el humo del tabaco, que contamina los espacios propios de cada individuo), no es raro que se produzcan extraños agenciamientos (es decir: conexiones más allá de "lo propio" de cada imagen). El médico nazi (que ha adoptado el nombre de Dr. Arden, y que al mismo tiempo que practica lobotomías y terapias de electroshock produce monstruos en su laboratorio) no es el que hace pantallas para lámparas con la piel de sus víctimas, sino el psiquiatra conductista, más conocido como Bloody Face y cuyo abandono como bebé se conocerá en el próximo capítulo de la serie, "Orígenes de la Monstruosidad", donde se cuenta además el pacto fáustico entre el Monseñor católico y el científico nazi.
Ninguna de las dos series me arrebata, pero es lo que hay. De la primera sospecho que triunfará el Bien. De la segunda, todo lo contrario. 
La única pregunta que, después de ver cada capítulo de AHS me atenaza, es cómo harán los votantes de los Golden Globe y de los premios Emmy para eludir a Jessica Lange, cuya performance alcanza conmovedores niveles de paroxismo (hacé una monja que antes fue trola, y agregale borracha, y después que recuerde que fue una niña golpeada, y que además está caliente con el Monseñor, y que... ¡cree en Dios! y quiere controlar sus impulsos). Como las escaleras de Briarcliff, la calidad interpretativa de Jessica Lange, no tiene límites.



jueves, 15 de noviembre de 2012

Tentempie

 

O, para los todavía no fans,  degustación. Eso sí: ¡córtenla con hacerla sufrir a Josefina!